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El retorno de una Erbil a Atenalp


Elizabeth Nun

[Cuento. Texto completo.]

Recuerdo que en esos últimos ocho meses al culminar cada acto en que me hacías el amor (él lo hacía, yo fingía hacerlo) siempre venían las preguntas: ¿Te gustó? ¿Qué fue lo más que disfrutaste?, ¿Estuvo mejor que ayer?, ¿Por qué?, Amor, ¿Por qué lloras? (Antes solo me decías te amo). Era un ritual que alargaba mi tortura, mientras que en él provocaba la seguridad de que todo estaba tomando el curso perfecto. Yo era tan ingenua, pero ahora no. Con los años y los pocos deseos de estar con él, me fui cansando. Ese 31 de julio de 1990 di mi último vistazo a la habitación, que fue nuestro espacio favorito (tu espacio predilecto).

 

31 de julio de 1990 (en la tarde)

Las cortinas rojas se movían a causa de la brisa que entraba por la ventana, me acerqué a ella y miré hacia fuera. Allí estaba aquella pareja demostrándose amor (besos, abrazos, roces). Sentí envidia. Yo quería esa clase de satisfacción en mi cara, una que expresara felicidad. Al ellos presentir que los estaba observando, se sintieron acosados y se fueron. Me desesperé. Todo afuera es tan libre, diferente y sin reglas. Yo quiero estar allá. Por eso, antes de irme quiero confesarte algunas cosas.

Comienzo por decirte que te amé, pero ya no siento nada por ti. Acepté venir porque tenía la curiosidad de saber lo que se sentía tener un esposo que me amara, una casa, en fin, la idea de un hogar. Afuera, de donde vengo (del mundo donde nunca debí marcharme), la libertad, la naturaleza y el estar desnudos eran cosas que ya me estaban aburriendo. Cuando me llegó la solicitud para ser una Compañera de Vida, pensé que esta era mi oportunidad para cambiar de ambiente y ser feliz. Pasaron dos semanas y apareciste tú, que buscabas a una persona con mis características (tez pálida, ojos pardos, cabello oscuro, delgada, con pies planos y con un solo seno). Nos unimos. Los dos primeros años fueron maravillosos, pero estos últimos ocho meses del tercer año han sido pésimos. Comenzaron tus quejas sobre mi seno (No te gustaba que tuviera uno, ahora querías que tuviera dos, por lo tanto, tenía que someterme a una cirugía. Yo no quise). Otra cosa fue que deseabas tener sexo conmigo dos o tres veces en el día. Me pareció excitante al principio, luego se convirtió en una molestia. Esta es la verdad. Ahora, disfruta de tu castigo.

***

30 de julio de 1990 (un día antes del castigo)

Fernanda era una partidaria de la buena cocina y por eso siempre intentaba ser original al servir algún tipo de alimento. Esa mañana ocurrió algo horrendo mientras desayunaban (esto le advirtió que ya era tiempo de decidir su partida). Ella estaba terminando de comer y su esposo le pidió que se quitara la ropa. Caminó hacia ella, le besó y mordió gentilmente el cuello e introdujo una de sus manos por la camisa. Le apretó el seno.

––Permíteme terminar de comer ––dijo molesta–– ya habrá tiempo para hacerlo.

––Desde la madrugada no te toco, no te quejes tanto y acuéstate en la mesa ––le dijo mientras intentaba quitarle la camisa.

––Rodrigo, ¡por favor!, no puedo seguir con esta presión. Hacerlo de día y de noche. ¡Estoy exhausta! Llevamos dos años casados y nunca te habías comportado así. Estos últimos ocho meses han sido…

––¿De qué te quejas? Querías un hombre bueno, y lo soy. Soy excelente en la cama y fuera de ella.

––No digo que no seas bueno ––mintió pues estaba asustada––. Es que no quiero hacerlo por complacerte nada más. Estoy aquí, contigo, para ser tu compañera de vida. Si querías una mujer solo para que te complaciera te hubieras quedado con una de tu mundo.

––¡No! Yo deseaba una de tu mundo, pero nunca imaginé que sería tan desobediente.

––Déjame ir con los míos. Sabes que solo tienes que firmar el papel de devolución y quedo libre, tú también lo estarás. Esto no va a funcionar.

Fernanda estaba de pie junto a la mesa del comedor. Por primera vez tuvo miedo. Rodrigo estaba faltando a todas las reglas que firmó para poder estar casado con una Erbil (tratarla bien, respetarla, valorizarla hasta que la muerte de él los separara).

––¿Qué haces, Rodrigo, con ese tenedor? No, no, ¡por favor! Me duele, me duele, maldito…

Dolor, dolor punzante. Vine aquí con la esperanza de ser feliz, de tener familia, tú, cobarde, provocaste mi enojo. Siento ira. Mi mundo, mi mundo, mi mundo. ¿Por qué me fui? ¿Por qué? Desde mi naturaleza, veía las casas flotando, las solicitudes siendo prontamente atendidas por los ciudadanos de Atenalp. Las casas eran enormes, los seres que las poseían eran estudiados para saber si merecían tener a alguno de nuestra especie. ¿Qué sucedió contigo? Sabías las reglas, debías seguirlas… el dolor que me has causado me ha herido doblemente… Silencio, hago silencio y pienso en qué haré contigo, silencio, silencio, me vengaré de ti…

***

31 de julio de 1990 (Medio día)

Fernanda despertó con un dolor abdominal que la mantuvo acostada desde el día anterior. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. La mañana de ese día decidió partir a su mundo. Solo necesitaba la firma de Rodrigo. Cuando este entró a la habitación se arrodilló frente a ella y le pidió perdón por la atrocidad que le había hecho. Ella se mantuvo en silencio.

––Entiendo que no me quieras hablar, no es para menos. Es que pierdo la cordura cuando no me quieres complacer. Me ha pasado esto con las tres mujeres que he tenido.

––¡Tres mujeres! ––dijo conmocionada.

––Ya sé que mentí en la solicitud. No fue fácil ocultar ese pasado, pero lo logré. Sé que no fui sincero. Pero, te obtuve y eso me complace.

Me mentiste. No sabes que si obtienes a una Erbil de la forma incorrecta tienes gana la muerte circular.

***

31 de julio de 1990 (Esa tarde media hora antes del castigo)

––No hay nada mejor que tenerte aquí manejando mi cuerpo a tu deleite ––expresó entre susurros Fernanda.

––Ves cómo todo es más fácil si me respetas.

––No hables tanto. Introdúcete con la misma fuerza con la que me dices tus palabras. Dale, juega con tu lengua ahí en la punta de mi seno. Eso es, suave y fuerte, despacio, lamiendo…

––Valió la pena hacerte entender tu lugar en esta casa ––afirmó Rodrigo.

––Sí amor, sí, mi querido Rodrigo, mi lugar está entre tus piernas. De diferentes formas. De cabeza, de espalda, de frente, por donde desees, pero siempre entre tus piernas. A ver, juguemos un poco ––dijo Fernanda mientras lo esposaba.

––Me gusta la tortura ––expresó él.

Fernanda se alejó de Rodrigo y abrió las cortinas de la ventana, fue por allí donde aparecieron cuatro Erbiles que pertenecían al grupo de torturadores de Atenalp. Ellos ejecutaban la justicia a favor de los Erbiles que vivían en ambos mundos. Su capacidad telepática los hace estar sincronizados, pero el determinar alguna acción recae sobre la regla principal que es el libre albedrío. El Erbil decidía si quería continuar o no con la vida que tenía. Fernanda, cansada y aborrecida, ya había hecho su elección. Ella quería ser amada, no subyugada.

––No lo hagan, ¡por favor!… tengan compasión de mí. Lo siento, perdóname, Fernanda…

Él no podía creer que estaba siendo castigado con la muerte circular que consistía en hacerle eternamente algún acto ofensivo que se le haya hecho a una Erbil (él sería torturado con un tenedor en el cuerpo, especialmente en sus genitales). No necesitaba la firma de Rodrigo para irse, pues él faltó al contrato. Muy contenta por la justicia ya siendo ejecutada, se paró frente a la ventana y partió hacia su hogar en Atenalp. A medida que se alejaba, así mismo fue desapareciendo la voz de aquel ser malvado que la había subyugado. Ahora ella era libre.

FIN


Elizabeth Nun ha publicado en 100+ Historia Reales (2009) y en Latitud 18.5 (2014). Es maestra. Posee una maestría en Creación Literaria. Moderadora de TertuNovela en Ciudad Seva. Más información en Las Letras de Nun: Blogger y Facebook.



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