Es una mártir. Como duro golpe
con un tirón
el hacha atravesó su breve juventud,
y se puso el sutil anillo rojo
en su cuello como primer adorno
que ella con una extraña sonrisa recibió;
pero aún éste la lleva con vergüenza.
y su hermana menor, cuando ella duerme.
(que, infantil todavía, se adorna con la herida
de esa piedra que le oprime la frente)
debe echarle sus duros brazos en torno al cuello
y en sueños, a menudo, huye la otra: Más
fuerte, más fuerte. A veces se le ocurre a la niña
esconder esa frente con, la imagen
de la piedra en las pliegos del manto de la noche,
que, claro, en el aliento de su hermana se eleva,
lleno como una vela que vive de su viento.
Esa es la hora cuando son sagradas,
la muchacha callada y la pálida niña.
Y otra vez están como ante todo dolor,
duermen pobres y no tienen nada de gloria,
y sus almas son como blanca seda,
y con el misma anhelo las dos tiemblan
y sienten miedo de su heroicidad
Y tú puedes pensar: si de las camas
con la próxima luz se levantaran,
y con los mismos rostros soñadores,
entraran las callejas en los pueblos,
no quedaría nadie iras de ellas asombrado,
en las filas de casas ni una ventana habría
ruido, y por las mujeres no iría un cuchicheo,
y de los niños no gritaría ninguno.
Irían a través del silencio en camisa
(los pliegues lisos no dan resplandor)
tan raras, pero a nadie sorprendentes,
como para la fiesta, pero sin la guirnalda.
El libro de las imágenes (1902-1906)
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