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El fin

[Poema - Texto completo.]

Tristan Corbière

¡Cuántos hombres del mar, oh, cuántos capitanes!
-Víctor Hugo

Todos –los capitanes como los marineros–
para siempre en el grande Océano han caído.
Se fueron inconscientes según sus derroteros
y han muerto –exactamente como habían partido.
Tal es su oficio que han muerto con las botas
puestas, en sus capotes envueltos, y unas gotas
de aguardiente en el alma. Mas la Desnarigadano
se acuesta con ellos; es más bien su criada.
No son muertos. Enteros van en las olas rotas
bajo la turbonada.
¿Se parece a la muerte un turbión? El velamen
batido por el agua: Tal es cabecear…
y si la arboladura a las olas que braman
azota derribada: Eso es zozobrar…
Analizad el término zozobrar… Vuestra “Muerte”
es muy poquita cosa bajo el temporal fuerte.
Al marino que lucha no le produce efecto
y sonríe con pena… ¡No debes estorbar,
fantasma! Ya la muerte toma mejor aspecto:
¡El mar…!
Ellos no son ahogados, pues los ahogados son
de agua dulce. No; echados a pique. El estrago
alcanza vida y bienes. Con una maldición
escupen el chicote en un estertor vago
y beben sin arcadas el más amargo trago
como al beber el bucarón…
Ni tumbas de seis pies, ni ataúdes, ni ratas.
Del tiburón son pasto, y su alma, al quedar sola,
en vez de rezumarse en míseras patatas,
respira en cada ola.
La marejada sigue sublevando la onda.
Parece el vientre inquieto de amor y de embeleco
de alguna prostituta embriagada y cachonda…
¡Para todos hay hueco!
Escuchad, escuchad la tormenta que brama.
Ese es su aniversario repetido. ¡Poeta,
guárdate tus romances de ciego, porque clama
el mejor De profundis el viento en su trompeta!
Dejadles en los ámbitos en donde solo yerra
la muerte de los hombres desnudos y cobrizos
sin féretro, sin cirios… ¡Zascandiles de tierra,
dejad que siempre boguen, pobres advenedizos!



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