De un maltraído, pobrísimo marino (de una isla del Mar Egeo) era hijo. Trabajaba donde un herrero. Usaba ropa vieja. Sus zapatos de trabajo raídos y míseros. Sus manos estaban manchadas de herrumbe y aceite. Al caer la noche, cuando cerraba el taller, si había algo que deseaba mucho, alguna corbata un poco cara, alguna corbata para el domingo, o si había visto en una vitrina y la quería alguna bonita camisa azul oscuro, vendía su cuerpo por un tálero o dos. Me pregunto si en los tiempos antiguos poseyó la gloriosa Alejandría un joven más bellísimo, un muchacho ‘más perfecto que él – que se perdió: no hubo, se comprende, estatua o pintura suya: arrojado al mísero taller de un herrero, se hubo de acabar tempranamente por el trabajo penoso y por una vulgar corrupción, desdichada.