En medio de la noche oigo
la vigilia ritual de la naturaleza,
el fragor de los turnos vegetales.
Desde las nubes migratorias viene
fraguándose la costra del verano,
la rezumante oferta de la tierra.
Estoy solo en el tiempo.
(Mi porvenir no existe.)
Ornamentales aguas tejen
las cautelosas mallas de la noche.
Siento el furioso afán de haber vivido
sin saber que vivía y no me pertenecen
mis holocaustos vanos, ni las otras verdades,
ni la fugacidad de tantos sueños.
(Si pudiera volver cuanto yo soy
sólo al amor que fui, no a su impostura.)
De pronto hallo en mí mismo el instrumento
que irá remunerándome de todo lo perdido:
es la conflagración de la esperanza.
Oh pasajero vaticinio, arma ciega de nadie,
que en el nocturno estrago deposita
la imposible renuncia de los años.
(Alguien canta en lo oscuro y me parece
que es mi olvido quien canta, que algo existe
en esa voz que es mío y me desprecia.)
Como la lluvia en un espejo, inerte
ya la imagen del desertor que he sido,
la noche me circunda de acechanzas.
Mi memoria es la voz del campo junta
y otra vez la esperanza allí me tienta.
Bajo las ramas de voluble encanto,
miro mi soledad surgir de nuevo:
los signos favorables le dan vida.
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