Doblo la esquina de la oración y ardo
en una bendición del repentino
sol. En el nombre de los condenados
me volvería y correría
a la escondida tierra.
Pero el sol clamoroso
purifica
el cielo.
Yo
me encuentro a mí mismo.
Oh, déjenlo
abrasarme y ahogarme
en la herida de su mundo.
Su relámpago responde a mi
grito. Mi voz arde en su mano.
Ahora en El-Que-Ciega estoy perdido.
Clama al final del rezo el sol.