El Justo erguía, recto, sus sólidas caderas: un rayo le doraba los hombros; el sudor me invadió: «¿Quieres ver bólidos que rutilan y, puesto en pie, escuchar cómo zumba el fluir de los lácteos astros y enjambres de asteroides?
»En farsas nocturnales alguien te está espiando. Oh justo. Te es preciso un techo. Calla y reza, tapado por las sábanas, dulcemente purgado, y si algún errabundo llamara a tu ostiano , le dices: “¡Márchate, Hermano, estoy lisiado”.»
Pero el Justo seguía de pie, en el espanto azulón de la hierba, debajo del sol muerto . «Y, ¿no pondrás en venta tus tristes rodilleras, oh Anciano? ¡Peregrino sacro, Bardo de Armor, Llorón de los Olivos, mano que el amor calma!
»Barba de la familia , puño de la ciudad, creyente manso: ¡Alma que se derrama en cálices , majestades, virtudes, amor y ceguedad, ¡Justo!, más tonto y más inmundo que una perra. ¡Yo soy aquel que sufre pero se ha rebelado!
»Me río a carcajadas, oh estúpido, me muero de risa en la esperanza de tu burdo perdón. Estoy maldito , sabes, borracho, loco, lívido. ¡Y qué quieres! Pues vete a dormirte, oh Justo, ¡Poco me importa a mí tu torpedo cerebro!
»¡Tú eres el justo, ¿no?, el justo, y eso basta! Hay que admitir que, mansas, tu ternura y razón resoplan en la noche igual que los cetáceos, que te has hecho proscrito, y que vomitas trenos por espantosas flautas, caducas y chascadas.
»¡Y eres ojo de Dios, cobarde! Pero, incluso, si el frío de sus pies me oprimiera la nuca eres cobarde. ¡Oh frente infectada de liendres! Sócrates y Jesús, Santos y Justos ¡qué asco! ¡Respetad al Maldito supremo, en noches cruentas!»
Todo esto vomité sobre el mundo, y la noche blanca y tranquila henchía el cielo en mi delirio. Y, cuando alcé mi frente, el fantasma se iba, llevándose el atroz sarcasmo de mis labios… ¡Venid, vientos nocturnos, para hablarle al Maldito!
Mientras, silencioso, bajo enormes pilastras de azul , desperezando los cometas y nudos del universo, enorme conmoción sin desastres, el Orden, cual vigía, rema en el firmamento y de su draga en fuego brotan hileras de astros.
¡El justo, que se vaya, atada la corbata del oprobio a su cuello, rumiando mi pesar, dulce como el azúcar en el diente podrido. ––Como la perra, tras la embestida del perro, lamiéndose el costado del que cuelgan sus tripas.
¡Que invoque caridades mugrientas y progresos… ¡ ––Yo desprecio los ojos de esos chinos panzudos¬ y luego tararee como un montón de niños que van morir, tontos de imprevistas canciones: ¡Justos, nos cagaremos en vuestros vientres huecos!
|