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 Gotas salobres 
brillan sobre los hierros de la verja. 
La puerta del jardín quedó cerrada. 
Y el mar, 
en torbellinos encrespados 
que golpean los muelles, 
ha estrechado en su seno el sol salado. 
¡Duérmete, amada mía, 
no atormentes mi alma! 
Van cayendo en su sueño la estepa y las montañas, 
y nuestro perro cojo 
dormita arrebujado en la maraña 
de su pelo y lame su cadena salada. 
Y las ramas murmuran 
y las olas trepidan 
y apagando la antorcha de su vieja experiencia, 
el perro se ha dormido atado a su cadena. 
Susurrando palabras, apenas cuchicheando, 
después con mi silencio, te pido que te duermas. 
¡Amada mía, duerme…! 
Olvida que reñirnos. 
Imagina mejor que paseamos 
y la tierra está fresca. 
Tendidos sobre el heno aún tenemos sueño. 
Parte de nuestro sueño, 
el aroma de la agria crema 
que llega desde allá, de la bodega. 
¿Cómo hacer que imagines todo esto, 
cómo lograrlo si en nada crees? 
Amada mía, duerme… 
Deja tu llanto y con sonrisa leve, 
sueña que juntas flores 
y tratas de encontrar dónde ponerlas 
con tu rostro oculto entre ellas. 
¿Algo dices durmiendo? Palabras sin sentido. 
¡Es porque estás cansada 
de moverte y moverte mientras duermes! 
Envuélvete en tus sueños como si fuera un manto 
en que buscas abrigo. 
Cuando se quiere puede hacerse en sueños 
todo aquello que a medias 
admite la vigilia. 
Una culpa secreta que clama en lo profundo 
nos atormenta el sueño. 
Hay cansancio en tus ojos y hay en ellos 
inmensa multitud de gente extraña. 
Cúbrelos con tus párpados 
y sentirás alivio. 
Duérmete, amada mía. 
¿Qué te causa este insomnio? ¿El mar rugiente? 
¿El ruego de los árboles al viento? 
¿Algún presentimiento? 
¿El mal que alguien te ha hecho? 
¿Y si ese alguien fuese yo? 
Duérmete, amada mía… 
Yo nada puedo remediar, 
pero sabrás un día 
que no he sido culpable de este mal. 
Perdóname, ¿me escuchas? ¡Aunque sea en tus sueños! 
¡Aunque sea soñando! 
Duérmete, amada mía… 
No olvides que viajamos encima de esta tierra 
que enloquecida vuela 
y amenaza saltar convulsionada 
de su impasible ruta 
y tenemos que abrazarnos para no caer. 
Y si hemos de caer, caeremos juntos. 
Duérmete, amada mía… 
No alimentes la ofensa 
que vengan en silencio 
los tiernos sueños a poblar tus ojos. 
¡Cuesta tanto dormir sobre esta tierra! 
A pesar de todo, amada mía, ¿me oyes? 
Duérmete al fin, duerme, amada mía… 
Y las ramas murmuran 
y trepidan las olas 
y apagando la antorcha de su vieja experiencia 
el perro se ha dormido atado a su cadena. 
Cuchicheando palabras, después medias palabras, 
después con mi silencio, te pido que te duermas. 
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