En estos meses en que yo me acerco
hasta casi tocar toda su edad,
pienso cuánto me hubiera gustado
ayer
o hace unas tardes
conversar con Ud. sobre nuestros asuntos,
sobre los raros libros
que encontró en sus andanzas:
Picón Salas hablaba
de su memoria oceánica, que sabía guardar
todos los pormenores,
de capítulo a página,
como hacen los amantes al relatar su historia
desdichada o feliz:
Ud., el enamorado de los libros,
el amigo, el protegido por ellos.
Vuelvo a un día invernal en su biblioteca,
en la que Ud. negaba con fervor y con fe
la existencia del calor y del frío,
y ahora entiendo que Ud. vivía en ella
realmente
su tierra prometida:
Alfonso Calderón y Óscar Hahn son testigos,
y no me dejarían mentir.
Pero su biblioteca desapareció
en el año de nuestra mala sombra,
y de esa lluvia ácida
no escapó ni el lugar en que Ud.la dejó.
Y nosotros, los encargados de conservarla
para quienes llegaran después,
nos dispersamos también como páginas arrancadas y rotas,
lo que fue igual a desaparecer.
Yo me sorprendo a veces repitiendo algún gesto,
alguna de sus frases:
-leído y anotado,
oigan esto:
y así leo y anoto,
y continúo oyendo sus historias,
viendo cómo levanta su torre de palabras
con fantasmas y todo,
y esas demoliciones instantáneas
de los que Ud. llamaba
«los hombres de la cáscara amarga».
Jorge Guzmán dijo una vez al salir de una clase
que Ud. podía arruinar la reputación de Pericles
si se proponía tal cosa,
y a Ud. le pareció una buena idea,
aunque algo exagerada, cuando se la contamos.
Nadie pensaba que Ud. se detendría,
con alguna brusquedad, al llegar a La Habana
en el verano del sesenta y cinco
(a Ud. no lo imaginábamos ni siquiera dormido),
pero eso ocurrió,
contrariando las leyes de su Itinerario de la inquietud.
Y recuerdo muy bien aquel día de enero
en que yo me sentí un poco huérfano,
y eso fue lo que dije
al despedirlo en nombre de sus viejos alumnos,
y lo que contradije en la línea siguiente
porque íbamos a recurrir a su memoria
para animarnos a vivir.
Lo hago aquí a mi manera
y ya sé que no va con su genio
porque me acerco a su edad
habiendo mirado el mundo mucho menos,
y escribiendo menos aún, y no lo que Ud. esperaba.
Todo es cuestión de tiempo, como se dice,
para encontrarlo a Ud., también como se dice,
a la vuelta de la esquina. Entonces
el discípulo y el maestro
seguirán dialogando:
yo igualaré su edad,
aunque no sus saberes de este mundo y del otro.
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