Desde las diez y media estaba en el café, y lo esperaba que dentro de poco apareciera. Llegó la medianoche -y lo esperaba todavía. Dieron la una y media; habíase vaciado casi del todo el café. Se aburrió de leer diarios maquinalmente. De sus pobres tres chelines sólo le quedaba uno: en tanto rato que esperaba gastó los otros en cafés y coñac. Todos sus cigarrillos se los fumó. Lo estaba agotando tanta espera. Porque solo como estaba por horas, comenzaron a apoderarse de él inoportunos pensamientos sobre su vida descarriada. Mas cuando vio entrar a su amigo -al punto el cansancio, el fastidio, los pensamientos disipáronse. El amigo le llevó una noticia inesperada. Había ganado sesenta liras en el garito. Sus hermosos semblantes, su maravillosa juventud, el sensitivo amor que entre sí se tenían, se refrescaron, revivieron, se fortalecieron por las sesenta liras de la casa de juego. Y plenos de alegría y de vigor, de sensualidad y belleza Se fueron -no a las casas de sus honorables familiares (donde, por otra parte, ya no los querían): a una casa de corrupción conocida de ellos, y muy particular, se fueron y pidieron un dormitorio, y licores costosos, y de nuevo bebieron. Y cuando se acabaron los costosos licores, y cuando ya se acercaban las cuatro al amor se entregaron felices.
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