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Flapjack, los marcianos y yo

[Cuento - Texto completo.]

Fredric Brown

Quiere oír cómo Flapjack salvó al mundo de los marcianos, ¿eh? Muy bien, socio. Sucedió en las orillas del Mojave, justo al sur del Valle de la Muerte. Flapjack y yo estábamos…

-Flapjack -le dije perentoriamente-, ya no vales un comino desde que te has hecho rico. Te sientes demasiado orgulloso como para atravesar el desierto trabajando honestamente tu jornada, ¿no es así?

Flapjack no respondió. Me ignoró y miró con disgusto la arena, el polvo y los cactus que se extendían frente a él. No tenía que responder; su actitud demostraba con bastante claridad que deseaba regresar a Crucero, o quizá a Bishop.

-Algunas veces -proseguí, frunciendo el ceño- creo que no naciste para esto, Flapjack. ¡Oh!, claro que has pasado la mayor parte de tu vida en el desierto y las montañas, como yo mismo. Y quizá los conoces mejor que yo; tengo que admitir que fuiste tú quien tropezó con lo que resultó nuestro último golpe. Pero aun así, creo que no te gustan ni el desierto ni las montañas.

“Tengo razones para decir eso, Flapjack. Es por el modo en que has actuado desde que sacamos unos cuantos dólares con aquel golpe. Pero no adoptes ese aire ofendido, tú sabes muy bien cómo te comportas desde que tenemos dinero en el banco. ¿Qué haces tan pronto como llegamos a Bishop o a Needles? Sales disparado hacia la taberna más cercana, eso es lo que haces. Todo el pueblo tiene que enterarse de que tenemos dinero para gastar.”

Flapjack bostezó y pateó el polvo del terreno. No le importaba mi manera de hablarle, porque uno llega a desear escuchar alguna voz en el desierto, pero en realidad no prestaba ninguna atención a lo que yo le decía, mas eso no me detuvo, la había tomado con él.

-Y no te satisface gastarte el dinero en una sola taberna, no. En cuanto terminas un galón de cerveza en un salón, te encaminas al siguiente, todo el mundo habla de ti, Flapjack, pero eso te da lo mismo. De hecho, como te digo, te sientes tan orgulloso que no te importa lo que digan de ti.

“No tenemos tanto dinero como para retirarnos. Si nos quedamos a vivir en el pueblo, no tardaremos en estar en la más completa ruina. Sobre todo, si te pasas la vida en la taberna. Buenos, al menos no pagas rondas a todos.”

Flapjack rezongó.

-¡Oh!. ¿crees que ya es hora de acampar? -le pregunté mientras dejaba vagar mis ojos por el paisaje-. Está bien, supongo que cualquier sitio es bueno. De todos modos, no hay agua en doce millas a la redonda.

Cogí el bulto de los lomos de Flapjack y empecé a levantar mi pequeña tienda. Nunca había tenido una tienda, antes de dar mi golpe -o de que Flapjack lo diera en mi beneficio-, pero el tipo aquel me sorprendió en un momento de debilidad, y con dinero en el bolsillo, y me la encajó.

Flapjack me miró durante un minuto y después se fue a buscar algún yerbajo que le sirviera de cena. Sabía que no se alejaría y que no haría falta vigilarlo, así es que me preocupé de mis propios asuntos y dejé que él atendiera los suyos.

No era una exageración lo que le decía. Su actitud tenía solo una explicación. Flapjack deseaba regresar a donde tuviera su ración diaria de cerveza y alguna hierba de buena calidad que mordisquear para acompañarla. Desde que pateó aquella roca y descubrió la plata, tenía crédito en todas las tabernas de los alrededores. Le bastaba asomarse para que el cantinero llenara un cubo de cerveza para él. Se lo bebía y se encaminaba a la siguiente taberna. Le vuelve loco la cerveza, y la aguanta bastante bien.

Quizá nunca debí haber hecho el trato, pero, como ya he dicho, fue Flapjack quien dio el golpe, por lo que pienso que es justo. Aunque a veces me pese, como cuando por error se metió en un sitio lleno de chicas en Crucero y se paró en medio de la elegante pista de baile y… bueno, ¿qué se puede esperar de un burro? De todos modos, no había nadie bailando en aquel momento, así que no me explico por qué armaron tanto escándalo. Es curioso, Flapjack nunca ha hecho nada parecido en lugares donde es bien recibido, y eso me da en qué pensar. Especialmente después de lo que sucedió con los marcianos. Pero a eso todavía no hemos llegado.

En cualquier caso, solo bromeaba con Flapjack; yo mismo estaba ya a punto de necesitar un viajecito al pueblo, y quizá por eso lo culpaba a él. Me gusta tanto ir al pueblo como al mismo Flapjack, solo que nunca pasa mucho tiempo antes de que el ruido, los edificios y el dormir en cama me haga marcharme nuevamente hacia las colinas. Quizá es la única diferencia entre Flapjack y yo; a él le gustaría quedarse más tiempo.

Media hora más tarde estaba haciéndome la cena y, probablemente, Flapjack pensó que no lo vería entrar a la tienda. Rebuscaba algo que robar. Flapjack es el burro más ladrón que jamás he conocido. Si piensa que algo me gusta, lo roba en menos que canta un gallo, aunque a él mismo no le guste. Recuerdo la vez que me cansé de que robara los pancakes por las mañanas y cociné un par de docenas con una horrorosa cantidad de chiles. ¿Creen que le importó? No a Flapjack. Estaba tan feliz de poder robar mis pancakes que no le importó el sabor.

Flapjack es un peligro, ciertamente lo es. Pero les estaba hablando de los marcianos. Más vale que continúe con mi relato.

Ya amanecía; déjenme ver… para ser exacto, debió ser el seis o el siete de agosto; algunas veces se pierde la cuenta en el desierto.

De todos modos, abrí los ojos al oír a Flapjack rebuznar en tono indignado. Me di cuenta de que algo ocurría; Flapjack no acostumbra a emplear ese tono a menudo. Saqué la cabeza de la tienda, justo a tiempo de ver ese -bueno, al principio pensé que era un globo- globo en llamas. Por debajo soltaba enormes llamaradas. En cualquier momento esperaba verlo explotar.

Pero no explotó. El globo se posó en el suelo, a no más de cincuenta pies de distancia de mi tienda y se apagaron las llamas.

“¡Santo cielo! -me dije a mí mismo y a Flapjack-, debe haberse escapado de alguna feria.”

Me arrastré fuera de la tienda, pensando acercarme hasta la cosa aquella, para investigar. No esperaba que llevara a algún paisano, porque no colgaba ninguna canasta por debajo. Y si la hubiera habido, tanto la canasta como los cristianos estarían bien asados por las llamas que había despedido el armatoste al descender.

Me olvidaba de Flapjack: no se le puede culpar por haberse puesto nervioso; pero, en vez de huir, retrocedió hacia la tienda. Y cuando me oyó a sus espaldas, lanzó las pezuñas traseras con la velocidad del rayo. No creo que lo hiciera intencionadamente, pero es lo último que recuerdo de una buena parte de la historia.

Cuando desperté de nuevo, el sol ya estaba alto. Había permanecido fuera de combate por lo menos una hora, o quizá dos. Me llevé la mano a la cabeza y gruñí; de pronto, me acordé del globo. Me levanté tambaleándome y miré hacia donde lo viera por última vez.

El globo no era tal globo. Yo he visto globos en la feria de Missouri y dibujos de otros, y esto, cualquier cosa que fuese, no era un globo. Se lo garantizo.

Además, ¿quién ha oído de alguien que viaje dentro de un globo?

Quizá no deba decir alguien, sin algo, ya que las criaturas que salían por aquella puerta lateral no eran cristianos comunes y corrientes. Lo primero en que pensé fue en un circo, pues los circos llevan consigo los humanos monstruosos más extraños. Solo que no pude decidir si se trataba de humanos o de animales. Era algo intermedio.

Esas criaturas entraban y salían de la gran esfera, que yo había confundido con un globo, a veces sobre sus patas traseras y a veces sobre las cuatro. Sobre dos patas medían unos cuatro pies de altura, y sobre las cuatro, menos de la mitad, ya que sus piernas y brazos, si es que las extremidades superiores eran brazos, parecían muy cortas. Acarreaban toda clase de curiosos aparatos que colocaban en el desierto, a mitad de distancia entre la esfera y mi tienda. Tres de ellos ensamblaban los instrumentos traídos por los demás.

Flapjack estaba cerca de ellos y no demostraba ningún temor, solo curiosidad, como cualquier otro burro.

Bueno, me armé de valor y me aproximé para echar una ojeada a lo que estaban ensamblando, pero no pude entender para qué servía.

-Hola -saludé, y ellos no me respondieron ni me concedieron más atención de la que me habrían prestado de ser una alimaña del desierto.

Así es que anduve alrededor de ellos, manteniendo cierta distancia, hasta que llegué al costado de la esfera y extendí la mano para tocarla. ¡Santo cielo! Estaba hecha de un metal tan terso y duro como el cañón de un Colt, y era tan grande como una casa de dos pisos.

Una de las criaturas se acercó y me indicó que me alejara, agitando en su mano lo que parecía una linterna. Me asaltó la sospecha de que no era una linterna y la verdad es que no sentí mucha curiosidad por saber qué ocurriría si hacía algo más que agitarla en su mano. Retrocedí unos veinte pies y permanecí observándolos.

Al poco rato, me pareció que habían terminado de ensamblar sus aparatos. Flapjack y yo estábamos a unos cuantos pies de distancia y traté de acercarme más, pero una indicación de uno, con su linterna, me hizo retroceder.

Dos de ellos permanecieron de pie sobre sus patas traseras, tirando de palancas y manipulando unos botones. Encima del aparato había una gran bocina, semejante a la de los fonógrafos antiguos, y repentinamente se escuchó una voz.

-Ya debe estar correctamente ajustado, Mandú.

Por poco me desmayo, las cosas esas parecían escapadas de un zoológico y, sin embargo, tenían una máquina parlante, de alguna clase que yo desconocía. Me senté en una roca y miré el altavoz.

-Así parece -indicó la bocina-. Si este terrícola tiene el tipo de mentalidad que hemos deducido, podremos comunicarnos.

Todas las criaturas se alejaron del aparato, a excepción de una que miró directamente a Flapjack y dijo:

-Saludos.

-Igualmente -le contesté-. Flapjack es un burro, ¿qué tal si se dirige a mí?

-¿Quiere alguno de ustedes -solicitó el altavoz- hacer callar a esa criatura domesticada que está haciendo ruidos constantemente?

Flapjack no hacía ningún ruido que yo pudiera oír. Pero una linterna me apuntó y me callé la boca para ver qué ocurría.

-Supongo -siguió el altavoz- que ustedes son la inteligencia dominante en este planeta. Saludos de los habitantes de Marte.

Había algo curioso en aquella bocina; algo que me permite recordar todas y cada una de las palabras que dijo, tal y como fueron, aun cuando no sepa exactamente qué aquellas fantásticas palabras significaban.

Mientras trataba de pensar una respuesta a lo que decía, maldita sea si Flapjack no se adelantó. Abrió la boca, enseñó los dientes y rebuznó a placer.

-Gracias -agradeció el altavoz-. Y en respuesta a su pregunta, le diré que este es un telepaton sónico. Transmite mis pensamientos y ellos se reproducen en la mente del que escucha, según el lenguaje que hable y entienda. Los sonidos que parecen percibirse no son exactamente los que salen de la bocina; esta emite un sonido abstracto que el subconsciente, con la ayuda de las ondas relativas, interpreta como un sonido de su lenguaje. No es selectivo; muchas criaturas hablando diferentes lenguajes podrían entender lo que estoy pensando. Nuestro ajuste consiste en sintonizar la parte del receptor, que es selectiva, para que coincida con la horma particular de su inteligencia individual.

-¡Está loco! -grité-. ¿Por qué no arregla esa maldita cosa para entender lo que yo digo?

-Por favor, mantén quieto a ese animal, Yagarl -ordenó el altavoz. Flapjack me miró con aire de reproche. Eso no me preocupó, pero una de las criaturas me hizo una señal con la linterna y me calmé. Pues, de todos modos, el altavoz hablaba nuevamente y quería enterarme.

-Nosotros, los marcianos, teníamos los mismos problemas -decía-. Felizmente, hemos sido capaces de resolverlos sustituyendo a los animales por robots. Es obvio que la situación de ustedes es diferente. Debido a la falta de manos apropiadas, o de tentáculos, se han visto obligado a domesticar a una de las especies más bajas.

Flapjack rebuznó brevemente, y la bocina dijo:

-Naturalmente, ustedes desean conocer el propósito de nuestra visita. Deseamos su consejo para resolver un problema vital para nosotros. Marte es un planeta moribundo. Su agua, su atmósfera, sus recursos minerales están prácticamente agotados. Si hubiéramos sido capaces de desarrollar adecuadamente el viaje interestelar, podríamos buscar un planeta no ocupado, en algún lugar de la galaxia. Por desdicha, no podemos. Nuestras naves solo nos pueden transportar a otros planetas de este sistema solar. Y solo el descubrimiento de un sistema enteramente nuevo nos permitirá alcanzar las estrellas. No hemos encontrado ni siquiera una pista que nos conduzca a un principio semejante.

“En el sistema solar, su planeta es el único, además de Marte, que puede albergar a la vida marciana. Mercurio es demasiado caliente; Venus no tiene superficie sólida y su atmósfera nos resulta venenosa. La fuerza de gravedad de Júpiter nos aplastaría, y sus lunas están, como la de ustedes, desprovistas de aire. Los demás planetas son terriblemente fríos.

“Así, nos enfrentamos con la necesidad, si deseamos sobrevivir, de venir a instalarnos en la Tierra: pacíficamente si ustedes se rinden; por medio de la fuerza si nos vemos obligados a emplearla. y tenemos armas que pueden destruir la población de la Tierra en unos cuantos días.”

-Un momento -grité-. Si tan solo por un segundo han pensado que pueden…

La criatura que apuntaba la linterna hacia mí la desvió hacia mis rodillas y, cuando yo trataba de alcanzar al que manejaba el altavoz, apretó el botón. De repente mis rodillas se convirtieron en hule y caí al suelo. También me quedé sin habla.

Las piernas no me respondían. Tuve que valerme de los brazos para enderezarme a medias y ver qué ocurría.

Flapjack rebuznaba.

-Cierto -prosiguió el altavoz-. Esa sería la mejor solución para ambos. No deseamos ocupar por la fuerza, o por otros medios, un planeta ya civilizado. Si usted pudiera sugerir otra respuesta a nuestro problema…

Flapjack rebuznó nuevamente.

-Gracias -expresó el altavoz. Estoy seguro de que eso dará resultado. Me pregunto por qué no pensamos en ello antes. Apreciamos su ayuda inconmensurablemente; le quedamos eternamente agradecidos. Nos vamos con el corazón lleno de buena voluntad. No regresaremos.

Mis rodillas comenzaron a reaccionar de nuevo y me puse en pie. Sin embargo, no me moví. Mis piernas permanecieron fuera de combate durante un minuto; con aquellas malditas linternas, también mi corazón podría haber quedado fuera de combate si hubieran apuntado un poco más arriba.

Flapjack rebuznó brevemente, una vez más. Las criaturas desarmaron el aparato del altavoz y lo transportaron, por piezas, a la esfera en la que habían llegado.

En diez minutos, todos estuvieron de nuevo en el interior del globo que no lo era y cerraron la puerta. La parte inferior empezó a despedir llamas nuevamente y yo corrí a mi tienda para observarlos desde allí. Luego, con un zumbido ensordecedor, la esfera subió y desapareció en el cielo.

Flapjack vino trotando hacia mí, tratando de evitar mirarme a los ojos.

-Te crees muy listo, ¿no es así? -le pregunté.

No me contestó.

Pero tengo la seguridad de que sí lo creía. Algunas horas después, me volvió a robar los pancakes.

 

Y esa es la historia, socio. Así es cómo Flapjack salvó al mundo de los marcianos. ¿Quiere saber qué les dijo? A mí también me gustaría saberlo, pero no me lo dirá nunca. Hey, Flapjack, ven acá. Ya has tenido suficiente cerveza por hoy.

De acuerdo, socio, aquí está él. Pregúntale. Quizá se lo diga. O quizá no. Este Flapjack es un peligro. Pero si quiere, pregúnteselo, ande…

FIN


“Me and Flapjack and the Martians”, 1952


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