Muchos ruidos me enojan; pero el ladrar de un perro es el que yo más odio, pues me desgarra el tímpano. Pero hay uno al que oigo ladrar con gran fruición, y es el de mi vecino, pues una vez ladróle a mi amada, y por poco nos descubre el indino. Ahora cuando ladrar lo oigo, pienso: “¡Ella viene!” O con nostalgia evoco aquella vez que vino.