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El pitirre (guatibirí)

[Cuento - Texto completo.]

Abelardo Díaz Alfaro

El filo esmeralda de la palma real, que apuñala un cielo azul cobalto, remata la pequeña y esbelta figura del pitirre.

Recuerdo que en esa cruel inconsciencia de la niñez mi predilección en las cacerías de honda lo era el valeroso y altivo pitirre.

El negro y lustroso mozambique de ojos cerúleos era cobarde y esquivo al golpe. En cambio, el pitirre hacía oscilar la sombreada cabecita de un lado a otro, daba un pequeño salto para evitar el golpe, a veces se iba tras la piedra y volvía a quedar adherido al filo esmeralda de la palma real.

El pitirre no huye; sangre de pitirre no es sangre de mozambique. Y desde el filo esmeralda, que apuñala un cielo azul cobalto, lanza su grito de guerra: ¡Pitirre, pitirre, pitirre!, que el indio, con sentido onomatopéyico distinto, oía: ¡Guatibirí, guatibirí, guatibirí!

Es príncipe y asienta su aristocrática figura en trono de palma real bajo dosel de cielos de zafiro.

Sobre el barrio, de continuo amodorrado, vense alas de muerte. Avión siniestro es el guaraguao. En espiral va descendiendo lentamente para atrapar su presa. El grito de alarma de las comadres cunde de guinda a guinda, mientras las ponedoras amparan bajo sus alas maternales a la indefensa pollada.

Del filo esmeralda se desprende la diminuta y altiva figura, y en vuelo presuroso ataca, bajo el ala y sobre el ala, al ave rapiñosa del “elemento”; se eleva y lanza verticalmente sobre el enemigo enterrándole el acerado pico. Caballero de pico y pluma es el criollo pitirre. Y retorna orgulloso al filo esmeralda de la palma real. Ariel que vence a Calibán, Quijote que vence al endriago; la fuerza de los débiles triunfando sobre la debilidad de los fuertes.

Allá en el campo dicen que “cada guaraguao tiene su pitirre”.

En ese atardecer se bebe por los ojitos el bermellón en llamas de un flamboyán, o el rojo en sangre de un ves peral luminoso.

A veces, por valiente es blanco de la artera pedrada. Cae entonces, el grisáceo plumaje empurpurado en sangre, tremolando la bandera de sus alas en gesto de protesta y gritando con rabia: ¡Pitirre, pitirre, pitirre! (¡guatibirí, guatibirí, guatibirí!).

Pájaro indio, pájaro puertorriqueño, símbolo de mi pueblo.

Pequeño y bravo, desde el cogollo de la historia durante cuatro siglos y cuatro décadas recibiendo los embates de adversa fortuna, desde el día en que unas naos castellanas dibujaran el blancor de sus alas en el azul intenso de tus aguas caribinas, hasta este año agónico de nuestro Señor Jesucristo.

Pueblo estoico, has sufrido y resistido los vientos malos de la naturaleza y los vientos malos del destino. Pueblo que has sabido de la opresión y el escarnio. Tu pequeñez ha sido tu único delito.

Pero has sido grande en el espíritu; ya cantaba Gautier: “Todo, todo me falta en esta vida; me sobra corazón”. Todo, todo nos ha faltado en la vida, pero nos ha sobrado corazón. Y así desde el cogollo de la puertorriqueñeidad has lanzado, aunque a veces gravemente herido, tu grito de lucha: ¡Pitirre, pitirre, pitirre!, (¡guatibirí, guatibirí, guatibirí!).

El indio recibió sobre el lomo broncíneo el látigo de la opresión, y sobre el lomo de ébano del negro el de la esclavitud. Y sufriste plagas e invasiones de hombres que quisieron profanar tu suelo, pero supiste poner en alto tu nombre en la historia.

¡Cenicienta de la América, Cordelia de las aguas caribinas, terrón de angustia!

Con tristeza he visto la gradual desaparición de nuestro pájaro simbólico. Ya apenas se le ve otear, desde el renuevo de la palma real, el valle diafanizado por la luz crepuscular. Ornitólogo no soy, y razones científicas dar no puedo, pero quiera Dios que no sea un presagio de la muerte del pueblo pitirre que hay en nosotros.

*FIN*


Terrazo, 1947


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