Casa digital del escritor Luis López Nieves


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El villano en su rincón

[Teatro - Texto completo.]

Lope de Vega

Personas que hablan en ella:
  • LISARDA, labradora
  • BELISA
  • COSTANZA
  • OTÓN, caballero
  • FINARDO
  • MARÍN, lacayo
  • El REY de Francia
  • La INFANTA, su hermana
  • El ALMIRANTE
  • JUAN Labrador
  • FELICIANO, labrador
  • FILETO, labrador
  • BRUNO, labrador
  • SALVANO, labrador
  • TIRSO, labrador
  • Un ALCALDE
  • MÚSICOS
  • VILLANOS
  • CRIADOS
  • ENMASCARADOS
  • ACOMPAÑAMIENTO

ACTO PRIMERO

 

LISARDA y BELISA, en hábito de damas. Detrás, OTÓN, FINARDO y MARÍN
 
 
BELISA:           ¿De esto gustas?
LISARDA:                           De esto gusto.
BELISA:        ¡Qué notable inclinación!
OTÓN:          Casadas pienso que son.
FINARDO:       No te resulte disgusto;
                  que en el hábito parecen                
               gente noble y principal.
OTÓN:          Talle y habla es celestial.
               Juntos matan y enloquecen.
                  Mas si el ánimo faltara,
               ¿qué ocasión no se perdiera?   
LISARDA:       Si bien no me pareciera,
               ninguna joya tomara;
                  que lo mayor para mí
               es el buen talle del hombre.
BELISA:        Por mi fe que es gentilhombre.                    
FINARDO:       ¿Volverás a hablarla?
OTÓN:                                 Sí.
LISARDA:          ¡Con qué estilo tan galán
               tantas joyas me compró!
BELISA:        Habla bajo, porque yo
               pienso, Lisarda, que van                          
                  siguiendo nuestras pisadas.
LISARDA:       Eso me ha dado temor.
BELISA:        Vuelve muy aprisa Amor
               por las prendas empeñadas.
LISARDA:          Todo lo que éste me ha dado,            
               de opinión ha de perder,
               si agora viene a saber
               la calidad de mi estado;
                  mas podrélo remediar
               con darle una prenda yo                           
               que valga más.
BELISA:                       Eso no.
OTÓN:          Quiero, Finardo, llegar.

A LISARDA
 
 
                  A mucha descortesía,
               hermosa dama, tendréis,
               y apostaré que estaréis             
               descontenta de la mía
                  porque sirviéndoos vengo
               y que una vez vuelvo a hablaros.
LISARDA:       Yo me holgara de obligaros
               por el peligro que tengo,                         
                  señor, a que me dejéis,
               cierto de que en el lugar
               donde hoy me visteis llegar,
               muchas veces me veréis;
                  y para satisfacción                     
               de que no os digo mentira
               --porque no sabe quien mira
               las más veces la intención--
                  esta sortija tomad.
OTÓN:          Por prenda vuestra la aceto,                      
               y no seguiros prometo,
               si no es con la voluntad.
                  No os espante el ver que siga,
               pues el alma me lleváis,
               ni el ver, pues ya me dejáis               
               que esto tan aprisa os diga;
                  que sabe el cielo que es fuerza,
               y que no he podido más.
LISARDA:       El noble que ama, jamás
               hizo a lo que quiso fuerza.                       
                  Esto espero yo de vos,
               pues vuestra nobleza es llana;
               que aquí me veréis mañana.
               Y quedaos con Dios.
OTÓN:                              Adiós.
LISARDA:          Yo os juro que, si os agrado,                  
               que de vos lo voy también,
               y que procediendo bien,
               os doy amor por cuidado.
OTÓN:             Yo no pasaré de aquí
               satisfecho que os veré.                    
LISARDA:       Pues yo de aquí pasaré
               si vos me obligáis ansí.
OTÓN:             Digo que vais en buena hora.
LISARDA:       Satisfecha voy de vos.
OTÓN:          Id con Dios.
LISARDA:                      Quedad con Dios.

Vanse ellas
 
 
FINARDO:       ¿Qué tenemos?
OTÓN:                         Que es señora
                  de gran calidad, sin duda.
FINARDO:       Lindamente os ha engañado.
OTÓN:          Yo me doy por bien pagado,
               que eternamente acuda                             
                  donde dice que vendrá.
FINARDO:       ¿Qué te parece, Marín,
               de éste, tu señor?
MARÍN:                             Que en fin
               tras sus antojos se va.
                  ¿Qué bestia le hubiera dado        
               tantas joyas a mujer
               sin coche, silla, o traer
               sólo un escudero al lado?
OTÓN:             No la pensaba seguir...
               La palabra me tomó...                      
               pero perdonad, que yo
               os tengo de ver mentir,
                  y me habéis de confesar
               que soy más cuerdo, aunque poco.
               Parte, por gusto de un loco,                      
               Marín, hasta verla entrar
                  en la casa donde vive.
               ¿Qué miras?  Véla siguiendo.
MARÍN:         Voy tras ella, porque entiendo
               que ya Finardo apercibe                           
                  la vaya que te ha de dar.
OTÓN:          No hará, por vida de Otón;
               que yo sé que es ocasión
               para podella envidiar.

Vase MARÍN
 
 
FINARDO:          Fingís estar engañado            
               por que no os tenga por necio.
OTÓN:          Para mí no tiene precio,
               Finardo, un término honrado.
FINARDO:          ¡Término honrado es tomar
               más de trescientos escudos                 
               de joyas de oro!
OTÓN:                          A los mudos
               haréis, porfïando, hablar.
                  No os lo pensaba decir.
               ¿Conocéis piedras?
FINARDO:                           Muy bien.
OTÓN:          ¿Puede ser que a un hombre den               
               la que puede competir
                  con una estrella del cielo,
               mujeres de poco honor?
FINARDO:       Ésta tiene gran valor.
OTÓN:          Que son señoras recelo.                    
FINARDO:          Piedra es ésta que me admira.
OTÓN:          Es un gentil diamante.
FINARDO:       Pero la luz no os espante,
               porque mil veces se mira
                  tan bien labrado un cristal                    
               que aun engaña a quien lo entiende.
OTÓN:          Ya vuestro temor me ofende.
               Todo lo juzgáis a mal.
FINARDO:          Hay seis o siete maneras
               de mujeres pescadoras,                            
               que andan, Otón, a estas horas
               por estas verdes riberas.
                  Una sale con rigor
               que no se ha de destapar,
               porque en viéndola, no hay dar             
               una blanca de valor.
                  Ésta, fïada en el pico,
               dos melindres y un enfado,
               y algo de un ojo rasgado
               que encubre nariz y hocico,                       
                  pesca de sólo su anzuelo
               camarones, pececillos, 
               guantes, tocas y abanillos
               del boquirrubio mozuelo.
                  Otra sale con su manto                         
               como barba hasta la cinta;
               que por lo casto se pinta
               de lo que aborrece tanto.
                  Pesca un barbo boquiabierto,
               de estos que andan a casarse,                     
               que piensan que han de toparse
               con un tesoro encubierto;
                  lleva arracadas y cruces.
               Otra sale a lo bizarro,
               tercia el manto con desgarro,                     
               y anda el rostro entre dos luces.
                  Ésta viene más fïada
               en la cara bien compuesta,
               descubierta a la respuesta,
               y, cuando pide, tapada,                           
                  pesca un delfín a caballo,
               que se apea a no lo ser;
               cuerdo digo al mercader,
               que sabe bien castigallo,
                  y quédalo por la pena.                  
               Otra veréis cuyo fin
               es dar un nuevo chapín,
               que aquella mañana estrena.
                  Acuden a la virilla
               de plata resplandeciente,                         
               mil peces de toda gente;
               y ella salta, danza y brilla.
                  Pesca medias y otras cosas.
               Dice que vive, a diez hombres,
               en calles de treinta nombres.                     
               Otras hay más cautelosas,
                  de estas de coche prestado.
               Pescan un señor seguro,
               llevan diamante, oro puro,
               que se cobra ejecutado.                           
                  Hay a la noche bujías,
               pastilla, esclavilla y salva;
               y vase a acostar al alba,
               después de seis gracias frías
                  y un poquito de almohada.                      
               Otras hay que andan al vuelo.
               No penen cebo al anzuelo
               ni van reparando en nada
                  porque son red barredera
               de los altos y los bajos.                         
               Éstas pescan renacuajos,
               mariscando la ribera,
                  porque llevan avellanas,
               duraznos, melocotones,
               huevos, sardinas, melones,                        
               besugos, peras, manzanas,
                  y zarandajas ansí.
               De éstas ya habréis escogido
               lo que vuestra dama ha sido;
               que yo lo sé para mí.               
OTÓN:             Paréceme discreción
               de apretante cortesano.
               ¡Qué enfadoso estáis!
FINARDO:                           Es llano
               diciéndoos verdad, Otón.

Sale MARÍN
 
 
MARÍN:            ¡Ea, albricias!
OTÓN:                              ¿Cómo ansí?                                                     
MARÍN:         ¡Linda cosa!
OTÓN:                       ¿De qué modo?
MARÍN:         ¡Oh, bien empleado todo
               cuanto se lleva de aquí!
OTÓN:             ¿Es acaso gran señora?
MARÍN:         No; pero muy gran bellaca,                        
               pues con invenciones saca.
               Y se va rïendo agora.
FINARDO:          "Rïendo se va un arroyo,
               sus guijas parecen dientes."
OTÓN:          ¿Hacéis burla?
FINARDO:                      No le cuentes                      
               si era fregona de poyo,
                  o damisela de aquellas
               de guadamecí en invierno,
               sino ríñele lo tierno
               con que se muere por ellas,                       
                  y el crédito que les da
               a sus vidrios engastados.
MARÍN:         Pienso dejaros helados
               si os lo cuento.
OTÓN:                            Acaba ya.
MARÍN:            Seguí este diablo o mujer               
               casi hasta el fin de París;
               que pensé que a San Dionís
               iba, por dicha, a comer.
                  Llegó la tal a un mesón,
               entró en él, y a un aposento        
               se fue derecha al momento.
               Forjo una linda invención
                  y entro al descuido a saber
               de cierto español correo.
               Miro al aposento, y veo                           
               desnudarse la mujer,
                  y vestirse poco a poco
               de labradora, y después
               salir con ella otras tres.
FINARDO:       ¡Para engañar a otro loco!            
MARÍN:            No, por Dios; mas un villano
               un carro sacó al instante,
               y ella, poniendo delante
               del rostro con blanca mano,
                  un velo sutil, subió,                   
               y, en una alfombra sentada,
               la primavera esmaltada
               por abril, me pareció.
                  Bien puede ser que si vieras
               en el traje la mujer                              
               que tuvieras más que hacer
               porque hasta el lugar te fueras.
                  Iba un villanillo a pie,
               y preguntéle quién era,
               y dijo de esta manera--                           
               "¿Qué lo pregunta?  Él, ¿no ve
                  que es hija de mi señor,
               Juan Labrador?"  "Es gallarda,
               dije--¿Donde vive?  Aguarda"
               Y respondióme, "En Belflor,                
                  ese lugar del camino
               del bosque en que caza el rey."
FINARDO:       Villana es a toda ley,
               que en traje de dama vino
                  a burlar en la ciudad                          
               un moscatel como vos.
OTÓN:          ¿Juan Labrador?
MARÍN:                         Sí, por Dios.
OTÓN:          ¡Qué extraña temeridad!
                  Pues, ¡cómo una labradora
               este diamante me dio?                             
FINARDO:       Porque si es vidrio, os burló.
OTÓN:          Eso sabremos agora.
                  Camina a la platería.
MARÍN:         Sea dama o labradora,
               no es tan hermosa la aurora                       
               cuando abre la puerta al día.
FINARDO:          ¿Que es tan hermosa, Marín?
MARÍN:         No hay cosa que más lo sea.
               Haz cuenta que en una aldea
               se ha humanado un serafín.

Vanse. Salen JUAN Labrador, FILETO, BRUNO Y SALVANO
    
 
JUAN:             Creo que os he de reñir
               con las hoces en las manos.
               Salid acá, cortesanos.
FILETO:        ¿Ya escopienzas a reñir?
                  Pero donaire has tenido,                       
               pues cortesanos nos llamas,
               pensando que nos infamas
               con ese honrado apellido.
JUAN:             Fileto, el nombre "villano,"
               del que en la "villa" vivía                
               se dijo, cual se diría
               de la "corte" el "cortesano."
                  El cortesano recibe
               por afrenta aqueste nombre,
               siendo villano aquel hombre                       
               bueno, que en la villa vive.
                  Y pues nos llama "villanos"
               el cortesano a nosotros,
               también os llamo a vosotros
               por afrenta, "cortesanos."                        
FILETO:           Señor ha dicho muy bien.
JUAN:          ¡Ea!, pues alto al trabajo,
               y pues yo mi cuello abajo,
               bájenle todos también.
                  ¿Cuántos salieron a arar?          
SILVANO:       Veinte mozos, diez con bueyes
               y diez con mulas.
JUAN:                            ¿Qué reyes
               no me pueden envidiar?
                  Ve tú, Salvano, a la viña
               de la ermita con tu carro.                        
SALVANO:       Como ha llovido y es barro
               lo más de aquella campiña,
                  otra mula llevaré.
JUAN:          Lleva cuatro.  Dios loado,
               que tantos pares me ha dado,                      
               pues aun contarlos no sé.

Vase SALVANO
 
 
                  Ea, tú Bruno, a la cuesta
               donde vendimia Costanza.
BRUNO:         Yo voy.

Vase
 
 
JUAN:                  Tú, Fileto, alcanza
               la más blanca y limpia cesta,              
                  y de unas uvas doradas
               que se vengan a los ojos
               y estén sus racimos rojos
               por las mañanas heladas,
                  descubriendo como el sol                       
               el puro color del oro,
               la llena y lleva a Peloro,
               nuestro vecino y doctor.
FILETO:           Manda a Gila que me dé
               un paño de manos bueno,                    
               labrado o de randas lleno,
               y en somo le posaré.
JUAN:             ¿No eres más necio?  ¿No sabes
               que a peligro el paño está
               de que se te quede allá?                   
FILETO:        Entre personas muy graves
                  platos y paños se vuelven.
JUAN:          . . . . . . . . . . . . .
               . . . . . . . . . . . . .
               . . . . . . . . . . . .[ --elven,]                
                  los pámpanos, de manera
               unos en otros asidos,
               con clavellinas tejidos
               que vayan cayendo afuera;
                  que juntas hojas y flores                      
               parece, si están lozanos,
               sus hojas paños de manos,
               y los claveles labores.
FILETO:           Voy, y la pondré de suerte
               que al rey se pueda llevar.                       
JUAN:          Aquí te quiero aguardar.
FILETO:        Al momento vuelvo a verte.

Vase
 
 
JUAN:             ¡Gracias, inmenso cielo,
               a tu bondad divina!
               No tanto por los bienes que me has dado,          
               pues todo aqueste suelo
               y esta sierra vecina
               cubren mis trigos, viñas y ganado;
               ni por haber colmado
               de casi blanco aceite                             
               de estas olivas bajas,
               a treinta y más tinajas,
               donde nadan los quesos por deleite,
               sin otras, de henchir faltas,
               de olivas más ancianas y más altas; 
                  no porque mis colmenas,
               de nidos pequeñuelos,
               de tantas avecillas adornadas,
               de blanca miel rellenas,
               que al reírse los cielos                   
               convierten de estas flores matizadas;
               ni porque estén cargadas
               de montes de oro en trigo
               las eras que a las trojes
               sin tempestad recoges,                            
               de quien Tú, que los das, eres testigo,
               y yo, tu mayordomo,
               que mientras más adquiero, menos como;
                  no porque los lagares,
               con las azules uvas                               
               rebosen por los bordes a la tierra,
               ni porque tantos pares
               de bien labradas cubas
               puedan bastar a lo que octubre encierra;
               no porque aquella sierra                          
               cubra el ganado mío,
               que allá parecen peñas,
               ni porque con mis señas,
               bebiendo de manera agota el río,
               que en el tiempo que bebe,                        
               a pie enjuto el pastor pasar se atreve;
                  las gracias más colmadas
               te doy porque me has dado
               contento en el estado que me has puesto.
               . . . . . . . . .   [ --adas]                     
               . . . . . . . . .   [ --ado]
               . . . . . . . . .   [ --esto].
               Parezco un hombre opuesto
               al cortesano, triste
               por honras y ambiciones,                          
               que de tantas pasiones
               el corazón y el pensamiento viste,
               porque yo sin cuidado
               de honor con mi iguales vivo honrado.
                  Nací en aquesta aldea,                  
               dos leguas de la corte,
               y no he visto la corte en sesenta años,
               ni plega a Dios la vea,
               aunque el vivir me importe
               por casos de fortuna tan extraños.         
               Estos mismos castaños,
               que nacieron conmigo,
               no he pasado en mi vida;
               porque si la comida
               y la casa, del hombre dulce abrigo,               
               adonde nace tiene,
               ¿qué busca, adónde va, ni adónde viene?
                  Ríome del soldado,
               que como si tuviese
               mil piernas y mil brazos, va a perdellos;         
               y el otro, desdichado,
               que como si no hubiese
               bastante tierra, asiendo los cabellos
               a la Fortuna, y de ellos
               colgado el pensamiento,                           
               las libres mares ara,
               y aun en el mar no para,
               que presume también beber el viento.
               ¡Ay, Dios, qué gran locura
               buscar el hombre incierta sepultura!

Sale FELICIANO
 
 
FELICIANO:        Ansí Dios te dé placer,
               padre mío y mi señor,
               que me hagas un favor.
JUAN:          Muchos te quisiera hacer.
FELICIANO:     Pues ven, por tu vida, a ver                      
               al rey, que muy cerca pasa
               del umbral de nuestra casa,
               que va a cazar a su monte.
               Tu capa y sombrero ponte,
               que el sol en vendimia abrasa.                    
                  Ven a ver las damas bellas
               que acompañan a su hermana,
               que sale como Dïana
               entre planetas y estrellas.
               Con ella compiten ellas,                          
               y ella con el sol divino.
               Ven, porque todo el camino
               se cubre de más señores
               que tienen los campos flores
               y fruta aquel verde pino.                         
                  Ven a ver cuán envidioso
               está el sol de los caballos,
               porque quisiera roballos
               para su carro famoso.
               Verás tanto paje hermoso                   
               que el pecho tierno atraviesa
               con banda blanca francesa,
               opuesta al rojo español,
               ir como rayos del sol
               por esa arboleda espesa.                          
                  ¡Ea, padre, que esta vez
               no has de ser tan aldeano!
               Da, por tu vida, de mano
               a tanta selvatiquez.
               Alegra ya tu vejez,                               
               hinca la rodilla en tierra
               al rey, que con tanta guerra
               te mantiene en paz.
JUAN:                              ¡No más;
               que pesadumbre me das!
               La boca, ignorante, cierra.                       
                  ¿Qué es ver al rey?  ¿Estás loco?
               ¿De qué le importa al villano
               ver al señor soberano,
               que todo lo tiene en poco?
               Los últimos pasos toco                     
               de mi vida, y no le vi
               desde el día en que nací;
               pues, ¿tengo de verle ya,
               cuando acabándose está?
               Más quiero morirme ansí.            
                  Yo he sido rey, Feliciano,
               en mi pequeño rincón;
               reyes los que viven son
               del trabajo de su mano;
               rey es quien con pecho sano                       
               descansa sin ver al rey,
               obedeciendo su ley
               como al que es Dios en la tierra,
               pues que del poder que encierra
               sé que es su mismo virrey.                 
                  Yo adoro al rey; mas si yo
               nací en un monte, ¿a qué efecto
               veré al rey, hombre perfecto,
               que Dios singular crïó?
               El cura nos predicó                        
               que dos ángeles tenía
               que le guardan noche y día,
               y que ésta fue su opinión
               sin la mucha guarnición
               de su armada infantería.                   
                  Yo propuse, Feliciano,
               de no ver al rey jamás,
               pues de la tierra en que estás
               yo tengo el cetro en la mano.
               Si el rey, al pobre villano                       
               que ves, prestado pidiese
               cien mil escudos, y hubiese
               grande que así los prestase
               --¿qué es prestase?, presentase--
               que en un cordel me pusiese.                      
                  Daré  al rey toda mi hacienda,
               hasta la oveja y el buey;
               mas yo no he de ver al rey
               mientras de esto no se ofenda.
               ¿Hame de dar encomienda                      
               ni plaza de consejero?
               Servirle y no verle quiero,
               porque al sol no le miramos
               y con él nos alumbramos,
               pues tal al rey considero.                        
                  No se deja el sol mirar,
               que es su rostro un fuego eterno;
               rey del campo que gobierno
               me soléis todos llamar;
               el ave que hago matar                             
               sábele allá de otro modo,
               ni el vino oloroso es todo
               porque le falta haber sido
               él mismo quien le ha cogido
               para que le sepa más;                      
               que en las viñas donde estás 
               lo que he sembrado he bebido.
                  Los coches pienso que son
               éstos que vienen sonando.
               Ya me escondo, imaginando                         
               su trápala y confusión.
               ¡Ay, mi divino rincón,
               donde soy rey de mis pajas!
               ¡Dura ambición!  ¿Qué trabajas
               haciendo al aire edificios,                       
               pues los más altos oficios
               no llevan más de mortajas?

Vase
 
 
FELICIANO:        ¿Qué bárbaro produjeron
               las montañas del Caucaso?
               ¿Qué abárimo, qué circaso                                                          
               sus ocultos montes vieron?
               ¿A qué león leche dieron
               las albanesas leonas,
               ni en todas las cinco zonas
               vio el sol por fuegos o hielos,                   
               corriendo sus paralelos,
               sus círculos y coronas,
                  con semejante rigor?
               ¿Hay tan grande villanía?
               ¿De ver al rey se desvía?             
               ¡Y al que es supremo señor!

Salen LISARDA y BELISA, de labradoras
 
 
LISARDA:       ¡De qué famosa labor
               iba bordada la saya!
BELISA:        No presumo yo que haya 
               en el sur perlas más bellas.               
LISARDA:       Allá envían a cogellas
               a la más remota playa.
BELISA:           Hermosa la infanta iba.
LISARDA:       Cuando no fuera quien es,
               su hermosura era interés                   
               que en más alto reino estriba.
BELISA:        Pensé que era, así yo viva,
               uno de aquellos señores,
               el que allá te dijo amores
               cuando fuiste disfrazada.                         
LISARDA:       Pues no estuviste engañada;
               yo le estuve en sus favores.
BELISA:           Mira que está aquí tu hermano.
LISARDA:       Feliciano...
FELICIANO:                    Mi Lisarda...
LISARDA:       ¿Viste la corte gallarda?                    
FELICIANO:     Vi nuestro rey soberano.
LISARDA:       ¿Y no viste, Feliciano,
               tantas damas, tal belleza?
FELICIANO:     Admiróme su grandeza
               de suerte que a toda furia                        
               vine a llamar quien injuria
               la misma naturaleza.
                  Rogué a mi padre que fuese
               a ver al rey.
LISARDA:                      ¡Necedad!
               ¿Tan extraña novedad                  
               querías que por ti hiciese?
               Antes que Juan se moviese
               de su umbral a ver al rey,
               después de guardar su ley,  
               él no ver al rey juró               
               porque, desde que nació
               rompería el aire un buey.
 
FELICIANO:        ¿Es posible que nacimos
               de este monstruo?
LISARDA:                         No sé.
FELICIANO:     Si es nuestro padre, ¿por qué         
               tan diferentes salimos?
                  Yo muero por ver la corte
               y andar en honrado traje;
               cánsame este villanaje,
               aunque a darle gusto importe.                     
                  Cuando me puedo escapar,
               voy a París con vestido
               tan cortesano y pulido
               que el rey me puede mirar.
                  Escucho a sus caballeros,                      
               su grandeza me alborota;
               al juego de la pelota
               voy a apostar mis dineros,
                  ya que no puedo jugar
               --a lo menos no me atrevo--                       
               porque sé bien que si pruebo,
               conmigo se ha de enojar.
                  Si en las justas y torneos
               puedo disfrazado entrar,
               allá procuro llegar,                       
               y si no, con los deseos.
                  No sé cómo me engendró.
LISARDA:       Pues, ¿qué te diré de mí?
               Jamás a la corte fui
               que allá pareciese yo.                     
                  Mi ropa, basquiña y manto,
               guante y dorado chapín,
               puede mirallo el delfín.
FELICIANO:     De su rudeza me espanto.
                  Yo voy a la iglesia, hermana,                  
               porque oí decir que oiría
               misa el rey en ella.
LISARDA:                            Haría
               nuestra aldea cortesana.
                  Y aun allí podría ser
               que nuestro padre le viese,                       
               aunque verle no quisiese,
               pues nunca le quiere ver.
FELICIANO:        No hayas miedo, porque está, 
               desde que el rey ha sentido,
               o encerrado o escondido.                          
LISARDA:       Pues, ¿a misa no saldrá?
FELICIANO:        Perderála, por no ver
               la corte, el rey, ni las damas.
LISARDA:       ¿Y bárbaro no le llamas?
FELICIANO:     Ni aun hombre mereció ser.                 
                  Voyme, porque para mí
               nunca amanece tal día.

Vase
 
 
LISARDA:       ¿Qué dirás, Belisa mía,
               de lo que ha pasado aquí?
BELISA:           Digo que como la gente                         
               del lugar toda entrará
               a ver al rey, si allá está
               puedes muy honestamente
                  verle y ver si está con él
               el que las joyas te dio.                          
LISARDA:       Digo que le he visto yo,
               Belisa, y muy cerca de él.
BELISA:           ¡Cosa que fuese señor
               de importancia!
LISARDA:                        No quisiera
               que tan grande señor fuera                 
               como imposible mi amor.
                  Pero vamos a saber
               lo que hizo la Fortuna;
               que quien nació sin ninguna,
               ¿de qué la puede temer?               
                  Mas tenga este desengaño
               mi padre, Juan Labrador;
               que no lo ha de ser mi amor
               sin hacer a mi honor daño.
                  Yo no nací, mi Belisa,                  
               para labrador por dueño;
               para mí su estilo es sueño,
               y su condición es risa.
                  Yo me tengo de casar,
               por mi gusto y por mi mano,                       
               con un hombre cortesano,
               y no en mi propio lugar.
BELISA:           ¿No me llevarás contigo?
LISARDA:       Conmigo te llevaré.
               Para corte me crïé;                   
               su estilo y leyes bendigo.
BELISA:           Vamos, y deja el aldea.
LISARDA:       ¡Ay, si hablase aquel señor!
BELISA:        No es imposible tu amor,
               como título no sea.                        
LISARDA:          Puédele mi padre dar
               de dote cien mil ducados.
BELISA:        Ducados hacen ducados;
               con duque te has de casar.

Vanse. El REY de Francia, la INFANTA, FINARDO, OTÓN, MARÍN, acompañamiento
 
 
REY:              ¿Habéislo preguntado?
OTÓN:                                    Ya se viste;            
               porque no fue poca dicha, porque es tarde.
INFANTA:       La iglesia me contenta, aunque es antigua,
               y los altares tienen, para aldea,
               mejores ornamentos que la corte.
OTÓN:          Pienso que en ella vive un hombre rico,           
               que debe de tener este cuidado.
REY:           ¿Qué piedra es ésta escrita, que sostiene
               este pilar?
INFANTA:                    Será alguna memoria.
               ¿Eso a leer se pone vuestra alteza?

Salen FILETO, BRUNO, y SALVANO
 
 
FILETO:        Pisa quedito, Bruno, no te sientan.               
BRUNO:         Pues, ¿fuera yo más quedo sobre huevos?
SALVANO:       ¿Éste es el rey?
FILETO:                          Aquel mancebo rojo.
SALVANO:       Yo he visto en un jardín pintado al César,
               a Tito, a Vespasiano y a Trajano; 
               pero estaban rapados como frailes.                
BRUNO:         Ésos eran coléricos, que apenas
               sufrían sus bigotes, y de enfado
               se dejaban rapar barba y cabeza.
INFANTA:       ¿De qué está rïendo vuestra alteza?
REY:           ¿No quieres que me ría, si he leído                                                     
               la cosa más notable en esta piedra
               que está en el mundo escrita, ni se ha oído?
INFANTA:       Pues no se espante de eso vuestra alteza;
               que en los sepulcros hay notables cosas.
OTÓN:          Estando yo en España y en Italia,          
               he visto algunos de moria dignos.
REY:           Plutarco hace mención, y por testigo
               pone a Herodoto, del sepulcro insigne
               que en la puerta mayor de Babilonia
               hizo la gran Semíramis de Nino,            
               convidando a tomar de sus dineros
               al rey que de ellos fuese codicioso.
               Abrióle Dario, rey de Persia, y dentro
               halló sola una piedra que decía,
               "Si no fueras avaro y ambicioso,                  
               no vieras las cenizas de los muertos."
OTÓN:          De Herodes cuenta la codicia misma,
               Josefo, historiador de tanto crédito.
               Abrió, pensando hallar ricos tesoros,
               del gran David y Salomón las urnas.        
INFANTA:       Notables fueron en antiguos tiempos
               de la bárbara Egipto los pirámides.
OTÓN:          En Lusitania, en una piedra había
               escritas estas letras, "Gundisalvo
               yace debajo aquesta losa fría;             
               boca abajo mandó que le enterrasen,
               porque da tan apriesa vuelta al mundo,
               que quedará muy presto boca arriba
               y así quiso excusarse del trabajo."
REY:           ¡Notable!
INFANTA:                 No se ha visto semejante.               
REY:           Éste merece letras en diamante.
INFANTA:       ¿Cómo dicen, señor?
REY:                                De aquesta suerte,
               aunque le falta el año de la muerte:
 
                  "Yace aquí Juan Labrador,
               que nunca sirvió a señor,           
               ni vio la corte, ni al rey,
               ni temió ni dio temor;
               ni tuvo necesidad,
               ni estuvo herido ni preso,
               ni en muchos años de edad                  
               vio en su casa mal suceso,
               envidia ni enfermedad."
 
INFANTA:          ¿No dice cuando murió?
REY:           No escribe el año ni el mes.
INFANTA:       Por ventura es vivo.
REY:                                Yo                           
               diera un notable interés
               por que viviera.
INFANTA:                         Yo no.
REY:              Yo sí, para conocer
               un hombre tan peregrino.
OTÓN:          Presto lo podrás saber.

Salen LISARDA y BELISA
 
 
LISARDA:       A misa dicen que vino.
BELISA:        Mas, ¿Si acertase a saber
                  aquél tu desasosiego?
LISARDA:       No dudes de que aquí está.
BELISA:        Si lo está verásle luego.           
LISARDA:       No lo dudo, porque habrá
               la luz de su mismo fuego.
OTÓN:             Aquí hay muchos labradores
               de los que vienen a verte;
               si es tu gusto, no lo ignores.                    
REY:           De lo que le tengo advierte
               a alguno de los mejores.
 
OTÓN:             Hola, amigos, el rey hablaros quiere.
               ¿Cuál es de todos de mejor jüicio?
BRUNO:         Yo ha poco que era el más discreto; agora, 
               no sé en lo que ha topado, no soy tanto.
FILETO:        Aquí Salvano sabe más que Bruno,
               y yo suelo saber más que Salvano,
               porque sé de las misas lo que es "quiries"
               y canto por la noche el "Tanto negro;"            
               pero pienso, señor que me turbase...
OTÓN:          ¿Cómo turbar?  ¿No veis cuán apacible,
               cuán humano es el rey?  Que los leones
               son graves con los graves animales,
               y humildes con los tiernos corderillos.           
               No temáis porque el rey hablaros quiere. 
FILETO:        Yo voy en su grandeza confiado.
OTÓN:          Aquí viene, señor, el más discreto
               de aquestos labradores y villanos.
FILETO:        Hablando con perdón, yo soy discreto.      
REY:           ¿Sois muy discreto vos?
FILETO:                                Notablemente;
               he jugado a la chuca y a los bolos;
               yo pinto con almagre ricos mayos
               la noche de San Juan y de San Pedro,
               y pongo "Juana," "Antona," y "Menga, víctor."                                                  
REY:           ¿Quién es Juan Labrador aquí?
FILETO:                                      Es mi amo;
               que por darme a comer ansí le llamo.
REY:           ¿Que vive?
FILETO:                  Sí, señor.
REY:                               Pues, ¿cómo tiene
               puesta su piedra aquí de sepultura?
FILETO:        Porque dice que es loco el que edifica            
               casa para la vida de cien años,
               aunque muy pocos pasan de sesenta,
               y no lo hace para tantos cuantos
               ha de estar en la casa de la muerte.
REY:           ¿Es muy sabio?
FILETO:                       Después de mí no hay hombre                                                           
               que sepa tanto en toda aquesta aldea.
REY:           Ansí falta en las letras mes y año.
FILETO:        Pondránsele en muriendo.
REY:                                    ¿Tiene hijos?
FILETO:        Dos tiene agora, un macho y una macha
               más bella que una rosa alejandrina         
               cuando rompe el botón y por su extremo
               desplega algunas hojas y otras coge.
REY:           ¿Es rico?
FILETO:                  Es espantosa su riqueza.
               Tiene de su labor más de cien hombres,
               ochenta bueyes y cincuenta mulas.                 
REY:           ¿Qué viste?
FILETO:                     Paño tosco.
REY:                                   ¿En qué come?
FILETO:        En barro muy grosero.
REY:                                ¿Por qué causa?
FILETO:        Porque es el más humilde de los hombres.
REY:           ¿Tiene mucho dinero?
FILETO:                            Como paja.
REY:           ¿Cómo trae sus hijos?
FILETO:                             En su traje,                 
               a honor y devoción de su linaje.
REY:           ¿Es avariento?
FILETO:                       No, porque a los pobres
               reparte la más parte de su hacienda.
REY:           ¿Por qué dice que al rey jamás ha visto?
FILETO:        Porque él dice, y lo creo, que es honrado, 
               que es rey en su rincón, y que sus padres
               no le vieron tampoco, y le sirvieron,
               amaron, respetaron y temieron,
               y que él le teme y ama y le respeta,
               y no le quiere ver, sino serville,                
               y a su tiempo dineros emprestalle.
REY:           Si le envío a llamar, ¿no querrá verme?
FILETO:        Está escondido agora; que las veces
               que pasas a cazar por esta aldea,
               se esconde, que no hay hombre que le vea.         
REY:           ¡Que viva un hombre aquí tan poderoso!
               ¡Dichoso el que da leyes a su casa
               y en sus umbrales tan contento pasa!
FILETO:        Si quieres ver, señor, una serrana
               hermosa como el sol, que es hija suya,            
               haz que se acerque la de la patena,
               que se precia de ser muy cortesana.
REY:           Llámala, Otón.
OTÓN:                         Aquí os llegad, señora.
 
LISARDA:          ¿Qué manda su reverencia?

Aparte a su amo
 
 
MARÍN:         Señor, ¿no es ésta la dama     
               de París?
OTÓN:                    El rey la llama.
               Ten silencio.
MARÍN:                       Y tú paciencia.
REY:              ¿Sois hija de este buen viejo
               que llaman Juan Labrador?
LISARDA:       Yo soy su hija, señor,                     
               y aunque tosca, fui su espejo.
REY:              Hermana, por vida mía,
               que en la moza reparéis.
INFANTA:       Muy buena traza tenéis.
LISARDA:       Donde está tu infantería,           
                  ¿qué traza puedo tener?
INFANTA:       ¡Infantería!  ¡Oh, qué gracia!
LISARDA:       ¿Cuál fuera mayor desgracia,
               si igualdad pudiera haber?
                  ¿Decir vos que yo tenía            
               traza sin ser edificio
               o yo, pues es vuestro oficio,
               llamaros infantería?
                  El llamar a un rey "alteza,"
               que lo llaman a una torre,                        
               aunque es lenguaje que corre,
               no es propiedad ni pureza.
                  Si a señor es "señoría,"
               y al excelente le dan
               "excelencia," bien dirán                   
               a una infanta "infantería."
REY:              No me parece muy lerda,
               y el talle es todo donaire.
LISARDA:       Como nos da tanto el aire,
               no es mucho que el don se pierda.                 
REY:              ¿Y cómo os llamáis?
LISARDA:                              Lisarda,
               con perdón de sus mercedes.

Aparte a OTÓN
 
 
FINARDO:       Bien desengañarte puedes;
               que la otra era gallarda
                  y ésta es tosca por extremo.            
OTÓN:          Pienso que finge, Finardo.
REY:           El talle es, por Dios, gallardo.
INFANTA:       Que os lleva los ojos temo.
                  Vamos, hermano, de aquí.
REY:           Vamos; que Juan Labrador                          
               ha de servir a señor,
               y ver rey y todo en mí.

Vanse los dos [el REY y la INFANTA] y el acompañamiento. [Habla OTÓN] a LISARDA
 
 
OTÓN:             ¿Queréis oír dos palabras?
LISARDA:       Como no pasen de dos,
               y otras dos daré en respuesta.             
OTÓN:          ¡Extremada condición!
               Pues sea "¿sabéis" la una;
               será la otra "quién soy?"
LISARDA:       Escuchadme las dos mías,
               hidalgo, que os guarde Dios.                      
               La una es la "¡reverencia,"
               y la otra será, "no!"
OTÓN:          Replico que habéis mentido.
LISARDA:       Replico que mentís vos.
OTÓN:          Que en París os vi, respondo,              
               y que esa mano me dio
               este diamante.

Aparte [a OTÓN]
 
 
LISARDA:                      Es verdad.
               Pero no será razón 
               que os hable entre tanta gente,
               porque son de la labor                            
               de la hacienda de mi padre,
               y perderé mi opinión.
               Fuera de eso, yo soy hija,
               ya lo veis, de un labrador,
               y vos seréis duque o conde.                
OTÓN:          Soy mariscal, soy Otón,
               de la cámara del rey,
               pero nos iguala amor.
LISARDA:       Un olmo tiene esta aldea,
               a donde de noche, al son                          
               de tamboril y guitarras,
               las mozas de Miraflor
               bailan por aquestos días.
               Allí hablaremos los dos
               como vengáis disfrazado.                   
OTÓN:          Haréisme un grande favor.

A LISARDA
 
 
BELISA:        Mira, que te están mirando.
LISARDA:       ¡Ay, Belisa!, que ya voy.
OTÓN:          El corazón me lleváis.
LISARDA:       Y aquí os dejo el corazón.          
BRUNO:         Luego, aquí estos palaciegos
               habran las mozas de amor.
FILETO:        Son diablos, con sus razones
               derribaran a Sansón...
               Señora, vamos de aquí,              
               porque tenemos temor;
               que si viene Feliciano,
               puede ser que haya cuestión.
LISARDA:       Id delante; que ya vamos.

Vanse LISARDA, BELISA, FILETO, BRUNO y SALVANO
 
 
MARÍN:         Un guante caer se dejó.                    
FINARDO:       ¡Qué discreta!
MARÍN:                        ¡Qué bellaca!
FINARDO:       No en balde el rey la miró;
               es mozo y ella gallarda.
               No es de escardillo ni hoz
               el guante de esta doncella.                       
OTÓN:          No es sino caja en que Amor
               guarda las flechas que tira.
MARÍN:         ¡Que mala comparación!
               Porque habiendo de ser nieve
               los dedos que aquí guardó,          
               las flechas de Amor son fuego,
               y vienen a [hac]er carbón.
OTÓN:          Por lo que abrasan, me agradan...
               Pero el Rey no me agradó;
               que no sé qué le decía.      
FINARDO:       Yo lo entendí.
OTÓN:                         Pues yo no.
FINARDO:       Dijo que había de hacer
               que aqueste Juan Labrador
               viese rey, señor sirviese.
OTÓN:          Vamos, porque pienso yo                           
               que ha de ser dificultoso.
FINARDO:       ¡A un rey de tanto valor,
               que tiemblan sus flores de oro,
               el scita, el turco feroz!
OTÓN:          Qué mal, Finardo, conoces,                 
               si nunca te sucedió,
               llegar de noche mojado,
               o a la siesta con el sol,
               o perdido por un monte,
               si de lejos te llamó                       
               el fuego de los pastores
               o de los perros el son
               después que de voces ronco
               te dieron alguna voz;
               y entraste en pobre cabaña                 
               que tiene por guardasol
               robles bañados en humo,
               que pasa el viento veloz,
               y haber de sacar las migas
               y el cándido naterón,               
               y sin manteles en mesa,
               cuchillo ni pan de flor,
               sino sentado en el suelo
               sobre algún pardo vellón,
               rodeado de mastines,                              
               que están mirando al pastor,
               lo que se estima y se ensancha
               el villano en su rincón.

 

FIN DEL ACTO PRIMERO


 ACTO SEGUNDO

 

Salen el REY y FINARDO
 
 
REY:              Desasosiego me cuesta.
FINARDO:       Para desasosegarte                                
               ¿puede en el mundo ser parte
               cosa a tu grandeza opuesta?
REY:              Este villano lo ha sido.
FINARDO:       ¿El villano o la villana?
REY:           Un ángel en forma humana,                  
               Finardo, me ha parecido.
                  Pero no creas que fuera
               quien me desasosegara
               cuando el cielo la pintara
               con el pincel que pudiera;                        
                  que en negocio que el honor
               pasa de las justas leyes,
               aun nos valemos los reyes
               de nuestro propio valor.
                  Su padre me dio cuidado;                       
               que en verle vivir ansí,
               tan olvidado de mí,
               confieso que me ha picado.
                  ¡Qué con tal descanso viva
               en su rincón un villano,                   
               que a su señor soberano
               ver para siempre se priva!
                  ¡Que trate con tal desprecio
               la majestad sola una,
               sin correrse la Fortuna                           
               de que la desprecie un necio!
                  ¡Que tanto descanso tenga
               un hombre particular,
               que pase por su lugar
               y que a mirarme no venga!                         
                  ¡Que le haya dado la suerte
               un rincón tan venturoso,
               y que esté en él poderoso,
               desde la vida a la muerte!
                  ¡Que le sirvan sus crïados,          
               y que obedezcan su ley,
               y que él se imagine rey
               sin ver los reyes sagrados!
                  ¡Que la púrpura real
               no cause veneración                        
               a un villano en su rincón
               que viste pardo sayal!
                  ¡Que tenga el alma segura,
               y el cuerpo en tanto descanso!
               Pero, ¿para qué me canso?             
               Digo que es envidia pura,
                  y que le tengo de ver.
FINARDO:       Ansí cuentan el suceso
               de Solón y del rey Creso.
REY:           Muy diferente ha de ser;                          
                  que el filósofo juzgó
               de otra suerte al rey de Lidia;
               y yo tengo a un hombre envidia
               por ver que me despreció.
FINARDO:          Tres calidades de bienes                       
               Aristóteles escribe
               que tiene el hombre que vive;
               y todas, señor, las tienes.
                  De Fortuna la primera
               en que lo menos se funda;                         
               del cuerpo fue la segunda,
               del ánimo la tercera.
                  Bienes de Fortuna son
               de riquezas multitud,
               del cuerpo son la salud                           
               y la buena complexión.
                  Los del ánimo, la ciencia
               y la virtud.  Éstos fueron
               a quien todos siempre dieron
               divina correspondencia.                           
                  Y si hay en la tierra alguna,
               por felicidad la entienden;
               que estos bienes no dependen
               del tiempo ni la Fortuna.
                  Estando todos en ti,                           
               ¿cómo envidias a un villano,
               tú con el cetro en la mano,
               y él con el arado allí?
REY:              Dame pena el verle opuesto
               a mi propia majestad,                             
               viendo la felicidad
               en que su dicha le ha puesto.
                  Deseaba vez alguna
               Augusto de Escipïón
               la fuerza, el ser de Catón,                
               y de César la fortuna;
                  y era un grande emperador;
               y en un villano, ¡aún no veo
               que tenga un justo deseo
               de ver al rey su señor!                    
                  Mil el mundo peregrinan
               por ver alguna ciudad
               que tenga en sí majestad;
               mares y montes caminan.
                  Y éste se esconde en su casa            
               cuando paso por su puerta...
               ¡Pues, vive el cielo, que, abierta,
               ha de saber que el rey pasa!
FINARDO:          ¿Eso te da pesadumbre?
               ¡Un villano en su rincón!             
               Y, ¿no se espanta un león
               de un gallo y de cualquier lumbre?
                  El animoso caballo
               del floro, un ave tan vil,
               ¿no se espanta?
FINARDO:                      ¿Que el gentil                
               león se espanta del gallo?
REY:              Y de un carro; tanto siente
               de la ruedas el rumor;
               y ansí yo de un labrador,
               que es un carro finalmente.                       
FINARDO:          ¿Qué tienes imaginado
               para que el hombre te vea?
REY:           Porque ver no me desea,
               me ha de ver, mal de su grado.
                  Pongan en que al monte salga;                  
               que yo buscaré invención
               para que su condición
               contra reyes no le valga.
FINARDO:          Pues, ¿tú quieres ir allá?
               Venga acá Juan Labrador                    
               a ver al rey su señor;
               que él es bien que venga acá.
REY:              Déjale con su opinión;
               que si al rey con su poder
               no quiere ver, yo iré a ver                
               al villano en su rincón.

Vanse. Salen BELISA, COSTANZA y LISARDA
 
 
COSTANZA:         Solo está el olmo, a la fe.
BELISA:        La palmatoria ganamos.
LISARDA:       A muy bien tiempo llegamos.
COSTANZA:      ¿Quieres tú que solo esté?     
LISARDA:          Sí, porque hablemos un rato.
COSTANZA:      ¿Mas que son cosas de amor?
               Que te he visto en el humor
               que te ofende algún ingrato.
LISARDA:          Por vida tuya, Costanza,                       
               pues eres tan entendida
               --mira que juro tu vida--
               ¿tuvieras tú confïanza
                  en palabras de algún hombre
               de estos hidalgos de allá?                 
COSTANZA:      ¿De la corte?
LISARDA:                      Sí; que ya
               tengo en el alma ese nombre.
COSTANZA:         La que pudiera tener
               de amigo reconciliado,
               de jüez apasionado,                          
               y de firma de mujer;
                  la que tuviera, sembrando,
               de un campo estéril y enjuto,
               o del imposible fruto
               del olmo que estás mirando;                
                  la que tuviera de un loco
               o de un celoso traidor;
               la que de un hombre hablador
               que siempre son para poco;
                  la que de un hombre ignorante                  
               que presume de saber;
               la que de abril sin llover;
               la que del mar inconstante;
                  la que tuviera en la torre
               que se funda sobre arena,                         
               y en quien no siente la ajena,
               y de su falta se corre;
                  la de amigo en alto estado
               si fuimos pobres los dos,
               ésa me diera, por Dios,                    
               cortesano enamorado.
LISARDA:          ¿Qué es, Costanza, cosi cosa,
               que llaman en corte enima:
               un alto, que un bajo estima
               sin fuerza más poderosa,                   
                  y un bajo que al alto aspira?
COSTANZA:      Una música formada
               de dos voces.
LISARDA:                      Bien me agrada.
COSTANZA:      Aunque alto y bajo están, mira
                  que, aunque son tan desiguales                 
               como la noche y el día,
               aquella unión y armonía
               los hace en su acento iguales;
                  que el alto en un punto suena
               con el bajo siempre igual,                        
               porque si sonaran mal,
               causaran notable pena.
LISARDA:          Música me persüades
               que el amor debe de ser.
COSTANZA:      El Amor tiene poder                               
               de concertar voluntades.
LISARDA:          No hay músico ni maestro
               como Amor, de altos y bajos;
               pero canta contrabajos,
               en que siempre está más diestro.    
BELISA:           Al olmo vienen zagales,
               no habléis cosa de sospecha. 
LISARDA:       (Cerrarte, Amor, ¿qué aprovecha?    Aparte
               Por cualquier dedo te sales.

Salen FILETO y FELICIANO
 
 
FELICIANO:        Costanza está aquí, Fileto.      
FILETO:        Ella me dijo que había
               de venir al baile.
FELICIANO:                         Cría
               humor gracioso y discreto.
FILETO:           Pienso que la quieres bien
               y que no te mira mal;                             
               pero es pobre y desigual
               de tus méritos también.
FELICIANO:        Mal dices; que la virtud
               es de más valor que el oro.
FILETO:        Cual le guardan el decoro                         
               tenga el mundo la salud.
FELICIANO:        Mi padre no tiene igual
               en riquezas, porque ha sido
               un hombre a quien ha subido
               la Fortuna a gran caudal.                         
                  ¿No has visto un enamorado
               que comienza a enriquecer
               alguna pobre mujer
               que estaba en humilde estado
                  que, dando en hacer por ella,                  
               tanto se viene a empeñar    
               que, no teniendo qué dar,
               se viene a casar con ella?
                  Pues de esa manera fue
               con mi padre la Fortuna,                          
               pues no sé yo cosa alguna
               que no le haya dado y dé.
                  Pienso que por levantalle
               se ha empobrecido por él,
               y ha de casarse con él,                    
               porque no tiene qué dalle.
FILETO:           En el olmo se han sentado;
               la noche es un poco oscura,
               porque no está muy segura
               la luna de algún nublado.                  
                  Llega, hablarás a Costanza
               antes que venga la gente,
               y algún villano se siente
               donde el mismo sol no alcanza.

A COSTANZA
 
 
FELICIANO:        ¿Habrá un poco de lugar            
               para quien todo le diera
               en el alma a quien quisiera
               esta posesión tomar?

A LISARDA
 
 
COSTANZA:         ¿No respondes a tu hermano?
LISARDA:       ¿Para qué, si habla contigo?          
COSTANZA:      Pues yo que se siente digo.
FELICIANO:     ¿Hacia qué mano?
COSTANZA:                        A esta mano,
                  que dicen que el corazón
               más a esta parte se inclina.
FELICIANO:     Aquí, Costanza, adivina                    
               tú propia mi pretensión.
                  Haz el corazón acá;
               que tengo el mío perdido
               porque se hablen al oído
               y no lo entiendan allá.                    
COSTANZA:         Y será bien menester;
               que viene gran gente al olmo.

Salen BRUNO, SALVANO, TIRSO, VILLANOS, y MÚSICOS
 
 
BRUNO:         Habrá zagales en colmo.
SALVANO:       Pues habrá en colmo el placer.
                  ¿Traes tú vihuela ahí?      
TIRSO:         Aquí tengo mi vihuela.
BRUNO:         Suena un poco, así te duela
               menos el amor que a mí.
TIRSO:            ¿Hay para todos asiento?
BELISA:        Antes estaréis mejor                       
               en pie, por hacer favor
               a los pies y al instrumento.
BRUNO:            Salga Lisarda a bailar.
LISARDA:       ¿Sola?  No tenéis razón.
BRUNO:         Yo bailaré una canción,             
               con que la quiero sacar.

Salen OTÓN y MARÍN
 
 
OTÓN:             Éste,  ¿no es el olmo?
MARÍN:                                  El mismo.
OTÓN:          Pues, ¿cómo hablarla podré?
MARÍN:         Si no se aparta, no sé.
OTÓN:          ¿Pudo haber confuso abismo                   
                  ni laberinto de amor
               como entre dos desiguales?

A LISARDA
 
 
BRUNO:         Danzaré, pues que no sales.
               ¡Vaya de gala y de flor!

Tocan y cantan los MÚSICOS, y baila solo BRUNO
 
 
MÚSICOS:          "A caza va el caballero                        
               por los montes de París,
               la rienda en la mano izquierda,
               y en la derecha el neblí.
               Pensando va en su señora,
               que no la ha visto al partir,                     
               porque, como era casada,
               estaba su esposo allí.
               Como va pensando en ella,
               olvidado se ha de sí.
               Los perros siguen las sendas                      
               entre hayas y peñas mil.
               El caballo va a su gusto,
               que no le quiere regir.
               Cuando vuelve el caballero,
               hallóse de un monte al fin.                
               Volvió la cabeza al valle
               y vio una dama venir
               en el vestido serrana,
               y en el rostro serafín."

Sale LISARDA a bailar
 
 
                  "Por el montecico sola,                        
               ¿cómo iré?
               ¡Ay Dios!  ¿Si me perderé?
               ¿Cómo iré, triste, cuitada,
               de aquel ingrato dejada?
               Sola, triste, enamorada,                          
               ¿dónde iré?
               ¡Ay Dios! ¿Si me perderé?"
 
MÚSICOS:          "¡Donde vais, serrana bella,
               por este verde pinar?
               Si soy hombre y voy perdido,                      
               mayor peligro lleváis.
               --Aquí cerca, caballero,
               me ha dejado mi galán, 
               por ir a matar un oso,
               que ese valle abajo está.                  
               --¡Oh mal haya el caballero
               en el monte al lubricán
               que a solas deja su dama
               por matar un animal!
               --Si os place, señora mía,          
               volved conmigo al lugar,
               y porque llueve, podréis
               cubriros con mi gabán.
               --Perdido se han en el monte
               con la mucha oscuridad;                           
               al pie de una parda peña
               el alba aguardando están.
               La ocasión y la ventura
               siempre quieren soledad."
 
SALVANO:          Siéntense, que han danzado lindamente.  
LISARDA:       Bruno, entretén un poco esos zagales;
               que llego a refrescarme a aquella fuente.

Llégase a OTÓN
 
 
                  ¿Sois vos mi cortesano?
OTÓN:                                       Labradora
               del alma, el mismo, y digo bien el mismo,
               pues en la corte tu belleza adora.                
                  ¿Qué haré por ti, donde conozcas cuánto
               te estima el alma que en tus ojos vive?
LISARDA:       ¡Ay, por su vida!  ¿Que me quiere tanto?
OTÓN:             Ni la gracia del rey, ni cuanto puede
               dar el imperio sumo de la tierra                  
               a la imaginación que a todo excede,
                  estimo como el pie con que floreces
               estos dichosos campos, nueva Flora,
               que con pisallo, de oro los guarneces.  
LISARDA:          Si tiene ya el Amor determinado                
               que me burléis, ilustre caballero,
               ¿qué puedo hacer?  Siniestro fue mi hado;
                  mas ya que pude merecer quereros
               tan sin razón, no dejaré de amaros;
               pero, ¿cómo podré corresponderos?                                                  
                  Yo no puedo serviros sin casarme;
               y si vos no queréis casar conmigo,
               ¿a qué puedo, señor, aventurarme?
                  Mi padre es labrador, pero es honrado;
               no hay señor en París de tanta hacienda;                                                        
               de mi dote es mi honor calificado.
                  Yo no soy en lenguaje labradora;
               que finjo cuando quiero lo que hablo
               y me declaro como veis ahora.
                  Sé escribir, sé danzar, sé cuantas cosas                                                    
               una noble mujer en corte aprende,
               y tengo estas entrañas amorosas.
                  Pero quedaos con Dios; que es gran locura
               persuadir imposibles a los hombres.
OTÓN:          ¿Cuándo tuvo imposibles la hermosura? 
                  Teneos, no os vais; que por el alto cielo
               que habéis de ser mujer...
LISARDA:                                Señor, dejadme.
OTÓN:          ...del mariscal Otón, y cumplirélo.
LISARDA:          ¿Y qué seguro de eso podéis darme?
OTÓN:          Un papel de mi mano.
LISARDA:                            ¿Y por papeles          
               queréis que yo me atreva a aventurarme?
OTÓN:             ¿No tienen valor?
LISARDA:                            El que se mira
               en las veletas que los aires mudan.
               No hay verdad en amor, todo es mentira.
OTÓN:             ¿Y si vos la notáis con penas tales,                                                           
               que me condene el cielo a pena eterna?
LISARDA:       ¡Oh Amor, gran juntador de desiguales!
                  Pero porque esta gente no presuma
               --que en fin como villana es maliciosa--
               de nuestro amor la referida suma,                 
                  tomad aquesta llave, y en la huerta
               de mi casa hallaréis por las espaldas 
               entre cuatro cipreses una puerta;
                  entrad con ella, y aguardadme un poco
               de unos mirtos cubierto con lo espeso.            
OTÓN:          Sospecho que queréis volverme loco.
LISARDA:          Yo bajaré después a media noche
               y hablaremos los dos secretamente.
               ¿Con quién y en qué venisteis?
OTÓN:                                       En un coche.
                  Pero dejéle lejos de esta aldea.        
LISARDA:       Id donde digo, que nos van sintiendo.

Apártase LISARDA
 
 
OTÓN:          Allá os espero.  ¿Quién habrá que crea,
               Marín, mi dicha?
MARÍN:                            ¿Es buen suceso todo?
OTÓN:          ¡Notable!
MARÍN:                    Di.
OTÓN:                          Pasó de aqueste modo.

Vanse OTÓN y MARÍN
 
 
FELICIANO:        Dice Salvano bueno, que casemos                
               las mozas del lugar con los mancebos.
BRUNO:         Dice muy bien; que tiempo habrá de baile.
FELICIANO:     Mi padre y el alcalde al olmo vienen.
COSTANZA:      No es poca novedad.
FELICIANO:                         Antes es mucha.

Salen JUAN Labrador y el ALCALDE
 
 
ALCALDE:       ¡Bendígaos Dios, y qué os juntáis de mozos!                                         
JUAN:          ¿Habrá lugar también para los viejos?
COSTANZA:      El que le tiene en tantas voluntades
               bien se podrá sentar donde quisiere.
JUAN:          A fe, Costanza, que no pierdas nada
               en tenérmela a mí.
COSTANZA:                          Saben los cielos              
               que quiero más tu vida que la mía.

Aparte a FELICIANO
 
 
LISARDA:       Esto me huele a suegro, Feliciano.
FELICIANO:     ¡Pluguiera Dios, que pasará el verano!
LISARDA:       Para todo hay sazón.
FELICIANO:                            Por mejor tengo
               a boca del invierno el casamiento.                
 
BRUNO:            Comienza, pues, a casar
               las mozas y los mancebos.
FILETO:        A Costanza y Feliciano
               pongo en el lugar primero.
SALVANO:       No lo oiga el viejo y se enoje.                   
FILETO:        ¿Fáltale más que dinero
               a Costanza?  Pues, ¿qué importa,
               si sobra tanto a su suegro?
BRUNO:         A Lisarda, ¿qué marido
               osarás darle, Fileto?                      
FILETO:        Pardiez que en todo el lugar
               no le topo casamiento.
               Si ello se diera por gracias,
               todos sabéis las que tengo
               en tirar, saltar, correr,                         
               y en danzas, bailes y juegos;
               y cierto que, bien mirado,
               aunque su padre es mi dueño
               que no se perdiera nada
               en darla a un hombre discreto.                    
BRUNO:         Siempre te oigo decir
               que eres discreto.
FILETO:                            Profeso,
               en aquesta necedad,
               la necedad de este tiempo.
               No hay hombre ignorante, Bruno,                   
               que se confiese por necio.
               Verás competir los búhos
               con los halcones ligeros,
               las monas con las personas,
               con las águilas los cuervos,               
               y unos pobres sacristanes
               con los músicos maestros.
               Mas dejando disparates
               de que el mundo está tan lleno,
               ¿a quién damos a Lisarda?             
BRUNO:         Dásela a algún palaciego.
FILETO:        ¡Malos años!  Si mi amo
               oyera que tratáis de eso,
               nadie quedara en su casa.
BRUNO:         Pues dásela a un monasterio,               
               y casemos a Belisa.
SALVANO:       Ésa, ya veis que la quiero.
BRUNO:         ¿Cómo "quiero" siendo yo
               quien tantos favores tengo?
SALVANO:       Pues, cuéntense los favores                
               y pierda el que tiene menos.
FILETO:        Yo quiero ser el jüez.
SALVANO:       Vaya.
BRUNO:                 Comienzo el primero.
               A mí me dio por diciembre,
               estando al sol en el cerro,                       
               seis bellotas de su mano,
               y me dijo, "Toma, puerco."
FILETO:        Terrible es este favor.
SALVANO:       A mí una noche al humero,
               porque abrí mucho la boca,                 
               . . . . . . . . . . . .[ e-o]
               me dio en aquestas costillas
               cuatro palos con un bieldo.
FILETO:        ¡Ése sí que fue favor,
               que le sintieron los huesos!                      
SALVANO:       Mejor le diré yo agora.
               Toda la noche de enero
               estuve al hielo a su puerta,
               y al amanecer, abriendo
               la ventana, me echó encima,                
               viéndome con tanto hielo,
               una artesa de lejía.
FILETO:        ¿Muy caliente?
SALVANO:                      Estaba ardiendo.
BRUNO:         Todo es risa ese favor.
               Yendo al soto por febrero                         
               Belisa con su borrica,
               parió del pueblo tan lejos,
               que topándome allí junto
               me mandó alegre que luego
               tomase el pollino en brazos                       
               y se le llevase al pueblo.
               Dos legas y más le truje,
               diciéndole mil requiebros,
               como si hablara con ella,
               y aun él me dio algunos besos.             
FILETO:        Ea, que ninguno gana.
               A los dos os doy por buenos.
               Caso a Amarilis con Lauso,
               que ella es coja y él es tuerto,
               y se irá lo uno por los otro.              
               Caso a Tirsa con Laurencio,
               por ella es loca y él vano.
BRUNO:         Dios les dé paz.
FILETO:                       Duda tengo.
               Caso a Dorena y Antón.
BRUNO:         Es vieja.
FILETO:                  Es rica, y con eso                      
               pasará Antón mocedades.
BRUNO:         Ni oírla ni verla puedo.
               Han inventado los diablos
               acá en Francia un uso nuevo,
               de andar al mujer sin toca...                     
FILETO:        No debe de haber espejos.
               Las niñas pasen, son niñas;
               pero unos sátiros viejos
               que descubren más orejas
               caídas que burro enfermo,                  
               y otras que van por las calles
               mostrando tanto pescuezo,
               y las cuerdas cuando hablan
               parecen fuelles de herrero,
               y otras con mil costurones                        
               de solimán mal cubierto,
               y otras que el pescuezo muestran
               como cortezas de queso,
               ¿por qué han de dejar las tocas?
BRUNO:         Por parecer niñas.
FILETO:                            ¡Bueno!                  
               Como se cuentan los años
               por el discurso del tiempo,
               ya se han de contar en Francia
               por arrugas de pescuezos.
               La honestidad de la dama                          
               está en las tocas y velos.
               Allí sí que juega el aire
               bullicioso y lisonjero.
               Yo sé que han dicho en París
               que al parlamento han propuesto                   
               contra pescuezos de viejas
               mil querellas los cabellos.
               Ya no hay cabello con toca.
BRUNO:         No te pudras, majadero.
FILETO:        Sí quiero; que no soy bestia,              
               supuesto que lo parezco.
 
JUAN:             Por cierto, mi Costanza, que quisiera,
               mirando tu humildad y tu hermosura,
               que este muchacho el rey del mundo fuera.
               Yo admiro tu belleza y tu cordura.                
               Ya sabes que el dinero no me altera,
               no gracias al trabajo y la ventura,
               sino al cielo no más, que con su mano
               colma tanto el rincón de este villano.
                  Pláceme de tratar el casamiento         
               y de dotarte en treinta mil ducados.
COSTANZA:      Tierra soy de tus pies.
JUAN:                                  Vuelve a tu asiento,
               si no es que del asiento estáis cansados.
LISARDA:       Ya es hora de cenar, y este contento
               será bien que resulte en los crïados. 
JUAN:          Vamos agora a casa.
ALCALDE:                           Feliciano,
               besa a señor por tal merced la mano. 
FELICIANO:        No sé, señor, con qué palabras diga
               tu gran valor y entendimiento raro.
JUAN:          El de Costanza y tu humildad me obliga,           
               mi voluntad en público declaro.
BRUNO:         ¿El casamiento?
FILETO:                        Sí.
SALVANO:                           Todo se diga.
               ¡Cómo!  Esto, ¿fue verdad?
JUAN:                                   Nunca reparo
               en pocas cosas.  Digo que se haga
               fiesta que a todo el pueblo satisfaga.            
                  Dos toros quiero que corráis mañana.
               ¡Hola, Bruno!
BRUNO:                      ¿Señor?
JUAN:                                 Busca dos toros
               fieros como leones.
FILETO:                            Fiesta es llana.
BRUNO:         Yo los traeré que despedacen moros.
SALVANO:       Pardiez que ha de salir mi partesana,             
               y que no ha de quedar sangre en sus poros.   
ALCALDE:       Haga mañana fiestas nuestra aldea.
BELISA:        Que sea para bien.
TODOS:                             Para bien sea.

Vanse. Sale el REY en cuerpo
 
 
REY:              No pienso que he negociado
               poco en el dejar la gente                         
               cenando al son de la fuente,
               que cerca divide el prado.         
               ¡Que me haya puesto en cuidado
               un grosero labrador!
               Pero no se sigue error                            
               de ejecutar este gusto,
               para que vea que es justo
               ver rey y servir señor.
                  Hubiera pocas historias
               si pensamientos no hubiera,                       
               con que la fama tuviera
               en su tiempo estas memorias.
               No todas añaden glorias
               a un príncipe; que hay algunas
               que porque son importunas                         
               al gusto del poderoso,
               no quiere estar envidioso
               de las ajenas fortunas.
                  Yo veré, Juan Labrador,
               despacio tu pensamiento;                          
               que de tus venturas siento
               desprecios de mi valor.

Sale FINARDO
 
 
FINARDO:       ¿A dónde mandas, señor,
               tenga el caballo mañana?
REY:           Cuando de oro, azul y grana                       
               se vista el cielo, Finardo,
               en este bosque te aguardo,
               y esto dirás a mi hermana.
FINARDO:          Diré que en el monte quedas
               por matar un jabalí.                       
REY:           Que tengo el puesto la di,
               y tomadas las veredas;
               y advierte bien que no excedas
               átomo de lo tratado.
FINARDO:       Todo lo llevo en cuidado.

Vase
 
 
REY:           Y yo le tengo de ver
               si tiene mayor poder
               que la corona el arado.
 
                  Con diferente vestido
               de mi profesión real,                      
               vengo a ver este sayal,
               de la majestad olvido.

Vase. Salen FILETO y JUAN Labrador. [Habla el REY] dentro
 
 
REY:              ¡Ah, de casa!
FILETO:                          ¿Quién vocea?
REY:           ¿Vive aquí Juan Labrador?
FILETO:        Por ti preguntan, señor.                   
JUAN:          ¿Quién quieres que ahora sea?
FILETO:           Quien es ya está en el portal.
JUAN:          No se lleve alguna cosa;
               que anda mucha gente ociosa
               y que vive de hacer mal.

Sale el REY
 
 
REY:              No soy de los que decís,
               aunque os parezca extranjero,
               porque soy un caballero
               de los nobles de París.
                  Perdíme en esa montaña;          
               sé que sois rico y sois noble;
               até mi caballo a un roble
               por la oscuridad extraña,
                  y a la aldea vengo a pie
               donde el cura me ha informado...                  
JUAN:          El cura no os ha engañado.
               Cena y posada os daré,
                  no como allá en vuestra casa
               con platos y vanidad,
               mas con mucha voluntad,                           
               al modo que acá se pasa.
                  ¿Qué nombre tenéis?
REY:                                  Dionís.
JUAN:          ¿Qué oficio o qué dignidad?
REY:           Alcaide de la ciudad
               y los muros de París.                      
JUAN:             Nunca tal oficio oí.
REY:           Es merced que el rey me ha hecho,
               por heridas que en el pecho,
               sirviéndole recibí.
JUAN:             Habéis hecho cosa dina                  
               de un hidalgo como vos.
               Sentaos, mientras que a los dos    
               nos dan de cenar.  Camina,
                  Fileto, a mis hijos llama.

Vase FILETO
 
 
               Tomad esa silla, os ruego.                        
REY:           Sentaos vos; que tiempo hay luego.
JUAN:          ¡Qué cortesano de fama!
                  Sentaos; que en mi casa estoy,
               y no me habéis de mandar;
               yo sí que os mando sentar                  
               que en ella esta silla os doy
                  y advertid que habéis de hacer,
               mientras en mi casa estáis,
               lo que os mandare.
REY:                               Mostráis
               un hidalgo proceder.                              
JUAN:             Hidalgo no; que me precio
               de villano en mi rincón;
               pero en él será razón
               que no me tengáis por necio.
REY:              Si a París vais algún día,                                                      
               buen amigo, os doy palabra
               que el alma y la puerta os abra
               en amor y hacienda mía,
                  por veros tan liberal.
JUAN:          ¿A París?
REY:                       Pues, ¿qué decís?  
               ¿No iréis tal vez a París
               a ver la casa real?
JUAN:             ¿Yo a París?
REY:                          ¿No puede ser?
JUAN:          ¡De ningún modo, por Dios!
               Si allá os he de ver a vos,                
               en mi vida os pienso ver.
REY:              Pues, ¿qué os enfada de allá?
JUAN:          No haber salido de aquí
               desde el día en que nací,
               y que aquí mi hacienda está.        
                  Dos camas tengo, una en casa,
               y otra en la iglesia; éstas son
               en vida y muerte el rincón
               donde una y otra se pasa.
REY:              Según eso, en vuestra vida              
               debéis de haber visto al rey.
JUAN:          Nadie ha guardado su ley,
               ni es de alguno obedecida
                  como del que estáis mirando;
               pero en mi vida le vi.                            
REY:           Pues yo sé que por aquí
               pasa mil veces cazando.
JUAN:             Todas esas me he escondido
               por no ver el más honrado
               de los hombres en cuidado;                        
               que nunca le cobré olvido.
                  Yo tengo en este rincón
               no sé qué de rey también;
               mas duermo y como más bien.
REY:           Pienso que tenéis razón.            
JUAN:             Soy más rico, lo primero,
               porque de tiempo lo soy;
               que solo si quiero estoy,
               y acompañado, si quiero.
                  Soy rey de mi voluntad,                        
               no me la ocupan negocios,
               y ser muy rico de ocios
               es suma felicidad.
REY:              ¡Oh, filósofo villano!       Aparte
               Mucho más te envidio agora.)               
JUAN:          Yo me levanto a la aurora,
               si me da gusto, en verano,
                  y a misa a la iglesia voy
               donde me la dice el cura;
               y aunque no me la procura,                        
               cierta limosna le doy,
                  con que comen aquel día
               los pobres de este lugar.
               Vuélvome luego a almorzar.
REY:           ¿Qué almorzáis?
JUAN:                           Es niñería;        
                  dos torreznillos asados,
               y aún en medio algún pichón, 
               y tal vez viene un capón
               si hay hijos ya levantados;
                  trato de mi granjería                   
               hasta las once; después
               comemos juntos los tres.
REY:           (Conozco la envidia mía.)         Aparte
JUAN:             Aquí sale algún pavillo
               que se crió de migajas                     
               de la mesa, entre las pajas
               de ese corral, como un grillo.
REY:              A la Fortuna los pone
               quien de esa manera vive.
JUAN:          Tras aquesto se apercibe                          
               --el rey, señor, me perdone--
                  una olla, que no puede
               comella con más sazón;
               que en esto, nuestro rincón
               a su gran palacio excede.                         
REY:              ¿Qué tiene?
JUAN:                         Vaca y carnero
               y una gallina.
REY:                          ¿Y no más?
JUAN:          De un pernil--porque jamás
               dejan de sacar primero
                  esto--verdura y chorizo,                       
               lo sazonado os alabo.
               En fin, de comer acabo
               de alguna caja que hizo
                  mi hija, y conforme al tiempo,
               fruta, buen queso y olivas.                       
               No hay ceremonias altivas
               truhanes ni pasatiempo,
                  sin algún niño que alegra
               con sus gracias naturales;
               que las que hay en hombres tales                  
               son como gracias de suegra.
                  Éste escojo en el lugar,
               y cuando grande, le doy
               conforme informado estoy,
               para que vaya a estudiar,                         
                  o siga su inclinación 
               de oficial o cortesano.
REY:           (No he visto mejor villano      Aparte
               para estarse en su rincón.)
JUAN:             Después que cae la siesta,              
               tomo una yegua, que al viento
               vencerá por su elemento,
               dos perros y una ballesta;
                  y, dando vuelta a mis viñas,
               trigos, huertas y heredades,                      
               porque éstas son mis ciudades,
               corro y mato en sus campiñas
                  un par de liebres, y a veces
               de perdices; otras voy
               a un río en que diestro estoy              
               y traigo famosos peces.
                  Ceno poco, y ansí a vos
               poco os daré de cenar,
               con que me voy a acostar
               dando mil gracias a Dios.                         
REY:              Envidia os puedo tener
               con una vida tan alta;
               mas sólo os hallo una falta
               en el sentido del ver.
                  Los ojos, ¿no han de mirar?               
               ¿No se hicieron para eso?
JUAN:          Que no les niego, os confieso,
               cosa que les pueda dar.
REY:              ¿Qué importa?  ¿Cuál hermosura
               puede a una corte igualarse?                      
               ¿En qué mapa puede hallarse
               más variedad de pintura?
                  Rey tienen los animales,
               y obedecen al león;
               las aves, porque es razón,                 
               a las águilas caudales.
                  Las abejas tienen rey,
               y el cordero sus vasallos,
               los niños rey de los gallos;
               que no tener rey ni ley                           
                  es de alarbes inhumanos.
JUAN:          Nadie como yo le adora,
               ni desde su casa ahora
               besa sus pies y sus manos
                  con mayor veneración.                   
REY:           ¿Sin verle, no puede ser
               que se pueda echar de ver?
JUAN:          Yo soy rey de mi rincón;
                  pero si el rey me pidiera
               estos hijos y esta casa,                          
               haced cuenta que se pasa
               adonde el rey estuviera.
                  Pruebe el rey mi voluntad,
               y verá qué tiene en mí;
               que bien sé yo que nací             
               para servirle.
REY:                          En verdad,
                  si necesidad tuviese,
               ¿prestaréisle algún dinero?
JUAN:          Cuanto tengo, aunque primero
               tres mil afrentas me hiciese;                     
                  que del señor soberano
               es todo lo que tenemos,
               porque a nuestro rey debemos
               la defensa de su mano.
                  Él nos guarda, y tiene en paz.          
REY:           Pues, ¿por qué dais en no ver
               a quien noble os puede hacer?
JUAN:          No soy de su bien capaz,
                  ni pienso yo que en mi vida
               pues haber felicidad                              
               como es esta soledad.

Sale FILETO
 
 
FILETO:        La cena está apercibida.
JUAN:             Metan la mesa, y dirás 
               a Lisarda y a Belisa
               que echen sábanas aprisa                   
               donde sabéis, y no más;

Vase FILETO
 
 
                  que, por la bondad de Dios,
               habrá bien donde durmáis.
REY:           En alto descanso estáis.
JUAN:          Tal le pedid para vos.

Salen FILETO y villanos, que sacan la mesa y traen platos y cubiertos. MÚSICOS
 
 
FILETO:           La mesa tienes aquí.
JUAN:          A ella os podéis llegar.
REY:           Aquí me quiero asentar.
JUAN:          No estáis bien, hidalgo, ahí;
                  poneos a la cabecera.                          
REY:           Eso no.
JUAN:                    En mi casa estoy,
               obedecedme; que soy
               el dueño.
REY:                     Más justo fuera
                  que yo estuviera a los pies.
JUAN:          Haced lo que os he mandado;                       
               que del dueño que es honrado,
               siempre el que es huésped lo es;
                  y por ruin que el huésped sea,
               siempre el dueño le ha de dar
               por honra el mejor lugar.                         
REY:           (¿Habrá quien aquesto crea?)       Aparte
JUAN:             Mientras comemos, podréis
               cantarle alguna canción.
REY:           (¡Buen villano y buen rincón!)     Aparte
               ¿Música también tenéis? 
JUAN:             Es rústica.  Comenzad.

Salen LISARDA, COSTANZA y FELICIANO
 
 
REY:           ¿Quién son aquestas señoras?
JUAN:          No señoras, labradoras
               de esta aldea las llamad.
                  Ésta es mi hija, y aquélla       
               mi sobrina, y ha de ser
               de ese muchacho mujer.
REY:           Cualquiera en extremo es bella.
JUAN:             Cenad; que no es cortesía
               ni el alabar ni el mirar                          
               lo que el dueño no ha de dar.
REY:           Por servirlas lo decía.
JUAN:             Servid vuestra boca agora
               de lo que a la mesa está;
               que en vuestra casa no habrá               
               por dicha mejor señora.

[Habla LISARDA] aparte a FELICIANO
 
 
LISARDA:          Notablemente parece,
               Feliciano, este mancebo,
               al rey.
FELICIANO:             Un milagro nuevo
               de Naturaleza ofrece.                             
                  Pero engáñase la vista
               mirando con religión
               al rey.
COSTANZA:                Y tiene razón;
               que, ¿hay luz que al mirar resista
                  en la presencia de un rey?                     
REY:           Beber, buen huésped, quisiera.
JUAN:          Pedidlo; que yo bebiera
               si sed tuviera.
LISARDA:                       Y es ley
                  que a huésped tan principal
               le lleve de beber yo.                             
BRUNO:         ¿Cantaremos?
REY:                          ¿Por qué no?
               Que éste es convite real.
 
MÚSICOS:          "¡Cuán bienaventurado
               aquél puede llamarse justamente,           
               que, sin tener cuidado
               de la malicia y lengua de la gente
               a la virtud contraria,
               la suya pasa en vida solitaria!
                  Caliéntase el enero                     
               alrededor de sus hijuelos todos,
               a un roble ardiendo entero,
               y allí contando de diversos modos
               de la extranjera guerra,
               duerme seguro y goza de su tierra."               
 
JUAN:             Alzad la mesa; que es tarde
               y querrá el huésped dormir.
               Pero dejadme decir,
               aunque un momento se aguarde,
                  mi oración.
REY:                          (¡Qué labrador!)    Aparte
JUAN:          Gracias os quiero ofrecer,
               pues que me dais de comer,
               sin merecerlo, Señor.
REY:              ¡Breve oración!
JUAN:                              Comprehende
               más de lo que vos pensáis.          
               Bien es que a acostaros vais;
               que es tarde y el sueño ofende.
                  Quedad con Dios; que al aurora
               yo mismo os despertaré.

Vanse todos menos el REY, LISARDA y BELISA. Meten la mesa
 
 
REY:           (Ya el filósofo se fue.)              Aparte
               Un poco aguardad, señora.
LISARDA:          Belisa os descalzará.
               No me tengáis, por mi vida.
REY:           ¿No es cortesía que pida
               que me descalcéis?     
LISARDA:                           Será.                  
BELISA:           Yo, señor, me quedaré
               a descalzaros aquí.
REY:           Antes si os vais, para mí
               será más merced.
BELISA:                        Sí, haré.

Vase
 
 
REY:              Oíd.
LISARDA:                ¿Qué?
REY:                           La mano os pido.                  
LISARDA:       ¿La mano?
REY:                     La mano quiero.
LISARDA:       A fe que sois, caballero,
               para huésped atrevido;
                  pero debéis de saber
               de aquesto de adivinar.                           
REY:           Pues eso quiero mirar.
LISARDA:       Pues eso no habéis de ver.
REY:              ¿Y si me caso con vos?
LISARDA:       ¡Qué presto los cortesanos
               se casan y pidan manos!                           
               ¡Facilitos son, por Dios!
                  Y es que deben de pensar,
               como acá somos villanas,
               que nos han de dejar llanas
               con sólo nombrar casar.                    
                  Acuéstese su merced.
               Santíguese muy atento
               contra cualquier pensamiento.
REY:           Oíd, esperad, tened.
LISARDA:          Suelte; que el diablo me lleve                 
               si no le dé un mojicón.
               ¡A villana en su rincón
               de esa manera se atreve!
                  ¡Arre allá con treinta erres!
REY:           No hay quien sin rincón esté.       
               Oye, escucha...

Vase LISARDA
 
 
                              Ya se fue.
               Pues si te vas, no me cierres.

Cierra LISARDA la puerta por dentro
 
 
                  Aquésta, ¿es casa encantada?
               ¿Qué es esto, Dios?  ¿Dónde estamos?
               ¿Qué filosofía es ésa?  
               ¿En qué laberinto he dado?
               ¿Cómo me he metido aquí?
               ¡Hola, gente!  ¿Con quién hablo?
               Que es ésta la cama pienso.

Sale COSTANZA
 
 
COSTANZA:      ¿Qué dais voces?  ¿Mandáis algo?                                                            
REY:           ¿Es ésta mi cama?
COSTANZA:                          Sí,
               muy bien podéis acostaros.
REY:           Pues entretenedme un poco;
               que soy hombre de regalo.
COSTANZA:      Entreténgale una fiera                     
               de las que andan por el campo.
REY:           Escucha.
COSTANZA:                ¿Qué he de escuchar?
               ¡Valga el diablo el cortesano!

Vase
 
 
REY:           ¡Bueno me ponen, por Dios!
               Extrañas burlas me paso.                   
               Quiero acostarme; que temo
               que entren también los villanos.
               Mas, ¿si me acuesto y es ésta
               de alguno que está en el campo,
               y viene a acostarse a escuras?

Sale BELISA
 
 
BELISA:        ¿Qué manda, señor hidalgo.
               que da voces a tal hora?
REY:           Hállome aquí tan extraño,
               que no sé adónde me acueste.
BELISA:        Pues, ¿qué os falta?
REY:                               Algún crïado.     
BELISA:        Debéis de ser melindroso.
               Por ventura, ¿tenéis asco?
               Pues allá no habrá colchones
               ni tan limpios ni tan blancos.
               Échase su porquería.                
               ¡Valga el diablo el cortesano!
REY:           Descalzadme vos.
BELISA:                          ¡Qué lindo!
               Duerma una noche calzado.

Vase
 
 
REY:           Tomar quiero su consejo.
               Paréceme, y no me engaño,           
               que detrás de estas cortinas     
               tose un hombre.  Pues, ¿qué aguardo?
               Sacaré la espada.

Sale OTÓN de la alcoba
 
 
OTÓN:                             Tente,
               tente.
REY:                     ¡Otón!  ¡Extraño caso! 
               ¡Otón detrás de la cama!       
OTÓN:          Oye la causa.
REY:                         ¿Qué tardo
               en darte la muerte?
OTÓN:                              Escucha,
               señor; que no estoy culpado.
REY:           Pues, ¿cómo has venido aquí?
OTÓN:          ¿Quién hubiera imaginado,             
               oh, famoso Ludovico,
               rey de los lirios dorados,
               que aquí esta noche durmieras?
REY:           Aqueste villano sabio
               me ha traído a conocerle                   
               en hábito disfrazado.
               Ser cazador he fingido
               de esta manera pensando
               oír de su misma boca
               tan notables desengaños.                   
OTÓN:          Pues a mí me trujo Amor.
REY:           ¿Aquí estás enamorado?
OTÓN:          Sí, señor.
REY:                     ¿Es de Lisarda?
OTÓN:          Pues su hermosura me abraso.
               Habléla junto a aquel olmo                 
               aquesta noche bailando,
               diome una llave, y entré
               para hablar de espacio entrambos,
               en la huerta de su casa.
               Pero como tú has llegado                   
               y anda todo de revuelta,
               fue esconderme necesario,
               y yo me he metido aquí
               por no hallar otro sagrado.
REY:           ¿Que a Lisarda quieres bien?                 
OTÓN:          ¿parécete gran milagro
               siéndolo su ingenio y rostro?
REY:           Entra, hablaremos de espacio
               sobre tu intención en esto,
               y tú sabrás qué milagro      
               me trujo adonde he venido
               a ver, siendo rey tan alto,
               el villano en su rincón,
               pues no ve al rey el villano.

 

FIN DEL ACTO SEGUNDO


 ACTO TERCERO

 

Salen FILETO, BRUNO y SALVANO, con unas varas
 
 
FILETO:           Hogaño hay linda bellota.               
BRUNO:         Lindos puercos ha de haber.
SALVANO:       La que ya pensáis comer
               parece que os alborota.
FILETO:           A lo menos, la aceituna
               que habemos de varear,                            
               no deja que desear.
BRUNO:         No he visto mejor ninguna.
SALVANO:          Comenzad a sacudir;
               que a fe que tenéis qué hacer.
FILETO:        Llegue quien ha de coger.                         
BRUNO:         Mucho tardan en venir.
FILETO:           Por el repecho del prado
               nuesama y sus primas vienen.
BRUNO:         ¡Verá el reliente que tienen!
FILETO:        ¿Cantan?
SALVANO:                 Sí.
BRUNO:                        ¡Lindo cuidado!

Salen COSTANZA y BELISA, con varas, [y] VILLANOS y MÚSICOS. Cantan
 
 
MÚSICOS:          "¡Ay, Fortuna,
               cógeme esta aceituna!
                  Aceituna lisonjera,
               verde y tierna por de fuera,
               y por de dentro madera,                           
               fruta dura e importuna.
                  ¡Ay, Fortuna,
               cógeme esta aceituna!
                  Fruta en madurar tan larga
               que sin aderezo amarga;                           
               y aunque se coja una carga,
               se ha de comer sola una.
                  ¡Ay, Fortuna,
               cógeme esta aceituna!"
 
FILETO:           ¿Es para hoy el venir?                    
SALVANO:       ¡Qué bien se hará el varear
               con cantar y con bailar!
LISARDA:       Comencemos a reñir,
                  ¡por vida de los lechones!
SALVANO:       Más no valiera callar.                     
BRUNO:         Hoy es día de cantar
               y no de malas razones.
                  Mi instrumento traigo aquí,
               y a todas ayudaré.
LISARDA:       También yo de burla hablé.          
COSTANZA:      Todos lo entienden ansí.
                  Esténse las aceitunas
               por un rato entre sus hojas,
               y templemos las congojas
               de algún disgusto importunas;              
                  ansí Dios os dé placer.
BELISA:        Bien dice, pues nadie aguarda.
COSTANZA:      ¿De qué estás triste, Lisarda?
LISARDA:       No veo y quisiera ver.
COSTANZA:         Ya te entiendo; pero advierte                  
               que el bien que no ha de venir
               es discreción divertir.
LISARDA:       Antes el mal se divierte.
                  Vaya, Tirso, una canción
               y bailaremos las tres.                            
BRUNO:         Vaya, pues habrá después
               para la vara ocasión.

Cantan
 
 
MÚSICOS:          "Deja las avellanicas, moro,
               que yo me las varearé--
               tres y cuatro en un pimpollo,                     
               que yo me las varearé.
                  Al agua de Dinadámar,
               que yo me las varearé--
               allí estaba una cristiana,
               que yo me las varearé--                    
               cogiendo estaba avellanas,
               que yo me las varearé--     
               el moro llegó a ayudarla,
               que yo me las varearé--     
               y respondióle enojada,                     
               que yo me las varearé--
               deja las avellanicas, moro,
               que yo me las varearé--
               tres y cuatro en un pimpollo,
               que yo me las varearé.                     
                  Era el árbol tan famoso,
               que yo me las varearé--
               que las ramas eran de oro,
               que yo me las varearé--
               de plata tenía el tronco,                  
               que yo me las varearé--
               hojas que le cubren todo,
               que yo me las varearé--
               eran de rubíes rojos,
               que yo me las varearé.                     
               Puso el moro en él los ojos,
               que yo me las varearé--
               quisiera gozarle solo,
               que yo me las varearé--
               mas díjole con enojo,                      
               que yo me las varearé--
               deja las avellanicas, moro,
               que yo me las varearé--
               tres y cuatro en un pimpollo,
               que yo me las varearé."                    
             
SALVANO:          Quedo; que he vido venir
               por en somo de la cuesta
               gente, a lo de corte apuesta.
FILETO:        Bien os podéis encubrir;
                  que a la fe que es gente honrada.              
LISARDA:       Ponte, Costanza, el rebozo;
               que yo me muero de gozo.
               (Y tengo el alma turbada.)        Aparte

Pónense los rebozos las tres
 
 
BRUNO:            Haya un poquito de grita.
SALVANO:       "Vaya" en la corte se llama.

Salen OTÓN y MARÍN
 
 
MARÍN:         Aquí hay villanas de fama.
OTÓN:          Alguna, Marín, me quita
                  el alma y la libertad.
BRUNO:         ¿Adónde van los jodíos?
MARÍN:         A buscaros, deudos míos,                   
               para haceros amistad.
FILETO:           Por donde quiera que fueres,
               te alcance la maldición
               de Gorrón y Sobirón
               con agujas y alfileres.                           
                  Dente de palos a ti,
               y otros tantos a tu mozo.

[Habla OTÓN] a LISARDA
 
 
OTÓN:          ¡Ah, reina, la del rebozo!
LISARDA:       ¡Oh, qué lindo!  ¡Reina a mí!
BRUNO:            Mala pascua te dé Dios,                 
               y luego tan mal San Juan
               que te falte vino y pan
               y tengas catarro y tos.
                  Dolor de muelas te dé
               que no te deje dormir.                            
OTÓN:          ¿Cómo queréis encubrir
               sol que por cristal se ve?
LISARDA:          Id, señor, vuestro camino,
               y dejadnos varear.
OTÓN:          Pues yo, ¿no os sabré ayudar?         
LISARDA:       ¿Ayudar?  ¡Qué desatino!
                  Tenéis muy blandas las manos.
OTÓN:          ¿Habéislas tocado vos?
SALVANO:       Que vos venga, plegue a Dios,
               muermo, adivas y tolanos.                         
                  Mala pedrada vos den,
               echen os sendas ayudas,
               y vais a cenar con Judas
               por "saeculorum, amén."

[Habla MARÍN] a BELISA
 
 
MARÍN:            ¿Quiere una palabra oír?           
BELISA:        Pues, ¡él a mí, majadero!
MARÍN:         ¿No soy yo de carne y cuero?
BELISA:        De cuero puede decir.

[Habla CONSTANZA] a su prima [LISARDA]
 
 
COSTANZA:         ¡Ay, Lisarda!  ¡Feliciano!
LISARDA:       ¡Mi padre viene con él!               
COSTANZA:      Yo me voy.
LISARDA:                  ¿Qué temes de él?
COSTANZA:      Es muy celoso tu hermano.

Vase [COSTANZA]. Salen JUAN Labrador y FELICIANO
 
 
FELICIANO:        Un hombre está con nuestra gente.
JUAN:                                            Y hombre
               de no poco valor en la presencia.
LISARDA:       Por ti pregunta aqueste gentilhombre.             
JUAN:          ¿Mandáis alguna cosa en que os sirvamos?
OTÓN:          Señor Juan Labrador, vos sois persona
               que merecéis del rey aquesta carta,
               y que os la traiga el mariscal de Francia.
JUAN:          ¡El rey a mí!  Los pies, señor, le beso,                                                         
               y a vos las manos, y ¡ojalá las mías
               siquiera fueran dignas de tocallas!
               A presumir mis padres que algún día
               a su hijo su rey le escribiría,
               para tomarla en estas rudas manos                 
               me enseñaran a guantes cortesanos.
               Póngola en mi cabeza.  Tú que tienes
               mejor vista, la lee, Feliciano.
FELICIANO:     La carta dice así.
BELISA:                          ¿Qué será aquesto?
FILETO:        ¿Si quiere algún lechón?
SALVANO:                            ¿No eres más cesto?

Lee
 
 
FELICIANO:        "El alcaide de París me ha dicho que cenando
               con vos una noche le dijisteis que me
               prestaríades, si tuviese necesidad, cien mil
               escudos; yo la tengo, pariente.  Hacedme servicio
               que el mariscal los traiga.  Dios os guarde."

JUAN:          ¿"Pariente" dice el rey?
FELICIANO:                           ¿De qué te espantas?
               Quien pide siempre engaña con lisonjas.
JUAN:          Lo que dije esa noche, que la hacienda
               le daría y los hijos.  Cumplirélo.
               Venid por el dinero.
OTÓN:                               Estad seguro                 
               que no le perderéis.
JUAN:                              Yo no procuro
               mayor satisfacción que su servicio,
               porque el suyo es mandar, servir mi oficio.

Vanse JUAN y OTÓN
 
 
FILETO:        Con ellos voy.
LISARDA:                      Y yo también, Belisa.
BELISA:        El ánimo del viejo me ha espantado.        
SALVANO:       ¿Qué os parece de aquesto que ha pasado?
FILETO:        Que el villano que se hace caballero
               merece que le quiten su dinero.

Vanse. Salen el REY y FINARDO
 
 
REY:              Yo quise ser el tercero
               de los amores de Otón;                     
               que tierno en esta ocasión,
               Finardo, le considero.
                  Mas t juro que en mi vida
               pensé turbarme, de ver
               cosa que pudiese ser                              
               de improviso sucedida,
                  como al tiempo que salió
               de las cortinas y dijo
               "Detente" Otón.
FINARDO:                       El prolijo
               discurso a mí me contó,             
                  con que vino a merecer
               la discreta labradora,
               que quiere engañar agora
               a título de mujer.
REY:              No hará; que es el mariscal             
               hombre bien intencionado,
               y el labrador tan honrado
               que en nada le es desigual.
FINARDO:          Mucho, señor, ha sabido
               de las costumbres de Otón;                 
               pero amando, no hay razón.
REY:           Daréme por ofendido
                  de lo que a Juan Labrador
               se le siguiere de agravio.
               Mas yo sé que Otón es sabio         
               y mirará por su honor. 
FINARDO:          No hay cosa más inconstante
               que el hombre.
REY:                          Dices verdad,
               porque en esa variedad
               a ninguno es semejante.                           
                  Admiraba a Filemón,
               filósofo de gran nombre,
               ver tan diferente al hombre
               y era con mucha razón.
                  Decía que en su fiereza                 
               los animales vivían;
               pero que sólo tenían 
               una igual naturaleza.
                  Todos los leones son
               fuertes, y todas medrosas                         
               las liebres, y las raposas
               de una astuta condición;
                  toda las águilas tienen
               una magnanimidad,
               todos los perros lealtad,                         
               siempre con su dueño vienen.
                  Todas las palomas son
               mansas, los lobos voraces;
               pero en los hombres, capaces
               de la divina razón,                        
                  verás variedad de suerte
               que uno es cobarde, otro fiero,
               uno limpio, otro grosero,
               uno falso y otro fuerte,
                  uno altivo, otro sujeto,                       
               uno presto y otro tardo,
               uno humilde, otro gallardo,
               uno necio, otro discreto,
                  uno en extremo leal,
               y otro en extremo traidor,                        
               uno compuesto y señor,
               y otro libre y desigual.
                  Otón mire bien por sí,
               cumpliendo su obligación;
               que me quejaré de Otón              
               de otra manera.
FINARDO:                       Te oí
                  aborrecer al villano
               y hablar de su pertinacia.
               ¿Por dónde vino a tu gracia?
REY:           Porque toqué con la mano                   
                  el oro de su valor,
               cuando en su rincón le vi;
               que ya por él y por mí
               pudiera decir mejor
                  lo que de Alejandro griego                     
               y Dïógenes, el día
               que le vio cuando tenía
               casa estrecha, sol por fuego.
                  Dijo que holgara de ser
               D]ïógenes, si no fuera                
               Alejandro.  Y yo pudiera
               esto mismo responder,
                  y con ocasión mayor,
               porque, a no ser rey de Francia,
               tuviera por más ganancia                   
               que fuera Juan Labrador.

Sale OTÓN
 
 
OTÓN:             Ya, gran señor, en Miraflor he dado
               la carta al labrador.
REY:                               ¿Qué ha respondido?
OTÓN:          Que te dijo verdad aquel alcaide
               de París.  Yo no sé qué alcaide sea.                                                     
               Y que allí queda a tu servicio todo
               hasta sus mismo hijos.
REY:                               ¿Dio el dinero?
OTÓN:          En famosas coronas de oro puro;
               y, sin este dinero, te presenta
               doce acémilas tales, que te juro           
               que dan admiración a quien las mira.
               Diome aparte un cordero que te diese,
               vivo y con un cuchillo a la garganta,
               y trújele, señor, por darte gusto.
REY:           ¿Cordero vivo con cuchillo atado?            
OTÓN:          De esta manera el corderillo viene.
REY:           Pues no es sin causa, algún sentido tiene.
               Mas mira, Otón, que quiero que al instante
               le lleves esta carta al mismo.
OTÓN:                                        ¿Agora?
REY:           Agora, pues.
OTÓN:                         ¿Escrita la tenías?    
REY:           Pues te la doy, bien ves que escrita estaba.
OTÓN:          ¿Importa diligencia?
REY:                               Importa mucho,
               y yo sé, Otón, que con tu gusto vuelves.
OTÓN:          Yo confieso, señor, que voy con gusto,
               porque tenerle de servirte gusto.                 
REY:           Camina, y mira cómo vas y vienes;
               que aunque llevas placer, peligro tienes.
OTÓN:          ¿Peligro yo, señor?
REY:                                Búrlome agora.
OTÓN:          (Celos son de mi hermosa labradora.) Aparte

Vanse OTÓN y FINARDO
 
 
REY:              La vida humana, Sócrates decía,  
               cuando estaba en negocios ocupada,
               que era un arroyo en tempestad airada,
               que turbio y momentáneo discurría.
                  Y que la vida del que en paz vivía
               era como una fuente sosegada,                     
               que, sonora, apacible y adornada
               de varias flores, sin cesar corría.
                  ¡Oh vida de los hombres diferente,
               cuya felicidad estima el bueno,
               cuando la libertad del alma siente!               
                  Negocios a la vista son veneno.
               ¡Dichoso aquél que vive como fuente,
               manso, tranquilo, y de turbarse ajeno!

Vase. Salen JUAN Labrador y FELICIANO
 
 
JUAN:             Hijo, en haberte casado
               con mi Costanza, aunque hermosa,                  
               más por ser tan virtüosa,
               borré del alma un cuidado.
                  La fiestas hice a tus bodas,
               que algún príncipe envidió,
               porque para serlo yo,                             
               me sobran las cosas todas,
                  si me falta la nobleza;
               que ésta, ansí tenga salud,
               que la he puesto en la virtud
               harto más que en la riqueza.               
                  ¡Gracias al cielo por todo!
               Yo quisiera descansar,
               si verdad te digo, y dar
               a mis cuidados un modo;
                  de los cuales la mitad                         
               es ver sin dueño a tu hermana,
               y pasando la mañana
               de su más florida edad.
                  Así, piensa--y Dios te guarde--
               un marido, si tú quieres.                  
               Mira que ya las mujeres
               no quieren casarse tarde,
                  Antiguamente, me acuerdo,
               cuando mi abuelo vivía,
               que el tiempo que allí corría       
               era más prudente y cuerdo.
                  Casábase en nuestra aldea
               un hombre de treinta y siete
               años, edad que promete
               que sabio y prudente sea.                         
                  La mujer, no sin tener
               treinta bien hechos; mas ya
               de veinte el hombre lo está,
               y de doce la mujer.
                  Y está muy en la razón;          
               que nuestra naturaleza
               ha venido a tal flaqueza.
FELICIANO:     (Cansados los viejos son.         Aparte
                  Luego nos dan con su edad.
               Cuanto ha pasado es mejor.)                       
JUAN:          Elige algún labrador
               a quien tengas voluntad,
                  y casemos a Lisarda;
               que siempre mal ha sufrido
               de sus padres el olvido                           
               mujer hermosa y gallarda.
FELICIANO:        Yo, señor, tan altos veo
               sus pensamientos y galas,
               que no me atrevo a las alas
               de su atrevido deseo.                             
                  No hallo en esta comarca
               digno labrador de ser
               marido de esta mujer,
               ni en cuanto la sierra abarca.
                  Uno está haciendo carbón,        
               otro guarda su ganado,
               otro con el corvo arado
               rompe al barbecho el terrón.
                  Aquél es rudo y grosero,
               el otro rústico y vil.                     
               Para moza tan gentil
               mejor fuera un caballero.
                  Hacienda tienes, repara
               en que Lisarda...
JUAN:                              Detente.
               Si no quieres que me cuente                       
               por muerto, la lengua para.
                  ¿Yo, señor?  ¿Yo caballero?
               ¿Yo ilustre yerno?
FELICIANO:                         ¿Pues no?   
               ¿Para qué el cielo te dio
               tal cantidad de dinero?                           
                  Carece de entendimiento
               --perdóname, padre, ahora--
               quien en algo no mejora
               su primero nacimiento.
                  Mas vesla, señor, ahí;           
               ella te dirá su gusto.
JUAN:          Mejor dirás mi disgusto,
               si tiene el que miro en ti.

Salen LISARDA, BRUNO y FILETO
 
 
LISARDA:          Digo que le pediré
               que os honre en esto a los dos.                   
BRUNO:         Pidiéndolo tú, por Dios,
               que no lo niegue.
LISARDA:                           No sé.
JUAN:             Lisarda...
LISARDA:                    Padre y señor,
               basta, que aquestos pastores
               quieren las fiestas mayores                       
               cuanto es la ocasión mayor.
JUAN:             ¿Cómo ansí?
LISARDA:                      Porque han sabido
               que tienes un nieto ya.
JUAN:          ¿Búrlaste?
LISARDA:                    Cierto será,
               si Constanza no ha mentido.                       
JUAN:             ¿Qué es lo que dice Costanza?
LISARDA:       Que está preñada a la ve.
JUAN:          Si fuere cierto, daré
               albricias de la esperanza;
                  mas para fiestas, bien pueden                  
               hacerlas al pensamiento
               que me da tu casamiento,
               si los tuyos me conceden
                  que pueda yo disponer
               de tu esquiva condición.

Sale MARÍN
 
 
MARÍN:         De parte del rey, Otón
               te vuelve otra vez a ver.
JUAN:             ¿Otón otra vez?
FELICIANO:                         ¿Qué quiere
               otra vez el rey de ti?
LISARDA:       Confusa estoy.
JUAN:                         Yo sin mí;                  
               mas venga lo que viniere.

Sale OTÓN
 
 
OTÓN:             ¿Quién duda que os espante mi venida
               y otra carta del rey?
JUAN:                                 Tantos favores
               no me pueden dejar de dar espanto.
               Léela, Feliciano, por tu vida.             
OTÓN:          Seáis, Lisarda, bien hallada.
LISARDA:                                     El cielo
               traiga con bien a vuestra señoría.
BRUNO:         ¡Hola, Fileto!  El rey se ha regostado
               a los escudos de nuestro amo.
FILETO:                                      Pienso
               que quiere empobrecerle de malicia.               
FELICIANO:     La carta dice ansí.
BRUNO:                             Y eso, ¿es justicia?

Lee
 
 
FELICIANO:        "Hoy me he acordado que el alcaide de París
               me dijo que, si fuese necesario, me serviríades
               con vuestros hijos; ahora son a mi servicio y
               gusto.  Ansí os mando que luego al punto me los
               enviéis con Otón.  Dios os guarde, pariente.
               Yo el rey."
 
JUAN:             ¿Mis hijos pide?
OTÓN:                              Vuestros hijos pide.
JUAN:          ¿Para la corte?
OTÓN:                           Sí, para la corte.
JUAN:          ¿Quién es aqueste alcaide que a mi casa
               vino por mi desdicha aquella noche,               
               que de mí tantas cosas le ha contado?
FELICIANO:     Padre, no os aflijáis.
JUAN:                                  Lo que es dinero
               no pudiera afligirme; mas, ¡los hijos!
LISARDA:       El rey tiene este gusto, el valor tuyo
               no es bien que pierda aquí de lo que vale. 
JUAN:          ¡Eso sí!  Yo aseguro que vosotros
               no tengáis tal placer ni mejor día.
               Cumplido se han aquí vuestros deseos.
               Sólo un rey me pudiera mandar esto,
               y sola mi desdicha darle causa.                   
               Ya declina conmigo la Fortuna,
               porque ninguno puede ser llamado
               hasta que muere, bienaventurado.
               Al rey obedezcamos; que por dicha
               ésta mi condición me pone miedo,    
               pues no puedo esperar de tan gran príncipe
               menos que su real nombre promete.
OTÓN:          Estad seguro, Juan, que por bien suyo,
               y en agradecimiento del dinero
               los envía a llamar.
JUAN:                              Pensarlo quiero.              
               Partid, señor, con ellos en buen hora;
               que a la iglesia me voy.

Vase
 
 
OTÓN:                                   ¡Qué sentimiento!
FELICIANO:     No os admiréis; que es padre.
LISARDA;                                     Más le tiene
               por vernos en la corte, que por miedo.
OTÓN:          No nos vamos sin verle.
FELICIANO:                              Por la iglesia,          
               si os parece, pasemos.
LISARDA:                             Y es muy justo;
               que viéndonos tendrá menos disgusto.
FILETO:        Vámonos luego; que también yo quiero
               ir a ser cortesano con Lisarda.
BRUNO:         Yo pienso acompañarte.
FILETO:                               Por lo menos,              
               no estaremos a ver al viejo padre
               llorando la desdicha que imagina.
BRUNO:         Mas dime, ¿sabrás tú ser cortesano?
FILETO:        Pues, ¿hay cosa más fácil?
BRUNO:                                    ¿De qué suerte?           
FILETO:        No sé si acierto, lo que pienso advierte:  
               cumplimientos extraños, ceremonias,
               reverencias, los cuerpos espetados,
               mucha parola, mormurar, donaires,
               risa falsa, no hacer por nadie nada,
               notable prometer, verdad ninguna,                 
               negar la edad y el beneficio hecho,
               deber... y otras cosas más sutiles,
               que te diré después por el camino.
BRUNO:         Notable cortesano te imagino.

Vanse. Salen el REY y el ALMIRANTE
 
 
REY:              De esta manera, sospecho                       
               que irá mi hermana mejor.
ALMIRANTE:     Beso tus manos, señor,
               por la merced que me has hecho.
REY:              Ya que me determiné
               a casarla, no podía                        
               darla mejor compañía.
ALMIRANTE:     Yo, señor, la llevaré
                  con mis parientes y amigos,
               y con todo mi cuidado.
REY:           No quise que mi cuñado,                    
               con guerras, con enemigos,
                  de su tierra se alejase.
ALMIRANTE:     Ha sido justo decreto
               de un príncipe tan perfeto.
REY:           Por esto, y por excusar                           
                  un gasto tan excesivo.
ALMIRANTE:     Por mil razones es bien.
REY:           Que llegue hasta el mar también
               gente de su guarda escribo
                  porque más seguros vais.                
ALMIRANTE:     Ya la infanta, mi señora,
               viene a verte.
REY:                          Y viene agora
               a saber que la lleváis.

Sale la INFANTA
 
 
INFANTA:          ¿En qué entiende vuestra alteza?
REY:           Hermana, en vuestra jornada.                      
INFANTA:       ¿Acércase?
REY:                       Ya es llegada.
               Pero no tengáis tristeza,
                  pues va mi primo con vos;
               y yo, cuando pueda, iré.
INFANTA:       ¿No queréis que triste esté?   
REY:           Imagino que los dos
                  nos veremos muchas veces.
INFANTA:       Luego que salga de aquí,
               os olvidaréis de mí.
REY:           Hago a los cielos jüeces,                    
                  y al amor que me debéis,
               que no es posible, señora,
               que faltéis del alma una hora     
               donde tal lugar tenéis.
                  Mirad que aunque soy hermano,                  
               soy vuestro galán también.
INFANTA:       No puedo responder bien,
               si no es besándoos la mano.

Sale FINARDO
 
 
FINARDO:          Otón, señor, ha llegado.
REY:           Venga norabuena Otón.

Salen OTÓN, LISARDA, FELICIANO, BELISA, BRUNO y FILETO
 
 
OTÓN:          Éstos los dos hijos son
               de aquel labrador honrado.
REY:              Ellos sean bien venidos.
FELICIANO:     Los pies, señor, te besamos,
               y a tu grandeza llegamos                          
               humildemente atrevidos.
LISARDA:          Déme vuestra alteza a mí,
               pues que indigna, los pies.
INFANTA:       Dios os guarde.  Hermosa es.
               Ya me acuerdo que la vi                           
                  una mañana en su aldea.
REY:           Hermana, hacedme placer
               de honrarla.
INFANTA:                   ¿Que puede hacer
               que vuestro servicio sea?
REY:              Dalde muy cerca de vos                         
               el lugar que vos queráis,
               segura que le empleáis
               en buena sangre, por Dios.
OTÓN:             (No en balde el rey ha trazado    Aparte
               que venga Lisarda aquí.                    
               Siempre sus celos temí,
               mis favores le han picado.
                  ¡Ah, cielo, cuán mejor fuera
               que en el camino a su hermano
               me declarara, y la mano                           
               de ser su esposo le diera!
                  Pero también era error
               sin la licencia del rey.
               Mas, ¿cuándo amor tuvo ley?
               Porque con ley no es amor.)                       
REY:              Hago alcaide de París
               a Feliciano.
FELICIANO:                    No sé
               cómo, señor, llegaré
               adonde vos me subís;
                  que las plumas de mis alas                     
               no me levantan del suelo.
REY:           Con la humildad de tu celo
               al mayor mérito igualas.
OTÓN:             (¡Cómo se le echa de ver
               al rey el fin de su intento!                      
               Claro está su pensamiento,
               él mismo le da a entender
                  por la lengua y por los ojos.)
REY:           Finardo...
FINARDO:                 ¿Señor?
REY:                               Advierte.
OTÓN:          (El traerla fue mi muerte.        Aparte
               Yo merezco mis enojos.)

[El REY habla] aparte a FINARDO
 
 
REY:              Ve, Finardo, a Miraflor,
               y con toda diligencia
               haz que venga a mi presencia
               su padre, Juan Labrador;                          
                  y no te vengas sin él,
               aunque le fuerces.
FINARDO:                           Yo voy.
REY:           Mira que aguardando estoy,
               porque he de tratar con él
                  ciertas cosas de importancia.

Vase FINARDO
 
 
OTÓN:          (El rey ha hablado en secreto
               con Finardo; no es efeto
               de los gobiernos de Francia.
                  Él es ido y con gran prisa;
               ¿quién duda que a prevenir            
               mi desdicha, que a salir
               con tanta fuerza me avisa?)
REY:              Vamos, hermana, y haremos
               que muden traje los dos.

Vanse el REY, la INFANTA y el ALMIRANTE, LISARDA, FELICIANO y BELISA
 
 
OTÓN:          (Un ciego verá, por Dios,                  
               del rey los locos extremos.
                  ¡Oh traidor, oh falso amigo!
               ¡Oh Finardo, que me vendes,
               pues cuando mi mal entiendes
               eres fingido conmigo!)                            
                  Buenos hombres, ¿sois los dos
               crïados de Feliciano?
BRUNO:         Háblale tú, cortesano.
FILETO:        ¿Diréla merced, o vos?
BRUNO:            Señoría, mentecato.              
FILETO:        Señor, de la aldea venimos
               donde a su padre servimos,
               ya en su casa, ya en el hato.
                  Bruno se llama este mozo,
               y yo Fileto me llamo.                             
OTÓN:          Mucho por el dueño os amo,
               mucho de veros me gozo.
                  Pienso que podréis hablar
               con libertad a Lisarda;
               que ni crïado ni guarda                      
               os ha de impedir entrar.
                  Hacedme, amigos, placer
               de decirle cómo a Otón
               le mata la sinrazón
               que el rey le pretende hacer;                     
                  y decilde que le pido
               mire que es injusta ley
               por dudoso galán rey,
               dejar seguro marido.

Vase
 
 
BRUNO:            ¿Que te parece?
FILETO:                           ¡Mal año           
               para quien quedase acá.
BRUNO:         ¡Pardiez, que Lisarda está
               metida en famoso engaño!
FILETO:           Luego que vine a este mundo
               de la corte, eché de ver                   
               Bruno, que había de ser
               alcahuete o vagamundo.
                  ¿Has vido lo que este necio
               manda decir a Lisarda?

Sale FELICIANO, muy galán
 
 
FELICIANO:     No medra quien se acobarda,                       
               ni tiene el ánimo precio.
                  ¡Dichoso el que alcanza a ver
               del sol del rey sólo un rayo!
BRUNO:         Cata a muesamo hecho un mayo.
FILETO:        Luego, ¿es él?
BRUNO:                        ¿Quién puede ser?      
FILETO:           ¡Esto tan presto se medra!
               A fe que estás gentil hombre.
FELICIANO:     Como sin el sol el hombre
               no es hombre, es estatua, es piedra,
                  ansí aquel que nunca vio                
               la cara al rey.  Tomad esto

Dales dinero
 
 
               y los dos os vestid presto
               ansí a la traza que yo,
                  aunque no tan ricamente,
               para que aquí me sirváis;           
               porque en aquéste que andáis,
               no es hábito conveniente.
BRUNO:            Pues, ¿de qué te serviremos?
FELICIANO:     De lacayos, que tenéis
               buenos cuerpos, y otros seis                      
               para pajes buscaremos;
                  que pajes he de tener
               para alcaide de París.
               Ea, ¿cómo no partís?
FILETO:        Con temor de no saber                             
                  si sabremos el oficio.
FELICIANO:     Pues, ¿tiene dificultad
               ir delante, en la ciudad,
               del caballo?
BRUNO:                      ¡Hermoso vicio!
FELICIANO:        Pasad delante de mí.                    
FILETO:        ¿Los dos?  Pues ponte detrás.
FELICIANO:     Id caminando.
BRUNO:                        ¿No es más?
FELICIANO:     No es más.
BRUNO:                   Pues ya lo aprendí.
FILETO:           Agora acabo de ver
               que hay acá más de un oficio,       
               que es vicioso su ejercicio,
               y viste y come a placer.
                  Si no hubieran los señores,
               los clérigos y soldados
               menester tantos crïados,                     
               hubiera más labradores.
                  Vase un cochero sentado,
               que todo lo goza y ve;
               ¡mal año, si fuera a pie
               con la reja de un arado!

Sale LISARDA, muy gallarda
  
 
LISARDA:          A tomar tu parece
               del nuevo traje he venido.
FELICIANO:     Nunca mejor le has tenido
               porque tienes nuevo ser.
                  Dame esos brazos, Lisarda,                     
               porque has doblado mi amor
               con verte en el justo honor
               de tu condición gallarda.
LISARDA:          Mas, ¿si me padre me viera?
FELICIANO:     Pienso que perdiera el seso.                      
FILETO:        Parabién del buen suceso,
               ama y señora, te diera,
                  a saber la cortesía
               con que te habemos de hablar.
LISARDA:       Éstos, ¿han de ir al lugar?           
FELICIANO:     No tan presto, hermana mía,
                  porque en mi servicio quedan.
               Y quédate a Dios; que voy
               a vestirlos, porque hoy
               por París honrarme puedan.

Vase
 
 
LISARDA:          Dios te guarde.
BRUNO:                             Oficio honrado,
               pardiez, hemos de tener.
FILETO:        Que ya no queremos ver
               el azadón ni el arado.

Vanse los criados
 
 
LISARDA:          De grado en grado amor me va subiendo,         
               que también el amor tiene su escala,
               donde ya mi bajeza a Otón iguala,
               cuya grandeza conquistar pretendo.
                  Fortuna, a tus piedades me encomiendo.
               Ya llevo en la derecha mano el ala                
               con que he llegado a ver del sol la sala
               por la región del aire discurriendo.
                  No me permitas humillar al suelo
               si a tu cielo tu mano me llevare.
               Hazme cristal al sol, no débil hielo.      
                  Agora es bien que tu piedad me ampare;
               que no es dicha volar hasta tu cielo,
               sin clavo firme que tu rueda pare.

Sale el REY
 
 
REY:              Hermosa, Lisarda, estás
               con ese nuevo vestido.                            
LISARDA:       Señor, como nube he sido
               donde con tus rayos das;
                  que como el sol las colora,
               cuando alguna se avecina,
               ansí con tu luz divina                     
               mi nube se doma y dora.
REY:              Todos me debéis amor
               desde una noche que os vi.
LISARDA:       Aunque en disfraz, conocí
               vuestro supremo valor.                            
REY:              Quiero a vuestro padre mucho.

Sale OTÓN, sin ser visto
 
 
OTÓN:          (Ya, ¿qué me queda por ver?)        Aparte
REY:           Y a vos os pienso querer.
OTÓN:          (¡Con qué sufrimiento escucho!     Aparte
                  Pero la desigualdad                            
               no me promete más furia,
               y sólo Lisarda injuria
               la fe de mi voluntad;
                  que el rey, ¿por qué obligación
               no ha de procurar su gusto?)                      
REY:           De hacerle mercedes gusto,
               ansí por la discreción
                  como por el valor grande
               que en su pecho he conocido.
LISARDA:       Pues sus hijos le ha ofrecido,                    
               ¿qué puede haber que le mande
                  vuestra alteza que no haga?
OTÓN:          (¿Qué invención podré fingir        Aparte
               con que les pueda impedir
               y que al rey le satisfaga?)

Saliendo
 
 
                  Señor, mire vuestra alteza
               que es hora ya de comer.
REY:           Sí, Otón, sí debe de ser.
               Pero juega de otra pieza,
                  que con ésa perderás.            
OTÓN:          ¿No es ya que comas razón?
REY:           Estáte quedito, Otón.
               Ten paciencia y ganarás.
OTÓN:             ¿De qué la debo tener?
               ¿No te sirvo en lo que puedo?                
REY:           Nunca al poder tengas miedo
               cuando es discreto el poder.
OTÓN:             Come, señor, por tu vida.
REY:           Aguardo un huésped, Otón.
OTÓN:          ¿Tú?  ¿Huésped?
REY:                           Y de un rincón;            
               que éste nunca se me olvida.
OTÓN:             Parece que ya de mí
               no fías lo que solías.
REY:           Menos tú de mí confías,
               pues que te guardas ansí.                  
OTÓN:             Señor, no entiendo el estilo
               con que hoy me tratas.
REY:                                  No importa.
               Mucho Amor, con celos corta.
               Embótale un poco el filo.

Vase LISARDA. Salen FINARDO y luego JUAN Labrador
 
 
FINARDO:          Ya está Juan Labrador en tu palacio.    
REY:           Sea Juan Labrador muy bien venido.
JUAN:          Para servirte aún me parece espacio,
               invicto rey, la prisa que he traído.

Vase OTÓN
 
 
REY:           Mucho de tus intentos me desgracio,
               aunque estoy a tu estilo agradecido.              
               ¿Por qué no quieres verme?  ¿Soy yo fiera?
JUAN:          Porque morir en mi rincón quisiera.
REY:              ¿Tú no sabes lo que es antipatía?
               ¿Por qué secreta estrella me aborreces?
JUAN:          ¿Aborrecerte yo?  ¿Cómo podría,                                                   
               que ser amado, príncipe, mereces?
               Colmando el cielo en la aldehuela mía
               de sus bienes mi casa tantas veces,
               me pareció que solamente el verte
               pudiera ser la causa de mi muerte.                
                  No me engañé, pues en tu rostro veo
               que eres tú aquél que ya cenó conmigo,
               y desde entonces tanto mal poseo
               que parece del cielo este castigo
               por sólo verte--lo que apenas creo--       
               dejando mi rincón tus salas sigo,
               llenas de tus pinturas y brocados
               y de la multitud de tus crïados.
                  Acá tengo mis hijos, que no siento
               tanto como el hallarme yo en persona              
               en medio de tan áspero tormento;
               y si te enojo, gran señor, perdona.
REY:           ¡Hola!  Dad a mi huésped un asiento,
               que haber nacido rústico le abona;
               Juan, asentaos.
JUAN:                          Señor, ¿que yo me asiente?                                                         
REY:           Sentaos, pues quiero yo; sentaos, pariente.
JUAN:             Siéntese vuestra alteza.
REY:                                     Sois un necio.
               ¿No veis que me mandáis vos en mi casa?
JUAN:          Si en la mía yo os hice ese desprecio,
               no os conocí.
FINARDO:                  (¿Que es esto que aquí pasa?) Aparte
REY:           Mucho de que a mi lado estéis me precio.
JUAN:          A mí, señor, con su calor me abrasa
               el rostro la vergüenza.
REY:                                  Mucho os quiero.
               De hoy más habéis de ser mi compañero.
JUAN:             Señor, si allá os hubiera conocido,                                                        
               cenárades mejor.
REY:                          Yo me fui a veros,
               pues nunca a verme vos habéis venido. 
JUAN:          Fui villano en rincón, no en ofenderos.
REY:           Del empréstito estoy agradecido.
JUAN:          Señor, yo no he emprestado esos dineros.   
               Lo que era vuestro dije que os volvía,
               porque de vos prestado lo tenía,
                  y ansí réditos fueron el presente.
REY:           ¿Qué cordero fue aquél y qué cuchillo?
JUAN:          Deciros que a su rey está obediente        
               de aquella suerte el labrador sencillo.
               Cortar podéis cuando queráis.
REY:                                         Pariente,
               muy filósofo sois.
JUAN:                              No sé decillo;
               pero sentillo sé.
REY:                              Vos me pintasteis
               de lo que sois señor, y me admirasteis.    
 
                  Oíd lo que soy yo.  Yo soy agora
               desde Arlés a Calés señor de Francia,
               y desde la Rochela hasta Bayona,
               la Bretaña, Gascuña y Normandía,
               Lenguadoc, la Provenza, el Delfinado              
               hasta que toca en la Saboya el Ródano,
               está debajo de mi justo imperio;
               entre la Sona y Marne la Borgoña,
               y, a la parte de Flandes, Picardía.
               Tengo castillos, naves, oro, plata,               
               diamantes, perlas, recreaciones, cazas,
               jardines y otras cosas que se extienden
               al mar occidental desde Germanía.
               Y siendo ansí, que solos mis consejos
               tienen más gente que tenéis pastores                                                         
               y más vasallos en el burgo solo
               que vos tenéis cabezas de ganados.
               No tuve condición esquiva en veros
               y a visitaros fui y a conoceros.
 
JUAN:             Señor, mi error conozco, digno he sido  
               de la muerte. Quitad a aquel cordero
               el cuchillo del cuello, al mío os pido
               que trasladéis el merecido acero.
REY:           No soy Diomedes.  Yo nunca convido
               para matar; que regalaros quiero.                 
               ¡Hola!  Venga la mesa.

Vase FINARDO
 
 
JUAN:                             (El fin sospecho      Aparte
               que ha de venir a ser pasarme el pecho.)

Criados sacan la mesa con todo recado
 
 
REY:              A mi hermana llamad, música venga;
               que bien puede tenella mientras come
               un rey en su rincón.  El huésped tenga                                                            
               este lugar.  La cabecera tome.
JUAN:          No es justo que ese puesto me convenga;
               que no habrá sol que mi ignorancia dome.
REY:           La cabecera es justo que posea,
               Juan Labrador, por ruin que el huésped sea.

Salen FELICIANO, LISARDA, FILETO y BRUNO, de lacayos graciosos
 
 
FELICIANO:        ¿Mi padre con el rey está comiendo?
BRUNO:         Ansí lo dicen.
FILETO:                       ¿No le ves sentado?
FELICIANO:     Lisarda, ¿qué es aquesto?
LISARDA:                                Estoy temiendo
               que el fin de nuestras vidas sea llegado.

Salen la INFANTA y el ALMIRANTE, y MÚSICOS
 
 
INFANTA:       Si tal huésped estáis favoreciendo, 
               ¿por qué primero no me habéis llamado?
REY:           Vednos, Ana, comer, por vida mía.
JUAN:          Beber, señor, si vos mandáis, querría.

Cantan [los MÚSICOS]
 
 
MÚSICOS:          "Cuán bienaventurado
               un hombre puede ser entre la gente,               
               no puede ser contado
               hasta que tenga fin gloriosamente;
               que hasta la noche oscura
               es día, y vida hasta la muerte dura."

Salen tres enmascarados con sayos, trayendo en platos, que ponen sobre la mesa, el uno un cetro, el otro una espada y el último un espejo
 
 
JUAN:             ¿Qué es esto, invicto señor?                                                    
REY:           Son tres platos que me han puesto,
               de que tú podrás comer.
JUAN:          Antes ya comer no puedo.
REY:           No temas, Juan Labrador;
               que nunca temen los buenos.

Vanse los enmascarados
 
 
               Este primero que ves
               tiene el cetro de mi reino;
               ésta es la insignia que dan
               al rey, para que a su imperio
               esté sujeto el vasallo.                    
JUAN:          Siempre yo estuve sujeto.
REY:           Este espejo es el segundo,
               porque es el rey el espejo
               en que el reino se compone
               para salir bien compuesto.                        
               Vasallo que no se mira
               en el rey, esté muy cierto
               que sin concierto ha vivido,
               y que vive descompuesto.
               Mira al rey, Juan Labrador,                       
               que no hay rincón tan pequeño
               adonde no alcance el sol.
               Rey es el sol.
JUAN:                         Al sol tiemblo.
REY:           No temas; que a este convite
               no he de colgar del cabello                       
               como el tirano en Sicilia
               el riguroso instrumento;
               que esta espada viene aquí
               por la justicia que puedo
               ejecutar en los malos,                            
               pero no para tu cuello.

Cantan
 
 
MÚSICOS:          "Como se alegra el suelo
               cuando sale de rayos matizado
               el sol en rojo velo
               así, viendo a su rey, está obligado 
               el vasallo obediente,
               adorando los rayos de su frente."

[Hablan FILETO y BRUNO] aparte
 
 
FILETO:        Tamañito, Bruno, estoy.            
BRUNO:         Yo pienso que ya no tengo
               tripas, que se me han bajado                      
               hasta las plantas, Fileto.    
FILETO:        El diablo nos trujo acá.
               Las máscaras vuelven.

Vuelven los tres enmascarados con otro tres platos
 
 
BRUNO:                               Creo
               que nos han de abrir a azotes.
FILETO:        Más temo, Bruno, el pescuezo.              
REY:           Mira esos platos que traen.
JUAN:          A descubrir no me atrevo
               mi muerte.
REY:                     Pues oye, Juan.
               Este papel del primero
               es un título que doy                       
               con cuanta grandeza puedo,
               de caballero a tu hijo.
               Goce de este privilegio.
               El segundo es para el dote
               de tu hija, en que te vuelvo                      
               sobre los cien mil ducados,
               en diez villas otros ciento.
               Y porque ver no has querido
               en sesenta años de tiempo
               a tu rey, para ti trae                            
               una cédula el tercero
               de mayordomo del rey;
               que me has de ver, por lo menos,
               lo que tuvieres de vida.
JUAN:          Los pies y manos te beso.                         
REY:           Quitad la mesa, y mi hermana
               diga a cuál vasallo nuestro
               le quiere dar a Lisarda.
INFANTA:       Eso, señor, digan ellos,
               pues el dote y la hermosura                       
               y tu gracia es tanto premio.
OTÓN:          Antes que ninguno hable,
               a ser su esposo me ofrezco.
REY:           Otón, juráralo yo
               desde los pasados celos.                          
               Ana, primero que os vais,
               de este alegre casamiento
               seremos los dos padrinos.
INFANTA:       Lo que a mí me toca acepto.
               Daos las manos.
REY:                          Feliciano,                         
               ¿no está casado?
INFANTA:                          Yo quiero
               honrar mucho a su mujer.
REY:           Aquí, senado discreto,
               el villano en su rincón
               acaba por gusto vuestro,                          
               besándoos los pies Belardo
               por la merced del silencio.

 

FIN DEL ACTO TERCERO

FIN DE LA COMEDIA



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