El vergonzoso en palacio
[Teatro - Texto completo.]
Tirso de Molina
Personas que hablan en ella:
ACTO PRIMERO
DUQUE: De industria a esta espesura retirado vengo de mis monteros, que siguiendo un jabalí ligero, nos han dado el lugar que pedís; aunque no entiendo con qué intención, confuso y alterado. Cuando en mis bosques festejar pretendo vuestra venida, conde don Duarte, ¿dejáis la caza por hablarme aparte? CONDE: Basta el disimular, sacá el acero que, ya olvidado, os comparaba a Numa; que el que desnudo veis, duque de Avero, os dará la respuesta en breve suma. De lengua al agraviado caballero ha de servir la espada, no la pluma que muda dice a voces vuestra mengua. DUQUE: Lengua es la espada, pues parece lengua; y pues con ella estáis, y así os provoca a dar quejas de mí, puesto que en vano, refrenando las lenguas de la boca, hablen solas las lenguas de la mano si la ocasión que os doy, que será poca para ese enojo poco cortesano, a que primero la digáis no os mueve; pues mi valor ningún agravio os debe. CONDE: ¡Bueno es que así disimuléis los daños que contra vos el cielo manifiesta! DUQUE: ¿Qué daños, conde? CONDE: Si en los largos años de vuestra edad prolija, agora apresta, duque de Avero, excusas, no hay engaños que puedan convencerme. La respuesta que me pedís, ese papel la afirma con vuestro sello, vuestra letra y firma. Tomalde, pues es vuestro; que el crïado que sobornastes para darme muerte es, en lealtad, de bronce, y no ha bastado vuestro interés contra su muro fuerte. Por escrito mandastes que en mi estado me quitase la vida y, de esta suerte, no os espantéis que diga y lo presuma que en vez de espada, ejercitáis la pluma. DUQUE: ¿Yo mandaros matar? CONDE: Aqueste sello, ¿no es vuestro? DUQUE: Sí. CONDE: ¿Podéis negar tan poco aquesa firma? Ved si me querello con justa causa. DUQUE: ¿Estoy despierto o loco? CONDE: Leed ese papel; que con leello veréis cuán justamente me provoco a tomar la venganza por mis manos. DUQUE: ¿Qué enredo es éste, cielos soberanos? "Para satisfacción de algunos agravios, que con la muerte del conde Estremoz se pueden remediar, no hallo otro medio mejor que la confianza que en vos tengo puesta; y para que salga verdadera, me importa, pues sois su camarero, seáis también el ejecutor de mi venganza; cumplilda, y veníos a mi estado; que en él estaréis seguro, y con el premio que merece el peligro a que os ponéis por mi causa. Sírvaos esta carta de creencia, y dádsela a quien os la lleva, advirtiendo lo que importa la brevedad y el secreto. De mi villa de Avero, a de marzo de años. El Duque." CONDE: No sé qué injuria os haya jamás hecho la casa de Estremoz, de quien soy conde, para degenerar del noble pecho que a vuestra antigua sangre corresponde. DUQUE: Si no es que algún traidor ha contrahecho mi firma y sello, falso, en quien se esconde algún secreto enojo, con que intenta con vuestra muerte mi perpetua afrenta, ¡vive el cielo que sabe mi inocencia y conoce el autor de este delito, que jamás en ausencia o en presencia, por obra, por palabra, o por escrito, procuré vuestro daño! A la experiencia, si queréis aguardarla, me remito; que, con su ayuda, en esta misma tarde tengo de descubrir su autor cobarde. Confieso, la razón que habéis tenido; y hasta dejaros, conde, satisfecho, que suspendáis el justo enojo os pido, y soseguéis el alterado pecho. CONDE: Yo soy contento, duque; persuadido me dejáis algún tanto. DUQUE: (Yo sospecho Aparte quién ha sido el autor de aqueste insulto que con mi firma y sella viene oculto; pero antes de que dé fin hoy a la caza, descubriré quién fueron los traidores.) CAZADOR 1: ¡Famoso jabalí! CAZADOR 2: Dímosle caza y, a pesar de los perros corredores, hicieron sus colmillos ancha plaza, y escapóse. DUQUE: Estos son mis cazadores. ¡Amigos! CAZADOR 1: ¡Oh, señor! DUQUE: No habréis dejado a vida jabalí, corzo y venado. ¿Hay mucha presa? CAZADOR 2: Habrá la suficiente para que tus acémilas no tornen vacías. DUQUE: ¿Qué se ha muerto? CAZADOR 2: Más de veinte coronados venados, porque adornen las puertas de palacio con su frente y, porque en ellos, cuando a Avero tornen, originales, vean sus traslados, quien [en] figuras de hombres son venados; tres jabalíes y un oso temerario, sin la caza menor, porque ésta espanta. DUQUE: Mátase en este bosque de ordinario gran suma de ella. CAZADOR 1: No hay mata ni planta que no la críe. FIGUEREDO: ¡Oh, falso secretario! DUQUE: ¿Qué es esto? ¿Dónde vas con priesa tanta? FIGUEREDO: ¡Gracias a Dios, señor, que hallarte puedo! DUQUE: ¿Qué alboroto es aqueste, Figueredo? FIGUEREDO: Una traición habemos descubierto que, por tu secretario aleve urdida, al conde de Estremoz hubiera muerto si llegara la noche. CONDE: ¿A mí? FIGUEREDO: La vida me debéis, conde. CONDE: (Ya la causa advierto Aparte de su enojo y venganza mal cumplida. Engañé la hermosura de Leonela, su hermana, y, alcanzada, despreciéla.) DUQUE: ¡Gracias al cielo, que por la justicia del inocente vuelve! ¿Y de qué suerte se supo la traición de su malicia? FIGUEREDO: Llamó en secreto un mozo pobre y fuerte y, como puede tanto la codicia, prometióle, si al conde daba muerte, enriquecerle; y para asegurarle dijo que tú, señor, hacías matarle. Pudo el vil interés manchar su fama. Aquesta noche prometió, en efeto, cumplillo; mas amaba, que es quien ama pródigo de su hacienda y su secreto. Dicen que suele ser potro la cama donde hace confesar al más discreto una mujer que da a la lengua y boca tormento, no de cuerda, mas de toca. Declaróla el concierto que había hecho, y encargóla el secreto; mas como era el huésped grande, el aposento estrecho, tuvo dolores hasta echalle fuera. Concibió por la oreja; parió el pecho por la boca, y fue el parto de manera que, cuando el sol doraba el mediodía, ya toda Avero la traición sabía. Prendió al parlero mozo la justicia, y Ruy Lorenzo huyó con un crïado, cómplice en las traiciones y malicia que el delincuente preso ha confesado. De esto te vengo a dar, señor, noticia. DUQUE: ¿Veis, conde, cómo el cielo ha averiguado todo el caso y mi honra satisfizo? Ruy Lorenzo mi firma contrahizo. Averiguar primero las verdades, conde, que despeñarse, fue prudencia de sabias y discretas calidades. CONDE: No sé qué le responda a vueselencia. Sólo que, de un ministro, en falsedades diestro, pudo causar a mi impaciencia el engaño que agora siento en suma; mas, ¿qué no engañará una falsa pluma? DUQUE: Yo miraré desde hoy a quien recibo por secretario. CONDE: Si el fïar secretos importa tanto, ya yo me apercibo a elegir más leales que discretos. DUQUE: Milagro, conde, fue dejaros vivo. CONDE: La traición ocasiona estos efetos. [Huyó] la deslealtad y la luz pura de la verdad, señor, quedó segura. ¡Válgame el cielo! ¡Qué dichoso he sido! DUQUE: Para un traidor que en esto se desvela, todo es poco. CONDE: Perdón humilde os pido. DUQUE: A cualquiera engañara su cautela. Disculpado estáis, conde. CONDE: (Aquesto ha urdido Aparte la mujeril venganza de Leonela; pero importa que el duque esté ignorante de la ocasión que tuvo, aunque bastante.) DUQUE: Pésame que el autor de aqueste exceso huyese. Pero vamos; que buscalle haré de suerte que, al que muerto o preso le trujere, prometo de entregalle la hacienda que dejó. CAZADOR 2: Si ofreces eso no hará quien no le siga. DUQUE: Verá dalle todo este reino un ejemplar castigo. CONDE: La vida os debo. Pagaréla, amigo. MELISA: ¿Así me dejas, traidor? TARSO: Melisa, domá otros potros; que ya no me hace quillotros en el alma vueso amor. Con la ausencia de medio año que ya que ni os busco ni os veo curó el tiempo mi deseo, la enfermedad de un engaño. Dándole a mis celos dieta, estoy bueno, poco a poco; ya, Melisa, no so loco porque ya no so poeta. ¡Las copras que a cada paso os hice! ¡Huego de Dios en ellas, en mí y en vos! ¡Si de subir al Parnaso por sus musas de alquiler me he quedado despeado! ¡Qué de nombre que os he dado: luna, estrella, locifer...! ¿Qué tenéis bueno, Melisa, que no alabase mi canto? Copras os compuse al llanto, copras os hice a la risa, copras al dulce mirar, al suspirar, al toser, al callar, al responder, al asentarse, al andar, al branco color, al prieto, a vuesos desdenes locos, al escopir y a los mocos pienso que os hice un soneto. Ya me salí del garlito do me cogistes, par Dios; que no se me da por vos, ni por vueso amor, un pito. MELISA: ¡Ay Tarso, Tarso, en efeto hombre, que es decir olvido! ¿Que una ausencia haya podido hacer perderme el respeto a mí, Tarso? TARSO: ¡A vos y a Judas! Sois mudable. ¿Qué queréis, si en señal de eso os ponéis en la cara tantas mudas? MELISA: Así, mis prendas me torna, mis cintas y mis cabellos. TARSO: ¿Luego pensáis que con ellos mi pecho o zurrón se adorna? ¡Qué boba! Que a estar yo ciego trujera conmigo el daño. Ya, Melisa, habrá medio año que con todo di en el huego. Cabellos que fueron lazos de mi esperanza crüeles, listones, rosas, papeles, baratijas y embarazos, todo el huego lo deshizo porque hechizó mi sosiego; pues suele echarse en el huego porque no empezca, el hechizo. Hasta el zurrón di a la brasa do guardé mis desatinos; que por quemar los vecinos se pega huego a la casa. MELISA: ¿Esto he de sufrir? ¡Ay, cielo! TARSO: Aunque lloréis un diluvio; tenéis el cabello rubio. No hay que fïar de ese pelo. Ya os conozco, que sois fina. ¡Pues no me habéis de engañar, par Dios, aunque os vea llorar los tuétanos y la orina! MELISA: ¡Traidor! TARSO: ¡Verá la embinción! Enjugad los arcaduces; que hacéis el llanto a dos luces como candil de mesón. MELISA: Yo me vengaré, crüel. TARSO: ¿Cómo? MELISA: Casándome, ingrato. TARSO: Eso es tomar el zapato y daros luego con él. MELISA: Vete de aquí. TARSO: Que me place. MELISA: ¿Que de vas de esa manera? TARSO: ¿No lo veis? Andando. MELISA: Espera. ¿Mas que sé de dónde nace tu desamor? TARSO: ¿Mas que no? MELISA: Celillos son de Mireno. TARSO: ¿Yo celillos? ¡Oh, qué bueno! Ya ese tiempo se acabó. Mireno, el hijo de Lauro, a quien sirvo, y cuyo pan como, es discreto y galán, y como tal le restauro vuestro amor; mas yo le miro tan libre, que en la ribera no hallaréis quien se prefiera a hacelle dar un sospiro. Trújole su padre aquí pequeño, y bien sabéis vos que murmuran más de dos, aunque vive y anda así, que debajo del sayal que le sirve de corteza se encubre alguna nobleza con que se honra Portugal. No hay pastor en todo el Miño que no le quiera y respete, ni libertad que no inquiete como a vos; mas ved qué aliño, si la muerte hacelle quiso tan desdeñoso y crüel, que hay dos mil Ecos por él de quien es sordo Narciso. Como os veis de él despreciada, agora os venís acá; mas no entraréis porque está el alma a puerta cerrada. MELISA: En fin, ¿no me quieres? TARSO: No. MELISA: Pues, para ésta, de un ingrato, que yo castigue tu trato. TARSO: ¿Castigarme a mí vos? MELISA: ¡Yo! Presto verás, fementido, si te doy más de un cuidado; que nunca el hombre rogado ama como aborrecido. TARSO: ¡Bueno! MELISA: Verás lo que pasa. Celos te dará un pastor; que, cuando se pierde amor, ellos le vuelven a casa. TARSO: ¿Sí? Andad. Échome a temer alguna burla, aunque hablo; que no tendrá miedo al diablo quien no teme a una mujer. MIRENO: ¿Es Tarso? TARSO: ¡Oh, Mireno! Soy tu amigo fiel, si este nombre merece tener un hombre que te sirve. MIRENO: Todo hoy te ando a buscar. TARSO: Melisa me ha detenido aquí una hora; y cuanto más por mí llora, más me muero yo de risa. Pero, ¿qué hay de nuevo? MIRENO: Amigo, la mucha satisfacción que tengo de tu afición me obliga a tratar contigo lo que, a no quererte tanto, ejecutará sin ti. TARSO: De ver que me hables así por ser tan nuevo, me espanto. Contigo, desde pequeño, me crïó Lauro, y aunque, según mi edad, ya podré gobernar casa y ser dueño, quiero más, por el amor que ha tanto que te he cobrado, ser en tu casa crïado que en la mía ser señor. MIRENO: En fe de haber descubierto mi experiencia que es así y hallar, Tarso, ingenio en ti, puesto que humilde, despierto, pretendo en tu compañía probar si, hasta donde alcanza la barra de mi esperanza, llega la ventura mía. Mucho ha que me tiene triste mi altiva imaginación cuya soberbia ambición no sé en qué estriba o consiste. Considero algunos ratos que los cielos, que pudieron hacerme noble y me hicieron un pastor, fueron ingratos; y que, pues con tal bajeza me acobardo y avergüenzo, puedo poco, pues no venzo mi misma naturaleza. Tanto el pensamiento cava en esto, que ha habido vez que, afrentando la vejez de Lauro, mi padre, estaba por dudar si doy su hijo o si me hurtó a algún señor; aunque de su mucho amor mi necio engaño colijo. Mil veces, estando a solas, le he preguntado si acaso el mundo, que a cada paso honras anega en sus olas, le sublimó a su alto asiento y derribó del lugar que intenta otra vez cobrar me atrevido pensamiento; porque el ser advenedizo aquí anima mi opinión, y su mucha discreción dice claro que es postizo su grosero oficio y traje, por más que en él se reporte, pues más es para la corte que los montes su lenguaje. Siempre, Tarso, ha malogrado estas imaginaciones, y con largas digresiones mil sucesos me ha contado, que todos paran en ser, contra mis intentos vanos, progenitores villanos los que me dieron el ser. Esto, que había de humillarme, con tal violencia me altera que de esta vida grosera me ha forzado a desterrarme; y que a buscar me desmande lo que mi estrella destina, que a cosas grandes me inclina y algún bien me aguarda grande; que, si tan pobre nací como el hado me crïó, cuanto más me hiciere yo, más vendré a deberme a mí. Si quieres participar de mis males o mis bienes, buena ocasión, Tarso, tienes; déjame de aconsejar y determínate luego. TARSO: Para mí bástame el verte, Mireno, de aquesa suerte. Ni te aconsejo ni ruego. Discreto eres. Estodiado has con el cura. Yo quiero seguirte aunque considero de Lauro el nuevo cuidado. MIRENO: Tarso, si dichoso soy, yo espero en Dios de trocar en contento su pesar. TARSO: ¿Cuándo has de irte? MIRENO: Luego. TARSO: ¿Hoy? MIRENO: Al punto. TARSO: ¿Y con qué dinero? MIRENO: De dos bueyes que vendí lo que basta llevo aquí. Vamos derecho a Avero, y compraréte una espada y un sombrero. TARSO: ¡Plegue a Dios que no volvamos los dos como perro con pedrada! VASCO: Señor, vuélvete al bosque, pues conoces que apenas estaremos aquí una hora cuando las postas nos darán alcance; y los villanos de estas caserías que nos buscan cual galgos a las liebres, si nos cogen, harán la remembranza de Cristo y su prisión hoy con nosotros; y quedaremos, por nuestros pecados, en vez de remembrados, desmembrados. RUY: Ya, Vasco, es imposible que la vida podamos conservar; pues cuando el cielo nos librase de tantos que nos buscan, el hambre vil, que con infames armas debilita las fuerzas más robustas nos tiene de entregar al duque fiero. VASCO: Para le hambre y sus armas no hay acero. RUY: Por vengar la deshonra de mi hermana que el conde de Estremoz tiene usurpada, su firma en una carta contrahice; y, saliéndome inútil esta traza, busqué quien con su muerte me vengase; mas nada se le cumple al desdichado, y, pues lo soy, acabe con la vida; que no es bien muera de hambre habiendo espada. VASCO: ¿Es posible que un hombre que se tiene por hombre, como tú, hecho y derecho, quisiese averiguar por tales medios si fue forzada o no tu hermana? Dime, ¿piensas de veras que en el mundo ha habido mujer forzada? RUY: ¿Agora dudas de eso? ¿No están llenos los libros, las historias y las pinturas de violentos raptos y forzosos estupros que no cuento? VASCO: Riyérame a no ver que aquesta noche los dos habemos de cenar con Cristo, aunque hacer colación me contentara en el mundo, y a oscuras me acostara. Ven acá. Si Leonela no quisiera dejar coger las uvas de su viña, ¿no se pudiera hacer toda un ovillo, como hace el erizo, y a puñadas, aruños, coces, gritos, y a bocados, dejar burlado a quien su honor maltrata, en pie su fama y el melón sin cata? Defiéndese una yegua en medio un campo de toda una caterva de rocines, sin poderse quejar, "¡Aquí del cielo, que me quitan mi honra!" como puedo una mujer honrada en aquel trance. Escápase una gata como el puño de un gato zurdo y otro carriromo por los caramanchones y tejados con sólo decir "miao" y echar un fufo. ¿Y quieren estas daifas persuadirnos que no pueden guardar sus pertinencias de peligros nocturnos? Yo aseguro, si como echa a galeras la justicia los forzados, echara las forzadas, que hubiera menos, y ésas más honradas. TARSO: Jurómela Melisa. ¡Lindo cuento será el ver que la he dado cantonada! MIRENO: Mal pagaste su amor. TARSO: Dala a Pilatos, que es más mudable que hato de gitanos; más arrequives tienen sus amores que todo un canto de órgano; no quiero sino seguirte a ti por mar y tierra y trocar los amores por la guerra. RUY: Gente suena. VASCO: Es verdad; y aun en mis calzas se han sonado de miedo las narices del rostro circular, romadizadas. RUY: Perdidos somos. VASCO: ¡Santos estrellados! Doleos de quien de miedo está en tortilla; y, si hay algún devoto de lacayos, sáqueme de este aprieto y yo le juro de colgalle mis calzas a la puerta de su templo, en lavándolas diez veces y limpiando la cera de sus barrios; que, aunque las enceró mi pena fiera, no es buena para ofrendas esta cera. RUY: Sosiégate; solos dos villanos, sin armas defensivas ni ofensivas. poco mal han de hacernos. VASCO: ¡Plegue al cielo! RUY: Cuanto y más que el venir tan descuidados nos asegura de lo que tememos. VASCO: ¡Ciégalos, San Antonio! RUY: Calla. Lleguemos. ¿Adónde bueno, amigos? MIRENO: ¿Oh, señores! A la villa, a comprar algunas cosas que el hombre ha menester. ¿está allá el duque? RUY: Allá quedaba. MIRENO: Déle vida el cielo. Y vosotros, ¿dó bueno? Que esta senda se aparta del camino real y guía a unas caserías que se muestran al pie de aquella sierra. RUY: Tus palabras declaran tu bondad, pastor amigo. Por vengar la deshonra de una hermana intenté dar la muerte a un poderoso; y, sabiendo mi honrado atrevimiento, el duque manda que me siga y prenda su gente por aquestos despoblados; y ya, desesperado de librarme, salgo al camino. Quíteme la vida, de tantos, por honrada, perseguida. MIRENO: Lástima me habéis hecho y, ¡vive el cielo!, que, si como la suerte avara me hizo un pastor pobre, más valor me diera, por mi cuenta tomara vuestro agravio. Lo que se puede hacer, de mi consejo, es que los dos troquéis esos vestidos por aquestos groseros; y encubiertos os libraréis mejor hasta que el cielo a daros su favor, señor, comience; porque la industria los trabajos vence. RUY: ¡Oh, noble pecho, que entre paños bastos descubre el valor mayor que he visto! Páguete el cielo, pues que yo no puedo, ese favor. MIRENO: La diligencia importa. Entremos en lo espeso y trocaremos el traje. RUY: Vamos. ¡Venturoso he sido! TARSO: ¿Y habéis también de darme por mi sayo esas abigarradas, con más cosas que un menudo de vaca? VASCO: Aunque me pese. TARSO: Pues dos liciones me daréis primero porque con ellas pueda hallar el tino, entradas y salidas de esa Troya; que, pardiez, que aunque el cura sabe tanto, que canta un "parce mihi" por do quiere, no me supo vestir el día del Corpus, para her el rey David. VASCO: Vamos; que presto os la[s] sabréis poner. TARSO: Como hay maestros que enseñan a leer a los muchachos, ¿no pudieran poner en cada villa maestros con salarios y con pagas que mos dieran lición de calzar bragas? DORISTO: Ya los vestidos y señas del amo y crïado sé. Callad, que yo os lo pondré, Lariso, cual digan dueñas. LARISO: ¿Que quiso matar al conde? ¿Verá el bellaco! DORISTO: Par Dios, que si los cojo a los dos y el diabro no los esconde, que he de llevarlos a Avero con cepo y grillos. DENIO: ¡Verá! ¿Qué bestia los llevará en el cepo? DORISTO: Regidero, no os metáis en eso vos; que no empuño yo de balde el palillo. ¿No so alcalde? Pues yo os juro, a non de Dios, que ha de her lo que publico y que los ha de llevar con el cepo hasta el lugar de Avero vueso borrico. LARISO: Busquémoslos; que después quillotraremos el modo con que han de ir. DORISTO: El monte todo está cercado. Por pies no se irán. DENIO: Amo y lacayo han de estar aquí escondidos. LARISO: Las señas de los vestidos, sombreros, capas y sayo del mozo en la cholla llevo. DORISTO: Si los prendemos, por paga diré al duque no mos haga par del olmo, un rollo nuevo. LARISO: Hombre sois de gran meollo si rollo en el puebro hacéis. DORISTO: Él será tal que os honréis que os digan, "Váyase al rollo." RUY: De tal manera te asienta el cortesano vestido que me hubiera persuadido a que eras hombre de cuenta, no haber visto primero que ocultaba la belleza de los miembros la bajeza de aqueste traje grosero. Cuando se viste el villano las galas del traje noble, parece imagen de roble que no mueve pie ni mano; ni hay quien persuadirse pueda sin que es, como sospech[a], pared que, de adobes hecha, la cubre un tapiz de seda. Pero cuando en ti contemplo el desengaño con que andas y el donaire con que mandas ese vestido, otro ejemplo hallo en ti más natural, que vuelve por tu decoro, llamándote imagen de oro con la funda de sayal. Alguna nobleza infiero que hay en ti; pues te prometo que te he cobrado el respeto que al mismo duque de Avero. ¡Hágate el cielo como él! MIRENO: Y a ti, con sosiego y paz te vuelva sin el disfraz a tu estado; y fuera de él, con paciencia vencerás de la Fortuna el ultraje. Si te ve un aquese traje mi padre, en él hallarás nuevo amparo; en él te fía, y dile que me destierra mi inclinación a la guerra; que espero en Dios que algún día buena vejez le he de dar. RUY: Adiós, gallardo mancebo. La espada sola me llevo para poder evitar, si me conocen, mi ofensa. MIRENO: Haces bien; anda con Dios, que hasta la villa los dos aunque vamos sin defensa, no tenemos qué temer; y allá espadas compraremos. VASCO: Vámonos de aquí. ¿Qué hacemos? Que ya me quisiera ver cien leguas de este lugar. MIRENO: ¿Y Tarso? VASCO: Allí desenreda las calzas, que agora queda comenzándose a atacar, muy enojado conmigo porque me llevo la espada, sin la cual no valgo nada. MIRENO: La tardanza os daña. RUY: Amigo, adiós. VASCO: No está malo el sayo. RUY: Jamás borrará el olvido este favor. VASCO: Embutido va en un pastor un lacayo. MIRENO: Del castizo caballo descuidado, el hambre y apetito satisface la verde hierba que en el campo nace, el freno duro del arzón colgado; mas luego que el jaez de oro esmaltado le pone el dueño cuando fiestas hace, argenta espumas, céspedes deshace, con el pretal sonoro alborotado. Del mismo modo entre la encina y roble, crïado con el rústico lenguaje y vistiendo sayal tosco, he vivido; mas despertó mi pensamiento noble, como al caballo, el cortesano traje; que aumenta la soberbia el buen vestido. TARSO: ¿No ves las devanaderas que me han forzado a traer? Yo no acabo de entender tan intricadas quimeras. ¿No notas la confusión de calles y encrucijadas? ¿Has visto más rebanadas sin ser mis calzas melón? ¿Qué astrólogo tuvo esfera, di, menos inteligible? ¡Que ha una hora que no es posible topar con la faltriquera! ¡Válgame Dios! ¡El jüicio que tendría el inventor de tan confusa labor y enmarañado edificio! ¡Qué ingenio! ¡Qué entendimiento! MIRENO: Basta, Tarso. TARSO: No te asombre; que ésta no ha sido obra de hombre. MIRENO: ¿Pues de qué? TARSO: De encantamiento. Obra es digna de un Merlín, porque en estos astrolabios aun no hallarán los más sabios ningún principio ni fin. Pero, ya que enlacayado estoy, y tú caballero, ¿qué hemos de hacer? MIRENO: Ir a Avero, que este traje ha levantado mi pensamiento de modo que a nuevos intentos vuelo. TARSO: Tú querrás subir al cielo, y daremos en el lodo. Mas, pues eres ya otro hombre, por si acaso adonde fueres caballero hacerte quieres, ¿no es bien que mudes el nombre? Que si el de Mireno no es bueno para nombre de señor. MIRENO: Dices bien. No soy pastor, ni he de llamarme Mireno. Don Dionís en Portugal es nombre ilustre y de fama. Don Dionís desde hoy me llama. TARSO: No le has escogido mal; que los reyes que ha tenido de ese nombre esta nación, eterna veneración ganaron a su apellido. Extremado es el ensayo; pero, ya que así te ensalzas, dame un nombre que a estas calzas le venga bien, de lacayo; que ya el de Tarso me quito. MIRENO: Escógele tú. TARSO: Yo escojo, si no lo tienes a enojo... ¿No es bueno...? MIRENO: ¿Cuál? TARSO: Gómez Brito. ¿Qué te parece? MIRENO: ¡Extremado! TARSO: ¡Gentiles cascos, por Dios! Sin ser obispo, los dos mos habemos confirmado. DORISTO: ¡Válgaos el dimunio, amén! ¿Que nos los hemos de hallar? LARISO: Si no es que saben volar imposible es que no estén entre estas matas y peñas. DENIO: Busquémoslos por lo raso. LARISO: ¿No so[n] éstos? DORISTO: Habrad paso. LARISO: Par Dios, conforme las señas, que son los propios. DORISTO: Atalde los brazos, pues veis que están sin armas. DENIO: Rendíos, galán. LARISO: Tené al rey. DORISTO: Tené al alcalde. MIRENO: ¿Qué es esto? TARSO: ¿Estáis en vosotros? ¿Por qué no prendéis? DORISTO: Por gatos. ¡Aho! ¿No veis qué mojigatos hablan? Sabéis ser quillotros para dar la muerte al conde, y, ¿pescudaisnos por qué os prendemos? DENIO: ¡Bueno, a fe! TARSO: ¿Qué conde o qué muerte? ¿Adónde mos habéis visto otra vez? DORISTO: Allá os lo dirá el verdugo cuando os cuelgue cual besugo de las agallas y nuez. MIRENO: A no llevarme la espada, ya os fuerais arrepentidos. TARSO: El trueco de los vestidos mos ha dado esta gatada. ¡Ah, mi señor don Dionís! ¿Es aquésta la ganancia de la guerra? ¿Qué ignorancia te engañó? DORISTO: ¿Qué barbillas? TARSO: Tarso quiero ser, no Brito; ganadero, no lacayo. Por bragas quiero mi sayo. Las ollas lloro de Egipto. LARISO: ¿Quieres callar, bellacón? Darle de peñas quiero. DORISTO: Alto, a Avero. MIRENO: Pues a Avero nos llevan, ten corazón; que cuando el duque nos vea, caerán éstos en su engaño sin que nos mande hacer daño. DORISTO: Rollo tendrá muesa aldea. DENIO: Cuando bajo el olmo le hagas, en él haremos concejo. TARSO: Yo de ninguno me quejo, si de estas malditas bragas... ¿Quién ha visto tal ensayo? MIRENO: ¿Qué temes, necio? ¿Qué dudas? TARSO: Si me cuelgan y hago un Judas, sin hacer Judas lacayo, ¿no he de llorar y temer? Hoy me cuelgan del cogollo. DORISTO: En la picota del rollo un reloj he de poner. Vamos. LARISO: Bien el puebro ensalzas. TARSO: Si te quieres escapar do no te puedan hallar métete dentro en mis calzas. JUAN: ¡Primo don Antonio! ANTONIO: ¡Paso! No me nombréis; que no quiero hagáis de mí tanto caso que me conozca en Avero el duque. A Galicia paso, donde el rey don Juan me llama de Castilla; que me ama y hace merced; y deseo a costa de algún rodeo, saber si miente la fama que ofrece el lugar primero de la hermosura de España a las hijas del de Avero, o si la fama se engaña y miente el vulgo ligero. JUANA: Bien hay que estimar y ver; pero no habéis de querer que así tan despacio os goce. ANTONIO: Si el de Avero me conoce, y me obliga a detener, caer en falta recelo con el rey. JUANA: Pues si eso pasa, de mi gusto al vuestro apelo; mas, si sabe que en su casa don Antonio de Barcelo, conde de Penela, ha estado y que encubierto ha pasado cuando le pudo servir en ella, halo de sentir con exceso; que en su estado jamás llegó caballero que por inviolables leyes no le hospede. ANTONIO: Así lo infiero; que es nieto, en fin, de los reyes de Portugal el de Avero. Pero, dejando esto, prima; ¿tan notable es la beldad que en sus dos hijas sublima el mundo? JUANA: ¿Es curiosidad o el alma acaso os lastima el ciego? ANTONIO: Mal sus centellas me pueden causar querellas si de su vista no gozo; curiosidades de mozo a Avero me traen a vellas. ¿Cómo tengo de querer lo que no he llegado a ver? JUANA: De que eso digáis me pesa. Nuestra nación portuguesa esta ventaja ha de hacer a todas; que porque asista aquí Amor, que es su interés, ha de amar en su conquista de oídas el portugués, y el castellano, de vista. Las hijas del duque son dignas de que su alabanza celebre nuestra nación. La mayor, a quien Berganza y su duque, con razón, pienso que intenta entregar al conde de Vasconcelos, su heredero, puede dar otra vez a Clicie celos, si el sol la sale a mirar. Pues de doña Serafina, hermana suya, es divina la hermosura. ANTONIO: Y, de las dos, ¿a cuál juzgáis, prima, vos, por más bella? JUANA: Mas se inclina mi afición a la mayor, aunque mi opinión refuta en parte el vulgo hablador; mas en gustos no hay disputa y más en cosas de amor. En dos bandos se reparte Avero, y por cualquier parte hay bien que alegar. ANTONIO: ¿Aquí hay algún título? JUANA: Sí, don Francisco y don Düarte. ANTONIO: ¿Y qué hacen? JUANA: Más de un curioso dice que pretende ser cada cuan de la una esposo. ANTONIO: Prima, yo las he de ver esta tarde; que es forzoso irme luego. JUANA: Yo os pondré donde su hermosura os dé, podrá ser, más de una pena. ANTONIO: ¿Serafina o Madalena? JUANA: Bellas son las dos. No sé. Pero el duque sale aquí con ellas. Ponte a esta parte. DUQUE: Digo, conde don Düarte que todo se cumpla así. CONDE: Pues el rey, nuestro señor, favorece la privanza del hijo del de Berganza, y a vuestra hija mayor os pide para su esposa, escriba vuestra excelencia que, con su gusto y licencia, doña Serafina hermosa lo será mía. DUQUE: Está bien. CONDE: Pienso que su majestad me mira con voluntad, y que lo tendrán por bien; yo y todo le escribiré. DUQUE: No lo sepa Serafina hasta ver si determina el rey que la mano os dé; que es muchacha; y descuidada, aunque portuguesa, vive de que tan presto cautive su libertad la lazada o nudo del matrimonio. JUANA: Presto os habéis divertido. Decid, ¿qué os han parecido las hermanas, don Antonio? ANTONIO: No sé el alma a cuál se inclina, ni sé lo que hacer ordena. Bella es doña Madalena, pero dona Serafina es el sol de Portugal. Por la vista el alma bebe llamas de amor entre nieve, por el vaso de cristal de su divina blancura; la fama ha quedado corta en su alabanza. DUQUE: Esto importa. ANTONIO: Fénix es de la hermosura. DUQUE: Llegaos, Madalena, aquí. CONDE: Pues me da el duque lugar, mi serafín, quiero hablar si hay atrevimiento en mí para que vuele tan alto que a serafines me iguale. ANTONIO: Prima, a ver el alma sale por los ojos el asalto que Amor le da poco a poco. Ganárame si me pierdo. JUANA: Vos entraste, primo, cuerdo, y pienso que saldréis loco. DUQUE: Hija, el rey te honra y estima. Cuán bien te está considera. MADALENA: Mi voluntad es de cera. Vueselencia en ella imprima el sello que más le cuadre, porque en mí sólo ha de haber callar con obedecer. DUQUE: ¡Mil veces dichoso padre que oye tal! CONDE: Las dichas mías, como han subido al extremo de su bien, que caigan temo. SERAFINA: Conde, esas filosofías ni las entiendo ni son de mi gusto. CONDE: Un serafín bien puede alcanzar el fin y el alma de una razón. No digáis que no entendéis, serafín, lo que alcanzáis. SERAFINA: ¡Jesús, qué de ello que habláis! CONDE: Si soy hombre, ¿qué queréis? Por palabras los intentos quiere que expliquemos Dios; que, a ser serafín cual vos, con solos los pensamientos nos habláramos. SERAFINA: ¿Que Amor habla tanto? CONDE: ¿No ha de hablar? SERAFINA: No; que hay poco que fïar de un niño, y más, hablador. CONDE: En todo os hizo perfeta el cielo con mano franca. ANTONIO: Prima, para ser tan blanca, notablemente es discreta. ¡Qué agudamente responde! Ya han esmaltado los cielos el oro de Amor con celos. Mucho me enfada este conde. JUANA: ¡Pobre de vuestra esperanza si tal contrario la asalta! DUQUE: Un secretario me falta de quien hacer confïanza; y aunque esta plaza pretenden muchos por diversos modos de favores, entre todos pocos este oficio entienden. Trabajo me ha de costar en tal tiempo estar sin él. MADALENA: A ser el pasado fiel era ingenio singular. DUQUE: Sí; mas puso en contingencia mi vida y reputación. DORISTO: Ande apriesa el bellacón. LARISO: Aquí está el duque. TARSO: Paciencia me dé Herodes. DENIO: ¡Aho! Llegá, pues sois alcalde y habralde. DORISTO: Buen viejo, yo so el alcalde y vos el duque. LARISO: ¡Verá! Llegaos más cerca. DORISTO: Y sopimos yo, el herrero y su mujer que mandábades prender estos bellacos y fuimos Bras Llorente y Gil Bragado... TARSO: Aquése yo lo seré pues por mi mal me embragué. DORISTO: Y después de haber llamado a concejo el regidero Pero Mínguez... Llegá acá, que no sois bestia y habrá. Decid lo demás. LARISO: No quiero. Decildo vos. DORISTO: No estodié sino hasta aquí. En concrusión, éstos los ladrones son que por sólo heros mercé prendimos yo y Gil Mingollo. Haga lo que el puebro pide su duquencia, y no se olvide lo que le dije del rollo. DUQUE: ¡Hay mayor simplicidad! Ni he entendido a lo que vienen ni por qué delito tienen así estos hombres. Soltad los presos y decid vos qué insulto habéis cometido para que os hayan traído de aquesa suerte a los dos. MIRENO: Si lo es el favorecer, gran señor, a un desdichado, perseguido y acosado de tus gentes y poder, y juzgas por temerario haber trocado el vestido por dalle vida, yo he sido... DUQUE: ¿Tú libraste al secretario? Pero sí; que aquese traje era suyo. Di, traidor, ¿por qué le diste favor? MIRENO: Vueselencia no me ultraje, ni ese título me dé; que no estoy acostumbrado a verme así despreciado. DUQUE: ¿Quién eres? MIRENO: No soy. Seré; que sólo por pretender ser más de lo que hay en mí menosprecié lo que fui por lo que tengo de ser. DUQUE: No te entiendo. MADALENA: (¡Extraña audacia Aparte de hombre! El poco temor que muestra dice el valor que encubre. De su desgracia me pesa.) DUQUE: Di, ¿conocías al traidor que ayuda diste? Mas, pues por él te pusiste en tal riesgo, bien sabías quién era. MIRENO: Supe que quiso dar muerte a quien deshonró su hermana, y después te dio de su honrado intento aviso; y, enviándole a prender, le libré de ti, espantado por ver que el que esta agraviado persigas; debiendo ser favorecido por ti, por ayudar al que ha puesto en riesgo su honor. CONDE: (¿Qué es esto? Aparte ¿Ya anda derramada así la injuria que hice a Leonela?) DUQUE: ¿Sabes tú quién la afrentó? MIRENO: Supiéralo, señor, yo; que a sabello... DUQUE: Fue cautela del traidor para engañarte. Tú sabes adónde está y así forzoso será si es que pretendes librarte, decillo. MIRENO: ¡Bueno sería, cuando adonde está supiera, que un hombre como yo hiciera, por temor, tal villanía! DUQUE: ¿Villanía es descubrir un traidor? Llevalde preso; que si no ha perdido el seso y menosprecia el vivir, él dirá dónde se esconde. MADALENA: Ya deseo de libralle; que no merece su talle tal agravio. DUQUE: Intento, conde, vengaros. CONDE: Él lo dirá. TARSO: (¡Muy gentil ganancia espero!) Aparte DUQUE: Vamos; que responder quiero al rey. TARSO: (Medrándose va Aparte con la mudanza de estado y nombre de don Dionís!) DUQUE: Viviréis si lo decís. MIRENO: (La Fortuna ha comenzado Aparte a ayudarme; ánimo ten, porque en ella es natural, cuando comienza por mal, venir a acabar en bien.) TARSO: Bragas, si una vez os dejo, nunca más transformación. DUQUE: Meted una petición vosotros en mi consejo de lo que queréis; que allí se os pagará este servicio. DORISTO: Vos, que tenéis buen jüicio, la peticionad. LARISO: Sea así. DORISTO: Señor, por este cuidado haga un rollo en mi lugar, tal que se pueda ahorcar en él cualquier hombre honrado. MADALENA: Mucho, doña Serafina, me pesa ver llevar preso aquel hombre. SERAFINA: Yo confieso que a rogar por él me inclina su buen talle. MADALENA: ¿Eso desea tu afición? ¿Ya es bueno el talle? pues no tienes de libralle aunque lo intentes. SERAFINA: No sea. JUANA: ¿Habéisos de ir esta tarde? ANTONIO: ¡Ay, prima! ¡Cómo podré si me perdí, si cegué, si Amor valiente, cobarde, todo el tesoro me gana del alma y la voluntad? Sólo por ver su beldad no he de irme hasta mañana. JUANA: ¡Bueno estáis! ¿Que amáis en fin? ANTONIO: Sospecho, prima querida, que de mi contento y vida Serafina será fin.
FIN DEL ACTO PRIMEROACTO SEGUNDO
MADALENA: ¿Qué novedades son éstas, altanero pensamiento? ¿Qué torres sin fundamento tenéis en el aire puestas? ¿Cómo andáis tan descompuestas, imaginaciones locas? Siendo las causas tan pocas, ¿queréis exponer mis menguas a jüicio de las lenguas y a la opinión de las bocas? Ayer guardaban los cielos el mal de vuestra esperanza con la tranquila bonanza que agora inquietan desvelos. Al conde de Vasconcelos, o a mi padre di, en su nombre, el sí; mas, porque me asombre, sin que mi honor lo resista se entró al alma, a escala vista, por la misma vista un hombre. Vióle en ella, y fuera exceso, digno de culpa mi error, a no saber que el Amor es niño, ciego y sin seso. ¿A un hombre extranjero y preso, a mi pesar, corazón, habéis de dar posesión? ¿Amar al conde no es justo? ¡Mas, ay! Que atropella el gusto las leyes de la razón. Mas, pues, a mi instancia está por mi padre libre y suelto, mi pensamiento resuelto bien remediarse podrá. Forastero es; si se va, con pequeña resistencia podrá sanar la paciencia el mal de mis desconciertos; pues son médicos expertos de Amor el tiempo y la ausencia. Pero, ¿con qué rigor trazo el remedio de mi vida? Si puede sanar la herida, crueldad es cortar el brazo. Démosle a Amor algún plazo, pues su vista me provoca; que, aunque es la efímera loca, ninguno al enfermo quita el agua que no permita siquiera enjaguar la boca. Hacerle quiero llamar. --¡Ah, doña Juana!-- Teneos, desenfrenados deseos, si no os queréis despeñar. ¿Así vais a publicar vuestra afrenta? La vergüenza mi loco apetito venza; que, si es locura admitillo dentro del alma, el decillo es locura o desvergüenza. JUANA: Aquel mancebo dispuesto que ha estado preso hasta agora y a tu intercesión, señora, ya en libertad está puesto, pretende hablarte. MADALENA: (¡Qué presto Aparte valerse el Amor procura de la ocasión y ventura que ha de ponerse en efeto! Mas hace como discreto; que Amor todo es coyuntura.) ¿Sabes qué quiere? JUANA: Pretende al favor que ha recibido por ti, ser agradecido. MADALENA: (Áspides en rosas vende.) Aparte JUANA: ¿Entrará? MADALENA: (Si preso prende, Aparte si maltratado maltrata, si atado las manos ata las de mi gusto resuelto, ¿qué ha de hacer presente y suelto, quien ausente y preso mata?) Dile que vuelva a la tarde; que agora ocupada estoy. Mas oye. No vuelva. JUANA: Voy. MADALENA: Escucha. Di que se aguarde, mas, váyase; que ya es tarde. JUANA: ¿Hase de volver? MADALENA: ¿No digo que sí? Ve. JUANA: Tu gusto sigo. MADALENA: Pero torna. No se queje. JUANA: ¿Pues qué diré? MADALENA: Que me deje. (Y que me lleve consigo.) Aparte Anda. Di que entre. JUANA: Voy, pues. MADALENA: Que, aunque venga a mi presencia, vencerá la resistencia hoy del valor portugués. El desear y ver es en la honrada y la no tal, apetito natural; y si deferencia se halla, es en que la honrada calla y la otra dice su mal. Callaré, pues que presumo cubrir mi desasosiego, si puede encubrirse el fuego, sin manifestalle el humo. Mas bien podré, si consumo el tiempo a palabras vanas; pero las llamas tiranas del Amor, es cosa cierta que, en cerrándolas la puerta, se salen por las ventanas. Cuando les cierren la boca, por los ojos se saldrán; mas no las conocerán callando la lengua loca; que, si ella a Amor no provoca, nunca amorosos despojos dan atrevimiento a enojos si no es en cosas pequeñas; porque al fin hablan por señas cuando hablan solos los ojos. MIRENO: Aunque ha sido atrevimiento el venir a la presencia, señora, de vueselencia mi poco merecimiento, ser agradecido trato al recibido favor; porque el pecado mayor es el que hace un hombre ingrato. Por haber favorecido de un desdichado la vida, que al noble es deuda debida, me vi preso y perseguido; pero en la misma moneda me pagó el cielo, sin duda, pues libre, con vuestra ayuda, mi vida, señora, queda. ¡Libre dije? Mal he hablado; que el noble, cuando recibe, cautivo y esclavo vive, que es lo mismo que obligado. Y, ojalá mi vida fuera tal que, si esclava quedara, alguna parte pagara de esta merced, que ella hiciera excesos; pero, entre tantas que mi humildad envilecen y como esclavos ofrecen sus cuellos a vuestras plantas, a pagar con ella vengo la mucha deuda en que estoy; pues no os debo más si os doy, gran señora, cuanto tengo. MADALENA: Levantaos del suelo. MIRENO: Así estoy, gran señora, bien. MADALENA: Haced lo que os digo. (¿Quién Aparte me ciega el alma? ¡Ay de mí!) ¿Sois portugués? MIRENO: Imagino que sí. MADALENA: ¿Que lo imagináis? ¿De esa suerte incierto estáis de quién sois? MIRENO: Mi padre vino al lugar adonde habita, y es de alguna hacienda dueño, trayéndome muy pequeño; mas su trato lo acredita. Yo creo que en Portugal nacimos. MADALENA: ¿Sois noble? MIRENO: Creo que sí, según lo que veo en mi honrado natural, que muestra más que hay en mí. MADALENA: ¿Y darán la obras vuestras si fuere menester, muestras que sois noble? MIRENO: Creo que sí. Nunca de hacellas dejé. MADALENA: "Creo," decís a cualquier punto. ¿Creéis, acaso, que os pregunto artículos de la fe? MIRENO: Por la que debe guardar a la merced recibida de vueselencia mi vida, bien los puede preguntar, que mi fe su gusto es. MADALENA: ¡Qué agradecido venís! ¿Cómo os llamáis? MIRENO: Don Dionís. MADALENA: Ya os tengo por portugués y por hombre principal; que en este reino no hay hombre humilde de vuestro nombre, porque es apellido real; y sólo el imaginaros por noble y honrado ha sido causa que haya intercedido con mi padre a libertaros. MIRENO: Deudor os soy de la vida. MADALENA: Pues bien; ya que libre estáis, ¿qué es lo que determináis hacer de vuestra partida? ¿Dónde pensáis ir? MIRENO: Intento ir, señora, donde pueda alcanzar fama que exceda a mi altivo pensamiento. Sólo aquesto me destierra de mi patria. MADALENA: ¿En qué lugar pensáis que podéis hallar esa ventura? MIRENO: En la guerra; que el esfuerzo hace capaz para el valor que procuro. MADALENA: ¿Y no será más seguro que la adquiráis en la paz? MIRENO: ¿De qué modo? MADALENA: Bien podéis granjealle si dais traza que mi padre os dé la plaza de secretario, que veis que está vaca agora, a falta de quien la pueda suplir. MIRENO: No nació para servir mi inclinación, que es más alta. MADALENA: Pues cuando volar presuma, las plumas la han de ayudar. MIRENO: ¿Cómo he de poder volar con solamente una pluma? MADALENA: Con las alas del favor; que el vuelo de una privanza mil imposibles alcanza. MIRENO: Del privar nace el temor, como muestra la experiencia; y tener temor no es justo. MADALENA: Don Dionís, éste es mi gusto. MIRENO: ¿Gusto es de vuesa excelencia que sirva al duque? Pues, alto. Cúmplase, señora, ansí, que ya de un vuelo subí al primer móvil más alto. Pues, si en esto gusto os doy, ya no hay que subir más arriba; como el duque me reciba, secretario suyo soy. Vos, señora, lo ordenad. MADALENA: Deseo vuestro provecho, y ansí lo que veis he hecho; que, ya que os di libertad, pesárame que en la guerra la malograrais. Yo haré cómo esta plaza se os dé porque estéis en nuestra tierra. MIRENO: Mil años el cielo guarde tal grandeza. MADALENA: (Honor, huír Aparte que revienta por salir por la boca, Amor cobarde.) MIRENO: Pensamiento, ¿en qué entendéis? Vos, que a las nubes subís, decidme, ¿qué colegís de lo que aquí visto habéis? Declaraos, que bien podéis. Decidme, ¿tanto favor nace de sólo el valor que a quien honra ennoblece, o erraré si me parece que ha entrado a la parte Amor? ¡Jesús! ¡Qué gran disparate! ¡Temerario atrevimiento es el vuestro, pensamiento! Ni se imagine ni trate. Mi humildad el vuelo abate con que sube el deseo vario; mas, ¿por qué soy temerario si imaginar me prometo que me ama en lo secreto quien me hace su secretario? ¿No estoy puesto en libertad por ella? Y, ya sin enojos, por el balcón de sus ojos, ¿no he visto su voluntad? ¡Amor me tiene! Callad, lengua loca; que es error imaginar que el favor que de su nobleza nace, y generosa me hace, está fundado en amor. Mas el desear saber mi nombre, patria y nobleza, ¿no es amor? Ésa es bajeza. Pues, alma, ¿qué puede ser? Curiosidad de mujer. Si; mas, ¿dijera, alma, advierte, a ser eso de esa suerte sin reinar amor injusto, "Don Dionís, éste es mi gusto"? Este argumento, ¿no es fuerte? Mucho; pero mi bajeza no se puede persuadir que vuele y llegue a subir al cielo de tal belleza; pero, ¿cuándo hubo flaqueza en mi pecho? Esperar quiero; que siempre el tiempo ligero hace lo dudoso cierto; pues mal vivirá encubierto el tiempo, amor y dinero. TARSO: Ya que como a Daniel del lago, nos han sacado de la cárcel, donde he estado con menos paciencia que él, siendo la ira del duque nuestro profeta Habacú, ¿qué aguardas más aquí tú a que el tiempo nos bazuque? ¿Tanto bien nos hizo Avero que en él con tal sorna estás? Vámonos; pero dirás que quieres ser caballero. Y poco faltó, por Dios, para ser en Portugal caballeros a lo asnal; pues que supimos los dos que el duque mandado había que, por las acostumbradas nos diesen las pespuntadas orden de caballería. MIRENO: ¡Brito, amigo! TARSO: No soy Brito sino Tarso. MIRENO: Escucha necio. TARSO: Estas calzas menosprecio que me estorban infinito. Ya que en Brito me transformas, sácame de aquestos grillos; que no fui yo por novillos para que me pongas cormas. Quítamelas, y no quieras que alguna vez huela mal. MIRENO: ¡Peregrino natural! ¿Que nunca has de hablar de veras? Digo que estás temerario. TARSO: Braguirroto di que estoy. ¿Pero qué hay de nuevo? MIRENO: Soy, por lo menos, secretario del duque de Avero. TARSO: ¿Cómo? MIRENO: La que nos dio libertad de esta liberalidad es la autora. TARSO: Mejor tomo tus cosas; ya estás en zancos. MIRENO: Pues aún no lo sabes bien. TARSO: Darte quiero el parabién; y pues con los amos francos si algún favor me has de hacer y mi descanso permites, lo primero es que me quites estas calzas, que sin ser presidente, en apretones, después que las he calzado, en ellas he despachado mil húmedas provisiones. ANTONIO: Prima, a quedarme aquí mi amor me obliga, aguarde el rey o no; que mi rey llamo sólo mi gusto; que el pesar mitiga que me ha de consumir, si ausente amo. Pájaro soy; sin ver de Amor la liga. Curiosamente me asenté en el ramo de la hermosura, donde preso quedo; volar pretendo pero más me enredo. El conde de Estremoz sirve y merece a doña Serafina; yo he sabido que el duque sus intentos favorece, y hacerla esposa suya ha prometido. Quien no parece, dicen que perece. Si no parezco, pues, y ya ni olvido ni ausencia han de poder darme reposo, ¿qué he de esperar ausente y receloso? Si mi adorado serafín supiera quién soy, y con decírselo aguardara recíprocos amores con que hiciera mi dicha cierta y mi esperanza clara, más alegre y seguro me partiera, y de su fe mi vida confïara; si se puede fïar el que es prudente del sol de enero y de mujer ausente. No me conoce y mi tormento ignora, y así en quedarme mi remedio fundo; que me parta después, o vaya agora a la presencia de don Juan Segundo, importa poco. Prima mía, señora, si no quieres que llore y sepa el mundo el lastimoso fin que ausente espero, no me aconsejes el salir de Avero. JUANA: Don Antonio, bien sabes lo que estimo tu gusto, y que el amor que aquí te enseño al deudo corresponde que de primo nuestra sangre te debe, como a dueño; si en que te quedes ves que te reprimo, es por ser este pueblo tan pequeño que has de dar nota en él. ANTONIO: Ya yo procuro cómo sin que la dé, viva seguro. Nunca me ha visto el duque, aunque me ha escrito. Yo sé que busca un secretario experto, porque al pasado desterró un delito. JUANA: Con risa el medio que has buscado advierto. ANTONIO: ¿No te parece, si en palacio habito con este cargo, que podré encubierto entablar mi esperanza, como acuda el tiempo, la ocasión y más tu ayuda? JUANA: La traza es extremada, aunque indecente, primo, a tu calidad. ANTONIO: Cualquiera estado es noble con amor. No esté yo ausente que con cualquiera oficio estaré honrado. JUANA: Búsquese el modo, pues. ANTONIO: El más urgente está ya concluído. JUANA: ¿Cómo? ANTONIO: He dado un memorial al duque en que le pido me dé esta plaza. JUANA: Diligente has sido; mas, sin saberlo yo, culparte quiero. ANTONIO: Del cuidadoso el venturoso nace; hase encargado de él el camarero de quien dicen que el duque caudal hace. JUANA: Mucho priva con él. ANTONIO: Mi dicha espero si el cielo a mis deseos satisface y el camarero en la memoria tiene esta promesa. JUANA: Primo, el duque viene. DUQUE: Ya sabes que requiere aquese oficio persona en quien concurran juntamente calidad, discreción, presencia y pluma. FIGUEREDO: La calidad no sé; de esotras partes le puedo asegurar a vueselencia que no hay en Portugal quien conforme a ellas mejor pueda ocupar aquesa plaza. Le letra, el memorial que vueselencia tiene suyo podrá satisfacelle; DUQUE: Alto; pues tú le abonas, quiero velle. FIGUEREDO: Quiérole ir a llamar. Pero delante está de vueselencia. Llegá, hidalgo, que el duque, mi señor, pretende veros. ANTONIO: Déme los pies, vueselencia. DUQUE: Alzaos. ¿De dónde sois? ANTONIO: Señor, nací en Lisboa. DUQUE: ¿A quién habéis servido? ANTONIO: Héme crïado con don Antonio de Barcelos, conde de Penela, y os traigo cartas suyas, en que mis pretensiones favorece. DUQUE: Quiero yo mucho al conde don Antonio, aunque nunca le he visto. ¿Por qué causa no me las habéis dado? ANTONIO: No acostumbro pretender por favores lo que puedo por mi persona, y quise que me viese primero vueselencia. DUQUE: Camarero, su talle y buen estilo me ha agradado. Mi secretario sois. Cumplan las obras lo mucho que promete esa presencia. ANTONIO: Remítome, señor, a la experiencia. DUQUE: Doña Juana, ¿qué hacen Serafina y Madalena? JUANA: En el jardín agora estaban las dos juntas, aunque entiendo que mi señora doña Madalena quedaba algo indispuesta. DUQUE: ¿Pues qué tiene? JUANA: Habrá dos días que anda melancólica, sin saberse la causa de este daño. DUQUE: Ya la adivino yo; vamos a vella, que, como darla nuevo estado intento, la mudanza de vida siempre causa tristeza en la mujer honrada y noble; y no me maravillo esté afligida quien teme un cautiverio de por vida. Doña Juana, quedaos; que como viene el mensajero de Lisboa, y conoce al conde de Penela, vuestro primo, tendréis que preguntarle muchas cosas. JUANA: Es, gran señor, así. DUQUE: Yo gusto de eso. Secretario, quedaos. ANTONIO: Tus plantas beso. ANTONIO: Venturoso han sido los principios. JUANA: Si tienes por ventura ser crïado de quien eres igual, ventura tienes. ANTONIO: Ya por lo menos estaré presente, y estorbaré los celos de algún modo que el conde de Estremoz me causa, prima. JUANA: Dásele de él tan poco a quien adoras, y de eso, primo, está tan olvidada, que en lo que pone agora su cuidado es sólo en estudiar con sus doncellas una comedia, que por ser mañana Carnestolendas, a su hermana intenta representar, sin que lo sepa el duque. ANTONIO: ¿Es inclinada a versos? JUANA: Pierde el seso por cosas de poesía, y esta tarde conmigo sola en el jardín pretende ensayar el papel, vestida de hombre. ANTONIO: ¿Así me dices eso, doña Juana? JUANA: Pues, ¿cómo quieres que lo diga? ANTONIO: ¿Cómo? Pidiéndome la vida, el alma, el seso, en pago de que me hagas tan dichoso que yo la pueda ver de aquesa suerte. Así vivas más años que hay estrellas. Así jamás el tiempo riguroso consuma la hermosura de que gozas. Así tus pensamientos se te logren, y el rey de Portugal, enamorado de ti, te dé la mano, el cetro y vida. JUANA: Paso; que tienes talle de casarme con el Papa, según estás sin seso. Yo te quiero cumplir aqueste antojo. Vamos, y esconderéte en los jazmines y murtas que de cercas a los cuadros sirven, donde podrás, si no das voces, dar un hartazgo al alma. ANTONIO: ¿Hay en Avero algún pintor? JUANA: Algunos tiene el duque famosos; mas, ¿por qué me lo preguntas? ANTONIO: Quiero llevar conmigo quien retrate mi hermoso serafín; pues fácilmente, mientras se viste, sacará el bosquejo. JUANA: ¿Y si lo siente doña Serafina o el pintor lo publica? ANTONIO: Los dineros ponen freno a las lenguas y los quitan. ¡O mátame o no impidas mis deseos! JUANA: ¡Nunca yo hablara, o nunca tú lo oyeras, que tal prisa me das! Ahora bien, primero, en esto puedes ver lo que te quiero. Busca un pinto sin lengua, y no malparas; que, según los antojos diferentes que tenéis los que andáis enamorados, sospecho para mí que andáis preñados. DUQUE: Si darme contento es justo, no estés, hija, de esa suerte; que no consiste mi muerte más de en verte a ti sin gusto. Esposo te dan los cielos para poderte alegrar sin merecer tu pesar el conde de Vasconcelos. A su padre, el de Berganza, pues que te escribió, responde; escribe también al conde y no vea yo mudanza en tu rostro ni pesar si de mi vejez los días, con esas melancolías, no pretendes acortar. MADALENA: Yo, señor, procuraré no tenerlas, por no darte pena, si es que un triste es parte en sí de que otro lo esté. DUQUE: Si te diviertes, bien puedes. MADALENA: Yo procuraré servirte; y agora quiero pedirte entre las muchas mercedes que me has hecho, una pequeña. DUQUE: Con condición que se olvide aquesa tristeza, pide. MADALENA: (Honra; el amor os despeña.) Aparte El preso que te pedí librases, y ya lo ha sido, de todo punto ha querido favorecerse de mí. Con sólo esto, gran señor, parece que me ha obligado; y así, a mi cargo he tomado, con su aumento, tu favor. Es hombre de buena traza y tiene extremada pluma. DUQUE: Dime lo que quiere en suma. MADALENA: Quisiera entrar en la plaza de secretario. DUQUE: Bien poco ha que dársela pudiera; aún no ha un cuarto de hora entera que está ocupado. MADALENA: (¡Amor loco; Aparte muy bien despachado estáis!! Vos perderéis por cobarde pues acudiste tan tarde que con alas no voláis.) DUQUE: Por orden del camarero a un mancebo he recibido que de Lisboa ha venido con aquese intento a Avero; y, según lo que en él vi, muestra ingenio y suficiencia. MADALENA: Si gusta vuestra excelencia ya que mi palabra di, y él está con esperanza que le he de favorecer, pues me manda responder al conde y al de Berganza, sabiendo escribir tan mal, quien quiera que se quedara en palacio y me enseñara; porque en mujer principal falta es grande no saber escribir cuando recibe alguna carta, o si escribe, que no se pueda leer. Dándome algunas liciones, más clara la letra haré. DUQUE: Alto, pues; lición te dé con que enmiendes tus borrones; que, en fin, con ese ejercicio la pena divertirás, pues la tienes porque estás ociosa; que el ocio es vicio. Entre por tu secretario. MADALENA: Las manos quiero besarte. CONDE: Señor... DUQUE: ¡Conde don Düarte! CONDE: Con contento extraordinario vengo. DUQUE: ¿Cómo? CONDE: El rey recibe con gusto mi pretensión, y sobre aquesta razón a vuestra excelencia escribe. Dice que se servirá su majestad de que elija, para honrar mi casa, hija de vueselencia, y tendrá cuidado de aquí adelante de hacerme merced. DUQUE: Yo estoy contento de eso, y os doy nombre de hijo; aunque importante será que disimuléis mientras doña Serafina al nuevo estado se inclina; porque ya, conde, sabéis cuán pesadamente lleva esto de casarse agora. CONDE: Hará el alma, que la adora, de sus sufrimientos prueba. DUQUE: Yo haré las partes por vos; con ella perder recelo. El conde de Vasconcelos vendrá pronto, y de las dos las bodas celebraré presto. CONDE: El esperar da pena. DUQUE: No estéis triste, Madalena. MADALENA: Yo, señor, me alegraré por dar gusto a vueselencia. DUQUE: Vamos a ver lo que escribe el rey. CONDE: Quien espera y vive bien ha menester paciencia. MADALENA: Con razón se llama amor enfermedad y locura; pues siempre el que ama procura, como enfermo, lo peor. Ya tenéis en casa, honor, quien la batalla os ofrece, y poco hará, me parece, cuando del alma os despoje, que quien el peligro escoge no es mucho que en él tropiece. Los encendidos carbones tragó Porcia, y murió luego. ¿Qué haré yo, tragando el fuego, por callar, de mis pasiones? Diréle, no por razones, sino por señas visibles, los tormentos invisibles que padezco por no hablar; porque mujer y callar son cosas incompatibles. JUANA: Desde este verde arrayán, donde el sitio al Amor hurta[s] estos jazmines y murtas ser tus celosías podrán; pero que calle te aviso y tendrá tu amor buen fin. ANTONIO: Ya sé que es mi serafín ángel de este paraíso; y yo, si acaso nos siente, será Adán echado de él. JUANA: Yo haré que ensaye el papel aquí, para que esté enfrente del pintor, y retratalla con más facilidad pide. Vistiéndose de hombre queda, pues da en aquesto. A avisalla voy de que solo y cerrado está el jardín. Primo, adiós. ANTONIO: Pintores somos los dos; ya yo el retrato he copiado, que me enamora y abrasa. PINTO: No entiendo ese pensamiento. ANTONIO: Naipe es el entendimiento, pues la llama tabla rasa, a mil pinturas sujeto, Aristóteles. PINTOR: Bien dices. ANTONIO: Las colores y matices son especies del objeto, que los ojos que le miran al sentido común dan; que es obrador donde están cosas que el ingenio admiran, tan solamente en bosquejo, hasta que con luz distinta las ilumina y las pinta el entendimiento, espejo que a todas da claridad. Pintadas las pone en venta, y para esto las presenta a la reina Voluntad, mujer de buen gusto y voto, que ama el bien perpetuamente, verdadero o aparente, como no sea bien ignoto; que lo que no es conocido nunca por ella es amado. PINTOR: De esa suerte lo ha enseñado el filósofo. ANTONIO: Traído de la pintura el caudal, todos los lienzos descoge y entre ellos compra y escoge una vez bien y otras mal. Pónele el marco de amor y como en velle se huelga, en la memoria le cuelga que es su camarín mayor. Del mismo modo miré de mi doña Serafina la hermosura peregrina. Tomé el pincel, bosquejé. Acabó el entendimiento de retratar su beldad. Compróle la Voluntad, guarnecióle el pensamiento; que a la memoria le trajo y, viendo cuán bien salió, luego el pintor escribió "Amor me fecit" abajo. ¡Ves cómo pinta quien ama? PINTOR: Pues si ya el retrato tienes, ¿por qué a retratalla vienes conmigo? ANTONIO: Aquéste se llama "retrato espiritual;" que la Voluntad, ya ves, que es sólo espíritu. PINTOR: ¿Pues? ANTONIO: La vista, que es corporal, para contemplar el rato que estoy solo su hermosura pide agora a tu pintura este corporal retrato. PINTOR: No hay filosofía que iguale a la de un enamorado. ANTONIO: Soy en amor gradüado; mas oye, que mi bien sale. JUANA: ¿Que aquesto de veras haces? ¿Que en verte así no te ofendes? SERAFINA: Fiestas de Carnestolendas todas paran en disfraces. Deséome entretener de este modo; no te asombre que apetezca el traje de hombre ya que no lo puedo ser. JUANA: Paréceslo de manera que me enamoro de ti. En fin, ¿esta noche es? SERAFINA: Sí. JUANA: A mí más gusto me diera que te holgaras de otros modos y no con representar. JUANA: No me podrás tú juntar para los sentidos todos los deleites que hay diversos como en la comedia. JUANA: Calla. SERAFINA: ¿Que fiesta o juego se halla que no le ofrezcan los versos?? En la comedia, los ojos ¿no se deleitan y ven mil cosas que hacen que estén olvidados tus enojos? La música, ¿no recrea el oído y el discreto no gusta allí del conceto y la traza que desea? Para el alegre, ¿no hay risa? Para el triste, ¿no hay tristeza? Para el agudo, ¿agudeza? Allí el necio, ¿no se avisa? El ignorante, ¿no sabe? ¿No hay guerra para el valiente, consejos para el prudente, y autoridad para el grave? Moros hay si quieres moros; si apetecen tus deseos torneos, te hacen torneos; si toros, correrán todos. ¿Quieres ver los epitetos que de la comedia he hallado? De la vida es un traslado, sustento de los discretos, dama del entendimiento, de los sentidos banquete, de los gustos ramillete, esfera del pensamiento, olvido de los agravios, manjar de diversos precios, que mata de hambre a los necios y satisface a los sabios. Mira lo que quieres ser de aquestos dos bandos. JUANA: Digo que el de los discretos sigo, y que me holgara de ver la farsa infinito. SERAFINA: En ella ¿cuál es lo malo que sientes? JUANA: Sólo que tú representes. SERAFINA: ¿Por qué, si sólo han de vella mi hermana y sus damas? Calla. De tu mal gusto me admiro. ANTONIO: Suspenso las gracias miro con que habla. A retratalla comienza, si humana mano al vivo puede copiar la belleza singular de un serafín. PINTOR: Es humano. Bien podré. ANTONIO: ¿Pues, no te admiras de su vista soberana? SERAFINA: El espejo, doña Juana. Tocaréme. JUANA: Si te miras en él, ten, señora, aviso, no te enamores de ti. SERAFINA: ¿Tan hermosa estoy ansí? JUANA: Temo que has de ser Narciso. SERAFINA: ¡Bueno! De esta suerte quiero los cabellos recoger, por no parecer mujer cuando me quite el sombrero. Pon el espejo. ¿A qué fin le apartas? JUANA: Porque así impido a un pintor que está escondido por copiarte en el jardín. SERAFINA: ¿Cómo es eso? PINTOR: ¡Vive Dios, que aquesta mujer nos vende! Si el duque acaso esto entiende, medrado habemos los dos. SERAFINA: ¿En el jardín hay pintor? JUANA: Sí. Deja que te retrate. ANTONIO: ¡Cielos! ¿Hay tal disparate? SERAFINA: ¿Quién se atrevió a eso? JUANA: Amor, que, como en Chipre, se esconde enamorado de ti por retratarte. ANTONIO: Eso sí. JUANA: (¡Cuál estará agora el conde!) Aparte SERAFINA: Humor tienes singular aquesta tarde. PINTOR: ¿Ha de ser el vestido de mujer con que la he de retratar, o como agora está? ANTONIO: Sí, como está; porque se asombre el mundo que en traje de hombre un serafín ande ansí. PINTOR: Sacado tengo el bosquejo. En casa lo acabaré. SERAFINA: Ya de tocarme acabé. Quitar puedes el espejo. ¿No está bien este cabello? ¿Qué te parezco? JUANA: Un Medoro. SERAFINA: No estoy vestida de moro. JUANA: No, mas pareces más bello. SERAFINA: Ensayemos el papel, pues ya estoy vestida de hombre. JUANA: ¿Cuál es de la farsa el nombre? SERAFINA: "La portuguesa crüel." JUANA: En ti el poeta pensaba cuando así la entituló. SERAFINA: Portuguesa soy; crüel no. JUANA: Pues a Amor, ¿que le faltaba a no sello? SERAFINA: ¿Qué crueldad has visto en mí? JUANA: No tener a nadie amor. SERAFINA: ¿Puede ser el no tener voluntad a ninguno crueldad? Di. JUANA: ¿Pues no? SERAFINA: ¿Y será justa cosa, por ser para otros piadosa, ser yo crüel para mí? PINTOR: ¡Par diez, que ella dice bien! ANTONIO: ¡Pobre del que tal sentencia está escuchando! PINTOR: ¡Paciencia! ANTONIO: Mis temores me la den. SERAFINA: Déjame ensayar y acaba. Verás cuál hago un celoso. JUANA: ¿Qué papel haces? SERAFINA: ¡Famoso! Un príncipe que sacaba al campo, a reñir por celos de su dama, a un conde. JUANA: Pues, comienza. SERAFINA: No sé lo que es, pero escucha y fingirélos. Conde, vuestro atrevimiento a tal término ha venido que ya la ley ha rompido de mi honrado sufrimiento. Espantado estoy, por Dios, de vos y de Celia bella; de vos, porque habláis con ella; de ella porque os oye a vos; que supuesto que sabéis las conocidas ventajas que hace a vuestra prendas bajas el valor que conocéis en mí, desacato ha sido; en vos, por habella amado, y en ella por haber dado a vuestro amor loco oído. Oye, no hay satisfacciones; que serán intento vanos, pues como no tenéis manos queréis vencerme a razones. Haga vuestro esfuerzo alarde, acábense mis recelos, que no es bien que me dé celos un hombre que es tan cobarde. Muestra tu valor agora, medroso, infame enemigo. ¡Muere! JUANA: ¡Ay, ten! ¡Que no es conmigo la pesadumbre, señora! SERAFINA: ¿Qué te parece? JUANA: Temí. SERAFINA: Enojéme. JUANA: ¿Pues qué hicieras, a ser los celos de veras si te enojas siendo así? ANTONIO: ¿Hay celos con mayor gracia? PINTOR: Estoy mirándola loco. ¡Donaire extraño! JUANA: Por poco sucediera una desgracia, de verte tuve temor. Un valentón bravo has hecho. SERAFINA: Oye agora. Satisfecho de mi dama y de su amor, del enojo que la di, muy a lo tierno la pido me perdone arrepentido. JUANA: Eso será bueno. Di. SERAFINA: Los cielos me son testigos si el enojo que te he dado al alma no me ha llegado. Mi bien, seamos amigos. Basta. No haya más enojos, pues yo propio me castigo. Vuelvan a jugar conmigo las dos niñas de esos ojos. Quitad el ceño. No os note mi amor niñas soberanas; que dirá que sois villanas viéndoos andar con capote. ¿De qué sirve este desdén, mi gloria, mi luz, mi cielo, mi regalo, mi consuelo, mi paz, mi gloria, mi bien? ¿Que no me quieres mirar? ¡Que esto no te satisfaga! Mátame, toma esta daga. Mas no me querrás matar; que aunque te enojes, yo sé que en mí tu gusto se emplea. No hayas más, mi Celia. ¡Ea, mira que me enojaré! Como te adoro, me atrevo; no me apartes, no te quites. JUANA: Pasito, que te derrites. De nieve te has vuelto sebo. Nunca has sido, sino agora, portuguesa. ANTONIO: ¡Ah, cielo santo! ¡Quién la dijera otro tanto como ha dicho. JUANA: Di, señora, ¿es posible que quien siente y hace así un enamorado no tenga amor? SERAFINA: No me ha dado hasta agora ese accidente porque su provecho es poco, y la pena que da es mucha. Aqueste romance escucha. ¡Verás cuán bien finjo un loco! ¿Que se casa con el conde y me olvida Celia? ¡Cielos! Pero mujer y mudanza tienen un principio mesmo. ¿Qué se hicieron los favores que cual flores prometieron el fruto de mi esperanza? Mas fueron flores de almendro; un cierzo las ha secado. Loco estoy, matarme quiero; piérdase también la vida, pues ya se ha perdido el seso. Mas, no; vamos a las bodas; que razón es, pensamiento, pues que la costa pagamos, que a mi costa nos holguemos. En la aldea se desposan los dos a lo villanesco; que pues se casa en aldea, villana su amor ha vuelto. Celos, volemos allá pues tenéis alas de fuego. A lindo tiempo llegamos, desde aquí verla podemos. Ya salen los convidados, el tamboril toca el tiempo, porque a su son bailan todos; pues ellos bailan, bailemos. Va: "Perantón, Perantón... . . . . . . . . . . [e-o]" Pues vuestra Celia las hace, toca Pero Sastre, el viejo, pues que la villa lo paga. Ya se entraron allá dentro, ya quieren dar colación. La capa del sufrimiento me rebozaré, que así podré llegar encubierto, y arrimarme a este rincón como mis merecimientos. Avellanas y tostones dan a todos. ¡Hola! ¡Ah, necios! Llegad, tomaré un puñado. ¿Yo necio? Mentís. ¿Yo miento? Tomad. ¿A mí bofetón? ¡Muera! ¡Ténganse! ¿Qué es esto? No fue nada. Sean amigos. Yo lo soy. Yo serlo quiero. Ya ha llegado el señor cura. Por muchos años y buenos se regocije esta casa con bodas y casamientos. Por vertú de su mercé, señor cura, aquí hay asiento. ¿Eso no? Tome esta silla de costillas. No haré, cierto. Digo que la ha de tomar. Este escaño estaba bueno; mas por no ser porfïado... Ya se ha rellenado el viejo. Echá vino, Hernán Alonso. Beba el cura y vaya arreo. ¡Oh, cómo sabe a la pega! También Celia sabe a celos. Ya es hora del desposorio; todos están en pie puestos: los novios y los padrinos en frente y el cura en medio. Fabio, ¿queréis por esposa a Celia hermosa? Sí, quiero. Vos, Celia, ¿queréis a Fabio? Por mi esposo y por mi dueño. ¡Oh, perros! ¿En mi presencia? El príncipe Pinabelo soy. Mueran los desposados, el cura, la gente, el pueblo. ¡Ay, que nos mata! Pegadles, celos míos, vuestro incendio pues Sansón me he vuelto. Muera Sansón con los Filisteos; que no hay quien pueda resistir el fuego cuando le enciende amor y soplan celos. JUANA: ¡Pecadora de mí! ¡Tente! Que no soy Celia ni Celio para airarte contra mí. SERAFINA: Encendíme, te prometo, como Alejandro lo hacía llevado del instrumento que aquel músico famoso le tocaba. ANTONIO: ¿Pudo el cielo juntar más donaire y gracia solamente en un sujeto? ¡Dichoso quien, aunque muera, le ofrece sus pensamientos! JUANA: Diestra estás; muy bien lo dices. SERAFINA: Ven, doña Juana; que quiero vestirme sobre este traje el mío, hasta que sea tiempo de representar. JUANA: A fe, que se ha de holgar en extremo tu melancólica hermana. SERAFINA: Entretenerla deseo. PINTOR: Ya se fueron. ANTONIO: Ya quedé con su ausencia triste y ciego. PINTOR: En fin, ¿quieres que de hombre la pinte? ANTONIO: Sí, que deseo contemplar en este traje lo que agora visto habemos; pero truécala el vestido. PINTOR: ¿Pues no quieres que sea negro? ANTONIO: Dará luto a mi esperanza; mejor es color de cielos, con oro, y pondrá en él otro amor y azul mis celos. PINTOR: Norabuena ANTONIO: ¿Para cuándo me le tienes de dar hecho? PINTOR: Para mañana sin falta. ANTONIO: No repares en el precio; que no trujera Amor desnudo el cuerpo a ser interesable y avariento. MADALENA: Mi maestro habéis de ser desde hoy. MIRENO: ¿Qué ha visto en mí, vuestra excelencia, que así me procura engrandecer? Dará lición al maestro el discípulo desde hoy. MADALENA: (¡Qué claras señales doy Aparte del ciego amor que le muestro!) MIRENO: (¿Qué hay que dudar, esperanza? Aparte Esto, ¿no es tenerme amor? Dígalo tanto favor, muéstrelo tanta privanza. Vergüenza, ¿por qué impedís la ocasión que el cielo os da? Daos por entendido ya.) MADALENA: Como tengo, don Dionís tanto amor... MIRENO: (¡Ya se declara, Aparte ya dice que me ama, cielos! MADALENA: ...al conde de Vasconcelos, antes que venga, gustara, no sólo hacer buena letra, pero saberle escribir, y por palabras decir lo que el corazón penetra; que el poco uso que en amar tengo, pide que me adiestre esta experiencia, y me muestre cómo podré declarar lo que tanto al alma importa, y el amor mismo me encarga; que soy en quererle larga, y en significarlo corta. En todo os tengo por diestro; y así, me habéis de enseñar a escribir y a declarar al conde mi amor, maestro. MIRENO: (¿Luego no fue en mi favor, Aparte pensamiento lisonjero sino porque sea tercero del conde? ¿Veis, loco amor, cuán sin fundamento y fruto torres habéis levantado de quimera, que ya han dado en el suelo? Como el bruto en esta ocasión he sido, en que la estatua iba puesta, haciéndola el pueblo fiesta que loco y desvanecido creyó que la reverencia no a la imagen que traía sino a él solo se hacía, y con brutal impaciencia arrojalla de sí quiso hasta que se apaciguó con el castigo, y cayó confuso en su necio aviso. ¿Así el favor corresponde con que me he desvanecido? Basta; que yo el bruto he sido y la estatua es sólo el conde. Bien puedo desentonarme que no es la fiesta por mí.) MADALENA: (Quise deslumbrarle así; Aparte que fue mucho declararme.) Mañana comenzaréis, maestro, a darme lición. MIRENO: Servirte es mi inclinación. MADALENA: Triste estáis. MIRENO: ¿Yo? MADALENA: ¿Qué tenéis? MIRENO: Ninguna cosa. MADALENA: (Un favor Aparte me manda Amor que le dé.) ¡Válgame Dios! Tropecé... (Que siempre tropieza Amor.) Aparte El chapín se me torció. MIRENO: (¡Cielos! ¿Hay ventura igual?) Aparte ¿Hízose acaso algún mal vueselencia? MADALENA: Creo que no. MIRENO: ¿Que la mano la tomé? MADALENA: Sabed que al que es cortesano le dan, al darle una mano, para muchas cosas pie. MIRENO: "¡Le dan, al darle una mano, para muchas cosas pie!" De aquí, ¿qué colegiré? Decid, pensamiento vano. ¿En aquesto pierdo o gano? ¿Qué confusión, qué recelos son aquestos? Decid, cielos, ¿esto no es amor? Mas no, que llevo la estatua yo del conde de Vasconcelos. Pues, ¿qué enigma es darme pie la que su mano me ha dado? Si sólo el conde es amado, ¿qué es lo que espero? ¿Qué sé? Pie o mano, decid, ¿por qué dais materia a mis desvelos? Confusión, Amor, recelos, ¿soy amado? Pero no, que llevo la estatua yo del conde de Vasconcelos. El pie que me dio será pie para darla lición en que escriba la pasión que el conde y su amor la da. Vergüenza, sufrí y callá. Basta ya, atrevidos vuelos, vuestra ambición, si a los cielos me desatino os subió; que llevo la estatua yo del conde de Vasconcelos. FIN DEL SEGUNDO ACTOACTO TERCERO
RUY: Si la edad y la prudencia ofrece en la adversidad, Lauro discreto, paciencia, vuestra prudencia y edad pueden hacer la experiencia. Dejad el llanto prolijo; que, si vuestro ausente hijo es causa que lloréis tanto, él convertirá ese llanto brevemente en regocijo. Su virtud misma procura honrar vuestra senectud y hacer su dicha segura; que siempre fue la virtud principio de la ventura; y pues la tiene por madre, no es bien que ese llanto os cuadre. LAURO: Eso mis males lo vedan, porque los hijos heredan las desdichas de su padre. No le he dejado otra herencia si no es la desdicha mía, . . . . . . . . . .[ -encia;] que era el muro que tenía mi vejez. RUY: ¿Ésa es prudencia? Si por trabajos un hombre es bien que llore y se asombre, ¿quién los tiene como yo a quien el cielo quitó honra, patria, hacienda y nombre? Un hijo sólo perdéis aunque no en las esperanzas que de gozalle tenéis; pero yo, con las mudanzas que de mi vida sabéis, ¿cuándo veré que el furor del tiempo y de su rigor dejará de hacerme ultraje, despreciado en este traje y con nombre de traidor? Consoladme vos a mí, pues es más lo que perdí. LAURO: ¿Más que un hijo habéis perdido? RUY: El honor, ¿no es preferido a la vida y hijos? LAURO: Sí. RUY: Pues si no tengo esperanza de dar a mi honor remedio, más pierdo. LAURO: En una venganza no es bien que se tome el medio deshonrado; el que la alcanza con medio que injustos son, cuando más vengarse intenta, queda con mayor afrenta [porque ese color presenta] dando color de traición el contrahacer firma y sello del duque para matar al conde, pudiendo hacello de otro modo y no manchar vuestro honor por socorrello. Y pues parece castigo el que os da el tiempo enemigo, justo es que estéis consolado, pues padecéis por culpado; pero el que usa conmigo mi desdicha es diferente, pues, aunque no lo merezco, me castiga. RUY: Un hijo ausente no es gran daño. LAURO: El que padezco tantos años inocente os diré, si los ajenos daños hacen que sean menos los propios males. RUY: No son de aquesa falsa opinión los generosos y buenos; porque el prudente i discreto siente el daño ajeno tanto como el propio. LAURO: Si secreto me guardáis, diraos mi llanto su historia. RUY: Yo os le prometo; mas llorar un hijo ausente un hombre es mucha flaqueza. LAURO: Pierdo, con perdelle, mucho. RUY: ¿Qué más extremos hicieras a tener tú mis desdichas? LAURO: ¡Ay, Dios! Si quien soy supieras, ¡cómo todas tus desgracias las juzgaras por pequeñas! RUY: Ese enigma me declara. LAURO: Pues con ese traje quedas en el lugar de mi hijo, escucha mi suerte adversa. Yo, Ruy Lorenzo, no soy hijo de estas asperezas, ni el traje que tosco ves es mi natural herencia; no es de Lauro mi apellido, ni mi patria aquesta sierra, ni jamás mi sangre noble supo cultivar la tierra. Don Pedro de Portugal me llaman, y de la cepa de los reyes lusitanos desciendo por línea recta. El rey don Düarte fue mi hermano, y el que ahora reina es mi sobrino. RUY: ¿Qué escucho? ¡Duque de Coímbra! Deja que sellen tus pies mi labios, y que mis desdichas tengan fin, pues con las tuyas son o ningunas o pequeñas. LAURO: Alza del suelo y escucha si acaso tienes paciencia para saber los vaivenes de la Fortuna y su rueda. Murió el rey de Portugal, mi hermano, en la primavera de su juventud lozana; mas la muerte, ¿qué no seca? De seis años dejó un hijo que agora, ya hombre, intenta acabar mi vida y honra; y dejando la tutela y el gobierno de estos reinos solos a mí y a la reina. Murió el rey; sobre el gobierno hubo algunas diferencias entre mí y la reina viuda, porque jamás la soberbia supo admitir compañía en el reinar, y las lenguas de envidiosos lisonjeros siempre disensiones siembran. Metióse el rey de Castilla de por medio, porque era la reina su hermana. En fin, nuestros enojos concierta con que rija en Portugal la mitad del reino, y tenga en su poder al infante. Vine en esta conveniencia; mas no por eso cesaron las envidias y sospechas, hasta alborotar el reino asomos de armas y guerras. Pero cesó el alboroto porque, aunque era moza y bella la reina, un mal repentino dio con su ambición en tierra. Murió en fin; gocé el gobierno portugués sin competencia, hasta que fue Alfonso Quinto, de bastante edad y fuerzas. Caséle con una hija que me dio el cielo, Isabela por nombre aunque desdichada, pues ni la estima ni precia. Juntáronsele al rey mozo mil lisonjeros, que cierran a la verdad en palacio, como es costumbre, las puertas. Entre ellos un mi enemigo, de humilde naturaleza, Vasco Fernández por nombre, gozó, la privanza excelsa; y queriendo derribarme para asegurarse en ella, a mi propio hermano induce, y, para engañarle, ordena hacerle entender que quiero levantarme con sus tierras y combatirle a Berganza, siendo duque por mí de ella. Creyólo, y ambos a dos al nuevo rey aconsejan, si quiere gozar seguro sus estados, que me prenda; para lo cual alegaban que di muerte con hierbas a doña Leonor, su madre, y que con traiciones nuevas quitalle intentaba el reino, pidiendo a Ingalaterra socorro, con cartas falsas en que mi firma le enseñan. Creyólo; desposeyóme de mi estado y las riquezas que en el gobierno adquirí; llevóme a una fortaleza donde, sin bastar los ruegos ni lágrimas de Isabela, mi hija y su esposa, manda que me corten la cabeza. Supe una noche propicia el rigor de la sentencia y, ayudándome el temor, las sábanas hechas vendas, me descolgué de los muros, y en aquella noche mesma di aviso que me siguiese a mi esposa la duquesa. Supo el rey mi fuga, y manda que al son de roncas trompetas me publiquen por traidor, dando licencia a cualquiera para quitarme la vida, poniendo mortales penas a quien, sabiendo de mí, no me lleve a su presencia. Temí el rigor del mandato, y como en la suerte adversa huye el amistad, no quise ver en ellos su experiencia. Llegamos hasta estos montes, donde de parto y tristeza murió mi esposa querida, y un hijo hermoso me deja que en este traje crïado, comprando ganado y tierras, y hecho de duque pastor, ha ya veinte primaveras que han dado flores a mayo, hierba al prado y a mí penas, que el estado en que me ves conservo; mas todo fuera poco, a no perder la vista del hijo en cuya presencia olvidaba mis trabajos. Mira si es razón que sienta la falta que a mi vejez hace su vista, y que pierda la vida que ya se acaba entre lágrimas molestas. RUY: Notables son los sucesos que en el mundo representa el tiempo caduco y loco, autor de tantas tragedias. La tuya, famoso duque, hace que olvide mis penas; mas yo espero en Dios que presto dará Fortuna la vuelta. Bien claras señales daba de tu hijo la presencia, que, cual ceniza, el sayal las llamas de su nobleza encubría. Quiera el cielo que rico y próspero el vuelva a consolarte. BATO: Nuesamo, con cinco carros de leña vamos a Avero. ¿Mandas algo para allá? LAURO: Bato, que vengas presto. BATO: ¿No quieres más? LAURO: No. BATO: Pues yo sí, porque quisiera que, a cuenta de mi soldada, ocho veintenes me diera para una cofia de pinos que me ha pedido Firela. LAURO: Ven por ellos. BATO: En mi tarja nueve rayas tengo hechas, porque otros cinco tostones debo no más. LAURO: ¡Qué simpleza! VASCO: ¿No podría yo ir allá? RUY: No, Vasco amigo, si intentas no perderte; que ya sabes nuestro peligro y afrenta. VASCO: ¿Hasta cuándo quieres que ande en esta vida grosera, de mis calzas desterrado? Vuélveme, señor, a ellas, y líbrame de un mastín que anoche desde la puerta de Melisa me llevó dos cuarterones de pierna. RUY: ¿Pues qué hacías tú de noche a su puerta? VASCO: Hay cosas nuevas. Si aquí es el amor quillotro, quillotrado estoy por ella. Hízome ayer un favor en el valle. RUY: ¿Y fue? VASCO: Que tiesa me dio un pellizco en un brazo, terrible, y me hizo señas con el ojo zurdo. RUY: ¿Y ése es buen favor? VASCO: ¡Linda flema! Ansí se imprime el carácter del amor en las aldeas. TARSO: ¿Más muestras quieres que dé que decirte, al "cortesano le dan, al dalle una mano, para muchas cosas pie?" ¿Puede decirlos más claro una mujer principal? ¿Qué aguardabas, pese a tal, amante corto y avaro, que ya te daré este nombre pues no te osas atrever? ¿Esperas que la mujer haga el oficio de hombre? ¿En qué especie de animales no es la hembra festejada, perseguida y paseada con amorosas señales? A solicitalla empieza, que lo demás es querer el orden sabio romper que puso Naturaleza. Habla; no pierdas por mudo tal mujer y tal estado. MIRENO: Un laberinto intricado es, Tarso, el que temo y dudo. No puedo determinarme que me prefieran los cielos al conde de Vasconcelos; pues llegando a compararme con él, sé que es gran señor, mozo discreto, heredero de Berganza, y desespero, viéndome humilde pastor, rama vil de un tronco pobre, y que tan noble mujer no es posible quiera hacer más favor que al oro, al cobre. Mas después el afición con que me honra y favorece, las mercedes que me ofrece su afable conversación, el suspenderse, el mirar, las enigmas y rodeos con que explica sus deseos, el fingir un tropezar --si es que fue fingido--el darme la mano, con la razón que me tiene en confusión se animan para animarme, y entre esperanza y temor como ya, Brito, me abraso, llego a hablalla, tengo el paso, tira el miedo, impele amor, y, cuando más me provoca y hablalla el alma comienza, enojada la Vergüenza llega y tápame la boca. TARSO: ¿Vergüenza? ¿Tal dice un hombre? ¡Vive Dios, que estoy corrido con razón de haberte oído tal necedad! No te asombre que así llame a tu temor por no llamarle locura. ¡Miren aquí qué criatura o qué doncella Teodor, para que con este espacio diga que vergüenza tiene! No sé yo para qué viene el vergonzoso a palacio. Amor vergonzoso y mudo medrará poco, señor, que a tener vergüenza amor, no le pintaran desnudo. No hayas miedo que se ofenda cuando digas tus enojos; vendados tiene los ojos pero la boca sin venda. Habla, o yo se lo diré porque, si callas, es llano que quien te dio pie en la mano tiene de dejarte a pie. MIRENO: Ya, Brito, conozco y veo que amor que es mudo no es cuerdo; pero, si por hablar pierdo lo que callando poseo y agora con mi privanza e imaginar que me tiene amor, vive y se entretiene, mi incierta y loca esperanza; y declarando, mi amor tengo de ver en mi daño el castigo y desengaño que espero de su rigor, ¿no es mucho más acertado aunque la lengua sea muda, gozar un amor en duda que un desdén averiguado? Mi vergüenza esto señala, esto intenta mi secreto. TARSO: Dijo una vez un discreto que en tres cosas era mala la vergüenza y el temor. MIRENO: ¿Y eran? TARSO: Escucha despacio: en el púlpito, en palacio y en decir uno su amor. En palacio estás. Los cielos te abren camino anchuroso. No pierdas por vergonzoso. MIRENO: Si al conde de Vasconcelos ama, ¿cómo puede ser? TARSO: No lo creas. MIRENO: Si lo veo y ell[a] lo dice. TARSO: Es rodeo y traza para saber si amas. A hablarla comienza, que, par Dios, si la perdemos que al monte volver podemos a segar. MIRENO: Si la vergüenza me da lugar yo lo haré aunque pierda vida y fama. JUANA: Mirad, don Dionís, que os llama mi señora... MIRENO: Luego iré. TARSO: Ánimo. MIRENO: (¿Qué confusión Aparte me entorpece y acobarda? JUANA: Venid presto; que os aguarda. TARSO: Desenvuelve el corazón. Háblala, señor, de espacio. MIRENO: Tiemblo, Brito. TARSO: Esto es forzoso. Bien dicen que al vergonzoso le trujo el diablo a palacio. MADALENA: Ciego Dios, ¿qué os avergüenza la cortedad de un temor? ¿De cuándo acá niño amor sois hombre y tenéis vergüenza? ¿Es posible que vivís en don Dionís y que os llama su dios? Sí, pues si me ama, ¿cómo calla don Dionís? Decláreme sus enojos, pues callar un hombre es mengua. Dígame una vez su lengua lo que me dicen sus ojos. Si teme mi calidad su bajo y humilde estado, bastante ocasión le ha dado mi atrevida libertad. Ya le han dicho que le adoro mis ojos, aunque fue en vano. La lengua, al dalle la mano a costa de mi decoro, ya abrió el camino que pudo mi vergüenza. Ciego infante, ya que me habéis dado amante, ¿para qué me le dais mudo? Mas no me espanto lo sea pues tanto Amor me humilló; que, aun diciéndoselo yo, podrá ser que no lo crea. JUANA: Don Dionís, señora, viene a darte lición. MADALENA: A dar lición vendrá de callar pues aun palabras no tiene. De suerte me trata Amor que mi pena no consiente más silencio. Abiertamente le declararé mi amor contra el común orden y uso; mas tiene de ser de modo que, diciéndoselo todo, le he de dejar más confuso. MIRENO: ¿Qué manda vuestra excelencia? ¿Es hora de dar lición? (Ya comienza el corazón Aparte a temblar en su presencia. Pues que calla, no me ha visto; sentada sobre la silla con la mano en la mejilla está.) MADALENA: (En vano me resisto. Aparte Yo quiero dar a entenderme como que dormida estoy.) MIRENO: Don Dionís, señora, soy. ¿No me responde? ¿Si duerme? Durmiendo está. Atrevimiento, agora es tiempo. Llegad a contemplar la beldad que ofusca mi entendimiento. Cerrados tiene los ojos. Llegar puedo sin temor; que, si son flechas de Amor, no me podrán dar enojos. ¿Hizo el Autor soberano de nuestra naturaleza más acabada belleza? Besarla quiero una mano. ¿Llegaré? Sí...pero no; que es la reliquia divina y mi humilde boca indina de tocalla. ¿Pero yo soy hombre y tiemblo? ¿Qué es esto? Ánimo. ¿No duerme? Sí. Voy. ¿Si despierta? ¡Ay de mí, que el peligro es manifiesto y moriré si recuerda hallándome de este modo! Para no perderlo todo bien es que esto poco pierda. El temor el Amor venza. Afuera quiero esperar. MADALENA: (¡Que no se atrevió a llegar! Aparte ¡Mal haya tanta vergüenza!) MIRENO: No parezco bien aquí solo, pues durmiendo está. Yo me voy. MADALENA: (¿Que al fin se va?) Aparte Don Dionís... MIRENO: ¿Llamóme? Sí. ¡Qué presto que despertó! Miren, ¡qué bueno quedara si mi intento ejecutara! ¿Está despierta? Mas no; que en sueños pienso que acierta mi esperanza entretenida; y quien me llama dormida no me quiere mal despierta. ¿Si acaso soñando está en mí? ¡Ay, cielos! ¿Quién supiera lo que dice? MADALENA: No os vais fuera. Llegaos, don Dionís, acá. MIRENO: Llegar me manda su sueño. ¡Qué venturosa ocasión! Obedecella es razón pues, aunque duerme, es mi dueño. Amor, acabad de hablar. No seáis corto. MADALENA: Don Dionís, ya que a enseñarme venís a un tiempo a escribir y amar al conde de Vasconcelos... MIRENO: ¡Ay, cielos! ¿Qué es lo que veis? MADALENA: ...quisiera ver si sabéis qué es amor y qué son celos; porque será cosa grave que ignorante por vos quede, pues que ningún otro puede enseñar lo que no sabe. Decidme, ¿tenéis amor? ¿De qué os ponéis colorado? ¿Qué vergüenza os ha turbado? Responded. Dejá el temor; que el amor es un tributo y una deuda natural en cuantos viven, igual desde el ángel hasta el bruto. Si esto es verdad, ¿para qué os avergonzáis así? ¿Queréis bien? --Señora, sí--. ¡Gracias a Dios que os saqué una palabra siquiera. MIRENO: ¿Hay sueño más amoroso? ¡Oh, mil veces venturoso quien le escucha y considera! Aunque tengo por más cierto que yo solamente soy el que soñándolo estoy; que no debo estar despierto. MADALENA: ¿Ya habéis dicho a vuestra dama vuestro amor?--No me he atrevido--. ¿Luego nunca lo ha sabido? --Como el amor todo es llama, bien lo habrá echado de ver por los ojos lisonjeros, que son mudos pregoneros--. La lengua tiene de hacer ese oficio; que no entiende distintamente quien ama esa lengua que se llama algarabía de allende. ¿No os ha dado ella ocasión para declararos?--Tanta que mi cortedad me espanta--. Hablad, que esa suspensión hace a vuestro amor agravio. --Temo perder por hablar lo que gozo por callar--. Eso es necedad, que un sabio al que calla y tiene amor compara a un lienzo pintado de Flandes que está arrollado. Poco medrará el pintor si los lienzos no descoge que al vulgo quiere vender para que los pueda ver. El palacio nunca acoge la vergüenza; esa pintura desdoblad, pues que se vende, que el mal que nunca se entiende difícilmente se cura. --Sí; mas la desigualdad que hay, señora, entre los dos me acobarda--. ¿Amor no es dios? --Sí, señora--. Pues hablad; que sus absolutas leyes saben abatir monarcas e igualar con las abarcas la coronas de los reyes. Yo os quiero por medianera, decidme a mí quién amáis. --No me atrevo--. ¿Qué dudáis? ¿Soy mala para tercera? --No, pero temo, ¡ay de mí!-- ¿Y si yo su nombre os doy? ¿Diréis si es ella si soy yo acaso? --Señora, sí--. ¡Acabara yo de hablar! ¿Mas que sé que os causa celos el conde de Vasconcelos? --Háceme desesperar; que es, señora, vuestro igual y heredero de Berganza--. La igualdad y semejanza no está en que sea principal, o humilde y pobre el amante, sino en la conformidad del alma y la voluntad. Declaraos de aquí adelante, don Dionís. A esto os exhorto; que en juegos de amor no es cargo tan grande un cinco de largo como es un cinco de corto. Días ha que os preferí al conde de Vasconcelos. MIRENO: ¿Qué escucho, piadosos cielos? MADALENA: ¡Ay, Jesús! ¿Quién está aquí? ¿Quién os trujo a mi presencia, don Dionís? MIRENO: Señora mía... MADALENA: ¿Qué hacéis aquí? MIRENO: Yo venía a dar a vuestra excelencia lición. Halléla durmiendo, y mientras que despertaba aquí, señora, aguardaba. MADALENA: Dormíme, en fin, y no entiendo de qué pudo sucederme; que es gran novedad en mí quedarme dormida así. MIRENO: Si sueña siempre que duerme vuestra excelencia del modo que agora, ¡dichoso yo! MADALENA: (¡Gracias al cielo que habló Aparte este mudo!) MIRENO: (¡Tiemblo todo!) Aparte MADALENA: ¿Sabéis vos lo que he soñado? MIRENO: Poco es menester saber para eso. MADALENA: Debéis de ser otro Josef. MIRENO: Su traslado en la cortedad he sido pero no en adivinar. MADALENA: Acabad de declarar cómo el sueño habéis sabido. MIRENO: Durmiendo vuestra excelencia, por palabras le ha explicado. MADALENA: ¡Válame Dios! MIRENO: Y he sacado en mi favor la sentencia, que falta ser confirmada para hacer mi dicha cierta por vueselencia despierta. MADALENA: Yo no me acuerdo de nada. Decídmelo; podrá ser que me acuerda de algo agora. MIRENO: No me atrevo, gran señora. MADALENA: Muy malo debe de ser pues no me lo osáis decir. MIRENO: No tiene cosa peor que haber sido en mi favor. MADALENA: Mucho lo deseo oír. Acabad ya, por mi vida. MIRENO: Es tan grande el juramento que anima mi atrevimiento. Vuestra excelencia dormida... Tengo vergüenza. MADALENA: Acabad; que estáis, don Dionís, pesado. MIRENO: Abiertamente ha mostrado que me tiene voluntad. MADALENA: ¿Yo? ¿Cómo? MIRENO: Alumbró mis celos, y en sueños me ha prometido... MADALENA: ¿Sí? MIRENO: ...que he de ser preferido al conde de Vasconcelos. Mire si en esta ocasión son los favores pequeños. MADALENA: Don Dionís, no creáis en sueños; que los sueños sueños son. MIRENO: ¿Agora sales con eso? Cuando sube mi esperanza, carga el desdén la balanza y se deja en fiel el peso. Con palabras tan resueltas dejas mi dicha mudada. ¡Qué mala era para espada voluntad con tantas vueltas! ¿Por qué varios arcaduces guía el cielo aqueste amor? Con el desdén y favor me he quedado entre dos luces. No he de hablar más en mi vida pues mi desdicha concierta que me desprecie despierta quien me quiere bien dormida. Calla el alma su pasión y sirva a mejores dueños, sin dar crédito a más sueños; que los sueños sueños son. TARSO: Pues, señor, ¿cómo te ha ido? MIRENO: ¿Qué sé yo? Ni bien ni mal. Con un compás quedo igual: amado y aborrecido. A mi vergüenza y recato me vuelvo que es lo mejor. TARSO: Di, pues, que le fue a tu amor como a tres con un zapato. MIRENO: Después me hablarás despacio. TARSO: Bato, el pasto y vaquero de tu padre, está en Avero y entrando acaso en palacio me ha conocido, y desea hablarte y verte; que está loco de placer. MIRENO: Sí hará. ¡Oh, llaneza de mi aldea! ¡Cuánto mejor es tu trato que el de palacio confuso donde el engaño anda al uso! Vamos, Brito, a hablar a Bato, y a mi padre escribiré de mi fortuna el estado. En un lugar apartado quiero velle. TARSO: ¿Pues por qué? MIRENO: Porque tengo, Brito, miedo que de mi humilde linaje la noticia aquí me ultraje antes de ver este enredo en qué para. TARSO: Y es razón. MIRENO: Ven, porque le satisfagas. TARSO: A ti amor y a mí estas bragas nos han puesto en confusión. SERAFINA: No sé, conde, si dé a mi padre aviso de vuestro atrevimiento y de su agravio, que agravio ha sido suyo el atreveros a entrar en su servicio de ese modo para engañarme a mí y a él afrentalle. Otros medios hallárades mejores, pues noble sois, con que obligar al duque, sin fingiros así su secretario, pues no sé yo, si no es tenerme en poco. ¿Qué liviandad hallasteis en mi pecho para atreveros a lo que habéis hecho? ANTONIO: Yo vino de camino a ver mi prima y quiso Amor que os viese. SERAFINA: Conde, basta. Yo estoy muy agraviado justamente de vuestro atrevimiento. ¿Vos creístes que en tan poco mi fama y honra tengo que descubriéndoos, como lo habéis hecho, había de rendirme a vuestro gusto? Imaginarme a mí mujer tan fácil ha sido injuria que a mi honor se ha hecho. Mi padre ha dado al de Estremoz palabra que he de ser su mujer, y aunque mi padre no la diera ni yo le obedeciera, por castigar aqueste desatino me casara con él. Salid de Avero al punto, don Antonio, o daré aviso de aquesto a don Düarte y si lo entiende peligraréis, pues corren por su cuenta mis agravios. ANTONIO: ¿Que ansí me desconoces? SERAFINA: Idos, conde, de aquí, que daré voces. ANTONIO: Déjame disculpar de los agravios que me imputas, que el juez más riguroso antes de sentenciar escucha al reo. SERAFINA: Conde, ¡vive los cielos! Que si una hora estáis más en la villa, que esta noche me case con el conde por vengarme. Yo os aborrezco, conde. Yo no os quiero. ¿Qué me queréis? Aquí la mayor pena que me puede afligir es vuestra vista. Si a vuestro amor mi amor no corresponde, conde, ¿qué me queréis? Dejadme, conde. ANTONIO: Áspid, que entre las rosas de esa belleza escondes tu veneno, ¿mis quejas amorosas desprecias de este modo? ¡Ay, Dios, que peno, sin remediar mis males en tormentos de penas infernales! Pues que del paraíso de tu vista destierras mi ventura, hágate Amor Narciso, y de tu misma imagen y hermosura de suerte te enamores que, como lloro, sin remedio llores. Yo me voy, pues lo quieres, huyendo del rigor crüel que encierras. Agravio de mujeres, pues de tu vista hermosa me destierras, por quedar satisfecho desterraré tu imagen de mi pecho. En el mar de tu olvido echará tus memorias la venganza que a Amor y al cielo pido, pues de esta suerte alcanzará bonanza el mar en que me anego, si es mar donde las ondas son de fuego. Borrad, alma, el retrato que en vos pinta el Amor, pues que yo arrojo aquéste por ingrato, castigo justo de mi justo enojo por quien mi amor desmedra. Adiós, crüel, retrato de una piedra que, pues al tiempo apelo, médico sabio que locuras cura. Razón es que en el suelo os deje, pues que sois de piedra dura, si el suelo piedras cría. Quédate, fuego, ardiendo en nieve fría. SERAFINA: ¿Hay locuras semejantes? ¿Es posible que sujetos a tan rabiosos efetos estén los pobres amantes? ¡Dichosa mil veces yo que jamás admití el yugo de tan tirano verdugo! ¿Qué es lo que en el suelo echó y con renombre de ingrato tantas injurias le dijo? Quiero verle, que colijo mil quimeras. ¡Un retrato! Es de un hombre, y me parece que me parece de modo que es mi semejanza en todo. Cuanto el espejo me ofrece miro aquí. Como en cristal bruñido mi imagen propia aquí la pintura copia y un hombre es su original. ¡Válgame el cielo! ¿Quién es, pues no es retrato del conde que en nada le corresponde? ¿Pues por qué le echó a mis pies? Decid, Amor, ¿es encanto éste para que me asombre? ¿Es posible que haya hombre que se me parezca tanto? No, porque cuando le hubiera, ¿qué ocasión le ha dado el pobre para que tal odio cobre con él el conde? Si fuera mío, pareciera justo que en él de mí se vengara, y que al suelo le arrojara por sólo darme disgusto. Algún enredo o maraña se encierra en aqueste enima. Doña Juana que es su prima ha de sabello. ¡Qué extraña confusión! Llamalla quiero, aunque con ella he reñido viendo que la causa ha sido que esté su primo en Avero. Mas ella sale. JUANA: Ya está, señora, abierto el jardín. Entre el clavel y el jazmín vuestra excelencia podrá, entreteniéndose un rato, perder la cólera e ira que tiene conmigo. SERAFINA: Mira, doña Juana, este retrato. JUANA: (Éste es el suyo. ¿A qué fin Aparte mi primo se le dejó? ¡Cielos, si sabe que yo le metí dentro del jardín!) SERAFINA: ¿Viste semejanza tanta en tu vida? JUANA: No, por cierto. (¡Si aqueste es el que en el huerto Aparte copió el pintor!) SERAFINA: ¿No te espanta? JUANA: Mucho. SERAFINA: Tu primo, enojado, porque su amor tuve en poco, con disparates de loco le echó en el suelo, y airado se fue. Quise ver lo que era y hame causado inquietud pues por la similitud que tiene, saber quisiera a qué fin aquesto ha sido. Pues de su pecho las llaves tienes, dilo, si lo sabes. JUANA: (Basta, que no ha conocido Aparte que es suyo. La diferencia del traje de hombre y color que mudó en él el pintor es la causa.) Vueselencia me manda diga una cosa de que estoy tan ignorante como espantada. SERAFINA: Bastante es ser yo poco dichosa para que lo ignores. Diera cualquier precio de interés por sólo saber quién es. JUANA: Pues sabedlo... SERAFINA: ¿Cómo? JUAN: Espera; llamando al conde mi primo, y fingiendo algún favor con que entretener su amor... SERAFINA: La famosa traza estimo; mas habráse ya partido. JUANA: No habrá. Yo le iré a llamar. SERAFINA: Ve presto. JUANA: (¿Hay más singular Aparte suceso? Castigo ha sido del cielo que a su retrato ame quien a nadie amó.) SERAFINA: No en balde en tierra os echó quien con vos ha sido ingrato, que si es vuestro original tan bello como está aquí su traslado, creed de mí que no le quisiera mal. Y a fe que hubiera alcanzado lo que muchos no han podido, pues vivos no me han vencido y él me venciera pintado. Mas, aunque os haga favor, no os espante mi mudanza, que siempre la semejanza ha sido causa de amor. JUANA: Esto es cierto. ANTONIO: ¿Hay tal enredo? JUANA: Lo que has de responder mira. ANTONIO: Prima, con una mentira tengo de gozar, si puedo, la ocasión. SERAFINA: Conde... ANTONIO: ¿Señora? SERAFINA: Muy colérico sois. ANTONIO: Es condición de Portugués, y no es mucho, si en media hora me mandáis dejar Avero, que hiciese extremos de loco. SERAFINA: Callad, que sabéis muy poco de nuestra condición. Quiero haceros, conde, saber, porque os será de importancia, que son caballos de Francia las iras de una mujer. El primer ímpetu, extraño; pero al segundo se cansa, que el tiempo todo lo amansa. ANTONIO: (Prima, todo esto es engaño.) Aparte SERAFINA: No quiero ya que os partáis. ANTONIO: De aquesta suerte, el desdén pasado doy ya por bien. SERAFINA: Pues ya sosegado estáis, ¿no me diréis la razón por qué, cuando os apartastes, este retrato arrojastes en el suelo? ¿Qué ocasión os movió a caso tan nuevo? ¿Cúyo es aqueste retrato? ANTONIO: Deciros, señora, trato la verdad; mas no me atrevo. SERAFINA: ¿Pues, por qué? ANTONIO: Temo un castigo terrible. SERAFINA: No hay que temer. Yo os aseguro. ANTONIO: Perder la vida por un amigo no es mucho. Aquesa presencia a declararme me anima. (Ya va de mentira, prima.) Aparte SERAFINA: Decid. ANTONIO: Oiga vueselencia: Días ha que habrá tenido entera y larga noticia de la historia lastimosa del gran duque de Coímbra, gobernador de este reino, en guerra y paz maravilla; que por ser con vuestro padre de una cepa y sangre misma, y tan cercanos en deudo como esta corona afirma, habréis llorado los dos la causa de sus desdichas. SERAFINA: Ya sé toda aquesa historia. Mi padre la contó un día a mi hermana en mi presencia. Su memoria me lastima. Veinte años dicen que habrá que le desterró la envidia de Portugal con su esposa y un tierno infante. Holgaría de saber si aún vive el duque, y en qué reino o parte habita. ANTONIO: Sola la duquesa es muerta porque su memoria viva; que [a]l hijo infeliz y [a]l duque, con quien mi padre tenía deudo y amistad al tiempo que de la prisión esquiva huyó, le ofreció su amparo y arriesgando hacienda y vida. Hasta agora le ha tenido disfrazado en una quinta, donde, entre toscos sayales, los dos la tierra cultivan, que con sus lágrimas riegan dándoles por fruto espinas. El hijo, a quien hizo el cielo con tantas partes que admiran al mundo su discreción, su presencia y gallardía se crió conmigo, y es la mitad del alma mía; que el ñudo de la amistad hace de dos una vida. Quiso el cielo que viniese, habrá medio año, a esta villa disfrazado de pastor, y que tu presencia y vista le robase por los ojos el alma, cuya homicida, respondiendo el valle en ecos, pregonan que es Serafina. Mil veces determinado de decirte sus desdichas, le ha detenido el temor de ver que el rey le publica por traidor a él y a su padre, y a quien no diere noticia de ellos, que a todos alcanza el rigor de la justicia. Yo, que como propias siento las lágrimas infinitas que por ti sin cesar llora, le di la palabra un día de declararte su amor, y de su presencia y vista gallarda darte el retrato que tienes. Llegué y, sabida tu condición desdeñosa, ni inclinada ni rendida a las coyundas de Amor de quien tan pocos se libran, no me atreví abiertamente a declararte el enigma de sus amorosas penas, hasta que la ocasión misma me la ofreciese de hablarte, y así alcancé de mi prima que el duque me recibiese. Supe después que quería con el de Estremoz casarte y, por probar si podía estorballo de este modo, mostré las llamas fingidas de mi mentiroso amor, respondiéndome con ira y yo, para que mirases el retrato que te inclina a menos rigor, echéle a tus pies, que bien sabía que su belleza pintada de tu presunción altiva presto había de triunfar. En fin, bella Serafina, el dueño de este retrato es don Dionís de Coímbra. SERAFINA: Conde, ¿eso es cierto? ANTONIO: Y tan cierto que, a estallo él y saber que le amabas, sin temer el hallarse descubierto, pienso que viniera a darte el alma. SERAFINA: Si eso es verdad no sé si en mi voluntad podrá caber don Düarte. ¡Válgame Dios! ¡Que éste es hijo de don Pedro! ANTONIO: Su belleza dice que sí. SERAFINA: (¿Qué flaqueza Aparte es la vuestra alma? Colijo que no sois la que solía; mas justamente merece quien tanto se me parece ser amado.) ¿No podría velle? ANTONIO: De noche bien puedes, si das a tus penas fin y le hablas por el jardín, que él saltará sus paredes. Mas de día no osará porque hay ya quien le ha mirado en Avero con cuidado y, si más nota en él da, ya ves el peligro. SERAFINA: Conde, un hombre tan principal, a mi calidad igual, y que a mi amor corresponde, es ingratitud no amalle. En todo has sido discreto; sélo en guardar más secreto, y haz cómo yo pueda hablalle; que el alma a dalle comienza la libertad que contrasta. ¡Y adiós! ANTONIO: ¿Vaste? SERAFINA: Aquesto basta; que habla poco la vergüenza. JUANA: Primo, ¿es verdad que don Pedro el duque vive y su hijo? ANTONIO: Calla, que el alma lo dijo viendo lo que en mentir medro. Ni sé del duque ni dónde su hijo y mujer llevó. Don Dionís he de ser yo de noche y de día el conde de Penela. Y de esta suerte, si Amor su ayuda me da, mi industria me entregará lo que espero. JUANA: Primo, advierte lo que haces. ANTONIO: Engañada queda. Amor mi dicha ordena con nombre y ayuda ajena, pues por mí no valgo nada. DUQUE: Quiero veros dar lición que la carta que ayer vi para el conde, en que leí de el sobre escrito el renglón me contentó. Ya escribís muy cierto. MADALENA: Y aún no lo entiende, con ser tan claro, y se ofende mi maestro don Dionís. MIRENO: ¿Llámame, vuestra excelencia? MADALENA: Sí, que el duque, mi señor, quiere ver si algo mejor escribo. Vos experiencia tenéis de cuán escribana soy. ¿No es verdad? MIRENO: Sí, señora. MADALENA: Escribí, no ha cuarto de hora, medio dormida, una plana tan clara que la entendiera aun quien no sabe leer. ¿No me doy bien a entender, don Dionís? MIRENO: Muy bien. MADALENA: Pudiera serviros, según fue buena, de materias para hablar en su loor. MIRENO: Con callar la alabo; sólo condena mi gusto el postrer renglón por más que la pluma excuso porque estaba muy confuso. MADALENA: Diréislo por el borrón que eché a la postre. MIRENO: ¿Pues no? MADALENA: Pues adrede lo eché allí. MIRENO: Sólo el borrón corregí porque lo demás borró. MADALENA: Bien lo pudiste quitar que un borrón no es mucha mengua. MIRENO: ¿Cómo? MADALENA: El borrón con la lengua se quita, y no con callar. Ahora bien, cortá una pluma. MIRENO: Ya, gran señora, la corto. MADALENA: ¡Acabad, que sois muy corto! Vuestra excelencia presuma que de vergüenza no sabe hacer cosa de provecho. DUQUE: Con todo, estoy satisfecho de su letra. MADALENA: Es cosa grave el dalle avisos por puntos sin que aproveche. ¡Acabad! DUQUE: Madalena, reportad. MIRENO: ¿Han de ser cortos los puntos? MADALENA: ¡Qué amigo que sois de corto! Largos los pido. Cortaldos de aqueste modo o dejaldos. MIRENO: Ya, gran señora, los corto. DUQUE: ¡Qué mal acondicionada sois! MADALENA: Un hombre vergonzoso y corto es siempre enfadoso. MIRENO: Ya está la pluma cortada. MADALENA: Mostrad. ¡Y qué mala! ¡Ay, Dios! DUQUE: ¿Por qué le echáis en el suelo? MADALENA: ¡Siempre me la dais con pelo! Líbreme el cielo de vos. Quitalde con el cuchillo. No sé de vos qué presuma, siempre con pelo la pluma y la lengua con frenillo. MIRENO: (Propicios me son los cielos. Aparte Todo esto es en mi favor.) CONDE: Dadme albricias, gran señor, el conde de Vasconcelos está sola una jornada de vuestra villa. MADALENA: (¡Ay de mí!) Aparte CONDE: Mañana llegará aquí porque trae tan limitada, dicen, del rey la licencia que no hará más de casarse mañana y luego tornarse. Apreste vuestra excelencia lo necesario, que yo voy a recibirle luego. DUQUE: ¿No me escribe? CONDE: Aqueste pliego. DUQUE: Hija, la ocasión llegó que deseo. MADALENA: (Saldrá vana.) Aparte MIRENO: (¡Ay, cielo!) Aparte MADALENA: (Mi bien suspira.) Aparte DUQUE: Vamos. Deja aqueso y mira que te has de casar mañana. MADALENA: Don Dionís, en acabando de escribir aquí, leed este billete y haced luego lo que en él os mando. MIRENO; (Si ya la ocasión perdí, Aparte ¿qué he de hacer? ¡Ay, suerte dura!) MADALENA: Amor todo es coyuntura. MIRENO: Fuése. El papel dice ansí: "No da el tiempo más espacio; esta noche, en el jardín tendrá los temores fin del vergonzoso en palacio." ¡Cielos! ¿Qué escucho? ¿Qué veo? ¿Esta noche? ¿Hay más ventura? ¿Si lo sueño? ¿Si es locura? No es posible. No lo creo. "Esta noche en el jardín..." ¡Vive Dios, que está aquí escrito! ¡Mi bien! A buscar a Brito voy. ¿Hay más dichoso fin? Presto en tu florido espacio dará envidia entre mis celos al conde de Vasconcelos el vergonzoso en palacio. LAURO: Buenas nuevas te dé Dios. Escoge en albricias, Bato, la oveja mejor del hato. Poco es una, escoge dos. ¿Que mi hijo está en Avero? ¿Que del duque es secretario mi primo? ¡Ay tiempo voltario! Mas, ¿qué me quejo? ¿Qué espero? Vamos a verle los dos; mis ojos su vista gocen. Venid. RUY: ¿Y si me conocen? LAURO: No lo permitirá Dios. Tiznaos como carbonero la cara; que de esta vez daré a mi triste vejez un buen día hoy en Avero. Mi gozo crece por puntos. Agora a vivir comienzo. Alto. Vamos, Ruy Lorenzo. BATO: Todos podremos ir juntos. LAURO: Guardad vosotros la casa. MELISA: Sí. Bercebú que la guarde. BATO: ¿Qué tenéis aquesta tarde? MELISA: ¡Ay, Bato! ¡Que aqueso pasa! ¿Que no preguntó por mí Tarso? BATO: No se le da un pito por vos, ni es Tarso. MELISA: ¿Pues? BATO: Brito, o Cabrito. MELISA: ¡Ay! ¿Tarso ansí? A verte he de ir esta tarde. ¡Crüel, tirano, enemigo! BATO: ¿Sola? MELISA: Vasco irá conmigo. BATO: Buen mastín lleváis que os guarde. ¿Queréisle mucho? MELISA: Enfinito. BATO: Pues en Brito se ha mudado, la mitad para casado tien... MELISA: ¿Qué? BATO: De cabrito el Brito. SERAFINA: ¡Ay, querida doña Juana! Nota de mi fama doy; mas si lo dilato hoy me casa el duque mañana. JUANA: Don Dionís, señora, es tal que no llega don Düarte con la más mínima parte a su valor. Portugal por su padre llora hoy día. Para en uno sois los dos. Gozaos mil años. SERAFINA: ¡Ay, Dios! JUANA: No temas, señora mía, que mi primo fue por él. Presto le traerá consigo. SERAFINA: Él tiene un notable amigo. JUANA: Poco se hallarán como él. ANTONIO: Hoy, Amor, vuestras quimeras de noche me han convertido en un don Dionís fingido y un don Antonio de veras. Por y otro he de hablar. Gente siento a la ventana. JUANA: Ruido suena. No fue vana mi esperanza. TARSO: Este lugar mi dichoso don Dionís me manda que mire y ronde por si hay gente. JUANA: ¡Ce! ¿Es el conde? ANTONIO: Sí, mi señora. JUANA: ¿Venís con don Dionís? TARSO: (¿Cómo es esto? Aparte ¿Don Dionís? La burla es buena. ¿Mas si es doña Madalena? Reconocer este puesto me manda, porque le avise si anda gente, y me parece que otro en su lugar se ofrece, y que le ronde, ande y pise. ¡Vaya! ¿Mas que es don Dionís? ¡Eso no!) ANTONIO: Conmigo viene un don Dionís, que os previene el alma, que ya adquirís, para ofrecerse a esas plantas. Hablad, don Dionís. ¿Qué hacéis? ¿Que estoy suspenso, no veis, contemplando glorias tantas? Pagar lo mucho que os debo con palabras será mengua, y ansí refreno la lengua porque en ella no me atrevo. Mas, señora, Amor es dios y por mí podrá pagar. JUANA: (¡Bien sabe disimular Aparte el habla.) SERAFINA: ¿No tenéis vos crédito para pagarme esta deuda? ANTONIO: No lo sé; mas buen fiador os daré. El conde puede fïarme. Yo os fío. TARSO: (¡Válgate el diablo! Aparte Sólo un hombre es, vive Dios, y parece que son dos. ANTONIO: Con mucho peligro os hablo aquí. Haced mi dicha cierta y tenga mis penas fin. SERAFINA: Pues, ¿qué queréis? ANTONIO: Del jardín tengo ya franca la puerta. JUANA: Mira que suele rondarte don Düarte, señora mía, y que si aguardas al día has de ser de don Düarte. Cualquier dilación es mala. SERAFINA: ¡Ay, Dios! JUANA: ¡Qué tímida eres! ¿Entrará? SERAFINA: Haz lo que quisieres. ANTONIO: Don Dionís, Amor te iguala a la ventura mayor que pudo dar. Corresponde a tu dicha. Amigo conde, por vuestra industria y favor he adquirido tanto bien; dadme esos brazos. Yo soy tu amigo, conde, desde hoy. Yo vuestro esclavo. Está bien. Dará el tiempo testimonio de esta deuda. Aquí te aguardo; que así mis amigos guardo. Entrad. Adiós, don Antonio. SERAFINA: ¿Entró? JUANA: Sí. SERAFINA: ¿Que de este modo fuerce Amor a una mujer? Mas por sólo no lo ser del de Estremoz, poco es todo. ¡Mi padre y honor perdone! JUANA: Vamos y deja ese miedo. TARSO: ¿Hase visto igual enredo? En gran confusión me pone este encanto. Un don Antonio que consigo mismo hablaba, dijo que aquí se quedaba y se entró. Él es demonio. MIRENO: Él se debió de quedar como acostumbra, dormido. TARSO: Ya queda sostituído por otro aquí tu lugar. MIRENO: ¿Qué dices, necio? Responde. Vienes aquí a ver si hay gente, ¿y estáste aquí, impertinente? TARSO: Gente ha habido. MIRENO: ¿Quién? TARSO: Un conde y un don Dionís de tu nombre, que es uno y parecen dos. MIRENO: ¿Estás sin seso? TARSO: Por Dios, que acaba de entrar un hombre con tu doña Madalena que, o es colegial trilingue, o a sí propio se distingue, o es tu alma que anda en pena. Más sabe que veinte Ulises. Algún traidor te ha burlado, o yo este enredo he soñado, o aquí hay dos don Dionises. MIRENO: Soñástelo. TARSO: ¡Norabuena! MADALENA: ¿Si habrá don Dionís venido? TARSO: A la ventana ha salido un bulto. MADALENA: ¡Ay, Dios! Gente suena. ¡Ce! ¿Es don Dionís? MIRENO: Mi señora, yo soy ese venturoso. MADALENA: Entrad, pues, mi vergonzoso. MIRENO: ¿Crees que lo soñaste agora? TARSO: No sé. MIRENO: Si mi cortedad fue vergüenza, adiós, vergüenza; que seréis, como no os venza, desde agora necedad. TARSO: Confuso me voy de aquí que debo estar encantado. Dos Dionises han entrado o yo estoy fuera de mí. De estas calzas por momentos salen quimeras como ésta; ¡pobre de quien trae acuestas dos cestas de encantamientos! LAURO: Éste es, Ruy Lorenzo, Avero. RUY: Aquí me vi un tiempo, Lauro, rico y próspero, y ya pobre y ganadero. LAURO: Altibajos son del tiempo y la Fortuna, inconstante siempre y vario. ¡Buen palacio tiene el duque! RUY: Ahora acaba de labrallo; propiedad de la vejez, hacellos y no gozallos. LAURO: Busquemos a mi Mireno. RUY: En palacio aún es temprano; que aquí amanece muy tarde y hemos mucho madrugado. LAURO: ¿Cuándo durmió el deseoso? ¿Cuándo Amor buscó descanso? No os espante que madrugue que soy padre. Deseo y amo. VASCO: Mucho has podido conmigo, Melisa. MELISA: Débote, Vasco, gran voluntad. VASCO: ¿A qué efeto me traes, Melisa, a palacio desde los montes incultos? MELISA: En ellos sabrás de espacio mis intentos. VASCO: Miedo tengo. MELISA: (¡Ay, Tarso, crüel, ingrato! Aparte Mi imán eres, tras ti voy; que soy hierro.) VASCO: Aun sería el diablo que ahora me conociese algún mozo de caballos, colgándome de la horca en fe de ser peso falso. MELISA: ¡Ay, Vasco, retírate! VASCO: ¿Pues qué...? MELISA: ¿No ves a nuesamo, y al tuyo? Si aquí nos topa, pendencia hay para dos años. VASCO: Volvámonos. Mas, ¿qué es esto? RUY: ¿Tan de mañana han tocado cajas? ¿A qué fin será? LAURO: No lo sé. RUY: Si no me engaño, sale el duque. Algo hay de nuevo. LAURO: A esta parte retirados podremos saber lo que es; que parece que echan bandos. DUQUE: Conde, con ningunas nuevas pudiera alegrarme tanto como con éstas. Ya cesan las desdichas y trabajos de don Pedro de Coímbra, mi primo, si el cielo santo le tiene vivo. CONDE: Sí hará; que al cabo de tantos años de males querrá que goce el premio de su descanso. LAURO: ¿Qué es esto que escucho, cielos? ¿Soy yo de quien habla acaso mi primo el duque de Avero? Mas, no, que soy desdichado. DUQUE: Antes que vais, don Düarte, por el yerno, que hoy aguardo, quiero que oigáis el pregón que el rey manda. ¡Echad el bando! ATAMBOR: "El rey nuestro señor Alfonso el Quinto manda que en todos sus estados reales con solemnes y públicos pregones se publique el castigo que en Lisboa se hizo del traidor Vasco Fernández por las traiciones que a su tío el duque don Pedro de Coímbra ha levantado, a quien da por leal vasallo y noble y en todos sus estados restituye. Mandando que en cualquier parte que asista, si es vivo, le respeten como a él mismo y si es muerto, su imagen echa al vivo pongan sobre un caballo, y una palma en la mano le lleven a su corte, saliendo a recibirle los lugares; y declara a los hijos que tuviere por herederos de su patrimonio, dando a Vasco Fernández y a sus hijos por traidores, sembrándoles sus casas de sal, como es costumbre en estos reinos desde el antiguo tiempo de los godos. Mándase [esto] pregonar porque venga a noticia de todos." VASCO: ¡Larga arenga! MELISA: [¡Así digo yo!] ¡Buen garguero tiene el que ha repiqueteado! LAURO: Gracias a vuestra piedad, recto juez, clemente y sabio, que volvéis por mi justicia. RUY: El parabién quiero daros con las lágrimas que vierto. Gocéisle, duque, mil años. DUQUE: ¿Qué labradores son estos que hacen extremos tantos? CONDE: ¡Ah, buena gente! Mirad que os llama el duque. LAURO: Trabajos, si me habéis tenido mudo, ya es tiempo de hablar. ¿Qué aguardo? Dadme aquesos brazos nobles, duque ilustre, primo caro. Don Pedro soy. DUQUE: ¡Santos cielos, dos mil gracias quiero daros! CONDE: ¡Gran duque! ¿En aqueste traje? LAURO: En éste me he conservado con vida y honra hasta agora. MELISA: ¡Aho! ¿Diz que es duque nueso amo? VASCO: Sí. MELISA: Démosle el parabién. VASCO: ¿No le ves que está ocupado? Tiempo habrá. Déjalo agora. No nos riña. MELISA: Pues dejallo. DUQUE: Es el conde de Estremoz a quien la palabra he dado de casalle con mi hija la menor, y agora aguardo al conde de Vasconcelos, sobrino vuestro. LAURO: Mi hermano estará ya arrepentido, si traidores le engañaron. DUQUE: Dióle a doña Madalena, mi hija mayor. LAURO: Sois sabio en escoger tales yernos. DUQUE: Y venturoso otro tanto en que seréis su padrino. RUY: (Aunque el conde me ha mirado, Aparte no me ha conocido. ¡Ay, cielos! ¿Quién vengará mis agravios?) DUQUE: Hola, llamad a mis hijas, que de suceso tan raro, por la parte que les toca, es bien darlas cuenta. MELISA: Vasco, verdad es. Ven y lleguemos. Por muchos y buenos años goce el duquencio. LAURO: ¿Melisa aquí? MELISA: Vine a ver a Tarso. VASCO: (No oso hablar, no que conozcan; Aparte que está mi vida en mis labios.) MADALENA: ¿Qué manda vuestra excelencia? DUQUE: Que beséis, hija, las manos al gran duque de Coímbra, vuestro tío. MADALENA: ¡Caso raro! LAURO: Lloro de contento y gozo. SERAFINA: (Mi suerte y ventura alabo. Aparte Ya segura gozaré mi don Dionís, pues ha dado fin el cielo a sus desdichas.) LAURO: Gocéis, sobrinas, mil años los esposos que os esperan. SERAFINA: El cielo guarde otros tantos la vida de vueselencia. MADALENA: Si la mía estima en algo, le suplico, así propicios de aquí adelante los hados le dejen ver reyes nietos y venguen de sus contrarios que este casamiento impida. DUQUE: ¿Cómo es eso? MADALENA: Aunque el recato de la mujeril vergüenza cerrarme intento los labios, digo, señor, que ya estoy casada. DUQUE: ¿Cómo? ¿Qué aguardo? ¿Estáis sin seso, atrevida? MADALENA: El cielo y Amor me han dado esposo, aunque humilde y pobre, discreto, mozo y gallardo. DUQUE: ¿Qué dices, loca? ¿Pretendes que te mate? MADALENA: El secretario que me diste por maestro es mi esposo. DUQUE: Cierra el labio. ¡Ay, desdichada vejez! Vil, ¿por un hombre tan bajo al conde de Vasconcelos desprecias? MADALENA: Ya le ha igualado a mi calidad Amor; que sabe humillar los altos y ensalzar a los humildes. DUQUE: Daréte la muerte. LAURO: Paso, que es mi hijo vuestro yerno. DUQUE: ¿Cómo es eso? LAURO: El secretario de mi sobrina vuestra hija, es Mireno, a quien ya llamo don Dionís y mi heredero. DUQUE: Ya vuelvo en mí. Por bien dado doy mi agravio de este modo. MADALENA: ¿Hijo es vuestro? ¡Ay, Dios! ¿Qué aguardo que no beso vuestros pies? SERAFINA: Eso no, porque es engaño. Don Dionís, hijo del duque de Coímbra es quien me ha dado mano y palabra de esposo. DUQUE: ¿Hay hombre más desdichado? SERAFINA: Doña Juana es buen testigo. MADALENA: Don Dionís está en mi cuarto y mi recámara. SERAFINA: ¡Bueno! En la mía está encerrado. LAURO: Yo no tengo más de un hijo. DUQUE: Tráiganlos luego. ¿En qué caos de confusión estoy puesto? MELISA: ¿En qué parará esto, Vasco? VASCO: No sé lo que te responda pues ni sé si estoy soñando ni si es verdad lo que veo. MELISA: ¡Ay, Dios! ¡Si saliese Tarso! MIRENO: Confuso vengo a tus pies. LAURO: Hijo mío, aquesos brazos den nueva vida a estas canas. Éste es don Dionís. SERAFINA: ¿Qué engaños son estos, cielos crüeles? DUQUE: Abrazadme, ya que ha hallado el más gallardo heredero de Portugal este estado. LAURO: ¿Qué miras, hijo, perplejo? El nombre tosco ha cesado que de Mireno tuviste. Ni lo eres, ni soy Lauro sino el duque de Coímbra. El rey está ya informado de mi inocencia. MIRENO: ¿Qué escucho? ¡Cielos! ¡Amor! ¡Bienes tantos! ANTONIO: Dadme, señor, esos pies. DUQUE: ¿A qué venís, secretario? SERAFINA: Conde, ¿qué es de don Dionís, mi esposo? ANTONIO: Yo os he engañado. En su nombre gocé anoche la belleza y bien más alto que tiene el Amor. DUQUE: ¡Oh, infame! SERAFINA: ¡Matadle! CONDE: ¡Matadle! JUANA: Paso, que es el conde de Penela, mi primo. ANTONIO: Perdón aguardo, duque y señor, a tus pies. CONDE: Los cielos lo han ordenado, porque vuelven por Leonela a quien di palabra y mano de esposo y la desprecié gozada. LAURO: Aquí está su hermano, que por vengar esa injuria, aunque no con medio sabio, vive pastor abatido. Si a interceder por él basto, reducidle a vuestra gracia. RUY: Perdón pido. VASCO: Y también Vasco. DUQUE: Basta, que lo manda el duque. CONDE: Recibidme por cuñado, que a Leonela he de cumplir la palabra que le he dado luego que a mi estado vuelva. ¿Dónde está? RUY: Tu pecho hidalgo hace, al fin, como quien es. SERAFINA: Y qué, ¿fué mío el retrato? DUQUE: Dadle, conde don Antonio, a Serafina la mano; que, pues el de Vasconcelos perdió la ocasión por tardo, disculpado estoy con él. ¡Muy bien habéis enseñado a escribir a Madalena! ¿Érades vos el callado, el cortés, el vergonzoso? Pero, ¿quién lo fue en palacio? TARSO: ¿Duque Mireno? ¿Qué escucho? Don Dionís, esos zapatos te beso, y pido en albricias de la esposa y del ducado que me quites estas calzas, y el día del Jueves Santo mandes ponellas a un Judas. MELISA: ¡Ah traidor, mudable, ingrato! Agora me pagarás el amor, penas y llanto que me debes. Señor duque, de rodillas se lo mando que mos case. TARSO: ¿Estotro es cura? MELISA: Mande que me quiera Tarso. MIRENO: Yo se lo mando, y le doy por ello tres mil cruzados. TARSO: ¿Por la cara o por la bolsa? MIRENO; Y mi camarero le hago para que asista conmigo. DUQUE: Doña Juana está a mi cargo. Yo le daré un noble esposo. A recibir todos vamos al conde de Vasconcelos porque, viendo el desengaño de su amor, sepa la historia del vergonzoso en palacio y, a pesar de maldicientes, las faltas perdone el sabio. FIN DEL TERCER ACTOFIN DE LA COMEDIA |