Fue discípulo de Amonio Saccas por dos años; pero se aburrió de la filosofía y de Saccas. Después entró a la política. Pero la abandonó. Eparcos era necio; y los que lo rodeaban, unos estúpidos solemnes de apariencia grave: el griego que hablaban los pobres, tres veces bárbaro. La Iglesia atrajo un poco su curiosidad: como para bautizarse y hacerse Cristiano. Mas, pronto cambió su opinión. Se malquistaría seguramente con sus padres, abiertamente gentiles; y le cortarían -cosa horrible- en forma inmediata sus generosas mesadas. Con todo había que hacer algo. Se volvió asiduo de las casas de corrupción de Alejandría, y de todo refugio secreto de perdición. La suerte le pareció en esto favorable: le había dado una figura en extremo agraciada. Y él gozaba ese don divino. A lo menos por diez años todavía su hermosura habría de durar. Después – quizás iría de nuevo donde Saccas. Y si en el intervalo el viejo hubiera muerto, iría donde otro filósofo o sofista: siempre se encuentra alguno apropiado. O por último, es posible que volviera a la política -recordando de manera digna de elogio sus tradiciones familiares, los deberes para con la patria y otras cosas rimbombantes parecidas.