Un poeta moderno, muy famoso,
ha dicho que el exordio y el final
eran lo más difícil y escabroso
de una composición original.
En uno y otro caso trabajoso
me veo yo, lectoras, por mi mal,
pues tengo que acabar mi relación
y ponerle al final su introducción.
Y pues está mi honor comprometido,
mal que le pese a mi angustiada Musa
yo tengo de cumplir con lo ofrecido,
aunque en mi tierra lo contrario se usa.
Mas por obviar obstáculos os pido,
vuestra amistad sirviéndome de excusa,
del exordio os dignéis exonerarme,
que en otra vez prometo de enmendarme.
Hemos dejado a Pablo y a Isabela
formando un cuadro hermoso y acabado,
suspensos en la angosta portezuela
por el rumor que habían escuchado:
pero ni registrando con candela
habrían mis lectoras reparado
en este cuadro oculta otra figura,
del arco del portal en la moldura.
Era esta, en buenas cuentas, doña Luisa
que viendo levantarse a la doncella,
se levantó también a toda prisa
de la cama y se vino tras la huella,
juzgando con razón que no iba a misa,
y procuró ocultarse detrás de ella;
mas cuando al cabo descubierta viose
entre los dos, de sopetón plantose.
No queda tan atónito y turbado
un círculo de niños inocentes
si en medio de sus juegos, un criado
asoma rechinándole los dientes,
con máscara de diablo disfrazado,
como quedaron nuestras pobres gentes
al ver aparecer a doña Luisa
en chinelas y en faltas de camisa.
Grandes fueron las penas y aflicciones
de Pablo viendo a la iracunda vieja,
que sin pararse a hacer reconvenciones
agarró a su querida de una oreja
y se la fue llevando a rempujones,
la cual sin proferir ninguna queja
se dejaba llevar de aquella suerte
como un reo que llevan a la muerte.
Apenas despuntó el siguiente día,
cuando Isabel en coche fue llevada
a un monasterio (ignoro cuál sería),
del cual a la razón era prelada
una anciana y venerable tía,
y pues no puede sucederle nada
en tan santa mansión, quédese en ella
por un poco de tiempo la doncella.
Y volvamos a Pablo que confuso,
sin pestañear habíase quedado,
desde que doña Luisa se interpuso
entre el amante y el objeto amado.
No sé si con el criado se compuso,
así que su deseo vio burlado,
para que le saliera a abrir la puerta,
o no sé si al entrar la dejó abierta.
Pero ello es que al buscarlo la señora
no encontró ni la sombra del culpado,
y al otro día al asomar la aurora
fue a ver a don Pascual, que levantado,
de vuelta ya de misa a aquella hora,
y el chocolate habiéndose acabado,
Laudate pueri Dóminum rezaba
cuando en su cuarto doña Luisa entraba.
Impúsolo en el caso brevemente,
y exigiole palabra muy formal
de infligir un castigo suficiente
capaz de corregir al criminal.
—Es regular que tenga usted presente,
le dijo doña Luisa a don Pascual,
que en nuestro tiempo era esto delicado,
dígalo yo, que tanto me ha costado.
En esto le entregaron un cartel
(a don Pascual, se entiende) que decía
que don Diego quería hablar con él
con el arma que él mismo elegiría;
que siendo un caballero, un coronel,
entenderse con Pablo no quería,
por ser capaz un mozo tan grosero
de faltarle al respeto a un caballero.
Don Pascual contestó que era cristiano,
y que le serviría en otra cosa:
que no era permitido alzar la mano,
y que ya había hablado con su esposa;
quedando el infrascrito muy de llano
a imponer una pena rigorosa
al hijo criminal, y en consecuencia
hizo venir a Pablo a su presencia.
Y habiendo reprendídolo agriamente
sobre la mala vida que traía,
le trató de bribón y de insolente
y de cuanto a las mientes le venía.
Por un oído Pablo atentamente
escuchaba, y por otro le salía
aquella paternal peroración,
diga de Marco Tulio Cicerón.
Mas no paró en palabras la tormenta,
que entonces se le habría dado un bledo
por muy recia, muy larga y muy violenta
que hubiera sido, pues jamás el miedo
ni la vergüenza entraban en su cuenta.
Lo que hubo de malo en el enredo
fue que su padre, al cabo del sermón,
cargó con él a la Recolección.
No digo que su padre lo cogiera
con sus manos, ut sic materialmente
como quien coge un títere de cera:
cargar con algo es un equivalente
de mandar que otro cargue; en tal manera
se acostumbra decir entre la gente
que el Rey, el Presidente, el Diputado
están cargado el peso del Estado.
Cargó, pues, con los dos una berlina,
que con su paso lento acostumbrado
al citado convento se encamina,
y no bien a la puerta hubo llegado,
que el reverendo fray José Fodina,
guardián entonces, recibió recado
de estar en ella don Pascual Pescón
esperando su santa bendición.
Fray José dejó al punto su Breviario
y encontró a don Pascual en el ingreso,
quien le besó el bendito escapulario
y brevemente le contó el suceso.
Fray José había sido gran sectario
del faldellín, antes de ser profeso,
por lo que no extrañó lo sucedido
que don Pascual, le había referido.
Y ofreció convertir al delincuente
al camino del Cielo, Dios mediante,
porque era, a la verdad, hombre elocuente,
famoso confesor, muy insinuante.
Entró, pues, nuestro joven penitente
en calidad de simple ejercitante
y lo llevó a una celda el buen prelado
donde había una mesa y un estrado.
—Aquí— le dijo, —harás tu penitencia;
ahí tienes un libro muy precioso
que se intitula Examen de conciencia
léelo con cuidado y con reposo;
nada contiene de la humana ciencia,
y por tanto es más útil y gustoso:
y entretanto, Pax tecum, munda te.
Dijo, dejolo y fuese fray José.
Figuraos, lectoras, el estado
en que estaría nuestro pobre preso
por más de un mes que estuvo allí encerrado,
¡Él, que era tan alegre y tan travieso!
La única diversión que había hallado
era escribir en verso su suceso,
que por lo que hace a componer en prosa
entendía don Pablo poca cosa.
Hizo un ensayo en forma de tercetos
Garantías llamado individuales,
y unas cuantas octavas y cuartetos
contra los institutos monacales.
Compuso dos bellísimos sonetos
atestados de ideas liberales
en loor del Habeas Corpus, que decía
que algún día en su patria regiría.
Además, una sátira sangrienta
contra don Diego y contra doña Luisa,
y hasta su mismo padre entraba en cuenta
con una gracia que movía a risa.
Escribió una elegía muy atenta
a Isabel, y muy tierna y muy sumisa,
en forma de canción de pie quebrado;
pero ni los fragmentos han quedado.
Finalmente hizo una oda de su mano,
en que para Isabel, a Dios pedía
el amparo del cielo soberano.
Alguno dirá aquí que no debía
lo sagrado mezclar con lo profano
y que aquello tocaba en herejía;
lo mismo digo yo, mas en verdad
el podía excusarse con su edad.
Una tarde de julio, al fin del mes
(que era, creo, en el año del Señor
mil setecientos setenta y tres)
en que hacía muchísimo calor,
Pablo postrado hallábase a los pies
de fray José, su sabio confesor,
del templo en una nave lateral,
confesando sus culpas bien o mal.
Y acabada la larga relación,
¡que sabe Dios qué relación sería!
Le hizo una paternal admonición
Fray José de Godina, que decía:
—Hijo, si quieres obtener perdón,
llora por tus pecados noche y día,
que el pecador contrito y convertido
es más acepto al Cielo y más querido.
Yo fui gran pecador y gran malvado,
y tu difunta madre, si viviera,
te pudiera decir cuánto he pecado,
que ella mejor que nadie lo supiera.
Veme aquí arrepentido y humillado,
gracias a Dios y a aquesta calavera
que fue quien me sirvió de desengaño.
Y al decirlo, sacola de entre un paño.
—Esta que miras calavera agora,
Pablo, mujer fue un tiempo muy hermosa:
tras esta corre el hombre a toda hora
como tras de la luz la mariposa.
¡Medita a solas cuán engañadora
es la mujer, y cuán inútil cosa
por este asquerosísimo fragmento!
Esto dicho, metiose en el convento.
Aquel fragmento había sido parte
de una bella mujer muy disoluta,
que de Venus seguía el estandarte,
de hombres haciendo amplísima recluta;
pues de enganchar sabía a fondo el arte:
erase el hueso de una rica fruta
en cuya dulce pulpa, en cien lugares
habían caído moscas a millares.
No son así mis jóvenes lectoras,
que no pierden a nadie, ni se envidan,
ni lanzan miradillas seductoras,
ni tienden redes, ni al amor convidan,
ni antes bien del decoro observadoras,
de su beldad parece que se olvidan:
que si el talle o el cuello nos descubren,
es por descuido y presto se lo cubren.
—¿Habéis bastamente meditado?
Dijo al volver el fraile al penitente,
viéndole el rostro en lágrimas bañado;
el cual le respondió con voz doliente:
—Sí, señor; vedme aquí desesperado
contemplando este ejemplo tan patente
de la humana miseria y desventura,
y este triste final de la hermosura.
Con que ha dispuesto la fortuna avara
hacer de tanto hechizo y embeleso,
que a los otros la carne les tocara
¡y a mí tan solo me tocara el hueso!
Se le alegraba al confesor la cara
viendo de su elocuencia el buen suceso,
mas al oír aquella picardía
dijo frunciendo el gesto: Ave María.
¿Qué más dijera el jefe del Estado,
hablando de las rentas nacionales,
si de la patria el hueso le ha tocado
cuya carne tocó a los liberales?
Mas volvamos al padre, que, espantado,
invocaba las iras celestiales
contra aquel obcecado pecador
que se burlaba así del confesor.
No desoyó sus súplicas el Cielo,
pues por medio de un fuerte terremoto¹
parte de la cornisa la echó al suelo
sobre Pablo, dejando el arco roto.
Murió el mísero joven sin consuelo,
y entre la confusión y el alboroto
no faltó quien hubiera visto al diablo
cargar en cuerpo y alma con don Pablo.
Isabel profesó de capuchina
cuando supo la suerte de su amante,
a instigación de fray José Godina,
que fue su confesor en adelante.
Tomó por nombre sor Escutufina
de la Circuncisión: ¡nombre elegante!
y la nombró portera la prelada
porque la vio al zaguán aficionada.
Don Diego, don Pascual y doña Luisa
murieron de diversos accidentes;
cual, de haber ido con catarro a misa;
cual, de unas calenturas remitentes
por andar a deshoras en camisa;
cual, de un disgusto contra sus parientes,
que bien dice el proverbio, si se advierte
¡que así como es la vida así es la muerte!
Mas, ¿a dónde me lleva el pensamiento?
¡A predicar a mis lectoras bellas
un trozo de moral al fin del cuento!
¿Acaso, pues, lo necesitan ellas?
Más valiera decir que el firmamento
tienen necesidad de más estrellas,
o de más tigres la feroz Bengala,
o de más populares Guatemala.
1. Alude al terremoto que causó
la ruina de la Antigua Guatemala,
el 29 de Julio de 1773.
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