Amo la iglesia – sus hexaptérigas, la plata de sus vasos sagrados, sus candelabros, las luces, su iconos, el púlpito. Cuando entro en la iglesia de los griegos: con la fragancia de su incienso, con las voces y músicas litúrgicas, la majestuosa presencia de los sacerdotes y el ritmo grave de cada uno de sus movimientos -resplandecientes en los ornamentos de las vestiduras- mi pensamiento va a los grandes honores de nuestra raza, a nuestra gloriosa Bizantinidad.