Casa digital del escritor Luis López Nieves


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El desdén con el desdén

[Teatro - Texto completo.]

Agustín Moreto

Personas que hablan en ella:
  • CARLOS, conde de Urgel
  • POLILLA, su criado gracioso
  • El CONDE de Barcelona, padre de Diana
  • El PRÍNCIPE de Bearne
  • GASTÓN, conde de Fox
  • DIANA, dama
  • CINTIA, dama
  • FENISA, dama
  • LAURA, criada de Diana
  • GALANES
  • MÚSICOS

PRIMERA JORNADA

Salen CARLOS y POLILLA
 
 
CARLOS:           Yo he de perder el sentido
               con tan extraña mujer.
POLILLA:       Dame tu pena a entender,
               señor, por recién venido.
                  Cuando te hallo en Barcelona                   
               lleno de aplauso y honor,
               donde tu heroico valor
               todo su pueblo pregona;
                  cuando sobra a tus victorias
               ser Carlos, conde de Urgel,                       
               y en el mundo no hay papel
               donde se escriban tus glorias,
                  ¿qué causa ha podido haber
               de que estés tal mal guisado?
               Que, por más que la he pensado,            
               no la puedo comprender.  
CARLOS:           Polilla, mi desazón
               tiene más naturaleza.
               Este pesar no es tristeza,
               sino desesperación.                        
POLILLA:          ¿Desesperación?  Señor,
               que te enfrenes te aconsejo,
               que tiras algo a bermejo.
CARLOS:        No burles de mi dolor.
POLILLA:          ¿Yo burlar?  Esto es templarte;           
               mas tu desesperación,
               ¿qué tanta es a esta sazón?
CARLOS:        La mayor.
POLILLA:                 ¿Cosa de ahorcarte?
                  Que si no, poco te ahoga.
CARLOS:        No te burles, que me enfado.                      
POLILLA:       Pues si estás desesperado,
               ¿hago mal en darte soga?
CARLOS:           Si dejaras tu locura,
               mi mal te comunicara,
               porque la agudeza rara                            
               de tu ingenio me asegura
                  que algún medio discurriera,
               como otras veces me has dado,
               con que alivie mi cuidado.
POLILLA:       Pues, señor, polilla fuera.                
                  Desemboca tu pasión
               y no tenga tu cuidado,
               teniéndola en el crïado,
               polilla en el corazón.
CARLOS:           Ya sabes que a Barcelona,                      
               del ocio de mis estados,
               me trajeron los cuidados
               de la fama que pregona
                  de Dïana la hermosura,
               de esta corona heredera,                          
               en quien la dicha que espera
               tanto príncipe procura,
                  compitiendo en un deseo
               gala, brío y discreción.
POLILLA:       Ya sé que sin pretensión            
               viniste a este galanteo
                  por lucir la bizarría
               de tus heroicos blasones,
               y que en todas las acciones
               siempre te has llevado el día.             
CARLOS:           Pues oye mi sentimiento.
POLILLA:       Ello, ¿estás enamorado?
CARLOS:        Sí estoy.
POLILLA:                 Gran susto me has dado.
CARLOS:        Pues escucha.
POLILLA:                      Va de cuento.
 
CARLOS:           Ya sabes como en Urgel                         
               tuve, antes de mi partida,
               del amor del de Bearne
               y el de Fox larga noticia.
               De Dïana pretendientes,
               dieron con sus bizarrías                   
               voz a la fama, y asombro
               a todas estas provincia.
               El ver de amor tan rendidos
               como la fama publica
               dos príncipes tan bizarros,                
               que aun los alaba la envidia,
               me llevó a ver si esto en ellos
               era por galantería,
               gusto, opinión o violencia
               de su hermosura divina.                           
               Entré pues en Barcelona;
               víla en su palacio un día
               sin susto del corazón
               ni admiración de la vistas,
               una hermosura modesta,                            
               con muchas señas de tibia,
               mas sin defecto común
               ni perfección peregrina,
               de aquellas en quien el juicio,
               cuando las vemos queridas,                        
               por la admiración apela
               al no sé qué de la dicha.
               La ocasión de verme entre ellos
               cuando al valor desafían
               en públicas competencias,                  
               con que el favor solicitan,
               ya que no pudo a mi amor,
               empeñó mi bizarría,
               ya en fiestas y ya en torneos
               y otras empresas debidas                          
               al culto de una deidad
               a cuya soberanía
               sin el empeño de amor
               la obligación sacrifica.
               Tuve en todas tal fortuna                         
               que, dejando deslucidas
               sus acciones, salí siempre
               coronado con las mías,
               y el vulgo, con el suceso,
               la corona merecida                                
               con la suerte dio a mi frente
               por mérito, siendo dicha,
               que cualquiera de los dos
               que en ella me competía
               la mereció más que yo.              
               Pero para conseguirla
               tuve yo el faltar mi amor
               y no tener la codicia
               con que ellos la deseaban,
               y así por fuera fue mía;            
               que en los casos de la suerte,
               por tema de su malicia,
               se van siempre las venturas
               a quien no las solicita. 
               Siendo pues mis alabanzas                         
               de todos tan repetidas,
               sólo en Dïana hallé siempre
               una entereza tan hija
               de su esquiva condición
               que, siendo mis bizarrías                  
               dedicadas a su aplauso,
               nunca me dejó noticia,
               aya que no de favorable,
               siquiera de agradecida.
               Y esto con tanta esquivez                         
               que en todos dejó la misma
               admiración que en mis ojos; 
               pues la extraña demasía
               de su entereza pasaba
               del decoro la medida                              
               y, excediendo de recato,
               tocaba ya en grosería;
               que a las damas de tal nombre
               puso el respeto dos líneas:
               una es la desatención,                     
               y otra el favor; mas la avisa
               que ponga entre ellas la planta
               tan ajustada y medida
               que en una ni en otra toque,
               porque si de agradecida                           
               adelanta mucho el pie,
               la raya del favor pisa,
               y es ligereza, y si entera
               mucho, y la planta retira
               por no tocar el favor,                            
               pisa en la descortesía.
               Este error hallé en Dïana,
               que empeñó mi bizarría
               a moverla por lo menos
               a atención, si no a caricia;               
               y este deseo en las fiestas
               me obligaba a repetirlas,
               a buscar nuevos empeños
               al valor y ala osadía;
               mas nunca pude sacar                              
               de su condición esquiva
               más que más causa a la queja
               y más culpa a la malicia.
               De esto nación el inquirir
               si ella conmigo tenía                      
               alguna aversión o queja
               mal fundada o presumida,
               y averigüé que Dïana
               del discurso las primicias,
               con las luces de su ingenio                       
               las dio a la filosofía.
               De este estudio y la lección
               de las fábulas antiguas,
               resultó un común desprecio
               de los hombres, unas iras                         
               contra el orden natural
               del amor con quien fabrica
               el mundo a su duración
               alcázares en que viva;
               tan estable en su opinión,                 
               que da con sentencia fija
               el querer bien por pasión
               de las mujeres indigna;
               tanto, que siendo heredera
               de esta corona, y precisa                         
               la obligación de casarse,
               la renuncia y desestima
               por no ver que haya quien triunfe
               de su condición altiva.
               A su cuarto hace la selva                         
               de Dïana, y son las ninfas
               sus damas, y en este estudio
               las emplea todo el día.
               Sólo adornan sus paredes
               de las ninfas fugitivas                           
               pinturas que persüaden
               al desdén.  Allí se mira
               a Dafne huyendo de Apolo,
               Anajarte convertida
               en piedra por no querer,                          
               Aretusa en fuentecilla,
               que el tierno llanto de Alfeo
               paga en lágrimas esquivas.
               Y viendo el conde, su padre,
               que en este error se confirma                     
               cada día con más fuerza,            
               que la razón no la obliga,
               que sus ruegos no la ablandan,
               y con tal furia se irrita
               en hablándola de amor,                     
               que teme que la encamina
               a un furor desesperado,
               que el medio más blando elija
               la aconseja su prudencia,
               y a los príncipes convida                  
               para que, haciendo por ella
               fiestas y galanterías,
               sin la persuasión ni el ruego,
               la naturaleza misma
               sea quien lidie con ella,                         
               por si, teniendo a la vista
               aplausos y rendimientos,
               ansias, lisonjas, caricias,
               su propio interés la vence
               o la obligación la inclina,                
               que en quien la razón no labra,
               endurece la porfía
               del persuadir.  Y no hay cosa
               como dejar a quien lidia
               con su misma sinrazón;                     
               pues si ella misma le guía
               al error, en dando en él,
               es fuerza quedar vencida,
               porque no hay con el que a oscuras
               por un mal paso camina,                           
               para que vea su engaño,
               mejor luz que la caída.
               Habiendo ya averiguado
               que esto en su opinión esquiva
               era desprecio común                        
               y no repugnancia mía,
               claro está que yo debiera
               sosegarme en mi porfía;
               y considerando bien 
               opinión tan exquisita,                     
               primero que a sentimiento
               pudiera moverme a risa.
               Pues para que se conozca
               la vileza más indigna
               de nuestra naturaleza,                            
               aquella hermosura misma
               que yo antes libre miraba
               con tantas partes de tibia,
               cuando la vi desdeñosa,
               por lo imposible a la vista,                      
               la que miraba común,
               me pareció peregrina.
               ¡Oh, bajeza del deseo!
               Que aunque sea a la codicia
               de más precio lo que alcanza               
               que no lo que se retira,
               sólo por la privación
               de más valor lo imagina,
               y da el precio a lo difícil,
               que su mismo ser le quita.                        
               Cada vez que la miraba
               más vella me parecía,
               e iba creciendo en mi pecho
               este fuego tan aprisa
               a que, absorto de ver la llama,                   
               a ver la causa volvía,
               y hallaba que aquella nieve
               de su desdén, muda y tibia,
               producía en mí este incendio.
               ¡Qué ejemplo para el que olvida!      
               Seguro piensa que está
               el que en la ceniza fría
               tiene ya su amor difunto:
               ¡qué engañado lo imagina!
               Si amor se enciende de nieve,                     
               ¿quién se fía en la ceniza?
               Corrido yo de mis ansias
               preguntaba a mis fatigas:
               ¡Traidor corazón!  ¿Qué es esto?
               ¿Qué es esto, aleves caricias?        
               La que neutral no os agrada
               ¿os parece bien esquiva?
               La que vista no os suspende
               ¿cuando es ingrata os admira?
               ¿Qué le añade a la hermosura   
               el rigor que la ilumina?
               ¿Con el desdén es hermosa
               la que sin desdén fue tibia?
               El desprecio, ¿no es injuria?
               La que desprecia, ¿no irrita?                 
               Pues la que no pudo afable,
               ¿por qué os arrastra enemiga?
               La crueldad a la hermosura,
               ¿el ser de deidad la quita?
               Pues, ¿qué, para mí la ensalza 
               lo que para sí la humilla?                 
               Lo tirano, ¿se aborrece?
               Pues a mí, ¿cómo me obliga?
               ¿Qué es esto, amor?  ¿Es acaso
               hermosa la tiranía?                        
               No es posible, no; esto es falso;                 
               no es esto amor, ni hay quien diga
               que arrastrar pudo inhumana
               la que no movió divina.
               Pues, ¿qué es esto?  ¿Esto no es fuego?                                                           
               Sí, que mi ardor lo acredita;              
               no, que el hielo no lo causa;
               sí, que el pecho lo publica.
               No puede ser, no es posible,
               no, que a la razón implica.                
               Pues, ¿qué será?  Esto es deseo.                                                           
               ¿De qué?  De mi muerte misma.
               Yo mi mal querer no puedo;
               pues, ¿qué será?  ¿Una codicia
               de aquello que se me aparte?                      
               No, porque no la querría                   
               el corazón.  ¿Esto es tema?
               No.  Pues, alma, ¿qué imaginas?
               Bajeza es del pensamiento;
               no es sino soberanía                       
               de nuestra naturaleza
               cuya condición altiva
               todo lo quiere rendir,
               como superior se mira.
               Y habiendo visto que hay pecho                    
               que a su halago no se rinda,                      
               el dolor de este desdén
               le abrasa y le martiriza,
               y produce un sentimiento,
               con que a desear le obliga                        
               vencer aquel imposible.                           
               Y ardiendo en esta fatiga,
               como hay parte de deseo,
               y este deseo lastima,
               parece efecto de amor                             
               porque apetece y aspira,                          
               y no es sino sentimiento
               equivocado en caricia.
               Esto la razón discurre;
               mas la voluntad, indigna,                         
               toda la razón me arrastras                 
               y todo el valor me quita.
               Sea amor o sentimiento,
               nieve, ardor, llama o ceniza,
               yo me abraso, yo me rindo                         
               a esta furia vengativa                            
               de amor, contra la quietud
               de mi libertad tranquila;
               y sin esperanza alguna
               de sosiego en mis fatigas,                        
               yo padezco en mi silencio,                        
               yo mismo soy de las iras
               de mi dolor alimento;
               mi pena se hace a sí misma,
               porque, más que mi deseo,                  
               es rayo que me fulmina,                           
               aunque es tan digna la causa,
               el ser la razón indigna;
               pues mi ciega voluntad
               se lleva y se precipita                           
               del rigor, de la crueldad,                        
               del desdén, la tiranía,
               y muero, más que de amor,
               de ver que a tanta desdicha
               quien no pudo como hermosa,                       
               me arrastrase como esquiva.
 
POLILLA:       Atento, señor, he estado,
               y el suceso no me admira,
               porque esto, señor, es cosa
               que sucede cada día.                       
               Mira.  Siendo yo muchacho,
               había en mi casa vendimia,
               y por el suelo las uvas
               nunca me daban codicia.
               Pasó este tiempo y después          
               colgaron en la cocina
               las uvas para el invierno;
               y yo, viéndolas arriba,
               rabiaba por comer de ellas
               tanto, que trepando un día                 
               por alcanzarlas, caí
               y me quebré las costillas.
               Éste es el caso, él por él.
CARLOS:        No el ser natural me alivia
               si es injusto el natural.                         
POLILLA:       Di, señor, ¿ella mira
               con más cariño a otro?
CARLOS:                                No.
POLILLA:       Y ellos, ¿no la solicitan?
CARLOS:        Todos vencerla pretenden.
POLILLA:       Pues que cae más aprisa                    
               apostaré.
CARLOS:                  ¿Por qué causa?
POLILLA:       Sólo porque es tan esquiva.
CARLOS:        ¿Cómo ha de ser?
POLILLA:                          Verbigracia.
               ¿Viste una breva en la cima
               de una higuera, y los muchachos                   
               que en alcanzarla porfían
               piedras la tiran a pares;
               y aunque a algunas se resista,
               al cabo, de aporreada
               con las piedras que la tiran,                     
               viene a caer más madura?
               Pues lo mismo aquí imagina.
               Ella está tiesa y muy alta;
               tú tus pedradas la tiras;
               los otros tiran las suyas;                        
               luego, por más que resista,
               ha de venir a caer,
               de una y otra a la porfía,
               más madura que una breva.
               Mas cuidado a la caída,                    
               que el cogerla es lo que importa;
               que ella caerá, como hay viñas.
CARLOS:        El conde, su padre, viene.
POLILLA:       Acompañado, se mira,
               del de Fox y el de Bearne.                        
CARLOS:        Ninguno tiene noticia
               del incendio de mi pecho,
               porque mi silencio abriga
               el áspid de mi dolor.
POLILLA:       Ésa es mayor valentía.              
               Callar tu pasión mucho es,
               ¡vive Dios!  ¿Por qué imaginas
               que llaman ciego a quien ama?
CARLOS:        Porque sus yerros no mira.
POLILLA:       No tal.
CARLOS:                 Pues, ¿por qué esta ciego?   
POLILLA:       Porque el que ama, al ciego imita.
CARLOS:        ¿En qué?
POLILLA:                 Encantar la pasión
               por calles y por esquinas.

Salen el CONDE de Barcelona, el PRÍNCIPE de Bearne, y don GASTÓN, conde de Fox
 
 
CONDE:            Príncipes, vuestro justo sentimiento,
               mirado bien, no es vuestro, sino mío       
               Ningún remedio intento,
               que no le venza el ciego desvarío
               de Dïana, en quien hallo
               cada vez menos medios de enmendallo.
               Ni del poder de padre a usar me atrevo,           
               ni del de la razón, porque se irrita
               tanto cuando de amor a hablarla pruebo,
               que a más daño el furor la precipita.
               Ella, en fin, por no mar ni sujetarse,
               quiere morir primero que casarse.                 
GASTÓN:        Ésa, señor, es opinión aguda
               de su discurso, a los estudios dado,
               que el tiempo sólo o la razón la muda;
               y sin razón estás desesperado.
CONDE:         Conde de Fox, aunque verdad es ésa,        
               no me atrevo a empeñaros en la empresa
               de que asistáis en vano a su hermosura,
               faltando en vuestro estado a su asistencia.
PRÍNCIPE:      Señor, con tu licencia,
               el que es capricho injusto, nunca dura;           
               y aunque el vencerle es dificultoso,
               yo estoy perdiendo tiempo más airoso,
               ya que a este intento de Bearne vine,
               que dejando la empresa mi constancia,
               porque es mayor desaire que imagine               
               nadie que al dejé por inconstancia,
               ni ese crédito es de su hermosura,
               ni del honesto amor que la procura.
CARLOS:        El Príncipe, señor, ha respondido
               como galán, bizarro y caballero;           
               que aun en mí, que he venido
               sin ese empeño, sólo aventurero,
               a festejar no haciendo competencia,
               dejar de proseguir fuera indecencia.
CONDE:         Príncipes, lo que siento es empeñaros                                                 
               en porfiar, cuando halla la porfía
               de mayor resistencia indicios claros;
               si la gala, el valor, la bizarría,
               no la mueve ni inclina, ¿con qué intento
               vencer imagináis su entendimiento?         
POLILLA:       Señor, un necio a veces halla un medio
               que aprueba la razón.  Si dais licencia,
               yo me atreveré a daros un remedio
               con que, aunque ella aborrezca su presencia,
               se le vayan los ojos, hechos fuentes,             
               tras cualquiera galán de los presentes.
CONDE:         Pues, ¿qué medio imaginas?
POLILLA:                                   Como mío.
               Hacer justas, torneos, a una ingrata,
               es poner ollas a quien tiene hastío.
               El medio es, que rendirla no dilata,              
               poner en una torre a la Princesa,
               sin comer cuatro días ni ver mesa;
               y luego han de pasar estos galanes
               delante de ella y convidando a escote,
               el uno con seis pollas y dos panes,               
               el otro con un plato de jigote;
               y a mí me lleve el diablo, si los viere,
               si tras ellos corriendo no saliere.
CARLOS:        ¡Calla, loco bufón!
POLILLA:                           ¿Esto es locura?
               Ejecútese el medio, y a la prueba.         
               Sitien luego por hambre su hermosura,
               y verán si los ojos no la lleva
               quien sacare un vestido de camino,
               guarnecido de lonjas de tocino.
PRÍNCIPE:      Señor, sola una cosa por mí pido,   
               que don Gastón también ha de querella.
               Nunca hablar a Dïana hemos podido;
               danos licencia tú de hablar con ella,
               que el trato y la razón puede mudarla.
CONDE:         Aunque la ha de negar, he de intentarla.          
               Pensad vosotros medios y ocasiones
               de mover su entereza, que a escucharos
               yo la sabré obligar con mis razones,
               que es cuanto puedo hacer para ayudaros
               a la empresa tan justa y deseada                  
               de ver mi sucesión asegurada.

Vase [el CONDE]
 
 
PRÍNCIPE:      Conde, crédito es de la nobleza
               de nuestra heroica sangre la porfía
               de rendir el desdén de su belleza;
               juntos la hemos de hablar.                        
CARLOS:                                    Yo compañía                                           
               al empeño os haré, mas no al deseo,
               porque yo sin amor sigo este empleo.
GASTÓN:        Pues ya que vos no estáis enamorado,
               ¿qué medios seguiremos de obligalla?
               Que esto lo ve mejor el descuidado.               
CARLOS:        Yo un medio sé que mi silencio calla,
               porque otro empeño es, que al proponerle
               cualquiera de los dos ha de quererle.
PRÍNCIPE:      Decís bien.
GASTÓN:                     Pues, Bearne, vamos luego
               a imaginar festejos y finezas.                    
PRÍNCIPE:      A introducir en su desdén el fuego.
GASTÓN:        Ríndanse a nuestro incendio sus tibiezas.
CARLOS:        Yo a eso asistiré.
PRÍNCIPE:                          Pues a esta gloria.

Vanse el PRÍNCIPE y don GASTÓN
 
 
CARLOS:        Y que del más feliz sea la victoria.
POLILLA:       Pues, ¿qué es esto, señor?  ¿Por qué has negado                                  
               tu amor?
CARLOS:                  He de seguir otro camino
               de vencer un desdén tan desusado.
               Ven, y yo te diré lo que imagino,
               que tú me has de ayudar.
POLILLA:                                Eso no hay duda.
CARLOS:        Allá has de entrar.
POLILLA:                           Seré Simón y ayuda.                                                           
CARLOS:        ¿Sabráste introducir?
POLILLA:                              Y hacer pesquisas.
               ¿Yo Polilla no soy?  ¿Eso previenes?
               Me sabré introducir en sus camisas.
CARLOS:        Pues ya a mi amor le doy los parabienes.
POLILLA:       Vamos, que si eso importa a las marañas,   
               yo sabré apolillarle las entrañas.

Vanse [los dos]. Salen DIANA, CINTIA, LAURA, DAMAS, y MÚSICOS
 
 
MÚSICA:           "Huyendo la hermosa Dafne,
               burla de Apolo la fe,
               sin duda la sigue un rayo,
               pues la defiende un laurel."                      
 
DIANA:            ¡Qué bien que suena en mi oído
               aquel honesto desdén!
               ¡Que hay mujer que quiera bien!
               ¡Que haya pecho agradecido!
CINTIA:           (¡Que por error su agudeza       Aparte                                                    
               quiera el amor condenar;
               y si lo es, quiera enmendar
               lo que error naturaleza!)
DIANA:            Este romance cantad;
               proseguid, que el que le hizo,                    
               bien conoció el falso hechizo
               de esa tirana deidad.
 
MÚSICOS:          "Poca o ninguna distancia
               hay de amar a agradecer,
               no agradezca la que quiere                        
               la victoria del desdén."
 
DIANA:            ¡Qué bien dice!  Amor es niño,
               y no hay agradecimiento,
               que al primer paso, aunque lento,
               no tropiece en su cariño.                  
                  Agradecer es pagar
               con un decente favor;
               luego quien paga el amor
               ya estima el verse adorar.
                  Pues si estima, agradecida,                    
               ser amada una mujer,
               ¿que falta para querer
               a quien quiere ser querida?
CINTIA:           El agradecer, Dïana,
               es deuda noble y cortés;                   
               la que agradecida es
               no se infiere que es liviana.
                  Que agradece la razón
               siempre en nosotras se infiere;
               la voluntad es quien quiere;                      
               distintas la causas son;
                  luego si hay diversidad
               en la causa y el intento,
               bien puede el entendimiento
               obrar sin la voluntad.                            
DIANA:            Que haber puede estimación
               sin amor es la verdad,
               porque amar es voluntad
               y agradecer es razón.
                  No digo que ha de querer                       
               por fuerza la que agradece;
               pero, Cintia, me parece
               que está cerca de caer;
                  y quien de esto se asegura,
               no teme o no ve el engaño,                 
               porque no recela el daño
               quien al riesgo se aventura.
CINTIA:           El ser desagradecida
               es delito descortés.
DIANA:         Pero el agradecer es                              
               peligro de la caída.
CINTIA:           Yo el delito no permito.
DIANA:         Ni yo un riesgo tan extraño.
CINTIA:        Pues por excusar un daño,
               ¿es bien hacer un delito?                    
DIANA:            Sí, siendo tan contingente
               el riesgo.
CINTIA:                    Pues, ¿no es menor,
               si es contingente, este error
               que esta delito presente?
DIANA:            No, que es más culpa el amar,           
               que falta el no agradecer.
CINTIA:        ¿No es mejor, si puede ser,
               el no querer y estimar?
DIANA:            No, porque a querer se ha de ir.
CINTIA:        Pues, ¿no puede allí parar?           
DIANA:         Quien no resiste a empezar,
               no resiste a proseguir.
CINTIA:           Pues el ser agradecida,
               ¿no es mejor, si esto es ganancia,
               y gastar esa constancia                           
               en resistir la caída?
DIANA:            No, que eso es introducirle
               al amor, y al desecharle,
               no basta para arrojarle
               lo que puede resistirle.                          
CINTIA:           Pues cuando eso haya de ser,
               más que a la atención faltar,
               me quiero yo aventurar
               al peligro de querer.
DIANA:            ¿Qué es querer?  Tú hablas así,                                                      
               o atrevida o sin cuidado;
               sin duda te has olvidado
               que estás delante de mí.
                  ¡Querer!  ¿Se ha de imaginar
               en mi presencia querer?                           
               ¡Mas eso no puede ser!
               Laura, volved a cantar.
 
MÚSICOS:          "No se fíe en las caricias
               de Amor quien niño le ve;
               que, con presencia de niño,                
               tiene decretos de rey."

Sale POLILLA, de médico ridículo
 
 
POLILLA:          (¡Plegue al cielo que dé fuego      Aparte
               mi entrada!
DIANA:                        ¿Quién entra aquí?
POLILLA:       "Ego."
DIANA:               ¿Quién?
POLILLA:                      "Mihi, vel mí;
               [e]scholasticus sum ego,                          
                  pauper et enamoratus."
DIANA:         ¿Vos enamorado estáis?
               Pues, ¿cómo aquí entrar osáis?
POLILLA:       No, señora; "escarmentatus."
DIANA:            ¿Qué os escarmentó?         
POLILLA:                                Amor ruin;               
               y escarmentado en su error,
               me he hecho médico de amor,
               por ir de ruin a rocín.
DIANA:            ¡De dónde sois?
POLILLA:                           De un lugar.
DIANA:         Fuerza es.
POLILLA:                 No he dicho poco;                       
               que en latín lugar es "loco."
DIANA:         Ya os entiendo.
POLILLA:                        Pues andar.
DIANA:            ¿Y a qué entráis?
POLILLA:                              La fama oí
               de vos, con admiración
               de tan rara condición.                     
DIANA:         ¿Dónde supisteis de mí?
POLILLA:          En Acapulco.
DIANA:                        ¿Dónde es?
POLILLA:       Media leguas de Tortosa;
               y mi codicia, ambiciosa,
               de saber curar después                     
                  del mal de Amor, sarna insana,
               me trajo a veros, por Dios,
               por sólo aprender de vos.
               Partíme luego a la Habana,
                  por venir a Barcelona,                         
               y tomé postas allí.
DIANA:         ¿Postas en la Habana?
POLILLA:                              Sí.
               Y me apeé en Tarragona,
                  de donde vengo hasta aquí,
               como hace fuerte el verano,                       
               a pie a pediros la mano.
DIANA:         ¿Y qué os parece de mí?
POLILLA:          Eso es fuerza que me aturda;
               no tiene Amor mejor flecha
               que vuestra mano derecha,                         
               si no es sacáis la zurda.
DIANA:            ¡Buen humor tenéis!
POLILLA:                               Así,
               ¿gusta mi conversación?
DIANA:         Sí.
POLILLA:             Pues con una ración
               os podéis hartar de mí.             
DIANA:            Yo os la doy.
POLILLA:                          Beso... ¡Qué error!
               ¿Beso dije?  Ya no beso.
DIANA:         Pues, ¿por qué?
POLILLA:                         El beso es el queso
               de los ratones de Amor.
DIANA:            Yo os admito.
POLILLA:                          Dios delante;                  
               mas sea con plaza de honor.
DIANA:         ¿No sois médico?
POLILLA:                         Hablador,
               y así seré platicante.
DIANA:            Y del mal de Amor, que mata,
               ¿cómo curáis?
POLILLA:                      Al que es franco                   
               curo con ungüento blanco.
DIANA:         ¿Y sana?
POLILLA:                 Sí, porque es plata.
DIANA:            ¿Estáis mal con él?
POLILLA:                                Su nombre
               me mata.  Llamó al Amor
               Averroes hernia, un humor                         
               que hila las tripas a un hombre.
                  Amor, señora, es congoja,
               traición, tiranía villana,
               y sólo el tiempo le sana,
               suplicaciones y aloja.                            
                  Amor es quita-razón,
               quita-sueño, quita-bien,
               quita-pelillos también,
               que hará calvo a un motilón.        
                  Y las que él obliga a amar,             
               todas acaban en quita,
               Francisquita, Mariquita,
               por ser todas al quitar.
DIANA:            Lo que había menester
               para mi divertimiento                             
               tengo en vos.
POLILLA:                      Con ese intento
               vino yo desde Añover.
DIANA:            ¿Añover?
POLILLA:                    El me crïó;
               que en este lugar extraño
               se ven melones cada año,                   
               y así Año-ver se llamó.
DIANA:            ¿Cómo os llamáis?
POLILLA:                              Caniquí.
DIANA:         Caniquí, a vuestra venida
               estoy muy agradecida.
POLILLA:       Para las dueñas nací.               
                  (Ya yo tengo introducción.          Aparte
               Así en el mundo sucede:
               lo que un príncipe no puede,
               yo he logrado por bufón.
                  Si ahora no llega a rendilla                   
               Carlos, sin maña se viene,
               pues ya introducida tiene
               en su pecho la polilla.)
 
LAURA:            Con los príncipes tu padre
               viene, señora, acá dentro.          
DIANA:         ¿Con los príncipes?  ¿Que dices?
               ¿Qué intenta mi padre?  ¡Cielos!
               Si es repetir la porfía
               de que me case, primero
               rendiré el cuello a un cuchillo.

[CINTIA habla aparte con LAURA]
 
 
CINTIA:        ¿Hay tal aborrecimiento
               de los hombres?  ¿Es posible,
               Laura, que el brío, el aliento
               del de Urgel no la arrebate?
LAURA:         Que es hermafrodita pienso.                       
CINTIA:        A mí me lleva los ojos.
LAURA:         Y a mí el Caniquí, en secreto,
               me ha llevado las narices;
               que me agrada para lienzo.

Salen el CONDE, el PRÍNCIPE, don GASTÓN, y CARLOS
 
 
CONDE:         Príncipes,entrad conmigo.                  
CARLOS:        (Sin alma a sus ojos vengo;        Aparte
               no sé si tendré valor
               para fingir lo que intento.
               Siempre la hallo más hermosa.)
DIANA:         (¡Cielos!  ¿Qué puede ser esto?)   Aparte                                                    
CONDE:         ¿Hija?  ¿Dïana?
DIANA:                            ¿Señor?
CONDE:         Yo, que a tu decoro atiendo,
               y a la deuda en que me ponen
               los condes con sus festejos,
               habiendo de ellos sabido                          
               que del retiro que has hecho
               de su vista, están quejosos...
DIANA:         Señor, que me des, te ruego,
               licencia, antes que prosigas,
               ni tu palabra haga empeño                  
               de cosa que te esté mal,
               de prevenirte mi intento.
               Lo primero es, que contigo
               mi voluntad tener puedo,
               ni la tengo, porque sólo                   
               mi albedrío es tu precepto.
               Lo segundo es, que el casarme,
               señor, ha de ser lo mesmo
               que dar la garganta a un lazo
               y el corazón a un veneno.                  
               Casarme y morir es uno,
               mas tu obediencia es primero
               que mi vida.  Esto asentado,
               venga ahora tu decreto.
CONDE:         Hija, mal has presumido,                          
               que yo casarte no intento,
               sino dar satisfacción
               a los príncipes, que han hecho
               tantos festejos por ti.
               Y el mayor de todos ellos                         
               es pedirte por esposa,
               siendo tan digno su aliento,
               ya que no de tus favores,
               de mis agradecimientos.
               Y no habiendo de otorgarlo,                       
               debe atender mi respeto
               a que ninguno se vaya,
               sospechando que es desprecio,
               sino aversión que tu gusto
               tiene con el casamiento.                          
               Y también, que esto no es
               resistencia a mi precepto,
               cuando yo no te lo mando,
               porque el amor que te tengo
               mi obliga a seguir tu gusto.                      
               Y, pues tú en seguir tu intento
               ni a mí me desobedeces
               ni los desprecias a ellos,
               dales la razón que tiene
               para esta opinión tu pecho,                
               que esto importa a tu decoro
               y acredita mi respeto.

Vase [el CONDE]
 
 
DIANA:         Si eso pretendéis no más,
               oíd, que dárosla quiero.
GASTÓN:        Sólo a ese intento venimos.                
PRÍNCIPE:      Y no extrañéis el deseo,
               que más extraña es en vos
               la aversión al casamiento.
CARLOS:        Yo, aunque a saberlo he venido,
               sólo ha sido con pretexto,                 
               sin extrañar la opinión
               de saber el fundamento.
DIANA:         Pues oíd, que ya le digo.
POLILLA:       (¡Vive Dios, que es raro empeño!  Aparte
               ¿Si hallará razón bastante?    
               Porque será bravo cuento
               dar razón para ser loca.)
DIANA:         Desde aquel albor primero
               con que amaneció al discurso
               la luz de mi entendimiento                        
               y el día de la razón,
               fue de mi vida el empleo
               el estudio y la lección
               de la historia, en quien da el tiempo
               escarmiento a los futuros                         
               con los pasados ejemplos.
               Cuantas ruinas y destrozos,
               tragedias y desconciertos
               han sucedido en el mundo
               entre ilustres y plebeyos,                        
               todas nacieron de amor.
               Cuanto los sabios supieron,   
               cuando a la filosofía
               moral liquidó el ingenio,
               gastaron en prevenir                              
               a los siglos venideros                             
	       el ciego error, la violencia,
               el loco, el tirano imperio
               de esa mentida deidad
               que se introduce en los pechos                    
               con dulce voz de cariño,
               siendo un volcán allá dentro.
               ¿Qué amante jamás al mundo
               dio a entender de sus efectos
               sino lástimas, desdichas,                  
               lágrimas, ansias, lamentos,
               suspiros, quejas, sollozos,
               sonando con triste estruendo
               para lastimar las quejas,
               para escarmentar los ecos?                        
               Si alguno correspondido
               se vio, paró en un despeño,
               que al que no su tiranía
               se opuso el poder del cielo.
               Pues si quien se casa va                          
               a amar por deuda y empeño,
               ¿cómo se puede casar
               quien sabe de amor el riesgo?
               Pues casarse sin amor
               es dar causa sin efecto.                          
               ¿Cómo puede ser esclavo
               quien no se ha rendido al dueño?
               ¿Puede hallar un corazón
               más indigno cautiverio
               que rendirle su albedrío                   
               quien no manda su deseo?
               El obedecerle es deuda;
               pues, ¿cómo vivirá un pecho
               con una obediencia fuera
               y una resistencia dentro?                         
               Con amor o sin amor,
               yo, en fin, casarme no puedo;
               con amor, porque es peligro;
               sin amor, porque no quiero.
PRÍNCIPE:      Dándome los dos licencia,                  
               responderé a lo propuesto.
GASTÓN:        Por mi parte, yo os la doy.
CARLOS:        Yo, que responder no tengo,
               pues la opinión que yo sigo
               favorece aquel intento.                           
PRÍNCIPE:      La mayor guerra, señora,
               que hace el engaño al ingenio,
               es estar siempre vestido
               de aparente argumentos.
               Dejando la consecuencias                          
               que tiene amor contra ellos,
               que en un discurso engañado
               suelen ser de menos precio,
               la experiencia es la razón
               mayor que hay para venceros,                      
               porque ella sola concluye
               con la prueba del efecto.
               Si vos os negáis al trato,
               siempre estaréis en el yerro,
               porque no cabe experiencia                        
               donde se excusa el empeño.
               Vos vais contra la razón
               natural, y el propio fuero
               de nuestra naturaleza
               pervertís con el ingenio.                  
               No neguéis vos el oído
               a las verdades del ruego, 
               porque si es razón no amar,
               contra la razón no hay riesgo.
               Y si no es razón es fuerza,                
               que os ha de vencer el tiempo,
               y entonces será victoria
               publicar el vencimiento.
               Vos defendéis el desdén;
               todos vencerle queremos;                          
               vos decís que esto es razón;
               permitíos al festejo,
               y haced escuela al desdén,
               donde en nuestro galanteo,
               los intentos de obligaros                         
               has de ser los argumentos.
               Veamos quién tiene razón,
               porque ha de ser nuestro empeño
               inclinaros al cariño,
               o quedar vencidos ellos.                          
DIANA:         Pues para que conozcáis
               que la opinión que yo llevo
               es hija del desengaño,
               y del error vuestro intento,
               festejad, imaginad                                
               cuanto caminos y medio
               de obligar una hermosura
               tiene amor, halla el ingenio,
               que desde aquí me permito
               a lisonjas y festejos                             
               con el oído y los ojos,
               sólo para convenceros
               de que no puedo querer,
               y que el desdén que yo tengo,
               sin fomentarle el discurso,                       
               es natural en mi pecho.
GASTÓN:        Pues si argumento ha de ser
               desde hoy nuestro galanteo,
               todos vamos a argüir
               contra el desdén y despego.                
               Príncipes, de la razón 
               y de amor es ya el empeño;
               cada uno un medio elija
               de seguir este argumento.
               Veamos, para concluir,                            
               quién elige mejor medio.

Vase [don GASTÓN]
 
 
PRÍNCIPE:      Yo voy a escoger el mío,
               y de vos, señora, espero
               que habéis de ser contra vos
               el más agudo argumento.

Vase [el PRÍNCIPE]
 
 
CARLOS:        Pues yo, señora, también,
               por deuda de caballero,
               proseguiré en festejaros,
               mas será sin ese intento.
DIANA:         Pues, ¿por qué?
CARLOS:                       Porque yo sigo                     
               la opinión de vuestro ingenio;
               mas aunque es vuestra opinión,
               la mía es con más extremo.
DIANA:         ¿De qué suerte?
CARLOS:                         Yo, señora,
               no sólo querer no quiero                   
               mas ni quiero ser querido.
DIANA:         Pues, ¿en ser querido hay riesgo?
CARLOS:        No hay riesgo pero hay delito;
               no hay riesgo, porque mi pecho
               tiene tan establecido                             
               el no amar en ningún tiempo,
               que si el cielo compusiera
               una hermosura de extremos
               y ésta me amara, no hallara
               correspondencia en mi afecto.                     
               Hay delito, porque cuando
               sé yo que querer no puedo,
               amarme y no amar, sería
               faltar mi agradecimiento.
               Y así yo, ni ser querido                   
               ni querer, señora, quiero,
               porque temo ser ingrato
               cuando sé yo que he de serlo.
DIANA:         Luego, ¿vos me festejáis
               sin amarme?
CARLOS:                       Esto es muy cierto.                
DIANA:         Pues, ¿para qué?
CARLOS:                           Por pagaros
               la veneración que os debo.
DIANA:         Y eso, ¿no es amor?
CARLOS:                            ¿Amor?
               No, señora, esto es respeto.
POLILLA:       (¡Cuerpo de Cristo!  ¡Qué lindo!  Aparte                                                    
               ¡Qué bravo botón de fuego!
               Échala de ese vinagre,
               y verás, para su tiempo,
               qué bravo escabeche sale.)

[DIANA y CINTIA hablan aparte]
 
 
DIANA:         Cintia, ¿has oído a este necio?       
               ¿No es graciosa su locura?
CINTIA:        Soberbia es.
DIANA:                        ¿No será bueno
               enamorar a este loco?
CINTIA:        Sí, mas hay peligro en eso.
DIANA:         ¿De qué?
CINTIA:                  Que tú te enamores,              
               si no logras el empeño.
DIANA:         Ahora eres tú más necia;
               pues, ¿cómo puede ser eso?
               No me mueven los rendidos
               y, ¿ha de arrastrarme el soberbio?           
CINTIA:        Esto, señora, es aviso.
DIANA:         Por eso he de hacer empeño
               de rendir su vanidad.
CINTIA:        Yo me holgaré mucho de ello.

A CARLOS
 
 
DIANA:         Proseguid la bizarría,                     
               que yo ahora os la agradezco
               con mayor estimación,
               pues sin amor os la debo.
CARLOS:        ¿Vos agradecéis, señora?
DIANA:         Es porque con vos no hay riesgo.                  
CARLOS:        Pues yo iré a empeñaros más.
DIANA:         Y yo voy a agradecerlo.
CARLOS:        Pues mirad que no queráis,
               porque cesaré en mi intento.
DIANA:         No me costará cuidado.                     
CARLOS:        Pues siendo así, yo lo acepto.
DIANA:         Andad.  Venid, Caniquí.
CARLOS:        ¿Qué decís?
POLILLA:                   Soy ya ese lienzo.

A CINTIA
 
 
DIANA:         Cintia, rendido has de verle.
CINTIA:        Sí será; pero yo temo               
               que se te trueque la suerte.
               (Y eso es lo que yo deseo.)        Aparte

A CARLOS
 
 
DIANA:         Mas, ¿oís?
CARLOS:                     ¿Qué me queréis?
DIANA:         Que si acaso os muda el tiempo...
CARLOS:        ¿A qué, señora?
DIANA:                           A querer.                       
CARLOS:        ¿Qué he de hacer?
DIANA:                           Sufrir desprecios.
CARLOS:        ¿Y si en vos hubiese amor?
DIANA:         Yo no querré.
CARLOS:                       Así lo creo.
DIANA:         Pues, ¿qué pedís?
CARLOS:                            Por si acaso...
DIANA:         Eso acaso está muy lejos.                  
CARLOS:        ¿Y si llega?
DIANA:                        No es posible.
CARLOS:        Supongo.
DIANA:                   Yo lo prometo.
CARLOS:        Eso pido.
DIANA:                   Bien está.
               Quede así.
CARLOS:                  Guárdeos el cielo.
DIANA:         (Aunque me cueste un cuidado,      Aparte  
               he de rendir a este necio.)

Vanse DIANA y las damas
 
 
POLILLA:       Señor, buena va la danza.
CARLOS:        Polilla, yo estoy muriendo;
               todo mi valor ha habido
               menester mi fingimiento.                          
POLILLA:       Señor, llévalo adelante,
               y verás si no da fuego.
CARLOS:        Eso importa.
POLILLA:                     Ven, señor,
               que ya yo estoy acá dentro.
CARLOS:        ¿Cómo?
POLILLA:                Con lo Caniquí                    
               me he hecho lienzo casero.

 

FIN DE LA PRIMERA JORNADA


JORNADA SEGUNDA

 Salen CARLOS y POLILLA

 
 
CARLOS:           Polilla amigo, el pesar
               me quitas.  Dale a mi amor
               alivio.
POLILLA:                A espacio, señor,
               que hay mucho que confesar.                       
CARLOS:           Dímelo todo, que lucha
               con mi cuidado mi amor.
POLILLA:       ¿Quieres besarme, señor?
               Apártate allá y escucha.
                  Lo primero, esos bobazos                       
               de estos príncipes, ya sabes
               que en fiestas y asuntos graves
               se están haciendo pedazos.
                  Fiesta tras fiesta no tarda,
               y con su desdén tirano                     
               hacer fiestas es en vano,
               porque ella no se las guarda.
                  Ellos gastan su dinero
               sin que con ello la obliguen,
               y de enamorarla siguen                            
               el camino carretero.
                  Y ellos mismos son testigos
               que van mal, que esta mujer
               el alcanzarla ha de ser
               echando por esos trigos.                          
                  Y es tan cierta esta opinión
               que con tu desdén fingido
               de tal suerte la has herido
               que ha pedido confesión;
                  y con mi bellaquería                    
               su pecho ha comunicado,
               como ella me ha imaginado
               doctor de esta teología.
                  Para rendirte, un intento
               siempre a preguntar me sale.                      
               Mira tú de quien se vale
               para que se yerre el cuento.
                  Yo dije con gran mesura--
               "Si eso en cuidado te tray,
               para obligarle no hay                             
               medio como tu hermosura.
                  Hazle un favor, golpe en bola,
               de cuando en cuando al cuitado,
               y, en viéndole enamorado,
               vuélvete y dile mamola."                   
                  Ella de mi parecer
               se ha agradado de tal arte
               que ya está en galantearte.
               Mas ahora es menester
                  que con ceño impenetrable,              
               aunque parezcas grosero,
               siempre tú estés más entero
               que bolsa de miserable.
                  Ni te piques con la salsa,
               no piense tu bobería                       
               que está la casa vacía
               por ver la cédula falsa,
                  porque ella la trae pegada,
               y si tú vas a leella,
               has de hallar que dice en ella--                  
               "Aquí no se alquila nada."
CARLOS:           Y de eso, ¡qué ha de sacarse?
POLILLA:       Que se pique esta mujer.
CARLOS:        Pues, ¿cómo puedes saber
               que ha de venir a picarse?                        
POLILLA:          ¿Cómo picarse?  ¡Eso es bueno!
               Si ella lo finge diez días
               y tú de ella te desvías,
               te ha de querer al onceno,
                  a los doce ha de rabiar,                       
               y a los trece, me parece
               que, aunque ella se esté en sus trece,
               te ha de venir a rogar.
CARLOS:           Yo pienso que dices bien;
               mas yo temo de mi amor                            
               que si ella me hace un favor
               no sepa hacerla un desdén.
POLILLA:          ¿Qué más dijera una niña?
CARLOS:        Pues, ¿qué haré?
POLILLA:                          Mostrarte helado.
CARLOS:        ¿Cómo, se estoy abrasado?             
POLILLA:       Beber mucha garapiña.
CARLOS:           Yo he de esforzar mi cuidado.
POLILLA:       ¡Ah sí!  ¡Pesia a mi memoria!
               que lo mejor de la historia
               es lo que se me ha olvidado.                      
                  Ya sabes que ahora son
               Carnestolendas.
CARLOS:                           ¿Y pues?
POLILLA:       Que en Barcelona uso es
               de esta gallarda nación,
                  que con fiestas se divierte,                   
               llevar, sin nota en su fama,
               cada galán a su dama.
               Esto en palacio es por suerte;
                  ellas eligen colores,
               pide una el galán que viene,               
               y la dama que le tiene
               va con él, y a hacer favores
                  al galán el día la empeña;
               él se obliga a ser imán,
               y es gusto porque es galán                 
               que suele ir con una dueña.
                  Esto supuesto, Dïana
               contigo  el ir ha dispuesto,
               y no sé, por lograr esto,
               como han puesto la pavana.                        
                  Ello está trazado ya;
               mas ella sale.  Hacia allí
               te esconde; no te halle aquí,
               porque lo sospechará.
CARLOS:           Persuade tú a su desvío          
               que me enamore.
POLILLA:                         Es forzoso.
               Tú eres enfermo dichoso,
               pues te cura el beber frío.

Salen DIANA, CINTIA y LAURA. POLILLA y CARLOS esté oculto
 
 
DIANA:            Cintia, este medio he pensado
               para rendirle a mi amor;                          
               yo he de hacerle más favor.
               Todas, como os he mandado,
                  como yo, habéis de traer
               cintas de todas colores,
               con que al pedir los favores                      
               podréis cualquiera escoger
                  el galán que os pareciere,
               pues cualquier color que pida
               ya la tenéis prevenida,
               y la que el de Urgel pidiere                      
                  dejádmela para mí.
CINTIA:        Gran victoria has de alcanzar
               si le sabes obligar
               a quererte.
DIANA:                       ¿Caniquí?
POLILLA:          ¡Oh, luz de este firmamento!              
DIANA:         ¿Qué hay de nuevo?
POLILLA:                           Me he hecho amigo
               de Carlos.
DIANA:                     Mucho me obligo
               de tu cuidado.
POLILLA:                      (Así intento         Aparte
                  ser espía y del consejo.
               No es mi prevención muy vana,              
               que esto es echar la botana
               por si se sale el pellejo.)
DIANA:            ¿Y no has descubierto nada
               de lo que yo de él procuro?
POLILLA:       ¡Ay, señora!  Está más duro                                                             
               que huevo para ensalada;
                  pero yo sé tretas bravas
               con que has de hacerle bramar.
DIANA:         Pues tú lo has de gobernar.
POLILLA:       (¡Ay, pobreta, que te clavas!)       Aparte                                                    
DIANA:            Mil escudos te apercibo
               si tú su desdén allanas.
POLILLA:       Sí, haré.  (El emplasto de ranas     Aparte
               pone por madurativo.)
                  Y si le vieses querer,                         
               ¿qué harás después de tentarle?
DIANA:         ¿Qué?  Ofenderle, despreciarle,
               ajarle y darle a entender
                  que ha de rendir sus sosiegos
               a mis ojos por despojos.

[CARLOS] al paño
 
 
CARLOS:        (¡Fuego de amor en tus ojos!)         Aparte
POLILLA:       (¡Gran gusto es ver dos juegos!)      Aparte
                  Digo, ¿y no sería mejor,
               después de haberle rendido,
               tener piedad del caído?                    
DIANA:         ¿Qué llamas piedad?
POLILLA:                           De amor.
DIANA:            ¿Qué es amor?
POLILLA:                         Digo, querer,
               así al modo de empezar;
               que aquesto de pellizcar
               no es lo mismo que comer.                         
DIANA:            ¿Qué es lo que dices?  ¿Querer?
               ¿Yo me había de rendir?
               Aunque le viera morir
               no me pudiera vencer.

[CARLOS habla aparte con POLILLA al paño]
 
 
CARLOS:           (¿Hay mujer más singular?          
               ¡Oh, crüel!)
POLILLA:                     (Déjame hacer;
               que no sólo ha de querer,
               vive Dios, sino envidar.)
CARLOS:           (Yo salgo.  El alma se abrasa.)
POLILLA:       Carlos viene.
DIANA:                        Disimula.                          
POLILLA:       (Lástima es que tome bula;        Aparte  
               ¡si supiera lo que pasa!)
DIANA:            Cintia, avisa cuando es hora
               de ir al sarao.
CINTIA:                       Ya he mandado
               que estén con ese cuidado.

Sale CARLOS
 
 
CARLOS:        Y yo el primero, señora,
                  vengo, pues es deuda igual,
               a cumplir mi obligación.
DIANA:         Pues, ¿cómo, sin afición,
               sois vos el más puntüal?              
CARLOS:           Como tengo el corazón
               sin los cuidados de amar,
               tiene el alma más lugar
               de cumplir su obligación.

[POLILLA habla] aparte a DIANA
 
 
POLILLA:          (Hazle un favorcillo al vuelo,                 
               por si más grato le ves.)
DIANA:         (Eso procuro.)
POLILLA:                        (Esto es          Aparte
               hacerla escupir al cielo.)
DIANA:            Mucho, no teniendo amor,
               vuestra asistencia me obliga.                     
CARLOS:        Si es mandarme que prosiga,
               sin hacerme ese favor,
                  lo haré yo, porque obligada
               a eso mi atención está.
DIANA:         Poca lumbre el favor da.                          
POLILLA:       Está la yesca mojada.
DIANA:            Luego, ¿al favor que os hago
               no le dais estimación?
CARLOS:        Eso con veneración,
               mas no con amor le pago.

[Habla] POLILLA aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:          (¡Necio!  Ni aun así le pagues.)
CARLOS:        (¿Qué quieres?  Templa mi ardor,
               aunque es fingido, el favor.)
POLILLA:       (Pues enjuágate y no tragues.)
DIANA:            ¿Qué le has dicho?
POLILLA:                              Que, al oíllos      
               agradezca tus favores.
DIANA:         Bien haces.
POLILLA:                     (Esto es, señores,  Aparte
               engañar a dos carrillos.)                  
DIANA:            Si yo a querer algún día
               me inclinase, fuera a vos.                        
CARLOS:        ¿Por qué?
DIANA:                   Porque entre los dos
               hay oculta simpatía.
                  El llevar vos mi opinión,
               el ser vos del genio mío;
               y, a sufrirlo mi albedrío,                 
               fuera a vos mi inclinación.
CARLOS:           Pues hicierais mal.
DIANA:                                 No hiciera,
               que sois galán.
CARLOS:                       No es por eso.
DIANA:         Pues, ¿por qué?   
CARLOS:                         Porque os confieso
               que yo no os correspondiera.                      
DIANA:            Pues si os viérades amar
               de una mujer como yo,
               ¿no me quisiérades?
CARLOS:                              No.
DIANA:         Claro sois.
CARLOS:                     No sé engañar.
POLILLA:          (¡Oh, pecho heroico y valiente!  Aparte                                                    
               Dale por esos ijares;
               si tú no se la pegares,
               me la claven en la frente.)

[DIANA habla] aparte con POLILLA
 
 
DIANA:            (Mucho al enojo me acerco;
               tal desahogo no he visto.)                        
POLILLA:       (Desvergüenza es, ¡vive Cristo!)
DIANA:         (¿Has visto tal?)
POLILLA:                           (¡Es un puerco!)
DIANA:            (¿Qué haré?)
POLILLA:                        (Meterle en la danza
               de mor, y a puro desdén
               quemarle.)
DIANA:                     (Tú dices bien;                
               que esa es la mayor venganza.)

A CARLOS
 
 
                  Yo os tuve por más discreto.
CARLOS:        Pues, ¿qué he hecho contra razón?
DIANA:         Eso es ya desatención.
CARLOS:        No ha sido sino respeto.                          
                  Y porque veáis que es error
               que haya en el mundo quien crea
               que el que quiere lisonjea,
               escuchad lo que es amor.                          
 
                  Amar, señora, es tener                  
               inflamado el corazón
               con un deseo de ver
               a quien causa esta pasión,
               que es la gloria del querer.
                  Los ojos, que se agradaron                     
               de algún sujeto que vieron,
               al corazón trasladaron
               las especias que cogieron
               y esta inflamación causaron.
                  Su hidrópica ardor procura              
               apagar de sus antojos
               la sed, viendo la hermosura;
               más crece la calentura
               mientras más beben los ojos.
                  Siendo esta fiebre mortal                      
               quien corresponde al amor
               bien se ve que es desleal,
               pues le remedia el dolor,
               dando más fuerzas al mal.
                  Luego el que amado se viere,                   
               no obliga en corresponder,
               si daña, como se infiere.
               Pues oíd cómo en querer
               tampoco obliga el que quiere.
                  Quien ama con fe más pura               
               pretende de su pasión
               aliviar la pena dura,
               mirando aquella hermosura
               que adora su corazón.
                  El contento de miralla                         
               le obliga al ansia de verla.
               Esto, en rigor, es amalla;
               luego aquel gusto que halla
               le obliga sólo a quererla.
                  Y esto mejor se percibe                        
               del que aborrecido está,
               pues aquél, amando, vive,
               no por el gusto que da,
               sino por el que recibe.
                  Los que aborrecidos son                        
               de la dama que apetecen,
               no sienten la desazón
               porque causa su pasión
               sino porque ellos padecen.
                  Luego si por su tormento                       
               el desdén siente quien ama,
               el que quiere más atento,
               no quiere el bien de su dama,
               sino su propio contento.
                  A su propia conveniencia                       
               dirige amor su fatiga;
               luego es clara consecuencia
               que no con amor se obliga
               ni con su correspondencia.
 
DIANA:            El amor es una unión                    
               de dos almas que su ser
               truecan por transformación,
               donde es fuerza que ha de haber
               gusto, agrado y elección.
                  Luego si el gusto es después            
               del agrado y la elección,
               y ésta voluntaria es,
               ya le debe obligación,
               si no amante, de cortés.
CARLOS:           Si vuestra razón infiere                
               que es amar obligación,
               ¿por qué os ofende el que quiere?
DIANA:         Porque yo tendré razón
               para lo que yo quisiere.
CARLOS:           ¿Y qué razón puede ser?     
DIANA:         Yo otra razón no prevengo
               más que quererla tener.
CARLOS:        Pues ésa es la que yo tengo
               para no corresponder.
DIANA:            ¿Y si acaso el tiempo os muestra          
               que vence vuestra porfía?
CARLOS:        Siendo una la razón nuestra,
               si se venciera la mía
               no es muy segura la vuestra.

Suenan instrumentos
 
 
LAURA:            Señora, los instrumentos                
               ya de ser hora, dan señas
               de comenzar el sarao
               para las Carnestolendas.
POLILLA:       Y ya los príncipes vienen.
DIANA:         Tened todas advertencia                           
               de prevenir los colores.

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (¡Ah, señor, estar alerta!)
CARLOS:        (¡Ay, Polilla, lo que fino
               toda una vida me cuesta!)                         
POLILLA:       (Calla, que de enamorarla                         
               te hartarás al ir con ella,
               por la obligación del día.)
CARLOS:        (Disimula, que ya llegan.)

Salen el PRÍNCIPE, don GASTÓN, [unos] galanes, y MÚSICOS
 
 
MÚSICOS:       "Venid los galanes                                
               a elegir las damas;                               
               pues en Carnestolendas
               Amor se disfraza.
               Falarala, larala"
 
PRÍNCIPE:      Dudoso vengo, señora,
               pues teniendo corta estrella,                     
               vengo fïado en la suerte.
GASTÓN:        Aunque mi duda es la mesma,
               el elegir la color
               me toca a mí; que el ser buena
               pues le toca a mi fortuna;                        
               ella debe cuidar de ella.
DIANA:         Pues sentaos, y cada uno
               elija color, y sea
               como es uso, previniendo
               la razón para escogerla;                   
               y la dama que le tiene
               salga con él, siendo deuda
               el enamorarla en él
               y el favorecerle en ella.
 
MÚSICOS:       "Venid los galanes                                
               a elegir las damas;                               
               pues en Carnestolendas
               Amor se disfraza.
               Falarala, larala"
 
PRÍNCIPE:      Ésta es acción de fortuna,          
               y ella, por ser loca y ciega,
               siempre le da lo mejor
               a quien menos partes tenga.
               Por ser yo el de menos partes,
               es forzoso que aquí sea                    
               quien tiene más esperanza;
               y así, el escoger es fuera
               el color verde.
CINTIA:                        (Si yo             Aparte
               escojo de lo que queda,
               después de Carlos, yo elijo                
               al de Bearne).  Yo soy vuestra,
               que tengo el verde; tomad.

Dale una cinta verde
 
 
PRÍNCIPE:      Corona, señora, sea
               de mi suerte el favor vuestro,
               que, a no serlo, elección fuera.

Danzan CINTIA y el PRÍNCIPE una mudanza; pónense mascarillas y retíranse a un lado quedando en pie
 
 
MÚSICOS:       "Vivan los galanes
               con sus esperanzas,
               que para ser dichas
               el tenerlas basta.
               Falarala, larala."                                
 
GASTÓN:        Yo nunca tuve esperanza,
               sino envidia, pues cualquiera
               debe más favor que yo
               a las luces de su estrella;
               y, pues, siempre estoy celoso,                    
               azul quiero.
FENISA:                       Yo soy vuestra,
               que tengo el azul.  Tomad.

Dale una azul
 
 
GASTÓN:        Mudar de color pudiera;
               pues ya, señora, mi envidia
               con tan buena suerte cesa.

Danzan y retíranse
 
 
MÚSICOS:       "No cesan los celos
               por lograr la dicha,
               pues los hay entonces
               de los que la envidian.
               Falarala, larala."                                
 
POLILLA:       Y yo, ¿he de elegir color?
DIANA:         Claro está.
POLILLA:                   Pues vaya fuera,
               que ya salirme quería
               a la cara la vergüenza.
DIANA:         ¿Que color pides?
POLILLA:                           Yo tengo                      
               hecho el buche a damas feas;
               de suerte que habrá de ser
               muy mala la que me quepa.
               De las damas que aquí miro
               no hay ninguna que no sea                         
               como una rosa; y pues yo
               le he de hacer mala por fuerza,
               por si ella es como una rosa,
               yo la quiero rosa seca.
               Rosa seca, sal acá.                        
               ¿Quién la tiene?
LAURA:                           Yo soy vuestra,
               que tengo el color.  Tomad.

Dale una cinta
 
 
POLILLA:       ¿Yo aquí he de favorecerla
               y ella a mí ha de enamorarme?
LAURA:         No, sino al revés.
POLILLA:                          Pues vuelta.

Vuélvese de espaldas
 
 
               Enamórame al revés.
LAURA:         Que no ha de ser eso, bestia,
               sino enamórame tú.
POLILLA:       ¿Yo?  Pues toda la manteca,
               hecha pringue en la sartén,                
               a tu blancura no llega,
               ni con tu pelo se iguala
               la frisa de la bayeta,
               ni dos ojos de jabón
               más que los tuyos blanquean,               
               ni siete bocas hermosas
               las unas tras otras puestas,
               son tanto como la tuya;
               y no hablo de pies y piernas,
               porque no hilo tan delgado                        
               que aunque yo con tu belleza
               he caído, no he caído,
               pues no cae el que no peca.

Danzan y retíranse
 
 
MÚSICOS:       "Quien a rosas secas
               su elección inclina,                       
               tiene amor de rosas
               y temor de espinas.
               Falarala, larala."
 
CARLOS:        Yo a elegir quedo el postrero,
               y ha sido por la violencia                        
               que me hace la obligación
               de haber de fingir finezas;
               y pues ir contra el dictamen
               del pecho es enojo y pena,
               para que lo signifique,                           
               de los colores que quedan
               pido el color nacarado.
               ¿Quién la tiene?
DIANA:                           Yo soy vuestra,
               que tengo el nácar.  Tomad.

Dásela una cinta de nácar
 
 
CARLOS:        Si yo, señora, supiera                     
               el acierto de mi suerte,
               no tuviera por violencia
               fingir amor, pues ahora
               le debo tener de veras.

Danzan y retíranse
 
 
MÚSICOS:       "Iras significa                                   
               el color de nácar;
               el desdén no es ira.
               Quien tiene iras ama.
               Falarala, larala."

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (Ahora te puedes dar                              
               un hartazgo de finezas
               como para quince días,
               mas no te ahites con ellas.)
DIANA:         Guíe la música pues,
               a la plaza de las fiestas,                        
               y ya galanes y damas
               vayan cumpliendo la deuda.
 
MÚSICOS:       "Vayan los galanes
               todos con sus damas,
               que en Carnestolendas                             
               Amor se disfraza.
               Falarala, larala."

Vanse todos de dos en dos, y al entrar se detienen DIANA y CARLOS
 
 
DIANA:         (Yo he de rendir a este hombre     Aparte
               o he de condenarme a necia.)
               ¡Qué tibio galán hacéis!                                                   
               Bien se ve en vuestra tibieza
               que es violencia enamorar,
               y siendo el fingirlo fuerza,
               no saberlo hacer no es falta
               de amor, sino de agudeza.                         
CARLOS:        Si yo hubiera de fingirlo,
               no tan remiso estuviera,
               que donde no hay sentimiento
               está más pronta la lengua.
DIANA:         Luego, ¿estáis enamorado              
               de mí?
CARLOS:                Si no lo estuviera,
               no me atara este temor.
DIANA:         ¿Qué decís?  ¿Habláis de veras?
CARLOS:        Pues si el alma lo publica,
               ¿puede fingirlo la lengua?                   
DIANA:         Pues, ¿no dijisteis que vos
               no podéis querer?
CARLOS:                           Eso era
               porque no me había tocado
               el veneno de esta flecha.
DIANA:         ¿Qué flecha?
CARLOS:                       La de esta mano                    
               que el corazón me atraviesa
               y, como el pez que introduce
               su venenosa violencia
               por el hilo y por la caña
               y al pescador pasma, y hiela                      
               el brazo que le detiene,
               a mí el alma me penetra
               el dulce, ardiente veneno
               que de vuestra mano bella
               se introduce por la mía,                   
               y hasta el corazón me llega.
DIANA:         (Albricias, ingenio mío,               Aparte
               que ya rendí su soberbia.
               Ahora probará el castigo
               del desdén de mi belleza.)                 
               Que, en fin, ¿vos no imaginabais
               querer, y queréis de veras?
CARLOS:        Toda el alma se me abrasa,
               todo mi pecho es centellas.
               Temple en mí vuestra piedad                
               este ardor que me atormenta.
DIANA:         Soltad.  ¿Qué decís?  Soltad.

Quítase la mascarilla DIANA y suéltale la mano
 
 
               ¿Yo favor?  La pasión ciega
               para el castigo os disculpa,
               mas no para la advertencia.                       
               ¿A mí me pedís favor
               diciendo que amáis de veras?
CARLOS:        (¡Cielos, yo me despeñé!
               Pero válgame la enmienda.)
DIANA:         ¿No os acordáis de que os dije        
               que en queriéndome, era fuerza
               que sufrieses mis desprecios
               sin que os valiese la queja?
CARLOS:        ¿Luego de veras habláis?
DIANA:         Pues, ¿vos no queréis de veras?       
CARLOS:        ¿Yo, señora?  Pues, ¿se pudo
               trocar mi naturaleza?
               ¿Yo querer de veras?  ¿Yo?
               ¡Jesús, qué error!  ¿Eso piensa
               vuestra hermosura?  ¿Yo amor?                
               Pues cuando yo le tuviera
               de vergüenza lo callara.
               Esto es cumplir con la deuda
               de la obligación del día.
DIANA:         ¿Qué me decís?  (¡Yo estoy muerta!)        Aparte                                     
               ¿Que no es de veras?  (¿Qué escucho?       Aparte
               Pues, ¡cómo aquí a hablar no acierta
               mi vanidad, de corrida!)
CARLOS:        Pues vos, siendo tan discreta,
               ¿no conocéis que es fingido?          
DIANA:         Pues, ¿aquello de la flecha,
               del pez, el hilo y la caña,
               y el decir que el desdén era
               porque no os había tocado
               del veneno la violencia?                          
CARLOS:        Pues eso es fingido bien.
               ¿Tan necio queréis que sea
               que cuando a fingir me ponga,
               lo finja sin apariencia?
DIANA:         (¿Qué es esto que me sucede?          
               ¿Yo he podido ser tan necia
               que me haya hecho este desaire?
               Del incendio de esta afrenta
               el alma tengo abrasada.
               Mucho temo que lo entienda.                       
               Yo he de enamorar a este hombre,
               si toda el alma me cuesta.)
CARLOS:        Mirad que esperan, señora.
DIANA:         (¿Que a mí este error me suceda!)          Aparte
               Pues, ¿cómo vos...
CARLOS:                            ¿Qué decís?                                                    
DIANA:         (¿Qué iba yo a hacer?  Ya estoy ciega.)    Aparte
               Poneos la máscara y vamos.
CARLOS:        (No ha sido mala la enmienda.              Aparte
               ¿Así trata el rendimiento?
               ¡Ah crüel!  ¡Ah ingrata!  ¡Ah fiera!                                                           
               Yo echaré sobre mi fuego
               toda la nieve del Etna.)
DIANA:         Cierto que sois muy discreto,
               y lo fingís de manera
               que lo tuve por verdad.                           
CARLOS:        Cortesanía fue vuestra
               el fingiros engañada
               por favorecer con ella;
               que con eso habéis cumplido
               con vuestra naturaleza                            
               y la obligación del día;
               pues fingiendo la cautela
               de engañaros, porque a mí
               me dais crédito con ella,
               favorecéis el ingenio                      
               y despreciáis la fineza.
DIANA:         (Bien agudo ha sido el modo        Aparte
               de motejarme de necia;
               mas así le he de engañar.)
               Venid, pues, y aunque yo sepa                     
               que es fingido, proseguid;
               que eso a estimaros me empeña 
               con más veras.
CARLOS:                       ¿De qué suerte?
DIANA:         Hace a mi desdén más fuerza
               la discreción que el amor,                 
               y me obligáis más con ella.
CARLOS:        (¿Quién no entendiese su intento?      Aparte
               Yo le volveré la flecha.)
DIANA:         ¿No proseguís?
CARLOS:                        No, señora.
DIANA:         ¿Por qué?
CARLOS:                    Me ha dado tal pena                   
               el decirme que os obligo,
               que me ha hecho perder la senda
               del fingirme enamorado,
DIANA:         Pues vos, ¿qué perder pudierais
               en tenerme a mí obligada                   
               con vuestra intención discreta?
CARLOS:        Arriesgarme a ser querido.
DIANA:         Pues, ¿tan mal os estuviera?
CARLOS;        Señora, no está en mi mano;    
               y si yo en eso me viera,                          
               fuera cosa de morirme.
DIANA:         (¿Que esto escuche me belleza?)     Aparte
               Pues, ¿vos presumís que yo 
               puedo quereros?
CARLOS:                          Vos mesma
               decís que la que agradece                  
               está de querer muy cerca;
               pues quien confiesa que estima,
               ¿qué falta para que quiera?
DIANA:         Menos falta para injuria
               a vuestra loca soberbia;                          
               y eso poco que le falta,
               pasando ya de grosera,
               quiero excusar con dejaros.
               Idos.
CARLOS:                Pues, ¿cómo a la fiesta
               queréis faltar?  ¿Puede ser           
               sin dar causa a otra sospecha?
DIANA:         Ese riesgo a mí me toca.
               Decid que estoy indispuesta,
               que me ha dado un accidente.
CARLOS:        Luego con eso licencia                            
               me dais para no asistir.
DIANA:         Si os mando que os vais, ¿no es fuerza?
CARLOS:        Me habéis hecho un gran favor.
               Guarde Dios a vuestra alteza.

Vase CARLOS
 
 
DIANA:         ¿Qué es esto que por mí pasa?  
               ¡Tan ciego estoy, tan ciega,
               que si supiera algún medio
               de triunfar de su soberbia,
               aunque arriesgara el respeto,
               por rendirle a mi belleza,                        
               a costa de mi decoro
               comprara la diligencia!

Sale POLILLA
 
 
POLILLA:       ¿Qué es esto, señora mía?
               ¿Cómo se ha aguado la fiesta?
DIANA:         Hame dado un accidente.                           
POLILLA:       Si es cosa de la cabeza,
               dos parches de tacamaca,
               y que te traigan las piernas.
DIANA:         No tienen piernas las damas.
POLILLA:       Pues por esta razón mesma                  
               digo yo que te las traigan.   
               Mas, ¿qué ha sido tu dolencia?
DIANA:         Aprieto del corazón.
POLILLA:       ¡Jesús!  Pues si no es más de ésa,
               sángrate y púrgate luego,           
               u échate unas sanguijuelas,
               dos docenas de ventosas,
               y al instante estarás buena.
DIANA:         Caniquí, yo estoy corrida
               de no vencer la tibieza                           
               de Carlos.
POLILLA:                 Pues, ¿eso dudas?
               ¿Quieres que por ti se pierda?
DIANA:         Pues, ¿cómo se ha de perder?
POLILLA:       Hazle que tome una renta.
               Pero, de veras hablando,                          
               tú, señora, ¿no deseas
               que se enamore de ti?
DIANA:         Toda mi corona diera
               por verle morir de amor.
POLILLA:       ¿Y es eso cariño o tema?              
               La verdad, ¿te entra el Carlillos?
DIANA:         ¿Qué es cariño?  Yo soy peña.
               Para abrasarle a desprecios,
               a desaires y a violencias,
               lo deseo sólo.
POLILLA:                      (¡Zape!              Aparte                                                    
               Aún está verde la breva;
               mas ella madurará
               como hay muchachos y piedras.)
DIANA:         Yo sé que él gusta de oír
               cantar.
POLILLA:                 Mucho, como sea                         
               la Pasión o algún buen salmo,
               cantado con castañetas.
DIANA:         ¿Salmo?  ¿Qué decís?
POLILLA:                             Es cosa,
               señora, que esto le eleva.
               Lo que es música de salmos                 
               pierde su juicio por ella.
DIANA:         Tú has de hacer por mí una cosa.
POLILLA:       ¿Qué?
DIANA:                 Abierta hallarás la puerta
               del jardín; yo con mis damas
               estaré allí, y sin que él sepa                                                             
               que es cuidado, cantaremos;
               tú has de decir que le llevas
               porque nos oiga cantar,
               diciendo que, aunque le vean,
               a ti te echarán la culpa.                  
POLILLA:       Tú has pensado buena treta,
               porque en viéndote cantar
               se ha de hacer una jalea.
DIANA:         Pues ve a buscarle al momento.
POLILLA:       Llevaréle con cadena.                      
               A oír cantar irá el otro
               tras de un entierro; mas sea
               buen tono.
DIANA:                     ¿Qué te parece?
POLILLA:       Alguna cosa burlesca
               que tenga mucha alegría.                   
DIANA:         ¡Como qué?
POLILLA:                   Un "requiem aeternam."
DIANA:         Mira que voy al jardín.
POLILLA:       Pues ponte como una Eva
               para que caiga este Adán.
DIANA:         Allá espero.

Vase DIANA
 
 
POLILLA:                      Norabuena.                         
               Que tú has de ser la manzana
               y has de llevar la culebra.
               Señores, ¡que estas locuras
               ande haciendo una princesa!
               Mas, quien tiene la mayor,                        
               ¿qué mucho que esotras tenga?
               Porque las locuras son
               como un plato de cerezas,
               que en tirando de la una,
               las otras se van tras ella.

Sale CARLOS
 
 
CARLOS:        ¿Polilla amigo?
POLILLA:                       Carlos, ¡bravo cuento!
CARLOS:        Pues, ¿que ha habido de nuevo?
POLILLA:                                     Vencimiento.
CARLOS:        Pues tú, ¿qué has entendido?
POLILLA:       Que para enamorarte, me ha pedido
               que te lleve al jardín, donde has de vella,                                                           
               más hermosa y brillante que una estrella,
               cantando con sus damas;
               que como te imagina duro tanto,
               ablandarte pretende con el canto.
CARLOS:        ¿Eso hay?  Mucho lo extraño.          
POLILLA:       Mira si es liviandad de buen tamaño,
               y si está ya harto ciega,
               pues esto hace y de mí a fïarlo llega.

Tañen dentro
 
 
CARLOS:        Ya escucho el instrumento.
POLILLA:                                 Ésta es ya tuya.
CARLOS:        Calla, que canta ya.
POLILLA:                           ¡Pues aleluya!

Canten dentro
 
 
MÚSICA:           "Olas eran de zafir
               las del mar sola esta vez,
               con el que siempre le aclaman
               los mares segundo rey."
 
POLILLA:       Vamos, señor.
CARLOS:                       ¿Qué dices?  Que yo muero.                                                           
POLILLA:       Deja eso a los pastores de la Arcadia
               y vámonos allá, que esto es primero.
CARLOS:        ¿Y qué he de hacer?
POLILLA:                           Entrar, y no mirarla,
               y divierte con la copia bella
               de flores, y aunque ella                          
               se haga rajas cantando, no escucharla,  
               porque se abrase.
CARLOS:                         No podré emprenderlo.
POLILLA:       ¿Cómo no?  ¡Vive Cristo!, que has de hacerlo
               o te tengo de dar con esta daga
               que traigo para eso, que esta llaga               
               se ha de curar con escozor.
CARLOS:                                    No intentes
               eso, que no es posible que lo allanes.
POLILLA:       Señor, tú has de sufrir polvos de Juanes;
               que toda el alma tienes ya podrida.

Música
 
 
CARLOS:        Otra vez cantan; oye, por tu vida.                
POLILLA:       Pesia a mi alma; vamos,
               no es eso tiempo pierdas.
CARLOS:                                 Atendamos;
               que luego estar podemos.
POLILLA:       Allá, desde más cerca, escucharemos.
               ¡Anda con Barrabás!
CARLOS:                            Oye primero.                  
POLILLA:       Has de entrar, ¡vive Dios!
CARLOS:                                  Oye.
POLILLA:                                     No quiero.

Salen DIANA, CINTIA, LAURA, FENISA y damas en guardapiés y justillos, cantando
 
 
DAMAS:            "Olas eran de zafir
               las del mar sola esta vez,
               con el que siempre le aclaman
               los mares segundo rey."                           
 
DIANA:            ¿No habéis visto entrar a Carlos?
CINTIA:        No sólo no le hemos visto,
               mas ni aun de que venir pueda
               en el jardín hay indicio.
DIANA:         Laura, ten cuenta si viene.                       
LAURA:         Ya yo, señora, lo miro.
DIANA:         Aunque arriesgue mi decoro,
               he de vencer sus desvío.
LAURA:         Cierto, que estás tan hermosa,
               que ha de faltarle el sentido                     
               si te ve y no se enamora.
               Mas, señora, ya le he visto;
               ya está en el jardín.
DIANA:                             ¿Qué dices?
LAURA:         Que con Caniquí ha venido.
DIANA:         Pues volvamos a cantar,                           
               y sentaos todas conmigo.

Siéntanse todas, y salen POLILLA y CARLOS
 
 
POLILLA:       No te derritas, señor.
CARLOS:        Polilla, ¿no es un prodigio
               su belleza?  En aquel traje
               doméstico es un hechizo.                   
POLILLA:       ¿Qué bravas están las damas
               en guardapiés y justillo!
CARLOS:        ¿Para qué son los adornos
               donde hay sin ello tal brío?
POLILLA:       Mira.  Éstas son como el cardo,            
               que el hortelano advertido
               le deja las pencas malas,
               que, aunque no son de servicio,
               abultan para venderle;
               pero después de vendido,                   
               sólo se come el cogollo;
               pues las damas son lo mismo.
               Lo que se come es aquesto,
               que el moño y el artificio
               de las faldas son las pencas,                     
               que se echan a los borricos.
               Pero vuelve allá la cara,
               no mires, que vas perdido.
CARLOS:        Polilla, no he de poder.
POLILLA:       ¿Qué llamas no?  ¡Vive Cristo,   
               que he de meterte la daga
               si vuelves!

Le pone la daga a la cara
 
 
CARLOS:                     Ya no la miro.
POLILLA:       Pues la estás oyendo, engaña
               los ojos con los oídos.
CARLOS:        Pues vámonos alargando,                    
               porque si canta, el no oírlo
               no parezca que es cuidado,
               sino divertirme el sitio.
CINTIA:        Ya te escucha, cantar puedes.
DIANA:         Así vencerle imagino.

Canta
 
 
                  "El que solo de su abril
               escogió mayo cortés,
               por gala de su esperanza,
               las flores de su desdén"
 
DIANA:         ¿No ha vuelto a oír?
LAURA:                              No, señora.           
DIANA:         ¿Cómo no?  Pues, ¿no me ha oído?
CINTIA:        Puede ser, porque está lejos.
CARLOS:        En toda mi vida he visto
               más bien compuesto jardín.
POLILLA:       Vaya de eso, que es lindo.                        
DIANA:         El jardín está mirando.
               ¿Este hombre está sin sentido?
               ¿Qué es esto? Cantemos todas
               para ver si vuelve a oírnos.

Cantan todas
 
 
DAMAS:            "A tan dichoso favor                           
               sirva tan florido mes,
               por gloria de sus trofeos
               rendido le bese el pie."
 
CARLOS:        ¡Qué bien hecho está aquel cuadro
               de sus armas!  ¡Qué pulido!           
POLILLA:       Harto más pulido es eso.
DIANA:         ¡Que esto escucho!  ¡Que esto miro!
               ¿Los cuadros está alabando
               cuando yo canto?
CARLOS:                         No he visto
               hiedra más bien enlazada.                  
               ¡Qué hermoso verde!
POLILLA:                           Eso pido;
               date en lo verde, que engordas.
DIANA:         No me ha visto o no me ha oído,
               Laura, al descuido le advierte
               que estoy yo aquí.

Levántase LAURA
 
 
CINTIA:                            (Este capricho      Aparte  
               la ha de despeñar a amar.)
LAURA:         Carlos, estad advertido
               que esta aquí dentro Diana.
CARLOS:        Tiene aquí un famoso sitio;
               los laureles están buenos;                 
               pero entre aquellos jacintos
               aquel pie de guindo afea.
POLILLA:       ¡Oh qué lindo pie de guindo!
DIANA:         ¿No se lo advertiste, Laura?
LAURA:         Ya, señora, se lo he dicho.                
DIANA:         Ya no yerra de ignorancia;
               pues, ¿cómo está divertido?

Pasa CARLOS por delante de DIANA, llevándole POLILLA la daga junto a la cara para que no vuelva
 
 
POLILLA:       Señor, por aquesta calle
               pasa sin mirar.
CARLOS:                       Rendido
               estoy a mi resistencia;                           
               volver temo.
POLILLA:                    ¡Ten, por Cristo,
               que te herirás con la daga!
CARLOS:        Yo no pudo más, amigo.
POLILLA:       Hombre, mira que te clavas.
CARLOS:        ¿Qué quieres?  Ya me he vencido.      
POLILLA:       Vuelve por esotro lado.
CARLOS:        ¿Por acá?
POLILLA:                 Por allá digo.
DIANA:         ¿No ha vuelto?
LAURA:                        Ni lo imagina.
DIANA:         Yo no creo lo que miro;
               ve tú al descuido, Fenisa,                 
               y vuelve a dar el aviso.

Levántase y va FENISA
 
 
POLILLA:       Otro correo dispara,
               mas no dan lumbre los tiros.
FENISA:        ¿Carlos?
CARLOS:                ¿Quién llama?
POLILLA:                           ¿Quién es?
FENISA:        Ved que Diana os ha visto.                        
CARLOS:        Admirado de esta fuente
               en verla me he divertido
               y no había visto a su alteza;
               decid que ya me retiro.
DIANA:         (¡Cielos!  Sin duda se va.)         Aparte                                                    
               ¡Oíd, escuchad!  A vos digo.

Levántase
 
 
CARLOS:        ¿A mi, señora?
DIANA:                        Sí, a vos.
CARLOS:        ¿Qué mandáis?
DIANA:                        ¿Cómo, atrevido,
               habéis entrado aquí dentro,
               sabiendo que en mi retiro                         
               estaba yo con mis damas?
CARLOS:        Señora, no os había visto;
               la hermosura del jardín
               me llevó, y perdón os pido.
DIANA:         (Esto es peor; que aún no dice    Aparte                                                    
               que para escucharme vino.)
               Pues, ¿no me oísteis?
CARLOS:                            No, señora.
DIANA:         No es posible.
CARLOS:                       Un yerro ha sido,
               que sólo enmendarse puede                  
               con no hacer más el delito.

Vase [CARLOS]
 
 
CINTIA:        Señora, este hombre es un tronco.
DIANA:         Déjame, que sus desvíos
               el sentido han de quitarme.

[Hablan] aparte [CINTIA y LAURA]
 
 
CINTIA:        (Laura, esto va ya perdido.)                      
LAURA:         (Si ella no está enamorada                 
               de Carlos, ya va camino.)

Vanse [las dos]
 
 
DIANA:         ¡Cielos!  ¿Qué es esto que veo?
               Un Etna es cuanto respiro.
               ¡Yo despreciada!
POLILLA:                      (Eso sí,                Aparte                                                    
               pesia a su alma, dé brincos).              
DIANA:         ¿Caniquí?
POLILLA:                  ¿Señora mía?
DIANA:         ¿Qué es esto?  ¿Este hombre no vino
               a escucharme?
POLILLA:                      Sí, señora.
DIANA:         Pues, ¿cómo no ha vuelto a oírlo?                                                    
POLILLA:       Señora, es loco de atar.                   
DIANA:         Pues, ¿qué respondió o qué digo?
POLILLA:       Es vergüenza.
DIANA:                        Dilo, pues.
POLILLA:       Que cantabais como niños
               de escuela, y que no quería                
               escucharos.
DIANA:                     ¿Eso ha dicho?                   
POLILLA:       Sí, señora.
DIANA:                     ¡Hay tal desprecio!
POLILLA:       Es un bobo.
DIANA:                      ¡Estoy sin juicio!
POLILLA:       No hagas caso.
DIANA:                        ¡Estoy mortal!
POLILLA:       Que es un bárbaro.
DIANA:                           Eso mismo                       
               me ha de obligar a rendirle                       
               si muero por conseguirlo.

Vase
 
 
POLILLA:       ¡Buena va la danza, alcalde,
               y da en la albarda el granizo!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA


JORNADA TERCERA

Salen CARLOS, POLILLA, don GASTÓN y el PRÍNCIPE de Bearne
 
 
GASTÓN:           Carlos, nuestra amistad no da licencia
               de valernos de vos para este intento.             
CARLOS:        Ya sabéis que es segura mi obediencia.
PRÍNCIPE:         En fe de eso os consulto el pensamiento.
POLILLA:       Va de consulta, y salga la propuesta,
               que todo lo demás es molimiento.
PRÍNCIPE:         Ya vos sabéis que no ha queado fiesta,  
               fineza, ostentación, galantería,
               que no haya sido de los tres compuesta
                  para vencer la injusta antipatía
               que nos tiene Dïana, sin debella   
               ni aun lo que debe dar la cortesía;        
                  pues habiendo salido vos con ella,
               la obligación y el uso de la suerte, 
               por no favorecernos, atropella,
                  y la alegría del festín convierte
               en queja de sus damas, y en desprecio             
               de nosotros, si el término se advierte;
                  y de nuestro decoro haciendo aprecio
               más que de nuestro amor, nos ha obligado
               solamente a vencer su desdén necio,
                  y el gusto quedará desempeñado   
               de los tres, sila viésemos vencida
               de cualquiera de todos al cuidado.
                  Para eso, pues, traemos prevenida
               yo y don Gastón la industria que os diremos,
               que si a esta flecha no quedare herida,           
                  no queda ya camino que intentemos.
CARLOS:        ¿Qué es la industria?
GASTÓN:                               Que pues para estos días
               todos por suerte ya damas tenemos,
                  prosigamos en las galanterías
               todos sin hacer caso de Dïana,               
               pues ella se excusó con sus porfías;
                  que si a ver llega su altivez tirana,
               por su desdén, su adoración perdida,
               si no de amante, se ha de herir de vana;
                  y en conociendo indicios de la herida,         
               nuestras finezas han de ser mayores,
               hasta tenerla en su rigor vencida.
POLILLA:          No es ése mal remedio; mas, señores, 
               eso es lomismo que a cualquier doliente
               el quitarle la cena los doctores.                 
PRÍNCIPE:         Pero si no esremedio suficiente,
               cuandono alivie o temple la dolencia,
               sirve de que no crezca el accidente.
                  Si a Dïana la ofende la decencia
               con que la festejamos, porfïarla             
               sólo será crecer su resistencia.
                  Ya no queda más medio que dejarla,
               pues si la ley que dio naturaleza
               no falta en ella, así hemos de obligarla,
                  porque en viendo perdida la fineza             
               la dama, aun de aquel mismo que aborrece,
               sentirlo es natural en la belleza,
                  que la veneradió de que crece,
               aunque el gusto cansado la desprecia,
               la vanidad del alma la apetece,                   
                  y si le falta lo que elalma aprecia,
               aunque lo calle allá su sentimiento,
               la estará a solas condenando a necia.
                  Y cuando no se logre el pensamiento
               de obligarla a querer, en que lo sienta           
               queda vengado bien nuestro tormento.
CARLOS:           Lo que, ofendido, vuestro amor intenta,
               por dos causas de mí queda aceptado:
               uno, el ser fuerza que ella lo consienta,
                  porque eso su desdén nos ha mandado;    
               y otra, que, sin amor, ese desvío
               no me puede costar ningún cuidado.
PRÍNCIPE:         Pues la palabra os tomo.
CARLOS:                                  Yo la fío.
PRÍNCIPE:      Y aun de Dïana el nombre a nuestro labio
               desde aquí lo prohiba el albedrío.  
GASTÓN:           Ése contra el desdén esmedio sabio.
CARLOS:        Digo que de mi parte lo prometo.
PRÍNCIPE:      Pues vos veréis vengado vuestro agravio.
GASTÓN:           Vamos, y aunque se ofenda su respeto,
               en festar las damas prosigamos                    
               con más finezas.
CARLOS:                       Yo el desvío aceto.
PRÍNCIPE:         Pues si a un tiempo todos la dejamos,
               cierto será el vencerla.
CARLOS:                                 Así lo creo.
PRÍNCIPE:      Vamos pues, don Gastón.
GASTÓN:                              Bearne, vamos.
PRÍNCIPE:      Logrado habéisde ver nuestro deseo.

Vanse el PRÍNCIPE y don GASTÓN
 
 
POLILLA:          Señor, ésta es brava traza
               y medida a tu deseo,
               que esto es echarte el ojeo,
               porque tú mates la caza.    
CARLOS:           Polilla, ¡mujer terrible!                 
               ¡Que aun no quiera tan picada!
POLILLA:       Señor, ella está abrasada,
               mas rendirse no es posible.
                  Ella te quiere,señor,
               y dice que te aborrece,                           
               mas lo que ira le parece
               es quinta esencia de amor;
                  porque cuando una mujer
               de los desdenes se agravia,
               bien puede llamarlo rabia,                        
               mas es rabiar por querer.
                  Día y noche está trazando
               cómo vengar su congoja;
               mas notemas que te coja,
               que ella te dará bien blando.              
CARLOS:           ¿Qué dice de mí?
POLILLA:                           Te acusa.
               Dice que eres un grosero,
               desatento, majadero.
               Y yo, que entiendo la musa,
                  digo, "Señora, es un loco,              
               un sucio;"  y ella después
               vuelve por ti y dice, "no es;
               que ni tanto nitan poco."
                  En fin, porque sus desvelos
               no se logran, yo imagino                          
               que ahora toma otro camino,
               y quiere picarte a celos.
                  Conoce tú la varilla,
               y si acaso te la echa,
               disimula, y di a la flecha,                       
               riendo, "Hágote cosquilla;"
                  que ella te se vendrá al ruego.
CARLOS:        ¿Por qué?
POLILLA:                 Porque, aunque se enoje,
               quien cuando siembra no coge,
               va a pedirlimosna luego,                          
                  esto es, señor, evidencia.
               Lope, el fénix español,
               de los ingenio el sol,
               lo dijo en esta sentencia,
 
                  "Quien tiene celos y ofende,                   
               ¿qué pretende?
               La venganza de un desdén;
               y, ¿si no le sale bien?
               Vuelve a comprar lo que vende."
 
                  Mas ya los príncipes van                
               sus músicas previniendo.
CARLOS:        Irme con ellos pretendo.
POLILLA:       Con eso juego te dan.
CARLOS:           Dïana viene.
POLILLA:                      Pues cuidado,
               y escápate.
CARLOS:                     Me voy luego.

Vase [CARLOS]
 
 
POLILLA:       Vete, que sinos ve el juego
               perderemos lo envidado.

Cantan dentro y va saliendo DIANA
 
 
MÚSICOS:          "Pastores, Cintia me mata;
               Cintia es mi muerte y mi vida;
               yo de ver a Cintia vivo,                          
               y muero por ver a Cintia."
 
DIANA:            ¡Tanta Cintia!
POLILLA:                         Es el reclamo
               del bearnés.
DIANA:                        ¡Finezas necias!
POLILLA:       (Todo esto es echar especias       Aparte
               al guisado de mi amo.)                            
DIANA:            Por no ver estas contiendas
               que a sus dama s alaben,
               deseo ya que se acaben
               aquestas Carnestolendas.
POLILLA:          Eso ya es rigor tirano.                        
               Deja, señora, querer,
               si no quieres; que esto es ser
               el perro del hortelano.
DIANA:            Pues, ¿no es cosa muy cansada
               oír músicas precisas                
               de Cintias, Lauras, Fenisas
               cada instante?
POLILLA:                      Si te enfada
                  ver tu nombre en verso escrito,
               ¿qué han de hacer sino "cintiar,
               laurear, y fenizar"                               
               porque "dianar" es delito?
                  Y el bearnés tan fino está
               con Cintia, que está en su pecho,
               que una gran décima ha hecho.
DIANA:         ¿Y cómo dice?
POLILLA:                      Allá va.                    
 
                  "Cintia el mandamiento quinto
               quebró en mí, como saeta;
               Cintia es la que a mí me aprieta,
               y yo soy de Cintia el cinto.
               Cintia y cinta no es distinto;                    
               y pues Cintia es semejante
               a cinta, soy fino amante,
               pues traigo cinta en la liga,
               y esta décima la diga
               Cintor el representante."                         
 
DIANA:            Bien por cierto; mas ya suena
               otra música.
POLILLA:                      ¡Y galante!
DIANA:         Ésta será de otro amante.
POLILLA:       (Reventando está de pena.)        Aparte
 
MÚSICOS:          "No iguala a Fenisa el fénix,           
               que si él muere y resucita,
               Fenisa da vida y mata;
               más que el fénix es Fenisa."
 
DIANA:            ¡Qué finos están!
POLILLA:                           ¡Jesús!
               Mucha cosa, y aun mi pecho.                       
               Oye lo que a Laura he hecho.
DIANA:         ¿También das músicas?
POLILLA:                              Pus;

Canta
 
 
                  "Laura, en rigor, es laurel;
               y pues Laura a mí me plugo,
               yo tengo que ser besugo                           
               por escabecharme en él."
 
DIANA:            Y Carlos, ¿no me pudiera
               dar música a mí también?
POLILLA:       Si él llegara a querer bien,
               sin duda se te atreviera;                         
                  mas él no ama, y tú el concierto
               de que te dejase hiciste,
               con que al punto que dijiste,
               "Id con Dios," vio el cielo abierto.
DIANA:            Que lo dije así confieso,               
               mas él porfïar debía;
               que aquí es cortés la porfía.
POLILLA:       Pues, ¿cómo puede ser eso,
                  si a las fiestas han de ir,
               y es desprecio de su fama                         
               no ir un galán con su dama,
               y tú no quieres salir?
DIANA:            ¿Que pudiera ser, no infieres,
               que saliese yo con él?
POLILLA:       Sí, señora; pero él          
               sabe poco de poderes.
 
                  Mas ya galanes y damas
               a las fiestas van saliendo;
               cierto que es un mayo ver
               las plumas de los sombreros.                      
DIANA:         Todos vienen con sus damas,
               y Carlos viene con ellos.
POLILLA:       (Señores, si esta mujer,              Aparte
               viendo ahora este desprecio,
               no se rinde a querer bien,                        
               ha de ahorcarse como hay credo.)

Salen CINTIA, el PRÍNCIPE, FENISA, don GASTÓN, damas, galanes, y MÚSICOS, todos con sombreros y plumas. CARLOS después
 
 
MÚSICOS:          "A festejar sale Amor
               sus dichosos prisioneros,
               dando plumas sus penachos
               a sus arpones soberbios."                         
 
PRÍNCIPE:      Príncipes, para picarla,
               es éste el emjor remedio.
GASTÓN:        Mostrarnos finos importa.
CARLOS:        Mi fineza es el despego.
PRÍNCIPE:      Cada instante, Cintia hermosa,                    
               me olvido de que soy vuestro,
               porque no creo a mi suerte
               la dicha que la merezco.
CINTIA:        Más dudo yo, pues presumo
               que el ser tan fino es empeño              
               del día, y no del amor.
PRÍNCIPE:      Salir del día deseo,
               por venceros esa duda.
GASTÓN:        Y vos, si dudáis lo mesmo,
               veréis pasar mi fineza                     
               a los mayores extremos,
               cuando sólo deuda sea
               de la fe con que os venero.
DIANA:         Nadie se acuerda demí.
POLILLA:       Yo por ninguno lo siento,                         
               sino por aquel menguado
               de Carlos, que es un soberbio.
               ¿Tien él algo más que ser
               muy galán y muy discreto,
               muy liberal y valiente,                           
               y hacer muy famosos versos,
               y ser un príncipe grande?
               Pues, ¿qué tenemos con eso?
PRÍNCIPE:      Conde de Fox, no perdamos
               tiempo para los festejos                          
               que tenemos prevenidos.
GASTÓN:        Tan feliz día logremos.
DIANA:         ¡Qué tiernos van!
POLILLA:                          Son menguados.
DIANA:         Pues, ¿es malo el estar tiernos?
POLILLA:       Sí, que es cosa de capones.                
PRÍNCIPE:      Proseguid el dulce acento
               que nuestra dicha celebra.
CARLOS:        Yo seré imán de sus ecos.

Vanse pasando por delante de DIANA, sin reparar[se] en ella
 
 
MÚSICOS:          "A festejar sale Amor
               sus dichosos prisioneros,                         
               dando plumas sus penachos
               a sus arpones soberbios."
DIANA:         ¡Qué finos van y qué graves!
POLILLA:       ¿Sabes qué parecen éstos?
DIANA:         ¿Qué?
POLILLA:              Priores y abadesas.                        
DIANA:         Y Carlos se va con ellos;
               sólo de él siento el desdén;
               pero de abrasarle a celos
               es ésta buena ocasión.
               Llámale tú.
POLILLA:                     ¡Ah, caballero!                
CARLOS:        ¿Quién me llama?
POLILLA:                         "Appropinquatio
               ad parlandum."
CARLOS:                       ¿Con quién?
POLILLA:                                  "Mecum."
CARLOS:        Pues, ¿para eso me llamas,
               cuando ves que voy siguiendo
               este acento enamorado?                            
DIANA:         ¿Vos enamorado?  ¡Bueno!
               ¿Y de quién lo estáis?
CARLOS:                                 Señora,
               también yo aquí dama llevo.
DIANA:         ¿Qué dama?
CARLOS:                    Mi libertad,
               que es a quien yo galanteo.                       
DIANA:         (Cierto que me había dado          Aparte
               gran susto.)
POLILLA:                      (Bueno va esto      Aparte
               ya está más allá de Illescas
               para llegar a Toledo.)
DIANA:         ¿La libertad es la dama?                     
               Buen gusto tenéis, por cierto.
CARLOS:        En siendo gusto, señora,
               no importa que no sea bueno;
               que la voluntad no tiene
               razón para su deseo.                       
DIANA:         Pero ahí no hay voluntad.
CARLOS:        Sí hay tal.
DIANA:                      O yo no lo entiendo,
               o no la hay; que no se puede
               dar voluntad sin sujeto.
CARLOS:        El sujeto es el no amar,                          
               y voluntad hay en esto;
               pues si quiero no querer,
               ya quiero lo que no quiero.
DIANA:         La negación no da ser,
               que sólo el entendimiento                  
               le da la ente de razón
               un ser fingido y supuesto,
               y así es esa voluntad,
               pues sin causa no hay efecto.
CARLOS:        Vos, señora, no sabéis              
               lo que es querer, y así en esto
               será lisonja deciros
               que ignoráis el argumento.
DIANA:         No ignoro tal, que el discurso
               no ha menester los efectos                        
               para conocer las causas,
               pues sin la experiencia de ellos
               las ve la filosofía;
               pero yo ahora lo entiendo
               con experiencia también.                   
CARLOS:        Pues, ¿vos queréis?
DIANA:                             Lo deseo.

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (¡Cuidado!, que va apuntando
               la varita delos celos;
               úntate muy bien las manos
               con aceite de desprecios;                         
               no se te pegue la liga.)

[DIANA habla] aparte a POLILLA
 
 
DIANA:         (Si éste tiene entendimiento,
               se ha de abrasar, o no es hombre.)
POLILLA:       (Eso fuera a no estar hecho        Aparte
               él defensivo, y pegado.)                   
CARLOS:        De oíros estoy suspenso.
 
DIANA:         Carlos, yo he reconocido
               que la opinión que yo llevo
               es ir contra la razón,
               contra el útil de mi reino,                
               la quietud de mis vasallos,
               la duración de mi imperio.
               Viendo estos inconvenientes,
               he puesto a mi pensamiento
               tan forzosos silogismos,                          
               que le he vencido con ellos.
               Determinada a casarme,
               apenas cedió el ingenio
               al poder de la verdad
               su sofístico argumento,                    
               cuando vi, al abrir los ojos,
               que la nube de aquel yerro
               le había quitado al alma
               la luz del conocimiento.
               El príncipe de Bearne,                     
               mirado sin pasión...

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:                           (¡Helos,
               al aceite, que traen liga!)
DIANA:         ...es tan galán caballero,
               que merece la atención
               mía, que harto le encarezco.               
               Por su sangre no hay ninguno
               de mayor merecimiento;
               por sus partes no le iguala
               el más galán, más discreto.
               Lo afable en los agasajos,                        
               lo humilde en los rendimientos,
               lo primoroso en finezas,
               lo generoso en festejos,
               nadie tiene como él.
               Corrida estoy de que un yerro                     
               me haya tenido tan ciega,
               que no viese lo que veo.

[CARLOS habla] aparte a POLILLA
 
 
CARLOS:        (Polilla, aunque sea fingido,
               ¡vive Dios!, que estoy muriendo.)
POLILLA:       (Aceite, ¡pesia a mi alma!,                  
               aunque te manches con ello.)
DIANA:         Y así, Carlos, determino
               casarme; mas antes quiero,
               por ser tan discreto vos,
               consultaros este intento.                         
               ¿No os parece que el de Bearne
               que será el más digno dueño
               que dar puedo a mi corona?
               Que yo por el más perfecto
               le tengo de todos cuantos                         
               me asisten.  ¿Qué sentís de ello?
               Parece que os demudáis.
               ¿Extrañáis mi pensamiento?
               (Bien he logrado la herida,        Aparte
               que del semblante lo infiero;                     
               todo el color ha perdido.
               Eso es lo que yo pretendo.)

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (¡Ah, señor!)
CARLOS:                      (Estoy sin alma.)
POLILLA:       (Sacúdete, majadero;
               que se te pega la liga.)                          
DIANA:         ¿No me respondéis?  ¿Qué es eso?
               Pues, ¿de qué os habéis turbado?
CARLOS:        Me he admirado, por lo menos.
DIANA:         ¿De qué?
CARLOS:                 De que yo pensaba
               que no pudo hacer el cielo                        
               dos sujetos tan iguales,
               que estén a medida y peso
               de unas mismas cualidades
               sin diferencia compuestos,
               y lo estoy viendo en los dos,                     
               pues pienso que estamos hechos
               tan debajo de una causa,
               que yo soy retrato vuestro.
               ¿Cuánto ha, señora, que vos
               tenéis ese pensamiento?                    
DIANA:         Días ha que está trabada
               esta batalla en mi pecho,
               y desde ayer me he vencido.
CARLOS:        Pues aquese mismo tiempo
               ha que estoy determinado                          
               a querer; ello por ello;
               y también mi ceguedad
               me quitó el conocimiento
               de la hermosura que adoro;
               digo, que adorar deseo;                           
               que cierto que lo merece.
DIANA:         (Sin duda logré mi intento.)           Aparte
               Pues bien podéis declararos;
               que yo nada os he encubierto.
CARLOS:        Sí, señora, y aun hacer             
               vanidad por el acierto.
               Cintia es la dama.
DIANA:                            ¿Quién?  ¿Cintia?
POLILLA:       (¡Ah, buen hijo!  Como diestro
               herir por los mismos filos;
               que ésa es doctrina del negro.)            
CARLOS:        ¿No os parece que he tenido
               buena elección en mi empleo?
               Porque ni más hermosura
               ni mejor entendimiento
               jamás en mujer he visto.                   
               Aquel garbo, aquel sosiego,
               su agrado, ¿no hace dichosa
               mi pasión?  ¿Qué sentís de ello?
               Parece que os he enojado.
DIANA:         (Toda me ha cubierto un hielo.)    Aparte  
CARLOS:        ¿No respondéis?
DIANA:                        Me ha dejado
               suspensa el veros tan ciego,
               porque yo en Cintia no he hallado
               ninguno de esos extremos.
               Ni es agradable, ni hermosa,                      
               ni discreta, y ése es yerro
               de la pasión.
CARLOS:                       ¿Hay tal cosa?
               Hasta ahí nos parecemos.    
DIANA:         ¿Por qué?
CARLOS:                  Porque a vos de Cintia
               se os encubre el rostro bello,                    
               y del de Bearne a mí
               lo galán se me ha encubierto;
               con que somos tan iguales,
               que decimos mal a un tiempo,
               yo, de lo que vos queréis,                 
               y vos, de lo que yo quiero.
DIANA:         Pues si es gusto, cada uno
               siga el suyo.

[CARLOS habla] aparte a POLILLA
 
 
CARLOS:                       (Malo es esto.)
POLILLA:       (Encima vine la tuya;
               no se te dé nada de eso.)                  
CARLOS:        Pues ya, con vuestra licencia,
               iré, señor, siguiendo
               aquel eco enamorado;
               que el disfrazaros mi intento
               fue temo, que ya he perdido,                      
               sabiendo que mi deseo,
               en la ocasión y el motivo,
               es tan parecido al vuestro.
DIANA:         ¿Vais a verla?
CARLOS:                       Sí, señora.
DIANA:         (¡Sin mí estoy!  ¿Qué es esto,          Aparte                                     
               Cielos?)

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (Para largo, que la pierde.)
CARLOS:        Adiós, señora.
DIANA:                        ¡Teneos!
               ¡Aguardad!  ¿Por qué ha de ser
               tan ciego un hombre discreto,
               que ha de oponer un sentido                       
               a todo un entendimiento?
               ¿Qué tiene Cintia de hermosa?
               ¿Qué discurso, qué conceptos
               os la han fingido discreta?
               ¿Qué garbo tiene?  ¿Qué aseo?

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (Cinco, seis y encaje, cuenta,
               señor, que la va perdiendo
               hasta el codo.)
CARLOS:                         ¿Qué decís?
DIANA:         Que ha sido mal gusto el vuestro.
CARLOS:        ¿Malo, señora?  Allí va        
               Cintia; miradla aun de lejos,
               y veréis cuántas razones
               da su hermosura a mi acierto.
               Mirad en lazos prendido
               aquel hermoso cabello,                            
               y si es justo que en él sea
               yo el rendido y él el preso.
               Mirad en su frente hermosa
               cómo junta el rostro bello,
               bebiendo luz a sus ojos                           
               sol, luna, estrellas y cielo.
               Y en sus dos ojos mirad
               si es digno y dichoso el yerro
               que hace esclavos a los míos,
               aunque ellos sean los negros.                     
               Mirad el sangriento labio,
               que fino coral vertiendo,
               parece que se ah teñido
               en la herida que me ha hecho.
               Aquel cuello de cristal,                          
               que por ser de garza el cuello,
               al cielo de su hermosura
               osa llegar con el vuelo;
               aquel talle tan delgado
               que yo pintarle no puedo,                         
               porque es él más delicado
               que todos mis pensamientos.
               Yo he estado ciego, señora,
               pues sólo ahora lo veo,
               y del pesar de mi engaño                   
               me paso a loco de ciego,
               pues no he reparado aquí
               en tan grande desacierto
               como alabar su hermosura
               delante de vos; mas de esto                       
               perdón os pido, y licencia
               de ir a pedírsela luego
               por esposa a vuestro padre,
               ganando también a un tiempo
               del príncipe de Bearne                     
               las albricias de ser vuestro.

Vase CARLOS
 
 
DIANA:         (¿Qué es esto, dureza mía?             Aparte
               Un volcán tengo en mi pecho.
               ¿Qué llama es ésta, que el alma
               me abrasa?  Yo estoy ardiendo.)                   
POLILLA:       (Alto; ya cayó la breva,               Aparte
               y dio en la boca por yerro.)
DIANA:         ¿Caniquí?
POLILLA:                 Señora mía,
               ¿hay tan grande atrevimiento?
               ¿Por qué con él no embestiste, 
               y le arrancaste a este necio
               todas las barbas a araños?
DIANA:         Yo pierdo el entendimiento.
POLILLA:       Pues pierde también las uñas.
DIANA:         ¡Caniquí!  Éste es un incendio.                                                        
POLILLA:       Eso no es sino bramante.
DIANA:         ¿Yo arrastrada de un soberbio?
               ¿Yo rendida de un desvío?
               ¿Yo sin mí?
POLILLA:                    Señora, quedo,
               que eso parece querer.                            
DIANA:         ¿Qué es querer?
POLILLA:                      Serán torreznos.
DIANA:         ¿Qué dices?
POLILLA:                    Digo de amor.
DIANA:         ¿Cómo amor?
POLILLA:                   No, sino huevos.
DIANA:         ¡Yo amor!
POLILLA:                 Pues, ¿qué siente tú?
DIANA:         Una rabia y un tormento.                          
               No sé qué mal es aqueste.
POLILLA:       Venga el pulso y lo veremos.
DIANA:         Déjame, no me enfurezcas;
               que es tanto el furor que siento,
               que aun a mí no me perdono.                
POLILLA:       ¡Ay, señora!  ¡Vive el cielo!
               Que se te ponen azules
               las venas, y es mal agüero.
DIANA:         Pues de aqueso, ¿qué se infiere?
POLILLA:       Que es pujamiento de celos.                       
DIANA:         ¿Qué decís, loco, villano,
               atrevido, sin respeto?
               ¿Celos yo?  ¿Qué es lo que dices?
               Vete de aquí, vete luego.
POLILLA:       Señora...
DIANA:                   ¡Vete, atrevido,                   
               o haré que te arrojen luego
               de una ventana!
POLILLA:                      (¡Agua va!)          Aparte
               Me voy, señora, al momento,
               que no soy para vaciado.
               (¡Madre de Dios!  ¡Cuál la dejo!    Aparte                                                    
               Me voy, que donde hay pañal
               el Caniquí tiene riesgo.)

Vase POLILLA
 
 
DIANA:            ¿Fuego en mi corazón?  No, no lo creo;
               siendo de mármol.  ¿En mi pecho helado
               pudo encenderse?  No, miente el cuidado;          
               pero, ¿cómo lo dudo si lo veo?
                  Yo deseé vencer, por mi trofeo,
               un desdén; pues si es quien me ha abrasado
               fuego de amor, ¿qué mucho que haya entrado
               donde abrieron las puertas al deseo?              
                  De este peligro no advertí el indicio,
               pues para echar el fuego en otra casa
               yo le encendí, y en la mía hizo su oficio.
                  No admire, pues, mi pecho lo que pasa;
               que quien quiere encender un edificio             
               suele ser el primero que se abrasa.

Sale el PRÍNCIPE
 
 
PRÍNCIPE:         Gran victoria he conseguido,
               si mi dicha es cierta ya;
               mas aquí Dïana está.
               A vuestras plantas rendido,                       
               señora, perdón os pido
               de venir tan arrojado
               con la nueva que me han dado;
               que yo pienso que aún es poco,
               siendo vuestro, el venir loco                     
               de un favor no imaginado.
DIANA:            No os entiendo, ¿habláis conmigo?
               ¿Qué favor decís?
PRÍNCIPE:                       Señora, 
               el de Urgel me ha dicho ahora
               que de él ha sido testigo,                 
               y que yo el laurel consigo
               de ser vuestro.
DIANA:                          Necio fue,
               si os dijo lo que no sé,
               y vos los habéis creído.
PRÍNCIPE:      Ya lo dudó mi sentido,                     
               mas quien lo creyó es mi fe.
                  Que como milagro fuera
               de vos el tener piedad,
               os negara el ser deidad,
               si mi amor no lo creyera.                         
               En el pecho que os venera,
               haber más fees más trofeo;
               y pues fe ha sido el deseo
               de imaginaros deidad,
               perdonad mi necedad                               
               por la fe con que lo creo.
DIANA:            Pues, ¡no es más atrevimiento
               creeros digno de mi amor?
PRÍNCIPE:      No, que vos con el favor
               podéis dar merecimiento;                   
               y en esto mi pensamiento,
               antes que en mí el merecer,
               creyó de vos el poder.
DIANA:         ¿Y él os ha dicho ese error?
PRÍNCIPE:      Sí, señora.
DIANA:                      (Esto es peor         Aparte  
               que lo que acaba de hacer;
                  porque supone estar yo
               despreciada, y él amante,
               pues al príncipe al instante
               el aviso le llevó;                         
               que él nunca lo hiciera,no,
               si a mí me quisiera bien.
               Amor, la furia detén,
               pues ya mi pecho has postrado;
               que en él este hombre ha labrado           
               el desdén con el desdén.)
PRÍNCIPE:         Señora, yo el modo erré
               de aceptar vuestro favor,
               y lo que fuera mejor,
               enmendando el yerro, iré                   
               a vuestro padre, y diré
               la gracia que os he debido,
               y rogaré agradecido
               que interceda en mi pasión
               por mi dicha, y el perdón                  
               de haber andado atrevido.

Vase el PRÍNCIPE
 
 
DIANA:            ¿Qué es esto que me sucede?
               Yo me quemo, yo me abraso;
               mas si es venganza de Amor,
               ¿por qué su rigor extraño?     
               Esto es amor, porque el alma
               me lleva el desdén de Carlos.
               Aquel hielo me ha encendido,
               que Amor su deidad mostrando,
               por castigar mi dureza                            
               ha vuelto la nieve en rayos.
               Pues, ¿qué he de hacer--¡ay de mí!--
               para enmendar este daño,
               que en vano el pecho resiste?
               El remedio es confesarlo.                         
               ¿Qué digo?  ¿Yo publicar
               mi delito con el labio?
               ¿Yo decir que quiero bien?
               Mas Cintia viene; el recato
               de mi decoro me valga;                            
               que tanto tormento paso
               en el ardor que padezco
               como en haber de callarlo.

Salen CINTIA y LAURA
 
 
CINTIA:        Laura, no creo mi dicha.
LAURA:         Pues la tienes en la mano,                        
               lógrala, aunque no la creas.
CINTIA:        Dïana, el justo agasajo
               que, por si tu sangre yo,
               te he debido, ahora aguardo
               que sea con tu favor                              
               el que requiere mi estado.
               Carlos, señora, me pide
               por esposa, y en él gano
               un logro para el deseo,
               para mi nobleza un lauro.                         
               Enamorado de mí,
               pide, señora, mi mano;
               sólo tu favor me falta                     
               para la dicha que aguardo.
DIANA:         (Esto es justicia de Amor.         Aparte  
               ¡Uno tras otro el agravio! 
               ¿Ya no me doy por vencida?
               ¿Qué más quieres, dios tirano?)                                                         
CINTIA:        ¿No me respondes, señora?
DIANA:         Estaba, Cintia, mirando                           
               de qué modo es la fortuna
               en sus inciertos acasos.
               Anhela un pecho infeliz                           
               con dudas y sobresaltos,
               diligencias y deseos,                             
               por un bien imaginado;
               sólo porque le desea
               huye de él, y es tan ingrato               
               que de otro que no le busca
               se va a poner en la mano.                         
               Yo, de su desdén herida,
               procuré rendir a Carlos,
               obliguéle con favores,                     
               hice finezas en vano;
               siempre en él hallé un desvío;                                                   
               y sin buscarle tu halago,
               lo que huyó de mi deseo
               se va a rendir a tus brazos.                      
               Yo estoy ciega de ofendida,
               y el favor que me has rogado                      
               que te dé, te pido yo
               para vengar este agravio.
               Llore Carlos tu desprecio,                        
               sienta su pecho tirano
               la llama de tu desvío,                     
               pues yo en la suya me abraso.
               Véngame de su soberbia,
               hállete su amor de mármol;          
               pene, suspire y padezca
               en tu desdén, y llorando                   
               sufra...
CINTIA:                  Señora, ¿qué dices?
               Si él conmigo no es ingrato,
               ¿por qué he de dar yo castigo         
               a quien me hace un agasajo?
               ¿Por qué me has de persuadir          
               lo que tú estás condenando?
               Si en él su desdén no es bueno,
               también en mí será malo.     
               Yo le quiero si él me quiere.
DIANA:         ¿Qué es quererle?  ¿Tú de Carlos                                                           
               amada, yo despreciada?
               Tú con él casarte, cuando
               del pecho se está saliendo
               el corazón a pedazos?                      
               ¿Tú logrando sus cariños,      
               cuando su desdén helado,    
               trocados efecto y causa,
               abrasa mi pecho a rayos?
               Primero, ¡viven los cielos!,                 
               fueran las vidas de entrambos                     
               asunto de mi venganza,
               aunque con mis propias manos
               sacara a Carlos del pecho
               donde, a mi pesar, ha entrado,                    
               y para morir con él                        
               matara en mí su retrato.
               ¿Carlos casarse contigo,
               cuando yo por él me abraso,
               cuando adoro su desvío                     
               y su desdén idolatro?                      
               (Pero, ¿qué digo?  ¡Ay de mí!        Aparte
               ¿Yo así mi decoro ultrajo?)
               Miente mi labio atrevido,
               miento; mas él no es culpado;              
               que si está loco mi pecho,                 
               ¿cómo ha de estar cuerdo el labio?
               Mas yo me rindo al dolor,
               para hacer de uno dos daños.
               Muera el corazón y el pecho,               
               y viva de mi recato                               
               la entereza, Cintia amiga;
               si a ti te pretende Carlos,
               si da Amor a tu descuido
               lo que niega a mi cuidado,                        
               cásate con él, y logra              
               casto amor en dulces lazos.
               Yo sólo quise vencerle,
               y éste fue un empeño vano
               de mi altivez, que ya veo                         
               que fue locura intentarlo,                        
               siendo acción de la Fortuna;
               pues, como se ve en sus casos,
               siempre consigue el dichoso
               lo que intenta el desdichado.                     
               El ser querida una dama                           
               de quien desea, no es lauro,
               sino dicha de su estrella;
               y cuando yo no la alcanzo,    
               no se infiere que no tengo                        
               en mi hermosura y mi aplauso                      
               partes para merecerlo,
               sino suerte para hallarlo.
               Y pues yo no la he tenido,
               para lo que he deseado,                           
               lógrala tú, que la tienes; 
               dale de esposa la mano,
               y triunfe mi corazón
               de sus rendidos halagos.
               Enlace... Pero, ¿qué digo?            
               Que me estoy atravesando                          
               el corazón; no es posible
               resistir a lo que paso;
               toda el alma se me abrasa.
               ¿Para qué, cielos, lo callo,          
               si por los ojos se asoma                          
               el incendio que disfrazo?
               Yo no puedo resistirlo;
               pues, cuando lo mienta el labio,
               ¿cómo ha de encubrir el fuego         
               que el humo está publicando?               
               Cintia, yo muero; el delirio
               de mi desdén me ha llevado
               a este mortal precipicio
               por la senda de mi engaño. 
               El Amor, como deidad,                             
               mi altivez ha castigado;
               que es niño para la burlas
               y dios para los agravios.
               Yo quiero, en fin, ya lo dije
               y a ti te lo he confesado,                        
               a pesar de mi decoro,
               porque tienes en tu mano
               el triunfo que yo deseo.
               Mira si, habiendo pasado                          
               por la afrenta del decirlo,                       
               te estará bien el dejarlo.

Vase [DIANA]
 
 
LAURA:         ¡Jesús!  ¡El cuento del loco!
               Él por él está pasando.
CINTIA:        ¿Qué dices, Laura, qué dices?  
LAURA:         Viendo prohibido el plato,                        
               Dïana se ahitó de amor
               y del desdén ha sanado.
CINTIA:        ¡Ay, Laura!  ¿pues, ¿qué he de hacer?
LAURA:         ¿Qué, señora?  Asegurarlo,     
               y al de Bearne, que es fijo                       
               no soltarle de la mano
               hasta ver en lo que para.
CINTIA:        Calla; que aquí viene Carlos.

Salen CARLOS y POLILLA
 
 
POLILLA:       Las unciones del desprecio,   
               señor, la vida la han dado.                
               ¡Gran cura hemos hecho en ella!
CARLOS:        Si es cierto, gran triunfo alcanzo.
POLILLA:       Haz cuenta que ya está sana,
               porque queda babeando.   
CARLOS:        ¿Y has conocido que quiere?                  
POLILLA:       ¿Cómo querer?  ¡Por San Pablo,
               que me vine huyendo de ella,
               porque la vi querer tanto
               que temí que echase el resto     
               y me destruyese!
CINTIA:                            ¿Carlos?                 
CARLOS:        ¿Cintia hermosa?
CINTIA:                          Vuestra dicha
               logra ya triunfo más alto
               que el que en mi mano pretende.
               Vuestro descuido ha triunfado 
               del desdén que no ha vencido               
               en Dïana el agasajo
               de los príncipes amantes.
               Ella os quiere; yo me aparto
               de mi esperanza por ella,     
               y por vos, sí es vuestro el lauro.         
CARLOS:        ¿Qué es lo que dices, señora?
CINTIA:        Que ella me lo ha confesado.
POLILLA:       Toma si purga, señora;
               no hay en la botica emplasto  
               para las mujeres locas                            
               como un parche de mal trato.
               Mas aquí se padre viene
               y los príncipes.  Al caso,
               señor, y aunque esté rendida,  
               declárate con resguardo.

Salen el CONDE de Barcelona, el PRÍNCIPE, y don GASTÓN, luego DIANA, oculta
 
 
CONDE:            Príncipe, vos me dais tan buena nueva
               que es justo que os la acepte, y aunque os deba
               lo que a vuestra persona
               pago en daros mi hija y mi corona.      
GASTÓN:        Pues aunque yo, señor, no haya tenido      
               la dicha que Bearne ha conseguido,
               siempre estaré contento
               de que él haya logrado el vencimiento
               que tanto he deseado,    
               por la parte que debe a mi cuidado,               
               y el parabién le doy de este trofeo.
CARLOS:        Y también le admitid de mi deseo.
PRÍNCIPE:      Carlos, yo le recibo,
               y el mío os apercibo,  
               pues en Cintia lográis tan digo dueño                                                     
               que envidiara el empeño,
               a no lograr el mío.

DIANA, al paño
 
 
DIANA:         (¿Dónde me lleva el loco desvarío   Aparte
               de mi pasión?  Yo estoy muriendo, cielos,  
               de envidias y de celos;                           
               mas los príncipes todos se han juntado,
               y mi padre con ellos;
               sin alma llego a vellos,
               pues si su fin se alcanza,    
               yo tengo de morir con mi esperanza.)              
CONDE:         Carlos, pues vos pedís a mi sobrina,
               yo, pagando el deseo que os inclina,
               os ofrezco su mano;
               y pues tanto sosiego en esto gano, 
               háganse juntas todas,                      
               las bodas de Dïana y vuestras bodas.
DIANA:         (¡Cielos, yo estoy mi muerte imaginando!) Aparte

[POLILLA habla] aparte a CARLOS
 
 
POLILLA:       (Señor, Dïana allí te está escuchando,     Aparte
               y has menester un modo muy discreto     
               de declararte, porque tenga efeto,                
               que va con condiciones el partido;
               y si yerras el cabe, vas perdido.)
 
CARLOS:           Yo, señor, a Barcelona
               vine, más que a pretender,  
               a festejar de Dïana                          
               la hermosura y el desdén;
               y aunque es verdad que de Cintia
               el hermoso rosicler
               amaneció en mi deseo   
               a la luz del querer bien,                         
               la entereza de Dïana,
               que tan de mi genio fue,
               ha ganado en mi albedrío
               tanto imperio, que no haré  
               cosa que no sea su gusto;                         
               porque la hermosa altivez
               de su desdén me ha obligado
               a que yo viva con él;
               y puesto que haya pedido 
               mi amor a Cintia, ha de ser                       
               siendo así su voluntad,
               pues la mía suya es.
CONDE:         Pues, ¿quién duda que Dïana
               de eso muy contenta esté?   
POLILLA:       Eso lo dirá su alteza                      
               por hacerme a mí merced.

Sale DIANA
 
 
DIANA:         Sí, diré; pero, señor,
               ¿vos contento no estaréis,
               si yo me caso, que sea
               con cualquiera de los tres?                       
CONDE:         Sí, que todos son iguales.
DIANA:         Y vosotros, ¿quedaréis
               de mi elección ofendidos?
PRÍNCIPE:      Tu gusto, señora, es ley.   
GASTÓN:        Y todos la obedecemos.                            
DIANA:         Pues el príncipe ha de ser
               quien dé a mi prima la mano,
               y quien a mí me la dé
               el que vencer ha sabido  
               el desdén con el desdén.            
CARLOS:        ¿Y quién es ése?
DIANA:                             Tú solo.
CARLOS:        Dame ya los brazos, pues.
POLILLA:       Y mi bendición os caiga
               por siempre jamás, amén.  
PRÍNCIPE:      Pues ésta, Cintia, es mi mano.             
CINTIA:        Contenta quedo también.
LAURA:         Pues tú, Caniquí, eres mío.
POLILLA:       Sacúdanse todos bien,
               que no soy sino Polilla; 
               mamóla, vuesa merced.                             
               Y con esto, y con un vítor,
               que pide, humilde y cortés,
               el ingenio, aquí se acaba,
               el desdén con el desdén.            

FIN DE LA TERCERA JORNADA

FIN DE LA COMEDIA



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