El dolor ladrón del tiempo hacia afuera se arrastra
del sepulcro nimbado por la luna con los años navegantes,
la sota de la pena se marcha sigilosa
desde la fe, hendida por el mar, que puso de rodillas al tiempo,
los viejos olvidan los llantos,
reclinan el tiempo en la marea y a veces el viento se detuvo de golpe.
Reclaman a los náufragos
que cabalgan a la luz del mar en un sendero sumergido,
los viejos olvidan el dolor,
y las toses crispadas y el albatros suspenso,
arrojan hacia atrás el hueso de la juventud
y el ojo de sal tropieza en el lecho
donde yace la que tiró de la alta mar en un tiempo de cuentos
y eternamente yace abrazada al ladrón.
Ahora, sota, padres míos, dejad al tramposo con cara de tiempo,
desde su manga centellea la muerte,
con su botín de burbujas en un saco fecundo
que se deslice a la tumba del padrillo,
proscrito con mirada de fiera a través de una grieta castrada
y libere los féretros gemelos del dolor,
no hay silbato de plata que pueda perseguirlo
entre las semanas montañosas de días
hasta el día de la muerte,
las burbujas robadas llevan consigo mordeduras de serpientes
y dientes como ojos aún vivos.
No hay tercer ojo que explore un sexo de arco iris
que haya tendido un puente entre las mitades del hombre.
Todo se quedará y ha de moldearse con los ladrones de mis padres
en ese golfo, abierto sobre la tumba.
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