Su simpático rostro, un poco pálido; sus ojos castaños, como cansados; veinticinco años, aunque aparenta más bien veinte; con algo de artístico en su vestir -tal vez el color de la corbata, la forma del cuello- camina sin rumbo por la calle, como hipnotizado aún por el placer prohibido, por el tan ilícito placer que recién alcanzó.