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Dentro de su cabeza yacente

[Poema - Texto completo.]

Dylan Thomas

I

Dentro de su cabeza yacente
los enemigos de él entraron en el lecho
bajo el pesado párpado
por el tambor rizado de la oreja enterrada en el pelo;
Y la áspera paloma de Noé despertada de pronto
trajo volando la gestación humana.
Anoche en una ola violadora
ballenas desatadas desde la tumba verde
en fuentes del origen a su amor renunciaron;
por la inocencia de ella
Juan resbaló encendido y el joven rey Lear salvajemente,
la reina Catalina aulló desnuda,
se ahogó Sansón entre su propio pelo,
las colosales intimidades de extraños silenciosos
vistos alguna vez o las sombras en la escalera;
allí la oscura espada y la lascivia la echaron suspirando
a un camastro de heno, y las guadañas de sus brazos
rodaron y silbaron cien veces
antes de que trepara la mañana ostentosa;
el hombre era la ardiente Inglaterra por la que ella caminaba sonámbula y la isla hechizante
cegó sus miembros con ensalmos de luz,
el sueño, a otro sueño flamante en una hoja nervada acarició y cantó
y su inocente amado fugitivo se recostó en la arena pedregosa.

II

Allí donde una lengua innumerable
hirió su cuarto con un viril lamento
su fidelidad voló deshecha en torno de ella
y la oscuridad colgó de las paredes canastas de serpientes,
un superhombre o casi un hombre con narinas semejantes a hornallas
y miembros cual columnas
para sus atontados sentidos, semejante
al ladrón de la adolescencia,
temprana imaginariamente a medias recordado
el oceánico amante solitario
cuyos celos no puede ella olvidar por nada de este mundo,
hizo su lecho malo en la buena noche de ella
y la gozó tanto como quiso.
Gritando en su blanco camisón en medio de escenarios a la luz de la luna
hacia la alineada marea que escuchaba,
lejos y cerca, ella anunció el pillaje del corazón,
en el cuerpo tomado a distintas edades,
novia rota y violada
que celebraba a su costado
todos esos asaltos marcados por la sangre y aquellas bodas desvaídas
en las que él jamás tuvo una parte agradable
ni pudo compartir para su orgullo hasta el susurro último
y el último aleteo del solemne sacerdote nocturno,
sus horas, santas y profanas con la bestia eternamente anónima.

III

Dos granos de arena juntos en el lecho,
la cabeza a la cresta que circunda el cielo,
yacen por separado con toda la ancha orilla,
con el mar que cubre la caída de su noche sin nombres;
y desde cada valva techada y cimentada
con una sola voz encadenada grita
mortífera, la hembra y el macho
la traición lasciva
va disolviendo en oro bajo el velo del agua.
Un ave hembra duerme acurrucada
junto a las alas del amante que prepara su vuelo de mañana,
dentro de la rama y sus nidos
ella le canta al halcón que pasa,
carroña, paraíso es el trino de mi yema brillante.
Una espada de hierba suspira en la pradera
una piedra yace perdida y presa en la colina alta de alondras.
Abierta como al aire y a la sombra desnuda
oh es ella la que yace solitaria e inmóvil,
una inocente entre dos guerras,
con su hermano incestuoso y secreto en los segundos que perpetúan las estrellas
un hombre desgarrado se conduele en la noche solitaria.
Y los que llegan luego, los más crueles, los enemigos desde las hondas y olvidadas tinieblas,
dentro del infiel sueño de ella aquietan sus latidos y entierran a sus muertos.



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