La relación unilateral entre vosotras y yo
no va mal de todo.
Sé lo que es hoja, pétalo, espiga, piña, tallo
y lo que os pasa a vosotras en abril y en diciembre.
Aunque mi curiosidad no es correspondida,
me inclino especialmente sobre algunas
y hacia otras levanto la cabeza.
Tengo nombres para vosotras:
arce, cardo, narciso, brezo,
enebro, muérdago, nomeolvides,
y vosotras no tenéis ninguno para mí.
Hacemos el viaje juntas.
Y durante los viajes se conversa ¿o no?
se intercambian opiniones al menos sobre el tiempo
o sobre las estaciones que pasan volando.
Temas no faltan, porque nos unen muchas cosas.
La misma estrella nos tiene a su alcance.
Proyectamos sombras según las mismas leyes.
Intentamos saber cosas cada una a su manera
y en lo que no sabemos también hay semejanza.
Lo aclararé como pueda, preguntadme y ya está:
qué es eso de ver con los ojos,
para qué me late el corazón
o por qué mi cuerpo no echa raíces.
Pero cómo contestar a preguntas nunca hechas,
si además se es alguien
para vosotras tan nadie.
Musgo, bosque, prados y juncales,
todo lo que os digo es un monólogo
y no sois vosotras quienes lo escucháis.
Hablar con vosotras es necesario e imposible.
Urgente en una vida apresurada
y está aplazado hasta nunca.
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