Casa digital del escritor Luis López Nieves


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El esclavo del demonio

[Teatro - Texto completo.]

Antonio Mira de Amescua

Personas que hablan en ella:
  • MARCELO de Noroña, viejo
  • Don DIEGO de Meneses
  • DOMINGO, lacayo
  • Don GIL Núñez de Atoguía
  • Don SANCHO
  • FABIO, criado de don Sancho
  • FLORINO
  • ANGELIO, demonio
  • CONSTANCIO, labrador viejo
  • Don Sancho, PRÍNCIPE de Portugal
  • Don RODRIGO
  • ARSINO, labrador
  • RISELO
  • LISARDA, hija de Marcelo
  • LEONOR, hija de Marcelo
  • BEATRIZ, criada de Lisarda
  • LÍSIDA, pastora
  • Un ESCUDERO
  • Dos ESCLAVOS
  • Un MÚSICO
  • Un ÁNGEL

ACTO PRIMERO

 

Salen MARCELO, viejo, y LISARDA y LEONOR, hijas suyas
 
 
MARCELO:       Padre soy, hago mi oficio;
            tomad consejo esta vez,
            y sed por tal beneficio,
            báculos de esta vejez,
            columnas de este edificio.     
               Si las acciones humanas
            con igual amor de hermanas
            dirigís a la virtud,
            a la fuerte juventud
            no envidiarán estas canas.       
               Un año fue el curso mío,
            mayo la niñez inquieta,
            la juventud fue el estío,
            otoño la edad perfeta,
            la vejez invierno frío.     
               Mi cuerpo apenas se mueve,
            que la edad mayor es breve,
            como el hombre no es eterno,
            y por estar en mi invierno
            me cubre el tiempo de nieve.       
               Sirviendo a mi rey gasté
            la flor de mi edad dorada
            que en sus límites se ve,
            y así he dejado aumentada
            la nobleza que heredé.      
               Ésta quiero conservar
            y así te pretendo dar,
            Lisarda, el estado que amas;
            pues que las dos sois las ramas
            en que el fruto he de mostrar.     
               Cásate, estado recibe;
            hágame Dios tal merced
            antes que el tiempo derribe
            aquesta baja pared,
            que agora temblando vive.     
               Don Sancho de Portugal,
            que de la sangre real
            gotas en sus venas tiene,
            a ser tu marido viene
            mañana.
LISARDA:            (¡Yo estoy mortal!)		Aparte   
MARCELO:       Tú, Leonor, que el pensamiento
            a Dios eterno ofreciste,
            de que yo vivo contento,
            ya que el estado elegiste,
            sabe elegir el convento.      
               Tus intentos son divinos,
            que en esta vida en que estamos
            todos somos peregrinos
            del cielo, aunque caminamos
            por diferentes caminos.       
               Cada estado ya se sabe
            que es camino, cuál es grave,
            cuál es fácil; la casada
            lleva su cruz más pesada
            y la monja menos grave.       
               Al Cordero, que inocencia,
            siguen con gran reverencia  
            diferentes monarquías,
            y quiero que con las mías
            gocen de esta diferencia.     
               Brazos míos sois las dos,
            estados son en que fundo
            poder abrazaros Dios;
            con el uno a vos y al mundo,
            con el otro solo a vos.       
               Una monja, otra casada,
            quedará mi casa honrada,  
            y yo con ánimo fuerte
            en el umbral de la muerte
            lloraré mi edad pasada.     
LISARDA:       (Mi lengua perpetuamente		Aparte
            se atreve a decir de no;
            rabio Amor, muero impaciente).  
LEONOR:     Tu esclava he de ser.
LISARDA:                         Y yo
            una hija inobediente.    
               La venganza y la afición
            efecto de ánimo son
            que suelen torcer el curso
            a la costumbre, el discurso
            al honor y a la razón.      
               Son estas pasiones
            que unos tiranos se hacen
            de nuestras inclinaciones,
            y de no vencerlas nacen
            extrañas resoluciones.      
               De las dos vencida fui;
            que a don Sancho aborrecí,
            y a don Diego de Meneses         
            tu enemigo, ha cuatro meses
            que mi voluntad rendí.      
               Ésta es fuerte inclinación
            y no la puedo vencer,
            hace en el alma impresión,
            no discierno, soy mujer,
            y tomo resolución.          
               Si con él me has de casar
            yo obedezco.
MARCELO:                 (¡Que escuchar		Aparte
            pueda un padre tal rigor!
            Ciega la tiene el amor
            y quiérome reportar).       
LISARDA:       Mudar, Leonor, no pretendo
            mi propósito ofendido.
MARCELO:    Angel, mira que me ofendo.
LISARDA:    Angel soy, y así no olvido
            lo que una vez aprehendo.    
MARCELO:       Tu aprehensión te condena.
LISARDA:    Fuerza de estrellas me inclina.
MARCELO:    No se fuerza lo que es buena.
LISARDA:    A quien amor determina
            ninguna razón refrena.     
MARCELO:       ¿A un traidor, a un homicida
            que priva de dulce vida
            a un hijo que yo engendré
            tienes amor, tienes fe?
            ¿No es tu sangre la vertida?      
               ¿Qué fiera, qué irracional,
            qué bárbaro hiciera tal?
            Hoy parece mujer mala
            que quiere más y regala
            aquél que la trata mal.    
               Plega a Dios, inobediente,
            que casada no te veas,
            que vivas infamemente,
            que mueres pobre y que seas
            aborrecible a la gente.      
               Plega a Dios que destrüida
            como una mujer perdida,
            te llamen fascinerosa,
            y en el mundo no haya cosa
            tan mala como tu vida.  
LEONOR:        Templa tu enojo, señor,
            que espantan tus maldiciones.
MARCELO:    Descubro en esto el valor.
LISARDA:    Y yo las inclinaciones.
MARCELO:    ¿De quién, falsa?
LISARDA:                      De mi amor.

Vase LISARDA
 
 
MARCELO:       Quien ve tanta desvergüenza
            también verá mi deshonra,
            porque en la mujer comienza
            a morir crédito y honra
            cuando pierde la vergüenza.  
               Hija que al padre desprecia,
            viva y muera con infamia,
            siga como loca y necia
            a la antigua Flora y Lamia,
            no a Penélope y Lucrecia.  
LEONOR:        Señor, mal dije "señor,"
            que en este nombre hay rigor
            por la sucesión del hombre,
            padre digo, porque es nombre
            de más dulzura y amor.     
               Templa, templa tus enojos,
            que con esas maldiciones
            podrán mirarlas tus ojos
            divertidas las acciones
            entre sus vanos antojos.     
               Muéstrale el semblante amigo,
            porque si está porfïando
            una mujer, yo te digo
            que es mejor consejo blando
            que colérico castigo.      
               Yo la rogaré y en tanto
            habla tú a don Gil, el santo
            que Coímbra reverencia
            por su ayuno y penitencia,
            oración y tierno llanto,   
               para que a don Diego pida
            se contente del rigor
            con que fue nuestro homicida,
            sin pretender el honor
            que es de los nobles la vida.     
MARCELO:       Eres el cielo que ordenas
            las cosas con igualdad
            eres arco que serenas
            mi rostro en la tempestad
            de mis lágrimas y penas.   
               Mi cólera es bien detenga
            y que por ti a pensar venga,
            que en este mundo pesado
            no hay hombre tan desdichado
            que algún consuelo no tenga.    
               Plega a Dios que desigual
            tu vida a tu hermana sea,
            y este viejo ya mortal
            tan venturoso te vea
            que reines en Portugal.

Vanse. Sale don DIEGO de Meneses
 
 
DIEGO:         Amor, si tus pasos sigo
            no sé qué camino elija,
            pues vengo a adorar la hija
            de un hombre que es mi enemigo;
            temo, resisto y prosigo.     
            Teme en balde la prudencia,
            y resisto con violencia,
            mas es cual rayo el amor
            que hiere con más rigor
            donde halla resistencia.     
               Pasa Leandro el estrecho,
            Hero en él se precipita;
            Tisbe la vida se quita,
            Píramo se rompe el pecho.
            ¿Quién lo hizo?  Amor lo ha hecho,   
            porque vence si porfía
            y la condición más fría
            en amor se trueca y arde
            y en el ánimo cobarde
            suele engendrar osadía.    
               Osar tengo, y no temer
            que a Lisarda he de gozar
            pues bien me quiere.

Entre DOMINGO, lacayo, con un billete
 
 
DOMINGO:                      Al pasar,
            éste me dio una mujer.
DIEGO:      Aun hay sol, podré leer.   
            "Don Diego, el alma se abrasa
            por ti, y mi padre me casa;
            mas si amor te da osadía,
            ven esta noche a la mía,
            me llevarás a tu casa."    
               Cielos, dadme el parabién,
            pues que mi ventura es tal
            que apenas supe mi mal      
            cuando encontré con mi bien.
            Fortuna, no des vaivén     
            ya que al mismo sol me igualas.
            Trae, Domingo, unas escalas
            aunque superfluos serán
            donde favores me dan
            que pueden servirme de alas.      
DOMINGO:       Don Gil te viene buscando.
DIEGO:      Azar es esta ocasión
            hallar un santo varón
            que se está martirizando
            al que mal está pensando,  
            y al que con su carne lucha.      
            Amistad me tiene mucha;
            uno es flaco y otro fuerte.

Sale don GIL de hábito largo
 
 
GIL:        Don Diego.
DIEGO:              ¿Qué quieres?
GIL:                               Verte
            y hablarte.
DIEGO:                 Dime, ¿qué?
GIL:                                 Escucha:      
 
               Son amigos los consejos,
            unas amargas lisonjas
            que al alma dan dulce vida
            y a las orejas ponzoña.
            Son luz de nuestras acciones,     
            son unas piedras preciosas
            con que amigos, padres, viejos
            nos regalan, y nos honran.
            El darlos es discreción
            a quien los pide y los honra,     
            y es también locura el darlos
            si no se estiman y toman.
            Fuerza es darlos al amigo,
            y la ocasión es forzosa
            si al cuerpo importa la vida      
            y al alma importa la gloria.
            Tu amigo soy, y una escuela
            nos dio letras, aunque pocas;
            se te cansaren consejos
            buen es la intención, perdona.  
            Ya tú sabes la nobleza
            de los antiguos Noroñas,
            señores de Mora, lustre
            de la nación española.
            Y ya sabes que estas casas   
            que celas, miras y adoras
            son de esta noble familia
            rica, ilustre y generosa.
            Tú, que dignamente igualas
            cualquier majestad y pompa,  
            porque es bien que los Meneses
            pocos iguales conozcan,
            cortaste la tierna vida
            con tu mano rigurosa,
            al primogénito ilustre     
            que padres y hermanas lloran.
            Accidental fue el suceso,
            no quiero culparte agora;
            llegó tu espada primero, 
            fue tu suerte venturosa.     
            Cumpliste un breve destierro,
            que blanda misericordia
            vive en los pechos hidalgos
            y fácilmente perdonan.
            Los nobles son como niños,      
            que fácil es desenojan,
            si las injurias y agravios
            a la nobleza no tocan.
            Agravios sobre la vida  
            heridas son peligrosas,      
            mas sólo incurables son
            las que caen sobre la honra.
            Al fin, las heridas suyas
            tienen salud, aunque poca,
            que al alma incita el agravio     
            y al agravio la memoria.
            Pues si este viejo no imita
            a la africana leona,
            ni a la tigre remendada
            en la venganza que toma,     
            ¿cómo tú, tigre, león,
            rinoceronte, áspid, onza,
            no corriges y no enfrenas
            tus inclinaciones locas?
            "Busca el bien, huye el mal;      
            que es la edad corta;
            y hay muerte, y hay infierno,
            hay Dios y gloria."
            Si con lascivos deseos
            de Lisarda te aficionas      
            y en ella pones los ojos,
            la pasada injuria doblas.
            A un agravio habrá piedad
            pero a más está dudosa,
            que aun a Dios muchas ofensas     
            rompe el amor si se enoja.
            Teme siempre el ofensor
            si el agravio le perdonan,
            que su justicia da voces
            y el rigor de Dios invoca.   
            Refrena, pues, tu apetito,
            porque es bestia maliciosa,
            y caballo que no para 
            si no le enfrenan la boca.
            Si aspiras a casamiento      
            pretendan tus ojos otra,
            porque no habrá paz segura
            si resulta de discordia.
            De largas enemistades
            viene paces, pero cortas,    
            porque es pasar de odio a amor
            jornada dificultosa.
            Quien reconcilia enemigos
            madera podrida dora,
            y al temple pinturas hace    
            que fácilmente se borran.
            Busca otros medios süaves
            si pretendes paz dichosa,
            y sobre bases de agravio
            columnas de amor no pongas.  
            "Busca el bien, huye el mal;
            que es la edad corta,
            y hay muerte, y hay infierno,
            hay Dios y gloria."
 
DIEGO:      Predicador en desierto,      
            hora es ya que te recojas.
GIL:        Quien hace mal aborrece
            la luz y busca la sombra.
            Como la noche ha venido
            a tu gusto tenebrosa,   
            quieres que solo te deje;
            líbrete Dios de tus obras.     
            Él corrija tus intentos,
            Él te inspire y te disponga,
            y Él no te suelte jamás  
            de su mano poderosa.

Vase don GIL
 
 
DIEGO:      Dichoso tú que no sabes
            de pasiones amorosas,
            no conoces disfavores,
            desdén y celos ignoras;    
            y desdichado también,
            pues los regalos no gozas
            del Amor, que en nuestros ojos
            tiende su red cautelosa.

Sale DOMINGO con la escala
 
 
DOMINGO:    Ya traigo escala, temiendo   
            no me encontrase la ronda.
DIEGO:      Y yo, parece que veo
            al balcón una persona.
            ¿Es mi Lisarda?

Sale LISARDA al balcón
 
 
LISARDA:                 ¿Es don Diego?
DIEGO:      Soy, mi dueño, y mi señora,   
            quien idolatra ese rostro
            imagen de Dios, hermosa,
            quien sacrifica en tus aras
            un alma ajena y fe propia.
LISARDA:    Yo quien recibe la fe   
            y la ha pagado con otra,
            quien no ha temido, quien ama,
            quien es cuerda, quien es loca,
            quien se atreve, quien es tuya,
            quien te espera y quien te adora.      
            Procura subir arriba
            mientras amor me transforma
            en hombre, porque me lleves
            sin que nadie me conozca.
            En esta cuadra me espera,    
            que sin luz, cerrada y sola
            la dejaré.
DIEGO:                Escala traigo.
LISARDA:    Ladrón que el alma me robas...

Vase LISARDA
 
 
DIEGO:      Arrímala, pues, Domingo;
            que quiero escalar agora     
            este cielo de Lisarda.
DOMINGO:    A mil peligros te arrojas.
DIEGO:      Amor me da atrevimiento.
DOMINGO:    Y a mí temor estas cosas.
            ¿He de subir yo contigo?     
DIEGO:      La escala es bien que recojas
            cuando suba, y en lo oscuro
            de aquesta calle te pongas,
            y esto ha de ser sin dormirte.
            Mira, Domingo, que roncas    
            cuando duermes y aun a veces
            a gritos dice tu boca
            lo que te pasa de día
            y a los demás alborotas.
DOMINGO:    No era bueno para grulla,    
            no puedo velar una hora;
            que tengo el sueño pesado.
DIEGO:      Vela esta noche, que importa.

Pónese a dormir DOMINGO, entre don GIL con una linterna y halla a don DIEGO en la escala
 
 
GIL:           Esta noche para el cielo
            un alma voy conquistando;    
            mas la casa de Marcelo
            está don Diego escalando.
            Desdichas grandes recelo.
               ¡Don Diego!
DIEGO:                   (Temo perder                  Aparte
            la gloria de esta mujer).    
            ¿Qué quieres?
GIL:                     ¿Adónde subes,
            piedra arrojada a las nubes
            que sube para caer?
               Bajen tus altivas plantas
            movidas de torpe amor,  
            Nembrot que torres levantas
            contra el cielo del honor
            de aquestas doncellas santas.
               Baja, loco carnicero,
            ladrón de honrados tesoros,     
            cobarde y mal caballero.
            ¿En qué alcázares de moros
            estás subiendo primero?
               En un libro Dios escribe
            a la virtud y al pecado      
            de él que en este mundo vive,
            y aqueste libro acabado,
            la gloria o pena recibe.
               Y siendo así, tus delitos
            tienen cercanas sus penas,   
            porque son tan infinitas
            que ya están las hojas llenas
            donde Dios los tiene escritos.
               Marcelo es árbol que pudo
            dar el fruto que tú amas,  
            y si cual bárbaro rudo
            le vas quitando las ramas,
            quedará el tronco desnudo.
               La vida y honra también
            son columnas en que estriba  
            su casa.  El brazo detén;
            déjale vida en que viva,
            y honra con que viva bien.
               Si el cuerpo joven desalmas
            de su hijo, y sin deshonra   
            su sangre atinó tus palmas,
            no le derrames la honra
            que es la sangre de las almas,
               Si no hay quien quite ni pida
            lo que no puede tornar,      
            advierte, ingrato homicida,
            que no eres rey para honrar
            ni Dios para dar la vida.
               Teme a Dios cuya persona
            es con los hijos que trata   
            como parida leona,
            que a quien los ofende mata
            y a quien los deja perdona.
               Ave es, y tus obras malas
            se oponen contra los cielos,      
            siendo milano que escalas
            un nido donde hay polluelos
            que cubre Dios con sus alas.
               Número determinado
            tiene el pecar.  ¿Y qué sabes,  
            si para ser condenado
            sólo te falta que acabes
            de cometer un pecado?
               Ea, gallardo mancebo,
            advierte a lo que te debo,   
            si en gracias de Dios estoy
            lo que te debo te doy.
DIEGO:      Penitencia haré de nuevo.
               No pienso escalaros, rejas.
            Perdonad, Lisarda, vos.      
            Don Gil, trocado me dejas
            porque a las voces de Dios
            no ha de haber sordas orejas.
               Trae, Domingo, esas escalas,
            y tú, que con santo celo   
            a los milanos me igualas,
            eres cazador del cielo
            y me has quebrado las alas.

Desciende don DIEGO y vase
 
 
GIL:           ¡Cielos, albricias, vencí!
            No es pequeña mi victoria.      
            Un alma esta vez rendí;
            mas, ¿qué es esto?  Vanagloria,
            ¿cómo me tratáis así?
               Aquí se queda la escala
            manifestando su intento,     
            ¿oh, qué extraño pensamiento!
            ¡Jesús, que el alma resbala,
            y mudó mi entendimiento!
               La fe de esta corazón
            huyó, pues que la Ocasión     
            es la madre del delito,
            que si crece el apetito
            es muy fuerte tentación.
               Lisarda arriba le aguarda
            a quien ama tiernamente.     
            Imaginación, detente,
            porque es hermosa Lisarda.
            Corazón, ¿quién te acobarda?
            Loco pensamiento mío,
            mirad que sois como río    
            que a los principios es fuente
            que se pasa fácilmente
            y después sufre un navío.
               Subiendo podré gozar...
            ¡Ay, cielos!  ¿Si consentí      
            en el modo de pecar?
            Pero no, que discurrí.
            Tocando están a marchar
               mis deseos.  La razón
            forma un divino escuadrón.      
            El temor es infinito.
            Toca el arma el apetito
            y es el campo la ocasión.
               Huye, Gil, salta tu estado,
            no escapes de vivo o muerte.      
            Conveniente es ser tentado;
            mas si Cristo va al desierto
            ya la batalla se ha dado.
               La conciencia está oprimida;
            la razón va de vencida.    
            ¡Muera, muera el pensamiento!
            Mas, ¡ay alma!, cómo siento
            que está en peligro tu vida!
               Mas esto no es desvarío;
            yo subo.  ¿Qué me detengo  
            si subo al regalo mío?
            Mas, ¿para qué, si yo tengo
            en mis manos mi albedrío?
               Nada se podrá igualar,
            que es la ocasión singular      
            y si de ella me aprovecho,
            gozaré, don Diego, el lecho
            que tú quisiste gozar.
               [La ejecutada maldad
            tres partes ha de tener:     
            pensar, consentir y obrar.
            Y siendo aquesto así,
            hecho tengo la mitad;]
               que es pensamiento liviano
            no resistirle temprano.      
            Dudé y casi es consentido.
            Alto, pues, yo soy vencido.
            Soltóme Dios de su mano;
 
               que a Lisarda gozaré
            sin ser conocido entiendo.

Sube don GIL y despierte DOMINGO
 
 
DOMINGO:    Basta que en pie estoy durmiendo
            como mula de alquilé;
            pero al tiempo desperté
            que subió arriba don Diego;
            y mientras él mata el fuego     
            y se arrepiente y le pesa,
            soltaré al sueño la presa
            y dormiré con sosiego.
               Dentro está.  Yo determino
            hace del suelo colchón;    
            que no hay cama de algodón
            como un azumbre de vino.    
            Y no hay Roldán Paladino
            que a dormir cual yo se atreva,
            si el estómago no lleva    
            con este licor armado.
            A quien despierta el cuidado
            si dormir pretende, beba.

Quita DOMINGO la escala y duérmese
 
 
GIL:           Sola, cerrada y oscura
            está esta cuadra.  Lisarda,     
            que Marcelo duerma, aguarda
            o está en su cama segura.
            Ya me tiene su hermosura
            tan determinado y loco
            que parece que la toco.      
            ¡Ay Amor, si imaginado
            eres tan dulce, gozado
            no será tu gusto poco!
               Mil pensamientos me inflaman,
            porque pleitos y recados     
            andan siempre encadenados;
            que unos a otros se llaman.
            Estos intentos me infaman
            y el crédito iré perdiendo.
            ¿Con el mundo irme pretendo  
            y conservar mi opinión?
            Sabe el cielo mi intención
            que ya, por Dios, no desciendo.
               ¡Mas la escala no está aquí!

Habla entre sueños DOMINGO
 
 
DOMINGO:    No bajes sin que la goces.   
GIL:        ¿Quién me anima y me da voces?
            Temiendo estoy.  ¡Ay de mí!
            Bajar por donde subí
            no es posible.
DOMINGO:                 ¡Espera, espera
GIL:        Bajar no puedo aunque quiera.     
            ¿Si me vio alguno subir?
DOMINGO:    ¡Justicia de Dios!
GIL:                          Hüir,
            no la podré.
DOMINGO:                 ¡Muera, muera!
GIL:           La justicia de Dios es
            que me viene a amenazar.     
DOMINGO:    No la dejes de gozar,
            yo te ayudaré después.
GIL:         Ya me anima.  ¿Cómo, pues,
            si estoy hablando entre mí,
            responderme puede así      
            a lo que yo a solas hablo?
DOMINGO:    ¿Quién ha de ser si no el diablo?
GIL:        ¿Si estoy condenado?
DOMINGO:                        Sí.
GIL:           Luego, si estoy condenado,
            vana fue mi penitencia,      
            y ha venido la sentencia.
DOMINGO:    ¡Vino, vino!
GIL:                     ¿Ya ha llegado?
DOMINGO:    Bebe y come.
GIL:                     Si he ayunado
            en balde, ya comeré.
DOMINGO:    ¡Brindis!
GIL:                La razón haré,   
            pues que la carne me brinda.
DOMINGO:    Goza la ocasión, que es linda.
GIL:        Ésta y otras gozaré.

Vase don GIL y despierta DOMINGO alborotado
 
 
DOMINGO:       ¿Vienes, señor? ¡Por Dios que me he dormido!
            ¨Es hora?  ¨Eres t£?  Nadie parece.    
            En sueño dulce estaba sepultado.
            Al principio soñaba una pendencia
            que don Diego tenía, y que bajaba
            sin gozar de Lisarda los favores;
            mas luego que en regalo y pasatiempo   
            la boda celebrábamos alegres
            brindándonos con vino de los cielos...
            Mas ya se van huyendo las Cabrillas,
            y las ruedas de Carro se han parado,
            y el Norte ya no toca su bocina,  
            y no sale don Diego.  A gran peligro
            estoy en esta calle con la escala.
            ¿Si está dentro?  ¿Si, estando yo durmiendo,
            se fue?  Dudoso estoy.  No sé qué haga.
            Estando dentro, ¿no esperará el día?
            O si quiere bajar por la ventana,
            saltar puede en el suelo fácilmente;
            que al fin para bajar no importa escala.
            Mejor consejo es irme de esta calle,
            y más que están abriendo ya las puertas
            de casa de Marcelo y han salido
            dos hombre, y don Diego no parece.
            Mas yo me acojo; que el temor empieza
            a subirse cual vino a la cabeza.

Vase DOMINGO y salen don GIL y LISARDA en hábito de hombre
 
 
LISARDA:       Mucho, don Diego, has callado.      
            Ya estamos solos.  No estés
            cubierto ni recatado.
GIL:        Ten paciencia, que no es
            don Diego quien te ha gozado.
LISARDA:       ¿Quién eres?
GIL:                         Quien ha subido  
            hasta la divina esfera;
            pero cual Icaro he sido
            que volé con fe de cera
            y en el infierno he caído.
               Un segundo Pedro fui      
            y tú el fuego de Pilato,
            pues por llegarme hoy a ti,
            como necio y como ingrato,
            negué a Dios y le perdí.
               Por la voz de un gallo fue     
            a llorar con pecho tierno.
            Yo cual precepto escuché
            una voz del mismo infierno
            con que he perdido la fe.
               Don Gil soy.
LISARDA:                   ¡Triste de mí!   
            ¿Y don Diego?
GIL:                     Él me ha traído
            a que gozase de ti
            para dejar ofendido
            tu padre otra vez.
LISARDA:                      Así
               se cumplen como merecen   
            mis esperanzas prolijas,
            mi agravio y desdichas crecen;
            que en esto paran las hijas
            que a sus padres no obedecen.
               ¿En qué pecho habrá paciencia?  
GIL:        Para tan grave dolor
            igual es nuestra imprudencia.
            Tú perdiste mucho honor
            y yo mucha penitencia.
 
LISARDA:       Deja que vuelva a mi casa      
            antes de nacer el día.
GIL:        Eso no, adelante pasa;
            que era el alma nieve fría
            y es un infierno y se abrasa.
               La vida de aqueste pecho  
            hoy correrá más apriesa
            por el gusto y el provecho,
            pues se ha soltado la presa
            que las virtudes han hecho.
               Por ti perdí la prudencia    
            por el infierno profundo,
            con la carne la abstinencia,
            el crédito con el mundo,
            y con Dios la penitencia.
               Por ti he perdido el jornal    
            que esperaba recibir
            del Señor universal,
            y entro de nuevo a servir
            a un amo que paga mal.
               Ya serán mis ejercicios      
            pecados fascinerosos,
            que así salen de sus quicios
            los que fueron virtüosos
            y siguen tras de los vicios.
               Conmigo, Lisarda hermosa,      
            has de ir; que para los dos
            no negará el mundo cosa,
            pues nos ha soltado Dios
            de su mano poderosa.
LISARDA:       ¿Qué dices, alma?  No puedes      
            quedar en más vituperio.
            Tú, cuerpo, ¿qué no te quedes
            que temas de un monasterio
            las solícitas paredes.
               ¿Qué replicas, alma?  Que es     
            es de buena conciencia.
            ¿Y tú, cuerpo?  Que ya ves
            que es temprana penitencia
            pudiendo hacerla después.
               La maldición es cumplida     
            de mi padre.  El cielo temo.
            Ya lloro mi honra perdida.  
            Ya va llegando a su extremo
            la desdicha de mi vida.
               Tres enemigos me dio      
            el cielo en mi mal prolijo:
            don Diego que me engañó,
            mi padre que me maldijo
            y don Gil que me forzó.
               Mi padre en su maldición     
            colérico estuvo y ciego;
            venció a don Gil la afición;
            sólo el ingrato don Diego
            no tiene satisfacción.
               Don Gil, ¿querrás ayudar     
            la venganza de mi agravio?
GIL:        En pedir y perdonar
            mueve el encendido labio
            cual fino coral del mar.
               La estrella que te ha inclinado     
            sigue, que yo pienso ser
            un caballo desbocado
            que parar no he de saber
            en el curso del pecado.
               Sigue el gusto y la venganza;  
            que lo que tu pecho ordene
            emprenderá, sin mudanza,
            esta alma que ya no tiene
            fe, caridad ni esperanza.
LISARDA:       Adiós, casa en que nací;   
            adiós, honra mal perdida;
            adiós, padre que ofendí;
            adiós, hermana querida;
            adiós, Dios a quien perdí.
               Perdida voy, y es razón      
            que tengan tal desventura
            las que inobedientes son.
GIL:        No hay alma buena, segura,
            si no huye la Ocasión.
               Como en Dios no he confïado    
            y en mis fuerzas estribé
            en el peligro pasado,
            soberbia angélica fue
            y así Dios me ha derribado.

Vanse don GIL y LISARDA. Salen MARCELO y LEONOR
 
 
MARCELO:       Leonor, el grave cuidado  
            que a un viejo padre conviene
            con dos hijas sin estado,
            toda esta noche me tiene
            afligido y desvelado.
               Si Lisarda, cruel, porfía,   
            y de mi amor se desvía,
            será obligación forzosa
            dejar de ser religiosa.
LEONOR:     Tu voluntad es la mía.

Sale BEATRIZ, criada
 
 
BEATRIZ:       Señor.
MARCELO:            Tu miedo me espanta.      
BEATRIZ:    Helada tengo y asida
            al suelo la débil planta,
            a un grave dolor la vida,
            y la voz a la garganta...
MARCELO:       Di, ¿de qué estás admirada?     
BEATRIZ:    Piensa de qué puede ser.
MARCELO:    Dilo, pues, no estés turbada;
            que me estás dando a beber
            veneno en taza penada.
BEATRIZ:       Lisarda, Lisarda ha escrito...      
MARCELO:    Anda en su mismo apetito,
            mas tu lengua no la nombre;
            que en sólo decir su nombre
            me has dicho ya su delito.
               Mas dime, ¿a quién escribió?    
BEATRIZ:    A don Diego de Meneses.
MARCELO:    ¿Qué le ha escrito?
BEATRIZ:                      Le llamó.
MARCELO:    ¡Calla!
BEATRIZ:            Y sé...
MARCELO:                    Mas, ¡ay, no cesas!
            Di, ¿qué sabes?
BEATRIZ:                      La llevó.
MARCELO:       Dijéralo de una vez     
            [este hecho de hombre soez]
            porque a tragos he bebido
            la purga que me has traído
            para mi enferma vejez.
               Si Dios quiere que me ofenda   
            mi enemigo declarado,
            que soy otro Job entienda.
            Vida y honra me ha llevado;
            vuelva también por la hacienda.
               Cigüeña soy, blanda y pía;      
            él es culebra, es harpía
            que quebrantándome el nido,
            dos hijuelos me ha traído
            de los tres que en él tenía.
               Hija, ¿qué enemigos vientos  
            hacen que tu honra se doble
            a tan infames intentos?
            ¿Posible es que en sangre noble
            quepan bajos pensamientos?
               Pero el vil y el mal honrado   
            caen en un mismo pecado;
            que la humana afrenta es ancha
            y están a una misma mancha
            sustos jerga y brocado.
LEONOR:        No mojes tus canas tanto;      
            que son perlas orientales
            tus lágrimas.
MARCELO:                 Yo me espanto
            que no las llames corales,
            viendo que es sangre mi llanto.
               ¡Ay de mí!  ¿Qué bien espero?   
LEONOR:     ¿Qué sientes?
MARCELO:                 Siento un desmayo.
LEONOR:     Tenerte en mi brazos quiero.
MARCELO:    Así veré el verde mayo
            junto al nevado febrero.

Desmáyase MARCELO en sus brazos y sale don DIEGO de Meneses
 
 
DIEGO:         (Amor, que mi pecho sabes,              Aparte
            paz pretendo, ponte en medio,
            modera mis penas graves,
            pues vengo a buscar remedio
            por caminos tan süaves.
               A pedir vengo a Lisarda   
            antes que en sus llamas arda;
            mas traigo, aunque Amor me anima,
            tantos agravios encima
            que mi sangre me acobarda).
               Señor, si en tu noble pecho  
            viven mis graves ofensas,
            si tú no estás satisfecho
            y remitirlas no piensas,
            aquí está quien las ha hecho.
               Intenta tus desagravios,  
            dame muerte, aunque es prudencia
            de pechos nobles y sabios
            tener petos de paciencia     
            hechos a prueba de agravios.      
               Mi mal confieso y me pesa      
            si he ofendido tu persona;
            pero si el agravio cesa,
            imita a Dios que perdona
            a quien sus culpas confiesa.
               De nuestro enojo pasado        
            puede la paz resultar
            como el cielo lo ha mostrado
            que a veces suele sacar
            un gran bien de un gran pecado.
               A Lisarda tuve amor,      
            que no he sido su enemigo.
            Dale licencia, señor,
            que se despose conmigo
            pues merecí su favor.
               Y a mi gusto satisfaces   
            y a quien eres si esto haces;
            hazlo, así goces tu edad
            un siglo, una eternidad,
            con el bien de nuestras paces.
MARCELO:       Dame una espada o montante,    
            vengaré esta grave injuria;
            que es mi vejez elefante,
            y ha cobrado nueva furia
            viendo este tigre delante.
DIEGO:         No la traigo, que no importa   
            si a tus pies está inclinada
            la mía.  El enojo acorta,
            porque es cobarde la espada
            que el cuello rendido corta.
LEONOR:        Señor, Lisarda ha de ser     
            forzosamente mujer
            de don Diego, pues la tiene
            en su casa.  Te conviene
            fingir muestras de placer.
               ¿No vale más que se diga     
            que por mujer se la has dado,
            porque la paz se prosiga,
            y no que te la ha llevado
            y la tiene por su amiga?
               Dile, pues, que en hora buena  
            y allá se habrán.
MARCELO:                      Ya mi pena
            con tus consejos se tarda.
            Don Diego, tuya es Lisarda.
            Alegres bodas ordena.
               Mas es con tal condición     
            que en mi casa no ha de entrar,
            pena de mi maldición.
            Allá se puede casar
            y siga su inclinación.
DIEGO:         Los pies a besar me da.   
            Todo a tu gusto será,
            pues que de límite pasa
            tus mercedes.  En mi casa
            el casamiento se hará.
               A prevenir fiestas voy    
            pues con Lisarda me alegro;
            Amor, mil gracias te doy
            [por] mi amigo, que es mi suegro
            Marcelo.  Ya loco estoy.

Vase don DIEGO
 
 
MARCELO:       Hija, no es razón que vea    
            casarse contra mi gusto
            la que ofenderme desea,
            y así me parece justo
            que nos vamos a la aldea.
               Estando allá, no veré      
            esta boda desdichada,
            ni su suceso sabré.
LEONOR:     Lo que mandares me agrada.
MARCELO:    Tienes amor, tienes fe.

Vase MARCELO. Queda LEONOR. Salen don SANCHO y FABIO, su criado de camino con un retrato
 
 
SANCHO:        Fabio, el hombre que se casa   
            sin ver antes su mujer,
            está sujeto a tener
            poca paz y amor en casa.
               En estas cosas es justo
            que haya alguna inclinación,    
            o que se haga elección
            pidiendo consejo al gusto.
               Yo, pues, que casarme trato,
            sin ser conocido quiero
            ver a Lisarda, primero,      
            sin dar crédito al retrato.
FABIO:         ¿Con qué ocasión llegarás?
SANCHO:     Darámela mi deseo
            si es Lisarda la que veo.
FABIO:      Si es ella, casado estás;  
               Paréceme que te abrasa.
SANCHO:     Estando vivo Marcelo,
            mal hago en llegar al cielo
            a preguntar si está en casa.
               Hablarle ya no deseo.     
            aunque bien su intención supe,
            porque la lengua se ocupe
            en alabar lo que veo.
               No vio el sol mujer ni estrella
            tan hermosa y tan gallarda.  
            Mira Fabio, si es Lisarda,
            que sospecho que no es ella.
FABIO:         Nada al retrato parece.
SANCHO:     Son sus ojos soberanos.
FABIO:      ¿Hay más que trocar sus manos?  
SANCHO:     Ningún hombre la merece.
LEONOR:        No es digno lo que miráis,
            señor, de ser alabado,
            y mi poder está ocupado.
            Decidme lo que mandáis.    
SANCHO:        Mando al gusto que no venga
            a veros en daño mío.
            Mando a mi libre albedrío
            que mi inclinación detenga.
               Mando el cuerpo a la ventura   
            que tuve en estar mirando
            ese sol, y el alma mando
            al cielo de esa hermosura.
               Y dejo del pensamiento
            a la memoria heredera.  
LEONOR:     Sólo falta que se muera,
            pues se ha hecho el testamento.
SANCHO:        No falta; que la herida
            fue repentina, y es fuerte,
            y el que en veros ve su muerte,   
            ése sólo tiene vida.
               Quien su seso mucho o poco
            pierde, viendo esa hermosura,
            tiene razón y cordura;
            y quien no le pierde es loco.     
LEONOR:        ¿Y qué favor lisonjero
            no me dará un hombre que es
            cortesano y portugués?
            ¿De dónde sois, caballero?
SANCHO:        Como a Coímbra viniese  
            de Lisboa la real,
            don Sancho de Portugal
            mandó que a Marcelo viese,
               porque cierta ocupación
            le detiene.
LEONOR:                  (Yo sospecho                  Aparte
            que éste es don Sancho).
SANCHO:                          En el pecho
            no me cabe el corazón.
               Lisarda no puede ser
            tan hermosa dama).  Fabio,
            un consejo, como sabio.      
FABIO:      Pide aquésta por mujer,
               aunque es hermana segunda.
            No repares en el dote.
FABIO:      Mal podré, sin que se note.
FABIO:      Torres de esperanza funda;   
               no desmayes.
SANCHO:                  Si es Lisarda
            tan hermosa como vos,
            a don Sancho ha dado Dios
            ventura.
LEONOR:             (En vano la aguarda).              Aparte
               Vos sois, señor, el primero 
            que hermosa me ha llamado.
SANCHO:     Todos lo habrán confesado
            con silencio.  Fabio, muero.
               Naturaleza inclinada
            tanto en vos, quiso cifrar  
            que sois más para adorar
            que para ser alabada.
               Y así los ojos que os ven
            dejan a la lengua muda.
LEONOR:     ¿Qué soy hermosa?
SANCHO:                      Esa duda   
            discreta os hace también.
               Que pudiérades, se crea,
            según sois bella y discreta,
            ser necia, y sois tan perfeta
            que pudiérades ser fea.

Sale BEATRIZ con el sombrero
 
 
BEATRIZ:       Tomas, señora, el sombrero
            y capotillo, que espera
            mi señor.
SANCHO:             ¿Quieres que muera,
            flechando el arco de acero,
               Amor?
LEONOR:             Vamos a una aldea.  
            Mi padre os verá después,
            derretido portugués.
SANCHO:     Dadme licencia que os vea.
LEONOR:        Ni la doy ni la consiento.

Vanse LEONOR y BEATRIZ
 
 
SANCHO:     Pues, yo me la tomaré,    
            si basta que me la dé
            mi atrevido pensamiento.
               ¡Ay, Fabio, que ésta es Leonor,
            la que ha de ser religiosa!
FABIO:      De que la llames hermosa    
            y le hayas mostrado amor,
               no le pesa.  No hayas miedo
            que en su vida monja sea.
SANCHO:     Verla tengo en el aldea.
FABIO:      ¿Cómo?
SANCHO:             Disfrazarme puedo,  
               porque mi amor no Consiente
            que en otra el alma divierta.
FABIO:      Vete, pues, por esta puerta;
            que viene acá mucha gente.

Vanse, y salen DOMINGO, don DIEGO, y FLORINO
 
 
DIEGO:         ¿Quién serán los que salieron?
FLORINO:    ¿Quién?  El pretensor sería
            de Lisarda.
DIEGO:                   Bueno iría.
            Si ellos salen, ya no vieron.
               ¡Hola!  Avisad como vengo
            con mis parientes y amigos, 
            de mi mucho amor testigos,
            por mi Lisarda, y que tengo 
               a la puerta el coche.  Avisa
            a Lisarda y a Marcelo.

Vase DOMINGO
 
 
            No vi más alegre el cielo,     
            lloviendo está gozo y risa.
               Dándome está el parabién
            de esta paz, de esta amistad,
            con luz y serenidad
            y sus esferas también.

Salen DOMINGO y un ESCUDERO
 
 
DOMINGO:       Señor, no tenemos nada.
            La boda del perro ha sido   
            esta boda.
DIEGO:                ¿Cómo?
DOMINGO:                      Es ido
            Marcelo.
DIEGO:              La sangre helada
               tengo ya.
ESCUDERO:                Toda su casa   
            a la aldea se llevó,
            y hecho alcalde me dejó
            de estas suyas.
DIEGO:                   ¡Qué esto pasa!
               ¿Y Lisarda?
ESCUDERO:                 Claro está
            que con él la llevaría. 
            No la vi, pero allá iría
            con Leonor.
DIEGO:                   ¡Muerto soy ya!
               ¡Qué inconstante es la vejez!
            A Lisarda me ha de dar
            o tengo de ejecutar         
            lo que he intentado otra vez.
               ¿Qué bien sintió quien decía
            que el hombre con la vejez
            vuelve a la tierna niñez!
            ¿Quién en viejo y niño fía? 
               Por guardarle yo respeto,
            no la tengo en mi poder;
            pero será mi mujer.
            Robaréla, te prometo.
               No respetaré sus años.
FLORINO:    Fuerte es su castillo.
DIEGO:                           Amor
            ha sido siempre inventor
            de máquinas y de engaños.

Vanse todos

FIN DEL PRIMERO ACTO


ACTO SEGUNDO


 

Salen don GIL y LISARDA, en hábito de salteadores, con arcabuces
 
 
GIL:           Ya vendrás arrepentida;
            ya te quisieras tornar.
LISARDA:    Un delfín cortando el mar,
            una cometa encendida,
               un caballo en la carrera,
            en alta mar un navío,
            el veloz curso de un río, 
            rayo que cae de su esfera,
               una flecha disparada
            del arco, podrán volver
            atrás, mas no la mujer
            una vez determinada.   
               Delfín, caballo, cometa,
            río flecha, rayo, nave,
            es la mujer que no sabe
            ser obediente y sujeta.
               Vergüenza y honra preciosa,   
            interés, miedo y poder
            no la podrán detener
            si está agraviada y celosa.
               Pues yo que en cólera rabio
            sin vergüenza, honra ni miedo,   
            ¿cómo arrepentirme puedo
            antes de vengar mi agravio?
               Antes me trae confïanza;
            que, pues fuiste el instrumento
            de las injurias que siento, 
            lo has de ser de mi venganza.
               Ésta es del monte la falda
            a quien llaman Las Cabecas;
            de encinas verdes y secas
            sustenta un bosque en su espalda.     
               Aquí en un valle cercano
            que a los ánimos recrea
            tiene mi padre una aldea
            donde se viene el verano.
               De la otra parte don Diego    
            un pequeño bosque tiene,
            donde muchas veces viene
            a cazar y holgarse.
GIL:                          ¿Luego
               aquí pretendes vengarte?
LISARDA:    Sí, porque en esta espesura    
            con vida libre y segura
            yo me atrevo a contentarte.
               Una tigre seré brava
            contra el cauto cazador,
            pues me han robado el honor 
            que era el hijo que crïaba.
               Haré del miedo moneda
            y compraré a los pastores
            cabritillos trepadores,
            fresca lecho y fruta aceda. 
               El seguro pasajero,
            viendo mi arcabuz al hombro,
            con sobresalto y asombro
            dará el guardado dinero.
               Fuertes murallas haremos 
            de esta sierra, que si subes
            verás que toca en las nubes
            con sus ásperos extremos.
               Cuando su nieve desata
            julio, por ásperas quiebras    
            bajan al valle culebras,
            hechas delicada plata.
               Con el calor del estío
            sudan tanto estas montañas
            que en el valle entre espadañas     
            forman un pequeño río.
               Dos fuentes hay donde cría
            velos mayo, y leche enero,
            y donde el ciervo ligero
            vide correr algún día.  
               Una cueva hay de pizarras
            y de diferentes piedras
            que está aforrada de hiedras
            y guarnecida de parras.
               Todo a pasos lo he medido     
            porque he sido cazadora
            y la gama coladora
            en vano de mí ha hüido.
               Aquí pretendo que pases
            el pecho de piedra fría,  
            que grande amor me fingía
            para que tú me gozases.
               Aquí, cuando al bosque venga,
            su homicida pienso ser,
            sin que el miedo de mujer   
            lugar en mi pecho tenga.
               Aquí le he de dar la muerte,
            pues que ha sido el instrumento
            de las injurias que siento.
GIL:        ¡Fuerte mujer!
LISARDA:                 Y tan fuerte   
               que el mundo me ha de llamar
            Semíramis la crüel,
            y en cuantos pasen por él
            quiero enseñarme a matar.
GIL:           Yo seguiré tus cuidados,    
            pues soy ciego con mi error,
            hidrópico pecador,
            y tengo sed de pecados.
               Manda que emprenda adulterios,
            que latrocinios intente,    
            que jure, mate y afrente,
            que escale los monasterios,
               y mira si peco aprisa
            por ti en aqueste lugar;
            que ayer me vi en el altar  
            celebrando eterna misa,
               ayer, en llanto deshecho,
            tuve a Dios entre mis manos,
            y hoy, con actos inhumanos,
            tengo un infierno en el pecho.
LISARDA:       ¡Gente pasa!

Pónense las mascarillas
 
GIL:                     El rostro cubre
            y escóndete en estos riscos
            coronados de lentiscos
            verdes a pesar de octubre.
LISARDA:       Morirán.
GIL:                   Si no son tantos 
            que algún recato nos dan.
            ¡Mujeres son!
LISARDA:                 No podrán
            enternecerme sus llantos.

Salen MARCELO, LEONOR de camino, y BEATRIZ con un cofrecito
 
MARCELO:       Vaya el coche por lo llano,
            y tú, Leonor, esta cuesta 
            descenderás de la mano
            segura.
LISARDA:            (Mi hermana es ésta).       Aparte
GIL:        (Es un ángel soberano).             Aparte
LEONOR:        Fácil es la descendida;
            sólo tu cansancio siento.
LISARDA:    Hoy verá el mundo en mi vida
            el extraño atrevimiento
            de un alma que va perdida.  
               Mi sangre quiero verter.
            ¡Mueran pues!  ¡Mueran los dos!
            Porque tales suelen ser 
            las obras de una mujer 
            que está sin honra y sin Dios.
               Mi hermana a heredarme viene;
            la envidia me da inquietud  
            y matarla me conviene,
            que me ofende la virtud
            y aborrezco a quien la tiene.
               Si el ser Marcelo me dio,
            con su maldición prolija  
            a esta vida me obligó,
            y el que aborrece a su hija
            sin duda no la engendró.
               No es mi padre, es mi contrario
            y así a la muerte se viene.
GIL:        Ese intento temerario
            me agrada por lo que tiene
            de pecado extraordinario.
               Hecho será que me asombre;
            que a la mujer nadie iguala 
            en celo y piadoso nombre,
            pero cuando da en ser mala
            es peor que el más mal hombre.

Apúntales LISARDA, y pónese de rodillas MARCELO
 
MARCELO:       ¡Deteneos!  ¡Esperad!
            Para mí no es bien que os pida 
            misericordia y piedad,
            pues me quitáis poca vida
            no perdonando a mi edad.
               No es para mí caso fuerte
            el verme así amenazado,   
            pues mataréis de esa suerte
            a un viejo que está llamado
            a las puertas de la muerte.
               Si yo en vuestras manos doy
            la vida, me habréis sacado     
            de desdichas, porque soy
            el hombre más desdichado
            que Portugal tiene hoy.
               Sólo la piedad pretendo
            para esta hija, que es joya 
            con quien escapo huyendo
            de mi casa, que es la Troya
            que está en desdichas ardiendo.
               Por ella piedad espero,
            pues que el soberbio elefante    
            ablanda su pecho fiero
            cuando le ponen delante
            un inocente cordero.
               Hijas el cielo me dio;
            ángeles han parecido 
            porque la mayor cayó.
            Ya es demonio, y ésta ha sido
            el buen ángel que quedó.
               De virtudes está llena,
            ninguna mujer la iguala;    
            y pues mi desdicha ordena
            que tenga vida la mala,
            no me matéis vos la buena,
LISARDA:       (Más la envidia me inhumana).    Aparte
GIL:        (No dé lumbre el pedernal).         Aparte
            Sosiégate, hermosa dama.
            (¿Qué dije?  No es racional    	Aparte
            el hombre que no se allana.
               Aunque otras veces te vi,
            quise el alma como cuerdo,  
            y la guardaba de mí;
            mas ya que sin mí la pierdo
            perderla quiero por ti).
LEONOR:        Si una vida queréis ya,
            yo pagaré ese tributo;    
            que menos daño será
            cortar el temprano fruto
            que no el árbol que le da.
               Crüel sois; la causa ignoro.
            Si es vuestra furia de toro,     
            sirva mi vida de capa.
            Rompedla mientras se escapa
            el dueño y padre que adoro.
               Nunca os ofendí, señor.
            Viva mi padre y yo muera.   
            Si es de lobo este rigor,
            despedazad la cordera
            y dejad vivo al pastor.
               Aunque en ambos puso Dios
            tan grande amor que ninguno 
            le ha igualado, y así vos,
            sólo con matar al uno
            quitáis la vida a los dos.
GIL:           A aquellos ojos se deben
            mil victorias y trofeos.    
            Cielos son que perlas llueven,
            y mis sedientos deseos
            dentro del alma los beben.
               (Por ti, divina Leonor,                 Aparte
            haré otro grave delito;   
            que el pasado fue un error
            y éste es un ciego furor
            nacido de un apetito.
               A Marcelo he de matar;
            mas lo que el alma desea    
            podrá Lisarda estorbar.
            Váyanse pues al aldea;
            que allá la pienso gozar).
BEATRIZ:       Señor, por el cielo os pido
            que ir nos dejéis con sosiego.
LISARDA:    (Y si tú no hubieras sido           Aparte
            alcahueta de don Diego,
            yo no me hubiera perdido).
               Dime,don Gil, ¿qué haremos?
GIL:        Que nuestra necesidad  
            con sus joyas remediemos,
            y la amada libertad,
            por ser tu sangre, les demos.
LISARDA:       Rescatad las vidas.
MARCELO:                          ¿Cómo?
LISARDA:    Dándonos oro.
MARCELO:                 Señor,  
            en esta caja de plomo
            hay joyas de gran valor.

Dale el cofrecillo
 
LISARDA:    (Si son mías, nada os tomo).        Aparte
MARCELO:       Estas joyas he guardado
            a una hija que tenía.
LISARDA:    ¿Y adónde está?
MARCELO:                    Se ha casado
            contra mi gusto este día
            para mí tan desdichado.
               Huyendo a mí me persigo
            por no ver el casamiento
            tan infelice que os digo,   
            que es envidioso tormento
            la gloria de un enemigo.
               Eslo mío el desposado,
            y pues ella se ha casado    
            contra el mandato de Dios,
            gozad de sus joyas vos
            que así me habéis consolado.
LISARDA:       ¿Consolado?  ¿En qué?
MARCELO:                             En pensar
            que se ha podido llamar     
            más desdichado que yo
            vuestro padre, que engendró
            hijos para saltear.
LISARDA:       (Quitarte el consuelo puedo             Aparte
            si la máscara me quito).  
            La libertad os concedo,
            y adiós.
BEATRIZ:            Él sea bendito;
            que ya respiro sin miedo.
GIL:           Espera, que me has de dar
            la mano.

Tómale a LEONOR la mano
 
 
LEONOR:             Mi vida es breve    
            si me la quiere cortar.
GIL:        Sangre, leche, grana y nieve
            el cielo quiso mezclar
               en estas manos.
LEONOR:                      ¡Ay cielos!
            Temblando estoy.
GIL:                     (Yo, encendido,               Aparte
            tocando estos dulces hielos.
            ¡Qué ignorante que he vivido
            de amor, de favor, de celos!
               Pero ya empiezo a saber
            que es peregrina criatura   
            para el gusto la mujer.
            Con razón por su hermosura
            reinos se saben perder).
LISARDA:       ¡Vuelve!
MARCELO:               Si que vuelva el llanto.
LEONOR:     ¡Don Gil, amigo de Dios,    
            quitadnos peligro tanto!
GIL:        Por cierto, dama, que vos   
            os ofrecéis a un buen santo.
MARCELO:       ¿Qué quieres?

Pónese de rodillas LISARDA
 

LISARDA:                 Que me perdones
            tus injurias, que me digas  
            blandas y dulces razones
            y cual padre me bendigas.
BEATRIZ:    ¡Oh, qué benditos ladrones!
MARCELO:       Ya que con sano consejo
            pides bendición a un viejo,    
            Dios de esta vida te saque,
            Él te perdone y se aplaque
            que perdonado te dejo.

Bendícela y vanse
 
 
GIL:           No es bendición, sino error,
            la que pediste y te ha dado;     
            porque para el pecador,
            mientras gusta del pecado,
            no hay otra vida mejor,
               ¿o vives arrepentida?
LISARDA:    Lejos estoy de ese estado;  
            mas, bien es que el perdón pida
            para tenerlo alcanzado
            cuando mudare la vida.
GIL:           En el poder de don Diego
            te juzgan.
LISARDA:            Muerto lo llama.
GIL:        ¿Cómo?
LISARDA:            Hoy pienso poner fuego
            a su bosque y a la fama
            vendrá, y mataréle luego.
GIL:           Con mucho rigor salteas
            si a tus padres no perdonas.
LISARDA:    Imito, como deseas,
            a las fieras Amazonas
            pero no al troyano Eneas.

Abre el cofre, ven las joyas
 
 
GIL:           ¿Qué joyas son?
LISARDA:                      No pequeñas.
GIL:        ¿Y éste?
LISARDA:            Retrato ha de ser   
            de mi hermana.

Tome el retrato
 
 
GIL:                     El sol me enseñas.
LISARDA:    La caja quiero esconder
            entre estas ásperas peñas.

Vase LISARDA con el cofre
 
 
GIL:           Amor, el alma abrasada
            con vida esperanza viva;    
            que podrás dársela viva,
            pues hoy se la das pintada.
               El alma tuya se nombra
            con amorosos desmayos;
            mas, ¿qué efecto harán tus rayos  
            si así me ciega tu sombra?
               Leonor, mi pecho se abrasa,
            tu gloria he de pretender;
            que la peste pienso ser
            de las honras de tu casa.   
               Gozar pienso el bien que veo,
            pues lo llegué a desear;
            que no me han de condenar
            más las obras que el deseo.
               Si la intención y el afe[c]to    
            condenan al pecador,
            por gozar de ti, Leonor,
            daré el alma.

Sale el demonio, vestido de galán, y llámase ANGELIO
 
 
ANGELIO:                 ¡Yo la ace[p]to!
GIL:           (Después que a este hombre he mirado  Aparte
            siento perdidos los bríos,     
            los huesos y labios fríos,
            barba y cabello erizado.
               Temor extraño he sentido.
            Alma, ¿quién hay que te asombre?
            ¿Cómo temes tanto a un hombre  
            si al mismo Dios no has temido?)
ANGELIO:       No temas, don Gil.  Espera.
GIL:        Di, ¿quién eres?
ANGELIO:                     Soy tu amigo,
            aunque he sido tu enemigo
            hasta ayer.
GIL:                   ¿De qué manera?
ANGELIO:       Porque imitándome vas;
            que en gracia de Dios me vi
            y en un instante caí
            sin que pudiese jamás
               arrepentirme.
GIL:                        ¿Y te llamas?
ANGELIO:    Angelio, y vivo espantado
            de lo poco que has gozado
            gusto de juegos y damas.
               Si predestinado estás,
            la gloria tienes segura;    
            si no lo estás, ¿no es locura
            vivir sin gusto jamás?
               Si aprender nigromancía     
            quieres, enseñarla puedo;
            que en la cueva de Toledo   
            le aprendí, y en ésta mía
               la enseño a algunos.  ¡Qué ciencia
            para vicio infinitos,
            corriendo los apetitos
            sin freno de la conciencia! 
               Si a los infiernos conjuras,
            sabrás futuros sucesos,
            entre sepulcros y huesos,
            noche y sombras oscuras.
               En todos cuatro elementos     
            verás extrañas señales,
            en las plantas, animales
            y celestes movimientos.
               Tu gusto será infinito,
            son vida libre y resuelta   
            seguirás a rienda suelta
            los pasos de tu apetito.
               Y, pues que tienes amor
            a Leonor, aunque es incesto,
            haré que la goces presto.
GIL:        ¿Que adoro a doña Leonor
               has sabido?
ANGELIO:                 Y no imagines
            que en lo que toca a saber
            me pueden a mí exceder
            los más altos querubines.
GIL:           Tengo a tu ciencia afición.
            Yo aprenderé tus lecciones.
ANGELIO:    Guardando las condiciones
            con que las deprendí.
GIL:                            ¿Y son
ANGELIO:       Que del mismo Dios reniegues, 
            y haciendo escrituras firmes
            de ser mi esclavo, las firmes
            con sangre, y la crisma niegues.
GIL:           Alma, si hay alma en mi pecho,
            hoy tu salvación se impide.    
            Poco pide, pues me pide
            lo que casi tengo hecho.
               Dejando la buena vida,
            perdí el alma.  Pues, ¿qué espero,
            si por hallar lo que quiero 
            doy una cosa perdida?
               Si son tres las ocasiones
            con que ofendí a Dios eterno,
            ya tengo para el infierno    
            bajados tres escalones.     
               Otro, con algún disgusto,
            se da muerte o desconfía,
            y así viene a ser la mía
            desesperación de gusto.
               Digo que haré lo que ordenas;    
            pero has de darme a Leonor.
ANGELIO:    ¡Ah, discípulos!

Salen dos, en hábitos de ESCLAVOS
 
 
ESCLAVO 1:                   ¿Señor?
ANGELIO:    Sangrad a don Gil las venas,
               porque a ser mi esclavo empieza.
GIL:        Yo a ser discípulo voy.
ANGELIO:    No te pese, porque soy
            de mejor naturaleza.

Meten a don GIL los ESCLAVOS, queda ANGELIO, sale LISARDA
 
 
LISARDA:       Junto a una fuente que espejo
            de cristales y diamantes
            es del sol, dos caminantes  
            robados y muertos dejo.
               Relámpago fue, y ensayo
            de mi colérico fuego;
            pero el matar a don Diego
            será la verdad y el rayo. 
               Probar quise mi valor;
            mas, ¿cómo no he de ser fuerte
            en la ajena, si a mi muerte
            tengo perdido el temor?
               Cazadora de hombres soy, 
            fieras de otro nombre indinas.
            Yo colgaré en las encinas
            humanos despojos hoy.
               Serán silvestres picotas,
            tanto que a decirnos muevan 
            que ya las encinas llevas
            cabezas y no bellotas.

Ve la visión del demonio que asoma, y dice
 
 
               ¡Jesús!  ¿De qué ha procedido
            tan prodigioso temor?
            ¿Adónde están el valor  
            y arrogancia que he tenido?
               Sólo a un hombre tanto temo;
            que ni es monstruo ni gigante.
            Pasar no puedo adelante,
            espantada con extremo. 
               La muerte le quiero dar.

Apúntale la escopeta
 
 
ANGELIO:    No tienes que prevenir
            que si no puedo morir,
            ¿cómo me podrás matar?
LISARDA:       ¿Viste un hombre?
ANGELIO:                      A un hombre vi 
            que no ha de ser hombre más.
LISARDA:    ¿Qué ha de ser?
ANGELIO:                 Tú lo verás.

Salen los ESCLAVOS y sacan a don GIL, hecho esclavo con “ese” y clavo
 
 
            ¿Firmó la escritura?
ESCLAVO 1:                        Sí.
LISARDA:       ¿Quién habrá que a don Gil vea
            que no se admire?  ¿Qué es esto?
GIL:        Yo a servirte estoy dispuesto.
ANGELIO:    Esta cédula se lea.

Lee el papel
 
 
GIL:           Si aprendo la sutil nigromancía
            que el católico llama barbarismo,
            y excediendo las fuerzas de mí mismo,    
            gozare de Leonor un breve día,
               digo yo, don Gil Núñez de Atoguía,
            sin temor de las penas del abismo,
            que reniego del cielo y del bautismo,
            perdiendo a Dios la fe y la cortesía.    
               Su nombre borro ya de mi memoria,
            tu esclavo para siempre quedo hecho,
            por gozar de esta vida transitoria,
               y renuncio el legítimo derecho
            que la iglesia me da para la gloria   
            por la puerta que Dios abrió en su pecho.
 
               Así lo otorgo.
ANGELIO:                      Pues, ea,
            maten hombres esas manos
            porque entre cuerpos humanos
            la primer lección se vea. 
               Esta cueva es el asilo
            y allí en sus negros altares
            llorarás los que matares
            como suele el cocodrilo.

Vanse. Quedan don GIL y LISARDA
 
 
LISARDA:       ¿Qué traje es éste?
GIL:                              De esclavo,     
            que he dado mi libertad
            por una curiosidad
            que te encarezco y alabo.
               Aprendo nigromancía
            que en esta cueva me enseña.
LISARDA:    No es curiosidad pequeña.
            Yo también daré la mía.
               Contigo la aprenderé.
GIL:        Guardan ciertas condiciones.
LISARDA:    Si Mongibelos me pones,     
            por sus llamas pasaré.
GIL:           De Dios has de renegar.
LISARDA:    Harélo una vez y dos.
GIL:        Y de la madre de Dios.
LISARDA:    Eso no podré otorgar.
GIL:           Pues, ¿no es más Dios?
LISARDA:                           Sí, más es;
            mas si a los dos niego agora,
            ¿quién será mi intercesora
            si me arrepiento después?
GIL:           Apréndela, tú, sin miedo  
            del que la vida te dio;
            que no soy demonio yo;
            que arrepentirme no puedo.
               (Y en tu loca juventud                  Aparte
            la suerte quisiera darte;   
            pero es virtud el matarte
            y aborrezco la virtud).
LISARDA;       Pecadora y ciega soy
            y espero hacer penitencia
            aunque mi enferma conciencia     
            dice que mejor es hoy.
GIL:           Espérate para luego
            volverte a inflamar en ira.
            (Con la verdad y mentira                   Aparte
            que la dije de don Diego    
               quiero ocasiones buscar
            en que usar del vicio nuestro;
            pues he hallado maestro
            para enseñarme a pecar).

Vanse, y salen don SANCHO y FABIO de labradores
 
 
FABIO:         ¿Podráte conocer?
SANCHO:                       Es imposible;  
            que no me vio Marcelo en muchos años.
FABIO:      ¿Y si te extrañan los de aquesta aldea?
SANCHO:     No importa.  Pensarán que en las entrañas
            moramos.
FABIO:              ¿Qué pretendes?
SANCHO:                            El alma noble
            de esta Leonor que ya robó la mía.
FABIO:      Lisarda no ha venido con su padre.
SANCHO:     Ya yo lo supe.  No sé qué es la causa.
            ¿Si es muerta, si es casada?
FABIO:                               Todo es uno;
            mas todos están tristes y sospecho
            que es muerta.  Hoy lo sabré.

Salen don DIEGO y DOMINGO de labradores
 
 
DIEGO:                                 Calla, Domingo. 
            No me aconsejes; que me abrasa el alma
            el amor de Lisarda.
DOMINGO:                      ¿Y qué es tu intento?
DIEGO:      Robarla.
DOMINGO:            Ya pudiste, y como necio
            dormido me dejaste y te acogiste.
            No sé si miedo fue.
DIEGO:                        Fue celo bueno.     
            Procura el amistad de los villanos;
            que introducido yo una vez entre ellos
            y el rostro recatado de Marcelo,
            ocasión buscaré para mi intento.
DOMINGO:    Manténgaos el Señor.
FABIO:                        Sí, que es buen amo    
            y a todos nos mantiene.
DOMINGO:                           ¿Habéis ya visto
            el señor del lugar?
FABIO:                        Vístole habemos.
DOMINGO:    ¿Y a las señoras?
FABIO:                        Sólo trajo una
            que es Leonor.
DOMINGO:                 ¿Y Lisarda?
FABIO:                              Creo que es muerta.
DOMINGO:    Pues, mal te haga Dios, así lo dices.    
            ¿Oyes esto, señor?
DIEGO:                        Oigolo, y creo
            que así debe de ser porque Marcelo
            la habrá muerto por no verla casada
            conmigo.  ¡Viejo cruel!  ¡Triste don Diego!
DOMINGO:    Ninguno de esta casa me conoce.  
            Informarme podré.  Escóndete presto;
            que salen a este prado.
SANCHO:                           Ésta es la gloria
            que pienso conservar en mi memoria.

Salen MARCELO, LEONOR, y BEATRIZ. MARCELO, un gabán puesto, y un MÚSICO
 
 
MARCELO:       Mucho agradezco el deseo
            que muestras tú de alegrarme.  
            Cantad mientras de este campo
            gozo de los frescos aires.
 
MÚSICO:     "Escucha, Lisarda, ausente
            de aquestos amenos valles,
            más que Anajarte crüel,   
            y más ingrata que Dafne.
            Al pastor que te adoraba
            trocaron tus libertades,
            y a Gerarda llama dueño
            que en perfección es un ángel."
 
DOMINGO:    Señor Marcelo, pescudo,
            ¿cómo a este prado no sale
            nuesa señora Lisarda?
MARCELO:    No la nombres.  No me mates.
            Lágrimas vierten mis ojos 
            si de ella me acuerdo.
DIEGO:                           (Sangre               Aparte
            fuera mejor.  Ello es cierto.
            Mi mal y desdicha es grande).
 
MÚSICO:     "Con justa razón te olvida,
            pues no supiste estimarle   
            y ha mejorado de gusto
            siendo de Gerarda amantes."
 
SANCHO:     Dame licencia, señora,
            que mientras cantan te hable.
LEONOR:     Ya te conozco, don Sancho.
SANCHO:     Amor atrevidos hace.
 
MÚSICO:     "Con menosprecio y olvido
            es justa razón que paguen
            a quien no estima las obras
            ni agradece voluntades."
 
DIEGO:      Pregunta claro si es muerta.
DOMINGO:    Mis pescudas no te cansen.
            ¿Murió Lisarda?
MARCELO:                 Ya es muerta
            en esta casa.
DOMINGO:                 ¿Escuchaste?
            Que en esta casa murió    
            me ha dicho.
DIEGO:                   (¡Ay, hermosa mártir,  Aparte
            vida inocente, alma noble,
            viejo tirano, mal padre!)
            Matarle quiero y vengarla.
DOMINGO:    Más sano será que calles.
DIEGO:      Loco estoy.
DOMINGO:                 Mira que estamos
            entre villanos cobardes
            y son muchos.
DIEGO:                   Ella ha muerto.
            Domingo, mi mal es grande.
DOMINGO:    Soy Domingo, y tus desgracias    
            me van convirtiendo en martes.

Vanse don DIEGO y DOMINGO
 
 
MÚSICO:     "En el jardín del amor,
            entre verdes arrayanes,
            duerme Gerarda al rüido
            de fugitivos cristales."
 
SANCHO:     No te ofendo si te adoro.
            Mira, Leonor, que no es fácil
            vencer una inclinación.
LEONOR:     Podráse ofender mi padre;
            podráse ofender mi honor. 
            Mira, don Sancho, qué haces;
            que puedo ser murmurada
            si estás aquí en este traje.

Sale CONSTANCIO, labrador
 
 
CONSTANCIO: Señor, si de tus vasallos
            sientes las desdichas grandes,   
            siente y remedia la mía;
            que la tendrás por notable.
            A las fuentes de esa sierra
            subí yo con dos zagales
            y mi hija cuya boda         
            fuera mañana en la tarde.
            ¡Nunca a la fuentes subiera!
            Que otras en mis ojos naces
            que correrán mientras dure
            mi vida caduca y fácil.    
            Salieron cuatro ladrones,
            crüeles como cobardes,
            que entre esos montes soberbios
            no vistos insultos hacen
            y a Lísida me robaron.    
            Mira si es razón que bañen
            con lágrimas estas canas
            ojos que ven cosas tales.
            Un esclavo es capitán
            de aquella cuadrilla infame,     
            y aficionóse de verla.
            ¡Cegaran sus ojos antes!
            Viéndose presa y forzada,
            daba gritos, aunque en balde,
            cual cabritillo que bala    
            por las ubres de su madre.
MARCELO:    Mi mal renueva esa historia.
            Sucesos son semejantes.
LEONOR:     Mis joyas robaron ésos.
SANCHO:     ¡Qué eso me encubras y calles! 
            ¿A ti, que las almas robas,
            se atrevieron?  A buscarles
            tengo de ir en tu servicio.
            Con su muerte he de obligarte.
            Labrador, si en esta aldea  
            alguna gente juntases,
            yo buscaré los ladrones.
            No hayas miedo que se escapen.
LEONOR:     Habrá muchos que te sigan.
CONSTANCIO: Yo también pienso ayudarte.
SANCHO:     Con tu licencia, señora,
            ir pienso.
LEONOR:             Merced me haces.
            ¿Quién es este labrador
            forastero y de buen talle?
FABIO:      De aquesta cercana aldea,   
            hombre de bien y tu amante.

Vanse los labradores
 
 
LEONOR      Basta ya, prosigue tú
            en cantar aquel romance
            que gusto me dio.
BEATRIZ:                      Otro tono
            podrá decir que te agrade.

Cante el músico algo, y salen don Sancho, PRÍNCIPE de Portugal, y don RODRIGO, criado suyo, de camino
 
 
PRÍNCIPE:      Esta voz he de escuchar
            mientras hierran los caballos.
RODRIGO:    El señor de estos vasallos
            es éste.
LEONOR:             Torna a cantar.
PRÍNCIPE:      ¡Ah, don Rodrigo!
RODRIGO:                         ¿Señor?
PRÍNCIPE:   ¡Gran mal hay!
RODRIGO:                 Dame tristeza
            que eso digo vuestra alteza.
            ¿Qué mal siente?
PRÍNCIPE:                     Mal de amor.
               ¿Has visto rostro más grave,
            color más viva y perfeta, 
            más señales de discreta,
            habla más viva y süave?
               Muerto soy, y no me espanto.
            Sin causa serpiente he sido
            pues que no cerré el oído    
            a las voces de su encanto.
BEATRIZ:       Dos forasteros atentos
            a la música han estado.
LEONOR:     Y uno de ellos me ha robado
            más de cuatro pensamientos).
MARCELO:       A Coímbra pasarán.
LEONOR:     (¡Buen talle!)  ¿Cómo parece,  Aparte
            caballero?
PRÍNCIPE:           Él lo merece.
LEONOR:     Los soldados aquí están.

Tocan una caja, salen todos los villanos que pueden, don SANCHO de capitán y villano, FABIO de alférez, y los demás
 
 
SANCHO:        Marchen en concierto.
RODRIGO:                            Tío,   
            ¿quién es padre de esta dama?
SANCHO:     Éste, y Marcelo se llama 
            de Noroña.
PRÍNCIPE:           Deudo es mío.
RODRIGO:       Y decidme, ¡adónde van
            armados estos garzones?
CONSTANCIO: A prender unos ladrones.
PRÍNCIPE:   No es mal hecho el capitán.
SANCHO:        Acá les traigo el alarde.
            Sus bendiciones le den.
LEONOR:     Todo os suceda muy bien,    
            y el cielo, Sancho, te guarde.
MARCELO:       ¿Sancho te llamas?
SANCHO:                           Señor,
            uno Sancho, otro Pascual.
LEONOR:     Y Sancho de Portugal.
SANCHO:     Mejor dirás "de Leonor."  
               Del dueño el nombre se toma,
            tuyo soy, y lo confiesa
            el ánimo, aunque esta empresa  
            no de César ni de Roma.
               No voy con valor profundo,    
            ni con griegos estandartes,
            a conquistar las tres partes,
            como Alejandro segundo.
               Voy a cobrar los despojos
            y tú el ánimo me pones; 
            pero, ¿quién busca ladrones
            si están presentes tus ojos?
               (Mas, ¿a quién están matando   Aparte
            tan divertido y atentos?
            ¡Ay, celosos pensamientos,  
            al Príncipe está mirando!
               ¿No es éste don Sancho, cielos,
            Príncipe de Portugal?
            Déjeme en paz con mi mal
            sin darme muerte de celos.  
               ¿Dónde va si no ha venido
            a ver el sol que me admira?
            ¡Con qué atención que la mira,
            y ella en él se ha divertido!
               Quiero sufrir y callar). 
            ¡Ah, ingrata, de celos muero!
            ¿Qué miras?
LEONOR:                  Un forastero
            convida siempre a mirar.
               No es bien que ingrata me llames.
            ¿Qué favores te he quitado?
SANCHO:     Los que pido y no me has dado.
LEONOR:     Si consiento que me ames,
               favores son cortesanos.
CONSTANCIO: Vamos, capitán, que es tarde.
SANCHO:     Bueno, voy haciendo alarde  
            de celos y de villanos.

Vanse los del escuadrón
 
 
PRÍNCIPE:      Merece que la veamos.
            Yo he mitigado el cansancio.
            Don Rodrigo, di que a espacio     
            hierren, que todos erramos.

Sale RISELO
 
 
RISELO:        Perdóname las nuevas desdichadas
            que traigo.
MARCELO:                 Ya están hechos mis oídos 
            a desdichas.  ¿Qué son?
RISELO:                           Muerta es Lisarda.
            Don Diego la mató sin duda alguna.
MARCELO:    ¿Cómo lo sabes?
RISELO:                  Como en ese campo   
            él mismo dice a voces, "Sepan todos
            que a Lisarda mató quien aborrece
            su sangre."  Y como loco a todos dice,
            "Lisarda es muerta; ya murió Lisarda.
            Quien su sangre aborrece le dio muerte."
MARCELO:    Él es el que mi sangre ha aborrecido.
            Un hijo me mató y robó una hija.
            Y en vez de desposarse me la ha muerto.
            Por tálamo le dio la sepultura,
            y por darme dolor vino a decirlo.     
            Paciencia me ha faltado.  Iré a la corte
            y al rey me quejaré de estos agravios.
PRÍNCIPE:   Yo podré remediar vuestra desgracia.     
            ¿Quién es el ofensor?
MARCELO:                         Mi mal es tanto
            que aliento no tendré.  Díselo, hija;  
            que referido el mal siempre se alivia.
LEONOR:     ¿Quién sois, señor, que remediar desdichas
            podéis?
PRÍNCIPE:           Un cortesano que pudiera
            dar cuenta al mismo rey.
LEONOR:                           (Y que ha podido     Aparte
            mitigar el dolor que me ha causado    
            la muerte de mi hermana).
BEATRIZ:                            ¿Y dónde bueno
            vais por aquí?
PRÍNCIPE:                Corriendo voy la posta
            para ver a don Gil, un hombre santo,
            canónigo en la iglesia de Coímbra,
            a pedirle que ruegue a Dios que sane  
            a mi padre que está en mucho peligro,
            y es persona que importa en estos reinos.
            Éste es, señora, el fin de esta jornada;
            mas, después que os miré, salir no puede
            de este lugar con libertad mi alma,   
            que al mismo Amor matar podéis de amores.
LEONOR:     Muy sin crédito están vuestros favores.

Sale don SANCHO, vestido de labrador
 
 
SANCHO:        (Si ha conocido Leonor             Aparte
            quién es el que la miraba,
            mi esperanza y bien se acaba;    
            que le ha de cobrar amor.
               El alma traigo abrasada).
LEONOR:     Capitán, ¿dónde volvéis?
SANCHO:     A pediros que nos deis
            insignia en esta jornada;   
               una banda, cinta o toca
            que siendo vuestra, ¡pardiobre!,
            que lleve fuerza de  robre.
            (Poco he dicho, --de una roca).            Aparte
PRÍNCIPE:      Si un rústico labrador 
            te estima tanto, y adora, 
            ¿cómo no ha de amar, señora,
            quien conoce tu valor>
               (Ninguno me ha conocido).               Aparte
SANCHO:     ¿No suelen los cortesanos   
            dar celos a los villanos?
PRÍNCIPE:   Luego, ¿celos has tenido?
SANCHO:        Al paso que tengo amor.
PRÍNCIPE:   ¿Amas mucho?
SANCHO:                  Amando muero.
PRÍNCIPE:   Pues yo seré tu tercero.  
            Dadle, señora, un favor.
               Vaya a esta empresa contento.
SANCHO:     Hed lo que el señor os manda.
LEONOR:     Echadle al cuello esta banda
            si gustáis.

Quítase una banda y dásela al PRÍNCIPE
 
 
SANCHO:                 Más es tormento    
               que merced, la que me ha hecho,
            si viene por mano ajena.
PRÍNCIPE:   Labrador, la banda es buena.
SANCHO:     Así me hará buen provecho.
BEATRIZ;       Espero entre aquestos ramos.  
            ¡Que le ha dado ocasión
            de tener una cuestión!
LEONOR:     Mal he hecho.  No más vamos.

Pónense LEONOR y BEATRIZ aparte
 
 
PRÍNCIPE:      Mucho la banda te vale,
            pues te doy este diamante   
            por ella.
SANCHO:             Soy gran amante;
            no hay tesoro que la iguale.
PRÍNCIPE:      Deja es necia porfía.
SANCHO:     No ando en esto necio yo.
PRÍNCIPE:   ¿No ves que el dártela o no    
            de mi voluntad pendía;
               que si gustaba la diese
            dijo el dueño.  Y así es justo
            que, si de darle no gusto,
            me la lleve aunque te pese.
LEONOR:        Valor muestra el forastero.
BEATRIZ:    Reñir tienen.  Mal hiciste.
SANCHO:     Tú para mí la quisiste.
PRÍNCIPE:   Pues, [ya] dártela no quiero.
               Eres un necio.
SANCHO:                       Discreto, 
            si a necio aquí correspondo,
            yo sé por qué no respondo.
LEONOR:     ¿Esto es miedo o es respeto?
BEATRIZ:       ¿Por qué le ha de respetar?
            Es miedo, y no se ha atrevido.   
            Claro está.
SANCHO:                (Yo soy perdido.                Aparte
            No me sé determinar.
               Si pierdo la banda, pierdo
            una prenda de favor.
            El príncipe es mi señor,     
            si le ofendo no soy cuerdo.
               Si la dejo, por cobarde
            mi dueño me ha de tener,.
            ¿Si me dejo conocer?
            ¡No hay quien fe en amores guarda!    
               No vi confusión igual.
            Estando Leonor delante
            o dejo de ser amante
            o dejo de ser leal.
               Así lo remediaré).   
            Aunque yo la banda espero,
            no he de reñir; que no quiero
            reyertas con su mercé.
               Pero si quieres mirar
            si tengo valor y brío,    
            désela a aqueste judío
            que yo la sabré cobrar.
RODRIGO:       Porque este infame grosero
            no me tenga por cobarde,
            deja, señor, que la guarde.
PRÍNCIPE:   No es razón.
RODRIGO:                 A un caballero
               se la das.
SANCHO:                  Señor, señor,
            que bien se la puede dar.
PRÍNCIPE:   No le habéis de maltratar
            sino probar su valor.
RODRIGO        Ya la tengo.  ¡Vesla aquí!
SANCHO:     Pues yo le prometo a Dios
            que son menester los dos
            para guardarla de mí.

Ásense los dos
 
 
LEONOR:        ¡Como estuve inadvertida 
            en la locura!  ¿Qué he hecho?
SANCHO:     Quitaros tengo del pecho
            o la banda o vuestra vida.
PRÍNCIPE:      No es villano este valor;
            sin duda que es caballero   
            y aun yo conocerle quiero.
BEATRIZ:    Es valiente; tiene amor.
RODRIGO:       Demonio es este aldeano;
            la banda le dejo.
SANCHO:                       Así
            podéis libraros de mí.
BEATRIZ:    Ya trae la banda en la mano.  
SANCHO:        Así cobro lo que es mío.
PRÍNCIPE:   Yo la pienso restaurar,
            y conmigo has de mostrar
            segunda vez ese brío.
SANCHO:        Tengo reverencia y fe
            a tu talle y tu valor,
            y así de aqueste favor
            humano mártir seré.
               Tomad, señor, la mitad,     
            y en hacer esto os enseño,
            que, como soy, con su dueño
            parto yo la voluntad.
BEATRIZ:       ¡Don Sancho de Portugal!
LEONOR:     Gran respeto le ha tenido;  
            sin duda le ha conocido
            y es persona principal.
SANCHO:        Da tus favores, ingrata,
            con más prudencia otro día.
PRÍNCIPE:   (Él me vence en cortesía     Aparte
            y ella de amores me mata).

Vanse. Sacan don GIL y los esclavos a don DIEGO y DOMINGO, atado y medio desnudos
 
 
DIEGO:         Bandolero, ladrón, esclavo noble,
            cualquiera que tú seas, ¿qué te mueve
            a prenderme?  ¿No basta que el dinero
            me quites?  ¿Y la ropa?
DOMINGO:    Ilustre esclavo y capitán valiente
            de estos ministros, émulos de Caco,
            ¿en qué el pobre Domingo te ha ofendido?
            Déjame vivo, y más, que vaya en cueros.
GIL:        Atadlos a esos robles.
DIEGO:                            (Yo me acuerdo       Aparte
            de unas palabras de don Gil el santo,
            tan fuertes y eficaces que volvieron
            mi pecho.  El de éste moveré con ellas).
            "Amigo, si enfadaran mis consejos,
            es buena la intención, perdona, y mira   
            que Dios rompe la paz y enojo toma
            contra el hombre que ofende sus criaturas.
            Huye el mal, busca el bien, 
            que es la edad corta,
            y hay muerte, y hay infierno,    
            hay Dios y gloria."
GIL:        (Las últimas razones de mi vida     Aparte
            aquéllas son, que ya mi vida es muerta).
DIEGO:      "Si hay número en pecar determinado,
            ¿qué sabes, si te falta darme muerte     
            para ser condenado eternamente?
            Huye el mal, busca el bien,
            que es la edad corta,
            y hay muerte, y hay infierno,
            hay Dios y gloria."
GIL:        (Esa doctrina prediqué en un tiempo.     Aparte
            Moví con ella un pecho de cristiano;
            mas yo me obstino más, que soy demonio.
            Queden atados, a Lisarda busco,
            porque muerte le dé su mano propia).

Vanse. Quedan atados don DIEGO y DOMINGO
 
 
DIEGO:      Vivos nos dejan, ¡oh, palabras santas!
            Al fin son de don Gil esas razones.
DOMINGO:    Desátame, señor, primero y luego
            desataréte a ti.
DIEGO:                      ¿Qué dices, necio?
DOMINGO:    Como estoy a la muerte desvarío.    
            San Sebastián parezco de azabache.
            Quiera Dios que no lleguen las saetas.

Sale LISARDA
 
 
LISARDA:       (La fábrica del mundo comparada  Aparte
            con la celeste máquina en su punto,
            y la gloria del hombre, es un trasunto     
            de la angélica empresa derribada.
               Parece la presente edad pasada,
            si la eterna de Dios contempla junto,
            y al fin de largos años ve difunto
            el cuerpo, envuelto en humo, en sombra, en nada.
               La vida, el mundo, el gusto y gloria vana,
            son junto nada, humo, sombra y pena.
            Del alma que es eterna el bien importa;
               pues, ¿cómo una mujer, siendo cristiana,
            se opone contra Dios y se condena     
            por el gusto que da vida tan corta?)
 
DOMINGO:       Si tenéis necesidad,   
            gentilhombre, de un cordel,
            yo os haré servicio de él.
            Aquí le tengo.  Llegad.
DIEGO:         Tened piedad, caballero,
            de una extraña tiranía.
DOMINGO:    No repare en cortesía.
            Desáteme a mí, primero.
LISARDA:       Aquesta ocasión se opone    
            a mi buena pretensión.

Pónese la mascarilla
 
 
DOMINGO:    También es éste ladrón;
            que la máscara se pone.
LISARDA:       (Al fin ha venido a ver                 Aparte
            su castigo entre mis brazos.     
            ¿Si es don Diego, si son lazos,
            para qué torne a caer?
               Ya vuelvo a la oscuridad.
            No me quiero arrepentir.
            Vela he sido que al morir   
            muestra mayor claridad.
               Don Diego es.  ¡Ingrato, muera!
            Navegante soy que a nado
            salí del mar del pecado
            y me anegué a la ribera). 
               ¡Muere, traidor!

Apunta a don DIEGO y no dispara
 
 
DOMINGO:                      ¡Santo Dios,
            socorred en tanto mal!
            No dio lumbre al pedernal
            Sancte Petre, ora pro nos.
               Pues que no hay santo lacayo  
            que me libre de este fuego,
            válgame un santo gallego.
            Socorredme vos, San Payo.
DIEGO:         Piedras me están perdonando,
            y tú en matarme, ¿qué medras?
LISARDA:    Si te perdonan la piedras,
            piedra soy, y así me ablando.
               Perdón te pido, y confío
            que así a Dios obligaré,
            de modo que le podré 
            pedir perdón por el mío.
               Enemigos importunos
            tuvo Dios, y perdonó,
            y en esto ser Dios mostró
            más que en milagros y ayunos.  
               Y pues que me pecho sabe
            en la ley de Dios glorioso
            hacer lo dificultoso,
            mejor hará lo süave.
DIEGO:         ¿Quién eres?
LISARDA:                   Decir pudiera     
            el que más has perseguido.
DIEGO:      A ser quien más he ofendido,
            que eras Lisarda dijera.
               Pero yo no te he ofendido;
            que no te he visto jamás.
LISARDA:    Toma, que desnudo estás.
            Busca a quien comprar vestido.
               Toma.

Dale una sortija
 
 
DIEGO:              Por favor del cielo
            tomo la vida y las prendas.
            ¿Qué me mandas?
LISARDA:                 Que no ofendas 
            cosas jamás de Marcelo.
DIEGO:         Soy tu esclavo hasta la muerte.
            Cumpliré tu honrado gusto.
DOMINGO:    ¿Por ventura soy el justo
            sobre quien cayó la suerte?    
               ¿He de morir?
DIEGO:                       No.
DOMINGO:                           Sospecho
            que al árbol estoy pegado.
DIEGO:      Confuso voy y admirado
            de quién tanto bien me ha hecho.

Vanse y queda LISARDA
 
 
LISARDA:       Ya, Dios santo, me dispongo   
            por serviros a morir,
            aunque lo quiera impedir
            el infierno a quien me opongo.

Sale LÍSIDA, pastora destocada
 
 
LÍSIDA:        Una desdichada ampara
            que de la muerte se ha huído   
            y su honra ha detenido
            tan a costa de su cara.
               Sin aliento y fuerzas hablo.
            Un esclavo me prendió
            que en los hechos pareció 
            que era el esclavo del diablo.
               Forzarme quiso y vencer
            mis pensamientos honrados,
            pero a gritos y bocados
            me he sabido defender.      
               Con Dios no llevo deshonra;
            mas lloro, y el alma siente
            que en mi lugar, con la gente,
            en duda tengo la honra.
               Pobre soy, y habrá quien note,   
            pues tan desdichada he sido,
            que el honor llevo perdido
            sin hacienda, cara y dote.
LISARDA:       Dignos tus intentos son
            de alabanza; digo que eres  
            confusión de las mujeres
            y mi propia confusión.
               Tanta envidia te he tenido
            que me trocara por ti.
            En tu peligro me vi;   
            faltó el valor.  Fui vencido.
               (Pero llevando esta pena                Aparte
            puede ser mi dicha harta;
            que si aquésta ha sido Marta,
            yo puedo ser Magdalena).    
               Lágrimas al cielo ofreces
            y el cielo dote te dio;
            que no es bien que goce yo
            lo que sola tú mereces.
               Unas joyas te daré     
            que en una caja pequeña
            en guarda di a aquesta peña.
LÍSIDA:     Gran limosna, grande fe.

Saca de una peña el cofre de las joyas
 
 
LISARDA:       Era esta caja que enseño
            de una honrada desposada;   
            mas dejó de ser honrada
            y ha menester otro dueño.
               Toma y ves allí el camino.
            Ya vas segura al lugar.
LÍSIDA:     Los pies os quiero besar    
            por hecho ten peregrino.

Vase LÍSIDA, y sale ARSINO, labrador
 
 
ARSINO:        ¿No respetáis a la edad
            ni a la pobreza, ladrones?
LISARDA:    Dios me da estas tentaciones
            para moverme a piedad. 
               ¿Qué tenéis, buen hombre?
ARSINO:                                Vengo 
            de Coímbra, de la feria,
            y ya lloro la miseria
            de unos hijuelos que tengo.
               Vendí un poquillo ganado    
            en treinta escudos, y aquí
            un esclavo salió a mí
            y sin ellos me ha dejado.
LISARDA:       ¿Cuántos son los hijos?
ARSINO:                              Dos.
LISARDA:    Esta limosna he de hacer.   
            Yo mismo me he de vender
            en treinta escudos, por Dios.
               Nada me queda que dar,
            pero tu esclavo he de ser
            y me has de herrar y vender 
            al señor de este lugar.
               Perdíme no obedeciendo
            y he de ganarme obediente.
ARSINO:     ¿Quién habrá, señor, que intente
            hacer lo que est s diciendo?     
LISARDA:       Importa a mi salvación.
ARSINO:     Si al alma importa, obedezco.
LISARDA:    Señor, desde aquí os ofrezco
            un esclavo corazón.

Vanse

FIN DEL ACTO SEGUNDO


ACTO TERCERO

 

Salen LEONOR y BEATRIZ

 
 
LEONOR:        Yo te confieso que me vi a peligro 
            de amar al forastero.
BEATRIZ:                         ¿Ése es peligro?
LEONOR:     ¡Y con razón!  Pues es el amor bueno
            semejante al de Dios, y el de los hombres
            es amor que se tiene a las criaturas;
            que al fin resultan de [él] celos, cuidados,  
            deshonras, inquietud y breves gustos.
BEATRIZ:    Ya sale mi señor.

Sale MARCELO
 
 
MARCELO:                      Hija y consuelo,
            en los trágicos casos de esta vida,
            ya te he dicho otra vez, aunque inclinada
            a ser monja, que importa que te cases,     
            y más, faltando hoy de aqueste siglo
            tu inobediente y desastrada hermana.
            A don Sancho esperamos cada día,
            con quien traté por cartas desposarla.
            Tu habrás de sucederla en el marido 
            pues la sucedes en la noble casa.
            Don Sancho es caballero rico y noble
            y dicen que es discreto y de buen talle.
LEONOR:     Siempre te obedecí.  Lo mismo digo,
            y pienso que don Sancho vendrá presto.
MARCELO:    ¿Quién lo dijo?
LEONOR:                  Sospecha es ésta mía.
BEATRIZ:    Ya viene la villana compañía.

Suenan cajas, sale[n SANCHO y] el alarde de los labradores, sacan presos a don DIEGO y DOMINGO
 
 
SANCHO:     Ya que a la sierra por ladrones fuimos
            y en ella no prendimos los ladrones,
            porque el miedo los hizo fugitivos,   
            aquí traigo, señor, al homicida
            de la bella Lisarda, cuyo caso
            en el camino supe.  Haz de él justicia,
            o remítelo al rey.  Tu injuria venga
            aunque don Diego se ha fingido loco   
            que es, a veces, su fin tenerse en poco.
 
MARCELO:       Como el ave torna al nido,
            el mozo al primer amor,
            y el agua al mar desabrido,
            así vuelve el ofensor          
            a manos del ofendido.
               Delante los homicidas
            vierten sangre las heridas,
            y esto me sucede a mí
            si estoy delante de ti;          
            que me has quitado dos vidas.
               Mis hijos son otro yo,
            y así agora que me viste
            la sangre me reventó,
            porque el homicida fuiste   
            que dos veces me mató.
               Dame, falso, mi hija agora.
LEONOR:     Ingrato, dame a mi hermana.
BEATRIZ:    Traidor, dame a mi señora.
DIEGO:      Dame tu mano tirana              
            la mujer que mi alma adora.
               Dime, ¿qué Herodes judío,
            qué Virginio, qué Darío,
            qué Manlio y Bruto romano,
            cuáles con su propia mano 
            hicieron tal desvarío?
               Tú eres tu propio enemigo,
            tú propio le diste muerte
            por no casarla conmigo
            porque el cielo quiso hacerte    
            ministro de tu castigo.
MARCELO:       Loco se nos finge ya.
            Así librarte no intente;
            pero es verdad.  Claro está;
            porque es loco el delincuente    
            que a las prisiones se va.
               Pues Dios Fortuna esta rueda
            para que yo vengar pueda
            mis hijos, tu fin es cierto,
            no por vengar los que has muerto 
            mas por guardar la que queda;
               que tu condición tirana
            por mi mal he penetrado.
            Así volverás mañana
            y si ahora vas perdonado,   
            matarás a la otra hermana.
DIEGO:         Antes, crüel, es más cierto
            que si un noble la desea,
            tú por quebrar el concierto
            la matarás en tu aldea         
            como a mi Lisarda has muerto.
               Viendo tu sangre vertida,
            no imitó tu alma perdida
            al pelícano, que el pecho
            sangra y le deja deshecho    
            por dar a sus hijos vida.
               Tú, fiera, ¡que el cielo dome!
            Atropos del tiempo estambre,
            deja que venganza tome.
            Eres buho que con hambre         
            sus mismo hijos se come.
LEONOR:        ¡En qué locura que ha dado!
MARCELO:    ¿Veis cómo ha disimulado?
            No te librarán embustes.
DOMINGO:    Aunque por mí te disgustes,    
            tú propio me lo has contado.
               Tú la mataste.
MARCELO:                      ¿Otro loco?
            Enciérrense en esa torre
            mientras la justicia invoco
            del rey.
DOMINGO:            Si Dios no socorre, 
            vivirá Domingo poco.
               ¿Quién me metió a mí en hablar?
LEONOR:     ¿Cómo lo puedes negar
            con tus locuras prolijas,
            si traes puestas las sortijas    
            de mi hermana?
MARCELO:                 Eso es triunfar
               de su vida y sus despojos.
            ¡Ah, pensamientos villanos!
            Pues por darme más enojos
            con anillos en las manos         
            me queréis sacar los ojos.
               Ya confirmo tu maldad.
            Ponedle en una cadena,
            que pienso que es caridad
            quitar una vida ajena       
            de virtud.
DIEGO:                 Llegad, llegad;
               que como perro rabioso
            os desharé entre los dientes.
SANCHO:     Loco se finge, furioso.
MARCELO:    Son embustes no accidentes.
DOMINGO:    Tú eres perro, yo soy oso.
               Defendámonos, señor.
MARCELO:    Si es cobarde el que es traidor,
            sabrás defenderte tarde
            que eres traidor y cobarde.
DOMINGO:    ¿Tal oigo?
SANCHO:                Es justo rigor.
               Asidle bien.
DIEGO:                   ¡Ah, villanos!
            ¿Sabéis que soy quien merezco
            respeto de vuestras manos?
MARCELO:    Llevadlos.
DOMINGO:            Cuervo parezco      
            combatido de milanos.
               ¡Mal hay tu necio amor!
DIEGO:      Dame a mi esposa, tirano.
MARCELO:    Dame a mi hija, traidor.

Métenlos dentro
 
 
SANCHO:     Dame a besarte la mano
            por reverencia y favor.
LEONOR:        Yo la diera, mas no quiero
            que la mano y voluntad
            partas con el forastero.
SANCHO:     De un favor di la mitad,    
            y tú se lo diste entero.
LEONOR:        Habla a mi padre, porque
            sepa quién eres.
SANCHO:                      No quiero
            hasta examinar tu fe.
LEONOR:     ¿Qué temes?
SANCHO:                Al forastero.
LEONOR:     Tú te enojas y él se fue.

Vanse. Quedan LEONOR y MARCELO. Salen ARSINO, labrador, con LISARDA, herrada en el rostro, en hábito de esclavo y escrito en la cara, “Esclavo de Dios”
 
 
ARSINO:        Tu crueldad ha sido rara.
LISARDA:    No quiero ser conocido.
            Estando así se repara
            un yerro que he cometido         
            con los hierros de mi cara.
               Un vida errada y loca
            he vivido en edad poca,
            y tendré salud segura
            si al modo de calentura          
            me sale el yerro a la boca.
ARSINO:        No es posible conocerte
            que tan crüel has estado,
            y te has herrado de suerte
            que el rostro has desfigurado    
            como suele hacer la muerte.
LISARDA:       Llega pues.
ARSINO:                  Tendré obediencia.
LISARDA:    (No me deis a conocer,                     Aparte
            mi Dios, y haré penitencia).
ARSINO:     En efecto vengo a ser       
            el Judas de tu inocencia.
               Mi señor, tan pobre vengo
            de pleitar la hacienda
            de unos hijos que mantengo
            que me es forzoso que venda 
            este esclavillo que tengo.
               Yo os lo venderé barato
            y os holgaréis del contrato;
            que aunque el hierro es excesivo
            ni es ladrón ni es fugitivo,   
            que es humilde y de buen trato.
LEONOR:        El rostro tiene labrado
            de hierros, por vida mía,
            que el alma me ha lastimado.
MARCELO:    Algunas cosas haría            
            que son dignas de este estado.
ARSINO:        No está así porque fue malo,
            mas porque malo no sea;
            que a un hombre de bien le igualo.
LEONOR:     Cómpralo, porque se vea        
            sin esta cadena.
MARCELO:                    Dalo
               con fïanzas, que es mejor.
ARSINO:     Me excusa de eso el valor.
MARCELO:    Pues, ¿en cuánto le darás?
ARSINO:     En treinta escudos, no más.
MARCELO:    ¿Qué es tu nombre?
LISARDA:                      Pecador.
MARCELO:       Estimado en poco estás;
            poco, Pecador, valdrás. 
LISARDA:    Si este precio valió un justo,
            siendo quien era, es injusto     
            que un pecador valga más.
MARCELO:       El esclavillo es discreto.
LEONOR:     ¿Por qué te han herrado?  Di.
LISARDA:    Por lo yerros que cometo.
LEONOR:     Luego, ¿mal has sido?
LISARDA:                           Sí.
LEONOR:     ¿Y ya?
LISARDA:            No serlo prometo.
LEONOR:        ¿Qué seguridad tendrás?
LISARDA:    El mejorarme de dueño.
LEONOR:     ¿Hüiste?
LISARDA:            Una vez, no más.
LEONOR:     ¿Fuiste ladrón?
LISARDA:                    No pequeño.
LEONOR:     ¿Has de serlo ya?
LISARDA:                      Jamás.
LEONOR:        Humilde es; que su delito
            nos confiesa a ambos a dos.
MARCELO:    ¿Qué tiene en la cara escrito?
LEONOR:     Levanta.  "Esclavo de Dios"
MARCELO:    Dueño tiene infinito.
               Don temor te compraré
            si eres de Dios.
LISARDA:                      Lo seré
            si me compras.
MARCELO:                 Luego, ¿has sido
            de otro?
LISARDA:            Quien libre ha vivido    
            esclavo de Dios no fue.
LEONOR:        ¿Qué sabrás hacer?
LISARDA:                         Sufrir,
            obedecer y callar.
MARCELO:    Tres partes son del vivir.
BEATRIZ:    ¿Sabrás traer agua?
LISARDA:                        A faltar     
            la haré a mis ojos salir.
MARCELO:       Mío el esclavillo es.
            ¿Qué haces?
LISARDA:                 Besar tus pies.
MARCELO:    Levanta.
LISARDA:            Pasa por cima.
LEONOR:     Grande humildad.
BEATRIZ:                    Me lastima.
LEONOR:     Pecador, veme después.

Vanse. Salen don GIL y los dos ESCLAVOS
 
 
GIL:           En los márgenes de flores
            de estos arroyuelos claros
            que ceban grillo de cristal
            a los pies de robles altos  
            me parece que esperemos
            que el sol sus ardientes rayos
            templa, bordando las nubes
            de arreboles nacarados.
ESCLAVO 1:     ¿Vienes cansado?
GIL:                          Me cansan 
            las acciones del pecado,
            no el gusto de cometerle;
            que en éste siento descanso.
            Tres labradores he muerto,
            dos mujeres he forzado,          
            salteé diez pasajeros,
            y he aprendido dos encantos;
            soy discípulo en efecto
            de buen maestro, y esclavo
            de buen señor que a la vida
            me enseña caminos anchos.  
ESCLAVO 2:     Gente pasa.
GIL:                     Aunque el hurtar
            no es agora necesario,
            tiene fuerza la costumbre
            nacida de tantos actos.

Salen el PRÍNCIPE y don RODRIGO
 
 
PRÍNCIPE:   En esas verdes alfombras
            que suelen servir de estrados
            a los rústicos pastores,
            pueden pacer los caballos
            mientras con curso ligero   
            camina el sol al ocaso
            haciendo grandes las sombras.
GIL:        Mayor es vuestro cuidado.
            ¿Qué gente?
PRÍNCIPE:                De paz.
GIL:                               ¿De dónde
            venís los dos caminando?
PRÍNCIPE:   ¿Qué os importa?
GIL:                          Soy amigo
            de saber, y lo soy tanto
            que siendo ignorante libre,
            quiero saber siendo esclavo. 
PRÍNCIPE:   Pues de aquesta mi jornada  
            brevemente os diré el caso.
            En la ciudad de Coímbra
            vive un canónigo santo
            que es un vaso de elección
            como otro divino Pablo.          
            Don Gil Núñez de Atoguía
            se llama, y aficionado
            a la grande relación
            de su vida y sus milagros
            quise venir de Lisboa       
            sólo con este crïado
            a visitarle, y en esto
            fui devoto y desdichado;
            porque llegando a Coímbra,
            en lágrimas desatados,         
            hallé los ojos del vulgo,
            porque era común el llanto,
            y es la causa que don Gil
            hoy ha sido arrebatado
            como fue el profeta Elías 
            en otro encendido carro,
            o a estrechar su penitencia
            del mundo se ha retirado;
            que en efecto no parece.
            ¡Suceso adverso y extraño!     
            Desconsolado me vuelvo
            a Lisboa, donde aguardo
            saber de él para cumplir
            esta devoción que traigo.
GIL:        Si a don Gil hablar pretendes,   
            le hallarás hecho ermitaño
            de una vida extraordinaria
            entre esos altos peñascos.
PRÍNCIPE:   Deja que por esa nueva
            baje a besarte las manos;   
            dime dónde, que en albricias
            esta cadena te mando.
GIL:        Es ajena.
PRÍNCIPE:           ¿Cómo?  Es mía.
GIL:        Derechos son de este paso.
            No te espante, y oye atento 
            los milagros de ese santo.
            Huye del favor del cielo
            perdiendo el bautismo sacro;
            roba a todos los que pasan
            y mata a muchos robados.         
            Mujeres fuerza y desea
            juntamente.
PRÍNCIPE:                ¡Calla, falso!
            No ofendes su santidad.
GIL:        Pues con él estás hablando.
            No te engañes; que en el mundo 
            es de fe que ha de haber santos;
            pero sólo Dios penetra
            los corazones humanos.
            Muchos derribó Fortuna:
            Pompeyo, César y Mario,        
            Claudio, Marcelo, Tarquino,
            Mitrídates, Belisario.
            Otros levantó la misma:
            Ciro, Artaxerxes, Viriato,
            Dario, Scila, Tamorlán,        
            Primislao y Cincinato.
            Unos bajan y otros suben
            de estados humildes y altos;
            lo mismo en los santos pasa
            si no están santificados. 
            Unos tienen el principio
            gran virtud; mas un pecado
            los derriba; y otros son justos
            que al principio fueron malos.
            En Salomón y en Orígenes          
            tenemos ejemplos raros.
            Ambos sabios y ambos justos
            y al fin idolatraron.
            De los otros son ejemplo
            Magdalena, Dimas, Pablo,         
            y otros muchos.  No te espantes
            de verme a mí derribado.
            Muchos milagros hicieron
            que después se condenaron,
            y otros grandes pecadores   
            hicieron después milagros.
            Hasta morir no hay seguro
            en aqueste mundo estado
            porque sólo Dios conoce
            los que están predestinados.   
            Un pecado llama a muchos,
            porque es cobarde, y en dando         
            puerta al uno, está por tierra 
            el edificio más alto.
            Perdí la gracia de Dios,       
            Él me soltó de su mano,
            y al fin en aqueste monte
            prendo, robo, fuerzo y mato.
            De santo no quiero nombre.
            Publica este desengaño,        
            y porque lo jures, deja
            la cadena y los caballos.
PRÍNCIPE:   ¿Es posible?  ¿Éste es don Gil?
RODRIGO:    Señal da.
PRÍNCIPE:           ¡Qué extraño caso!
            Mira, don Gil.
GIL:                     No prediques.
PRÍNCIPE:   Confuso estoy y turbado.
GIL:        Deje la cadena o muera,
            y váyanse paseando;
            que los caballos me importan.
PRÍNCIPE:   ¡Que es posible! 
GIL:                         Calla.
PRÍNCIPE:                             Callo. 
            Don Rodrigo, ¿éste es sueño?
RODRIGO:    Es prodigio extraordinario.

Vanse el PRÍNCIPE y don RODRIGO
 
 
GIL:        Dices bien; que es prodigioso
            un pecador obstinado.
            Llevad los caballos luego   
            entre estas peñas, y en tanto
            divertiré una tristeza    
            en las flores de estos prados.

Vanse los ESCLAVOS, y sale ANGELIO que es el demonio
 
 
ANGELIO:       No tengas melancolía.
            ¿Por qué con lágrimas bañas     
            el rostro?  ¿No soy tu dueño?
            ¿Qué te aflige?  ¿Qué te falta?
            Buen amo soy; de dos mundos
            soy señor y Dios me llama
            grande príncipe en su iglesia; 
            que así mi poder le iguala.
            Desde la región del fuego
            hasta la esfera del agua
            el corazón de la tierra
            mi mano pródiga abraza.        
            Yo penetro con la vista
            las avarientas entrañas
            de la tierra, de tesoros
            y de hombres muertos preñada.
            Si acaso estas soledades         
            melancolizan y cansan
            y te pide el apetito
            comunicar gentes varias,
            no te arrepientas, no lloren 
            los ojos que me idolatran,  
            y te llevaré a que mores
            en ciudad extraordinaria.
            Pintarla quiero, el pincel
            es mi lengua, mis palabras
            serán las varias colores       
            y tus orejas la tabla.
            Pudiera, don Gil, pintarte
            la ciudad que fue mi patria
            de quien salí desterrado
            por siglos y edades largas. 
            No te ofrezco esta ciudad;
            que para mí está muy alta.
            Ésta te ofrezco que tengo
            cual si fuera imaginada.
            La grandeza de París,          
            de Zaragoza las casas,
            y las calles de Florencia
            con igualdad limpias y anchas,
            cielo y suelo de Madrid,
            vega y huertas de Granada,  
            rica lonja de Sevilla,
            de Játiva fuentes claras,
            los jardines de Valencia,
            escuelas de Salamanca,
            y de Nápoles las vistas        
            que alegran el gusto y alma,
            de Lisboa el ancho río
            que cuando el tributo paga
            al mar, parece que llega
            no tributo mas batalla,          
            de Valladolid la rica
            las salidas porque agradan
            diversamente a los ojos,
            prado, campos, montes y agua,
            el gobierno de Venecia,          
            de Moscovia las murallas,
            sólo faltarán los templos
            que hay en la corte romana.
            Aquí al modo de Castilla
            toros traerán de Jarama,       
            y en caballos andaluces
            verás mil juegos de cañas.
            Los banquetes y saraos
            serán al uso de Italia,
            los torneos al de Flandes,  
            los juegos al de Alemania,
            escaramuzas al uso
            de la nación africana,
            músicas de Portugal,
            gallardas justas de Francia,     
            luchas, carreras al modo
            de la griega edad pasada,
            y en los públicos teatros
            verás comedias de España.
            Tendrán las damas que trates   
            la habla de sevillanas,
            los rostros de granadinas,
            ingenios de toledana,
            los talles de aragonesas,
            los vestidos y las galas                             
            serán al uso moderno
            de la corte castellana.
            El pan te dará Sevilla,
            las ásperas Alpujarras         
            la caza y fruta escogida,
            y los vinos Ribadavia,
            pescado Laredo y Adra,
            y si extranjero le quieres,
            vino te dará Calabria,         
            peces Licia, fruta Lecia,
            pan Boecia, carne Arcadia,
            sabrosas aves Fenicia,
            bella miel la Transilvania.
            No te faltarán riquezas,       
            oro te dará Dalmacia,
            brocado y telas Epiro,
            y Tiro púrpura y grana.
            A medida del deseo
            poder tengo y mano franca;  
            no te pese de servirme
            ni te dé cuidado el alma.
GIL:        No quiero, dueño y maestro
            cuya ciencia al mundo espanta,
            repúblicas de Catón               
            en la idea fabricadas.
            No quiero, no, la riquezas
            de que el mundo ofrece parias
            a soberbias majestades
            de la gente idolatradas;         
            que entre relevados pinos
            que son rústicas guirnaldas
            de las ásperas cabezas
            de estas soberbias montañas,
            aprendo ciencias gustosas   
            y a costa de los que pasan
            gozo diversos regalos
            con la vida alegre y ancha.
            Doncellas fuerzo, hombres mato,
            niego a Dios, huyo su gracia,    
            y si el deleite me anima
            infiernos no me acobardan.
            Sólo quiero que me cumplas
            una liberal palabra,
            condición de la escritura 
            en tu favor otorgada.
            Amo a Leonor, sufro y peno,
            viviendo con esperanzas
            que me convierten las horas
            en siglos y edades largas.
ANGELIO:    Como obligado me tienes,
            prevenido en eso estaba
            y a pesar de su virtud
            traigo a Leonor conquistada.
            De su casa la he traído;       
            el monte pisan sus plantas,
            con quien están compitiendo
            limpia nieve y fina grana.
            Vuelve los ojos y mira
            el raro Fénix de Arabia        
            y el encendido planeta
            que alumbra en la esfera cuarta.
            Reverencia su hermosura,
            esta imagen idolatra
            a cuyas aras es justo       
            que sacrifiques el alma.

Sale LEONOR
 
 
            Llega, habla, goza, gusta.
            ¿Qué tiemblas?  ¿Qué te desmayas?
            Tuya es Leonor.  No te admires.
            Goza, gusta, llega y habla.
GIL:        Hermoso dueño del mundo,
            que tienes tiranizadas
            las almas con tu hermosura,
            que ya da vida, ya mata,
            en hora dichosa vengas,
            huésped de nuestras montañas,     
            prisión de los albedríos
            de cuantas miran tu cara.
            Parece que triste vienes
            a ser de estos montes alba, 
            mensajera de ti misma
            que eres el sol que se aguarda.
            Muda estás, Leonor, responde
            si mis regalos te agradan,
            con ánimo generoso             
            te mostraré manos francas.
            Ven conmigo a aquesta cueva.
            Será con tu gloria honrada.
            Dame la mano.  (¿Es posible           Aparte
            que he de gozar de esta dama?)

Vanse y queda ANGELIO
 
 
ANGELIO:       Sale a la plaza el toro de Jarama
            como furia crüel de los infiernos;
            tiemblan los hombres porque son no eternos,
            cuál huye, cuál en alto se encarama;
               herido el toro en cólera se inflama,  
            mármoles rompe como vidrios tiernos;
            hombres de bulto le echan a los cuernos
            y allí quiebra su furia, bufa y brama.
               Soberbia fiera soy.  Nada perdono;
            tres partes derribé de las estrellas     
            para que al coso de este mundo bajen.
               Heridas tengo y por vengarme de ellas,
            coger no puedo a Dios porque están en trono
            y me vengo en el hombre que es su imagen.

Sale don GIL abrazado con una muerte, cubierta con un manto
 
 
GIL:           Quiero, divina Leonor,        
            pues que merezco gozar
            de estos regalos de Amor,
            tener luz para juzgar
            de tus partes el valor.
               No es bien que tanta ventura  
            se goce en la cueva oscura;
            aunque, a ser águila yo,
            viera los rayos que dio
            este sol de tu hermosura.
               ¡Dichoso yo que he gozado
            tal ángel!  ¡Jesús!  ¿Qué veo?

Descúbrela y luego se hunde
 
 
ANGELIO:    ¡Cómo es propio del pecado
            parecerle al hombre feo,
            después que está ejecutado!
GIL:           Sombra infernal, visión fuerte,  
            ¿a quién el alma perdida
            le pagan de aquesta suerte?
            ¡Gustos al fin de esta vida
            que todos paran en muerte!
               ¡Qué bien un sabio ha llamado    
            la hermosura cosa incierta,
            flor del campo, bien prestado,
            tumba de huesos cubierta
            con un paños de brocado!
               ¿Yo no gocé a Leonor?       
            ¿Qué es de su hermoso valor?
            Pero marchitóse luego
            porque es el pecado fuego
            y la hermosura una flor.
               Alma perdida, ¿qué sientes? 
            Dios sólo a sus allegados
            da los bienes existentes,
            el mundo los da prestados
            pero el demonio aparentes.
               ¿No te espanta?  ¿No te admira?    
            ¿No te causa confusión?
            Contempla estos gustos, mira
            que no sólo breves son
            pero que son de mentira.

Habla desde adentro una voz
 
 
VOZ:           ¡Hombre!  ¡Ah, hombre pecador!     
            Tu vida me da molestia.
            Muda la vida.
GIL:                     Señor,
            ¿Hombre llamáis a una bestia?
            ¿Vida llamáis a un error?
               Voces en el aire oí.        
            Sin duda es Dios con quien hablo.
            Libradme, Señor, de mí.
            Seré en buscaros un Pablo
            si Pedro en negaros fui.
ANGELIO:       Don Gil, ¿qué intentos son ésos?
GIL:        Hasme engañado.
ANGELIO:                 No hay tal.
GIL:        Testigos son los sucesos
            pues que di un alma inmortal
            por unos pálidos huesos.
               Mujer fue la prometida,  
            la que me diste es fingida,
            humo, sombra, nada, muerte.
ANGELIO:    ¿Y cuándo no es de esa suerte
            el regalo de esta vida?
               No tienen más existencia    
            los gustos que el mundo ha dado;
            sólo está la diferencia
            que tú corriste al pecado
            el velo de la experiencia.
               Verdadero bien jamás        
            dieron el mundo y abismo,
            y así engañado no estás
            pues que te di aquello mismo
            que doy siempre a los demás.
               En la mujer que más siente  
            belleza y salud constante,
            hay seguro solamente
            de vida un pequeño instante
            y este instante es el presente.
               Siendo pues de esta manera,   
            lo mismo podré decir
            que fue su gloria ligera
            un instante antes que muera
            u otro después de morir.
               Cautivo estás, la escritura 
            tengo firme.  Porque al cabo
            verás en la sepultura 
            de qué señor fuiste esclavo,
            mira mi propia figura.

Vuélvese una tramoya, aparece un figura de demonio, y disparando cohetes y arcabuces se va ANGELIO
 
 
GIL:           Santo Dios, con razón temo  
            la pena de mi locura,
            pues siendo Tú, Dios Supremo,
            extremo de la hermosura,
            te dejé por otro extremo.
               Libre me vi, siendo tuyo;     
            cautivo soy, siendo suyo.
            Y en la visión que mostró
            no sólo he visto que yo
            esclavo soy, pero cúyo.
               Ser tu igual ha pretendido    
            y hoy, aunque está derribado,
            el mismo intento ha tenido;
            que es ya mortal su pecado
            porque no está arrepentido.
               Pero este aspecto mostró,   
            porque si el alma temió,
            diga que es Dios en poder;
            y aunque le empiezo a temer,
            eso no lo diré yo.
               Su potestad negaré;         
            que sólo de Ti la alcanza
            y yo, cuando Te dejé,
            nunca perdí la esperanza
            aunque he negado la fe.
               La caridad me faltó         
            teniendo tal dueño yo.
            Mis obras son maliciosas
            pues hice todas las cosas
            que cuyo soy me mandó.
               Si eres, Señor, el ollero   
            que la escritura nos dice,
            vaso tuyo fui primero,
            y aunque pedazos me hice,
            volver a tus manos quiero.
               Has de nuevo un vaso tuyo,    
            que ya de este dueño huyo;
            porque es tan malo, y tan feo
            que me es fuerza, si le veo,
            que no diga que soy suyo.
               Justamente me recelo;         
            que, estando libre en mí mismo,
            a Dios negué con mal celo,
            a la Virgen, al bautismo,
            fe, iglesia, santos y cielo.
               Intercesor no me queda.  
            Dios airado me acobarda.
            ¿Quién hay que ampararme pueda?
            Sólo el ángel de mi guarda
            no he negado.  Él interceda.

Pónese de rodillas
 
 
               Ángeles, cuya hermosura  
            no alcanzó humana criatura,
            vencer sabéis, rescatadme;
            de esta esclavitud sacadme;
            borrad aquella escritura.

Desaparece la visión, suenan trompetas, aparece una batalla arriba, entre un ángel y el demonio en sus tramoyas, y desaparecen
 
 
               De alegres lágrimas llenos  
            los ojos, el bien me halla,
            porque en los aires serenos
            se dan por mí otra batalla
            ángeles malos y buenos.
               Coro de criaturas bellas,     
            vencer sabes, que no es sola
            esta vez la que atropellas
            el dragón que con la cola
            derribó tantas estrellas.

Sale un ÁNGEL o dos triunfando al son de la música, con un papel
 
 
ÁNGEL:         Don Gil, vencimos los dos;    
            tomas la cédula vos.
GIL:        Con ella mi dicha entablo,
            esclavo he sido del diablo
            pero ya lo soy de Dios.
               El alma alegre le adora, 
            porque tanto la ha querido
            que habiendo sido traidor,
            dos veces la ha redimido;
            una en la cruz y otra agora.
               Comerme quiero el papel  
            que al mismo infierno me iguala.
            Entre en este pecho infiel;
            que si no hay cosa tan mala
            bien estará dentro de él.
               Pues la suma omnipotencia     
            del cielo, te ha rescatado,
            vive, Gil, con advertencia,
            pues asombró tu pecado,
            asombre tu penitencia.

Vanse. Salen LISARDA con su cadena y RISELO dándole empellones
 
 
RISELO:        Baste ya la hipocresía.     
            ¡Toda la noche rezando!
            Esclavo, estará buscando
            qué hurtar antes del día.
               En esta torre le encierro
            lo que de la noche queda         
            porque hüirse no pueda.
            Rece y azótese el perro.
               Éntrese dentro; que así
            yo dormiré con sosiego.
            Requerir quiero a don Diego,     
            aunque seguro está aquí.
               Como Marcelo me ha dado
            el esclavo y la prisión
            a mi cargo, es gran razón
            andar con este cuidado.

Vase RISELO
 
 
LISARDA:       Estos golpes me alegraron.
            Dadme trabajos a priesa,
            mi Dios, pues sólo me pesa
            que a cinco mil no llegaron.
               De nadie soy conocida         
            como el rostro me ha quemado
            el mucho sol que me ha dado
            en los montes, distraída,
               o pienso que estos defectos
            causa en mi rostro el pecado;    
            que como el alma ha mudado
            mudó también los efectos!

Salen don DIEGO y DOMINGO con prisiones
 
 
DIEGO:         ¿Si es de día?
DOMINGO:                      ¿Si de mí
            entender eso procuras?
            En estas cuevas oscuras          
            toda la vista perdí.
               En el Limbo estoy, ¡por Dios!,
            cual sin bautismo y pecado.
DIEGO:      Yo en un infierno abrasado.
DOMINGO:    Vecinos somos los dos.

Suena la cadena de LISARDA
 
 
               ¡Jesús!  De alguna cadena
            fue aquel extraño rüido.
DIEGO:      ¿Qué será?
DOMINGO:                 El alma habrá sido
            de Lisarda que anda en pena.
               Sin duda aquí la mataron,   
            y como te amaba tanto
            se condenó.
LISARDA:               ¡Ay!
DIEGO:                        ¡Qué espanto
            esos suspiros causaron!
DOMINGO:       Habla paso.  Ten sosiego.
LISARDA:    ¡Ay, desdichada Lisarda!         
            ¡Qué tribunal que te aguarda!
            ¡Qué mal hiciste, don Diego!
DOMINGO:       ¿Has escuchado?
DIEGO:                        ¡Ella es!
            ¡Y de mí se queja!
LISARDA:                      ¡Ay triste!
            ¿Por qué tanto mal me hiciste? 
            Tú has de pagarlo después.
DIEGO:         Alto.  Mi fin es llegado.
            Marcelo me ha de matar
            pues dice que he de pagar
            el haberla yo adorado.      
               Temblando estoy.  ¡Oh, quién fuera
            escolar conjurador!
LISARDA:    Sufre y calla, pecador
            antes que tu cuerpo muera.
DIEGO:         Domingo, ¿tan malo soy?  
            ¿Tanto peco?
DOMINGO:                 Sí, has pecado
            en haberme a mí enredado
            en las penas en que estoy.
DIEGO:         Éntrate al otro aposento
            donde estábamos los dos.

Suena la cadena de don DIEGO
 
 
LISARDA:    ¡Qué extraño rumor, ay Dios!
            Presagios son de tormento.
DIEGO:         Hablarla quiero.  Lisarda,
            mi inocencia me disculpa;
            que en tu mal no tuve culpa.
LISARDA:    Aquesta voz me acobarda.
               ¡Jesús!  Don Diego parece.
            ¿Si es don Diego?
DIEGO:                        Tu perdón    
            espero en esta ocasión.
LISARDA:    Esta alma triste le ofrece.
DIEGO:         Tu padre ha sido crüel
            conmigo de aquesta suerte.
LISARDA:    Él, sin duda, le dio muerte
            por vengarse de mí y de él.
DIEGO:         Sin culpa estoy, pues podía 
            llevarte a mi casa yo,
            y la ocasión me quitó
            don Gil Núñez de Atoguía.
               En la noche desdichada
            y última que me hablaste, 
            en la cual dices quedaste
            engañada y deshonrada,
               me predicó de manera
            subiendo yo a tu balcón,
            que me trocó la intención.   
            Fuime al fin.  ¡Nunca me fuera!
               Mira lo que has menester,
            Lisarda, y dame lugar
            que me vaya a reposar.
LISARDA:    Presto nos podremos ver          
               en la otra vida.
DIEGO:                        ¿No oíste
            pronosticarme la muerte?
            Triste voy.
DOMINGO:               Yo voy de suerte
            que hiedo de puro triste.

Vanse los dos y queda LISARDA
 
 
LISARDA:       Basta que estaba inocente     
            don Diego, y fue desdichado,
            pues que la muerte le han dado
            por mi culpa solamente.
               Si suelen tanto, Señor,
            matar dolor y cuidado,      
            máteme a mí del pecado
            el cuidado y el dolor. 
               Hacedme que sienta tanto 
            el haberos ofendido
            que en lágrimas derretido 
            dé el corazón a mi llanto.
               Ciegue de mucho llorar,
            muera de mucho dolor.

Sale RISELO
 
 
RISELO:     Ya es de día, Pecador,
            alto, al campo a trabajar.
LISARDA:       Vamos, compañero amado,
            digo a vos, amado hierro.
RISELO:     ¡Qué a espacio se mueve el perro!
            Vaya pues, harto ha llorado.

Vase LISARDA
 
 
               ¡Ah, don Diego de Meneses!

Salen don DIEGO y DOMINGO
 
 
DIEGO:      ¿Quién me llama?
RISELO:                       En este día
            morirás.
DIEGO:              Ya lo sabía
            antes que tú lo dijeses.
RISELO:        Está prevenido pues,
            que quiere vengar Marcelo   
            sus dos hijos.
DIEGO:                   Sabe el cielo
            que mi culpa de uno es
               y ya estaba perdonado.
DOMINGO:    Dios se lo perdone, amén.
            Diga, ¿morirá también        
            un Domingo desdichado?
RISELO:        No un domingo; hoy sí, que es jueves,
            morirán ambos a dos.
DOMINGO:    ¡Malas nuevas te dé Dios;
            que en pago de aquéstas lleves!

Vanse. Salen el PRÍNCIPE y don RODRIGO
 
 
PRÍNCIPE:      Enamorado vuelvo a aquesta aldea.
            No me aconsejes, don Rodrigo.
RODRIGO:                                 ¿Quieres
            obligarte a casar y dar cuidado
            a tu padre y el reino?
PRÍNCIPE:                          Si es mi prima
            y la fama pregona sus virtudes,  
            ¿qué mucho que con ella me despose?
RODRIGO:    Sin voluntad del rey, no es acertado.
PRÍNCIPE:   Secreto puede estar hasta su tiempo.
RODRIGO:    Marcelo es éste, ¿piensas descubrirte?
PRÍNCIPE:   Puede ser que de miedo de mi padre    
            no se atreva a casarme con su hija,
            y así tengo elegido otro camino.

Sale MARCELO
 
 
            El cielo os guarde, ilustre y generoso
            Marcelo.  Aquesta carta de don Sancho
            el príncipe mirad.
MARCELO:                      Seáis bienvenido.
PRÍNCIPE:   ¿Conocisteis la firma de su alteza?
MARCELO:    Muchas veces la vi.
 
                             Lee la carta 
 
                              "Amigo y pariente:
            Don Sancho es el que lleva aquesta carta.
            Tratadle como a mí; que su persona
            estimo en mucho, y dadle vuestra hija 
            y nunca os pesará del casamiento.
            El príncipe don Sancho."
                                   ¿Sois don Sancho
            de Portugal, señor?
PRÍNCIPE:                     De ello estad cierto.
            (Su rey de Portugal soy, y don Sancho).    Aparte
            Aquí estuve otra vez, y no he venido     
            a hablaros hasta aquí.
MARCELO:                           Fue grande agravio,
            y eslo también valeros de esta carta
            del príncipe, si estaba yo esperando
            por momentos serviros yo en mi casa
            donde casaros con Leonor espero  
            ya que Lisarda, la mayor, es muerta.
PRÍNCIPE:   La historia supe ya.
MARCELO:                          El traidor marido
            pretendo castigar, pues soy justicia
            en mi tierra y señor.
PRÍNCIPE:                         Yo sé que el príncipe
            y el rey lo aprobarán.
MARCELO:                           Entrad en casa.     
            Descansaréis, señor, mientras prevengo
            a Leonor.
PRÍNCIPE:           Es el ángel que yo adoro.

Vanse el PRÍNCIPE y don RODRIGO
 
 
MARCELO:    Bien manifiesta ser ilustre y noble
            y el príncipe nos honra con su carta.
            Hija Leonor, don Sancho es ya venido.

Salen LEONOR y BEATRIZ
 
 
            Vista te tiene ya, porque encubierto
            ha estado.  Ya me habló, y luego pretendo
            desposarte.  Prevén lo necesario.
LEONOR:     Ya supe yo, señor, que era venido;
            verme sin duda disfrazado quiso.
MARCELO:    Ése es un acto de persona cuerda.
            Espera, le traeré porque le veas.

Vanse. Salen don SANCHO y FABIO. Queda LEONOR
 
 
SANCHO:     Ya vengo, mi Leonor, determinado
            a que tu ilustre padre me conozca.
LEONOR:     Ya sabe como están en esta aldea    
            y quiere desposarnos.
SANCHO:                          Soy dichoso.
LEONOR:     Dime, ¿quién era aquél con quien la banda
            partiste?
SANCHO:               Es un truhán, un embustero,
            que fingiendo ser rey, príncipe o duque
            hace burlas.  (El príncipe ha tornado.   Aparte
            Celos me abrasan).
LEONOR:                       ¿Cómo respetaste
            su persona?
SANCHO:                  De miedo no hiciese
            algunas burlas o quién soy dijese.

Salen el PRÍNCIPE, MARCELO y don RODRIGO
 
 
MARCELO:       Venga el tirano homicida
            de mis hijos, porque muera. 
            Será vigilia su muerte
            de una alegre y grande fiesta.
            Misericordia y justicia
            tendré si de esta manera
            desposo una hija viva       
            y venga una hija muerta.
            Tú, generoso don Sancho,
            que mis noblezas heredas,
            llega a conocer tu esposa
            si a estimar mi casa llegas.     
            Habla a don Sancho, Leonor.
            Éste es el hombre que esperan
            mis ojos, para el descanso
            de esta edad cansada y vieja.
PRÍNCIPE:   Dadme, señora, las manos.
SANCHO:     (Amor, a muerte me ordenas).               Aparte
LEONOR:     Pues, ¿también, como en los campos,
            te burlas en las aldeas?
            Ya he sabido tus engaños.
            Tus gracias conozco, llenas 
            de mentiras y de enredos.
PRÍNCIPE:   ¿Qué dices, Leonor discreta?
            O estás necia o engañada.
MARCELO:    Habla a don Sancho.
SANCHO:                       (Él intenta       Aparte
            desposarse con Leonor.      
            El cielo me dé paciencia).
LEONOR:     Señor, don Sancho es aquéste;
            que no es don Sancho el que piensas.
SANCHO:     Don Sancho de Portugal
            humilde los pies te besa.
FABIO:      (Triunfo ha salido de Sanchos              Aparte
            y todos lo son de veras;
            mas del príncipe no sé
            qué fin en esto pretenda).
PRÍNCIPE:   Don Sancho de Portugal      
            como a suegro te respeta.
LEONOR:     Mira que éste es un truhán
            que hacernos burlas desea.
SANCHO:     ¿Por qué me quieres quitar
            la gloria, el ser, la nobleza?   
            Si es burla, basta, señor,
            si es amor, tu amor refrena.
            Ya sabes que te conozco
            y si te casas con ella
            no te casas con tu igual.   
            A mí que lo soy, la deja.
            Mira, señor, que a adorarla
            me han forzado las estrellas.
LEONOR:     (Si es truhán, ¿cómo le habla    Aparte
            con tan grande reverencia?)
MARCELO:    Confuso estoy, ¿qué es aquesto?
PRÍNCIPE:   No es posible bien la quieras
            si quieres quitarla a un reino.
            Yo la adoro.  Ten paciencia.

Entra RISELO
 
 
RISELO:     Señor, a la posta [vienen]          
            a darte unas tristes nuevas.
            El rey, tu padre, murió
            y todo el reino te espera;
            que ya tu ausencia ha sabido
            y a buscarte agora entran   
            para llevarte, señor.
PRÍNCIPE:   LLevarles pienso una reina.
            Marcelo, dame los brazos
            si no es que acaso los niegas
            porque encubrí mi persona.     
            Tu rey soy.  ¿Qué dudas?  Llega.
SANCHO:     Yo soy, señor, el primero
            que ha de darte la obediencia.
            Perdona que amor y celos
            hicieron errar mi lengua.
MARCELO:    Mi príncipe y mi señor,
            no te espante que no crea
            mi ventura.
PRÍNCIPE:                Vuestro yerno
            pienso ser.
MARCELO:                 Gran dicha es ésta.
            Honrar quieres esta casa.   
            Sea muy en hora buena.
            Hija obediente y dichosa,
            dale la mano a su alteza.
LEONOR:     Si una hija desdichada
            te dio el cielo, es bien que tengas   
            otra dichosa.

Dale la mano LEONOR al PRÍNCIPE
 
 
MARCELO:                 En ti he visto
            mi bendición manifiesta.
RISELO:     Aquí está don Diego.
PRÍNCIPE:                       Es justo
            que pague tantas ofensas,
            que a no ser propias y graves    
            perdonárselas pudiera.

Salen don GIL con un saco de penitencia, una soga a la garganta y don DIEGO y DOMINGO
 
 
GIL:        Príncipe de Portugal,
            que dichoso reino heredas
            por muerte del rey Alfonso
            tu padre que en gloria sea, 
            Marcelo noble y Leonor
            que virtudes te hacen reina,
            dadle esta muerte a don Gil.
            No es bien que don Diego muera.
            A vuestra casa y al cielo   
            ofendí como una bestia
            sin razón; que de este nombre
            es digno el hombre que peca.
            El más grave pecador
            que ha conocido la tierra   
            he sido, pero confío
            en Dios y en mi penitencia.
            Esclavo fui del demonio
            a quien serví en esas sierras
            haciendo torpes delitos,         
            forzando muchas doncellas.
            Soberbio fui, soy humilde,
            y con esta diferencia
            soy tan pequeño que el cielo
            sus secretos me revela.          
            Lisarda fue inobediente;
            mas ya es tanta su obediencia
            que es esclava de su padre
            y Dios la tiene encubierta.
            Su dolor ha sido tanto      
            que hoy de dolor quedó muerta
            llorando la grave culpa
            de quien merezco la pena.
            La causa fui de su daño,
            no es don Diego como piensan;    
            que como digo ha vivido
            entre estos montes y peñas.
            Perdonada está de Dios.
            Su dolor la tiene absuelta.
            María la pecadora              
            la llamad, tal nombre tenga.
            Elevado está su cuerpo
            en las murtas de esa huerta.
            De la penitencia santa,
            el alma a los cielos vuela, 
            y avergonzada la mía
            públicamente confiesa
            sus culpas, que Dios me manda
            me acuse en público de ellas.
            Y ya de Domingo santo       
            blanca saya y capa negra
            me está esperando; que quiero
            que asombre mi penitencia.
            A voces diré mis culpas
            y en la religión primera       
            de España quiero que el mundo
            trocada mi vida vea.

Vase don GIL
 
 
PRÍNCIPE:   Don Gil, escucha, detente,
            aguarda don Gil, espera...
            ¡Caso extraño!
LEONOR:                  Estoy confusa.
MARCELO:    ¿Si está mi Lisarda muerta?

Descúbrese LISARDA con música, muerta, de rodillas con un Cristo y una calavera, en un jardín
 
 
            Verdad dijo, ¡santos cielos!
            Más hermosa y más perfecta
            está que en vida.
LEONOR:                       Y no tiene
            los clavos y las cadenas.
MARCELO:    Mi maldición te alcanzó;
            mas, si Dios así te trueca,
            maldición dichosa ha sido.
            Viva don Diego y no muera.
DOMINGO:    Hoy hago cuenta que nazco   
            con todas mis barbas negras.
DIEGO:      Merecen estos sucesos
            una admiración eterna.
PRÍNCIPE:   Dése a Lisarda sepulcro
            y vaya la nueva reina        
            a su corte, dando fin
            a esta historia verdadera.

Cubren a LISARDA o llévanla en hombros. Vanse todos

FIN DEL ACTO TERCERO

FIN DE LA COMEDIA



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