Di un recital de poesía el sábado pasado en
los bosques de las afueras de Santa Cruz
y estaba a punto de acabar
cuando oí un grito fuerte y largo
y una joven bastante guapa
corrió hacia mí
vestido largo y fuego en la mirada
y saltó al escenario
y gritó: «¡TE DESEO!
¡TE DESEO! ¡Cómeme! ¡Cómeme!»
le dije, «oye,
déjame en paz, coño».
Pero siguió quitándome
la ropa y tirándose
sobre mí.
«¿Dónde estabas», le
pregunté, «cuando no tenía
qué comer y
enviaba cuentos al Atlantic Monthly?»,
me agarró los huevos y casi
me los arranca. Sus besos
sabían a sopa de mierda.
2 mujeres saltaron al escenario
y
se la llevaron a rastras
al bosque.
Sus gritos aún se oían
cuando empecé el siguiente poema.
Tal vez, pensé, tendría que haberla
poseído sobre el escenario frente
a todos aquellos ojos.
Pero uno nunca sabe
si sería un buen poema o
un mal ácido.