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El ratón metamorfoseado en doncella

[Minicuento - Texto completo.]

Jean de La Fontaine

Cayó un ratón del pico de una lechuza: yo no lo hubiese recogido; lo recogió un brahmán: no lo dificulto, porque cada país tiene usos diferentes. El ratón estaba muy magullado. De esta especie de prójimos nos cuidamos poco nosotros; pero los brahmanes los tratan como hermanos. Tienen como artículo de fe que el alma humana, al salir del cuerpo de un monarca, entra en el de un pulgón, o cualquier otro animalejo, según dispone la suerte. De ellos tomó Pitágoras este dogma. Con tal creencia pareciole bien al brahmán rogar a un hechicero que alojase el alma del ratón en alguno de los cuerpos que hubiera habitado ya en tiempos de antaño. Convirtiola el hechicero en doncella de quince abriles, tan hermosa y gentil, que el hijo de Príamo hubiera acometido por ella mayores hazañas que por la famosa Helena. Sorprendido quedó el brahmán de tal novedad, y dijo a la hermosa:

-No tienes más que elegir; todos ambicionan el honor de ser tu esposo.

-En este caso -contestó la doncella-, me decido por el más poderoso de todos.

-¡Oh Sol! -exclamó el brahmán cayendo de rodillas-; ¡tú serás el yerno mió!

-No -dijo el sol-. Ese espeso nubarrón es más poderoso que yo, pues oculta mis rayos; dirígete a él.

-Pues bien -dijo el brahmán a la voladora nube- ¿has nacido tú para mi hija?

-No, por cierto, porque el viento me arrastra, a su capricho, de una parte a otra: no quiero usurpar sus derechos.

El brahmán, irritado, gritó:

-¡Oh viento! Ven tú, pues, a los brazos de la hermosa.

Acudía el viento, pero una montaña lo detuvo. Llegada a su mano la pelota, hízola volar de nuevo, diciendo:

-No quiero tener cuestiones con el ratón: haría mal en agraviarlo a él, que me puede horadar.

Al nombrar al ratón, la doncella abrió los oídos: el ratón fue su marido. ¿Un ratón? Sí, señores, un ratón. Golpes son estos muy frecuentes del caprichoso amor; buenos testigos Fulana y Mengana: dicho sea esto entre nosotros.

Conservamos siempre algo del lugar de donde procedemos: pruébalo bastante bien esta fábula; pero, examinándola atentos, encontramos en ella algo de sofístico: ¿Por qué hay marido que no sea preferible al sol, si discurrimos de ese modo? ¿Sostendremos que un gigante es menos fuerte que una pulga? No; sin embargo, la pulga le pica. El ratón, para continuar el argumento, debía enviar la doncella al gato, el gato al perro, el perro al lobo; y por medio de esta argumentación circular, el indiano Pilpay, autor de la fabula, se hubiera remontado de nuevo hasta el sol; el sol hubiera sido el esposo de aquella beldad.

Volvamos, si podemos, a la metempsicosis: lo que hizo el hechicero a ruegos del brahmán, lejos de comprobarla, patentiza su falsedad. Porque exige su sistema que el hombre, el ratón, el gusanillo, todos los seres, vayan a tomar su alma en un acervo común: todas las almas deben ser, pues, de igual naturaleza; pero, actuando de diverso modo, según la diversidad de los órganos, las unas se elevan, y las otras degeneran. ¿Cómo se explica, pues, que un cuerpo tan bien organizado, como el de la hermosa doncella, no pudiera inducir al alma a unirse al astro del día, y se inclinara a un mísero ratón?

Todo bien pensado, el alma de los ratones es muy distinta del alma de las doncellas: hay que volver al destino de cada cual, es decir, a la ley dictada por Dios. Apelen al diablo, recurran a la magia. No apartarán a ningún ser de su fin natural.

FIN



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