Oh hermanos, que vivís después de nosotros, no nos cerréis los corazones piadosos, pues, teniendo piedad de nuestras pobres almas Dios la tendrá luego de vuestros ojos que aquí nos miran. Juntos estamos cinco o seis y la carne que alimentamos a demasiado costo está, después de mucho, roída y putrefacta, y nosotros, huesos, nos volvemos ceniza y polvo. De nuestros males no se burle nadie: ¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos!
No nos desdeñéis, hermanos, en nuestro clamor, porque hayamos sido muertos nosotros en homenaje a la justicia. Pues debéis entender que el espíritu sereno no saben tenerlo todos; perdonadnos ahora, después de nuestra muerte, frente al hijo de la Virgen María, solos; procurad que Su gracia no nos sea negada, y pueda preservarnos de los infernales rescoldos. Muertos estamos, no nos moleste nadie: ¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos!
La lluvia nos ha colado y lavado; el sol nos desecó y ennegreció el tronco. Nos arrancaron la barba y las cejas urracas y cuervos, y nos cavaron los ojos. Nunca jamás, ni un instante, pudimos sentarnos: aquí y allá nos mecimos, según los antojos del viento, que nos arrastra sin cesar, en tanto los pájaros nos picotean más que al sorgo. De nuestra cofradía no sea, por favor, nadie: ¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos!
Príncipe Jesús, que sobre todo reinas, procura que el Infierno no lleve las almas nuestras: nada tenemos que hacer ni pagar en su lodo. Hombres, en esto no hay burla alguna: ¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos!
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