Irrite la codicia por rumbos ignorados a la sonante Tetis y bramadores austros; el pino que habitaba del Betis fortunado las márgenes amenas vestidas de amaranto, impunemente admire los deliciosos campos del Ganges caudaloso, de aromas coronado.
Tú, verde y apacible ribera del Anauco, para mí más alegre, que los bosques idalios y las vegas hermosas de la plácida Pafos, resonarás continuo con mis humildes cantos; y cuando ya mi sombra sobre el funesto barco visite del Erebo los valles solitarios, en tus umbrías selvas y retirados antros erraré cual un día, tal vez abandonando la silenciosa margen de los estigios lagos.
La turba dolorida de los pueblos cercanos evocará mis manes con lastimero llanto; y ante la triste tumba, de funerales ramos vestida, y olorosa con perfumes indianos, dirá llorando Filis: “Aquí descansa Fabio”.
¡Mil veces venturoso! Pero, tú, desdichado, por bárbaras naciones lejos del clima patrio débilmente vaciles al peso de los años. Devoren tu cadáver los canes sanguinarios que apacienta Caribdis en sus rudos peñascos; ni aplaque tus cenizas con ayes lastimados la pérfida consorte ceñida de otros brazos.
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