Tú que levantas de la tierra los ríos
como hijos ondulantes,
arrojas las cenizas
con los llantos de oro del otoño
y con tu cabellera musical
llenas de chispas el silencio
tú, vencedor de la tristeza,
vencedor de la pena,
vencedor del miedo,
vencedor de los pianos
lluviosos de la muerte,
acércate a habitar el día
con un rayo en la mano,
el pecho abierto
como la playa blanca
de una gran confianza,
mientras dejas
muriendo el pasado
como toro de sombra
por el sol herido,
detente a la puerta
de la tarde inclinada
sobre el lago,
detente como un carruaje negro
ante la luz de la luna
los caballos espantados,
oh grito en llamas
corriendo sobre arena desierta,
detente.
Mírame con tu carro de ojos.