Guarneciendo de una ría la entrada incierta y angosta, sobre un peñón de la costa que bate el mar noche y día, se alza gigante y sombría ancha torre secular que un rey mandó edificar a manera de atalaya, para defender la playa contra los riesgos del mar.
Cuando viento borrascoso sus almenas no conmueve, no turba el rumor más leve la majestad del coloso. Queda en profundo reposo largas horas sumergido, y sólo se escucha el ruido con que los aires azota alguna blanca gaviota que tiene en la peña el nido.
Mas cuando en recia batalla el mar rebramando choca contra la empinada roca que allí le sirve de valla; Cuando en la enhiesta muralla ruge el huracán violento, entonces, firme en su asiento, el castillo desafía la salvaje sinfonía de las olas y del viento.
Ció magnánimo el monarca en feudo a Juan de Tabáres las seis villas y lugares de aquella agreste comarca. Cuanto con la vista abarca desde el alto parapeto, a su yugo está sujeto, y en los reinos de Castilla no hay señor de horca y cuchilla que no le tenga respeto.
Para acrecentar sus bríos contra los piratas moros, colmóle el Rey de tesoros, mercedes y señoríos. Mas cediendo a sus impíos pensamientos de Luzbel, desordenado y cruel roba, asuela, incendia y mata, y es más bárbaro pirata que los vencidos por él.
Pasma el mirar su serena faz y su blondo cabello, que encubra rostro tan bello los instintos de una hiena. Cuando en el monte resuena su bronca trompa de caza, con mudo terror abraza la madre al niño inocente, y huye medrosa la gente del turbión que la amenaza.
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