No es verdad, niña hechicera,
Que en tu edad de dulce calma,
Atormenta ya tu alma
Desconocida inquietud;
Por qué sin cesar escuchas
Que perderás la alegría,
Cuando tu niñez un día,
De paso a tu juventud?
No te dicen de continuo
Que sólo en los tiernos años,
No hay que llorar desengaños,
Ni nos aflige el dolor;
Y mil pesares te auguran
En tu bella adolescencia,
Marchitando tu inocencia,
Que es hoy tu más bella flor?
Te engañan pobre alma mía!
Dios, que desde el alto cielo
Cubrió de galas el suelo,
Y el sol permitió brillar,
Y otorgó a la flor perfume,
Y a la luna su luz suave,
Y mágico acento al ave,
E inmensa grandeza al mar;
Al formar la criatura
Le dio un corazón dichoso,
Y su perpetuo reposo,
Conservar lo permitió:
Sólo, niña, aquel que deja
De la virtud el camino,
Trueca su feliz destino,
Pierde el bien que a Dios debió!
Mira esa cándida joven,
Junto a su madre velando,
Su santa misión llenando
Cual el ángel del deber;
Para su madre sonríe,
Para ella dicha procura,
Y esto, celeste ventura
Derrama en todo su ser.
Observa a ese noble anciano,
Cuyas tranquilas miradas,
De sus acciones pasadas,
Te revelan la bondad;
Y al ver que todos le admiran,
Le respetan, di con ellos:
«Bajo esos blancos cabellos
Reina la felicidad.»
Mira en fin, aquella dama
Que olvidando su hermosura,
Pasa una existencia oscura,
Sin pesares ni dolor;
Sonríe a su hija en los brazos,
Al tierno infante en la cuna,
Y no ansía otra fortuna
que los lazos de su amor.
Comprenda desde hoy tu alma
Que el ETERNO, en sus bondades,
La dicha a todas edades
Nos concedió disfrutar.
Sigue tú del bien la senda,
Y él te la dará fecundo…
Verás no es tan malo el mundo,
Cual te lo quieren pintar!
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