Cantó una noche el alma del vino en las botellas: «¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado, Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos, Un cántico fraterno y colmado de luz!»
Sé cómo es necesario, en la ardiente colina, Penar y sudar bajo un sol abrasador, Para engendrar mi vida y para darme el alma; Mas no seré contigo ingrato o criminal.
Disfruto de un placer inmenso cuando caigo En la boca del hombre al que agota el trabajo, y su cálido pecho es dulce sepultura Que me complace más que mis frescas bodegas.
¿Escuchas resonar los cantos del domingo y gorjear la esperanza de mi jadeante seno? De codos en la mesa y con desnudos brazos Cantarás mis loores y feliz te hallarás;
Encenderé los ojos de tu mujer dichosa; Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores, Siendo para ese frágil atleta de la vida, El aceite que pule del luchador los músculos.
Y he de caer en ti, vegetal ambrosía, Raro grano que arroja el sembrador eterno, Porque de nuestro amor nazca la poesía Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»
|