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 I 
Dormía el mundo la siesta de los siglos 
y el continuo sueño de ignorancia, 
jamás el hombre contempló vestiglos 
ni rindió por tributo su ignorancia; 
dormía entonces el mundo 
sin luz del pensamiento, 
sin altares, ni ciencia, ni poesía, 
y el hombre vagabundo 
no alentaba más fe ni sentimiento 
que vivir con el hombre que moría; 
la tierra era su hogar, su techo el cielo, 
ora estuviera en tempestad o en calma, 
y por sola ambición era su anhelo 
reposar a la sombra de la palma; 
en el fondo del bosque disputaba 
su presa palpitante 
a la iracunda fiera, 
a rendir la altivez de su fiereza 
y sintiendo tan solo que luchaba. 
iba adusto, salvaje, sin temores 
y sin sentirse pensador siquiera 
en la ardiente embriaguez de sus amores 
al abrigo de espléndida maleza; 
Amor era su Hoy… Amor podía 
y amando al fin sintió que se movía 
encendiendo su ardiente fantasía 
algo en su mente y al buscarle nombre 
«pensó» al fin que pensaba… 
Balbuciente sus labios entreabría 
y la «idea» en sus ojos centelleaba… 
Nunca más dulce sonrió la amante, 
jamás el pecho suspiró tan blando, 
como en aquel instante 
de lucha y embeleso, 
de indefinible y plácida agonía, 
en que la púdica efusión de un beso 
toda la gloria humana se encerraba 
en el placer que la mujer sentía 
y el hombre pensador idealizaba… 
La madre al fruto de su amor salvaje 
de las hambrientas fieras 
oculta en la espesura del ramaje… 
Del padre inquieto la pupila baña 
una lágrima, y corre en pos de asilo; 
piensa en el valle, deja la montaña, 
y después de la gruta, en la cabaña 
llega por fin a reposar tranquilo. 
Las chozas aparecen y a millares 
en los llanos y bosques y laderas, 
se extienden por el mundo los hogares, 
se convierten en templos las praderas, 
las rocas en altares 
donde se rinde al luminar el día 
en los más horrorosos sacrificios 
suprema idolatría 
y variando  el temor los sacrificios 
el hombre instituyó la Teología 
las artes y las ciencias que nacían 
el crimen y la guerra, 
en el mar, en el cielo y en la tierra 
homenaje a los dioses ofrecían 
nave ligera que el timón sujeta 
ora lanzando sobre la ola inquieta 
ora fundiendo el arado que asegura 
del viento a la ventura 
el grano en la fecunda sementera; 
o bien labrando el carro y la guadaña, 
el arco y la saeta silbadora 
que empaparan de sange la campiña, 
y troncharan la mano labradora… 
II 
Siglos heroicos de exterminio y luto, 
de horrores y quebranto, 
en la historia el orgullo os dio tributo 
y una lira inmortal os dio su canto. 
Ante la Diosa Libertad ufana 
se eclipsaron las glorias del verdugo… 
¡Siglos, pasad… la nota de quintana 
vibra en «alma-verdad» de Víctor Hugo!… 
No del guerrero la sangrienta historia 
ni del incierto goce de la orgía 
pronuncie el labio la falta de memoria 
¿Qué del estrago y del festín nos queda? 
¡Nada son las estrofas de Tirteo 
ni las gotas pagadas de Espronceda 
donde reina Lucrecio y Galileo! 
¡Franklin del pensamiento, 
inmortal Gutemberg!, mientras la imprenta 
prosiga infatigable su tarea, 
será tu culto cuanto el hombre inventa 
y la luz de tu altar será tu idea. 
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