Era tuya, quizás, antes de conocerte.
Mi vida, al tomar forma, a la tuya fue prometida;
tu nombre me lo dijo, al turbarme de imprevisto.
Tu alma, en él oculta, se reveló a la mía.
Un buen día lo oí y la voz perdí;
lo escuché largo tiempo, responder olvidé.
Y mi ser, con el tuyo, se fusionó al instante.
Creí que me nombraban por primera vez.
¿Sabías de ese prodigio? ¡Pues bien! Sin conocerte,
gracias a él intuí a mi amante y señor,
y lo reconocí en tus primeros acentos,
cuando mis melancólicos días iluminaste.
Palidecí al oírte, se entornaron mis ojos;
con una muda mirada nuestras almas se besaron;
en esa profunda mirada se reveló tu nombre,
y sin preguntarlo, me dije: ¡Ahí está!
Desde entonces se apoderó de mi asombrado oído;
a él se sometió, a él se encadenó,
expresaba por él mis más dulces afectos;
lo uní al mío para rubricar mis promesas.
Por doquier leía ese nombre lleno de encantos,
y lágrimas vertía:
de un mágico encanto siempre aureolado,
a mis ojos deslumbrados se ofrecía coronado.
Lo escribí… muy pronto no osé ya escribirlo.
Y mi tímido amor lo tornó sonrisa,
me buscaba de noche, acunaba mis sueños;
seguía oyéndolo cuando me despertaba:
vagaba en mi aliento y, cuando suspiro,
es él quien me acaricia, por quien mi corazón respira.
¡Nombre amado! ¡Admirable! ¡De mi destino oráculo!
¡Ay! ¡Cómo me gustas, cómo tu gracia me atrapa!
Me has anunciado la vida y, unido en la muerte
como un último beso, cerrarás tú mi boca.
Poésies, 1822
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