El villano en su rincón
[Teatro - Texto completo.]
Lope de Vega
Personas que hablan en ella:
ACTO PRIMERO
BELISA: ¿De esto gustas? LISARDA: De esto gusto. BELISA: ¡Qué notable inclinación! OTÓN: Casadas pienso que son. FINARDO: No te resulte disgusto; que en el hábito parecen gente noble y principal. OTÓN: Talle y habla es celestial. Juntos matan y enloquecen. Mas si el ánimo faltara, ¿qué ocasión no se perdiera? LISARDA: Si bien no me pareciera, ninguna joya tomara; que lo mayor para mí es el buen talle del hombre. BELISA: Por mi fe que es gentilhombre. FINARDO: ¿Volverás a hablarla? OTÓN: Sí. LISARDA: ¡Con qué estilo tan galán tantas joyas me compró! BELISA: Habla bajo, porque yo pienso, Lisarda, que van siguiendo nuestras pisadas. LISARDA: Eso me ha dado temor. BELISA: Vuelve muy aprisa Amor por las prendas empeñadas. LISARDA: Todo lo que éste me ha dado, de opinión ha de perder, si agora viene a saber la calidad de mi estado; mas podrélo remediar con darle una prenda yo que valga más. BELISA: Eso no. OTÓN: Quiero, Finardo, llegar. A mucha descortesía, hermosa dama, tendréis, y apostaré que estaréis descontenta de la mía porque sirviéndoos vengo y que una vez vuelvo a hablaros. LISARDA: Yo me holgara de obligaros por el peligro que tengo, señor, a que me dejéis, cierto de que en el lugar donde hoy me visteis llegar, muchas veces me veréis; y para satisfacción de que no os digo mentira --porque no sabe quien mira las más veces la intención-- esta sortija tomad. OTÓN: Por prenda vuestra la aceto, y no seguiros prometo, si no es con la voluntad. No os espante el ver que siga, pues el alma me lleváis, ni el ver, pues ya me dejáis que esto tan aprisa os diga; que sabe el cielo que es fuerza, y que no he podido más. LISARDA: El noble que ama, jamás hizo a lo que quiso fuerza. Esto espero yo de vos, pues vuestra nobleza es llana; que aquí me veréis mañana. Y quedaos con Dios. OTÓN: Adiós. LISARDA: Yo os juro que, si os agrado, que de vos lo voy también, y que procediendo bien, os doy amor por cuidado. OTÓN: Yo no pasaré de aquí satisfecho que os veré. LISARDA: Pues yo de aquí pasaré si vos me obligáis ansí. OTÓN: Digo que vais en buena hora. LISARDA: Satisfecha voy de vos. OTÓN: Id con Dios. LISARDA: Quedad con Dios. FINARDO: ¿Qué tenemos? OTÓN: Que es señora de gran calidad, sin duda. FINARDO: Lindamente os ha engañado. OTÓN: Yo me doy por bien pagado, que eternamente acuda donde dice que vendrá. FINARDO: ¿Qué te parece, Marín, de éste, tu señor? MARÍN: Que en fin tras sus antojos se va. ¿Qué bestia le hubiera dado tantas joyas a mujer sin coche, silla, o traer sólo un escudero al lado? OTÓN: No la pensaba seguir... La palabra me tomó... pero perdonad, que yo os tengo de ver mentir, y me habéis de confesar que soy más cuerdo, aunque poco. Parte, por gusto de un loco, Marín, hasta verla entrar en la casa donde vive. ¿Qué miras? Véla siguiendo. MARÍN: Voy tras ella, porque entiendo que ya Finardo apercibe la vaya que te ha de dar. OTÓN: No hará, por vida de Otón; que yo sé que es ocasión para podella envidiar. FINARDO: Fingís estar engañado por que no os tenga por necio. OTÓN: Para mí no tiene precio, Finardo, un término honrado. FINARDO: ¡Término honrado es tomar más de trescientos escudos de joyas de oro! OTÓN: A los mudos haréis, porfïando, hablar. No os lo pensaba decir. ¿Conocéis piedras? FINARDO: Muy bien. OTÓN: ¿Puede ser que a un hombre den la que puede competir con una estrella del cielo, mujeres de poco honor? FINARDO: Ésta tiene gran valor. OTÓN: Que son señoras recelo. FINARDO: Piedra es ésta que me admira. OTÓN: Es un gentil diamante. FINARDO: Pero la luz no os espante, porque mil veces se mira tan bien labrado un cristal que aun engaña a quien lo entiende. OTÓN: Ya vuestro temor me ofende. Todo lo juzgáis a mal. FINARDO: Hay seis o siete maneras de mujeres pescadoras, que andan, Otón, a estas horas por estas verdes riberas. Una sale con rigor que no se ha de destapar, porque en viéndola, no hay dar una blanca de valor. Ésta, fïada en el pico, dos melindres y un enfado, y algo de un ojo rasgado que encubre nariz y hocico, pesca de sólo su anzuelo camarones, pececillos, guantes, tocas y abanillos del boquirrubio mozuelo. Otra sale con su manto como barba hasta la cinta; que por lo casto se pinta de lo que aborrece tanto. Pesca un barbo boquiabierto, de estos que andan a casarse, que piensan que han de toparse con un tesoro encubierto; lleva arracadas y cruces. Otra sale a lo bizarro, tercia el manto con desgarro, y anda el rostro entre dos luces. Ésta viene más fïada en la cara bien compuesta, descubierta a la respuesta, y, cuando pide, tapada, pesca un delfín a caballo, que se apea a no lo ser; cuerdo digo al mercader, que sabe bien castigallo, y quédalo por la pena. Otra veréis cuyo fin es dar un nuevo chapín, que aquella mañana estrena. Acuden a la virilla de plata resplandeciente, mil peces de toda gente; y ella salta, danza y brilla. Pesca medias y otras cosas. Dice que vive, a diez hombres, en calles de treinta nombres. Otras hay más cautelosas, de estas de coche prestado. Pescan un señor seguro, llevan diamante, oro puro, que se cobra ejecutado. Hay a la noche bujías, pastilla, esclavilla y salva; y vase a acostar al alba, después de seis gracias frías y un poquito de almohada. Otras hay que andan al vuelo. No penen cebo al anzuelo ni van reparando en nada porque son red barredera de los altos y los bajos. Éstas pescan renacuajos, mariscando la ribera, porque llevan avellanas, duraznos, melocotones, huevos, sardinas, melones, besugos, peras, manzanas, y zarandajas ansí. De éstas ya habréis escogido lo que vuestra dama ha sido; que yo lo sé para mí. OTÓN: Paréceme discreción de apretante cortesano. ¡Qué enfadoso estáis! FINARDO: Es llano diciéndoos verdad, Otón. MARÍN: ¡Ea, albricias! OTÓN: ¿Cómo ansí? MARÍN: ¡Linda cosa! OTÓN: ¿De qué modo? MARÍN: ¡Oh, bien empleado todo cuanto se lleva de aquí! OTÓN: ¿Es acaso gran señora? MARÍN: No; pero muy gran bellaca, pues con invenciones saca. Y se va rïendo agora. FINARDO: "Rïendo se va un arroyo, sus guijas parecen dientes." OTÓN: ¿Hacéis burla? FINARDO: No le cuentes si era fregona de poyo, o damisela de aquellas de guadamecí en invierno, sino ríñele lo tierno con que se muere por ellas, y el crédito que les da a sus vidrios engastados. MARÍN: Pienso dejaros helados si os lo cuento. OTÓN: Acaba ya. MARÍN: Seguí este diablo o mujer casi hasta el fin de París; que pensé que a San Dionís iba, por dicha, a comer. Llegó la tal a un mesón, entró en él, y a un aposento se fue derecha al momento. Forjo una linda invención y entro al descuido a saber de cierto español correo. Miro al aposento, y veo desnudarse la mujer, y vestirse poco a poco de labradora, y después salir con ella otras tres. FINARDO: ¡Para engañar a otro loco! MARÍN: No, por Dios; mas un villano un carro sacó al instante, y ella, poniendo delante del rostro con blanca mano, un velo sutil, subió, y, en una alfombra sentada, la primavera esmaltada por abril, me pareció. Bien puede ser que si vieras en el traje la mujer que tuvieras más que hacer porque hasta el lugar te fueras. Iba un villanillo a pie, y preguntéle quién era, y dijo de esta manera-- "¿Qué lo pregunta? Él, ¿no ve que es hija de mi señor, Juan Labrador?" "Es gallarda, dije--¿Donde vive? Aguarda" Y respondióme, "En Belflor, ese lugar del camino del bosque en que caza el rey." FINARDO: Villana es a toda ley, que en traje de dama vino a burlar en la ciudad un moscatel como vos. OTÓN: ¿Juan Labrador? MARÍN: Sí, por Dios. OTÓN: ¡Qué extraña temeridad! Pues, ¡cómo una labradora este diamante me dio? FINARDO: Porque si es vidrio, os burló. OTÓN: Eso sabremos agora. Camina a la platería. MARÍN: Sea dama o labradora, no es tan hermosa la aurora cuando abre la puerta al día. FINARDO: ¿Que es tan hermosa, Marín? MARÍN: No hay cosa que más lo sea. Haz cuenta que en una aldea se ha humanado un serafín. JUAN: Creo que os he de reñir con las hoces en las manos. Salid acá, cortesanos. FILETO: ¿Ya escopienzas a reñir? Pero donaire has tenido, pues cortesanos nos llamas, pensando que nos infamas con ese honrado apellido. JUAN: Fileto, el nombre "villano," del que en la "villa" vivía se dijo, cual se diría de la "corte" el "cortesano." El cortesano recibe por afrenta aqueste nombre, siendo villano aquel hombre bueno, que en la villa vive. Y pues nos llama "villanos" el cortesano a nosotros, también os llamo a vosotros por afrenta, "cortesanos." FILETO: Señor ha dicho muy bien. JUAN: ¡Ea!, pues alto al trabajo, y pues yo mi cuello abajo, bájenle todos también. ¿Cuántos salieron a arar? SILVANO: Veinte mozos, diez con bueyes y diez con mulas. JUAN: ¿Qué reyes no me pueden envidiar? Ve tú, Salvano, a la viña de la ermita con tu carro. SALVANO: Como ha llovido y es barro lo más de aquella campiña, otra mula llevaré. JUAN: Lleva cuatro. Dios loado, que tantos pares me ha dado, pues aun contarlos no sé. Ea, tú Bruno, a la cuesta donde vendimia Costanza. BRUNO: Yo voy. JUAN: Tú, Fileto, alcanza la más blanca y limpia cesta, y de unas uvas doradas que se vengan a los ojos y estén sus racimos rojos por las mañanas heladas, descubriendo como el sol el puro color del oro, la llena y lleva a Peloro, nuestro vecino y doctor. FILETO: Manda a Gila que me dé un paño de manos bueno, labrado o de randas lleno, y en somo le posaré. JUAN: ¿No eres más necio? ¿No sabes que a peligro el paño está de que se te quede allá? FILETO: Entre personas muy graves platos y paños se vuelven. JUAN: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .[ --elven,] los pámpanos, de manera unos en otros asidos, con clavellinas tejidos que vayan cayendo afuera; que juntas hojas y flores parece, si están lozanos, sus hojas paños de manos, y los claveles labores. FILETO: Voy, y la pondré de suerte que al rey se pueda llevar. JUAN: Aquí te quiero aguardar. FILETO: Al momento vuelvo a verte. JUAN: ¡Gracias, inmenso cielo, a tu bondad divina! No tanto por los bienes que me has dado, pues todo aqueste suelo y esta sierra vecina cubren mis trigos, viñas y ganado; ni por haber colmado de casi blanco aceite de estas olivas bajas, a treinta y más tinajas, donde nadan los quesos por deleite, sin otras, de henchir faltas, de olivas más ancianas y más altas; no porque mis colmenas, de nidos pequeñuelos, de tantas avecillas adornadas, de blanca miel rellenas, que al reírse los cielos convierten de estas flores matizadas; ni porque estén cargadas de montes de oro en trigo las eras que a las trojes sin tempestad recoges, de quien Tú, que los das, eres testigo, y yo, tu mayordomo, que mientras más adquiero, menos como; no porque los lagares, con las azules uvas rebosen por los bordes a la tierra, ni porque tantos pares de bien labradas cubas puedan bastar a lo que octubre encierra; no porque aquella sierra cubra el ganado mío, que allá parecen peñas, ni porque con mis señas, bebiendo de manera agota el río, que en el tiempo que bebe, a pie enjuto el pastor pasar se atreve; las gracias más colmadas te doy porque me has dado contento en el estado que me has puesto. . . . . . . . . . [ --adas] . . . . . . . . . [ --ado] . . . . . . . . . [ --esto]. Parezco un hombre opuesto al cortesano, triste por honras y ambiciones, que de tantas pasiones el corazón y el pensamiento viste, porque yo sin cuidado de honor con mi iguales vivo honrado. Nací en aquesta aldea, dos leguas de la corte, y no he visto la corte en sesenta años, ni plega a Dios la vea, aunque el vivir me importe por casos de fortuna tan extraños. Estos mismos castaños, que nacieron conmigo, no he pasado en mi vida; porque si la comida y la casa, del hombre dulce abrigo, adonde nace tiene, ¿qué busca, adónde va, ni adónde viene? Ríome del soldado, que como si tuviese mil piernas y mil brazos, va a perdellos; y el otro, desdichado, que como si no hubiese bastante tierra, asiendo los cabellos a la Fortuna, y de ellos colgado el pensamiento, las libres mares ara, y aun en el mar no para, que presume también beber el viento. ¡Ay, Dios, qué gran locura buscar el hombre incierta sepultura! FELICIANO: Ansí Dios te dé placer, padre mío y mi señor, que me hagas un favor. JUAN: Muchos te quisiera hacer. FELICIANO: Pues ven, por tu vida, a ver al rey, que muy cerca pasa del umbral de nuestra casa, que va a cazar a su monte. Tu capa y sombrero ponte, que el sol en vendimia abrasa. Ven a ver las damas bellas que acompañan a su hermana, que sale como Dïana entre planetas y estrellas. Con ella compiten ellas, y ella con el sol divino. Ven, porque todo el camino se cubre de más señores que tienen los campos flores y fruta aquel verde pino. Ven a ver cuán envidioso está el sol de los caballos, porque quisiera roballos para su carro famoso. Verás tanto paje hermoso que el pecho tierno atraviesa con banda blanca francesa, opuesta al rojo español, ir como rayos del sol por esa arboleda espesa. ¡Ea, padre, que esta vez no has de ser tan aldeano! Da, por tu vida, de mano a tanta selvatiquez. Alegra ya tu vejez, hinca la rodilla en tierra al rey, que con tanta guerra te mantiene en paz. JUAN: ¡No más; que pesadumbre me das! La boca, ignorante, cierra. ¿Qué es ver al rey? ¿Estás loco? ¿De qué le importa al villano ver al señor soberano, que todo lo tiene en poco? Los últimos pasos toco de mi vida, y no le vi desde el día en que nací; pues, ¿tengo de verle ya, cuando acabándose está? Más quiero morirme ansí. Yo he sido rey, Feliciano, en mi pequeño rincón; reyes los que viven son del trabajo de su mano; rey es quien con pecho sano descansa sin ver al rey, obedeciendo su ley como al que es Dios en la tierra, pues que del poder que encierra sé que es su mismo virrey. Yo adoro al rey; mas si yo nací en un monte, ¿a qué efecto veré al rey, hombre perfecto, que Dios singular crïó? El cura nos predicó que dos ángeles tenía que le guardan noche y día, y que ésta fue su opinión sin la mucha guarnición de su armada infantería. Yo propuse, Feliciano, de no ver al rey jamás, pues de la tierra en que estás yo tengo el cetro en la mano. Si el rey, al pobre villano que ves, prestado pidiese cien mil escudos, y hubiese grande que así los prestase --¿qué es prestase?, presentase-- que en un cordel me pusiese. Daré al rey toda mi hacienda, hasta la oveja y el buey; mas yo no he de ver al rey mientras de esto no se ofenda. ¿Hame de dar encomienda ni plaza de consejero? Servirle y no verle quiero, porque al sol no le miramos y con él nos alumbramos, pues tal al rey considero. No se deja el sol mirar, que es su rostro un fuego eterno; rey del campo que gobierno me soléis todos llamar; el ave que hago matar sábele allá de otro modo, ni el vino oloroso es todo porque le falta haber sido él mismo quien le ha cogido para que le sepa más; que en las viñas donde estás lo que he sembrado he bebido. Los coches pienso que son éstos que vienen sonando. Ya me escondo, imaginando su trápala y confusión. ¡Ay, mi divino rincón, donde soy rey de mis pajas! ¡Dura ambición! ¿Qué trabajas haciendo al aire edificios, pues los más altos oficios no llevan más de mortajas? FELICIANO: ¿Qué bárbaro produjeron las montañas del Caucaso? ¿Qué abárimo, qué circaso sus ocultos montes vieron? ¿A qué león leche dieron las albanesas leonas, ni en todas las cinco zonas vio el sol por fuegos o hielos, corriendo sus paralelos, sus círculos y coronas, con semejante rigor? ¿Hay tan grande villanía? ¿De ver al rey se desvía? ¡Y al que es supremo señor! LISARDA: ¡De qué famosa labor iba bordada la saya! BELISA: No presumo yo que haya en el sur perlas más bellas. LISARDA: Allá envían a cogellas a la más remota playa. BELISA: Hermosa la infanta iba. LISARDA: Cuando no fuera quien es, su hermosura era interés que en más alto reino estriba. BELISA: Pensé que era, así yo viva, uno de aquellos señores, el que allá te dijo amores cuando fuiste disfrazada. LISARDA: Pues no estuviste engañada; yo le estuve en sus favores. BELISA: Mira que está aquí tu hermano. LISARDA: Feliciano... FELICIANO: Mi Lisarda... LISARDA: ¿Viste la corte gallarda? FELICIANO: Vi nuestro rey soberano. LISARDA: ¿Y no viste, Feliciano, tantas damas, tal belleza? FELICIANO: Admiróme su grandeza de suerte que a toda furia vine a llamar quien injuria la misma naturaleza. Rogué a mi padre que fuese a ver al rey. LISARDA: ¡Necedad! ¿Tan extraña novedad querías que por ti hiciese? Antes que Juan se moviese de su umbral a ver al rey, después de guardar su ley, él no ver al rey juró porque, desde que nació rompería el aire un buey. FELICIANO: ¿Es posible que nacimos de este monstruo? LISARDA: No sé. FELICIANO: Si es nuestro padre, ¿por qué tan diferentes salimos? Yo muero por ver la corte y andar en honrado traje; cánsame este villanaje, aunque a darle gusto importe. Cuando me puedo escapar, voy a París con vestido tan cortesano y pulido que el rey me puede mirar. Escucho a sus caballeros, su grandeza me alborota; al juego de la pelota voy a apostar mis dineros, ya que no puedo jugar --a lo menos no me atrevo-- porque sé bien que si pruebo, conmigo se ha de enojar. Si en las justas y torneos puedo disfrazado entrar, allá procuro llegar, y si no, con los deseos. No sé cómo me engendró. LISARDA: Pues, ¿qué te diré de mí? Jamás a la corte fui que allá pareciese yo. Mi ropa, basquiña y manto, guante y dorado chapín, puede mirallo el delfín. FELICIANO: De su rudeza me espanto. Yo voy a la iglesia, hermana, porque oí decir que oiría misa el rey en ella. LISARDA: Haría nuestra aldea cortesana. Y aun allí podría ser que nuestro padre le viese, aunque verle no quisiese, pues nunca le quiere ver. FELICIANO: No hayas miedo, porque está, desde que el rey ha sentido, o encerrado o escondido. LISARDA: Pues, ¿a misa no saldrá? FELICIANO: Perderála, por no ver la corte, el rey, ni las damas. LISARDA: ¿Y bárbaro no le llamas? FELICIANO: Ni aun hombre mereció ser. Voyme, porque para mí nunca amanece tal día. LISARDA: ¿Qué dirás, Belisa mía, de lo que ha pasado aquí? BELISA: Digo que como la gente del lugar toda entrará a ver al rey, si allá está puedes muy honestamente verle y ver si está con él el que las joyas te dio. LISARDA: Digo que le he visto yo, Belisa, y muy cerca de él. BELISA: ¡Cosa que fuese señor de importancia! LISARDA: No quisiera que tan grande señor fuera como imposible mi amor. Pero vamos a saber lo que hizo la Fortuna; que quien nació sin ninguna, ¿de qué la puede temer? Mas tenga este desengaño mi padre, Juan Labrador; que no lo ha de ser mi amor sin hacer a mi honor daño. Yo no nací, mi Belisa, para labrador por dueño; para mí su estilo es sueño, y su condición es risa. Yo me tengo de casar, por mi gusto y por mi mano, con un hombre cortesano, y no en mi propio lugar. BELISA: ¿No me llevarás contigo? LISARDA: Conmigo te llevaré. Para corte me crïé; su estilo y leyes bendigo. BELISA: Vamos, y deja el aldea. LISARDA: ¡Ay, si hablase aquel señor! BELISA: No es imposible tu amor, como título no sea. LISARDA: Puédele mi padre dar de dote cien mil ducados. BELISA: Ducados hacen ducados; con duque te has de casar. REY: ¿Habéislo preguntado? OTÓN: Ya se viste; porque no fue poca dicha, porque es tarde. INFANTA: La iglesia me contenta, aunque es antigua, y los altares tienen, para aldea, mejores ornamentos que la corte. OTÓN: Pienso que en ella vive un hombre rico, que debe de tener este cuidado. REY: ¿Qué piedra es ésta escrita, que sostiene este pilar? INFANTA: Será alguna memoria. ¿Eso a leer se pone vuestra alteza? FILETO: Pisa quedito, Bruno, no te sientan. BRUNO: Pues, ¿fuera yo más quedo sobre huevos? SALVANO: ¿Éste es el rey? FILETO: Aquel mancebo rojo. SALVANO: Yo he visto en un jardín pintado al César, a Tito, a Vespasiano y a Trajano; pero estaban rapados como frailes. BRUNO: Ésos eran coléricos, que apenas sufrían sus bigotes, y de enfado se dejaban rapar barba y cabeza. INFANTA: ¿De qué está rïendo vuestra alteza? REY: ¿No quieres que me ría, si he leído la cosa más notable en esta piedra que está en el mundo escrita, ni se ha oído? INFANTA: Pues no se espante de eso vuestra alteza; que en los sepulcros hay notables cosas. OTÓN: Estando yo en España y en Italia, he visto algunos de moria dignos. REY: Plutarco hace mención, y por testigo pone a Herodoto, del sepulcro insigne que en la puerta mayor de Babilonia hizo la gran Semíramis de Nino, convidando a tomar de sus dineros al rey que de ellos fuese codicioso. Abrióle Dario, rey de Persia, y dentro halló sola una piedra que decía, "Si no fueras avaro y ambicioso, no vieras las cenizas de los muertos." OTÓN: De Herodes cuenta la codicia misma, Josefo, historiador de tanto crédito. Abrió, pensando hallar ricos tesoros, del gran David y Salomón las urnas. INFANTA: Notables fueron en antiguos tiempos de la bárbara Egipto los pirámides. OTÓN: En Lusitania, en una piedra había escritas estas letras, "Gundisalvo yace debajo aquesta losa fría; boca abajo mandó que le enterrasen, porque da tan apriesa vuelta al mundo, que quedará muy presto boca arriba y así quiso excusarse del trabajo." REY: ¡Notable! INFANTA: No se ha visto semejante. REY: Éste merece letras en diamante. INFANTA: ¿Cómo dicen, señor? REY: De aquesta suerte, aunque le falta el año de la muerte: "Yace aquí Juan Labrador, que nunca sirvió a señor, ni vio la corte, ni al rey, ni temió ni dio temor; ni tuvo necesidad, ni estuvo herido ni preso, ni en muchos años de edad vio en su casa mal suceso, envidia ni enfermedad." INFANTA: ¿No dice cuando murió? REY: No escribe el año ni el mes. INFANTA: Por ventura es vivo. REY: Yo diera un notable interés por que viviera. INFANTA: Yo no. REY: Yo sí, para conocer un hombre tan peregrino. OTÓN: Presto lo podrás saber. LISARDA: A misa dicen que vino. BELISA: Mas, ¿Si acertase a saber aquél tu desasosiego? LISARDA: No dudes de que aquí está. BELISA: Si lo está verásle luego. LISARDA: No lo dudo, porque habrá la luz de su mismo fuego. OTÓN: Aquí hay muchos labradores de los que vienen a verte; si es tu gusto, no lo ignores. REY: De lo que le tengo advierte a alguno de los mejores. OTÓN: Hola, amigos, el rey hablaros quiere. ¿Cuál es de todos de mejor jüicio? BRUNO: Yo ha poco que era el más discreto; agora, no sé en lo que ha topado, no soy tanto. FILETO: Aquí Salvano sabe más que Bruno, y yo suelo saber más que Salvano, porque sé de las misas lo que es "quiries" y canto por la noche el "Tanto negro;" pero pienso, señor que me turbase... OTÓN: ¿Cómo turbar? ¿No veis cuán apacible, cuán humano es el rey? Que los leones son graves con los graves animales, y humildes con los tiernos corderillos. No temáis porque el rey hablaros quiere. FILETO: Yo voy en su grandeza confiado. OTÓN: Aquí viene, señor, el más discreto de aquestos labradores y villanos. FILETO: Hablando con perdón, yo soy discreto. REY: ¿Sois muy discreto vos? FILETO: Notablemente; he jugado a la chuca y a los bolos; yo pinto con almagre ricos mayos la noche de San Juan y de San Pedro, y pongo "Juana," "Antona," y "Menga, víctor." REY: ¿Quién es Juan Labrador aquí? FILETO: Es mi amo; que por darme a comer ansí le llamo. REY: ¿Que vive? FILETO: Sí, señor. REY: Pues, ¿cómo tiene puesta su piedra aquí de sepultura? FILETO: Porque dice que es loco el que edifica casa para la vida de cien años, aunque muy pocos pasan de sesenta, y no lo hace para tantos cuantos ha de estar en la casa de la muerte. REY: ¿Es muy sabio? FILETO: Después de mí no hay hombre que sepa tanto en toda aquesta aldea. REY: Ansí falta en las letras mes y año. FILETO: Pondránsele en muriendo. REY: ¿Tiene hijos? FILETO: Dos tiene agora, un macho y una macha más bella que una rosa alejandrina cuando rompe el botón y por su extremo desplega algunas hojas y otras coge. REY: ¿Es rico? FILETO: Es espantosa su riqueza. Tiene de su labor más de cien hombres, ochenta bueyes y cincuenta mulas. REY: ¿Qué viste? FILETO: Paño tosco. REY: ¿En qué come? FILETO: En barro muy grosero. REY: ¿Por qué causa? FILETO: Porque es el más humilde de los hombres. REY: ¿Tiene mucho dinero? FILETO: Como paja. REY: ¿Cómo trae sus hijos? FILETO: En su traje, a honor y devoción de su linaje. REY: ¿Es avariento? FILETO: No, porque a los pobres reparte la más parte de su hacienda. REY: ¿Por qué dice que al rey jamás ha visto? FILETO: Porque él dice, y lo creo, que es honrado, que es rey en su rincón, y que sus padres no le vieron tampoco, y le sirvieron, amaron, respetaron y temieron, y que él le teme y ama y le respeta, y no le quiere ver, sino serville, y a su tiempo dineros emprestalle. REY: Si le envío a llamar, ¿no querrá verme? FILETO: Está escondido agora; que las veces que pasas a cazar por esta aldea, se esconde, que no hay hombre que le vea. REY: ¡Que viva un hombre aquí tan poderoso! ¡Dichoso el que da leyes a su casa y en sus umbrales tan contento pasa! FILETO: Si quieres ver, señor, una serrana hermosa como el sol, que es hija suya, haz que se acerque la de la patena, que se precia de ser muy cortesana. REY: Llámala, Otón. OTÓN: Aquí os llegad, señora. LISARDA: ¿Qué manda su reverencia? MARÍN: Señor, ¿no es ésta la dama de París? OTÓN: El rey la llama. Ten silencio. MARÍN: Y tú paciencia. REY: ¿Sois hija de este buen viejo que llaman Juan Labrador? LISARDA: Yo soy su hija, señor, y aunque tosca, fui su espejo. REY: Hermana, por vida mía, que en la moza reparéis. INFANTA: Muy buena traza tenéis. LISARDA: Donde está tu infantería, ¿qué traza puedo tener? INFANTA: ¡Infantería! ¡Oh, qué gracia! LISARDA: ¿Cuál fuera mayor desgracia, si igualdad pudiera haber? ¿Decir vos que yo tenía traza sin ser edificio o yo, pues es vuestro oficio, llamaros infantería? El llamar a un rey "alteza," que lo llaman a una torre, aunque es lenguaje que corre, no es propiedad ni pureza. Si a señor es "señoría," y al excelente le dan "excelencia," bien dirán a una infanta "infantería." REY: No me parece muy lerda, y el talle es todo donaire. LISARDA: Como nos da tanto el aire, no es mucho que el don se pierda. REY: ¿Y cómo os llamáis? LISARDA: Lisarda, con perdón de sus mercedes. FINARDO: Bien desengañarte puedes; que la otra era gallarda y ésta es tosca por extremo. OTÓN: Pienso que finge, Finardo. REY: El talle es, por Dios, gallardo. INFANTA: Que os lleva los ojos temo. Vamos, hermano, de aquí. REY: Vamos; que Juan Labrador ha de servir a señor, y ver rey y todo en mí. OTÓN: ¿Queréis oír dos palabras? LISARDA: Como no pasen de dos, y otras dos daré en respuesta. OTÓN: ¡Extremada condición! Pues sea "¿sabéis" la una; será la otra "quién soy?" LISARDA: Escuchadme las dos mías, hidalgo, que os guarde Dios. La una es la "¡reverencia," y la otra será, "no!" OTÓN: Replico que habéis mentido. LISARDA: Replico que mentís vos. OTÓN: Que en París os vi, respondo, y que esa mano me dio este diamante. LISARDA: Es verdad. Pero no será razón que os hable entre tanta gente, porque son de la labor de la hacienda de mi padre, y perderé mi opinión. Fuera de eso, yo soy hija, ya lo veis, de un labrador, y vos seréis duque o conde. OTÓN: Soy mariscal, soy Otón, de la cámara del rey, pero nos iguala amor. LISARDA: Un olmo tiene esta aldea, a donde de noche, al son de tamboril y guitarras, las mozas de Miraflor bailan por aquestos días. Allí hablaremos los dos como vengáis disfrazado. OTÓN: Haréisme un grande favor. BELISA: Mira, que te están mirando. LISARDA: ¡Ay, Belisa!, que ya voy. OTÓN: El corazón me lleváis. LISARDA: Y aquí os dejo el corazón. BRUNO: Luego, aquí estos palaciegos habran las mozas de amor. FILETO: Son diablos, con sus razones derribaran a Sansón... Señora, vamos de aquí, porque tenemos temor; que si viene Feliciano, puede ser que haya cuestión. LISARDA: Id delante; que ya vamos. MARÍN: Un guante caer se dejó. FINARDO: ¡Qué discreta! MARÍN: ¡Qué bellaca! FINARDO: No en balde el rey la miró; es mozo y ella gallarda. No es de escardillo ni hoz el guante de esta doncella. OTÓN: No es sino caja en que Amor guarda las flechas que tira. MARÍN: ¡Que mala comparación! Porque habiendo de ser nieve los dedos que aquí guardó, las flechas de Amor son fuego, y vienen a [hac]er carbón. OTÓN: Por lo que abrasan, me agradan... Pero el Rey no me agradó; que no sé qué le decía. FINARDO: Yo lo entendí. OTÓN: Pues yo no. FINARDO: Dijo que había de hacer que aqueste Juan Labrador viese rey, señor sirviese. OTÓN: Vamos, porque pienso yo que ha de ser dificultoso. FINARDO: ¡A un rey de tanto valor, que tiemblan sus flores de oro, el scita, el turco feroz! OTÓN: Qué mal, Finardo, conoces, si nunca te sucedió, llegar de noche mojado, o a la siesta con el sol, o perdido por un monte, si de lejos te llamó el fuego de los pastores o de los perros el son después que de voces ronco te dieron alguna voz; y entraste en pobre cabaña que tiene por guardasol robles bañados en humo, que pasa el viento veloz, y haber de sacar las migas y el cándido naterón, y sin manteles en mesa, cuchillo ni pan de flor, sino sentado en el suelo sobre algún pardo vellón, rodeado de mastines, que están mirando al pastor, lo que se estima y se ensancha el villano en su rincón.
FIN DEL ACTO PRIMEROACTO SEGUNDO
REY: Desasosiego me cuesta. FINARDO: Para desasosegarte ¿puede en el mundo ser parte cosa a tu grandeza opuesta? REY: Este villano lo ha sido. FINARDO: ¿El villano o la villana? REY: Un ángel en forma humana, Finardo, me ha parecido. Pero no creas que fuera quien me desasosegara cuando el cielo la pintara con el pincel que pudiera; que en negocio que el honor pasa de las justas leyes, aun nos valemos los reyes de nuestro propio valor. Su padre me dio cuidado; que en verle vivir ansí, tan olvidado de mí, confieso que me ha picado. ¡Qué con tal descanso viva en su rincón un villano, que a su señor soberano ver para siempre se priva! ¡Que trate con tal desprecio la majestad sola una, sin correrse la Fortuna de que la desprecie un necio! ¡Que tanto descanso tenga un hombre particular, que pase por su lugar y que a mirarme no venga! ¡Que le haya dado la suerte un rincón tan venturoso, y que esté en él poderoso, desde la vida a la muerte! ¡Que le sirvan sus crïados, y que obedezcan su ley, y que él se imagine rey sin ver los reyes sagrados! ¡Que la púrpura real no cause veneración a un villano en su rincón que viste pardo sayal! ¡Que tenga el alma segura, y el cuerpo en tanto descanso! Pero, ¿para qué me canso? Digo que es envidia pura, y que le tengo de ver. FINARDO: Ansí cuentan el suceso de Solón y del rey Creso. REY: Muy diferente ha de ser; que el filósofo juzgó de otra suerte al rey de Lidia; y yo tengo a un hombre envidia por ver que me despreció. FINARDO: Tres calidades de bienes Aristóteles escribe que tiene el hombre que vive; y todas, señor, las tienes. De Fortuna la primera en que lo menos se funda; del cuerpo fue la segunda, del ánimo la tercera. Bienes de Fortuna son de riquezas multitud, del cuerpo son la salud y la buena complexión. Los del ánimo, la ciencia y la virtud. Éstos fueron a quien todos siempre dieron divina correspondencia. Y si hay en la tierra alguna, por felicidad la entienden; que estos bienes no dependen del tiempo ni la Fortuna. Estando todos en ti, ¿cómo envidias a un villano, tú con el cetro en la mano, y él con el arado allí? REY: Dame pena el verle opuesto a mi propia majestad, viendo la felicidad en que su dicha le ha puesto. Deseaba vez alguna Augusto de Escipïón la fuerza, el ser de Catón, y de César la fortuna; y era un grande emperador; y en un villano, ¡aún no veo que tenga un justo deseo de ver al rey su señor! Mil el mundo peregrinan por ver alguna ciudad que tenga en sí majestad; mares y montes caminan. Y éste se esconde en su casa cuando paso por su puerta... ¡Pues, vive el cielo, que, abierta, ha de saber que el rey pasa! FINARDO: ¿Eso te da pesadumbre? ¡Un villano en su rincón! Y, ¿no se espanta un león de un gallo y de cualquier lumbre? El animoso caballo del floro, un ave tan vil, ¿no se espanta? FINARDO: ¿Que el gentil león se espanta del gallo? REY: Y de un carro; tanto siente de la ruedas el rumor; y ansí yo de un labrador, que es un carro finalmente. FINARDO: ¿Qué tienes imaginado para que el hombre te vea? REY: Porque ver no me desea, me ha de ver, mal de su grado. Pongan en que al monte salga; que yo buscaré invención para que su condición contra reyes no le valga. FINARDO: Pues, ¿tú quieres ir allá? Venga acá Juan Labrador a ver al rey su señor; que él es bien que venga acá. REY: Déjale con su opinión; que si al rey con su poder no quiere ver, yo iré a ver al villano en su rincón. COSTANZA: Solo está el olmo, a la fe. BELISA: La palmatoria ganamos. LISARDA: A muy bien tiempo llegamos. COSTANZA: ¿Quieres tú que solo esté? LISARDA: Sí, porque hablemos un rato. COSTANZA: ¿Mas que son cosas de amor? Que te he visto en el humor que te ofende algún ingrato. LISARDA: Por vida tuya, Costanza, pues eres tan entendida --mira que juro tu vida-- ¿tuvieras tú confïanza en palabras de algún hombre de estos hidalgos de allá? COSTANZA: ¿De la corte? LISARDA: Sí; que ya tengo en el alma ese nombre. COSTANZA: La que pudiera tener de amigo reconciliado, de jüez apasionado, y de firma de mujer; la que tuviera, sembrando, de un campo estéril y enjuto, o del imposible fruto del olmo que estás mirando; la que tuviera de un loco o de un celoso traidor; la que de un hombre hablador que siempre son para poco; la que de un hombre ignorante que presume de saber; la que de abril sin llover; la que del mar inconstante; la que tuviera en la torre que se funda sobre arena, y en quien no siente la ajena, y de su falta se corre; la de amigo en alto estado si fuimos pobres los dos, ésa me diera, por Dios, cortesano enamorado. LISARDA: ¿Qué es, Costanza, cosi cosa, que llaman en corte enima: un alto, que un bajo estima sin fuerza más poderosa, y un bajo que al alto aspira? COSTANZA: Una música formada de dos voces. LISARDA: Bien me agrada. COSTANZA: Aunque alto y bajo están, mira que, aunque son tan desiguales como la noche y el día, aquella unión y armonía los hace en su acento iguales; que el alto en un punto suena con el bajo siempre igual, porque si sonaran mal, causaran notable pena. LISARDA: Música me persüades que el amor debe de ser. COSTANZA: El Amor tiene poder de concertar voluntades. LISARDA: No hay músico ni maestro como Amor, de altos y bajos; pero canta contrabajos, en que siempre está más diestro. BELISA: Al olmo vienen zagales, no habléis cosa de sospecha. LISARDA: (Cerrarte, Amor, ¿qué aprovecha? Aparte Por cualquier dedo te sales. FELICIANO: Costanza está aquí, Fileto. FILETO: Ella me dijo que había de venir al baile. FELICIANO: Cría humor gracioso y discreto. FILETO: Pienso que la quieres bien y que no te mira mal; pero es pobre y desigual de tus méritos también. FELICIANO: Mal dices; que la virtud es de más valor que el oro. FILETO: Cual le guardan el decoro tenga el mundo la salud. FELICIANO: Mi padre no tiene igual en riquezas, porque ha sido un hombre a quien ha subido la Fortuna a gran caudal. ¿No has visto un enamorado que comienza a enriquecer alguna pobre mujer que estaba en humilde estado que, dando en hacer por ella, tanto se viene a empeñar que, no teniendo qué dar, se viene a casar con ella? Pues de esa manera fue con mi padre la Fortuna, pues no sé yo cosa alguna que no le haya dado y dé. Pienso que por levantalle se ha empobrecido por él, y ha de casarse con él, porque no tiene qué dalle. FILETO: En el olmo se han sentado; la noche es un poco oscura, porque no está muy segura la luna de algún nublado. Llega, hablarás a Costanza antes que venga la gente, y algún villano se siente donde el mismo sol no alcanza. FELICIANO: ¿Habrá un poco de lugar para quien todo le diera en el alma a quien quisiera esta posesión tomar? COSTANZA: ¿No respondes a tu hermano? LISARDA: ¿Para qué, si habla contigo? COSTANZA: Pues yo que se siente digo. FELICIANO: ¿Hacia qué mano? COSTANZA: A esta mano, que dicen que el corazón más a esta parte se inclina. FELICIANO: Aquí, Costanza, adivina tú propia mi pretensión. Haz el corazón acá; que tengo el mío perdido porque se hablen al oído y no lo entiendan allá. COSTANZA: Y será bien menester; que viene gran gente al olmo. BRUNO: Habrá zagales en colmo. SALVANO: Pues habrá en colmo el placer. ¿Traes tú vihuela ahí? TIRSO: Aquí tengo mi vihuela. BRUNO: Suena un poco, así te duela menos el amor que a mí. TIRSO: ¿Hay para todos asiento? BELISA: Antes estaréis mejor en pie, por hacer favor a los pies y al instrumento. BRUNO: Salga Lisarda a bailar. LISARDA: ¿Sola? No tenéis razón. BRUNO: Yo bailaré una canción, con que la quiero sacar. OTÓN: Éste, ¿no es el olmo? MARÍN: El mismo. OTÓN: Pues, ¿cómo hablarla podré? MARÍN: Si no se aparta, no sé. OTÓN: ¿Pudo haber confuso abismo ni laberinto de amor como entre dos desiguales? BRUNO: Danzaré, pues que no sales. ¡Vaya de gala y de flor! MÚSICOS: "A caza va el caballero por los montes de París, la rienda en la mano izquierda, y en la derecha el neblí. Pensando va en su señora, que no la ha visto al partir, porque, como era casada, estaba su esposo allí. Como va pensando en ella, olvidado se ha de sí. Los perros siguen las sendas entre hayas y peñas mil. El caballo va a su gusto, que no le quiere regir. Cuando vuelve el caballero, hallóse de un monte al fin. Volvió la cabeza al valle y vio una dama venir en el vestido serrana, y en el rostro serafín." "Por el montecico sola, ¿cómo iré? ¡Ay Dios! ¿Si me perderé? ¿Cómo iré, triste, cuitada, de aquel ingrato dejada? Sola, triste, enamorada, ¿dónde iré? ¡Ay Dios! ¿Si me perderé?" MÚSICOS: "¡Donde vais, serrana bella, por este verde pinar? Si soy hombre y voy perdido, mayor peligro lleváis. --Aquí cerca, caballero, me ha dejado mi galán, por ir a matar un oso, que ese valle abajo está. --¡Oh mal haya el caballero en el monte al lubricán que a solas deja su dama por matar un animal! --Si os place, señora mía, volved conmigo al lugar, y porque llueve, podréis cubriros con mi gabán. --Perdido se han en el monte con la mucha oscuridad; al pie de una parda peña el alba aguardando están. La ocasión y la ventura siempre quieren soledad." SALVANO: Siéntense, que han danzado lindamente. LISARDA: Bruno, entretén un poco esos zagales; que llego a refrescarme a aquella fuente. ¿Sois vos mi cortesano? OTÓN: Labradora del alma, el mismo, y digo bien el mismo, pues en la corte tu belleza adora. ¿Qué haré por ti, donde conozcas cuánto te estima el alma que en tus ojos vive? LISARDA: ¡Ay, por su vida! ¿Que me quiere tanto? OTÓN: Ni la gracia del rey, ni cuanto puede dar el imperio sumo de la tierra a la imaginación que a todo excede, estimo como el pie con que floreces estos dichosos campos, nueva Flora, que con pisallo, de oro los guarneces. LISARDA: Si tiene ya el Amor determinado que me burléis, ilustre caballero, ¿qué puedo hacer? Siniestro fue mi hado; mas ya que pude merecer quereros tan sin razón, no dejaré de amaros; pero, ¿cómo podré corresponderos? Yo no puedo serviros sin casarme; y si vos no queréis casar conmigo, ¿a qué puedo, señor, aventurarme? Mi padre es labrador, pero es honrado; no hay señor en París de tanta hacienda; de mi dote es mi honor calificado. Yo no soy en lenguaje labradora; que finjo cuando quiero lo que hablo y me declaro como veis ahora. Sé escribir, sé danzar, sé cuantas cosas una noble mujer en corte aprende, y tengo estas entrañas amorosas. Pero quedaos con Dios; que es gran locura persuadir imposibles a los hombres. OTÓN: ¿Cuándo tuvo imposibles la hermosura? Teneos, no os vais; que por el alto cielo que habéis de ser mujer... LISARDA: Señor, dejadme. OTÓN: ...del mariscal Otón, y cumplirélo. LISARDA: ¿Y qué seguro de eso podéis darme? OTÓN: Un papel de mi mano. LISARDA: ¿Y por papeles queréis que yo me atreva a aventurarme? OTÓN: ¿No tienen valor? LISARDA: El que se mira en las veletas que los aires mudan. No hay verdad en amor, todo es mentira. OTÓN: ¿Y si vos la notáis con penas tales, que me condene el cielo a pena eterna? LISARDA: ¡Oh Amor, gran juntador de desiguales! Pero porque esta gente no presuma --que en fin como villana es maliciosa-- de nuestro amor la referida suma, tomad aquesta llave, y en la huerta de mi casa hallaréis por las espaldas entre cuatro cipreses una puerta; entrad con ella, y aguardadme un poco de unos mirtos cubierto con lo espeso. OTÓN: Sospecho que queréis volverme loco. LISARDA: Yo bajaré después a media noche y hablaremos los dos secretamente. ¿Con quién y en qué venisteis? OTÓN: En un coche. Pero dejéle lejos de esta aldea. LISARDA: Id donde digo, que nos van sintiendo. OTÓN: Allá os espero. ¿Quién habrá que crea, Marín, mi dicha? MARÍN: ¿Es buen suceso todo? OTÓN: ¡Notable! MARÍN: Di. OTÓN: Pasó de aqueste modo. FELICIANO: Dice Salvano bueno, que casemos las mozas del lugar con los mancebos. BRUNO: Dice muy bien; que tiempo habrá de baile. FELICIANO: Mi padre y el alcalde al olmo vienen. COSTANZA: No es poca novedad. FELICIANO: Antes es mucha. ALCALDE: ¡Bendígaos Dios, y qué os juntáis de mozos! JUAN: ¿Habrá lugar también para los viejos? COSTANZA: El que le tiene en tantas voluntades bien se podrá sentar donde quisiere. JUAN: A fe, Costanza, que no pierdas nada en tenérmela a mí. COSTANZA: Saben los cielos que quiero más tu vida que la mía. LISARDA: Esto me huele a suegro, Feliciano. FELICIANO: ¡Pluguiera Dios, que pasará el verano! LISARDA: Para todo hay sazón. FELICIANO: Por mejor tengo a boca del invierno el casamiento. BRUNO: Comienza, pues, a casar las mozas y los mancebos. FILETO: A Costanza y Feliciano pongo en el lugar primero. SALVANO: No lo oiga el viejo y se enoje. FILETO: ¿Fáltale más que dinero a Costanza? Pues, ¿qué importa, si sobra tanto a su suegro? BRUNO: A Lisarda, ¿qué marido osarás darle, Fileto? FILETO: Pardiez que en todo el lugar no le topo casamiento. Si ello se diera por gracias, todos sabéis las que tengo en tirar, saltar, correr, y en danzas, bailes y juegos; y cierto que, bien mirado, aunque su padre es mi dueño que no se perdiera nada en darla a un hombre discreto. BRUNO: Siempre te oigo decir que eres discreto. FILETO: Profeso, en aquesta necedad, la necedad de este tiempo. No hay hombre ignorante, Bruno, que se confiese por necio. Verás competir los búhos con los halcones ligeros, las monas con las personas, con las águilas los cuervos, y unos pobres sacristanes con los músicos maestros. Mas dejando disparates de que el mundo está tan lleno, ¿a quién damos a Lisarda? BRUNO: Dásela a algún palaciego. FILETO: ¡Malos años! Si mi amo oyera que tratáis de eso, nadie quedara en su casa. BRUNO: Pues dásela a un monasterio, y casemos a Belisa. SALVANO: Ésa, ya veis que la quiero. BRUNO: ¿Cómo "quiero" siendo yo quien tantos favores tengo? SALVANO: Pues, cuéntense los favores y pierda el que tiene menos. FILETO: Yo quiero ser el jüez. SALVANO: Vaya. BRUNO: Comienzo el primero. A mí me dio por diciembre, estando al sol en el cerro, seis bellotas de su mano, y me dijo, "Toma, puerco." FILETO: Terrible es este favor. SALVANO: A mí una noche al humero, porque abrí mucho la boca, . . . . . . . . . . . .[ e-o] me dio en aquestas costillas cuatro palos con un bieldo. FILETO: ¡Ése sí que fue favor, que le sintieron los huesos! SALVANO: Mejor le diré yo agora. Toda la noche de enero estuve al hielo a su puerta, y al amanecer, abriendo la ventana, me echó encima, viéndome con tanto hielo, una artesa de lejía. FILETO: ¿Muy caliente? SALVANO: Estaba ardiendo. BRUNO: Todo es risa ese favor. Yendo al soto por febrero Belisa con su borrica, parió del pueblo tan lejos, que topándome allí junto me mandó alegre que luego tomase el pollino en brazos y se le llevase al pueblo. Dos legas y más le truje, diciéndole mil requiebros, como si hablara con ella, y aun él me dio algunos besos. FILETO: Ea, que ninguno gana. A los dos os doy por buenos. Caso a Amarilis con Lauso, que ella es coja y él es tuerto, y se irá lo uno por los otro. Caso a Tirsa con Laurencio, por ella es loca y él vano. BRUNO: Dios les dé paz. FILETO: Duda tengo. Caso a Dorena y Antón. BRUNO: Es vieja. FILETO: Es rica, y con eso pasará Antón mocedades. BRUNO: Ni oírla ni verla puedo. Han inventado los diablos acá en Francia un uso nuevo, de andar al mujer sin toca... FILETO: No debe de haber espejos. Las niñas pasen, son niñas; pero unos sátiros viejos que descubren más orejas caídas que burro enfermo, y otras que van por las calles mostrando tanto pescuezo, y las cuerdas cuando hablan parecen fuelles de herrero, y otras con mil costurones de solimán mal cubierto, y otras que el pescuezo muestran como cortezas de queso, ¿por qué han de dejar las tocas? BRUNO: Por parecer niñas. FILETO: ¡Bueno! Como se cuentan los años por el discurso del tiempo, ya se han de contar en Francia por arrugas de pescuezos. La honestidad de la dama está en las tocas y velos. Allí sí que juega el aire bullicioso y lisonjero. Yo sé que han dicho en París que al parlamento han propuesto contra pescuezos de viejas mil querellas los cabellos. Ya no hay cabello con toca. BRUNO: No te pudras, majadero. FILETO: Sí quiero; que no soy bestia, supuesto que lo parezco. JUAN: Por cierto, mi Costanza, que quisiera, mirando tu humildad y tu hermosura, que este muchacho el rey del mundo fuera. Yo admiro tu belleza y tu cordura. Ya sabes que el dinero no me altera, no gracias al trabajo y la ventura, sino al cielo no más, que con su mano colma tanto el rincón de este villano. Pláceme de tratar el casamiento y de dotarte en treinta mil ducados. COSTANZA: Tierra soy de tus pies. JUAN: Vuelve a tu asiento, si no es que del asiento estáis cansados. LISARDA: Ya es hora de cenar, y este contento será bien que resulte en los crïados. JUAN: Vamos agora a casa. ALCALDE: Feliciano, besa a señor por tal merced la mano. FELICIANO: No sé, señor, con qué palabras diga tu gran valor y entendimiento raro. JUAN: El de Costanza y tu humildad me obliga, mi voluntad en público declaro. BRUNO: ¿El casamiento? FILETO: Sí. SALVANO: Todo se diga. ¡Cómo! Esto, ¿fue verdad? JUAN: Nunca reparo en pocas cosas. Digo que se haga fiesta que a todo el pueblo satisfaga. Dos toros quiero que corráis mañana. ¡Hola, Bruno! BRUNO: ¿Señor? JUAN: Busca dos toros fieros como leones. FILETO: Fiesta es llana. BRUNO: Yo los traeré que despedacen moros. SALVANO: Pardiez que ha de salir mi partesana, y que no ha de quedar sangre en sus poros. ALCALDE: Haga mañana fiestas nuestra aldea. BELISA: Que sea para bien. TODOS: Para bien sea. REY: No pienso que he negociado poco en el dejar la gente cenando al son de la fuente, que cerca divide el prado. ¡Que me haya puesto en cuidado un grosero labrador! Pero no se sigue error de ejecutar este gusto, para que vea que es justo ver rey y servir señor. Hubiera pocas historias si pensamientos no hubiera, con que la fama tuviera en su tiempo estas memorias. No todas añaden glorias a un príncipe; que hay algunas que porque son importunas al gusto del poderoso, no quiere estar envidioso de las ajenas fortunas. Yo veré, Juan Labrador, despacio tu pensamiento; que de tus venturas siento desprecios de mi valor. FINARDO: ¿A dónde mandas, señor, tenga el caballo mañana? REY: Cuando de oro, azul y grana se vista el cielo, Finardo, en este bosque te aguardo, y esto dirás a mi hermana. FINARDO: Diré que en el monte quedas por matar un jabalí. REY: Que tengo el puesto la di, y tomadas las veredas; y advierte bien que no excedas átomo de lo tratado. FINARDO: Todo lo llevo en cuidado. REY: Y yo le tengo de ver si tiene mayor poder que la corona el arado. Con diferente vestido de mi profesión real, vengo a ver este sayal, de la majestad olvido. REY: ¡Ah, de casa! FILETO: ¿Quién vocea? REY: ¿Vive aquí Juan Labrador? FILETO: Por ti preguntan, señor. JUAN: ¿Quién quieres que ahora sea? FILETO: Quien es ya está en el portal. JUAN: No se lleve alguna cosa; que anda mucha gente ociosa y que vive de hacer mal. REY: No soy de los que decís, aunque os parezca extranjero, porque soy un caballero de los nobles de París. Perdíme en esa montaña; sé que sois rico y sois noble; até mi caballo a un roble por la oscuridad extraña, y a la aldea vengo a pie donde el cura me ha informado... JUAN: El cura no os ha engañado. Cena y posada os daré, no como allá en vuestra casa con platos y vanidad, mas con mucha voluntad, al modo que acá se pasa. ¿Qué nombre tenéis? REY: Dionís. JUAN: ¿Qué oficio o qué dignidad? REY: Alcaide de la ciudad y los muros de París. JUAN: Nunca tal oficio oí. REY: Es merced que el rey me ha hecho, por heridas que en el pecho, sirviéndole recibí. JUAN: Habéis hecho cosa dina de un hidalgo como vos. Sentaos, mientras que a los dos nos dan de cenar. Camina, Fileto, a mis hijos llama. Tomad esa silla, os ruego. REY: Sentaos vos; que tiempo hay luego. JUAN: ¡Qué cortesano de fama! Sentaos; que en mi casa estoy, y no me habéis de mandar; yo sí que os mando sentar que en ella esta silla os doy y advertid que habéis de hacer, mientras en mi casa estáis, lo que os mandare. REY: Mostráis un hidalgo proceder. JUAN: Hidalgo no; que me precio de villano en mi rincón; pero en él será razón que no me tengáis por necio. REY: Si a París vais algún día, buen amigo, os doy palabra que el alma y la puerta os abra en amor y hacienda mía, por veros tan liberal. JUAN: ¿A París? REY: Pues, ¿qué decís? ¿No iréis tal vez a París a ver la casa real? JUAN: ¿Yo a París? REY: ¿No puede ser? JUAN: ¡De ningún modo, por Dios! Si allá os he de ver a vos, en mi vida os pienso ver. REY: Pues, ¿qué os enfada de allá? JUAN: No haber salido de aquí desde el día en que nací, y que aquí mi hacienda está. Dos camas tengo, una en casa, y otra en la iglesia; éstas son en vida y muerte el rincón donde una y otra se pasa. REY: Según eso, en vuestra vida debéis de haber visto al rey. JUAN: Nadie ha guardado su ley, ni es de alguno obedecida como del que estáis mirando; pero en mi vida le vi. REY: Pues yo sé que por aquí pasa mil veces cazando. JUAN: Todas esas me he escondido por no ver el más honrado de los hombres en cuidado; que nunca le cobré olvido. Yo tengo en este rincón no sé qué de rey también; mas duermo y como más bien. REY: Pienso que tenéis razón. JUAN: Soy más rico, lo primero, porque de tiempo lo soy; que solo si quiero estoy, y acompañado, si quiero. Soy rey de mi voluntad, no me la ocupan negocios, y ser muy rico de ocios es suma felicidad. REY: ¡Oh, filósofo villano! Aparte Mucho más te envidio agora.) JUAN: Yo me levanto a la aurora, si me da gusto, en verano, y a misa a la iglesia voy donde me la dice el cura; y aunque no me la procura, cierta limosna le doy, con que comen aquel día los pobres de este lugar. Vuélvome luego a almorzar. REY: ¿Qué almorzáis? JUAN: Es niñería; dos torreznillos asados, y aún en medio algún pichón, y tal vez viene un capón si hay hijos ya levantados; trato de mi granjería hasta las once; después comemos juntos los tres. REY: (Conozco la envidia mía.) Aparte JUAN: Aquí sale algún pavillo que se crió de migajas de la mesa, entre las pajas de ese corral, como un grillo. REY: A la Fortuna los pone quien de esa manera vive. JUAN: Tras aquesto se apercibe --el rey, señor, me perdone-- una olla, que no puede comella con más sazón; que en esto, nuestro rincón a su gran palacio excede. REY: ¿Qué tiene? JUAN: Vaca y carnero y una gallina. REY: ¿Y no más? JUAN: De un pernil--porque jamás dejan de sacar primero esto--verdura y chorizo, lo sazonado os alabo. En fin, de comer acabo de alguna caja que hizo mi hija, y conforme al tiempo, fruta, buen queso y olivas. No hay ceremonias altivas truhanes ni pasatiempo, sin algún niño que alegra con sus gracias naturales; que las que hay en hombres tales son como gracias de suegra. Éste escojo en el lugar, y cuando grande, le doy conforme informado estoy, para que vaya a estudiar, o siga su inclinación de oficial o cortesano. REY: (No he visto mejor villano Aparte para estarse en su rincón.) JUAN: Después que cae la siesta, tomo una yegua, que al viento vencerá por su elemento, dos perros y una ballesta; y, dando vuelta a mis viñas, trigos, huertas y heredades, porque éstas son mis ciudades, corro y mato en sus campiñas un par de liebres, y a veces de perdices; otras voy a un río en que diestro estoy y traigo famosos peces. Ceno poco, y ansí a vos poco os daré de cenar, con que me voy a acostar dando mil gracias a Dios. REY: Envidia os puedo tener con una vida tan alta; mas sólo os hallo una falta en el sentido del ver. Los ojos, ¿no han de mirar? ¿No se hicieron para eso? JUAN: Que no les niego, os confieso, cosa que les pueda dar. REY: ¿Qué importa? ¿Cuál hermosura puede a una corte igualarse? ¿En qué mapa puede hallarse más variedad de pintura? Rey tienen los animales, y obedecen al león; las aves, porque es razón, a las águilas caudales. Las abejas tienen rey, y el cordero sus vasallos, los niños rey de los gallos; que no tener rey ni ley es de alarbes inhumanos. JUAN: Nadie como yo le adora, ni desde su casa ahora besa sus pies y sus manos con mayor veneración. REY: ¿Sin verle, no puede ser que se pueda echar de ver? JUAN: Yo soy rey de mi rincón; pero si el rey me pidiera estos hijos y esta casa, haced cuenta que se pasa adonde el rey estuviera. Pruebe el rey mi voluntad, y verá qué tiene en mí; que bien sé yo que nací para servirle. REY: En verdad, si necesidad tuviese, ¿prestaréisle algún dinero? JUAN: Cuanto tengo, aunque primero tres mil afrentas me hiciese; que del señor soberano es todo lo que tenemos, porque a nuestro rey debemos la defensa de su mano. Él nos guarda, y tiene en paz. REY: Pues, ¿por qué dais en no ver a quien noble os puede hacer? JUAN: No soy de su bien capaz, ni pienso yo que en mi vida pues haber felicidad como es esta soledad. FILETO: La cena está apercibida. JUAN: Metan la mesa, y dirás a Lisarda y a Belisa que echen sábanas aprisa donde sabéis, y no más; que, por la bondad de Dios, habrá bien donde durmáis. REY: En alto descanso estáis. JUAN: Tal le pedid para vos. FILETO: La mesa tienes aquí. JUAN: A ella os podéis llegar. REY: Aquí me quiero asentar. JUAN: No estáis bien, hidalgo, ahí; poneos a la cabecera. REY: Eso no. JUAN: En mi casa estoy, obedecedme; que soy el dueño. REY: Más justo fuera que yo estuviera a los pies. JUAN: Haced lo que os he mandado; que del dueño que es honrado, siempre el que es huésped lo es; y por ruin que el huésped sea, siempre el dueño le ha de dar por honra el mejor lugar. REY: (¿Habrá quien aquesto crea?) Aparte JUAN: Mientras comemos, podréis cantarle alguna canción. REY: (¡Buen villano y buen rincón!) Aparte ¿Música también tenéis? JUAN: Es rústica. Comenzad. REY: ¿Quién son aquestas señoras? JUAN: No señoras, labradoras de esta aldea las llamad. Ésta es mi hija, y aquélla mi sobrina, y ha de ser de ese muchacho mujer. REY: Cualquiera en extremo es bella. JUAN: Cenad; que no es cortesía ni el alabar ni el mirar lo que el dueño no ha de dar. REY: Por servirlas lo decía. JUAN: Servid vuestra boca agora de lo que a la mesa está; que en vuestra casa no habrá por dicha mejor señora. LISARDA: Notablemente parece, Feliciano, este mancebo, al rey. FELICIANO: Un milagro nuevo de Naturaleza ofrece. Pero engáñase la vista mirando con religión al rey. COSTANZA: Y tiene razón; que, ¿hay luz que al mirar resista en la presencia de un rey? REY: Beber, buen huésped, quisiera. JUAN: Pedidlo; que yo bebiera si sed tuviera. LISARDA: Y es ley que a huésped tan principal le lleve de beber yo. BRUNO: ¿Cantaremos? REY: ¿Por qué no? Que éste es convite real. MÚSICOS: "¡Cuán bienaventurado aquél puede llamarse justamente, que, sin tener cuidado de la malicia y lengua de la gente a la virtud contraria, la suya pasa en vida solitaria! Caliéntase el enero alrededor de sus hijuelos todos, a un roble ardiendo entero, y allí contando de diversos modos de la extranjera guerra, duerme seguro y goza de su tierra." JUAN: Alzad la mesa; que es tarde y querrá el huésped dormir. Pero dejadme decir, aunque un momento se aguarde, mi oración. REY: (¡Qué labrador!) Aparte JUAN: Gracias os quiero ofrecer, pues que me dais de comer, sin merecerlo, Señor. REY: ¡Breve oración! JUAN: Comprehende más de lo que vos pensáis. Bien es que a acostaros vais; que es tarde y el sueño ofende. Quedad con Dios; que al aurora yo mismo os despertaré. REY: (Ya el filósofo se fue.) Aparte Un poco aguardad, señora. LISARDA: Belisa os descalzará. No me tengáis, por mi vida. REY: ¿No es cortesía que pida que me descalcéis? LISARDA: Será. BELISA: Yo, señor, me quedaré a descalzaros aquí. REY: Antes si os vais, para mí será más merced. BELISA: Sí, haré. REY: Oíd. LISARDA: ¿Qué? REY: La mano os pido. LISARDA: ¿La mano? REY: La mano quiero. LISARDA: A fe que sois, caballero, para huésped atrevido; pero debéis de saber de aquesto de adivinar. REY: Pues eso quiero mirar. LISARDA: Pues eso no habéis de ver. REY: ¿Y si me caso con vos? LISARDA: ¡Qué presto los cortesanos se casan y pidan manos! ¡Facilitos son, por Dios! Y es que deben de pensar, como acá somos villanas, que nos han de dejar llanas con sólo nombrar casar. Acuéstese su merced. Santíguese muy atento contra cualquier pensamiento. REY: Oíd, esperad, tened. LISARDA: Suelte; que el diablo me lleve si no le dé un mojicón. ¡A villana en su rincón de esa manera se atreve! ¡Arre allá con treinta erres! REY: No hay quien sin rincón esté. Oye, escucha... Ya se fue. Pues si te vas, no me cierres. Aquésta, ¿es casa encantada? ¿Qué es esto, Dios? ¿Dónde estamos? ¿Qué filosofía es ésa? ¿En qué laberinto he dado? ¿Cómo me he metido aquí? ¡Hola, gente! ¿Con quién hablo? Que es ésta la cama pienso. COSTANZA: ¿Qué dais voces? ¿Mandáis algo? REY: ¿Es ésta mi cama? COSTANZA: Sí, muy bien podéis acostaros. REY: Pues entretenedme un poco; que soy hombre de regalo. COSTANZA: Entreténgale una fiera de las que andan por el campo. REY: Escucha. COSTANZA: ¿Qué he de escuchar? ¡Valga el diablo el cortesano! REY: ¡Bueno me ponen, por Dios! Extrañas burlas me paso. Quiero acostarme; que temo que entren también los villanos. Mas, ¿si me acuesto y es ésta de alguno que está en el campo, y viene a acostarse a escuras? BELISA: ¿Qué manda, señor hidalgo. que da voces a tal hora? REY: Hállome aquí tan extraño, que no sé adónde me acueste. BELISA: Pues, ¿qué os falta? REY: Algún crïado. BELISA: Debéis de ser melindroso. Por ventura, ¿tenéis asco? Pues allá no habrá colchones ni tan limpios ni tan blancos. Échase su porquería. ¡Valga el diablo el cortesano! REY: Descalzadme vos. BELISA: ¡Qué lindo! Duerma una noche calzado. REY: Tomar quiero su consejo. Paréceme, y no me engaño, que detrás de estas cortinas tose un hombre. Pues, ¿qué aguardo? Sacaré la espada. OTÓN: Tente, tente. REY: ¡Otón! ¡Extraño caso! ¡Otón detrás de la cama! OTÓN: Oye la causa. REY: ¿Qué tardo en darte la muerte? OTÓN: Escucha, señor; que no estoy culpado. REY: Pues, ¿cómo has venido aquí? OTÓN: ¿Quién hubiera imaginado, oh, famoso Ludovico, rey de los lirios dorados, que aquí esta noche durmieras? REY: Aqueste villano sabio me ha traído a conocerle en hábito disfrazado. Ser cazador he fingido de esta manera pensando oír de su misma boca tan notables desengaños. OTÓN: Pues a mí me trujo Amor. REY: ¿Aquí estás enamorado? OTÓN: Sí, señor. REY: ¿Es de Lisarda? OTÓN: Pues su hermosura me abraso. Habléla junto a aquel olmo aquesta noche bailando, diome una llave, y entré para hablar de espacio entrambos, en la huerta de su casa. Pero como tú has llegado y anda todo de revuelta, fue esconderme necesario, y yo me he metido aquí por no hallar otro sagrado. REY: ¿Que a Lisarda quieres bien? OTÓN: ¿parécete gran milagro siéndolo su ingenio y rostro? REY: Entra, hablaremos de espacio sobre tu intención en esto, y tú sabrás qué milagro me trujo adonde he venido a ver, siendo rey tan alto, el villano en su rincón, pues no ve al rey el villano.
FIN DEL ACTO SEGUNDOACTO TERCERO
FILETO: Hogaño hay linda bellota. BRUNO: Lindos puercos ha de haber. SALVANO: La que ya pensáis comer parece que os alborota. FILETO: A lo menos, la aceituna que habemos de varear, no deja que desear. BRUNO: No he visto mejor ninguna. SALVANO: Comenzad a sacudir; que a fe que tenéis qué hacer. FILETO: Llegue quien ha de coger. BRUNO: Mucho tardan en venir. FILETO: Por el repecho del prado nuesama y sus primas vienen. BRUNO: ¡Verá el reliente que tienen! FILETO: ¿Cantan? SALVANO: Sí. BRUNO: ¡Lindo cuidado! MÚSICOS: "¡Ay, Fortuna, cógeme esta aceituna! Aceituna lisonjera, verde y tierna por de fuera, y por de dentro madera, fruta dura e importuna. ¡Ay, Fortuna, cógeme esta aceituna! Fruta en madurar tan larga que sin aderezo amarga; y aunque se coja una carga, se ha de comer sola una. ¡Ay, Fortuna, cógeme esta aceituna!" FILETO: ¿Es para hoy el venir? SALVANO: ¡Qué bien se hará el varear con cantar y con bailar! LISARDA: Comencemos a reñir, ¡por vida de los lechones! SALVANO: Más no valiera callar. BRUNO: Hoy es día de cantar y no de malas razones. Mi instrumento traigo aquí, y a todas ayudaré. LISARDA: También yo de burla hablé. COSTANZA: Todos lo entienden ansí. Esténse las aceitunas por un rato entre sus hojas, y templemos las congojas de algún disgusto importunas; ansí Dios os dé placer. BELISA: Bien dice, pues nadie aguarda. COSTANZA: ¿De qué estás triste, Lisarda? LISARDA: No veo y quisiera ver. COSTANZA: Ya te entiendo; pero advierte que el bien que no ha de venir es discreción divertir. LISARDA: Antes el mal se divierte. Vaya, Tirso, una canción y bailaremos las tres. BRUNO: Vaya, pues habrá después para la vara ocasión. MÚSICOS: "Deja las avellanicas, moro, que yo me las varearé-- tres y cuatro en un pimpollo, que yo me las varearé. Al agua de Dinadámar, que yo me las varearé-- allí estaba una cristiana, que yo me las varearé-- cogiendo estaba avellanas, que yo me las varearé-- el moro llegó a ayudarla, que yo me las varearé-- y respondióle enojada, que yo me las varearé-- deja las avellanicas, moro, que yo me las varearé-- tres y cuatro en un pimpollo, que yo me las varearé. Era el árbol tan famoso, que yo me las varearé-- que las ramas eran de oro, que yo me las varearé-- de plata tenía el tronco, que yo me las varearé-- hojas que le cubren todo, que yo me las varearé-- eran de rubíes rojos, que yo me las varearé. Puso el moro en él los ojos, que yo me las varearé-- quisiera gozarle solo, que yo me las varearé-- mas díjole con enojo, que yo me las varearé-- deja las avellanicas, moro, que yo me las varearé-- tres y cuatro en un pimpollo, que yo me las varearé." SALVANO: Quedo; que he vido venir por en somo de la cuesta gente, a lo de corte apuesta. FILETO: Bien os podéis encubrir; que a la fe que es gente honrada. LISARDA: Ponte, Costanza, el rebozo; que yo me muero de gozo. (Y tengo el alma turbada.) Aparte BRUNO: Haya un poquito de grita. SALVANO: "Vaya" en la corte se llama. MARÍN: Aquí hay villanas de fama. OTÓN: Alguna, Marín, me quita el alma y la libertad. BRUNO: ¿Adónde van los jodíos? MARÍN: A buscaros, deudos míos, para haceros amistad. FILETO: Por donde quiera que fueres, te alcance la maldición de Gorrón y Sobirón con agujas y alfileres. Dente de palos a ti, y otros tantos a tu mozo. OTÓN: ¡Ah, reina, la del rebozo! LISARDA: ¡Oh, qué lindo! ¡Reina a mí! BRUNO: Mala pascua te dé Dios, y luego tan mal San Juan que te falte vino y pan y tengas catarro y tos. Dolor de muelas te dé que no te deje dormir. OTÓN: ¿Cómo queréis encubrir sol que por cristal se ve? LISARDA: Id, señor, vuestro camino, y dejadnos varear. OTÓN: Pues yo, ¿no os sabré ayudar? LISARDA: ¿Ayudar? ¡Qué desatino! Tenéis muy blandas las manos. OTÓN: ¿Habéislas tocado vos? SALVANO: Que vos venga, plegue a Dios, muermo, adivas y tolanos. Mala pedrada vos den, echen os sendas ayudas, y vais a cenar con Judas por "saeculorum, amén." MARÍN: ¿Quiere una palabra oír? BELISA: Pues, ¡él a mí, majadero! MARÍN: ¿No soy yo de carne y cuero? BELISA: De cuero puede decir. COSTANZA: ¡Ay, Lisarda! ¡Feliciano! LISARDA: ¡Mi padre viene con él! COSTANZA: Yo me voy. LISARDA: ¿Qué temes de él? COSTANZA: Es muy celoso tu hermano. FELICIANO: Un hombre está con nuestra gente. JUAN: Y hombre de no poco valor en la presencia. LISARDA: Por ti pregunta aqueste gentilhombre. JUAN: ¿Mandáis alguna cosa en que os sirvamos? OTÓN: Señor Juan Labrador, vos sois persona que merecéis del rey aquesta carta, y que os la traiga el mariscal de Francia. JUAN: ¡El rey a mí! Los pies, señor, le beso, y a vos las manos, y ¡ojalá las mías siquiera fueran dignas de tocallas! A presumir mis padres que algún día a su hijo su rey le escribiría, para tomarla en estas rudas manos me enseñaran a guantes cortesanos. Póngola en mi cabeza. Tú que tienes mejor vista, la lee, Feliciano. FELICIANO: La carta dice así. BELISA: ¿Qué será aquesto? FILETO: ¿Si quiere algún lechón? SALVANO: ¿No eres más cesto? FELICIANO: "El alcaide de París me ha dicho que cenando con vos una noche le dijisteis que me prestaríades, si tuviese necesidad, cien mil escudos; yo la tengo, pariente. Hacedme servicio que el mariscal los traiga. Dios os guarde." JUAN: ¿"Pariente" dice el rey? FELICIANO: ¿De qué te espantas? Quien pide siempre engaña con lisonjas. JUAN: Lo que dije esa noche, que la hacienda le daría y los hijos. Cumplirélo. Venid por el dinero. OTÓN: Estad seguro que no le perderéis. JUAN: Yo no procuro mayor satisfacción que su servicio, porque el suyo es mandar, servir mi oficio. FILETO: Con ellos voy. LISARDA: Y yo también, Belisa. BELISA: El ánimo del viejo me ha espantado. SALVANO: ¿Qué os parece de aquesto que ha pasado? FILETO: Que el villano que se hace caballero merece que le quiten su dinero. REY: Yo quise ser el tercero de los amores de Otón; que tierno en esta ocasión, Finardo, le considero. Mas t juro que en mi vida pensé turbarme, de ver cosa que pudiese ser de improviso sucedida, como al tiempo que salió de las cortinas y dijo "Detente" Otón. FINARDO: El prolijo discurso a mí me contó, con que vino a merecer la discreta labradora, que quiere engañar agora a título de mujer. REY: No hará; que es el mariscal hombre bien intencionado, y el labrador tan honrado que en nada le es desigual. FINARDO: Mucho, señor, ha sabido de las costumbres de Otón; pero amando, no hay razón. REY: Daréme por ofendido de lo que a Juan Labrador se le siguiere de agravio. Mas yo sé que Otón es sabio y mirará por su honor. FINARDO: No hay cosa más inconstante que el hombre. REY: Dices verdad, porque en esa variedad a ninguno es semejante. Admiraba a Filemón, filósofo de gran nombre, ver tan diferente al hombre y era con mucha razón. Decía que en su fiereza los animales vivían; pero que sólo tenían una igual naturaleza. Todos los leones son fuertes, y todas medrosas las liebres, y las raposas de una astuta condición; toda las águilas tienen una magnanimidad, todos los perros lealtad, siempre con su dueño vienen. Todas las palomas son mansas, los lobos voraces; pero en los hombres, capaces de la divina razón, verás variedad de suerte que uno es cobarde, otro fiero, uno limpio, otro grosero, uno falso y otro fuerte, uno altivo, otro sujeto, uno presto y otro tardo, uno humilde, otro gallardo, uno necio, otro discreto, uno en extremo leal, y otro en extremo traidor, uno compuesto y señor, y otro libre y desigual. Otón mire bien por sí, cumpliendo su obligación; que me quejaré de Otón de otra manera. FINARDO: Te oí aborrecer al villano y hablar de su pertinacia. ¿Por dónde vino a tu gracia? REY: Porque toqué con la mano el oro de su valor, cuando en su rincón le vi; que ya por él y por mí pudiera decir mejor lo que de Alejandro griego y Dïógenes, el día que le vio cuando tenía casa estrecha, sol por fuego. Dijo que holgara de ser D]ïógenes, si no fuera Alejandro. Y yo pudiera esto mismo responder, y con ocasión mayor, porque, a no ser rey de Francia, tuviera por más ganancia que fuera Juan Labrador. OTÓN: Ya, gran señor, en Miraflor he dado la carta al labrador. REY: ¿Qué ha respondido? OTÓN: Que te dijo verdad aquel alcaide de París. Yo no sé qué alcaide sea. Y que allí queda a tu servicio todo hasta sus mismo hijos. REY: ¿Dio el dinero? OTÓN: En famosas coronas de oro puro; y, sin este dinero, te presenta doce acémilas tales, que te juro que dan admiración a quien las mira. Diome aparte un cordero que te diese, vivo y con un cuchillo a la garganta, y trújele, señor, por darte gusto. REY: ¿Cordero vivo con cuchillo atado? OTÓN: De esta manera el corderillo viene. REY: Pues no es sin causa, algún sentido tiene. Mas mira, Otón, que quiero que al instante le lleves esta carta al mismo. OTÓN: ¿Agora? REY: Agora, pues. OTÓN: ¿Escrita la tenías? REY: Pues te la doy, bien ves que escrita estaba. OTÓN: ¿Importa diligencia? REY: Importa mucho, y yo sé, Otón, que con tu gusto vuelves. OTÓN: Yo confieso, señor, que voy con gusto, porque tenerle de servirte gusto. REY: Camina, y mira cómo vas y vienes; que aunque llevas placer, peligro tienes. OTÓN: ¿Peligro yo, señor? REY: Búrlome agora. OTÓN: (Celos son de mi hermosa labradora.) Aparte REY: La vida humana, Sócrates decía, cuando estaba en negocios ocupada, que era un arroyo en tempestad airada, que turbio y momentáneo discurría. Y que la vida del que en paz vivía era como una fuente sosegada, que, sonora, apacible y adornada de varias flores, sin cesar corría. ¡Oh vida de los hombres diferente, cuya felicidad estima el bueno, cuando la libertad del alma siente! Negocios a la vista son veneno. ¡Dichoso aquél que vive como fuente, manso, tranquilo, y de turbarse ajeno! JUAN: Hijo, en haberte casado con mi Costanza, aunque hermosa, más por ser tan virtüosa, borré del alma un cuidado. La fiestas hice a tus bodas, que algún príncipe envidió, porque para serlo yo, me sobran las cosas todas, si me falta la nobleza; que ésta, ansí tenga salud, que la he puesto en la virtud harto más que en la riqueza. ¡Gracias al cielo por todo! Yo quisiera descansar, si verdad te digo, y dar a mis cuidados un modo; de los cuales la mitad es ver sin dueño a tu hermana, y pasando la mañana de su más florida edad. Así, piensa--y Dios te guarde-- un marido, si tú quieres. Mira que ya las mujeres no quieren casarse tarde, Antiguamente, me acuerdo, cuando mi abuelo vivía, que el tiempo que allí corría era más prudente y cuerdo. Casábase en nuestra aldea un hombre de treinta y siete años, edad que promete que sabio y prudente sea. La mujer, no sin tener treinta bien hechos; mas ya de veinte el hombre lo está, y de doce la mujer. Y está muy en la razón; que nuestra naturaleza ha venido a tal flaqueza. FELICIANO: (Cansados los viejos son. Aparte Luego nos dan con su edad. Cuanto ha pasado es mejor.) JUAN: Elige algún labrador a quien tengas voluntad, y casemos a Lisarda; que siempre mal ha sufrido de sus padres el olvido mujer hermosa y gallarda. FELICIANO: Yo, señor, tan altos veo sus pensamientos y galas, que no me atrevo a las alas de su atrevido deseo. No hallo en esta comarca digno labrador de ser marido de esta mujer, ni en cuanto la sierra abarca. Uno está haciendo carbón, otro guarda su ganado, otro con el corvo arado rompe al barbecho el terrón. Aquél es rudo y grosero, el otro rústico y vil. Para moza tan gentil mejor fuera un caballero. Hacienda tienes, repara en que Lisarda... JUAN: Detente. Si no quieres que me cuente por muerto, la lengua para. ¿Yo, señor? ¿Yo caballero? ¿Yo ilustre yerno? FELICIANO: ¿Pues no? ¿Para qué el cielo te dio tal cantidad de dinero? Carece de entendimiento --perdóname, padre, ahora-- quien en algo no mejora su primero nacimiento. Mas vesla, señor, ahí; ella te dirá su gusto. JUAN: Mejor dirás mi disgusto, si tiene el que miro en ti. LISARDA: Digo que le pediré que os honre en esto a los dos. BRUNO: Pidiéndolo tú, por Dios, que no lo niegue. LISARDA: No sé. JUAN: Lisarda... LISARDA: Padre y señor, basta, que aquestos pastores quieren las fiestas mayores cuanto es la ocasión mayor. JUAN: ¿Cómo ansí? LISARDA: Porque han sabido que tienes un nieto ya. JUAN: ¿Búrlaste? LISARDA: Cierto será, si Constanza no ha mentido. JUAN: ¿Qué es lo que dice Costanza? LISARDA: Que está preñada a la ve. JUAN: Si fuere cierto, daré albricias de la esperanza; mas para fiestas, bien pueden hacerlas al pensamiento que me da tu casamiento, si los tuyos me conceden que pueda yo disponer de tu esquiva condición. MARÍN: De parte del rey, Otón te vuelve otra vez a ver. JUAN: ¿Otón otra vez? FELICIANO: ¿Qué quiere otra vez el rey de ti? LISARDA: Confusa estoy. JUAN: Yo sin mí; mas venga lo que viniere. OTÓN: ¿Quién duda que os espante mi venida y otra carta del rey? JUAN: Tantos favores no me pueden dejar de dar espanto. Léela, Feliciano, por tu vida. OTÓN: Seáis, Lisarda, bien hallada. LISARDA: El cielo traiga con bien a vuestra señoría. BRUNO: ¡Hola, Fileto! El rey se ha regostado a los escudos de nuestro amo. FILETO: Pienso que quiere empobrecerle de malicia. FELICIANO: La carta dice ansí. BRUNO: Y eso, ¿es justicia? FELICIANO: "Hoy me he acordado que el alcaide de París me dijo que, si fuese necesario, me serviríades con vuestros hijos; ahora son a mi servicio y gusto. Ansí os mando que luego al punto me los enviéis con Otón. Dios os guarde, pariente. Yo el rey." JUAN: ¿Mis hijos pide? OTÓN: Vuestros hijos pide. JUAN: ¿Para la corte? OTÓN: Sí, para la corte. JUAN: ¿Quién es aqueste alcaide que a mi casa vino por mi desdicha aquella noche, que de mí tantas cosas le ha contado? FELICIANO: Padre, no os aflijáis. JUAN: Lo que es dinero no pudiera afligirme; mas, ¡los hijos! LISARDA: El rey tiene este gusto, el valor tuyo no es bien que pierda aquí de lo que vale. JUAN: ¡Eso sí! Yo aseguro que vosotros no tengáis tal placer ni mejor día. Cumplido se han aquí vuestros deseos. Sólo un rey me pudiera mandar esto, y sola mi desdicha darle causa. Ya declina conmigo la Fortuna, porque ninguno puede ser llamado hasta que muere, bienaventurado. Al rey obedezcamos; que por dicha ésta mi condición me pone miedo, pues no puedo esperar de tan gran príncipe menos que su real nombre promete. OTÓN: Estad seguro, Juan, que por bien suyo, y en agradecimiento del dinero los envía a llamar. JUAN: Pensarlo quiero. Partid, señor, con ellos en buen hora; que a la iglesia me voy. OTÓN: ¡Qué sentimiento! FELICIANO: No os admiréis; que es padre. LISARDA; Más le tiene por vernos en la corte, que por miedo. OTÓN: No nos vamos sin verle. FELICIANO: Por la iglesia, si os parece, pasemos. LISARDA: Y es muy justo; que viéndonos tendrá menos disgusto. FILETO: Vámonos luego; que también yo quiero ir a ser cortesano con Lisarda. BRUNO: Yo pienso acompañarte. FILETO: Por lo menos, no estaremos a ver al viejo padre llorando la desdicha que imagina. BRUNO: Mas dime, ¿sabrás tú ser cortesano? FILETO: Pues, ¿hay cosa más fácil? BRUNO: ¿De qué suerte? FILETO: No sé si acierto, lo que pienso advierte: cumplimientos extraños, ceremonias, reverencias, los cuerpos espetados, mucha parola, mormurar, donaires, risa falsa, no hacer por nadie nada, notable prometer, verdad ninguna, negar la edad y el beneficio hecho, deber... y otras cosas más sutiles, que te diré después por el camino. BRUNO: Notable cortesano te imagino. REY: De esta manera, sospecho que irá mi hermana mejor. ALMIRANTE: Beso tus manos, señor, por la merced que me has hecho. REY: Ya que me determiné a casarla, no podía darla mejor compañía. ALMIRANTE: Yo, señor, la llevaré con mis parientes y amigos, y con todo mi cuidado. REY: No quise que mi cuñado, con guerras, con enemigos, de su tierra se alejase. ALMIRANTE: Ha sido justo decreto de un príncipe tan perfeto. REY: Por esto, y por excusar un gasto tan excesivo. ALMIRANTE: Por mil razones es bien. REY: Que llegue hasta el mar también gente de su guarda escribo porque más seguros vais. ALMIRANTE: Ya la infanta, mi señora, viene a verte. REY: Y viene agora a saber que la lleváis. INFANTA: ¿En qué entiende vuestra alteza? REY: Hermana, en vuestra jornada. INFANTA: ¿Acércase? REY: Ya es llegada. Pero no tengáis tristeza, pues va mi primo con vos; y yo, cuando pueda, iré. INFANTA: ¿No queréis que triste esté? REY: Imagino que los dos nos veremos muchas veces. INFANTA: Luego que salga de aquí, os olvidaréis de mí. REY: Hago a los cielos jüeces, y al amor que me debéis, que no es posible, señora, que faltéis del alma una hora donde tal lugar tenéis. Mirad que aunque soy hermano, soy vuestro galán también. INFANTA: No puedo responder bien, si no es besándoos la mano. FINARDO: Otón, señor, ha llegado. REY: Venga norabuena Otón. OTÓN: Éstos los dos hijos son de aquel labrador honrado. REY: Ellos sean bien venidos. FELICIANO: Los pies, señor, te besamos, y a tu grandeza llegamos humildemente atrevidos. LISARDA: Déme vuestra alteza a mí, pues que indigna, los pies. INFANTA: Dios os guarde. Hermosa es. Ya me acuerdo que la vi una mañana en su aldea. REY: Hermana, hacedme placer de honrarla. INFANTA: ¿Que puede hacer que vuestro servicio sea? REY: Dalde muy cerca de vos el lugar que vos queráis, segura que le empleáis en buena sangre, por Dios. OTÓN: (No en balde el rey ha trazado Aparte que venga Lisarda aquí. Siempre sus celos temí, mis favores le han picado. ¡Ah, cielo, cuán mejor fuera que en el camino a su hermano me declarara, y la mano de ser su esposo le diera! Pero también era error sin la licencia del rey. Mas, ¿cuándo amor tuvo ley? Porque con ley no es amor.) REY: Hago alcaide de París a Feliciano. FELICIANO: No sé cómo, señor, llegaré adonde vos me subís; que las plumas de mis alas no me levantan del suelo. REY: Con la humildad de tu celo al mayor mérito igualas. OTÓN: (¡Cómo se le echa de ver al rey el fin de su intento! Claro está su pensamiento, él mismo le da a entender por la lengua y por los ojos.) REY: Finardo... FINARDO: ¿Señor? REY: Advierte. OTÓN: (El traerla fue mi muerte. Aparte Yo merezco mis enojos.) REY: Ve, Finardo, a Miraflor, y con toda diligencia haz que venga a mi presencia su padre, Juan Labrador; y no te vengas sin él, aunque le fuerces. FINARDO: Yo voy. REY: Mira que aguardando estoy, porque he de tratar con él ciertas cosas de importancia. OTÓN: (El rey ha hablado en secreto con Finardo; no es efeto de los gobiernos de Francia. Él es ido y con gran prisa; ¿quién duda que a prevenir mi desdicha, que a salir con tanta fuerza me avisa?) REY: Vamos, hermana, y haremos que muden traje los dos. OTÓN: (Un ciego verá, por Dios, del rey los locos extremos. ¡Oh traidor, oh falso amigo! ¡Oh Finardo, que me vendes, pues cuando mi mal entiendes eres fingido conmigo!) Buenos hombres, ¿sois los dos crïados de Feliciano? BRUNO: Háblale tú, cortesano. FILETO: ¿Diréla merced, o vos? BRUNO: Señoría, mentecato. FILETO: Señor, de la aldea venimos donde a su padre servimos, ya en su casa, ya en el hato. Bruno se llama este mozo, y yo Fileto me llamo. OTÓN: Mucho por el dueño os amo, mucho de veros me gozo. Pienso que podréis hablar con libertad a Lisarda; que ni crïado ni guarda os ha de impedir entrar. Hacedme, amigos, placer de decirle cómo a Otón le mata la sinrazón que el rey le pretende hacer; y decilde que le pido mire que es injusta ley por dudoso galán rey, dejar seguro marido. BRUNO: ¿Que te parece? FILETO: ¡Mal año para quien quedase acá. BRUNO: ¡Pardiez, que Lisarda está metida en famoso engaño! FILETO: Luego que vine a este mundo de la corte, eché de ver Bruno, que había de ser alcahuete o vagamundo. ¿Has vido lo que este necio manda decir a Lisarda? FELICIANO: No medra quien se acobarda, ni tiene el ánimo precio. ¡Dichoso el que alcanza a ver del sol del rey sólo un rayo! BRUNO: Cata a muesamo hecho un mayo. FILETO: Luego, ¿es él? BRUNO: ¿Quién puede ser? FILETO: ¡Esto tan presto se medra! A fe que estás gentil hombre. FELICIANO: Como sin el sol el hombre no es hombre, es estatua, es piedra, ansí aquel que nunca vio la cara al rey. Tomad esto y los dos os vestid presto ansí a la traza que yo, aunque no tan ricamente, para que aquí me sirváis; porque en aquéste que andáis, no es hábito conveniente. BRUNO: Pues, ¿de qué te serviremos? FELICIANO: De lacayos, que tenéis buenos cuerpos, y otros seis para pajes buscaremos; que pajes he de tener para alcaide de París. Ea, ¿cómo no partís? FILETO: Con temor de no saber si sabremos el oficio. FELICIANO: Pues, ¿tiene dificultad ir delante, en la ciudad, del caballo? BRUNO: ¡Hermoso vicio! FELICIANO: Pasad delante de mí. FILETO: ¿Los dos? Pues ponte detrás. FELICIANO: Id caminando. BRUNO: ¿No es más? FELICIANO: No es más. BRUNO: Pues ya lo aprendí. FILETO: Agora acabo de ver que hay acá más de un oficio, que es vicioso su ejercicio, y viste y come a placer. Si no hubieran los señores, los clérigos y soldados menester tantos crïados, hubiera más labradores. Vase un cochero sentado, que todo lo goza y ve; ¡mal año, si fuera a pie con la reja de un arado! LISARDA: A tomar tu parece del nuevo traje he venido. FELICIANO: Nunca mejor le has tenido porque tienes nuevo ser. Dame esos brazos, Lisarda, porque has doblado mi amor con verte en el justo honor de tu condición gallarda. LISARDA: Mas, ¿si me padre me viera? FELICIANO: Pienso que perdiera el seso. FILETO: Parabién del buen suceso, ama y señora, te diera, a saber la cortesía con que te habemos de hablar. LISARDA: Éstos, ¿han de ir al lugar? FELICIANO: No tan presto, hermana mía, porque en mi servicio quedan. Y quédate a Dios; que voy a vestirlos, porque hoy por París honrarme puedan. LISARDA: Dios te guarde. BRUNO: Oficio honrado, pardiez, hemos de tener. FILETO: Que ya no queremos ver el azadón ni el arado. LISARDA: De grado en grado amor me va subiendo, que también el amor tiene su escala, donde ya mi bajeza a Otón iguala, cuya grandeza conquistar pretendo. Fortuna, a tus piedades me encomiendo. Ya llevo en la derecha mano el ala con que he llegado a ver del sol la sala por la región del aire discurriendo. No me permitas humillar al suelo si a tu cielo tu mano me llevare. Hazme cristal al sol, no débil hielo. Agora es bien que tu piedad me ampare; que no es dicha volar hasta tu cielo, sin clavo firme que tu rueda pare. REY: Hermosa, Lisarda, estás con ese nuevo vestido. LISARDA: Señor, como nube he sido donde con tus rayos das; que como el sol las colora, cuando alguna se avecina, ansí con tu luz divina mi nube se doma y dora. REY: Todos me debéis amor desde una noche que os vi. LISARDA: Aunque en disfraz, conocí vuestro supremo valor. REY: Quiero a vuestro padre mucho. OTÓN: (Ya, ¿qué me queda por ver?) Aparte REY: Y a vos os pienso querer. OTÓN: (¡Con qué sufrimiento escucho! Aparte Pero la desigualdad no me promete más furia, y sólo Lisarda injuria la fe de mi voluntad; que el rey, ¿por qué obligación no ha de procurar su gusto?) REY: De hacerle mercedes gusto, ansí por la discreción como por el valor grande que en su pecho he conocido. LISARDA: Pues sus hijos le ha ofrecido, ¿qué puede haber que le mande vuestra alteza que no haga? OTÓN: (¿Qué invención podré fingir Aparte con que les pueda impedir y que al rey le satisfaga?) Señor, mire vuestra alteza que es hora ya de comer. REY: Sí, Otón, sí debe de ser. Pero juega de otra pieza, que con ésa perderás. OTÓN: ¿No es ya que comas razón? REY: Estáte quedito, Otón. Ten paciencia y ganarás. OTÓN: ¿De qué la debo tener? ¿No te sirvo en lo que puedo? REY: Nunca al poder tengas miedo cuando es discreto el poder. OTÓN: Come, señor, por tu vida. REY: Aguardo un huésped, Otón. OTÓN: ¿Tú? ¿Huésped? REY: Y de un rincón; que éste nunca se me olvida. OTÓN: Parece que ya de mí no fías lo que solías. REY: Menos tú de mí confías, pues que te guardas ansí. OTÓN: Señor, no entiendo el estilo con que hoy me tratas. REY: No importa. Mucho Amor, con celos corta. Embótale un poco el filo. FINARDO: Ya está Juan Labrador en tu palacio. REY: Sea Juan Labrador muy bien venido. JUAN: Para servirte aún me parece espacio, invicto rey, la prisa que he traído. REY: Mucho de tus intentos me desgracio, aunque estoy a tu estilo agradecido. ¿Por qué no quieres verme? ¿Soy yo fiera? JUAN: Porque morir en mi rincón quisiera. REY: ¿Tú no sabes lo que es antipatía? ¿Por qué secreta estrella me aborreces? JUAN: ¿Aborrecerte yo? ¿Cómo podría, que ser amado, príncipe, mereces? Colmando el cielo en la aldehuela mía de sus bienes mi casa tantas veces, me pareció que solamente el verte pudiera ser la causa de mi muerte. No me engañé, pues en tu rostro veo que eres tú aquél que ya cenó conmigo, y desde entonces tanto mal poseo que parece del cielo este castigo por sólo verte--lo que apenas creo-- dejando mi rincón tus salas sigo, llenas de tus pinturas y brocados y de la multitud de tus crïados. Acá tengo mis hijos, que no siento tanto como el hallarme yo en persona en medio de tan áspero tormento; y si te enojo, gran señor, perdona. REY: ¡Hola! Dad a mi huésped un asiento, que haber nacido rústico le abona; Juan, asentaos. JUAN: Señor, ¿que yo me asiente? REY: Sentaos, pues quiero yo; sentaos, pariente. JUAN: Siéntese vuestra alteza. REY: Sois un necio. ¿No veis que me mandáis vos en mi casa? JUAN: Si en la mía yo os hice ese desprecio, no os conocí. FINARDO: (¿Que es esto que aquí pasa?) Aparte REY: Mucho de que a mi lado estéis me precio. JUAN: A mí, señor, con su calor me abrasa el rostro la vergüenza. REY: Mucho os quiero. De hoy más habéis de ser mi compañero. JUAN: Señor, si allá os hubiera conocido, cenárades mejor. REY: Yo me fui a veros, pues nunca a verme vos habéis venido. JUAN: Fui villano en rincón, no en ofenderos. REY: Del empréstito estoy agradecido. JUAN: Señor, yo no he emprestado esos dineros. Lo que era vuestro dije que os volvía, porque de vos prestado lo tenía, y ansí réditos fueron el presente. REY: ¿Qué cordero fue aquél y qué cuchillo? JUAN: Deciros que a su rey está obediente de aquella suerte el labrador sencillo. Cortar podéis cuando queráis. REY: Pariente, muy filósofo sois. JUAN: No sé decillo; pero sentillo sé. REY: Vos me pintasteis de lo que sois señor, y me admirasteis. Oíd lo que soy yo. Yo soy agora desde Arlés a Calés señor de Francia, y desde la Rochela hasta Bayona, la Bretaña, Gascuña y Normandía, Lenguadoc, la Provenza, el Delfinado hasta que toca en la Saboya el Ródano, está debajo de mi justo imperio; entre la Sona y Marne la Borgoña, y, a la parte de Flandes, Picardía. Tengo castillos, naves, oro, plata, diamantes, perlas, recreaciones, cazas, jardines y otras cosas que se extienden al mar occidental desde Germanía. Y siendo ansí, que solos mis consejos tienen más gente que tenéis pastores y más vasallos en el burgo solo que vos tenéis cabezas de ganados. No tuve condición esquiva en veros y a visitaros fui y a conoceros. JUAN: Señor, mi error conozco, digno he sido de la muerte. Quitad a aquel cordero el cuchillo del cuello, al mío os pido que trasladéis el merecido acero. REY: No soy Diomedes. Yo nunca convido para matar; que regalaros quiero. ¡Hola! Venga la mesa. JUAN: (El fin sospecho Aparte que ha de venir a ser pasarme el pecho.) REY: A mi hermana llamad, música venga; que bien puede tenella mientras come un rey en su rincón. El huésped tenga este lugar. La cabecera tome. JUAN: No es justo que ese puesto me convenga; que no habrá sol que mi ignorancia dome. REY: La cabecera es justo que posea, Juan Labrador, por ruin que el huésped sea. FELICIANO: ¿Mi padre con el rey está comiendo? BRUNO: Ansí lo dicen. FILETO: ¿No le ves sentado? FELICIANO: Lisarda, ¿qué es aquesto? LISARDA: Estoy temiendo que el fin de nuestras vidas sea llegado. INFANTA: Si tal huésped estáis favoreciendo, ¿por qué primero no me habéis llamado? REY: Vednos, Ana, comer, por vida mía. JUAN: Beber, señor, si vos mandáis, querría. MÚSICOS: "Cuán bienaventurado un hombre puede ser entre la gente, no puede ser contado hasta que tenga fin gloriosamente; que hasta la noche oscura es día, y vida hasta la muerte dura." JUAN: ¿Qué es esto, invicto señor? REY: Son tres platos que me han puesto, de que tú podrás comer. JUAN: Antes ya comer no puedo. REY: No temas, Juan Labrador; que nunca temen los buenos. Este primero que ves tiene el cetro de mi reino; ésta es la insignia que dan al rey, para que a su imperio esté sujeto el vasallo. JUAN: Siempre yo estuve sujeto. REY: Este espejo es el segundo, porque es el rey el espejo en que el reino se compone para salir bien compuesto. Vasallo que no se mira en el rey, esté muy cierto que sin concierto ha vivido, y que vive descompuesto. Mira al rey, Juan Labrador, que no hay rincón tan pequeño adonde no alcance el sol. Rey es el sol. JUAN: Al sol tiemblo. REY: No temas; que a este convite no he de colgar del cabello como el tirano en Sicilia el riguroso instrumento; que esta espada viene aquí por la justicia que puedo ejecutar en los malos, pero no para tu cuello. MÚSICOS: "Como se alegra el suelo cuando sale de rayos matizado el sol en rojo velo así, viendo a su rey, está obligado el vasallo obediente, adorando los rayos de su frente." FILETO: Tamañito, Bruno, estoy. BRUNO: Yo pienso que ya no tengo tripas, que se me han bajado hasta las plantas, Fileto. FILETO: El diablo nos trujo acá. Las máscaras vuelven. BRUNO: Creo que nos han de abrir a azotes. FILETO: Más temo, Bruno, el pescuezo. REY: Mira esos platos que traen. JUAN: A descubrir no me atrevo mi muerte. REY: Pues oye, Juan. Este papel del primero es un título que doy con cuanta grandeza puedo, de caballero a tu hijo. Goce de este privilegio. El segundo es para el dote de tu hija, en que te vuelvo sobre los cien mil ducados, en diez villas otros ciento. Y porque ver no has querido en sesenta años de tiempo a tu rey, para ti trae una cédula el tercero de mayordomo del rey; que me has de ver, por lo menos, lo que tuvieres de vida. JUAN: Los pies y manos te beso. REY: Quitad la mesa, y mi hermana diga a cuál vasallo nuestro le quiere dar a Lisarda. INFANTA: Eso, señor, digan ellos, pues el dote y la hermosura y tu gracia es tanto premio. OTÓN: Antes que ninguno hable, a ser su esposo me ofrezco. REY: Otón, juráralo yo desde los pasados celos. Ana, primero que os vais, de este alegre casamiento seremos los dos padrinos. INFANTA: Lo que a mí me toca acepto. Daos las manos. REY: Feliciano, ¿no está casado? INFANTA: Yo quiero honrar mucho a su mujer. REY: Aquí, senado discreto, el villano en su rincón acaba por gusto vuestro, besándoos los pies Belardo por la merced del silencio.
FIN DEL ACTO TERCEROFIN DE LA COMEDIA |