El desdén con el desdén
[Teatro - Texto completo.]
Agustín Moreto
Personas que hablan en ella:
PRIMERA JORNADA
CARLOS: Yo he de perder el sentido
con tan extraña mujer.
POLILLA: Dame tu pena a entender,
señor, por recién venido.
Cuando te hallo en Barcelona
lleno de aplauso y honor,
donde tu heroico valor
todo su pueblo pregona;
cuando sobra a tus victorias
ser Carlos, conde de Urgel,
y en el mundo no hay papel
donde se escriban tus glorias,
¿qué causa ha podido haber
de que estés tal mal guisado?
Que, por más que la he pensado,
no la puedo comprender.
CARLOS: Polilla, mi desazón
tiene más naturaleza.
Este pesar no es tristeza,
sino desesperación.
POLILLA: ¿Desesperación? Señor,
que te enfrenes te aconsejo,
que tiras algo a bermejo.
CARLOS: No burles de mi dolor.
POLILLA: ¿Yo burlar? Esto es templarte;
mas tu desesperación,
¿qué tanta es a esta sazón?
CARLOS: La mayor.
POLILLA: ¿Cosa de ahorcarte?
Que si no, poco te ahoga.
CARLOS: No te burles, que me enfado.
POLILLA: Pues si estás desesperado,
¿hago mal en darte soga?
CARLOS: Si dejaras tu locura,
mi mal te comunicara,
porque la agudeza rara
de tu ingenio me asegura
que algún medio discurriera,
como otras veces me has dado,
con que alivie mi cuidado.
POLILLA: Pues, señor, polilla fuera.
Desemboca tu pasión
y no tenga tu cuidado,
teniéndola en el crïado,
polilla en el corazón.
CARLOS: Ya sabes que a Barcelona,
del ocio de mis estados,
me trajeron los cuidados
de la fama que pregona
de Dïana la hermosura,
de esta corona heredera,
en quien la dicha que espera
tanto príncipe procura,
compitiendo en un deseo
gala, brío y discreción.
POLILLA: Ya sé que sin pretensión
viniste a este galanteo
por lucir la bizarría
de tus heroicos blasones,
y que en todas las acciones
siempre te has llevado el día.
CARLOS: Pues oye mi sentimiento.
POLILLA: Ello, ¿estás enamorado?
CARLOS: Sí estoy.
POLILLA: Gran susto me has dado.
CARLOS: Pues escucha.
POLILLA: Va de cuento.
CARLOS: Ya sabes como en Urgel
tuve, antes de mi partida,
del amor del de Bearne
y el de Fox larga noticia.
De Dïana pretendientes,
dieron con sus bizarrías
voz a la fama, y asombro
a todas estas provincia.
El ver de amor tan rendidos
como la fama publica
dos príncipes tan bizarros,
que aun los alaba la envidia,
me llevó a ver si esto en ellos
era por galantería,
gusto, opinión o violencia
de su hermosura divina.
Entré pues en Barcelona;
víla en su palacio un día
sin susto del corazón
ni admiración de la vistas,
una hermosura modesta,
con muchas señas de tibia,
mas sin defecto común
ni perfección peregrina,
de aquellas en quien el juicio,
cuando las vemos queridas,
por la admiración apela
al no sé qué de la dicha.
La ocasión de verme entre ellos
cuando al valor desafían
en públicas competencias,
con que el favor solicitan,
ya que no pudo a mi amor,
empeñó mi bizarría,
ya en fiestas y ya en torneos
y otras empresas debidas
al culto de una deidad
a cuya soberanía
sin el empeño de amor
la obligación sacrifica.
Tuve en todas tal fortuna
que, dejando deslucidas
sus acciones, salí siempre
coronado con las mías,
y el vulgo, con el suceso,
la corona merecida
con la suerte dio a mi frente
por mérito, siendo dicha,
que cualquiera de los dos
que en ella me competía
la mereció más que yo.
Pero para conseguirla
tuve yo el faltar mi amor
y no tener la codicia
con que ellos la deseaban,
y así por fuera fue mía;
que en los casos de la suerte,
por tema de su malicia,
se van siempre las venturas
a quien no las solicita.
Siendo pues mis alabanzas
de todos tan repetidas,
sólo en Dïana hallé siempre
una entereza tan hija
de su esquiva condición
que, siendo mis bizarrías
dedicadas a su aplauso,
nunca me dejó noticia,
aya que no de favorable,
siquiera de agradecida.
Y esto con tanta esquivez
que en todos dejó la misma
admiración que en mis ojos;
pues la extraña demasía
de su entereza pasaba
del decoro la medida
y, excediendo de recato,
tocaba ya en grosería;
que a las damas de tal nombre
puso el respeto dos líneas:
una es la desatención,
y otra el favor; mas la avisa
que ponga entre ellas la planta
tan ajustada y medida
que en una ni en otra toque,
porque si de agradecida
adelanta mucho el pie,
la raya del favor pisa,
y es ligereza, y si entera
mucho, y la planta retira
por no tocar el favor,
pisa en la descortesía.
Este error hallé en Dïana,
que empeñó mi bizarría
a moverla por lo menos
a atención, si no a caricia;
y este deseo en las fiestas
me obligaba a repetirlas,
a buscar nuevos empeños
al valor y ala osadía;
mas nunca pude sacar
de su condición esquiva
más que más causa a la queja
y más culpa a la malicia.
De esto nación el inquirir
si ella conmigo tenía
alguna aversión o queja
mal fundada o presumida,
y averigüé que Dïana
del discurso las primicias,
con las luces de su ingenio
las dio a la filosofía.
De este estudio y la lección
de las fábulas antiguas,
resultó un común desprecio
de los hombres, unas iras
contra el orden natural
del amor con quien fabrica
el mundo a su duración
alcázares en que viva;
tan estable en su opinión,
que da con sentencia fija
el querer bien por pasión
de las mujeres indigna;
tanto, que siendo heredera
de esta corona, y precisa
la obligación de casarse,
la renuncia y desestima
por no ver que haya quien triunfe
de su condición altiva.
A su cuarto hace la selva
de Dïana, y son las ninfas
sus damas, y en este estudio
las emplea todo el día.
Sólo adornan sus paredes
de las ninfas fugitivas
pinturas que persüaden
al desdén. Allí se mira
a Dafne huyendo de Apolo,
Anajarte convertida
en piedra por no querer,
Aretusa en fuentecilla,
que el tierno llanto de Alfeo
paga en lágrimas esquivas.
Y viendo el conde, su padre,
que en este error se confirma
cada día con más fuerza,
que la razón no la obliga,
que sus ruegos no la ablandan,
y con tal furia se irrita
en hablándola de amor,
que teme que la encamina
a un furor desesperado,
que el medio más blando elija
la aconseja su prudencia,
y a los príncipes convida
para que, haciendo por ella
fiestas y galanterías,
sin la persuasión ni el ruego,
la naturaleza misma
sea quien lidie con ella,
por si, teniendo a la vista
aplausos y rendimientos,
ansias, lisonjas, caricias,
su propio interés la vence
o la obligación la inclina,
que en quien la razón no labra,
endurece la porfía
del persuadir. Y no hay cosa
como dejar a quien lidia
con su misma sinrazón;
pues si ella misma le guía
al error, en dando en él,
es fuerza quedar vencida,
porque no hay con el que a oscuras
por un mal paso camina,
para que vea su engaño,
mejor luz que la caída.
Habiendo ya averiguado
que esto en su opinión esquiva
era desprecio común
y no repugnancia mía,
claro está que yo debiera
sosegarme en mi porfía;
y considerando bien
opinión tan exquisita,
primero que a sentimiento
pudiera moverme a risa.
Pues para que se conozca
la vileza más indigna
de nuestra naturaleza,
aquella hermosura misma
que yo antes libre miraba
con tantas partes de tibia,
cuando la vi desdeñosa,
por lo imposible a la vista,
la que miraba común,
me pareció peregrina.
¡Oh, bajeza del deseo!
Que aunque sea a la codicia
de más precio lo que alcanza
que no lo que se retira,
sólo por la privación
de más valor lo imagina,
y da el precio a lo difícil,
que su mismo ser le quita.
Cada vez que la miraba
más vella me parecía,
e iba creciendo en mi pecho
este fuego tan aprisa
a que, absorto de ver la llama,
a ver la causa volvía,
y hallaba que aquella nieve
de su desdén, muda y tibia,
producía en mí este incendio.
¡Qué ejemplo para el que olvida!
Seguro piensa que está
el que en la ceniza fría
tiene ya su amor difunto:
¡qué engañado lo imagina!
Si amor se enciende de nieve,
¿quién se fía en la ceniza?
Corrido yo de mis ansias
preguntaba a mis fatigas:
¡Traidor corazón! ¿Qué es esto?
¿Qué es esto, aleves caricias?
La que neutral no os agrada
¿os parece bien esquiva?
La que vista no os suspende
¿cuando es ingrata os admira?
¿Qué le añade a la hermosura
el rigor que la ilumina?
¿Con el desdén es hermosa
la que sin desdén fue tibia?
El desprecio, ¿no es injuria?
La que desprecia, ¿no irrita?
Pues la que no pudo afable,
¿por qué os arrastra enemiga?
La crueldad a la hermosura,
¿el ser de deidad la quita?
Pues, ¿qué, para mí la ensalza
lo que para sí la humilla?
Lo tirano, ¿se aborrece?
Pues a mí, ¿cómo me obliga?
¿Qué es esto, amor? ¿Es acaso
hermosa la tiranía?
No es posible, no; esto es falso;
no es esto amor, ni hay quien diga
que arrastrar pudo inhumana
la que no movió divina.
Pues, ¿qué es esto? ¿Esto no es fuego?
Sí, que mi ardor lo acredita;
no, que el hielo no lo causa;
sí, que el pecho lo publica.
No puede ser, no es posible,
no, que a la razón implica.
Pues, ¿qué será? Esto es deseo.
¿De qué? De mi muerte misma.
Yo mi mal querer no puedo;
pues, ¿qué será? ¿Una codicia
de aquello que se me aparte?
No, porque no la querría
el corazón. ¿Esto es tema?
No. Pues, alma, ¿qué imaginas?
Bajeza es del pensamiento;
no es sino soberanía
de nuestra naturaleza
cuya condición altiva
todo lo quiere rendir,
como superior se mira.
Y habiendo visto que hay pecho
que a su halago no se rinda,
el dolor de este desdén
le abrasa y le martiriza,
y produce un sentimiento,
con que a desear le obliga
vencer aquel imposible.
Y ardiendo en esta fatiga,
como hay parte de deseo,
y este deseo lastima,
parece efecto de amor
porque apetece y aspira,
y no es sino sentimiento
equivocado en caricia.
Esto la razón discurre;
mas la voluntad, indigna,
toda la razón me arrastras
y todo el valor me quita.
Sea amor o sentimiento,
nieve, ardor, llama o ceniza,
yo me abraso, yo me rindo
a esta furia vengativa
de amor, contra la quietud
de mi libertad tranquila;
y sin esperanza alguna
de sosiego en mis fatigas,
yo padezco en mi silencio,
yo mismo soy de las iras
de mi dolor alimento;
mi pena se hace a sí misma,
porque, más que mi deseo,
es rayo que me fulmina,
aunque es tan digna la causa,
el ser la razón indigna;
pues mi ciega voluntad
se lleva y se precipita
del rigor, de la crueldad,
del desdén, la tiranía,
y muero, más que de amor,
de ver que a tanta desdicha
quien no pudo como hermosa,
me arrastrase como esquiva.
POLILLA: Atento, señor, he estado,
y el suceso no me admira,
porque esto, señor, es cosa
que sucede cada día.
Mira. Siendo yo muchacho,
había en mi casa vendimia,
y por el suelo las uvas
nunca me daban codicia.
Pasó este tiempo y después
colgaron en la cocina
las uvas para el invierno;
y yo, viéndolas arriba,
rabiaba por comer de ellas
tanto, que trepando un día
por alcanzarlas, caí
y me quebré las costillas.
Éste es el caso, él por él.
CARLOS: No el ser natural me alivia
si es injusto el natural.
POLILLA: Di, señor, ¿ella mira
con más cariño a otro?
CARLOS: No.
POLILLA: Y ellos, ¿no la solicitan?
CARLOS: Todos vencerla pretenden.
POLILLA: Pues que cae más aprisa
apostaré.
CARLOS: ¿Por qué causa?
POLILLA: Sólo porque es tan esquiva.
CARLOS: ¿Cómo ha de ser?
POLILLA: Verbigracia.
¿Viste una breva en la cima
de una higuera, y los muchachos
que en alcanzarla porfían
piedras la tiran a pares;
y aunque a algunas se resista,
al cabo, de aporreada
con las piedras que la tiran,
viene a caer más madura?
Pues lo mismo aquí imagina.
Ella está tiesa y muy alta;
tú tus pedradas la tiras;
los otros tiran las suyas;
luego, por más que resista,
ha de venir a caer,
de una y otra a la porfía,
más madura que una breva.
Mas cuidado a la caída,
que el cogerla es lo que importa;
que ella caerá, como hay viñas.
CARLOS: El conde, su padre, viene.
POLILLA: Acompañado, se mira,
del de Fox y el de Bearne.
CARLOS: Ninguno tiene noticia
del incendio de mi pecho,
porque mi silencio abriga
el áspid de mi dolor.
POLILLA: Ésa es mayor valentía.
Callar tu pasión mucho es,
¡vive Dios! ¿Por qué imaginas
que llaman ciego a quien ama?
CARLOS: Porque sus yerros no mira.
POLILLA: No tal.
CARLOS: Pues, ¿por qué esta ciego?
POLILLA: Porque el que ama, al ciego imita.
CARLOS: ¿En qué?
POLILLA: Encantar la pasión
por calles y por esquinas.
CONDE: Príncipes, vuestro justo sentimiento,
mirado bien, no es vuestro, sino mío
Ningún remedio intento,
que no le venza el ciego desvarío
de Dïana, en quien hallo
cada vez menos medios de enmendallo.
Ni del poder de padre a usar me atrevo,
ni del de la razón, porque se irrita
tanto cuando de amor a hablarla pruebo,
que a más daño el furor la precipita.
Ella, en fin, por no mar ni sujetarse,
quiere morir primero que casarse.
GASTÓN: Ésa, señor, es opinión aguda
de su discurso, a los estudios dado,
que el tiempo sólo o la razón la muda;
y sin razón estás desesperado.
CONDE: Conde de Fox, aunque verdad es ésa,
no me atrevo a empeñaros en la empresa
de que asistáis en vano a su hermosura,
faltando en vuestro estado a su asistencia.
PRÍNCIPE: Señor, con tu licencia,
el que es capricho injusto, nunca dura;
y aunque el vencerle es dificultoso,
yo estoy perdiendo tiempo más airoso,
ya que a este intento de Bearne vine,
que dejando la empresa mi constancia,
porque es mayor desaire que imagine
nadie que al dejé por inconstancia,
ni ese crédito es de su hermosura,
ni del honesto amor que la procura.
CARLOS: El Príncipe, señor, ha respondido
como galán, bizarro y caballero;
que aun en mí, que he venido
sin ese empeño, sólo aventurero,
a festejar no haciendo competencia,
dejar de proseguir fuera indecencia.
CONDE: Príncipes, lo que siento es empeñaros
en porfiar, cuando halla la porfía
de mayor resistencia indicios claros;
si la gala, el valor, la bizarría,
no la mueve ni inclina, ¿con qué intento
vencer imagináis su entendimiento?
POLILLA: Señor, un necio a veces halla un medio
que aprueba la razón. Si dais licencia,
yo me atreveré a daros un remedio
con que, aunque ella aborrezca su presencia,
se le vayan los ojos, hechos fuentes,
tras cualquiera galán de los presentes.
CONDE: Pues, ¿qué medio imaginas?
POLILLA: Como mío.
Hacer justas, torneos, a una ingrata,
es poner ollas a quien tiene hastío.
El medio es, que rendirla no dilata,
poner en una torre a la Princesa,
sin comer cuatro días ni ver mesa;
y luego han de pasar estos galanes
delante de ella y convidando a escote,
el uno con seis pollas y dos panes,
el otro con un plato de jigote;
y a mí me lleve el diablo, si los viere,
si tras ellos corriendo no saliere.
CARLOS: ¡Calla, loco bufón!
POLILLA: ¿Esto es locura?
Ejecútese el medio, y a la prueba.
Sitien luego por hambre su hermosura,
y verán si los ojos no la lleva
quien sacare un vestido de camino,
guarnecido de lonjas de tocino.
PRÍNCIPE: Señor, sola una cosa por mí pido,
que don Gastón también ha de querella.
Nunca hablar a Dïana hemos podido;
danos licencia tú de hablar con ella,
que el trato y la razón puede mudarla.
CONDE: Aunque la ha de negar, he de intentarla.
Pensad vosotros medios y ocasiones
de mover su entereza, que a escucharos
yo la sabré obligar con mis razones,
que es cuanto puedo hacer para ayudaros
a la empresa tan justa y deseada
de ver mi sucesión asegurada.
PRÍNCIPE: Conde, crédito es de la nobleza
de nuestra heroica sangre la porfía
de rendir el desdén de su belleza;
juntos la hemos de hablar.
CARLOS: Yo compañía
al empeño os haré, mas no al deseo,
porque yo sin amor sigo este empleo.
GASTÓN: Pues ya que vos no estáis enamorado,
¿qué medios seguiremos de obligalla?
Que esto lo ve mejor el descuidado.
CARLOS: Yo un medio sé que mi silencio calla,
porque otro empeño es, que al proponerle
cualquiera de los dos ha de quererle.
PRÍNCIPE: Decís bien.
GASTÓN: Pues, Bearne, vamos luego
a imaginar festejos y finezas.
PRÍNCIPE: A introducir en su desdén el fuego.
GASTÓN: Ríndanse a nuestro incendio sus tibiezas.
CARLOS: Yo a eso asistiré.
PRÍNCIPE: Pues a esta gloria.
CARLOS: Y que del más feliz sea la victoria.
POLILLA: Pues, ¿qué es esto, señor? ¿Por qué has negado
tu amor?
CARLOS: He de seguir otro camino
de vencer un desdén tan desusado.
Ven, y yo te diré lo que imagino,
que tú me has de ayudar.
POLILLA: Eso no hay duda.
CARLOS: Allá has de entrar.
POLILLA: Seré Simón y ayuda.
CARLOS: ¿Sabráste introducir?
POLILLA: Y hacer pesquisas.
¿Yo Polilla no soy? ¿Eso previenes?
Me sabré introducir en sus camisas.
CARLOS: Pues ya a mi amor le doy los parabienes.
POLILLA: Vamos, que si eso importa a las marañas,
yo sabré apolillarle las entrañas.
MÚSICA: "Huyendo la hermosa Dafne,
burla de Apolo la fe,
sin duda la sigue un rayo,
pues la defiende un laurel."
DIANA: ¡Qué bien que suena en mi oído
aquel honesto desdén!
¡Que hay mujer que quiera bien!
¡Que haya pecho agradecido!
CINTIA: (¡Que por error su agudeza Aparte
quiera el amor condenar;
y si lo es, quiera enmendar
lo que error naturaleza!)
DIANA: Este romance cantad;
proseguid, que el que le hizo,
bien conoció el falso hechizo
de esa tirana deidad.
MÚSICOS: "Poca o ninguna distancia
hay de amar a agradecer,
no agradezca la que quiere
la victoria del desdén."
DIANA: ¡Qué bien dice! Amor es niño,
y no hay agradecimiento,
que al primer paso, aunque lento,
no tropiece en su cariño.
Agradecer es pagar
con un decente favor;
luego quien paga el amor
ya estima el verse adorar.
Pues si estima, agradecida,
ser amada una mujer,
¿que falta para querer
a quien quiere ser querida?
CINTIA: El agradecer, Dïana,
es deuda noble y cortés;
la que agradecida es
no se infiere que es liviana.
Que agradece la razón
siempre en nosotras se infiere;
la voluntad es quien quiere;
distintas la causas son;
luego si hay diversidad
en la causa y el intento,
bien puede el entendimiento
obrar sin la voluntad.
DIANA: Que haber puede estimación
sin amor es la verdad,
porque amar es voluntad
y agradecer es razón.
No digo que ha de querer
por fuerza la que agradece;
pero, Cintia, me parece
que está cerca de caer;
y quien de esto se asegura,
no teme o no ve el engaño,
porque no recela el daño
quien al riesgo se aventura.
CINTIA: El ser desagradecida
es delito descortés.
DIANA: Pero el agradecer es
peligro de la caída.
CINTIA: Yo el delito no permito.
DIANA: Ni yo un riesgo tan extraño.
CINTIA: Pues por excusar un daño,
¿es bien hacer un delito?
DIANA: Sí, siendo tan contingente
el riesgo.
CINTIA: Pues, ¿no es menor,
si es contingente, este error
que esta delito presente?
DIANA: No, que es más culpa el amar,
que falta el no agradecer.
CINTIA: ¿No es mejor, si puede ser,
el no querer y estimar?
DIANA: No, porque a querer se ha de ir.
CINTIA: Pues, ¿no puede allí parar?
DIANA: Quien no resiste a empezar,
no resiste a proseguir.
CINTIA: Pues el ser agradecida,
¿no es mejor, si esto es ganancia,
y gastar esa constancia
en resistir la caída?
DIANA: No, que eso es introducirle
al amor, y al desecharle,
no basta para arrojarle
lo que puede resistirle.
CINTIA: Pues cuando eso haya de ser,
más que a la atención faltar,
me quiero yo aventurar
al peligro de querer.
DIANA: ¿Qué es querer? Tú hablas así,
o atrevida o sin cuidado;
sin duda te has olvidado
que estás delante de mí.
¡Querer! ¿Se ha de imaginar
en mi presencia querer?
¡Mas eso no puede ser!
Laura, volved a cantar.
MÚSICOS: "No se fíe en las caricias
de Amor quien niño le ve;
que, con presencia de niño,
tiene decretos de rey."
POLILLA: (¡Plegue al cielo que dé fuego Aparte
mi entrada!
DIANA: ¿Quién entra aquí?
POLILLA: "Ego."
DIANA: ¿Quién?
POLILLA: "Mihi, vel mí;
[e]scholasticus sum ego,
pauper et enamoratus."
DIANA: ¿Vos enamorado estáis?
Pues, ¿cómo aquí entrar osáis?
POLILLA: No, señora; "escarmentatus."
DIANA: ¿Qué os escarmentó?
POLILLA: Amor ruin;
y escarmentado en su error,
me he hecho médico de amor,
por ir de ruin a rocín.
DIANA: ¡De dónde sois?
POLILLA: De un lugar.
DIANA: Fuerza es.
POLILLA: No he dicho poco;
que en latín lugar es "loco."
DIANA: Ya os entiendo.
POLILLA: Pues andar.
DIANA: ¿Y a qué entráis?
POLILLA: La fama oí
de vos, con admiración
de tan rara condición.
DIANA: ¿Dónde supisteis de mí?
POLILLA: En Acapulco.
DIANA: ¿Dónde es?
POLILLA: Media leguas de Tortosa;
y mi codicia, ambiciosa,
de saber curar después
del mal de Amor, sarna insana,
me trajo a veros, por Dios,
por sólo aprender de vos.
Partíme luego a la Habana,
por venir a Barcelona,
y tomé postas allí.
DIANA: ¿Postas en la Habana?
POLILLA: Sí.
Y me apeé en Tarragona,
de donde vengo hasta aquí,
como hace fuerte el verano,
a pie a pediros la mano.
DIANA: ¿Y qué os parece de mí?
POLILLA: Eso es fuerza que me aturda;
no tiene Amor mejor flecha
que vuestra mano derecha,
si no es sacáis la zurda.
DIANA: ¡Buen humor tenéis!
POLILLA: Así,
¿gusta mi conversación?
DIANA: Sí.
POLILLA: Pues con una ración
os podéis hartar de mí.
DIANA: Yo os la doy.
POLILLA: Beso... ¡Qué error!
¿Beso dije? Ya no beso.
DIANA: Pues, ¿por qué?
POLILLA: El beso es el queso
de los ratones de Amor.
DIANA: Yo os admito.
POLILLA: Dios delante;
mas sea con plaza de honor.
DIANA: ¿No sois médico?
POLILLA: Hablador,
y así seré platicante.
DIANA: Y del mal de Amor, que mata,
¿cómo curáis?
POLILLA: Al que es franco
curo con ungüento blanco.
DIANA: ¿Y sana?
POLILLA: Sí, porque es plata.
DIANA: ¿Estáis mal con él?
POLILLA: Su nombre
me mata. Llamó al Amor
Averroes hernia, un humor
que hila las tripas a un hombre.
Amor, señora, es congoja,
traición, tiranía villana,
y sólo el tiempo le sana,
suplicaciones y aloja.
Amor es quita-razón,
quita-sueño, quita-bien,
quita-pelillos también,
que hará calvo a un motilón.
Y las que él obliga a amar,
todas acaban en quita,
Francisquita, Mariquita,
por ser todas al quitar.
DIANA: Lo que había menester
para mi divertimiento
tengo en vos.
POLILLA: Con ese intento
vino yo desde Añover.
DIANA: ¿Añover?
POLILLA: El me crïó;
que en este lugar extraño
se ven melones cada año,
y así Año-ver se llamó.
DIANA: ¿Cómo os llamáis?
POLILLA: Caniquí.
DIANA: Caniquí, a vuestra venida
estoy muy agradecida.
POLILLA: Para las dueñas nací.
(Ya yo tengo introducción. Aparte
Así en el mundo sucede:
lo que un príncipe no puede,
yo he logrado por bufón.
Si ahora no llega a rendilla
Carlos, sin maña se viene,
pues ya introducida tiene
en su pecho la polilla.)
LAURA: Con los príncipes tu padre
viene, señora, acá dentro.
DIANA: ¿Con los príncipes? ¿Que dices?
¿Qué intenta mi padre? ¡Cielos!
Si es repetir la porfía
de que me case, primero
rendiré el cuello a un cuchillo.
CINTIA: ¿Hay tal aborrecimiento
de los hombres? ¿Es posible,
Laura, que el brío, el aliento
del de Urgel no la arrebate?
LAURA: Que es hermafrodita pienso.
CINTIA: A mí me lleva los ojos.
LAURA: Y a mí el Caniquí, en secreto,
me ha llevado las narices;
que me agrada para lienzo.
CONDE: Príncipes,entrad conmigo.
CARLOS: (Sin alma a sus ojos vengo; Aparte
no sé si tendré valor
para fingir lo que intento.
Siempre la hallo más hermosa.)
DIANA: (¡Cielos! ¿Qué puede ser esto?) Aparte
CONDE: ¿Hija? ¿Dïana?
DIANA: ¿Señor?
CONDE: Yo, que a tu decoro atiendo,
y a la deuda en que me ponen
los condes con sus festejos,
habiendo de ellos sabido
que del retiro que has hecho
de su vista, están quejosos...
DIANA: Señor, que me des, te ruego,
licencia, antes que prosigas,
ni tu palabra haga empeño
de cosa que te esté mal,
de prevenirte mi intento.
Lo primero es, que contigo
mi voluntad tener puedo,
ni la tengo, porque sólo
mi albedrío es tu precepto.
Lo segundo es, que el casarme,
señor, ha de ser lo mesmo
que dar la garganta a un lazo
y el corazón a un veneno.
Casarme y morir es uno,
mas tu obediencia es primero
que mi vida. Esto asentado,
venga ahora tu decreto.
CONDE: Hija, mal has presumido,
que yo casarte no intento,
sino dar satisfacción
a los príncipes, que han hecho
tantos festejos por ti.
Y el mayor de todos ellos
es pedirte por esposa,
siendo tan digno su aliento,
ya que no de tus favores,
de mis agradecimientos.
Y no habiendo de otorgarlo,
debe atender mi respeto
a que ninguno se vaya,
sospechando que es desprecio,
sino aversión que tu gusto
tiene con el casamiento.
Y también, que esto no es
resistencia a mi precepto,
cuando yo no te lo mando,
porque el amor que te tengo
mi obliga a seguir tu gusto.
Y, pues tú en seguir tu intento
ni a mí me desobedeces
ni los desprecias a ellos,
dales la razón que tiene
para esta opinión tu pecho,
que esto importa a tu decoro
y acredita mi respeto.
DIANA: Si eso pretendéis no más,
oíd, que dárosla quiero.
GASTÓN: Sólo a ese intento venimos.
PRÍNCIPE: Y no extrañéis el deseo,
que más extraña es en vos
la aversión al casamiento.
CARLOS: Yo, aunque a saberlo he venido,
sólo ha sido con pretexto,
sin extrañar la opinión
de saber el fundamento.
DIANA: Pues oíd, que ya le digo.
POLILLA: (¡Vive Dios, que es raro empeño! Aparte
¿Si hallará razón bastante?
Porque será bravo cuento
dar razón para ser loca.)
DIANA: Desde aquel albor primero
con que amaneció al discurso
la luz de mi entendimiento
y el día de la razón,
fue de mi vida el empleo
el estudio y la lección
de la historia, en quien da el tiempo
escarmiento a los futuros
con los pasados ejemplos.
Cuantas ruinas y destrozos,
tragedias y desconciertos
han sucedido en el mundo
entre ilustres y plebeyos,
todas nacieron de amor.
Cuanto los sabios supieron,
cuando a la filosofía
moral liquidó el ingenio,
gastaron en prevenir
a los siglos venideros
el ciego error, la violencia,
el loco, el tirano imperio
de esa mentida deidad
que se introduce en los pechos
con dulce voz de cariño,
siendo un volcán allá dentro.
¿Qué amante jamás al mundo
dio a entender de sus efectos
sino lástimas, desdichas,
lágrimas, ansias, lamentos,
suspiros, quejas, sollozos,
sonando con triste estruendo
para lastimar las quejas,
para escarmentar los ecos?
Si alguno correspondido
se vio, paró en un despeño,
que al que no su tiranía
se opuso el poder del cielo.
Pues si quien se casa va
a amar por deuda y empeño,
¿cómo se puede casar
quien sabe de amor el riesgo?
Pues casarse sin amor
es dar causa sin efecto.
¿Cómo puede ser esclavo
quien no se ha rendido al dueño?
¿Puede hallar un corazón
más indigno cautiverio
que rendirle su albedrío
quien no manda su deseo?
El obedecerle es deuda;
pues, ¿cómo vivirá un pecho
con una obediencia fuera
y una resistencia dentro?
Con amor o sin amor,
yo, en fin, casarme no puedo;
con amor, porque es peligro;
sin amor, porque no quiero.
PRÍNCIPE: Dándome los dos licencia,
responderé a lo propuesto.
GASTÓN: Por mi parte, yo os la doy.
CARLOS: Yo, que responder no tengo,
pues la opinión que yo sigo
favorece aquel intento.
PRÍNCIPE: La mayor guerra, señora,
que hace el engaño al ingenio,
es estar siempre vestido
de aparente argumentos.
Dejando la consecuencias
que tiene amor contra ellos,
que en un discurso engañado
suelen ser de menos precio,
la experiencia es la razón
mayor que hay para venceros,
porque ella sola concluye
con la prueba del efecto.
Si vos os negáis al trato,
siempre estaréis en el yerro,
porque no cabe experiencia
donde se excusa el empeño.
Vos vais contra la razón
natural, y el propio fuero
de nuestra naturaleza
pervertís con el ingenio.
No neguéis vos el oído
a las verdades del ruego,
porque si es razón no amar,
contra la razón no hay riesgo.
Y si no es razón es fuerza,
que os ha de vencer el tiempo,
y entonces será victoria
publicar el vencimiento.
Vos defendéis el desdén;
todos vencerle queremos;
vos decís que esto es razón;
permitíos al festejo,
y haced escuela al desdén,
donde en nuestro galanteo,
los intentos de obligaros
has de ser los argumentos.
Veamos quién tiene razón,
porque ha de ser nuestro empeño
inclinaros al cariño,
o quedar vencidos ellos.
DIANA: Pues para que conozcáis
que la opinión que yo llevo
es hija del desengaño,
y del error vuestro intento,
festejad, imaginad
cuanto caminos y medio
de obligar una hermosura
tiene amor, halla el ingenio,
que desde aquí me permito
a lisonjas y festejos
con el oído y los ojos,
sólo para convenceros
de que no puedo querer,
y que el desdén que yo tengo,
sin fomentarle el discurso,
es natural en mi pecho.
GASTÓN: Pues si argumento ha de ser
desde hoy nuestro galanteo,
todos vamos a argüir
contra el desdén y despego.
Príncipes, de la razón
y de amor es ya el empeño;
cada uno un medio elija
de seguir este argumento.
Veamos, para concluir,
quién elige mejor medio.
PRÍNCIPE: Yo voy a escoger el mío,
y de vos, señora, espero
que habéis de ser contra vos
el más agudo argumento.
CARLOS: Pues yo, señora, también,
por deuda de caballero,
proseguiré en festejaros,
mas será sin ese intento.
DIANA: Pues, ¿por qué?
CARLOS: Porque yo sigo
la opinión de vuestro ingenio;
mas aunque es vuestra opinión,
la mía es con más extremo.
DIANA: ¿De qué suerte?
CARLOS: Yo, señora,
no sólo querer no quiero
mas ni quiero ser querido.
DIANA: Pues, ¿en ser querido hay riesgo?
CARLOS: No hay riesgo pero hay delito;
no hay riesgo, porque mi pecho
tiene tan establecido
el no amar en ningún tiempo,
que si el cielo compusiera
una hermosura de extremos
y ésta me amara, no hallara
correspondencia en mi afecto.
Hay delito, porque cuando
sé yo que querer no puedo,
amarme y no amar, sería
faltar mi agradecimiento.
Y así yo, ni ser querido
ni querer, señora, quiero,
porque temo ser ingrato
cuando sé yo que he de serlo.
DIANA: Luego, ¿vos me festejáis
sin amarme?
CARLOS: Esto es muy cierto.
DIANA: Pues, ¿para qué?
CARLOS: Por pagaros
la veneración que os debo.
DIANA: Y eso, ¿no es amor?
CARLOS: ¿Amor?
No, señora, esto es respeto.
POLILLA: (¡Cuerpo de Cristo! ¡Qué lindo! Aparte
¡Qué bravo botón de fuego!
Échala de ese vinagre,
y verás, para su tiempo,
qué bravo escabeche sale.)
DIANA: Cintia, ¿has oído a este necio?
¿No es graciosa su locura?
CINTIA: Soberbia es.
DIANA: ¿No será bueno
enamorar a este loco?
CINTIA: Sí, mas hay peligro en eso.
DIANA: ¿De qué?
CINTIA: Que tú te enamores,
si no logras el empeño.
DIANA: Ahora eres tú más necia;
pues, ¿cómo puede ser eso?
No me mueven los rendidos
y, ¿ha de arrastrarme el soberbio?
CINTIA: Esto, señora, es aviso.
DIANA: Por eso he de hacer empeño
de rendir su vanidad.
CINTIA: Yo me holgaré mucho de ello.
DIANA: Proseguid la bizarría,
que yo ahora os la agradezco
con mayor estimación,
pues sin amor os la debo.
CARLOS: ¿Vos agradecéis, señora?
DIANA: Es porque con vos no hay riesgo.
CARLOS: Pues yo iré a empeñaros más.
DIANA: Y yo voy a agradecerlo.
CARLOS: Pues mirad que no queráis,
porque cesaré en mi intento.
DIANA: No me costará cuidado.
CARLOS: Pues siendo así, yo lo acepto.
DIANA: Andad. Venid, Caniquí.
CARLOS: ¿Qué decís?
POLILLA: Soy ya ese lienzo.
DIANA: Cintia, rendido has de verle.
CINTIA: Sí será; pero yo temo
que se te trueque la suerte.
(Y eso es lo que yo deseo.) Aparte
DIANA: Mas, ¿oís?
CARLOS: ¿Qué me queréis?
DIANA: Que si acaso os muda el tiempo...
CARLOS: ¿A qué, señora?
DIANA: A querer.
CARLOS: ¿Qué he de hacer?
DIANA: Sufrir desprecios.
CARLOS: ¿Y si en vos hubiese amor?
DIANA: Yo no querré.
CARLOS: Así lo creo.
DIANA: Pues, ¿qué pedís?
CARLOS: Por si acaso...
DIANA: Eso acaso está muy lejos.
CARLOS: ¿Y si llega?
DIANA: No es posible.
CARLOS: Supongo.
DIANA: Yo lo prometo.
CARLOS: Eso pido.
DIANA: Bien está.
Quede así.
CARLOS: Guárdeos el cielo.
DIANA: (Aunque me cueste un cuidado, Aparte
he de rendir a este necio.)
POLILLA: Señor, buena va la danza.
CARLOS: Polilla, yo estoy muriendo;
todo mi valor ha habido
menester mi fingimiento.
POLILLA: Señor, llévalo adelante,
y verás si no da fuego.
CARLOS: Eso importa.
POLILLA: Ven, señor,
que ya yo estoy acá dentro.
CARLOS: ¿Cómo?
POLILLA: Con lo Caniquí
me he hecho lienzo casero.
FIN DE LA PRIMERA JORNADAJORNADA SEGUNDASalen CARLOS y POLILLA
CARLOS: Polilla amigo, el pesar
me quitas. Dale a mi amor
alivio.
POLILLA: A espacio, señor,
que hay mucho que confesar.
CARLOS: Dímelo todo, que lucha
con mi cuidado mi amor.
POLILLA: ¿Quieres besarme, señor?
Apártate allá y escucha.
Lo primero, esos bobazos
de estos príncipes, ya sabes
que en fiestas y asuntos graves
se están haciendo pedazos.
Fiesta tras fiesta no tarda,
y con su desdén tirano
hacer fiestas es en vano,
porque ella no se las guarda.
Ellos gastan su dinero
sin que con ello la obliguen,
y de enamorarla siguen
el camino carretero.
Y ellos mismos son testigos
que van mal, que esta mujer
el alcanzarla ha de ser
echando por esos trigos.
Y es tan cierta esta opinión
que con tu desdén fingido
de tal suerte la has herido
que ha pedido confesión;
y con mi bellaquería
su pecho ha comunicado,
como ella me ha imaginado
doctor de esta teología.
Para rendirte, un intento
siempre a preguntar me sale.
Mira tú de quien se vale
para que se yerre el cuento.
Yo dije con gran mesura--
"Si eso en cuidado te tray,
para obligarle no hay
medio como tu hermosura.
Hazle un favor, golpe en bola,
de cuando en cuando al cuitado,
y, en viéndole enamorado,
vuélvete y dile mamola."
Ella de mi parecer
se ha agradado de tal arte
que ya está en galantearte.
Mas ahora es menester
que con ceño impenetrable,
aunque parezcas grosero,
siempre tú estés más entero
que bolsa de miserable.
Ni te piques con la salsa,
no piense tu bobería
que está la casa vacía
por ver la cédula falsa,
porque ella la trae pegada,
y si tú vas a leella,
has de hallar que dice en ella--
"Aquí no se alquila nada."
CARLOS: Y de eso, ¡qué ha de sacarse?
POLILLA: Que se pique esta mujer.
CARLOS: Pues, ¿cómo puedes saber
que ha de venir a picarse?
POLILLA: ¿Cómo picarse? ¡Eso es bueno!
Si ella lo finge diez días
y tú de ella te desvías,
te ha de querer al onceno,
a los doce ha de rabiar,
y a los trece, me parece
que, aunque ella se esté en sus trece,
te ha de venir a rogar.
CARLOS: Yo pienso que dices bien;
mas yo temo de mi amor
que si ella me hace un favor
no sepa hacerla un desdén.
POLILLA: ¿Qué más dijera una niña?
CARLOS: Pues, ¿qué haré?
POLILLA: Mostrarte helado.
CARLOS: ¿Cómo, se estoy abrasado?
POLILLA: Beber mucha garapiña.
CARLOS: Yo he de esforzar mi cuidado.
POLILLA: ¡Ah sí! ¡Pesia a mi memoria!
que lo mejor de la historia
es lo que se me ha olvidado.
Ya sabes que ahora son
Carnestolendas.
CARLOS: ¿Y pues?
POLILLA: Que en Barcelona uso es
de esta gallarda nación,
que con fiestas se divierte,
llevar, sin nota en su fama,
cada galán a su dama.
Esto en palacio es por suerte;
ellas eligen colores,
pide una el galán que viene,
y la dama que le tiene
va con él, y a hacer favores
al galán el día la empeña;
él se obliga a ser imán,
y es gusto porque es galán
que suele ir con una dueña.
Esto supuesto, Dïana
contigo el ir ha dispuesto,
y no sé, por lograr esto,
como han puesto la pavana.
Ello está trazado ya;
mas ella sale. Hacia allí
te esconde; no te halle aquí,
porque lo sospechará.
CARLOS: Persuade tú a su desvío
que me enamore.
POLILLA: Es forzoso.
Tú eres enfermo dichoso,
pues te cura el beber frío.
DIANA: Cintia, este medio he pensado
para rendirle a mi amor;
yo he de hacerle más favor.
Todas, como os he mandado,
como yo, habéis de traer
cintas de todas colores,
con que al pedir los favores
podréis cualquiera escoger
el galán que os pareciere,
pues cualquier color que pida
ya la tenéis prevenida,
y la que el de Urgel pidiere
dejádmela para mí.
CINTIA: Gran victoria has de alcanzar
si le sabes obligar
a quererte.
DIANA: ¿Caniquí?
POLILLA: ¡Oh, luz de este firmamento!
DIANA: ¿Qué hay de nuevo?
POLILLA: Me he hecho amigo
de Carlos.
DIANA: Mucho me obligo
de tu cuidado.
POLILLA: (Así intento Aparte
ser espía y del consejo.
No es mi prevención muy vana,
que esto es echar la botana
por si se sale el pellejo.)
DIANA: ¿Y no has descubierto nada
de lo que yo de él procuro?
POLILLA: ¡Ay, señora! Está más duro
que huevo para ensalada;
pero yo sé tretas bravas
con que has de hacerle bramar.
DIANA: Pues tú lo has de gobernar.
POLILLA: (¡Ay, pobreta, que te clavas!) Aparte
DIANA: Mil escudos te apercibo
si tú su desdén allanas.
POLILLA: Sí, haré. (El emplasto de ranas Aparte
pone por madurativo.)
Y si le vieses querer,
¿qué harás después de tentarle?
DIANA: ¿Qué? Ofenderle, despreciarle,
ajarle y darle a entender
que ha de rendir sus sosiegos
a mis ojos por despojos.
CARLOS: (¡Fuego de amor en tus ojos!) Aparte
POLILLA: (¡Gran gusto es ver dos juegos!) Aparte
Digo, ¿y no sería mejor,
después de haberle rendido,
tener piedad del caído?
DIANA: ¿Qué llamas piedad?
POLILLA: De amor.
DIANA: ¿Qué es amor?
POLILLA: Digo, querer,
así al modo de empezar;
que aquesto de pellizcar
no es lo mismo que comer.
DIANA: ¿Qué es lo que dices? ¿Querer?
¿Yo me había de rendir?
Aunque le viera morir
no me pudiera vencer.
CARLOS: (¿Hay mujer más singular?
¡Oh, crüel!)
POLILLA: (Déjame hacer;
que no sólo ha de querer,
vive Dios, sino envidar.)
CARLOS: (Yo salgo. El alma se abrasa.)
POLILLA: Carlos viene.
DIANA: Disimula.
POLILLA: (Lástima es que tome bula; Aparte
¡si supiera lo que pasa!)
DIANA: Cintia, avisa cuando es hora
de ir al sarao.
CINTIA: Ya he mandado
que estén con ese cuidado.
CARLOS: Y yo el primero, señora,
vengo, pues es deuda igual,
a cumplir mi obligación.
DIANA: Pues, ¿cómo, sin afición,
sois vos el más puntüal?
CARLOS: Como tengo el corazón
sin los cuidados de amar,
tiene el alma más lugar
de cumplir su obligación.
POLILLA: (Hazle un favorcillo al vuelo,
por si más grato le ves.)
DIANA: (Eso procuro.)
POLILLA: (Esto es Aparte
hacerla escupir al cielo.)
DIANA: Mucho, no teniendo amor,
vuestra asistencia me obliga.
CARLOS: Si es mandarme que prosiga,
sin hacerme ese favor,
lo haré yo, porque obligada
a eso mi atención está.
DIANA: Poca lumbre el favor da.
POLILLA: Está la yesca mojada.
DIANA: Luego, ¿al favor que os hago
no le dais estimación?
CARLOS: Eso con veneración,
mas no con amor le pago.
POLILLA: (¡Necio! Ni aun así le pagues.)
CARLOS: (¿Qué quieres? Templa mi ardor,
aunque es fingido, el favor.)
POLILLA: (Pues enjuágate y no tragues.)
DIANA: ¿Qué le has dicho?
POLILLA: Que, al oíllos
agradezca tus favores.
DIANA: Bien haces.
POLILLA: (Esto es, señores, Aparte
engañar a dos carrillos.)
DIANA: Si yo a querer algún día
me inclinase, fuera a vos.
CARLOS: ¿Por qué?
DIANA: Porque entre los dos
hay oculta simpatía.
El llevar vos mi opinión,
el ser vos del genio mío;
y, a sufrirlo mi albedrío,
fuera a vos mi inclinación.
CARLOS: Pues hicierais mal.
DIANA: No hiciera,
que sois galán.
CARLOS: No es por eso.
DIANA: Pues, ¿por qué?
CARLOS: Porque os confieso
que yo no os correspondiera.
DIANA: Pues si os viérades amar
de una mujer como yo,
¿no me quisiérades?
CARLOS: No.
DIANA: Claro sois.
CARLOS: No sé engañar.
POLILLA: (¡Oh, pecho heroico y valiente! Aparte
Dale por esos ijares;
si tú no se la pegares,
me la claven en la frente.)
DIANA: (Mucho al enojo me acerco;
tal desahogo no he visto.)
POLILLA: (Desvergüenza es, ¡vive Cristo!)
DIANA: (¿Has visto tal?)
POLILLA: (¡Es un puerco!)
DIANA: (¿Qué haré?)
POLILLA: (Meterle en la danza
de mor, y a puro desdén
quemarle.)
DIANA: (Tú dices bien;
que esa es la mayor venganza.)
Yo os tuve por más discreto.
CARLOS: Pues, ¿qué he hecho contra razón?
DIANA: Eso es ya desatención.
CARLOS: No ha sido sino respeto.
Y porque veáis que es error
que haya en el mundo quien crea
que el que quiere lisonjea,
escuchad lo que es amor.
Amar, señora, es tener
inflamado el corazón
con un deseo de ver
a quien causa esta pasión,
que es la gloria del querer.
Los ojos, que se agradaron
de algún sujeto que vieron,
al corazón trasladaron
las especias que cogieron
y esta inflamación causaron.
Su hidrópica ardor procura
apagar de sus antojos
la sed, viendo la hermosura;
más crece la calentura
mientras más beben los ojos.
Siendo esta fiebre mortal
quien corresponde al amor
bien se ve que es desleal,
pues le remedia el dolor,
dando más fuerzas al mal.
Luego el que amado se viere,
no obliga en corresponder,
si daña, como se infiere.
Pues oíd cómo en querer
tampoco obliga el que quiere.
Quien ama con fe más pura
pretende de su pasión
aliviar la pena dura,
mirando aquella hermosura
que adora su corazón.
El contento de miralla
le obliga al ansia de verla.
Esto, en rigor, es amalla;
luego aquel gusto que halla
le obliga sólo a quererla.
Y esto mejor se percibe
del que aborrecido está,
pues aquél, amando, vive,
no por el gusto que da,
sino por el que recibe.
Los que aborrecidos son
de la dama que apetecen,
no sienten la desazón
porque causa su pasión
sino porque ellos padecen.
Luego si por su tormento
el desdén siente quien ama,
el que quiere más atento,
no quiere el bien de su dama,
sino su propio contento.
A su propia conveniencia
dirige amor su fatiga;
luego es clara consecuencia
que no con amor se obliga
ni con su correspondencia.
DIANA: El amor es una unión
de dos almas que su ser
truecan por transformación,
donde es fuerza que ha de haber
gusto, agrado y elección.
Luego si el gusto es después
del agrado y la elección,
y ésta voluntaria es,
ya le debe obligación,
si no amante, de cortés.
CARLOS: Si vuestra razón infiere
que es amar obligación,
¿por qué os ofende el que quiere?
DIANA: Porque yo tendré razón
para lo que yo quisiere.
CARLOS: ¿Y qué razón puede ser?
DIANA: Yo otra razón no prevengo
más que quererla tener.
CARLOS: Pues ésa es la que yo tengo
para no corresponder.
DIANA: ¿Y si acaso el tiempo os muestra
que vence vuestra porfía?
CARLOS: Siendo una la razón nuestra,
si se venciera la mía
no es muy segura la vuestra.
LAURA: Señora, los instrumentos
ya de ser hora, dan señas
de comenzar el sarao
para las Carnestolendas.
POLILLA: Y ya los príncipes vienen.
DIANA: Tened todas advertencia
de prevenir los colores.
POLILLA: (¡Ah, señor, estar alerta!)
CARLOS: (¡Ay, Polilla, lo que fino
toda una vida me cuesta!)
POLILLA: (Calla, que de enamorarla
te hartarás al ir con ella,
por la obligación del día.)
CARLOS: (Disimula, que ya llegan.)
MÚSICOS: "Venid los galanes
a elegir las damas;
pues en Carnestolendas
Amor se disfraza.
Falarala, larala"
PRÍNCIPE: Dudoso vengo, señora,
pues teniendo corta estrella,
vengo fïado en la suerte.
GASTÓN: Aunque mi duda es la mesma,
el elegir la color
me toca a mí; que el ser buena
pues le toca a mi fortuna;
ella debe cuidar de ella.
DIANA: Pues sentaos, y cada uno
elija color, y sea
como es uso, previniendo
la razón para escogerla;
y la dama que le tiene
salga con él, siendo deuda
el enamorarla en él
y el favorecerle en ella.
MÚSICOS: "Venid los galanes
a elegir las damas;
pues en Carnestolendas
Amor se disfraza.
Falarala, larala"
PRÍNCIPE: Ésta es acción de fortuna,
y ella, por ser loca y ciega,
siempre le da lo mejor
a quien menos partes tenga.
Por ser yo el de menos partes,
es forzoso que aquí sea
quien tiene más esperanza;
y así, el escoger es fuera
el color verde.
CINTIA: (Si yo Aparte
escojo de lo que queda,
después de Carlos, yo elijo
al de Bearne). Yo soy vuestra,
que tengo el verde; tomad.
PRÍNCIPE: Corona, señora, sea
de mi suerte el favor vuestro,
que, a no serlo, elección fuera.
MÚSICOS: "Vivan los galanes
con sus esperanzas,
que para ser dichas
el tenerlas basta.
Falarala, larala."
GASTÓN: Yo nunca tuve esperanza,
sino envidia, pues cualquiera
debe más favor que yo
a las luces de su estrella;
y, pues, siempre estoy celoso,
azul quiero.
FENISA: Yo soy vuestra,
que tengo el azul. Tomad.
GASTÓN: Mudar de color pudiera;
pues ya, señora, mi envidia
con tan buena suerte cesa.
MÚSICOS: "No cesan los celos
por lograr la dicha,
pues los hay entonces
de los que la envidian.
Falarala, larala."
POLILLA: Y yo, ¿he de elegir color?
DIANA: Claro está.
POLILLA: Pues vaya fuera,
que ya salirme quería
a la cara la vergüenza.
DIANA: ¿Que color pides?
POLILLA: Yo tengo
hecho el buche a damas feas;
de suerte que habrá de ser
muy mala la que me quepa.
De las damas que aquí miro
no hay ninguna que no sea
como una rosa; y pues yo
le he de hacer mala por fuerza,
por si ella es como una rosa,
yo la quiero rosa seca.
Rosa seca, sal acá.
¿Quién la tiene?
LAURA: Yo soy vuestra,
que tengo el color. Tomad.
POLILLA: ¿Yo aquí he de favorecerla
y ella a mí ha de enamorarme?
LAURA: No, sino al revés.
POLILLA: Pues vuelta.
Enamórame al revés.
LAURA: Que no ha de ser eso, bestia,
sino enamórame tú.
POLILLA: ¿Yo? Pues toda la manteca,
hecha pringue en la sartén,
a tu blancura no llega,
ni con tu pelo se iguala
la frisa de la bayeta,
ni dos ojos de jabón
más que los tuyos blanquean,
ni siete bocas hermosas
las unas tras otras puestas,
son tanto como la tuya;
y no hablo de pies y piernas,
porque no hilo tan delgado
que aunque yo con tu belleza
he caído, no he caído,
pues no cae el que no peca.
MÚSICOS: "Quien a rosas secas
su elección inclina,
tiene amor de rosas
y temor de espinas.
Falarala, larala."
CARLOS: Yo a elegir quedo el postrero,
y ha sido por la violencia
que me hace la obligación
de haber de fingir finezas;
y pues ir contra el dictamen
del pecho es enojo y pena,
para que lo signifique,
de los colores que quedan
pido el color nacarado.
¿Quién la tiene?
DIANA: Yo soy vuestra,
que tengo el nácar. Tomad.
CARLOS: Si yo, señora, supiera
el acierto de mi suerte,
no tuviera por violencia
fingir amor, pues ahora
le debo tener de veras.
MÚSICOS: "Iras significa
el color de nácar;
el desdén no es ira.
Quien tiene iras ama.
Falarala, larala."
POLILLA: (Ahora te puedes dar
un hartazgo de finezas
como para quince días,
mas no te ahites con ellas.)
DIANA: Guíe la música pues,
a la plaza de las fiestas,
y ya galanes y damas
vayan cumpliendo la deuda.
MÚSICOS: "Vayan los galanes
todos con sus damas,
que en Carnestolendas
Amor se disfraza.
Falarala, larala."
DIANA: (Yo he de rendir a este hombre Aparte
o he de condenarme a necia.)
¡Qué tibio galán hacéis!
Bien se ve en vuestra tibieza
que es violencia enamorar,
y siendo el fingirlo fuerza,
no saberlo hacer no es falta
de amor, sino de agudeza.
CARLOS: Si yo hubiera de fingirlo,
no tan remiso estuviera,
que donde no hay sentimiento
está más pronta la lengua.
DIANA: Luego, ¿estáis enamorado
de mí?
CARLOS: Si no lo estuviera,
no me atara este temor.
DIANA: ¿Qué decís? ¿Habláis de veras?
CARLOS: Pues si el alma lo publica,
¿puede fingirlo la lengua?
DIANA: Pues, ¿no dijisteis que vos
no podéis querer?
CARLOS: Eso era
porque no me había tocado
el veneno de esta flecha.
DIANA: ¿Qué flecha?
CARLOS: La de esta mano
que el corazón me atraviesa
y, como el pez que introduce
su venenosa violencia
por el hilo y por la caña
y al pescador pasma, y hiela
el brazo que le detiene,
a mí el alma me penetra
el dulce, ardiente veneno
que de vuestra mano bella
se introduce por la mía,
y hasta el corazón me llega.
DIANA: (Albricias, ingenio mío, Aparte
que ya rendí su soberbia.
Ahora probará el castigo
del desdén de mi belleza.)
Que, en fin, ¿vos no imaginabais
querer, y queréis de veras?
CARLOS: Toda el alma se me abrasa,
todo mi pecho es centellas.
Temple en mí vuestra piedad
este ardor que me atormenta.
DIANA: Soltad. ¿Qué decís? Soltad.
¿Yo favor? La pasión ciega
para el castigo os disculpa,
mas no para la advertencia.
¿A mí me pedís favor
diciendo que amáis de veras?
CARLOS: (¡Cielos, yo me despeñé!
Pero válgame la enmienda.)
DIANA: ¿No os acordáis de que os dije
que en queriéndome, era fuerza
que sufrieses mis desprecios
sin que os valiese la queja?
CARLOS: ¿Luego de veras habláis?
DIANA: Pues, ¿vos no queréis de veras?
CARLOS: ¿Yo, señora? Pues, ¿se pudo
trocar mi naturaleza?
¿Yo querer de veras? ¿Yo?
¡Jesús, qué error! ¿Eso piensa
vuestra hermosura? ¿Yo amor?
Pues cuando yo le tuviera
de vergüenza lo callara.
Esto es cumplir con la deuda
de la obligación del día.
DIANA: ¿Qué me decís? (¡Yo estoy muerta!) Aparte
¿Que no es de veras? (¿Qué escucho? Aparte
Pues, ¡cómo aquí a hablar no acierta
mi vanidad, de corrida!)
CARLOS: Pues vos, siendo tan discreta,
¿no conocéis que es fingido?
DIANA: Pues, ¿aquello de la flecha,
del pez, el hilo y la caña,
y el decir que el desdén era
porque no os había tocado
del veneno la violencia?
CARLOS: Pues eso es fingido bien.
¿Tan necio queréis que sea
que cuando a fingir me ponga,
lo finja sin apariencia?
DIANA: (¿Qué es esto que me sucede?
¿Yo he podido ser tan necia
que me haya hecho este desaire?
Del incendio de esta afrenta
el alma tengo abrasada.
Mucho temo que lo entienda.
Yo he de enamorar a este hombre,
si toda el alma me cuesta.)
CARLOS: Mirad que esperan, señora.
DIANA: (¿Que a mí este error me suceda!) Aparte
Pues, ¿cómo vos...
CARLOS: ¿Qué decís?
DIANA: (¿Qué iba yo a hacer? Ya estoy ciega.) Aparte
Poneos la máscara y vamos.
CARLOS: (No ha sido mala la enmienda. Aparte
¿Así trata el rendimiento?
¡Ah crüel! ¡Ah ingrata! ¡Ah fiera!
Yo echaré sobre mi fuego
toda la nieve del Etna.)
DIANA: Cierto que sois muy discreto,
y lo fingís de manera
que lo tuve por verdad.
CARLOS: Cortesanía fue vuestra
el fingiros engañada
por favorecer con ella;
que con eso habéis cumplido
con vuestra naturaleza
y la obligación del día;
pues fingiendo la cautela
de engañaros, porque a mí
me dais crédito con ella,
favorecéis el ingenio
y despreciáis la fineza.
DIANA: (Bien agudo ha sido el modo Aparte
de motejarme de necia;
mas así le he de engañar.)
Venid, pues, y aunque yo sepa
que es fingido, proseguid;
que eso a estimaros me empeña
con más veras.
CARLOS: ¿De qué suerte?
DIANA: Hace a mi desdén más fuerza
la discreción que el amor,
y me obligáis más con ella.
CARLOS: (¿Quién no entendiese su intento? Aparte
Yo le volveré la flecha.)
DIANA: ¿No proseguís?
CARLOS: No, señora.
DIANA: ¿Por qué?
CARLOS: Me ha dado tal pena
el decirme que os obligo,
que me ha hecho perder la senda
del fingirme enamorado,
DIANA: Pues vos, ¿qué perder pudierais
en tenerme a mí obligada
con vuestra intención discreta?
CARLOS: Arriesgarme a ser querido.
DIANA: Pues, ¿tan mal os estuviera?
CARLOS; Señora, no está en mi mano;
y si yo en eso me viera,
fuera cosa de morirme.
DIANA: (¿Que esto escuche me belleza?) Aparte
Pues, ¿vos presumís que yo
puedo quereros?
CARLOS: Vos mesma
decís que la que agradece
está de querer muy cerca;
pues quien confiesa que estima,
¿qué falta para que quiera?
DIANA: Menos falta para injuria
a vuestra loca soberbia;
y eso poco que le falta,
pasando ya de grosera,
quiero excusar con dejaros.
Idos.
CARLOS: Pues, ¿cómo a la fiesta
queréis faltar? ¿Puede ser
sin dar causa a otra sospecha?
DIANA: Ese riesgo a mí me toca.
Decid que estoy indispuesta,
que me ha dado un accidente.
CARLOS: Luego con eso licencia
me dais para no asistir.
DIANA: Si os mando que os vais, ¿no es fuerza?
CARLOS: Me habéis hecho un gran favor.
Guarde Dios a vuestra alteza.
DIANA: ¿Qué es esto que por mí pasa?
¡Tan ciego estoy, tan ciega,
que si supiera algún medio
de triunfar de su soberbia,
aunque arriesgara el respeto,
por rendirle a mi belleza,
a costa de mi decoro
comprara la diligencia!
POLILLA: ¿Qué es esto, señora mía?
¿Cómo se ha aguado la fiesta?
DIANA: Hame dado un accidente.
POLILLA: Si es cosa de la cabeza,
dos parches de tacamaca,
y que te traigan las piernas.
DIANA: No tienen piernas las damas.
POLILLA: Pues por esta razón mesma
digo yo que te las traigan.
Mas, ¿qué ha sido tu dolencia?
DIANA: Aprieto del corazón.
POLILLA: ¡Jesús! Pues si no es más de ésa,
sángrate y púrgate luego,
u échate unas sanguijuelas,
dos docenas de ventosas,
y al instante estarás buena.
DIANA: Caniquí, yo estoy corrida
de no vencer la tibieza
de Carlos.
POLILLA: Pues, ¿eso dudas?
¿Quieres que por ti se pierda?
DIANA: Pues, ¿cómo se ha de perder?
POLILLA: Hazle que tome una renta.
Pero, de veras hablando,
tú, señora, ¿no deseas
que se enamore de ti?
DIANA: Toda mi corona diera
por verle morir de amor.
POLILLA: ¿Y es eso cariño o tema?
La verdad, ¿te entra el Carlillos?
DIANA: ¿Qué es cariño? Yo soy peña.
Para abrasarle a desprecios,
a desaires y a violencias,
lo deseo sólo.
POLILLA: (¡Zape! Aparte
Aún está verde la breva;
mas ella madurará
como hay muchachos y piedras.)
DIANA: Yo sé que él gusta de oír
cantar.
POLILLA: Mucho, como sea
la Pasión o algún buen salmo,
cantado con castañetas.
DIANA: ¿Salmo? ¿Qué decís?
POLILLA: Es cosa,
señora, que esto le eleva.
Lo que es música de salmos
pierde su juicio por ella.
DIANA: Tú has de hacer por mí una cosa.
POLILLA: ¿Qué?
DIANA: Abierta hallarás la puerta
del jardín; yo con mis damas
estaré allí, y sin que él sepa
que es cuidado, cantaremos;
tú has de decir que le llevas
porque nos oiga cantar,
diciendo que, aunque le vean,
a ti te echarán la culpa.
POLILLA: Tú has pensado buena treta,
porque en viéndote cantar
se ha de hacer una jalea.
DIANA: Pues ve a buscarle al momento.
POLILLA: Llevaréle con cadena.
A oír cantar irá el otro
tras de un entierro; mas sea
buen tono.
DIANA: ¿Qué te parece?
POLILLA: Alguna cosa burlesca
que tenga mucha alegría.
DIANA: ¡Como qué?
POLILLA: Un "requiem aeternam."
DIANA: Mira que voy al jardín.
POLILLA: Pues ponte como una Eva
para que caiga este Adán.
DIANA: Allá espero.
POLILLA: Norabuena.
Que tú has de ser la manzana
y has de llevar la culebra.
Señores, ¡que estas locuras
ande haciendo una princesa!
Mas, quien tiene la mayor,
¿qué mucho que esotras tenga?
Porque las locuras son
como un plato de cerezas,
que en tirando de la una,
las otras se van tras ella.
CARLOS: ¿Polilla amigo?
POLILLA: Carlos, ¡bravo cuento!
CARLOS: Pues, ¿que ha habido de nuevo?
POLILLA: Vencimiento.
CARLOS: Pues tú, ¿qué has entendido?
POLILLA: Que para enamorarte, me ha pedido
que te lleve al jardín, donde has de vella,
más hermosa y brillante que una estrella,
cantando con sus damas;
que como te imagina duro tanto,
ablandarte pretende con el canto.
CARLOS: ¿Eso hay? Mucho lo extraño.
POLILLA: Mira si es liviandad de buen tamaño,
y si está ya harto ciega,
pues esto hace y de mí a fïarlo llega.
CARLOS: Ya escucho el instrumento. POLILLA: Ésta es ya tuya. CARLOS: Calla, que canta ya. POLILLA: ¡Pues aleluya!
MÚSICA: "Olas eran de zafir
las del mar sola esta vez,
con el que siempre le aclaman
los mares segundo rey."
POLILLA: Vamos, señor.
CARLOS: ¿Qué dices? Que yo muero.
POLILLA: Deja eso a los pastores de la Arcadia
y vámonos allá, que esto es primero.
CARLOS: ¿Y qué he de hacer?
POLILLA: Entrar, y no mirarla,
y divierte con la copia bella
de flores, y aunque ella
se haga rajas cantando, no escucharla,
porque se abrase.
CARLOS: No podré emprenderlo.
POLILLA: ¿Cómo no? ¡Vive Cristo!, que has de hacerlo
o te tengo de dar con esta daga
que traigo para eso, que esta llaga
se ha de curar con escozor.
CARLOS: No intentes
eso, que no es posible que lo allanes.
POLILLA: Señor, tú has de sufrir polvos de Juanes;
que toda el alma tienes ya podrida.
CARLOS: Otra vez cantan; oye, por tu vida.
POLILLA: Pesia a mi alma; vamos,
no es eso tiempo pierdas.
CARLOS: Atendamos;
que luego estar podemos.
POLILLA: Allá, desde más cerca, escucharemos.
¡Anda con Barrabás!
CARLOS: Oye primero.
POLILLA: Has de entrar, ¡vive Dios!
CARLOS: Oye.
POLILLA: No quiero.
DAMAS: "Olas eran de zafir
las del mar sola esta vez,
con el que siempre le aclaman
los mares segundo rey."
DIANA: ¿No habéis visto entrar a Carlos?
CINTIA: No sólo no le hemos visto,
mas ni aun de que venir pueda
en el jardín hay indicio.
DIANA: Laura, ten cuenta si viene.
LAURA: Ya yo, señora, lo miro.
DIANA: Aunque arriesgue mi decoro,
he de vencer sus desvío.
LAURA: Cierto, que estás tan hermosa,
que ha de faltarle el sentido
si te ve y no se enamora.
Mas, señora, ya le he visto;
ya está en el jardín.
DIANA: ¿Qué dices?
LAURA: Que con Caniquí ha venido.
DIANA: Pues volvamos a cantar,
y sentaos todas conmigo.
POLILLA: No te derritas, señor.
CARLOS: Polilla, ¿no es un prodigio
su belleza? En aquel traje
doméstico es un hechizo.
POLILLA: ¿Qué bravas están las damas
en guardapiés y justillo!
CARLOS: ¿Para qué son los adornos
donde hay sin ello tal brío?
POLILLA: Mira. Éstas son como el cardo,
que el hortelano advertido
le deja las pencas malas,
que, aunque no son de servicio,
abultan para venderle;
pero después de vendido,
sólo se come el cogollo;
pues las damas son lo mismo.
Lo que se come es aquesto,
que el moño y el artificio
de las faldas son las pencas,
que se echan a los borricos.
Pero vuelve allá la cara,
no mires, que vas perdido.
CARLOS: Polilla, no he de poder.
POLILLA: ¿Qué llamas no? ¡Vive Cristo,
que he de meterte la daga
si vuelves!
CARLOS: Ya no la miro.
POLILLA: Pues la estás oyendo, engaña
los ojos con los oídos.
CARLOS: Pues vámonos alargando,
porque si canta, el no oírlo
no parezca que es cuidado,
sino divertirme el sitio.
CINTIA: Ya te escucha, cantar puedes.
DIANA: Así vencerle imagino.
"El que solo de su abril
escogió mayo cortés,
por gala de su esperanza,
las flores de su desdén"
DIANA: ¿No ha vuelto a oír?
LAURA: No, señora.
DIANA: ¿Cómo no? Pues, ¿no me ha oído?
CINTIA: Puede ser, porque está lejos.
CARLOS: En toda mi vida he visto
más bien compuesto jardín.
POLILLA: Vaya de eso, que es lindo.
DIANA: El jardín está mirando.
¿Este hombre está sin sentido?
¿Qué es esto? Cantemos todas
para ver si vuelve a oírnos.
DAMAS: "A tan dichoso favor
sirva tan florido mes,
por gloria de sus trofeos
rendido le bese el pie."
CARLOS: ¡Qué bien hecho está aquel cuadro
de sus armas! ¡Qué pulido!
POLILLA: Harto más pulido es eso.
DIANA: ¡Que esto escucho! ¡Que esto miro!
¿Los cuadros está alabando
cuando yo canto?
CARLOS: No he visto
hiedra más bien enlazada.
¡Qué hermoso verde!
POLILLA: Eso pido;
date en lo verde, que engordas.
DIANA: No me ha visto o no me ha oído,
Laura, al descuido le advierte
que estoy yo aquí.
CINTIA: (Este capricho Aparte
la ha de despeñar a amar.)
LAURA: Carlos, estad advertido
que esta aquí dentro Diana.
CARLOS: Tiene aquí un famoso sitio;
los laureles están buenos;
pero entre aquellos jacintos
aquel pie de guindo afea.
POLILLA: ¡Oh qué lindo pie de guindo!
DIANA: ¿No se lo advertiste, Laura?
LAURA: Ya, señora, se lo he dicho.
DIANA: Ya no yerra de ignorancia;
pues, ¿cómo está divertido?
POLILLA: Señor, por aquesta calle
pasa sin mirar.
CARLOS: Rendido
estoy a mi resistencia;
volver temo.
POLILLA: ¡Ten, por Cristo,
que te herirás con la daga!
CARLOS: Yo no pudo más, amigo.
POLILLA: Hombre, mira que te clavas.
CARLOS: ¿Qué quieres? Ya me he vencido.
POLILLA: Vuelve por esotro lado.
CARLOS: ¿Por acá?
POLILLA: Por allá digo.
DIANA: ¿No ha vuelto?
LAURA: Ni lo imagina.
DIANA: Yo no creo lo que miro;
ve tú al descuido, Fenisa,
y vuelve a dar el aviso.
POLILLA: Otro correo dispara,
mas no dan lumbre los tiros.
FENISA: ¿Carlos?
CARLOS: ¿Quién llama?
POLILLA: ¿Quién es?
FENISA: Ved que Diana os ha visto.
CARLOS: Admirado de esta fuente
en verla me he divertido
y no había visto a su alteza;
decid que ya me retiro.
DIANA: (¡Cielos! Sin duda se va.) Aparte
¡Oíd, escuchad! A vos digo.
CARLOS: ¿A mi, señora?
DIANA: Sí, a vos.
CARLOS: ¿Qué mandáis?
DIANA: ¿Cómo, atrevido,
habéis entrado aquí dentro,
sabiendo que en mi retiro
estaba yo con mis damas?
CARLOS: Señora, no os había visto;
la hermosura del jardín
me llevó, y perdón os pido.
DIANA: (Esto es peor; que aún no dice Aparte
que para escucharme vino.)
Pues, ¿no me oísteis?
CARLOS: No, señora.
DIANA: No es posible.
CARLOS: Un yerro ha sido,
que sólo enmendarse puede
con no hacer más el delito.
CINTIA: Señora, este hombre es un tronco.
DIANA: Déjame, que sus desvíos
el sentido han de quitarme.
CINTIA: (Laura, esto va ya perdido.)
LAURA: (Si ella no está enamorada
de Carlos, ya va camino.)
DIANA: ¡Cielos! ¿Qué es esto que veo?
Un Etna es cuanto respiro.
¡Yo despreciada!
POLILLA: (Eso sí, Aparte
pesia a su alma, dé brincos).
DIANA: ¿Caniquí?
POLILLA: ¿Señora mía?
DIANA: ¿Qué es esto? ¿Este hombre no vino
a escucharme?
POLILLA: Sí, señora.
DIANA: Pues, ¿cómo no ha vuelto a oírlo?
POLILLA: Señora, es loco de atar.
DIANA: Pues, ¿qué respondió o qué digo?
POLILLA: Es vergüenza.
DIANA: Dilo, pues.
POLILLA: Que cantabais como niños
de escuela, y que no quería
escucharos.
DIANA: ¿Eso ha dicho?
POLILLA: Sí, señora.
DIANA: ¡Hay tal desprecio!
POLILLA: Es un bobo.
DIANA: ¡Estoy sin juicio!
POLILLA: No hagas caso.
DIANA: ¡Estoy mortal!
POLILLA: Que es un bárbaro.
DIANA: Eso mismo
me ha de obligar a rendirle
si muero por conseguirlo.
POLILLA: ¡Buena va la danza, alcalde,
y da en la albarda el granizo!
FIN DE LA SEGUNDA JORNADAJORNADA TERCERA
GASTÓN: Carlos, nuestra amistad no da licencia
de valernos de vos para este intento.
CARLOS: Ya sabéis que es segura mi obediencia.
PRÍNCIPE: En fe de eso os consulto el pensamiento.
POLILLA: Va de consulta, y salga la propuesta,
que todo lo demás es molimiento.
PRÍNCIPE: Ya vos sabéis que no ha queado fiesta,
fineza, ostentación, galantería,
que no haya sido de los tres compuesta
para vencer la injusta antipatía
que nos tiene Dïana, sin debella
ni aun lo que debe dar la cortesía;
pues habiendo salido vos con ella,
la obligación y el uso de la suerte,
por no favorecernos, atropella,
y la alegría del festín convierte
en queja de sus damas, y en desprecio
de nosotros, si el término se advierte;
y de nuestro decoro haciendo aprecio
más que de nuestro amor, nos ha obligado
solamente a vencer su desdén necio,
y el gusto quedará desempeñado
de los tres, sila viésemos vencida
de cualquiera de todos al cuidado.
Para eso, pues, traemos prevenida
yo y don Gastón la industria que os diremos,
que si a esta flecha no quedare herida,
no queda ya camino que intentemos.
CARLOS: ¿Qué es la industria?
GASTÓN: Que pues para estos días
todos por suerte ya damas tenemos,
prosigamos en las galanterías
todos sin hacer caso de Dïana,
pues ella se excusó con sus porfías;
que si a ver llega su altivez tirana,
por su desdén, su adoración perdida,
si no de amante, se ha de herir de vana;
y en conociendo indicios de la herida,
nuestras finezas han de ser mayores,
hasta tenerla en su rigor vencida.
POLILLA: No es ése mal remedio; mas, señores,
eso es lomismo que a cualquier doliente
el quitarle la cena los doctores.
PRÍNCIPE: Pero si no esremedio suficiente,
cuandono alivie o temple la dolencia,
sirve de que no crezca el accidente.
Si a Dïana la ofende la decencia
con que la festejamos, porfïarla
sólo será crecer su resistencia.
Ya no queda más medio que dejarla,
pues si la ley que dio naturaleza
no falta en ella, así hemos de obligarla,
porque en viendo perdida la fineza
la dama, aun de aquel mismo que aborrece,
sentirlo es natural en la belleza,
que la veneradió de que crece,
aunque el gusto cansado la desprecia,
la vanidad del alma la apetece,
y si le falta lo que elalma aprecia,
aunque lo calle allá su sentimiento,
la estará a solas condenando a necia.
Y cuando no se logre el pensamiento
de obligarla a querer, en que lo sienta
queda vengado bien nuestro tormento.
CARLOS: Lo que, ofendido, vuestro amor intenta,
por dos causas de mí queda aceptado:
uno, el ser fuerza que ella lo consienta,
porque eso su desdén nos ha mandado;
y otra, que, sin amor, ese desvío
no me puede costar ningún cuidado.
PRÍNCIPE: Pues la palabra os tomo.
CARLOS: Yo la fío.
PRÍNCIPE: Y aun de Dïana el nombre a nuestro labio
desde aquí lo prohiba el albedrío.
GASTÓN: Ése contra el desdén esmedio sabio.
CARLOS: Digo que de mi parte lo prometo.
PRÍNCIPE: Pues vos veréis vengado vuestro agravio.
GASTÓN: Vamos, y aunque se ofenda su respeto,
en festar las damas prosigamos
con más finezas.
CARLOS: Yo el desvío aceto.
PRÍNCIPE: Pues si a un tiempo todos la dejamos,
cierto será el vencerla.
CARLOS: Así lo creo.
PRÍNCIPE: Vamos pues, don Gastón.
GASTÓN: Bearne, vamos.
PRÍNCIPE: Logrado habéisde ver nuestro deseo.
POLILLA: Señor, ésta es brava traza
y medida a tu deseo,
que esto es echarte el ojeo,
porque tú mates la caza.
CARLOS: Polilla, ¡mujer terrible!
¡Que aun no quiera tan picada!
POLILLA: Señor, ella está abrasada,
mas rendirse no es posible.
Ella te quiere,señor,
y dice que te aborrece,
mas lo que ira le parece
es quinta esencia de amor;
porque cuando una mujer
de los desdenes se agravia,
bien puede llamarlo rabia,
mas es rabiar por querer.
Día y noche está trazando
cómo vengar su congoja;
mas notemas que te coja,
que ella te dará bien blando.
CARLOS: ¿Qué dice de mí?
POLILLA: Te acusa.
Dice que eres un grosero,
desatento, majadero.
Y yo, que entiendo la musa,
digo, "Señora, es un loco,
un sucio;" y ella después
vuelve por ti y dice, "no es;
que ni tanto nitan poco."
En fin, porque sus desvelos
no se logran, yo imagino
que ahora toma otro camino,
y quiere picarte a celos.
Conoce tú la varilla,
y si acaso te la echa,
disimula, y di a la flecha,
riendo, "Hágote cosquilla;"
que ella te se vendrá al ruego.
CARLOS: ¿Por qué?
POLILLA: Porque, aunque se enoje,
quien cuando siembra no coge,
va a pedirlimosna luego,
esto es, señor, evidencia.
Lope, el fénix español,
de los ingenio el sol,
lo dijo en esta sentencia,
"Quien tiene celos y ofende,
¿qué pretende?
La venganza de un desdén;
y, ¿si no le sale bien?
Vuelve a comprar lo que vende."
Mas ya los príncipes van
sus músicas previniendo.
CARLOS: Irme con ellos pretendo.
POLILLA: Con eso juego te dan.
CARLOS: Dïana viene.
POLILLA: Pues cuidado,
y escápate.
CARLOS: Me voy luego.
POLILLA: Vete, que sinos ve el juego
perderemos lo envidado.
MÚSICOS: "Pastores, Cintia me mata;
Cintia es mi muerte y mi vida;
yo de ver a Cintia vivo,
y muero por ver a Cintia."
DIANA: ¡Tanta Cintia!
POLILLA: Es el reclamo
del bearnés.
DIANA: ¡Finezas necias!
POLILLA: (Todo esto es echar especias Aparte
al guisado de mi amo.)
DIANA: Por no ver estas contiendas
que a sus dama s alaben,
deseo ya que se acaben
aquestas Carnestolendas.
POLILLA: Eso ya es rigor tirano.
Deja, señora, querer,
si no quieres; que esto es ser
el perro del hortelano.
DIANA: Pues, ¿no es cosa muy cansada
oír músicas precisas
de Cintias, Lauras, Fenisas
cada instante?
POLILLA: Si te enfada
ver tu nombre en verso escrito,
¿qué han de hacer sino "cintiar,
laurear, y fenizar"
porque "dianar" es delito?
Y el bearnés tan fino está
con Cintia, que está en su pecho,
que una gran décima ha hecho.
DIANA: ¿Y cómo dice?
POLILLA: Allá va.
"Cintia el mandamiento quinto
quebró en mí, como saeta;
Cintia es la que a mí me aprieta,
y yo soy de Cintia el cinto.
Cintia y cinta no es distinto;
y pues Cintia es semejante
a cinta, soy fino amante,
pues traigo cinta en la liga,
y esta décima la diga
Cintor el representante."
DIANA: Bien por cierto; mas ya suena
otra música.
POLILLA: ¡Y galante!
DIANA: Ésta será de otro amante.
POLILLA: (Reventando está de pena.) Aparte
MÚSICOS: "No iguala a Fenisa el fénix,
que si él muere y resucita,
Fenisa da vida y mata;
más que el fénix es Fenisa."
DIANA: ¡Qué finos están!
POLILLA: ¡Jesús!
Mucha cosa, y aun mi pecho.
Oye lo que a Laura he hecho.
DIANA: ¿También das músicas?
POLILLA: Pus;
"Laura, en rigor, es laurel;
y pues Laura a mí me plugo,
yo tengo que ser besugo
por escabecharme en él."
DIANA: Y Carlos, ¿no me pudiera
dar música a mí también?
POLILLA: Si él llegara a querer bien,
sin duda se te atreviera;
mas él no ama, y tú el concierto
de que te dejase hiciste,
con que al punto que dijiste,
"Id con Dios," vio el cielo abierto.
DIANA: Que lo dije así confieso,
mas él porfïar debía;
que aquí es cortés la porfía.
POLILLA: Pues, ¿cómo puede ser eso,
si a las fiestas han de ir,
y es desprecio de su fama
no ir un galán con su dama,
y tú no quieres salir?
DIANA: ¿Que pudiera ser, no infieres,
que saliese yo con él?
POLILLA: Sí, señora; pero él
sabe poco de poderes.
Mas ya galanes y damas
a las fiestas van saliendo;
cierto que es un mayo ver
las plumas de los sombreros.
DIANA: Todos vienen con sus damas,
y Carlos viene con ellos.
POLILLA: (Señores, si esta mujer, Aparte
viendo ahora este desprecio,
no se rinde a querer bien,
ha de ahorcarse como hay credo.)
MÚSICOS: "A festejar sale Amor
sus dichosos prisioneros,
dando plumas sus penachos
a sus arpones soberbios."
PRÍNCIPE: Príncipes, para picarla,
es éste el emjor remedio.
GASTÓN: Mostrarnos finos importa.
CARLOS: Mi fineza es el despego.
PRÍNCIPE: Cada instante, Cintia hermosa,
me olvido de que soy vuestro,
porque no creo a mi suerte
la dicha que la merezco.
CINTIA: Más dudo yo, pues presumo
que el ser tan fino es empeño
del día, y no del amor.
PRÍNCIPE: Salir del día deseo,
por venceros esa duda.
GASTÓN: Y vos, si dudáis lo mesmo,
veréis pasar mi fineza
a los mayores extremos,
cuando sólo deuda sea
de la fe con que os venero.
DIANA: Nadie se acuerda demí.
POLILLA: Yo por ninguno lo siento,
sino por aquel menguado
de Carlos, que es un soberbio.
¿Tien él algo más que ser
muy galán y muy discreto,
muy liberal y valiente,
y hacer muy famosos versos,
y ser un príncipe grande?
Pues, ¿qué tenemos con eso?
PRÍNCIPE: Conde de Fox, no perdamos
tiempo para los festejos
que tenemos prevenidos.
GASTÓN: Tan feliz día logremos.
DIANA: ¡Qué tiernos van!
POLILLA: Son menguados.
DIANA: Pues, ¿es malo el estar tiernos?
POLILLA: Sí, que es cosa de capones.
PRÍNCIPE: Proseguid el dulce acento
que nuestra dicha celebra.
CARLOS: Yo seré imán de sus ecos.
MÚSICOS: "A festejar sale Amor
sus dichosos prisioneros,
dando plumas sus penachos
a sus arpones soberbios."
DIANA: ¡Qué finos van y qué graves!
POLILLA: ¿Sabes qué parecen éstos?
DIANA: ¿Qué?
POLILLA: Priores y abadesas.
DIANA: Y Carlos se va con ellos;
sólo de él siento el desdén;
pero de abrasarle a celos
es ésta buena ocasión.
Llámale tú.
POLILLA: ¡Ah, caballero!
CARLOS: ¿Quién me llama?
POLILLA: "Appropinquatio
ad parlandum."
CARLOS: ¿Con quién?
POLILLA: "Mecum."
CARLOS: Pues, ¿para eso me llamas,
cuando ves que voy siguiendo
este acento enamorado?
DIANA: ¿Vos enamorado? ¡Bueno!
¿Y de quién lo estáis?
CARLOS: Señora,
también yo aquí dama llevo.
DIANA: ¿Qué dama?
CARLOS: Mi libertad,
que es a quien yo galanteo.
DIANA: (Cierto que me había dado Aparte
gran susto.)
POLILLA: (Bueno va esto Aparte
ya está más allá de Illescas
para llegar a Toledo.)
DIANA: ¿La libertad es la dama?
Buen gusto tenéis, por cierto.
CARLOS: En siendo gusto, señora,
no importa que no sea bueno;
que la voluntad no tiene
razón para su deseo.
DIANA: Pero ahí no hay voluntad.
CARLOS: Sí hay tal.
DIANA: O yo no lo entiendo,
o no la hay; que no se puede
dar voluntad sin sujeto.
CARLOS: El sujeto es el no amar,
y voluntad hay en esto;
pues si quiero no querer,
ya quiero lo que no quiero.
DIANA: La negación no da ser,
que sólo el entendimiento
le da la ente de razón
un ser fingido y supuesto,
y así es esa voluntad,
pues sin causa no hay efecto.
CARLOS: Vos, señora, no sabéis
lo que es querer, y así en esto
será lisonja deciros
que ignoráis el argumento.
DIANA: No ignoro tal, que el discurso
no ha menester los efectos
para conocer las causas,
pues sin la experiencia de ellos
las ve la filosofía;
pero yo ahora lo entiendo
con experiencia también.
CARLOS: Pues, ¿vos queréis?
DIANA: Lo deseo.
POLILLA: (¡Cuidado!, que va apuntando
la varita delos celos;
úntate muy bien las manos
con aceite de desprecios;
no se te pegue la liga.)
DIANA: (Si éste tiene entendimiento,
se ha de abrasar, o no es hombre.)
POLILLA: (Eso fuera a no estar hecho Aparte
él defensivo, y pegado.)
CARLOS: De oíros estoy suspenso.
DIANA: Carlos, yo he reconocido
que la opinión que yo llevo
es ir contra la razón,
contra el útil de mi reino,
la quietud de mis vasallos,
la duración de mi imperio.
Viendo estos inconvenientes,
he puesto a mi pensamiento
tan forzosos silogismos,
que le he vencido con ellos.
Determinada a casarme,
apenas cedió el ingenio
al poder de la verdad
su sofístico argumento,
cuando vi, al abrir los ojos,
que la nube de aquel yerro
le había quitado al alma
la luz del conocimiento.
El príncipe de Bearne,
mirado sin pasión...
POLILLA: (¡Helos,
al aceite, que traen liga!)
DIANA: ...es tan galán caballero,
que merece la atención
mía, que harto le encarezco.
Por su sangre no hay ninguno
de mayor merecimiento;
por sus partes no le iguala
el más galán, más discreto.
Lo afable en los agasajos,
lo humilde en los rendimientos,
lo primoroso en finezas,
lo generoso en festejos,
nadie tiene como él.
Corrida estoy de que un yerro
me haya tenido tan ciega,
que no viese lo que veo.
CARLOS: (Polilla, aunque sea fingido,
¡vive Dios!, que estoy muriendo.)
POLILLA: (Aceite, ¡pesia a mi alma!,
aunque te manches con ello.)
DIANA: Y así, Carlos, determino
casarme; mas antes quiero,
por ser tan discreto vos,
consultaros este intento.
¿No os parece que el de Bearne
que será el más digno dueño
que dar puedo a mi corona?
Que yo por el más perfecto
le tengo de todos cuantos
me asisten. ¿Qué sentís de ello?
Parece que os demudáis.
¿Extrañáis mi pensamiento?
(Bien he logrado la herida, Aparte
que del semblante lo infiero;
todo el color ha perdido.
Eso es lo que yo pretendo.)
POLILLA: (¡Ah, señor!)
CARLOS: (Estoy sin alma.)
POLILLA: (Sacúdete, majadero;
que se te pega la liga.)
DIANA: ¿No me respondéis? ¿Qué es eso?
Pues, ¿de qué os habéis turbado?
CARLOS: Me he admirado, por lo menos.
DIANA: ¿De qué?
CARLOS: De que yo pensaba
que no pudo hacer el cielo
dos sujetos tan iguales,
que estén a medida y peso
de unas mismas cualidades
sin diferencia compuestos,
y lo estoy viendo en los dos,
pues pienso que estamos hechos
tan debajo de una causa,
que yo soy retrato vuestro.
¿Cuánto ha, señora, que vos
tenéis ese pensamiento?
DIANA: Días ha que está trabada
esta batalla en mi pecho,
y desde ayer me he vencido.
CARLOS: Pues aquese mismo tiempo
ha que estoy determinado
a querer; ello por ello;
y también mi ceguedad
me quitó el conocimiento
de la hermosura que adoro;
digo, que adorar deseo;
que cierto que lo merece.
DIANA: (Sin duda logré mi intento.) Aparte
Pues bien podéis declararos;
que yo nada os he encubierto.
CARLOS: Sí, señora, y aun hacer
vanidad por el acierto.
Cintia es la dama.
DIANA: ¿Quién? ¿Cintia?
POLILLA: (¡Ah, buen hijo! Como diestro
herir por los mismos filos;
que ésa es doctrina del negro.)
CARLOS: ¿No os parece que he tenido
buena elección en mi empleo?
Porque ni más hermosura
ni mejor entendimiento
jamás en mujer he visto.
Aquel garbo, aquel sosiego,
su agrado, ¿no hace dichosa
mi pasión? ¿Qué sentís de ello?
Parece que os he enojado.
DIANA: (Toda me ha cubierto un hielo.) Aparte
CARLOS: ¿No respondéis?
DIANA: Me ha dejado
suspensa el veros tan ciego,
porque yo en Cintia no he hallado
ninguno de esos extremos.
Ni es agradable, ni hermosa,
ni discreta, y ése es yerro
de la pasión.
CARLOS: ¿Hay tal cosa?
Hasta ahí nos parecemos.
DIANA: ¿Por qué?
CARLOS: Porque a vos de Cintia
se os encubre el rostro bello,
y del de Bearne a mí
lo galán se me ha encubierto;
con que somos tan iguales,
que decimos mal a un tiempo,
yo, de lo que vos queréis,
y vos, de lo que yo quiero.
DIANA: Pues si es gusto, cada uno
siga el suyo.
CARLOS: (Malo es esto.)
POLILLA: (Encima vine la tuya;
no se te dé nada de eso.)
CARLOS: Pues ya, con vuestra licencia,
iré, señor, siguiendo
aquel eco enamorado;
que el disfrazaros mi intento
fue temo, que ya he perdido,
sabiendo que mi deseo,
en la ocasión y el motivo,
es tan parecido al vuestro.
DIANA: ¿Vais a verla?
CARLOS: Sí, señora.
DIANA: (¡Sin mí estoy! ¿Qué es esto, Aparte
Cielos?)
POLILLA: (Para largo, que la pierde.)
CARLOS: Adiós, señora.
DIANA: ¡Teneos!
¡Aguardad! ¿Por qué ha de ser
tan ciego un hombre discreto,
que ha de oponer un sentido
a todo un entendimiento?
¿Qué tiene Cintia de hermosa?
¿Qué discurso, qué conceptos
os la han fingido discreta?
¿Qué garbo tiene? ¿Qué aseo?
POLILLA: (Cinco, seis y encaje, cuenta,
señor, que la va perdiendo
hasta el codo.)
CARLOS: ¿Qué decís?
DIANA: Que ha sido mal gusto el vuestro.
CARLOS: ¿Malo, señora? Allí va
Cintia; miradla aun de lejos,
y veréis cuántas razones
da su hermosura a mi acierto.
Mirad en lazos prendido
aquel hermoso cabello,
y si es justo que en él sea
yo el rendido y él el preso.
Mirad en su frente hermosa
cómo junta el rostro bello,
bebiendo luz a sus ojos
sol, luna, estrellas y cielo.
Y en sus dos ojos mirad
si es digno y dichoso el yerro
que hace esclavos a los míos,
aunque ellos sean los negros.
Mirad el sangriento labio,
que fino coral vertiendo,
parece que se ah teñido
en la herida que me ha hecho.
Aquel cuello de cristal,
que por ser de garza el cuello,
al cielo de su hermosura
osa llegar con el vuelo;
aquel talle tan delgado
que yo pintarle no puedo,
porque es él más delicado
que todos mis pensamientos.
Yo he estado ciego, señora,
pues sólo ahora lo veo,
y del pesar de mi engaño
me paso a loco de ciego,
pues no he reparado aquí
en tan grande desacierto
como alabar su hermosura
delante de vos; mas de esto
perdón os pido, y licencia
de ir a pedírsela luego
por esposa a vuestro padre,
ganando también a un tiempo
del príncipe de Bearne
las albricias de ser vuestro.
DIANA: (¿Qué es esto, dureza mía? Aparte
Un volcán tengo en mi pecho.
¿Qué llama es ésta, que el alma
me abrasa? Yo estoy ardiendo.)
POLILLA: (Alto; ya cayó la breva, Aparte
y dio en la boca por yerro.)
DIANA: ¿Caniquí?
POLILLA: Señora mía,
¿hay tan grande atrevimiento?
¿Por qué con él no embestiste,
y le arrancaste a este necio
todas las barbas a araños?
DIANA: Yo pierdo el entendimiento.
POLILLA: Pues pierde también las uñas.
DIANA: ¡Caniquí! Éste es un incendio.
POLILLA: Eso no es sino bramante.
DIANA: ¿Yo arrastrada de un soberbio?
¿Yo rendida de un desvío?
¿Yo sin mí?
POLILLA: Señora, quedo,
que eso parece querer.
DIANA: ¿Qué es querer?
POLILLA: Serán torreznos.
DIANA: ¿Qué dices?
POLILLA: Digo de amor.
DIANA: ¿Cómo amor?
POLILLA: No, sino huevos.
DIANA: ¡Yo amor!
POLILLA: Pues, ¿qué siente tú?
DIANA: Una rabia y un tormento.
No sé qué mal es aqueste.
POLILLA: Venga el pulso y lo veremos.
DIANA: Déjame, no me enfurezcas;
que es tanto el furor que siento,
que aun a mí no me perdono.
POLILLA: ¡Ay, señora! ¡Vive el cielo!
Que se te ponen azules
las venas, y es mal agüero.
DIANA: Pues de aqueso, ¿qué se infiere?
POLILLA: Que es pujamiento de celos.
DIANA: ¿Qué decís, loco, villano,
atrevido, sin respeto?
¿Celos yo? ¿Qué es lo que dices?
Vete de aquí, vete luego.
POLILLA: Señora...
DIANA: ¡Vete, atrevido,
o haré que te arrojen luego
de una ventana!
POLILLA: (¡Agua va!) Aparte
Me voy, señora, al momento,
que no soy para vaciado.
(¡Madre de Dios! ¡Cuál la dejo! Aparte
Me voy, que donde hay pañal
el Caniquí tiene riesgo.)
DIANA: ¿Fuego en mi corazón? No, no lo creo;
siendo de mármol. ¿En mi pecho helado
pudo encenderse? No, miente el cuidado;
pero, ¿cómo lo dudo si lo veo?
Yo deseé vencer, por mi trofeo,
un desdén; pues si es quien me ha abrasado
fuego de amor, ¿qué mucho que haya entrado
donde abrieron las puertas al deseo?
De este peligro no advertí el indicio,
pues para echar el fuego en otra casa
yo le encendí, y en la mía hizo su oficio.
No admire, pues, mi pecho lo que pasa;
que quien quiere encender un edificio
suele ser el primero que se abrasa.
PRÍNCIPE: Gran victoria he conseguido,
si mi dicha es cierta ya;
mas aquí Dïana está.
A vuestras plantas rendido,
señora, perdón os pido
de venir tan arrojado
con la nueva que me han dado;
que yo pienso que aún es poco,
siendo vuestro, el venir loco
de un favor no imaginado.
DIANA: No os entiendo, ¿habláis conmigo?
¿Qué favor decís?
PRÍNCIPE: Señora,
el de Urgel me ha dicho ahora
que de él ha sido testigo,
y que yo el laurel consigo
de ser vuestro.
DIANA: Necio fue,
si os dijo lo que no sé,
y vos los habéis creído.
PRÍNCIPE: Ya lo dudó mi sentido,
mas quien lo creyó es mi fe.
Que como milagro fuera
de vos el tener piedad,
os negara el ser deidad,
si mi amor no lo creyera.
En el pecho que os venera,
haber más fees más trofeo;
y pues fe ha sido el deseo
de imaginaros deidad,
perdonad mi necedad
por la fe con que lo creo.
DIANA: Pues, ¡no es más atrevimiento
creeros digno de mi amor?
PRÍNCIPE: No, que vos con el favor
podéis dar merecimiento;
y en esto mi pensamiento,
antes que en mí el merecer,
creyó de vos el poder.
DIANA: ¿Y él os ha dicho ese error?
PRÍNCIPE: Sí, señora.
DIANA: (Esto es peor Aparte
que lo que acaba de hacer;
porque supone estar yo
despreciada, y él amante,
pues al príncipe al instante
el aviso le llevó;
que él nunca lo hiciera,no,
si a mí me quisiera bien.
Amor, la furia detén,
pues ya mi pecho has postrado;
que en él este hombre ha labrado
el desdén con el desdén.)
PRÍNCIPE: Señora, yo el modo erré
de aceptar vuestro favor,
y lo que fuera mejor,
enmendando el yerro, iré
a vuestro padre, y diré
la gracia que os he debido,
y rogaré agradecido
que interceda en mi pasión
por mi dicha, y el perdón
de haber andado atrevido.
DIANA: ¿Qué es esto que me sucede?
Yo me quemo, yo me abraso;
mas si es venganza de Amor,
¿por qué su rigor extraño?
Esto es amor, porque el alma
me lleva el desdén de Carlos.
Aquel hielo me ha encendido,
que Amor su deidad mostrando,
por castigar mi dureza
ha vuelto la nieve en rayos.
Pues, ¿qué he de hacer--¡ay de mí!--
para enmendar este daño,
que en vano el pecho resiste?
El remedio es confesarlo.
¿Qué digo? ¿Yo publicar
mi delito con el labio?
¿Yo decir que quiero bien?
Mas Cintia viene; el recato
de mi decoro me valga;
que tanto tormento paso
en el ardor que padezco
como en haber de callarlo.
CINTIA: Laura, no creo mi dicha.
LAURA: Pues la tienes en la mano,
lógrala, aunque no la creas.
CINTIA: Dïana, el justo agasajo
que, por si tu sangre yo,
te he debido, ahora aguardo
que sea con tu favor
el que requiere mi estado.
Carlos, señora, me pide
por esposa, y en él gano
un logro para el deseo,
para mi nobleza un lauro.
Enamorado de mí,
pide, señora, mi mano;
sólo tu favor me falta
para la dicha que aguardo.
DIANA: (Esto es justicia de Amor. Aparte
¡Uno tras otro el agravio!
¿Ya no me doy por vencida?
¿Qué más quieres, dios tirano?)
CINTIA: ¿No me respondes, señora?
DIANA: Estaba, Cintia, mirando
de qué modo es la fortuna
en sus inciertos acasos.
Anhela un pecho infeliz
con dudas y sobresaltos,
diligencias y deseos,
por un bien imaginado;
sólo porque le desea
huye de él, y es tan ingrato
que de otro que no le busca
se va a poner en la mano.
Yo, de su desdén herida,
procuré rendir a Carlos,
obliguéle con favores,
hice finezas en vano;
siempre en él hallé un desvío;
y sin buscarle tu halago,
lo que huyó de mi deseo
se va a rendir a tus brazos.
Yo estoy ciega de ofendida,
y el favor que me has rogado
que te dé, te pido yo
para vengar este agravio.
Llore Carlos tu desprecio,
sienta su pecho tirano
la llama de tu desvío,
pues yo en la suya me abraso.
Véngame de su soberbia,
hállete su amor de mármol;
pene, suspire y padezca
en tu desdén, y llorando
sufra...
CINTIA: Señora, ¿qué dices?
Si él conmigo no es ingrato,
¿por qué he de dar yo castigo
a quien me hace un agasajo?
¿Por qué me has de persuadir
lo que tú estás condenando?
Si en él su desdén no es bueno,
también en mí será malo.
Yo le quiero si él me quiere.
DIANA: ¿Qué es quererle? ¿Tú de Carlos
amada, yo despreciada?
Tú con él casarte, cuando
del pecho se está saliendo
el corazón a pedazos?
¿Tú logrando sus cariños,
cuando su desdén helado,
trocados efecto y causa,
abrasa mi pecho a rayos?
Primero, ¡viven los cielos!,
fueran las vidas de entrambos
asunto de mi venganza,
aunque con mis propias manos
sacara a Carlos del pecho
donde, a mi pesar, ha entrado,
y para morir con él
matara en mí su retrato.
¿Carlos casarse contigo,
cuando yo por él me abraso,
cuando adoro su desvío
y su desdén idolatro?
(Pero, ¿qué digo? ¡Ay de mí! Aparte
¿Yo así mi decoro ultrajo?)
Miente mi labio atrevido,
miento; mas él no es culpado;
que si está loco mi pecho,
¿cómo ha de estar cuerdo el labio?
Mas yo me rindo al dolor,
para hacer de uno dos daños.
Muera el corazón y el pecho,
y viva de mi recato
la entereza, Cintia amiga;
si a ti te pretende Carlos,
si da Amor a tu descuido
lo que niega a mi cuidado,
cásate con él, y logra
casto amor en dulces lazos.
Yo sólo quise vencerle,
y éste fue un empeño vano
de mi altivez, que ya veo
que fue locura intentarlo,
siendo acción de la Fortuna;
pues, como se ve en sus casos,
siempre consigue el dichoso
lo que intenta el desdichado.
El ser querida una dama
de quien desea, no es lauro,
sino dicha de su estrella;
y cuando yo no la alcanzo,
no se infiere que no tengo
en mi hermosura y mi aplauso
partes para merecerlo,
sino suerte para hallarlo.
Y pues yo no la he tenido,
para lo que he deseado,
lógrala tú, que la tienes;
dale de esposa la mano,
y triunfe mi corazón
de sus rendidos halagos.
Enlace... Pero, ¿qué digo?
Que me estoy atravesando
el corazón; no es posible
resistir a lo que paso;
toda el alma se me abrasa.
¿Para qué, cielos, lo callo,
si por los ojos se asoma
el incendio que disfrazo?
Yo no puedo resistirlo;
pues, cuando lo mienta el labio,
¿cómo ha de encubrir el fuego
que el humo está publicando?
Cintia, yo muero; el delirio
de mi desdén me ha llevado
a este mortal precipicio
por la senda de mi engaño.
El Amor, como deidad,
mi altivez ha castigado;
que es niño para la burlas
y dios para los agravios.
Yo quiero, en fin, ya lo dije
y a ti te lo he confesado,
a pesar de mi decoro,
porque tienes en tu mano
el triunfo que yo deseo.
Mira si, habiendo pasado
por la afrenta del decirlo,
te estará bien el dejarlo.
LAURA: ¡Jesús! ¡El cuento del loco!
Él por él está pasando.
CINTIA: ¿Qué dices, Laura, qué dices?
LAURA: Viendo prohibido el plato,
Dïana se ahitó de amor
y del desdén ha sanado.
CINTIA: ¡Ay, Laura! ¿pues, ¿qué he de hacer?
LAURA: ¿Qué, señora? Asegurarlo,
y al de Bearne, que es fijo
no soltarle de la mano
hasta ver en lo que para.
CINTIA: Calla; que aquí viene Carlos.
POLILLA: Las unciones del desprecio,
señor, la vida la han dado.
¡Gran cura hemos hecho en ella!
CARLOS: Si es cierto, gran triunfo alcanzo.
POLILLA: Haz cuenta que ya está sana,
porque queda babeando.
CARLOS: ¿Y has conocido que quiere?
POLILLA: ¿Cómo querer? ¡Por San Pablo,
que me vine huyendo de ella,
porque la vi querer tanto
que temí que echase el resto
y me destruyese!
CINTIA: ¿Carlos?
CARLOS: ¿Cintia hermosa?
CINTIA: Vuestra dicha
logra ya triunfo más alto
que el que en mi mano pretende.
Vuestro descuido ha triunfado
del desdén que no ha vencido
en Dïana el agasajo
de los príncipes amantes.
Ella os quiere; yo me aparto
de mi esperanza por ella,
y por vos, sí es vuestro el lauro.
CARLOS: ¿Qué es lo que dices, señora?
CINTIA: Que ella me lo ha confesado.
POLILLA: Toma si purga, señora;
no hay en la botica emplasto
para las mujeres locas
como un parche de mal trato.
Mas aquí se padre viene
y los príncipes. Al caso,
señor, y aunque esté rendida,
declárate con resguardo.
CONDE: Príncipe, vos me dais tan buena nueva
que es justo que os la acepte, y aunque os deba
lo que a vuestra persona
pago en daros mi hija y mi corona.
GASTÓN: Pues aunque yo, señor, no haya tenido
la dicha que Bearne ha conseguido,
siempre estaré contento
de que él haya logrado el vencimiento
que tanto he deseado,
por la parte que debe a mi cuidado,
y el parabién le doy de este trofeo.
CARLOS: Y también le admitid de mi deseo.
PRÍNCIPE: Carlos, yo le recibo,
y el mío os apercibo,
pues en Cintia lográis tan digo dueño
que envidiara el empeño,
a no lograr el mío.
DIANA: (¿Dónde me lleva el loco desvarío Aparte
de mi pasión? Yo estoy muriendo, cielos,
de envidias y de celos;
mas los príncipes todos se han juntado,
y mi padre con ellos;
sin alma llego a vellos,
pues si su fin se alcanza,
yo tengo de morir con mi esperanza.)
CONDE: Carlos, pues vos pedís a mi sobrina,
yo, pagando el deseo que os inclina,
os ofrezco su mano;
y pues tanto sosiego en esto gano,
háganse juntas todas,
las bodas de Dïana y vuestras bodas.
DIANA: (¡Cielos, yo estoy mi muerte imaginando!) Aparte
POLILLA: (Señor, Dïana allí te está escuchando, Aparte
y has menester un modo muy discreto
de declararte, porque tenga efeto,
que va con condiciones el partido;
y si yerras el cabe, vas perdido.)
CARLOS: Yo, señor, a Barcelona
vine, más que a pretender,
a festejar de Dïana
la hermosura y el desdén;
y aunque es verdad que de Cintia
el hermoso rosicler
amaneció en mi deseo
a la luz del querer bien,
la entereza de Dïana,
que tan de mi genio fue,
ha ganado en mi albedrío
tanto imperio, que no haré
cosa que no sea su gusto;
porque la hermosa altivez
de su desdén me ha obligado
a que yo viva con él;
y puesto que haya pedido
mi amor a Cintia, ha de ser
siendo así su voluntad,
pues la mía suya es.
CONDE: Pues, ¿quién duda que Dïana
de eso muy contenta esté?
POLILLA: Eso lo dirá su alteza
por hacerme a mí merced.
DIANA: Sí, diré; pero, señor,
¿vos contento no estaréis,
si yo me caso, que sea
con cualquiera de los tres?
CONDE: Sí, que todos son iguales.
DIANA: Y vosotros, ¿quedaréis
de mi elección ofendidos?
PRÍNCIPE: Tu gusto, señora, es ley.
GASTÓN: Y todos la obedecemos.
DIANA: Pues el príncipe ha de ser
quien dé a mi prima la mano,
y quien a mí me la dé
el que vencer ha sabido
el desdén con el desdén.
CARLOS: ¿Y quién es ése?
DIANA: Tú solo.
CARLOS: Dame ya los brazos, pues.
POLILLA: Y mi bendición os caiga
por siempre jamás, amén.
PRÍNCIPE: Pues ésta, Cintia, es mi mano.
CINTIA: Contenta quedo también.
LAURA: Pues tú, Caniquí, eres mío.
POLILLA: Sacúdanse todos bien,
que no soy sino Polilla;
mamóla, vuesa merced.
Y con esto, y con un vítor,
que pide, humilde y cortés,
el ingenio, aquí se acaba,
el desdén con el desdén.
FIN DE LA TERCERA JORNADAFIN DE LA COMEDIA |

