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El festín

[Poema - Texto completo.]

Manuel Rueda

Un largo día de colmillos e incesantes mandíbulas
se sienta conmigo a la mesa.
Junto a mi gula, la gula de antepasados feroces.
Junto a mi hambre, el hambre de aquellos que no han
tenido nunca su festín
y se atienen, razonables,
al mendrugo que colma sus manos agrietadas.

Miro la mesa puesta. Allí relucen, casi obscenos,
sobre reglamentarios manteles a cuadros
que quisieran dosificarnos la abundancia
esos dones que mis cinco sentidos se aprestan
a devorar.

Observo las tortas abadesas,
hinchadas y morenas como vientres de veraneantes
en cuyo centro se clavan cuchillos homicidas;
las carnes ebrias de vino y fragantes especias;
los quesos de resplandores lunares
que albergan la lujuria como un gusanillo;
el pan virginal y alado que desearía partir hacia
otras mesas
donde él solo reinara
y tiene que caer, contrito, en el agridulce pecado
de las salsas.

Cada mordida mía devora niños famélicos,
mendigos color de tierra.
Tiendo el hambre de todos sobre esta mesa recién puesta
y me la sirvo
en la consagración del vinagre y del aceite,
masticándola y bebiéndola con saña,
hasta que sobre el plato no queda más que un esqueleto
breve
velado por el falso remordimiento de mi hartura.

Entonces, solo entonces, me levanto,
salgo a la noche llena de exigencias secretas
y siento que a mi vez soy devorado.



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