Las campanas tañen melancólicamente reuniendo a los devotos a nuevas oraciones, a nuevas lobregueces, a espantosas angustias, a escuchar el horrible sonido del sermón. Sin duda la mente del hombre está encerrada en un oscuro hechizo, pues todos huyen del gozo junto al fuego, de los aires de Lidia, del elevado diálogo con los que en gloria reinan. Aún, aún tañen, y sentiría un frío y una humedad sepulcral si no fuera consciente de que están extinguiéndose como una vela consumida, de que son los gemidos que exhalan al perderse en el olvido.