Finales sorpresivos:
Instrucciones para escribir cuentos o novelas
[Cómo escribir cuentos o novelas]
Luis López Nieves
Un final sorpresivo es aquel que termina de modo inesperado. Mientras más inesperado el final, mayor es la sorpresa.
Algunas personas piensan que todos los cuentos deben tener un final sorpresivo. No es cierto. Hay muchísimos cuentos geniales que no tienen finales sorpresivos.
Las instrucciones para escribir un final sorpresivo son sencillas: que sorprenda. Pero no es tan simple. Muchas veces los escritores de poca experiencia cometen el error de crear un final sorpresivo… pero defectuoso. El lector lo lee, se sorprende, pero luego se siente defraudado o engañado. Esto puede ocurrir por varias razones.
La principal, tal vez, es que un final sorpresivo no puede salir de la nada. Hay que “preparar” al lector para un final sorpresivo. Si no ha habido absolutamente ninguna señal de ese posible final, el lector se siente engañado. Y nunca es bueno engañar al lector.
Por eso los buenos autores, cuando escriben un cuento con final sorpresivo, van soltando pistas casi invisibles durante la obra, de modo que no delaten el final. Pero, tras leer el final y sorprenderse, el lector recuerda algunas cosas que leyó antes y se dice “Ah, lo debí sospechar cuando hizo esto” o “Ah, por eso fue que dobló a la izquierda en vez de doblar a la derecha”. Etcétera.
Hay muchos cuentos importantes con finales sorpresivos. Uno de los más famosos es “El collar“, de Guy de Maupassant. Otros ejemplos son:
“El almohadón de plumas“, Horacio Quiroga
“El deán de Santiago“, Juan Manuel
“El golpe de gracia“, Ambrose Bierce
“La esperanza“, Villiers de L’Isle Adam
“La mujer“, Juan Bosch
“La pata de mono“, W.W. Jacobs
“La ventana abierta“, Saki
“Partir es morir un poco“, Jacques Sternberg
En el caso de estos cuentos con finales sorpresivos bien preparados, ocurren dos cosas.
Primero, al llegar al final no nos sentimos engañados como lectores. Al contrario: nos parece que esa sorpresa inesperada era el final lógico del cuento.
Segundo, cuando hacemos una segunda lectura del cuento confirmamos que el lector no se sacó el final de un sombrero, como un mago saca una paloma, sino que nos fue dejando pistas por el camino.
Otro error grave, frecuente entre principiantes que pretenden escribir finales sorpresivos, es utilizar el viejísimo truco de “todo era un sueño”. Este es un recurso no solo viejísimo, sino un megacliché muy gastado y desprestigiado.
La situación es la siguiente: estamos leyendo un cuento fascinante. Y ahora el protagonista está en un tremendo problema que parece irresoluble. Queremos ver de qué manera ingeniosa el autor resuelve la situación. Está, digamos, de espaldas a una pared, desarmado, con quince enemigos apuntándole con rifles. ¿Cómo se salvará? Pero de pronto el autor interrumpe la narración para anunciar que el protagonista despertó. ¡Oh, todo era un sueño!
Este es un recurso fácil, pésimo, que desprestigia al autor porque el lector se siente engañado… y, como he dicho, nunca es bueno engañar al lector.
En resumen: un cuento no necesita un final sorpresivo. Y los finales sorpresivos no deben estar traídos por los pelos; hay que prepararlos bien para que sean efectivos.
FIN