Durante diecisiete meses he gritado
llamándote al redil.
Me arrojé a los pies del verdugo.
Eres mi hijo, convertido en espectro.
La confusión se apodera del mundo
y carezco de fuerzas para distinguir
entre una bestia y un ser humano,
o en qué día se deletrea la palabra ¡matar!
Nada queda, salvo flores polvosas,
un tintineante incensario y huellas
que conducen a ninguna parte. Noche de piedra,
cuya brillante y gigantesca estrella
me mira fijamente a los ojos,
prometiéndome la muerte. ¡Ay, pronto!