Mitrídates, glorioso y potente, señor de grandes ciudades, poseedor de ejércitos poderosos y de flotas, mientras iba a Sinope pasó por un camino de campo muy apartado donde tenía su morada un adivino. Envió Mitrídates un oficial a preguntar al augur cuánta riqueza aún poseería en el futuro, cuánto poder más. Envió un oficial suyo, y después continuó su camino hacia Sinope. Se retiró el adivino a un cuarto secreto. Después de más o menos media hora salió preocupado, y dijo al oficial: “No pude distinguir en forma satisfactoria. El día no es apropiado hoy. Vi cosas oscuras. No comprendí bien. Pero que se contente, pienso, el rey con cuanto tiene. Algo más le traería peligros. Acuérdate de decirle esto, oficial: ¡con lo que posee, por Dios, que se contente! La fortuna tiene cambios repentinos. Dile al rey Mitrídates: “muy raramente se encuentra el compañero noble, de su antepasado que escribe con su lanza sobre el suelo oportunamente la frase salvadora Mitrídates huye”.