El sueño
me dice con la voz de un anciano apacible
que se acerca indicándome con el dedo
destrúyela, destrúyela,
no des tregua a tu cólera,
a tu resentimiento.
No sé de quién hablamos
y por eso repito distraídamente
destrúyela, destrúyela,
hasta que la palabra pierde su sentido.