El globo fantasma
[Cuento - Texto completo.]
Rubem FonsecaUn globo gigantesco, el más grande del mundo, dijo el informante.
¿Dónde?, pregunté.
Todo lo que sé es que ya compraron diez toneladas de papel de seda.
Así son los informantes: oyeron decir, solo saben la mitad, la mitad que es falsa.
Yo formaba parte de un Grupo especial creado para estudiar y proponer maneras de evitar que los globeros construyeran y soltaran globos, sobre todo durante el mes de junio, en las fiestas dedicadas a San Juan y San Pedro, los santos de los coheteros. Los globos eran ilegales. Al caer incendiaban la vegetación de los parques de la ciudad, instalaciones industriales, residencias particulares. Se habían hecho campañas publicitarias, con la colaboración de los medios, sin resultado.
Yo era el representante de la policía en el Grupo. Los otros miembros eran dos mujeres, una del ayuntamiento y la otra de la agencia federal responsable del medio ambiente. Siempre me gustó trabajar con mujeres. Las dos eran inteligentes y dedicadas. Y también fanáticas de la ecología, para ellas el árbol era la mejor cosa que existía en el mundo. Creían que el problema tenía una solución simple: cárcel para los globeros. En junio los cielos se llenaban de globos y junio estaba por llegar y sabía que mi vida se convertiría en un infierno. Además, por si fuera poco, cometí la imprudencia de contar a mis compañeras del Grupo la historia del globo de diez toneladas de papel de seda. Las dos quedaron indignadas.
Ya me imagino el tamaño de la mecha de un globo como ése.
Está preocupado por el tamaño de la mecha, no por las calamidades que puede causar, dijo Marina. Tienes hombres, armas, la ley, ¿por qué no acabas con esos globeros?
El problema es muy complicado.
Ya oímos esa disculpa antes, dijo Marina.
Y ese globo gigante es solo un rumor.
Vamos a suponer que no sea solo un rumor, dijo Fabiana. Encarcelar a los responsables de ese superglobo serviría de ejemplo, tendría un efecto persuasivo.
Los portugueses trajeron el globo a Brasil hace cientos de años. Pero, como ocurre con todas las tradiciones, el tiempo acabará también con ésta. La urbanización…
Mientras tanto los bosques y los cerros de la ciudad se incendian, cortó Marina. Finalmente, ¿qué es lo que estás haciendo en este grupo?
Vivía provocándome, pero yo nunca perdía la paciencia con ella. Ni con nadie.
Por favor, dijo Fabiana.
Todo lo que pedía Fabiana, yo lo hacía. Incluso cuando era una pérdida de tiempo.
En dos días coloqué seis detectives en la calle recorriendo los suburbios, infiltrándose, solo para descubrir dónde iba a ser construido el megaglobo, si es que fueran a hacerlo. Conseguí en el Gabinete que me cedieran al detective Diogo Cão para ese trabajo.
En la reunión semanal del Grupo relaté a mis colegas las prevenciones que estaba tomando. Hablé de los seis detectives, principalmente de Diogo Cão. Él nos va a ayudar mucho, agregué.
¿Cão? ¿El policía se llama Cão?
¿No hay gente que se llama Gato? ¿Pinto? ¿Leitão? Diogo Cão es de familia portuguesa. Es posible que descienda del navegante del siglo cuatrocentista.
Estás rehuyendo el asunto. ¡El bosque se va a incendiar!, dijo Marina.
Diogo sabe todo sobre el globo. Me dijo que los incendios son causados por los globos pequeños. Los globos grandes son hechos por especialista y se apagan cuando aún están en el cielo. Cuando caen, la mecha ya no arde.
No les conté que a veces, por un defecto de la mecha o de la estructura, los globos grandes estallan, lo que en el lenguaje de los globeros significa que se incendian. Y al caer incendian todo lo que está abajo.
Ahora además esa falacia, los globeros se preocupan por el medio ambiente, dijo Marina.
Lo que ellos quieren es recuperar el globo, admití.
Necesito hablar contigo, dijo Fabiana.
Cão policía, una combinación perfecta, dije bromeando, y ellas me miraron de soslayo.
Me urge hablar contigo, repitió Fabiana.
Ya me voy, dijo Marina, que sabía de mi relación con Fabiana. Al salir nos miró, balanceó la cabeza y azotó la puerta.
¿Vamos al cine?
No tengo ganas de ir al cine.
Vamos a buscar comida china.
No tengo ganas de comida china.
Vamos al centro comercial a comprar un CD.
Llévame a mi casa. Tengo dolor de cabeza.
Cuando llegamos, en la puerta de su casa, le pregunté si podía subir.
Hoy no.
Me muero si no tomo de tu café con leche, ahora, me muero.
Ya conozco todos tus trucos, deja de hacer el ridículo.
Estoy hablando en serio.
Soy yo quien necesita hablar de un asunto muy serio contigo.
Entramos al departamento. ¿Vas a hacer café con leche?
No. Tengo que decirte una cosa.
Después, mi amor.
Ahora, necesito hablar ahora.
Te amo, dije, abrazándola.
Yo también te amo. Tengo que decirte una cosa.
Después.
Fuimos a la cama.
Ir a la cama con ella era la mayor felicidad que la vida me daba. Nos poníamos alegres y reíamos y sudábamos aun con el aire acondicionado de tanto rodar en la cama, y en los intervalos tomábamos café con leche que ella hacía echando café soluble en la leche hirviendo, y yo salía de ahí en la madrugada para que ella pudiera dormir, pues no sé dormir con nadie, ni siquiera con la mujer que amo, y decía en voz alta su nombre al sol, si el sol ya había aparecido, a la lluvia, cuando llovía, Fabiana, a los carros que pasaban. Y ella siempre sentía dolor en los músculos de las piernas al día siguiente.
Aquella noche no se rió ni una vez siquiera. Mientras me vestía, repitió muy seria, tengo que decirte una cosa.
Mañana. Ahora duérmete.
Hoy. Ese globo es una cosa monstruosa. Todos los globos son una cosa monstruosa. Los globeros son una banda de criminales.
¿Por qué no una banda de soñadores? El sueño de Bartolomeu Lourenço de Gusmão. De los Montgolfier.
¿Lo ves? Marina tiene razón. Tú simpatizas con ellos, estás de su lado.
Son comunidades enteras las que hacen el globo, hombres, mujeres, viejos, niños. Solo quieren ver cómo sube el globo hacia el cielo, lo más alto que sea posible.
¿Comunidades enteras? Qué justificación más idiota. Si comunidades enteras practican el linchamiento, ¿te pones de parte de los asesinos? Estamos perdiendo el tiempo con tu sociología equivocada.
No estoy del lado de nadie. No le caigo bien a Marina.
Soñadores fueron los que hicieron el bosque de Tijuca, años y años en un trabajo de amor. Sabes que Rio es la única ciudad en el mundo que tiene en su perímetro urbano un bosque, la Floresta de Tijuca. ¿O no lo sabías?
Sí.
Y esos globeros cretinos todos los años destruyen un pedazo del bosque y tú los llamas soñadores. Necesito decirte una cosa.
Entonces dime lo que necesitas decirme. Pero antes recuerda que hice un esfuerzo demente para conseguir a seis detectives y además a Diogo Cão para que hicieran esa investigación idiota sobre un globo gigante que probablemente nunca será hecho y que si fuera hecho solo será uno más entre miles. Miles, mi amor, pon eso en tu cabeza, son muchos miles los globos fabricados en esta época del año y hay decenas de miles de personas envueltas en esto. Cuando soltar un globo no era un crimen, los globeros imprimían invitaciones convocando al pueblo a que asistiera al lanzamiento de los globos grandes. Y el globo tenía nombre y celebraba alguna cosa, un santo, un acontecimiento, una fecha histórica, un deseo. Y los poetas de la comunidad escribían odas al globo, que eran cantadas durante el lanzamiento. Ahora dime lo que estás queriendo decirme.
Qué bueno que se prohibió esa perversidad cultural.
Di lo que me quieres decir.
No lo dijo inmediatamente. Salió de la cama enredándose en la sábana para que no viera su cuerpo desnudo, cosa que nunca había ocurrido, a no ser en los primeros días. Se enjugó los ojos en la sábana, cuidándose para que no se descubriera ninguna parte íntima de su cuerpo. Lo que Fabiana iba a decir era algo serio, ella solo muy raramente lloraba.
Anda, puedes hablar, no aguanto verte llorar y no voy a dejar de amarte, no importa lo que me digas.
Marina y yo estamos escribiendo un oficio para el secretario de Seguridad Pública pidiendo que se designe a otro delegado en tu lugar para integrar el Grupo.
Deja de llorar, mi bien. ¿Qué es lo que dicen ustedes para argumentar mi sustitución? ¿Que soy incapaz? ¿Flojo?
No con esas palabras.
¿Incompetente? ¿Negligente?
El Grupo se reúne desde hace casi un año y no se ha hecho nada. Te pedí que aprehendieras a los globeros que están construyendo ese monstruo y tú no le diste importancia.
Ese globo no existe.
Marina dice que estás del lado de ellos.
¿Y tú? ¿También lo crees?
No sé. Sí, lo creo. ¿Estás enojado conmigo?
¿Enojado? Ese es el nombre de uno de los enanos de Blanca Nieves.
Pero no me hizo gracia ni a ella le hizo gracia y pasé la mano con suavidad sobre su cabeza. Ahora lloraba sin ocultarlo.
Cuídate, pequeña.
Yo nunca había salido de su casa sufriendo. Todo por causa de un maldito globo fantasma. Todos los bosques del mundo no valían el amor que yo sentía por Fabiana, pero aquel bosquecito de mierda trepado en las cumbres de la ciudad, cuyo árbol más antiguo tenía la edad de mi abuela, valía más que el amor de Fabiana por mí. Las mujeres, pensaba yo mientras caminaba por la calle oscura, no sabían amar como los hombres. Nosotros, los hombres, habíamos inventado el romanticismo y el suicidio por amor, por ellas teníamos el coraje de parecer payasos, de ser asesinos, ladrones. Pensé en los suicidas que conocía. Pero no había ningún hombre, solo mujeres, que por amor se habían cortado las muñecas, tomado barbitúricos, encendido fuego en los vestidos, arrojado frente al tren, arrojado por la ventana, ahorcándose, solo mujeres. El único hombre de quien me acordé fue Werther. Ése no valía. Las mujeres sí sabían amar. Entonces me entró añoranza por Fabiana y empecé a decir su nombre en medio de la calle y un mendigo que intentaba dormir debajo de una marquesina se me quedó viendo y yo le dije ven acá y no vino y yo le grité ven acá, te lo ordeno, y vino aterrado y le dije repite conmigo Fabiana, Fabiana. Y nos quedamos los dos diciendo Fabiana, Fabiana, y después le di el billete de más valor que tenía en el bolsillo y regresó abajo de la marquesina. Y cuando yo ya estaba lejos gritó Fabiana, ya acostado, haciendo ademanes con la mano, y yo le grité Dios te bendiga mi buen mendigo, haciendo ademanes también. Pura telenovela de las seis.
Al día siguiente, en la delegación, mandé llamar a Diogo Cão.
¿Qué hay?
Quizás sí existe el globo. Quizás lo van a hacer, quizás. Y si lo hacen, va a ser en la Baixada. En Caxias contrataron a un meteorólogo para saber con certeza la dirección y la hora de los vientos buenos. Tengo el ojo puesto en Caveirinha, para descubrir quién se va a quedar con él. Nadie sigue mejor a los globos que Caveira, conoce todos los caminos de la ciudad y todos los caminos de la Baixada y todas las carreteras que van a dar a Minas, São Paulo y Espirito Santo. Ya hubo un globo grande que atravesó las fronteras. En el volante de una pick-up él es mejor que Senna piloteando el McLaren. Si Caveira fue a Caxias, ya es una pista. Sao João de Meriti y Caxias se están disputando a un americano que trabajó soltando cohetes en Cabo Cañaveral, el gringo vino al carnaval, se piró y se quedó. Son los dos grupos que están invirtiendo más, por lo visto. Vamos a ver para qué lado va el rastreador Zé de Souza.
El tiempo está pasando, Diogo. Mis colegas del Grupo dicen que ese globo va a causar un gran incendio.
¿Cuál globo, doctor? Nosotros no sabemos nada. El Caveirinha y el Gringo apenas pueden significar que se harán los globos de siempre.
Supongamos que el globo fantasma existe. Y que está siendo hecho por partes, en locales diferentes, para que no lo descubramos, y después van a juntarlo todo, encienden la mecha y sueltan el animal. ¿No puedes descubrir algo?, ¿algún soplón?
Después de que se prohibió soltar globos ya nadie abre el pico. Es una especie de religión.
Cristianos en las catacumbas.
Algo así. ¿Se acuerda, doctor, de aquel avión francés que los terroristas secuestraron? Un pasajero que iba en el avión dijo que estaba tranquilo hasta que los secuestradores se reunieron en un rincón y empezaron a rezar. Entonces se dio cuenta que aquellas oraciones significaban que los pasajeros estaban jodidos. Enseguida empezó la matanza de rehenes. Eso es la religión. El globo es la oración de los globeros. Usted puede traer a uno de ellos hasta aquí y arrancarle los cojones con unas pinzas, que él no dirá nada. Y los cojones son el bien más preciado de un hombre, ¿no es cierto?
Es cierto, respondí, pensando en Fabiana.
Usted sabe que Zé de Souza es mi amigo, ¿verdad?
Me estoy enterando ahora.
Zé de Souza un día me dijo que se caga en la ley de los tribunales y en la frescura de los ecologistas. Nuestra lucha, me dijo, es contra la ley de Newton. Cuando le hablé de los bosques me respondió que se jodan los bosques, los bosques se incendian desde hace millones de años y el mundo no se ha acabado.
Diez toneladas de papel de seda hacen un volumen enorme, dije.
Puede ser una exageración de quien dio el pitazo. Ya investigué, nadie vendió esa cantidad de papel.
Pudieron haberlo comprado en varias ciudades, en pequeñas cantidades, en fechas espaciadas. Brasil es grande.
Puede ser. Pero tengo mis dudas.
Cão, ¿alguna vez te pedí una cosa diciendo que era asunto de vida o muerte?
No, señor.
Este es de vida o muerte.
Entiendo. Pero el globo es una cosa bonita, ¿o no, doctor?
Un incendio también.
La cosa más bonita que he visto fue el incendio de la refinería.
Lo bello horrible, Cão.
Que se jodan los bosques. Estoy bromeando, doctor.
Todas las noches salía a investigar con Cão. Descubrimos decenas de lugares donde los tipos estaban haciendo globos, pero de nada servía detener a nadie, tendríamos que detener a mucha gente, incluso dejando a los viejos y niños fuera. Cristianos en las catacumbas. Tampoco había como confiscar el material, los globos eran hechos por partes. El corte de las hojas, el pegado de los gajos, el armado de los banderines y banderas, el encadenamiento de los armazones de los fuegos artificiales, la flexión del aro de la boca, el tejido de las mechas, cada cosa era elaborada en un local diferente, patios, llanos con canchas de futbol, galpones abandonados, para después armarlo todo en el lugar en que iba a ser lanzado el globo. En las investigaciones solo íbamos los dos, en el viejo carro de Cão, para que nadie sospechara que éramos de la policía. Y oímos el chisme que circulaba en todas las plazas, en todas las huertas: en algún lugar se estaba haciendo un globo gigantesco que iba a asombrar al mundo entero y entraría para siempre en el Guinness. Cão, dije, el hijo de puta está siendo construido.
Empezamos a llamar al globo El Cabrón. Si lo están haciendo, dije a mis detectives, quiero agarrar al Cabrón, agarrarlo entero, antes de que lo suelten, a la hora en que enciendan la mecha, antes de que la llama se ponga azul. Y esto solo podría ocurrir en la víspera de San Juan, en la noche del día veintitrés.
Hablé con el comandante de la PM y él garantizó que ese día pondría a mi disposición cincuenta hombres de la tropa de choque.
¿Cincuenta hombres de la tropa de choque? Es poco, tenían que movilizar a todos los efectivos de la PM, dijo Marina.
Creo que vamos a coger el globo fantasma.
A ellas no podíamos decirles el nombre grosero que Cão y yo habíamos dado al globo. Fabiana no decía ni una palabra. Yo hacía cara de sufrimiento y buscaba sus ojos, pero Fabiana fingía estar ocupada en la lectura de un libro.
De nada sirve destruir solo esa monstruosidad y a la cuadrilla responsable de ella, dijo Marina, la policía tiene que coger a todos los globeros de la ciudad, procesarlos uno a uno.
Inclusive a los niños.
Despreció mi ironía. Los niños tienen que ser educados. Si tuviéramos una policía eficaz los niños estarían haciendo otra cosa.
Todo el mundo debería ser policía durante un año, para que vieran la mierda que es. Lo pensé, pero no lo dije.
Cão llegó y me llamó a un rincón. El Caveiriña se emborrachó en un bar de Vila Isabel y decía a gritos, ¡miren al cielo el día veintitrés!, ¡miren al cielo el día veintitrés! Creo que el Caveira va a ser el seguidor. No sabemos para quién.
¿En Vila Isabel?
Eso no quiere decir nada.
Tenemos que hallar al rastreador. ¿Si fuera Zé de Souza te haría el favor?
No. Ni voy a joderme al Zé de Souza, es mi amigo.
Está bien.
¿Esa plática es secreta?, preguntó Marina. Ustedes están cuchicheando, ¿quieren que salgamos de la sala? Vámonos, Fabiana.
Fabiana cerró el libro, me miró tan rápidamente que ni siquiera me dio tiempo de poner cara de sufrimiento para que tuviera pena de mí, y se levantó.
Calma, calma. Estoy platicando con el detective Cão sobre el rastreador, hablábamos bajito para no incomodar la lectura de Fabiana.
Fabiana aprovechó la oportunidad y preguntó con cierta dulzura, ¿rastreador, qué es eso?
Es el sujeto que dice al personal de la captura cuál es la dirección que el globo va a tomar de acuerdo con las corrientes de aire de la atmósfera, le dije, haciendo cara de sufrimiento. Fabiana, conmovida, hizo un leve gesto de aproximación, como si fuera a abrazarme, pero se contuvo.
Después de que el globo es soltado por una comunidad con recursos, que suelta muchos globos grandes, dijo Cão, entran en escena el seguidor, que es el elemento que tiene que conocer todos los caminos de la ciudad y maneja una pick-up, el rastreador, que es la figura que ya explicó el doctor, y la multitud de la captura. La función de esa muchedumbre es rescatar el globo, de ser posible intacto, doblarlo, colocarlo en la pick-up y llevar el animal apagado de regreso, para después soltarlo de nuevo. Si alguien se mete, un grupo rival, o bien vagos rasgadores, les dan en su puta madre, con su perdón. Ha muerto gente en esos enfrentamientos.
La psicología del rasgador…, comencé.
Ahórranos esas digresiones, dijo Marina.
¿Por qué en una pick-up?, preguntó Fabiana.
Tiene que ser un vehículo grande para que pueda transportar al grupo de la captura, al rastreador y al globo rescatado, si es el caso. Otros grupos, de otras comunidades, puede que quieran capturar el globo. Si fuera un grupo amigo, entregan el globo a los dueños y después, juntos, sueltan nuevamente el animal. Y siempre que cae un globo aparecen rasgadores vagos. Rasgan el globo porque no fueron ellos quienes lo pusieron en el cielo, porque no perdonan al globo que haya caído de las alturas, porque el globo es un cuerpo extraño en las calles. Es como los pájaros migratorios muertos a palos en las playas del Nordeste porque andan exhaustos en la arena cuando deberían estar volando.
Ellos matan pájaros porque tienen hambre.
Los rasgadores también tienen hambre. Hay muchos tipos de hambre.
Te equivocaste de profesión, dijo Marina. Eso ya lo sabíamos, por las demostraciones obvias que nos han dado, y ahora, con estos rollos de almanaque…
Cão me defendió: conocer la psicología de los infractores ayuda a la investigación criminal.
Yo estaba hablando con Fabiana.
Pero yo estoy aquí y no soy sorda. Miserable, la Marina.
No vamos a pelear, dijo Fabiana.
Yo no estoy peleando, respondí.
Pero yo sí. Nosotras estamos escribiendo un oficio al secretario de Seguridad pidiendo tu sustitución.
Ya se lo dije, dijo Fabiana, volviendo a leer.
No se olviden de echar un vistazo al decreto que creó el Grupo. La burocracia tiene normas, procedimientos, reglamentos, etcétera, que deben ser obedecidos.
Ya lo sabemos.
Diogo Cão y yo haremos una investigación. Hasta luego.
Nos detuvimos en una lonchería para tomar un agua de coco.
Esa mujer, o lo ama o lo odia a usted.
La psicología del almanaque nos atacó a los dos.
Existen lugares en los que nunca apareció el arco iris.
Cão, esto no tiene pies ni cabeza. Es poesía pura.
Invita a esa mujer a que abrace un árbol contigo.
No puedo. Ya hice eso con Fabiana. Así fue como entré en su corazón.
Y ahora salió, ¿o no?
Eres un tira listo.
Nos olvidamos del mechero, dijo Cão, un globo de ese tamaño, si realmente lo están haciendo, deben tener el mejor especialista en mechas. Un tipo como el viejo Silva Mattoso. Él hace la mejor mecha de etapas en todo Brasil, ya sabes cómo, se quema primero una, después otra…
Sí, ya sé cómo.
Hace globos de hasta ocho etapas, que vuelan más de quinientos kilómetros. Van a dar a Minas, o a Espírito Santo.
Descubre por dónde anda y qué es lo que está haciendo. Edgar te ayudará.
Me dediqué al Cabrón. Anduve por todas partes, con Cão y sin él. Méier, Madureira, Caxambi, Del Castilho, Bangu, Penha, Campinho, Quintino Bocaiúva, Cascadura, Anil, Pavuna, Costa Bastos, Realengo, Camorim, Padre Miguel, Senador Cámara, Vargem Pequeña y Vargem Grande, Santíssimo, Curupia, Senador Vasconcelos, Campo Grande, Memdanha, Cosmos, Nova Iguaçu, São João de Meriti, Caxias, Nilópolis, no en ese orden, pero yendo cada vez más lejos. Di la vuelta al mundo, me perdí innumerables veces, ni la Muerte conoce todas las calles y plazas y carreteras del Gran Rio. En todas partes estaban haciendo globos, en los municipios adyacentes, en la zona rural, en los suburbios, en los cerros, en los barrios. Hasta en la Zona Sur había gente haciendo globos. Globeros surfistas. Pero el Cabrón era demasiado grande como para ser soltado en una calle o en una plaza, necesitaba de un patio grande, de un campo largo, y eso nos favorecía.
El día veintitrés se acercaba. Fabiana no respondía los recados que le dejaba en su contestadora electrónica. En la reunión semanal del Grupo se quedaba callada. También Marina hablaba poco. Después de haberme apuñalado por la espalda las dos debían sentirse incómodas. Yo no sabía si habían o no mandado el oficio en el que pedían mi sustitución, ni, en caso afirmativo, qué decisión había sido tomada en la Secretaría. Ya lo sabría por el Boletín, que es la manera más miserable de tener noticias miserables.
El día veintiuno, dos días antes de la fecha del probable lanzamiento del Cabrón, tuve una reunión con los detectives y discutimos el asunto. Uno de ellos, el detective Arsênio, estaba convencido de que el globo sería soltado en Caxias.
Contrataron al Gringo, el tipo de Cabo Cañaveral, dijo Arsênio, el Gringo desfiló en el Carnaval en la Escuela de Samba Gran Rio, que es de Caxias. A esos gringos les gustan las cosas exóticas, se debe haber enculado con una mulata y está en el negocio por amor.
¿Y Zé de Souza?
Está peleado con el grupo de Caxias. Pero ese globo puede hacer que el tipo olvide cualquier divergencia.
¿Si lo llamaran iría?
Sí, dijo Cão.
¿Y el Caveirinha?
Dicen que el Caveira anda bebiendo mucho, es una carta fuera de la baraja. No vale la pena perder tiempo con él, dijo uno de los detectives.
¿Y el mechero? ¿Silva Mattoso?
Desapareció, pero él es amigo del personal de São João de Meriti, dijo el detective Edgar.
Solo puede ser Caxias, insistió Arsênio. Ellos tienen dinero. El bicheiro jefe de la Escuela de Samba está financiando todo. Y Meriti es un huevo, ciudad dormitorio.
Es un huevo pero está lleno de globeros en Éden, Coelho da Rocha, São Mateus, Vilar dos Teles, Vila Rosali, dijo Cão.
Si Caxias lo llama, ¿Zé de Souza va?
Si lo llamaran y el globo estuviera siendo en Caxias, va. Pero no sé si lo llamarán, dijo Cão.
Tampoco sabemos si están haciendo el Cabrón. Hay muchas comunidades haciendo globos grandes. Como ocurre todos los años, dijo Edgar.
No podemos olvidar al gringo de Cabo Cañaveral, dijo Arsênio, que estaba infiltrado en Caxias. Me tome unos tragos con él y con un grupo de globeros y el gringo solo hablaba de, de, déjame sacar el papel en el que escribí todo: fuerzas gravitacionales, fuerza de atracción, arrastre aerodinámico, ecuaciones de movimiento, órbitas keplerianas.
Carajo, dijo alguien.
Solo puede tratarse del Cabrón, continuó Arsênio. Van a soltar el animal a las nueve.
Vamos a votar. Éramos ocho. Yo, además del mío, tendría el voto de Minerva. Pero no fue necesario desempatar. Caxias ganó por siete a uno. Cão votó por São João de Meriti, pero con poca convicción.
Si no fuera Caxias, ¿da tiempo de que desplacemos nuestro personal a São João de Meriti?, pregunté.
Está la carretera Caxias-Meriti. Pero cincuenta hombres se desplazan con lentitud. Son muchas órdenes pasando de un nivel a otro, dijo Cão.
Jefe, dijo Edgar, todo esto puede ser un chisme, el Cabrón no existe y vamos a hacer el ridículo.
Telefoneé a Fabiana.
Mañana atraparemos el globo fantasma. Me gustaría que vinieras con nosotros.
No quiero ir.
Te lo pido yo. Después no vuelvo a molestarte nunca. Alguien del Grupo, además de mí, debe ir. No quiero llevar a Marina. No le caigo bien.
Sí le caes bien. Hasta soñó contigo el otro día.
Pero yo preferiría que fueras tú. ¿Recuerdas lo que dijiste? ¿El significado persuasivo de esta aprehensión?
¿Habrá violencia?
Ninguna. Lo prometo. Paso por tu casa en la tarde.
Después fui a la Comandancia de la PM y lo preparé todo. Los hombres de la tropa de choque estarían alertas. Desde el radio de mi coche les daría las coordenadas.
Pasé por casa de Fabiana a las seis. Después recogí a Cão en la Av. Presidente Vargas esquina con Senhor dos Passos. ¿Todo está OK?, pregunté por el radio al comandante de la tropa de choque.
Los hombres ya están en los vehículos esperando las órdenes.
¿Arsênio está ahí con ustedes? Él conoce el lugar.
Arsênio estaba con ellos. Cão, que estaba conmigo, también sabía dónde era.
Me encontré con los carros de la tropa de choque en la Av. Brasil, frente a la refinería de Manguinhos. Cogimos la carretera y paramos en la entrada de Caxias.
La tropa de choque usaba escudos, chalecos, macanas, ametralladoras, uniformes y cascos oscuros.
¿Es necesario todo eso?, preguntó Fabiana.
Solo es para asustar, dije.
Llegamos con la tropa de choque al lugar del lanzamiento. Una gran y compacta aglomeración de personas hacían un enorme círculo en torno al globo, ya inflado, aún sujeto a las amarras. Los soldados saltaron de los vehículos e irrumpieron entre la multitud, abriéndose camino a macanazos, hasta cercar el globo.
Era un globo grande, pero el Cão y yo ya habíamos visto docenas iguales.
Puta madre, ése no puede ser el Cabrón, dijo el detective.
El Cabrón va a ser lanzado en Meriti, dije. ¿Conoces la carretera para Meriti? Vámonos para allá.
¿Solo nosotros? No hay tiempo para reagrupar a la tropa de choque. Mira el alboroto, ya empezó la paliza, la cagamos completamente, dijo Cão.
Estábamos tan nerviosos que nos olvidamos de la presencia de Fabiana y gritábamos palabrotas uno al otro.
Vámonos, carajo, te lo estoy ordenando.
Entonces déjeme el volante, dijo Cão.
Salimos a alta velocidad por la carretera Caxias-Meriti. Por el radio del carro intenté hacer contacto con el comandante de la tropa de choque, pero no lo logré.
Ya estamos en Meriti, esta es la carretera del Munguengo. Ya deben estar lanzando el Cabrón en alguna huerta en las orillas del Sarapuí, dijo Cão.
Y así era. El Cabrón subía al cielo, la cosa más espantosa que había visto volando en toda mi vida. El mayor globo de aire caliente de todos los tiempos. El lanzamiento era saludado con exclamaciones de júbilo, y los gritos agudos de las mujeres y niños cubrían las voces de los hombres.
Bajamos del carro.
Dios mío, dijo Fabiana. Cão y yo nos quedamos callados. ¿Qué decir? Solo miramos, y miramos, y miramos al Cabrón que subía lentamente a los cielos, mientras en las guías explotaban los cohetes y los fuegos artificiales despedían fulgores creando una claridad que iluminaba hasta donde la vista podía alcanzar.
Fabiana volvió al carro y se sentó en el asiento de atrás en silencio.
Cão y yo continuamos mirando el globo hasta que quedó del tamaño de una estrella en el cielo.
Una vez más, no logré hacer contacto por la radio con la tropa de choque que estaba en Caxias jodiéndose y jodiendo a los otros. Sentí hambre. Pregunté si alguien más quería comer alguna cosa. Solamente Cão respondió.
Nos detuvimos en una lonchería. Fabiana tomó una agua mineral. Todos mis intentos por hacerla decir alguna cosa fueron inútiles. Cão hablaba del globo. Palpitaba en la altura, el diámetro, tantas decenas de millares de metros cúbicos de aire caliente habría dentro de él que iría a caer en Minas Gerais, o en Espírito Santo, o en São Paulo, y que no era un gringo de mierda que se cogía a las mulatas inocentes, farsante de Cabo Cañaveral, el que había calculado la trayectoria.
Volvimos por la Linha Vermelha.
¿Qué es aquello? ¿Qué es aquello?, gritó Cão.
La Linha Vermelha ? tiene una topografía plana y un amplio horizonte y circulando por ella se puede ver toda la bóveda celeste. O casi toda.
¿Qué es aquello? ¿Qué es aquello?, dijo Cão, excitado.
El globo, dijo Fabiana. La segunda vez que abría la boca en toda la noche.
Ahí estaba.
¿Cómo es posible? Imposible, gritó el detective.
Es él, el Cabrón. Alguna cosa le ocurrió a la mecha, dije.
Podíamos ver el globo volando lentamente. Fuimos tras él. El carro iba a veinte por hora. Un policía de motocicleta se detuvo a un lado. ¿Cuál es el problema?, preguntó. Le mostré mi credencial, estoy siguiendo aquel globo. Va hacia Penha, dijo el patrullero y arrancó en la motocicleta. Seguimos el globo. A cada momento deteníamos el carro. Va a caer en el aeropuerto, decía Cão, no, está cambiando de rumbo, va para Ramos, no, está yéndose para São Cristóvão. Tardamos un tiempo enorme sin saber para dónde ir. Hasta que decidimos que iba hacia el centro de la ciudad.
Tomamos la salida de la Cidade Nova y paramos en el canal del Mangue para observar el animal aquel. El globo había perdido mucha altura, su energía se estaba acabando, caía muy aprisa. Se desviaba hacia la Zona Sur, iba a caer dentro de algunos minutos y para llegar antes atravesamos el Rio Branco pasándonos todos los semáforos, agarramos el terraplén a doscientos por hora, atravesamos el túnel de Copacabana, salimos en la Atlántica, siempre a más de ciento cincuenta, en la madrugada es fácil. Cuando llegamos a la Vieira Souto vimos que el globo estaba cayendo al mar, frente a las islas Cagarras, a unos dos mil metros de la playa.
El Caveirinha ya estaba ahí, en la playa de Leblon, en una pick-up japonesa nuevecita. Su grupo sabía calcular los vientos. Él y el personal de captura, y también Zé de Souza, y un sujeto de barba blanca que debía ser mechero Silva Mattoso contemplaban en silencio la caída del globo al mar. El sol rayaba a la izquierda, a la altura del Arpoador, y hacía brillar el papel metálico que cubría el globo. Había dos carros más, alejados uno del otro, de globeros rivales, y los hombres dentro de los carros estaban inmóviles contemplando el espectáculo en silencio.
Habría ocurrido una masacre si el mayor globo del mundo hubiera caído en tierra.
Nuestro carro se detuvo atrás de la pick-up del Caveirinha. Algunos de los hombres de la captura, con el bulto de las armas de fuego que se notaba en las camisas, bajaron a la playa y se sentaron en la arena, mirando. Uno de ellos, desanimado, dejó caer la cabeza sobre las rodillas. Aquel globo no había sido hecho para volar solo cincuenta kilómetros y caer en el lugar equivocado.
El globo parecía mayor que el cerro de piedra del islote Cagarra, que queda a la izquierda del conjunto de islas. Cayó lentamente y tocó el mar, primero la armazón de banderines, después la hilera de faroles ya apagados, después las cuerdas con fuegos artificiales, hasta que la inmensa boca de fierro se posó en el océano y el globo se quedó inmóvil, una carabela fantástica sobre el mar en calma. Se mantuvo inflado mucho tiempo, antes de desaparecer en las aguas.
Fabiana lo presenció todo, el rostro muy pálido.
Zé, gritó Cão.
Zé de Souza se acercó a nuestro carro, los binoculares colgando en el pecho. ¿Tú por aquí, Cão?
Zé, ¿el mechero es Silva Mattoso?
El viejo se va a morir de tristeza, la mecha pifió.
Nosotros también queríamos el globo, Zé.
No fue creado para ser prisionero, ni para morir en el mar como si fuera un marinero. Era mejor que hubiera estallado y caído en la tierra como una bola de fuego, incendiando el mundo. Dan ganas de llorar, dijo Zé de Souza.
Que se jodan los bosques, dijo Cão.
Que se jodan los bosques, repitió el rastreador. Vámonos, Diogo Cão, dije.
Doctor, si a usted no le importa, me voy a quedar aquí.
Está bien, dije, y el detective se fue con el rastreador a juntarse con los globeros. Cuando arranqué el carro Cão estaba abrazando al viejo Silva Mattoso.
¿Quieres que te lleve a tu casa?
Sí, por favor. Estoy cansada.
Fabiana vivía en la calle de las Laranjeiras. Cuando entramos al túnel Rebouças me dijo, te amo.
No hablamos del globo. Ni en el túnel ni en la cama, ni después tomando café con leche, ni en todo aquel día, ni nunca más.
*FIN*