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Del origen de Pantagruel

[Minicuento - Texto completo.]

François Rabelais

Al principio del mundo, cierto año fue tan fértil en toda suerte de frutos, especialmente de nísperos, que lo llamaron desde tiempo inmemorial “el año de los gruesos nísperos”. El mundo entero los comía con agrado. Pero a todos ellos les sobrevino una hipertrofia, aunque no a todos en el mismo sitio: en el vientre, la espalda, el miembro, los cojones, las piernas, la nariz, las orejas. Algunos, que crecieron en estatura, dieron origen a los gigantes. El primero fue Chalbroth, que engendró a Sarabroth, que engendró a Faribroth, que engendró a Hurtaly, gran comedor de sopas que reinó en tiempos del Diluvio… y, de estos gigantes, procede Pantagruel.

Sospecho que, al leer este pasaje, los asaltará una duda razonable: cómo es posible que así sea, en vista de que en tiempos del Diluvio pereció todo el mundo excepto Noé y siete personas que estaban con él dentro del arca, en el número de las cuales no está comprendido el dicho Hurtaly.

La pregunta está bien hecha, sin duda, y es muy oportuna; pero la respuesta los contentará, o no tengo yo mi sentido bien calafateado. Y como yo no estaba allí para contestarles a ustedes por mi cuenta, me remitiré a la autoridad de los masoretas, buenos vividores y famosos cornamuseros hebraicos, quienes afirman que, verdaderamente, dicho Hurtaly no estaba dentro del arca de Noé; además, no habría podido entrar en ella porque era demasiado alto y corpulento; pero estaba encima, a caballo, una pierna aquí y otra allá, como hacen los niños de corta edad sobre los caballos de madera, y como el Toro de Berna, que fue muerto en Mariñán, cabalgaba sobre un cañón grande, que es una bestia de alegre y buena andadura, sin falta ninguna. En esta postura salvó, con ayuda de Dios, al arca de naufragar, porque dominaba los vaivenes con las piernas y con un pie la guiaba como quería, sirviéndose de él como el piloto que sirve de timón. Los que estaban dentro le mandaban abundantes víveres por una chimenea, como gentes que reconocían el favor que les hacía, y a veces conversaban como hacía Icaromenipo con Júpiter, según testimonio de Luciano.

FIN



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