Solo en mí, el solitario,
brillan las estrellas interminables de la noche,
la fuente de piedra susurra su canción mágica,
solo para mí, para mí el solitario
las sombras coloridas de las nubes errantes
se mueven como sueños sobre el campo abierto.
Ni casa ni tierra de cultivo,
ni bosque ni privilegio de caza me es dado,
lo que es mío no pertenece a nadie,
el arroyo que se hunde tras el velo del bosque,
el mar aterrador,
el zumbido de los niños que juegan,
el llanto y el canto, solitario en la tarde, de un hombre secretamente enamorado.
Los templos de los dioses también son míos, y míos
los bosques aristocráticos del pasado.
Y no menos, la luminosa
Bóveda del cielo en el futuro es mi hogar:
a menudo en pleno vuelo de anhelo mi alma se eleva hacia arriba,
para contemplar el futuro de los hombres benditos,
el amor, superando la ley, el amor de pueblo a pueblo.
Los encuentro a todos de nuevo, noblemente transformados:
Granjero, rey, comerciante, marineros afanosos,
pastor y jardinero, todos
celebran con gratitud la fiesta del mundo futuro.
Solo falta el poeta,
el solitario que observa,
el portador del anhelo humano, la pálida imagen
de quien el futuro, la plenitud del mundo,
ya no necesita. Muchas guirnaldas
se marchitan en su tumba,
pero nadie lo recuerda.
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