Una hormiga en el mantel
se topó con una polilla dormida
mucho más grande que ella.
No mostró la menor sorpresa.
No era asunto suyo.
Apenas la rozó
y se fue a cumplir con su deber.
Sin embargo, si se topaba con alguien
del equipo de investigación de la colmena,
cuyo trabajo es descubrir a Dios
y la naturaleza del tiempo y el espacio,
lo pondría a cargo del caso.
Las hormigas son una raza curiosa;
una que cruza con paso apresurado
el cuerpo de uno de sus muertos
no se detiene ni un momento;
ni siquiera parece impresionada.
Pero sin duda informa a cualquiera
con quien cruza antenas,
y sin duda informan
a los superiores de la corte.
Entonces corre la voz en fórmico:
«La muerte ha llegado a Jerry McCormic,
nuestro desinteresado recolector Jerry.
¿Que el jenízaro especial,
cuyo oficio es enterrar
a los muertos del comisario,
lo traiga a casa con su gente?
Que lo cubra de cuerpo presente en un sépalo.
Que lo envuelva como sudario en un pétalo.
Que lo embalsame con icor de ortiga.
Esta es la palabra de vuestra Reina».
Y al instante aparece en escena
un solemne funerario;
y, tomando posición formal,
con las antenas girando con calma,
agarra al muerto por la cintura,
y, levantándolo en el aire,
lo saca de allí.
Nadie se queda mirando. No
es asunto de nadie más.
No podría llamarse descortés,
pero qué completamente departamental.