El cirio
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Jean de La FontaineLas abejas provienen de la mansión de los Dioses. Las primeras se instalaron según cuentas, en el monte Himeto, y se saciaron allí de los dulcísimos tesoros que engendra el soplo de los céfiros. Cuando les robaron la ambrosía que guardaban esas hijas del cielo en las celdas de su palacio, o para hablar claro, cuando a los panales, desprovistos de miel, solo les quedo la cera, comenzó la fabricación de los cirios. Uno de estos, viendo que la tierra, convertida en ladrillo por la acción del fuego, resistía las injurias del tiempo, quiso lograr aquel privilegio, y como nuevo Empédocles condenado al fuego por su insensatez, se lanza al horno. Mala idea tuvo: aquel Cirio no entendía pizca de filosofía.
Todo es distinto en el mundo: sácate de la cabeza, amigo lector, que los demás seres sean de la misma pasta que tú: el Empédocles de cera se fundió en las brazas; tan loco fue como el otro.
FIN