El paraíso perdido – Libro XII
[Poema - Texto completo.]
John Milton
Como un viajero que se detiene a la mitad de la jornada, aunque deseoso de llegar al término, así el arcángel hizo una pausa entre el mundo destruido y el mundo restaurado, suponiendo que quizá Adán tendría alguna observación que dirigirle. En breve continuó su relato por medio de una suave transición.
“Acabas de ver el principio y el fin de un mundo y al hombre saliendo como de un segundo tronco. Aun te queda mucho que ver, pero observo que tu vista mortal desfallece. Los objetos divinos deben por necesidad debilitar los sentidos humanos por eso ahora me limitaré a referirte lo que debe acaecer; escucha, pues, con la debida solicitud y está atento.
Mientras esta segunda raza de hombres sea poco numerosa, y mientras se conserve fresco en su memoria el recuerdo del reciente y terrible juicio, temiendo a la Divinidad y respetando lo que es recto y justo, llevarán una vida arreglada y se multiplicarán rápidamente. Labrarán la tierra, recogerán abundantes cosechas de trigo, vino, aceite y sacrificando a menudo un toro, un cordero, un cabrito de su rebaño con abundantes libaciones de vino, instituirán fiestas sagradas y pasarán sus días en medio de un gozo inocente; habitarán en paz durante largo tiempo, divididos en tribus y en familias bajo el cetro paternal, hasta que salga un hombre de corazón soberbio y ambicioso que, no satisfecho con tan bella igualdad, con tan fraternal estado, pretenderá arrogarse una dominación injusta sobre sus hermanos, y despojar enteramente a la concordia y a la ley de la Naturaleza de la posesión de la tierra. Se dedicará a la caza; su presa serán los hombres y no los animales, y hará cruda guerra y preparará hostiles emboscadas a los que se resistan a someterse a su imperio tiránico. Por esto será llamado forzudo cazador delante del Señor, pretendiendo haber obtenido del Cielo, a pesar del mismo Cielo, esta segunda soberanía. Su nombre se derivará de rebelión, aunque acusará de rebelión a los demás.
Este hombre seguido de una multitud unida a él por una ambición semejante, o puesta a sus órdenes para participar de su tiranía, encontrará en su marcha desde el Edén al Occidente una llanura, donde hierve, saliendo de la tierra, una boca del infierno, antro negro y bituminoso. Con la materia que de él se escapa y con ladrillos, se preparan aquellos hombres a construir una ciudad y una torre cuya cúspide pueda llegar al cielo y eternizar su nombre, temerosos de que, al dispersarse por extrañas tierras, llegue a dispersarse por extrañas tierras, llegue a perderse su memoria, pero sin cuidarse de que su fama sea buena o mala. Mas Dios, que sin ser visto desciende con frecuencia a visitar a los hombres y que circula por sus moradas a fin de examinar sus obras, al verlos, baja para observar la ciudad antes de que la torre ofusque a las torres del cielo, y distribuye por irrisión en sus lenguas cierto espíritu de variedad, con objeto de disipar desde luego su lenguaje nativo, reemplazándolo con un discordante rumor de palabras desconocidas. Inmediatamente se sigue una repugnante algazara entre los arquitectos, se llaman los unos a los otros sin entenderse, hasta que, roncos ya y furiosos, creyéndose escarnecidos, llegan a las manos, grandes carcajadas resonaron en el cielo al oír el ruido y al ver el aspecto de aquel extraño tumulto. Por último, fue abandonada la ridícula construcción de esta obra que se llama Confusión”,
Entonces Adán, como padre, afligido, exclamó:
“¡Oh hijo execrable! ¡Aspirar a elevarse sobre sus hermanos, atribuyéndose una autoridad usurpada, que no le ha sido concedida por Dios! El Eterno nos otorgó tan sólo un dominio absoluto sobre el bruto, el pez y el ave; este derecho es un don suyo; pero no ha hecho al hombre señor de los hombres, sino que, reservando semejante título para sí mismo, ha dejado lo humano libre de lo que es humano. Mas ese usurpador no se limita en su orgullo a dominar al hombre, sino que con su torre pretende desafiar y asaltar al Eterno. ¡Oh miserable! ¿Cómo podrá llevar a tanta altura los elementos necesarios para él y para su temerario ejército? ¿Cómo podrá elevarse sobre las nubes, donde el aire sutil hará desfallecer sus groseras entrañas, y le hará padecer hambre de respiración, si no de pan?”
Miguel le respondió:
“Con justicia aborreces a ese hijo, que introducirá tal turbulencia en el estado tranquilo de los hombres, esforzándose en subyugar la libertad racional. No obstante, debes saber también que, desde el pecado original se ha perdido la verdadera libertad, hermana gemela de la recta razón que habita siempre con ella y que fuera de ella no tiene motivos de existencia; porque en cuanto la razón se oscurece en el hombre o no es obedecida por él, los deseos desordenados y las tumultuosas pasiones se apoderan del imperio de la razón y reducen a la esclavitud al hombre, libre hasta entonces. Por consiguiente ya que el hombre permite que reinen en su interior indignos ascendientes sobre la razón libre, Dios, por un justo decreto, la somete exteriormente a violentos tiranos, que con frecuencia esclavizan a su vez indebidamente su libertad exterior; así, pues es preciso que la tiranía exista, aunque el tirano no tenga excusa para serlo; y sin embargo, a veces las naciones decaerán tanto de la virtud (que es la razón), que se verán privadas de toda libertad, no por la injusticia, sino por la equidad y por alguna maldición fatal que pese sobre ellas, después de la pérdida de su libertad interior. Testigo de ello es el insolente hijo del constructor del arca, que expiando la afrenta que infirió a su padre, oyó tronar contra su raza esta abrumadora maldición: “Tú serás siervo de los siervos”.
De esto se concluye que, así este último mundo como el primero irán de cesar mal en peor, hasta que Dios cansado al fin de sus iniquidades se retire de en medio de los hombres y aparte de ellos sus santas miradas, resuelto a abandonarlos para siempre en sus propias vías de corrupción, y a escoger entre todas las naciones un pueblo de quien sea invocado, un pueblo del que nazca un hombre lleno de fe, y que, residiendo aún en las riberas del Eufrates, haya sido criado en la idolatría.
¿Podrás creer que los hombres, aun en vida del patriarca salvado del Diluvio, han de llegar a ser tan estúpidos que abandonen al Dios vivo y se rebajen a adorar como dioses sus propias obras de madera y de piedra? A pesar de esto, el Todopoderoso se dignará mandar a aquel hombre por medio de una visión que salga de la casa de su padre, del seno de su familia y de entre los falsos dioses y se dirija a un país que le indicará, hará proceder de él un poderoso pueblo, y derramará sobre él sus bendiciones, de modo que en su raza todas las generaciones serán bendecidas.
Este hombre obedece puntualmente, y aunque no conoce la tierra adonde se encamina, cree, sin embargo, firmemente. Veo, aunque tú no puedas verlo, con qué fe abandona sus dioses, sus amigos, su suelo natal, Ur de Caldea ya pasa el vado en Harán, siguiéndole una muchedumbre incómoda de rebaños, acémilas y numerosos servidores; no camina con pobreza, pero confía toda su riqueza a Dios, que le llama a una tierra desconocida. Ahora llega a Canaán; veo sus tiendas levantadas en los alrededores de Siquén, y en la vasta llanura de Moreh, allí recibe la promesa de que será concedida a su posteridad toda la tierra que hay desde Hamat, que está al Norte, hasta el desierto que está al Sur, llamo a estos lugares por sus nombres, a pesar de que ahora carecen de ellos; desde Hermon al Levante, hasta el gran mar occidental. Aquí el monte Hermon, allí, el mar. Mira cada sitio en perspectiva conforme voy indicándotelos con la mano; junto a la plaza, el monte Carmelo, aquí, el río que nace en dos fuentes, el Jordán, verdadero límite oriental, pero los hijos de aquel hombre habitarán en Senir, esa larga cadena de colinas.
Considera además, que todas las naciones de la tierra, serán bendecidas en la raza de este hombre, que es la designada para que salga de ella tu gran Libertador, el que que quebrantará la cabeza de la serpiente, cuyo suceso te será pronto rebelado con más claridad.
Este bendito patriarca, que en un tiempo determinado será llamado el fiel Abrahán dejará un hijo y de este hijo un nieto, igual a él en fe, en sabiduría y en renombre. El nieto, con sus doce hijos, partirá de Canaán para una tierra que será llamada Egipto andando el tiempo y está dividida por el río Nilo. Míralo cómo corre por ese lado y se precipita en el mar por siete bocas. El padre va a morar en aquel país por un tiempo de escasez, invitado a ello por uno de sus hijos más jóvenes, cuyas dignas acciones le han elevado al segundo puesto en aquel reino de Faraón.
Muere dejando una posteridad, que llega a formar en breve una gran nación. Esta nación, cada vez más numerosa, causa inquietudes a un nuevo rey que procura detener el rápido crecimiento de aquellos extranjeros importunos, y dando al olvido los deberes de la hospitalidad, convierte en esclavos a sus huéspedes y condena a la muerte a sus hijos varones hasta que dos hermanos, Moisés y Aarón, son enviados por Dios para arrancar a aquel pueblo de la cautividad y volverlo a conducir con gloria y cargado de botín hacia su tierra prometida.
Pero antes que suceda esto, aquel tirano sin ley, que se niega a reconocer a su Dios o a respetar su mensaje, debe verse obligado a ello con señales y juicios terribles; los ríos deben convertirse en sangre que no se habrá derramado, las ranas, los insectos y las moscas invadirán el palacio del monarca, y llenarán todo el país con su asquerosa invasión. Los rebaños del rey deben morir de la peste; las úlceras y los tumores deben hinchar su carne y la de todo su pueblo. El trueno acompañado de granizo y el granizo acompañado del fuego deben desgarrar todo el cielo de Egipto y caer en torbellinos sobre la tierra, devorando todo cuanto encuentren. La hierba, fruta o grano que no devoren, deben ser comidos por una nube de langostas aparecidas como un inmenso hormiguero, sin dejar nada verde sobre la tierra. Las tinieblas palpables deben borrar todos los límites y hacer desaparecer tres días: por último, durante una noche, deben ser simultáneamente heridos de muerte todos los primogénitos de Egipto.
Domado de este modo por diez plagas el Dragón del río consiente al fin en dejar marchar a los extranjeros y su obstinado corazón se humilla varias veces, pero es como el hielo, que se endurece más después del deshielo. Persiguiendo en su furor a los mismos a quienes había dado permiso para partir, se ve sepultado con todo su ejército en el mar, que deja paso a los extranjeros como sobre un terreno seco entre dos muros de cristal, las olas contenidas por respeto a la vara de Moisés, permanecen divididas de esta suerte, hasta que el pueblo emancipado consigue ganar la orilla opuesta. Tal es el prodigioso poder que Dios prestará a su profeta, aunque, sin embargo, estará siempre presente en su ángel que marchará delante de esos pueblos en una nube y una columna de fuego; durante el día, en la primera y durante la noche en la segunda, a fin de guiarlos en su camino, o de colocarse entre ellos y el monarca obstinado que los persigue. El rey los perseguirá toda una noche, pero se interpondrán las tinieblas y los defenderán de su encuentro hasta que nazca el día; entonces Dios, mirando por entre la columna de fuego y la nube, romperá las ruedas de sus carros, en seguida Moisés, por orden suya, extenderá otra vez su poderosa vara, caerá sobre los batallones del Egipto, sepultando en el abismo todo su bélico aparato.
La raza escogida y libertada se adelanta desde la playa hacia Canaán, a través del inhabitado desierto, pero no toma el camino más corto, para evitar que, en su inexperiencia de la guerra, se acobarde al entrar en el país de los cananeos alarmados y que el pavor la induzca a volverse a Egipto, prefiriendo arrastrar una vida sin gloria reducida a la esclavitud, porque la vida pacífica es más dulce al noble y al que no es noble cuando no se ven impelidos por la temeridad.
Su larga permanencia en el desierto no dejará de ser provechosa a ese pueblo, que echará en él los cimientos de su gobierno, y elegirá entre las doce tribus su gran senado, encargado de mandar a tenor de las leyes prescritas. En el monte Sinaí, cuya oscura cumbre temblará cuando el Señor descienda a ella, el mismo Dios, en medio del trueno, de los relámpagos y del estrepitoso clamor de las trompetas, dará leyes a ese pueblo. Una parte de ellas estará consagrada a la justicia civil, la otra a las ceremonias religiosas de los sacrificios; estas ceremonias darán a conocer por medio de tipos y de figuras misteriosas al que está destinado de entre aquella raza para quebrantar a la serpiente, y los medios de que se valdrá para llevar a cabo la redención del género humano.
Pero la voz de Dios es terrible para el oído mortal; las tribus escogidas le suplican que haga conocer su voluntad por conducto de Moisés y que haga cesar el terror; Él les concede lo que le suplican, haciéndoles saber que no se puede llegar hasta Dios sin mediador, de cuyo elevado carácter se reviste entonces Moisés, a fin de preparar el camino a otro Mediador más grande, cuya llegada predecirá fijando el día, y todos los profetas, que le sucederán de edad en edad, cantarán el tiempo del gran Mesías.
Establecidas ya las leyes y los ritos, serán tan agradables a los ojos de Dios aquellos que le obedezcan de buena voluntad, que se dignará colocar en medio de ellos su tabernáculo, para que el Santo y el Único habite con los hombres mortales. Se fabricará un santuario de cedro revestido de oro, en la forma que Él ha prescrito. En este santuario habrá un arca, y en aquel arca, su testamento, el título de su alianza. Sobre ella se eleva el trono de oro de la misericordia sostenido por las alas de dos brillantes querubines. Ante el trono arden siete lámparas representando, como en un zodíaco, las antorchas del cielo. Sobre la tienda descansará una nube durante el día, y un rayo de fuego durante la noche; y conducidas por el ángel del Señor, llegarán por último a la tierra prometida a Abrahán y a su descendencia.
Lo demás sería muy prolijo de referir, sangrientas batallas, reyes vencidos y reinos conquistados; el sol deteniéndose inmóvil en medio del cielo durante un día entero y demorando el curso ordinario de la noche, a la voz de un hombre que diga: “Sol, detente sobre Gabaón; y tú, luna, sobre el valle de Ayalón, hasta que haya vencido Israel” Así se llamará el tercer descendiente de Abrahán, hijo de Isaac, y ese nombre pasará de él a su posteridad, que se establecerá victoriosa en Canaán”
Aquí Adán interrumpió al ángel, diciéndole:
“¡Oh enviado del cielo, antorcha de mis tinieblas, cuán bellas cosas me has revelado, en particular las que se refieren al justo Abrahán ya su raza! Ahora observo por vez primera que mis ojos están verdaderamente abiertos y consolado mi corazón. Antes me tenía dolorosamente perplejo la idea de lo que podía acontecerme a mí y a todo el género humano; pero ahora veo su día, el día de Aquel, en quien todas las naciones serán bendecidas, favor que no he merecido, yo, que buscaba la ciencia prohibida valiéndome de medios prohibidos. Sin embargo, hay algo que no comprendo bien: ¿por qué no se han dado tantas y tan distintas leyes a aquellos entre quienes Dios se dignará habitar en la tierra? Tantas leyes suponen otros tantos pecados, y siendo así, ¿cómo es posible que Dios resida entre semejantes hombres?”
“No dudes -respondió Miguel-, que el pecado, como engendrado por ti, reinará entre ellos, y por esta razón se le ha dado la ley para atestiguar su depravación natural, que excita sin cesar al pecado a luchar contra la ley, si bien puede descubrir el pecado no es capaz de oponerle más que débiles y figuradas sombras de expiación, tales como la sangre de los toros y de los machos cabríos, deducirán que alguna sangre más preciosa debe pagar la deuda humana, la del justo por el justo, a fin de que en esta justicia que les será aplicada por la fe, encuentren su justificación para con Dios y la paz de la conciencia, que la ley no puede calmar con sus ceremonias, pues que al hombre no le es posible cumplir la parte moral de la ley, y no cumpliéndola, no puede vivir.
Así es que la ley parece imperfecta y dictada solamente para disponer a los hombres en la plenitud de los tiempos, a una alianza mejor, para hacerles pasar, disciplinados ya, desde las sombras simbólicas a la verdad, de la carne al espíritu, de la imposición de estrechas leyes a la libre aceptación de una alta gracia, del temor servil al respeto filial, de las obras de la ley a las obras de la fe.
Por esta razón, Moisés, aunque tan particularmente amado de Dios, no siendo más que el ministro de la ley, se verá privado de conducir al pueblo a Canaán: el que lo conduzca será Josué, llamado Jesús por los gentiles, Jesús, que llevará el nombre y ejercerá el cargo del que debe domar a la serpiente enemiga y conducir con seguridad al eterno paraíso del reposo al hombre, largo tiempo sumido y extraviado en la soledad del mundo.
Los israelitas, colocados en su Canaán terrestre, morarán en él y prosperarán durante mucho tiempo, pero cuando los pecados de la nación hayan alterado la paz general, obligarán a Dios a suscitarles enemigos, de quienes los librará tantas veces cuantas se muestren penitentes, primero por medio de los jueces, después por los reyes, el segundo de éstos, célebre por su piedad y por sus grandes acciones, recibirá la promesa irrevocable de que su trono subsistirá para siempre. Todas las profecías anunciarán igualmente que de la estirpe real de David, saldrá un Hijo, el Hijo de la raza de la mujer, que te ha sido predicho, que será predicho a Abrahán como aquel en quién esperan todas las naciones, el que ha sido predicho a los reyes, como el último de ellos, porque su reinado no tendrá fin.
Pero antes habrá una larga sucesión de reyes, el primero de los hijos de David, célebre por su opulencia y su sabiduría, colocará en un templo soberbio el arca de Dios cubierta con una nube, arca que hasta entonces habrá vagado de tienda en tienda. Una parte de los que sucederán a este príncipe será inscrita en el número de los buenos reyes y la otra en el de los malos: la lista más larga será la de los malos. Las vergonzosas idolatrías y demás pecados de estos últimos, sumados con las iniquidades del pueblo, irritarán a Dios de tal modo, que se apartará de ellos, abandonará su tierra, su ciudad, su templo, su arca santa con todas las cosas sagradas, las cuales serán entregadas al desprecio y convertidas en botín de aquella orgullosa ciudad cuyas altas murallas has visto abandonadas en la confusión, por cuyo motivo será llamada Babilonia.
Allí deja Dios a su pueblo, que gime cautivo por espacio de setenta años, en seguida le libra del cautiverio, movido por su misericordia y por la alianza que juró a David, invariable como los días del cielo. Vueltos de Babilonia con el beneplácito de los reyes, sus señores, a quienes Dios predispondrá a favor de los israelitas, se dedicarán desde luego a reedificar la casa de Dios. Durante algún tiempo vivirán en la moderación y en una justa medianía, pero al acrecentarse su opulencia y su número se dividirán en facciones: la primera disensión nacerá entre los sacerdotes, hombres destinados al culto, y que por lo mismo deberían ser los que más se esforzaran en mantener la paz: su discordia será causa de que entre la depravación hasta en el mismo templo: se apoderarán por fin del cetro, sin miramiento a los hijos de David; pero este cetro, que perderán en seguida, pasará a manos de un extranjero, a fin de que el verdadero Rey Ungido, el Mesías, pueda nacer despojado de su derecho.
A su advenimiento, una estrella, que jamás había sido vista en el cielo, proclama su venida, y guía a los sabios de Oriente que van en busca de su morada, para ofrecerle oro, incienso y mirra. Un ángel solemne manifiesta el lugar de su nacimiento a unos sencillos pastores, que velan durante la noche. Acuden presurosos llenos de júbilo y oyen el himno de la Natividad cantado por un coro de ángeles. Un virgen es su Madre, pero su Padre es el poder del Altísimo. Subirá sobre el trono hereditario y extenderá los confines de su reino por los anchos limites de la tierra y su gloria por los cielos”.
Miguel se detuvo, reparando que Adán estaba dominado por un gozo tan vivo que se parecía al dolor; bañado en llanto, sin respiración y sin palabras, al fin pudo exhalar estas:
“¡Oh profeta de agradables noticias, que colmas mis más gratas esperanzas! Ahora comprendo claramente lo que mis profundas meditaciones en vano han procurado muchas veces indagar: porque el objeto de nuestra gran expectación será llamado la raza de la mujer. ¡Yo te saludo, oh Virgen Madre, que tan alta está en el amor de los cielos! Sin embargo saldrás de mis riñones, y de tus entrañas saldrá el Hijo del Dios Altísimo, uniéndose Dios de este modo con el hombre. Ahora es forzoso que la serpiente espere con mortal pena el quebrantamiento de su cabeza. Pero dime: ¿Cuándo y dónde será el combate? ¿Qué golpe herirá el talón del vencedor?”
Miguel le contestó:
“No te imagines que su combate será lo mismo que un duelo ni pienses en heridas locales en el talón o en la cabeza, el Hijo no reúne a la humanidad a la divinidad para vencer a tu enemigo con más fuerza, ni tampoco será dominado de esta suerte Satanás, a quien su caída del cielo, herida la más mortal que podía recibir, no le impedido herirte de muerte. El Salvador que acude a ti, ése será el que te cure; pero no destruyendo a Satanás, sino a sus obras en ti y en tu raza; lo cual no puede suceder sino cumpliendo lo que tú no has cumplido, la sumisión a la ley de Dios, impuesta bajo la pena de muerte y sufriendo esta muerte debida a tu desobediencia y a la desobediencia de los que deben nacer de ti.
Únicamente de este modo puede quedar satisfecha la soberana justicia. Tu Redentor cumplirá exactamente a la ley de Dios, por obediencia y por amor a la vez, aunque el amor sólo baste para cumplir la ley. Sufrirá tu castigo ofreciéndose en carne humana a una vida llena de ultrajes y a una muerte maldita, anunciando la vida a todos los que tenga fe en su redención y crean que la obediencia del Salvador les será imputada, que ésta se ha hecho suya por la fe y que serán salvados por los méritos de Él, y no por sus propias obras, aunque éstas estén conformes con la ley. Por esto será aborrecido, blasfemado, detenido con violencia, juzgado, condenado a muerte como infame y maldito, enclavado en una cruz por su propia nación y muerto por haber dado la vida. Pero enclavará en su cruz a tus enemigos; la sentencia dictada contra ti y los pecados de todo el género humano serán crucificados con Él, y nada podrá dañar en adelante a los que confíes justamente en su satisfacción.
Muere, pero revivirá en breve. La muerte no ejercerá sobre Él un prolongado dominio; antes que aparezca la tercera aurora, las estrellas de la mañana le verán levantarse de su tumba, fresco, como la luz naciente y pagado ya el rescate que redime de la muerte al hombre. Su muerte salvará al hombre, siempre que no descuide una vida ofrecida de tal modo y aprecie todo su mérito con una fe no desprovista de obras. Este acto divino anula tu sentencia, esa muerte que deberías sufrir envuelto en el pecado, borrado para siempre del libro de la vida, este acto quebrantará la cabeza de Satanás, aniquilará su fuerza con la derrota del Pecado y de la Muerte sus principales armas cuyo aguijón se hundirá en su cabeza mucho más profundamente que no herirá la muerte temporal el talón del vencedor o de los redimidos por Él, porque esta muerte es como un sueño, un dulce tránsito hacia la vida inmortal.
Después de la resurrección, no permanecerá en la tierra más tiempo que el suficiente para aparecerse a sus discípulos, hombres que le siguieron siempre durante su vida. Les encargará que enseñen a las naciones lo que de Él aprendieron, bautizando en la corriente de las aguas a los que crean, cuya señal, lavándolos de la mancha del pecado para una vida pura, los preparará en espíritu, si así fuere necesario a una muerte semejante a la del Redentor. Aquellos discípulos instruirán a todas las naciones; porque a partir de este día, se predicará la salvación, no tan sólo a los hijos salidos del tronco de Abrahán, sino también a los hijos de la fe de Abrahán, por todo el mundo, de ese modo, todas las naciones serán benditas en la raza de Abrahán.
En seguida, el Salvador subirá victorioso al cielo de los cielos, triunfante de sus enemigos y de los tuyos, atravesará los aires, sorprenderá en ellos a la serpiente, príncipe del aire, la arrastrará encadenada a través de todo su reino y la dejará en él confundida. Entonces entrará en la gloria, volverá a ocupar su puesto a la diestra de Dios, altamente exaltado sobre cuanto hay más elevado en el cielo. Cuando esté próxima la disolución de este mundo, vendrá desde allí, rodeado de su gloria y de su poder, a juzgar a los vivos y a los muertos, pero a recompensar a los fieles y a recibirlos en su beatitud, sea en el cielo o en la tierra, porque entonces, la tierra será toda un paraíso, una mansión mucho más dichosa que la del Edén, y en la cual transcurrirán días infinitamente más felices”.
Así habló el arcángel Miguel e hizo una pausa, como si hubiese llegado ya el gran período del mundo. Nuestro primer padre, lleno de gozo y admiración, exclamó:
“¡Oh bondad infinita, bondad inmensa que el del mal hará salir todo este bien y cambiará en bien el mal! ¡Maravilla mucho grande que la que en el principio de la Creación hizo salir la luz de las tinieblas! Estoy lleno de dudas, no sé si debo arrepentirme ahora del pecado que he cometido y ocasionado o alegrarme más bien de él, pues que será causa de un bien mayor; a Dios le dará más gloria, a los hombres mejor voluntad de parte de Dios y la gracia superabundante reinará donde antes abundaba la cólera. Pero dime: si nuestro Libertador ha de subir otra vez a los cielos, ¿qué será del corto número de sus fieles abandonados entre la muchedumbre de infieles, enemigos de la verdad? ¿Quién guiará entonces a su pueblo? ¿Quién lo defenderá? ¿No serán tratados sus discípulos peor de lo que Él mismo lo ha sido?”
“Ciertamente, lo serán -dijo el ángel-, pero desde el cielo Él enviará a los suyos un Consolador, la promesa del Padre, su Espíritu que habitará en ellos y escribirá en su corazón la ley de la fe, empleando tan sólo el amor para guiarlos por la senda de la verdad. Además, los revestirá de una armadura espiritual, capaz de resistir a los ataques de Satanás y de embotar sus dardos de fuego. No les atemorizará nada de cuanto el hombre pueda intentar contra ellos, ni aun la misma muerte. Se verán recompensados de aquellas crueldades con consuelos interiores y muchas veces, confortados hasta el punto de que su firmeza cause admiración a sus más fieros perseguidores; porque el Espíritu descendiendo primero sobre los apóstoles, que el Mesías enviará a evangelizar a las naciones, y después sobre todos los bautizados, llenará a aquéllos de maravillosos dones para hablar todas las lenguas y hacer todos los milagros que el Señor hacía en su presencia. Inducirán de este modo a una gran multitud en cada nación a recibir con delicia las nuevas traídas del cielo, y por último, cumplida su misión, terminada su carrera y escrita su doctrina y su historia morirán.
Pero en su puesto y conforme a sus predicciones, los lobos sucederán a los pastores, lobos voraces, que harán servir los sagrados misterios del cielo en provecho de sus viles designios de codicia y ambición, y que, valiéndose de supersticiones y tradiciones falsas corromperán la verdad que se depositó pura únicamente en aquellos libros sagrados, pero que sólo el Espíritu puede comprender.
Se esforzarán entonces en prevalecerse de títulos, nombres y alcurnias y en unir a éstos el poder temporal, si bien, fingiendo que ejercen únicamente el poder espiritual, apropiándose el Espíritu de Dios, prometido y dado a todos los fieles. En tal pretensión, se impondrán por la fuerza carnal leyes espirituales a cada conciencia, leyes que nadie encontrará escritas entre las que se han confiado a los libros santos o que el Espíritu graba interiormente en el corazón.
¿Qué pretenderán sino violentar el Espíritu de las misma gracia y encadenar la Libertad, su compañera? ¿Qué querrán más que demoler los templos vivos de Dios, construidos duraderos por la fe, su propia fe, no la de otro? Porque en contra de la fe y de la conciencia, ¿quién puede ser considerado en la tierra como infalible? Sin embargo, muchos tendrán semejante presunción, y de aquí se originará una opresora persecución contra los que perseveren en adorar en espíritu y en verdad. El resto, que será el mayor número, creerá dejar satisfecha a la religión con ceremonias exteriores y formalidades especiosas. La verdad se retirará, traspasada por los dardos de la calumnia y apenas podrán hallarse las obras de fe.
Así marchará el mundo, funesto para los buenos, favorable para los malos, y gimiendo bajo su propio peso hasta que aparezca el día de reposo para el justo y de venganza para el malo; día del regreso de Aquel que hace poco te ha sido prometido en tu ayuda, del Hijo de la Mujer, entonces anunciado vagamente, ahora más ampliamente conocido como tu Salvador y tu Maestro.
Finalmente, descenderá del cielo sobre las nubes para ser revelado en la gloria de su Padre y para disolver a Satanás con su mundo perverso. Entonces, de esa masa abrasada, purificada y refinada por medio del fuego, han de salir nuevos cielos, una nueva tierra, edades interminables, fundadas sobre la justicia, la paz, el amor y cuyos inmediatos frutos serán la alegría y la felicidad eterna”.
El ángel terminó y Adán le replicó por última vez:
“¡Bienaventurado profeta! ¡Cuán rápidamente has explorado este mundo fugitivo y el curso del tiempo hasta el día en que se detendrá inmóvil! Más allá, todo es abismo, eternidad, cuyo fin no puede alcanzar mirada alguna. Partiré de aquí sumamente instruido y con una completa tranquilidad de pensamiento, pues he recogido en el vaso de mi mente cuantos conocimientos podían caber en él; en aspirar a más ha consistido mi locura. Por esto deduzco que lo mejor es obedecer, amar a Dios, sólo con temor y caminar como si presenciara todos nuestros pasos, reconocer sin cesar su providencia, no depender de nadie más que de Él, que es misericordioso en todas sus obras, haciendo que el bien triunfe del mal, llevando a cabo con las cosas más pequeñas las más grandes, derribando la fuerza del mundo con los medios que se tienen por más débiles y al sabio del mundo, con la sencillez del humilde. En adelante sabré que sufrir por la causa de la verdad es elevarse con valor a la más alta victoria y que para el fiel, la muerte es la puerta de la vida. Descubro todo esto por el ejemplo de Aquel a quien reconozco ahora como mi Redentor para siempre bendito”.
El ángel replicó de este modo a Adán por la última vez:
“Sabiendo esas cosas, has alcanzado la mayor suma de sabiduría; deshecha la esperanza de elevarte más, aun cuando conocieras todos los astros por su nombre y todos los poderes etéreos, todos los secretos del abismos, todas las obras de la Naturaleza o todas las obras de Dios en el cielo, en el aire, en la tierra o en el mar; aun cuando gozaras de todas las riquezas de este mundo y le gobernaras como un solo imperio. Añade únicamente a tus conocimientos acciones que les correspondan, añada la fe, añade la virtud, la paciencia, la templanza, añade el amor, que en el porvenir será llamado caridad, alma de todo lo demás. Entonces tendrás menos sentimiento por haber salido de este Paraíso, pues llegarás a poseer en ti mismo un paraíso mucho más feliz.
Descendamos ahora de esta cumbre de especulación, pues ha llegado la hora fijada para que salgas de este lugar. ¡Mira! Esos guardas que he apostado sobre esa colina esperan la orden de ponerse en marcha; ante ellos ondea con violencia una espada centelleante en señal de destierro. No podemos permanecer aquí por más tiempo. Ve, despierta a Eva: también la he tranquilizado, valiéndome de dulces ensueños presagios del bien y he preparado todos sus sentidos a una humilde sumisión. En tiempo oportuno le participarás cuanto has oído, sobre todo lo que es importante que conozca su fe, la gran redención del género humano, que debe proceder de su raza, de la raza de la mujer. Así podáis vivir unidos en la fe, pues vuestros días serán numerosos, y aunque tristes, a causa de los pasados males, os servirá, sin embargo, de gran consuelo la meditación de un fin dichoso”.
Concluyó, y ambos descendieron de la colina. Cuando llegaron al pie de ella, Adán se adelantó presuroso hacia el sitio donde se había dormido Eva, pero la encontró despierta, y ella le recibió con estas palabras, que ya no rebelaban tristeza alguna:
“Sé de dónde vienes y adónde has ido, porque Dios está también en los sueños y los preside; los que me ha enviado cuando caí adormecida, abrumada por el pesar y lleno de angustia el corazón, han sido propicios anuncios de un gran bien; pero ahora guíame, que por mí no habrá ya demora, ir contigo es estar aquí, quedar aquí sin ti es salir de aquí involuntariamente. Tú eres para mi todo cuanto existe bajo el cielo, tú representas para todos los lugares, tú que por crimen voluntario te ves expulsado de aquí. Sin embargo, al alejarme de este sitio, llevo conmigo el tranquilizador consuelo de que, si bien todo se ha perdido por mi culpa, se ha concedido un favor, a pesar de mi indignidad: el de que de mí saldrá la raza prometida que lo reparará todo.”-
Así habló Eva, nuestra madre y Adán la escuchó lleno de gozo, pero no respondió una palabra; el arcángel estaba muy cerca y los querubines descendían en un orden brillante, desde la otra colina, hacia el sitio designado; se deslizaban casi resplandecientes meteoros sobre la tierra, lo mismo que se desliza sobre un pantano una neblina que, al caer la tarde, se eleva sobre un río e invade rápidamente el suelo, siguiendo los pasos del labrador que vuelve a su cabaña. Avanzaban de frente; ante ellos centelleaba furiosa, como un cometa, la espada fulminante del Señor; el tórrido calor que se desprendía de aquella espada y su vapor semejante al aire abrasado de Libia, empezaban a secar el clima templado del Paraíso; entonces el ángel dando prisa a nuestros lentos padres, los tomó de la mano y los condujo en derechura hacia la puerta oriental; desde allí los siguió apresuradamente hasta el pie de la roca, en la llanura inferior y desapareció.
Volvieron la vista atrás y contemplaron toda la parte oriental del Paraíso, poco antes su dichosa morada, ondulando bajo la tea centelleante; la puerta estaba defendida por figuras temibles y armas ardientes.
Adán y Eva derramaron algunas lágrimas naturales, que enjugaron enseguida. El mundo entero estaba ante ellos para que eligieran el sitio de su reposo y la Providencia era su guía. Asidos de las manos y con inciertos y lentos pasos, siguieron a través del Edén su solitario camino.
FIN DEL “LIBRO XII” Paradise Lost, 1667 |