Cuadra al hombre energia y el aire desenvuelto, mas guardar el sigilo todavia más le cumple. ¡Oh príncipe Silencio! Tú conquistas ciudades, tú siempre por la vida me llevaste sin riesgo; ahora en cambio… ese tuno de Amor la lengua suelta de mi Musa y la mía, tanto tiempo coartada. ¡Ahora ya no veo medio de escapar al sonrojo! Que Midas no logró cubrir con la corona ni con el gorro frigio sus asnales orejas; vióselas su criado, y tal su pecho graba el secreto, que trata de enterrarlo en la tierra; mal sabe guardar esta secretos de tal monta, y así en seguida brotan mil susurrantes cañas que publican: “¡De asno tiene Midas orejas!” Bueno; pues más me cuesta a mí guardar mi dulce secreto, que mis labios del corazón rebosan. De amiga alguna puedo fiar, me reñiría; ni de amigos tampoco, que correría peligro. Y no soy harto joven ni tan solo me encuentro que pueda confiarle mi secreto a las rocas. A vosotros lo fío, hexámetro y pentámetro; decid, pues, cuánto gozo me aportan día y noche. De tantos halagada, evita ella las redes que abiertamente el fatuo y en secreto el ladino le tienden; hábilmente los burla, y el camino sigue donde el más fiel amador siempre aguarda. ¡Núblate, oh luna’ ¡Viene! ¡Que no la vea el vecino! ¡Alborota la fronda, viento! ¡No oiga su paso! Y vosotras, el vuelo alzad, caras canciones, en este suave soplo del amoroso céfiro, y a los quirites altos, cual las gárrulas cañas, revelad finalmente nuestro dulce secreto.
|