Esto era lo que había en él de singular: que en medio de toda su vida disoluta y de su mucha experiencia en el amor, a pesar de la habitual armonía entre su actitud y su edad, había algunos instantes -pero muy raros ciertamente- en que daba la impresión de una carne casi intacta. La hermosura de sus veintinueve años, tan probada en el placer, había momentos en que paradojalmente recordaba a un adolescente que -con cierta torpeza- al amor por primera vez su cuerpo puro entrega.