No era ficción de tiempos remotos: una piedra de azul celeste, al fondo del barranco sin sol, muestra aún claramente las pisadas que los pequeños elfos, en la escena pulida dejaron, al danzar con brillante cortejo, en festejos ocultos, tras el robo de un niño dulce, como una flor, trocada por hierbajos, con que intenta la madre abstraída acallar su pena, si es posible. Pero decidme: ¿dónde hallaréis un vestigio de las notas que guiaron aquellos salvajes bailoteos? ¿En la tierra profunda o en las cumbres del aire, en el nocturno cierzo o en los bancales donde telarañas de otoño flotan en el crepúsculo?